PENTECOSTÉS, algo más que la venida del espíritu... 
La
 fiesta de Pentecostés es uno de los Domingos más importantes del año, 
después de la Pascua. En el Antiguo Testamento era la fiesta de la 
cosecha y, posteriormente, los israelitas, la unieron a la Alianza en el
 Monte Sinaí, cincuenta días después de la salida de Egipto.
Aunque durante mucho 
tiempo, debido a su importancia, esta fiesta fue llamada por el pueblo 
segunda Pascua, la liturgia actual de la Iglesia, si bien la mantiene 
como máxima solemnidad después de la festividad de Pascua, no pretende 
hacer un paralelo entre ambas, muy por el contrario, busca formar una 
unidad en donde se destaque Pentecostés como la conclusión de la 
cincuentena pascual. Vale decir como una fiesta de plenitud y no de 
inicio. Por lo tanto no podemos desvincularla de la Madre de todas las 
fiestas que es la Pascua.
En este sentido, 
Pentecostés, no es una fiesta autónoma y no puede quedar sólo como la 
fiesta en honor al Espíritu Santo. Aunque lamentablemente, hoy en día, 
son muchísimos los fieles que aún tienen esta visión parcial, lo que 
lleva a empobrecer su contenido.
Hay que insistir que,
 la fiesta de Pentecostés, es el segundo domingo más importante del año 
litúrgico en donde los cristianos tenemos la oportunidad de vivir 
intensamente la relación existente entre la Resurrección de Cristo, su 
Ascensión y la venida del Espíritu Santo.
Es bueno tener 
presente, entonces, que todo el tiempo de Pascua es, también, tiempo del
 Espíritu Santo, Espíritu que es fruto de la Pascua, que estuvo en el 
nacimiento de la Iglesia y que, además, siempre estará presente entre 
nosotros, inspirando nuestra vida, renovando nuestro interior e 
impulsándonos a ser testigos en medio de la realidad que nos corresponde
 vivir.
Culminar con una vigilia:
 Entre
 las muchas actividades que se preparan para esta fiesta, se encuentran,
 las ya tradicionales, Vigilias de Pentecostés que, bien pensadas y lo 
suficientemente preparadas, pueden ser experiencias profundas y 
significativas para quienes participan en ellas.
Entre
 las muchas actividades que se preparan para esta fiesta, se encuentran,
 las ya tradicionales, Vigilias de Pentecostés que, bien pensadas y lo 
suficientemente preparadas, pueden ser experiencias profundas y 
significativas para quienes participan en ellas. 
Una vigilia, que 
significa “Noche en vela” porque se desarrolla de noche, es un acto 
litúrgico, una importante celebración de un grupo o una comunidad que 
vigila y reflexiona en oración mientras la población duerme. Se trata de
 estar despiertos durante la noche a la espera de la luz del día de una 
fiesta importante, en este caso Pentecostés. En ella se comparten, a la 
luz de la Palabra de Dios, experiencias, testimonios y vivencias. Todo 
en un ambiente de acogida y respeto.
Es importante tener 
presente que la lectura de la Sagrada Escritura, las oraciones, los 
cantos, los gestos, los símbolos, la luz, las imágenes, los colores, la 
celebración de la Eucaristía y la participación de la asamblea son 
elementos claves de una Vigilia.
En el caso de 
Pentecostés centramos la atención en el Espíritu Santo prometido por 
Jesús en reiteradas ocasiones y, ésta vigilia, puede llegar a ser muy 
atrayente, especialmente para los jóvenes, precisamente por el clima de 
oración, de alegría y fiesta.
Algo que nunca 
debiera estar ausente en una Vigilia de Pentecostés son los dones y los 
frutos del Espíritu Santo. A través de diversas formas y distintos 
recursos (lenguas de fuego, palomas, carteles, voces grabadas, tarjetas,
 pegatinas, etc.) debemos destacarlos y hacer que la gente los tenga 
presente, los asimile y los haga vida.
No sacamos nada con 
mencionarlos sólo para esta fiesta, o escribirlos en hermosas tarjetas, o
 en lenguas de fuego hechas en cartulinas fosforescentes, si no 
reconocemos que nuestro actuar diario está bajo la acción del Espíritu y
 de los frutos que vayamos produciendo.
Invoquemos, una vez 
más, al Espíritu Santo para que nos regale sus luces y su fuerza y, 
sobre todo, nos haga fieles testigos de Jesucristo, nuestro Señor.
Eduardo Cáceres Contreras