Páginas
- Página principal
- VIRGEN DEL CARMEN
- ORACIONES A JESÚS EUCARISTÍA
- LA DIVINA MISERICORDIA
- SANTA FAUSTINA Y LA DIVINA MISERICORDIA
- ORACIONES POR LAS VOCACIONES SACERDOTALES Y RELIGIOSAS
- MEDITACIONES
- REFLEXIONES
- BLOG CATÓLICO NAVIDEÑO
- MÁRTIRES DE LA DIÓCESIS DE CHIMBOTE
- UN TEÓLOGO RESPONDE
- EUCARISTÍA, MILAGRO DE AMOR
- BLOG CATÓLICO DEL PAPA FRANCISCO
- TIBERIADES EN GABITO GRUPOS
- CANONIZACIÓN DE JUAN PABLO II Y JUAN XXIII
- SANTOS Y SANTAS PARA COLOREAR
- SAN JOSÉ MARELLO
- SAN JOSÉ: NOVENA, ORACIONES Y IMÁGENES
- GIFS DE LA VIRGEN MARÍA
- IMÁGENES DE LA EUCARISTÍA
- INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA
- SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS - ORACIONES Y NOVENA 2024
- SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS: JUNIO - MEDITACIONES
- NARDOS AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS - MEDITACIONES PARA JUNIO
- SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS - MIS PRIMEROS VIERNES DE MES
- CRISTO REY
- CUARESMA 2024
- SEMANA SANTA - IMÁGENES
- EL VÍA CRUCIS EN IMÁGENES
- GIFS DE JESÚS DE NAZARETH
- ESPÍRITU SANTO: IMÁGENES, NOVENA, ORACIONES Y MEDITACIONES
- BLOG CATÓLICO DE EDUCACIÓN RELIGIOSA
- SAN PÍO DE PIETRELCINA
- ¿QUÉ ES EL ADVIENTO?
- ADVIENTO 2024
- LA CORONA DE ADVIENTO
- ADVIENTO - MEDITACIONES
- TARJETAS DE FELIZ NAVIDAD
- TARJETAS DE FELIZ NAVIDAD - MERRY CHRISTMAS
- NAVIDAD - PESEBRES NAVIDEÑOS
- FELIZ AÑO NUEVO - HAPPY NEW YEAR
martes, 20 de abril de 2021
domingo, 18 de abril de 2021
LA SANTIDAD COMO UN CAMINO SEGURO HACIA LA ETERNIDAD
LA SANTIDAD COMO UN CAMINO SEGURO HACIA LA ETERNIDAD
La vocación fundamental de cada ser humano es vivir la vida con plenitud proyectado hacia la eternidad. Ningún ser humano en su sano juicio puede eludir el deber de perfeccionarse en todas las dimensiones de su existencia, salvo en una deliberada opción de vivir en el caos del pecado. La verdadera felicidad se vive cada día, porque, la auténtica felicidad no es una meta sino una respuesta constante al proyecto de Dios en el cada día de nuestra existencia.
En este sentido, la santidad es un vivir cada día la alegría del amor de Dios: me siento amado por Dios, y con esa misma dimensión del amor divino me amo y amo a mi prójimo. La explicitación de la eternidad del amor divino se descubre en una vida santa. Es decir, el camino certero hacia la eternidad es vivir en santidad.
Por tanto, cada ser humano en la tierra tiene la capacidad y potencialidad de vivir santamente, entendido por ésta, la perfección de la conducta y el comportamiento en la sociedad o cultura en que vive. Toda persona libre aspira a ser mejor cada día, y en la medida en que se ejerce en las virtudes y practica los valores descubre el sentido de la vida como una respuesta constante al primer proyecto de Dios: ser feliz cada instante en Dios.
La vida humana es la maravilla de la creación que esta proyectada a la perfección, es decir, la felicidad de cada individuo radica en su respuesta generosa al plan de Dios; esto no significa la impecabilidad del hombre, al contrario, ante la debilidad del hombre se sobrepone la gracia de Dios. Nuestra naturaleza frágil necesita de la ayuda de la gracia de Dios para lograr la eternidad. Por consiguiente, el hombre pecador tiene miles de posibilidades para salir de su propia miseria con el poder de Dios que habita en la profundadas de su alma o corazón. Por eso, la conversión es el primer paso para comenzar a vivir en santidad y lograr la meta final: la eternidad.
Los miles de santos que han vivido en la tierra son el testimonio más claro de la existencia de Dios, los millones de seres humanos que día a día luchan por perfeccionarse en el bien y la verdad son la muestra más evidente de que Dios sigue obrando hoy más que nunca. Por lo mismo, la santidad no es privilegio de pocos o los elegidos, sino está abierta a cada persona humana de la tierra: todos estamos llamados a vivir en santidad.
La vocación del ser humano al amor es el mejor camino para vivir santamente; cada pensamiento, sentimiento, emoción y acción que se vive con plenitud en la presencia de Dios nos hace experimentar la belleza de nuestro existir en este universo infinito. Somos creaturas de la eternidad para la eternidad, y la santidad es el signo de estar en el camino correcto. En efecto, es ahora cuando debes convertirte y comenzar a vivir alegre y feliz la vida. Dios está dentro de ti comienza a descubrirlo y vivir conscientemente tu propia existencia, nunca estas solo-a en este mundo, pues Dios vive en ti y camina contigo: ama y déjate amar
+ P. Marcos Trujillo Reaño OSJ
(Marcos)
23 octubre 2019
BEBER DE LA FUENTE DE LA VIDA POR AMOR
BEBER DE LA FUENTE DE LA VIDA POR AMOR
El amor es un acto misterioso que aparece de modo inesperado en el corazón de las personas, que, con frecuencia, les cambia la vida totalmente. Beber de la fuente de la vida por amor implica haber comprendido que nuestra vida tiene su origen en Dios, que es Amor y vida. Por eso, el ser humano no es feliz mientras no se siente amado por Dios ni ha experimentado su capacidad de amar al prójimo. Quien no bebe de la fuente de la vida por amor no es capaz de confiar en nadie, y se pasa la vida desconfiando de todo, con razón o sin razón. Normalmente, viven resentidos y amargados a lo largo de toda su vida, por no decir, decepcionados o desilusionados de las personas que lo rodean (aprende a perdonar de corazón y de vida, no solo de palabras). No obstante, la persona no puede existir sin amor, con menor o mayor grado, toda persona vive por amor y para el amor. La fuente de la vida y del amor es Dios.
Hay diversas formas y modos de expresar el amor, no necesariamente el amor de pareja, cuando hablamos de amor nos referimos a esa fuerza vital que tiene todo ser humano dentro de sí, y que le impulsa a darse totalmente al servicio del prójimo desde la experiencia mística de su encuentro con Dios. En este sentido, amar es para personas normales que viven la vida con plenitud, sin malicia ni perversidad; amar no es ilusión, ni emoción, ni sentimientos, ni pasiones, tampoco es placer, amar es vivir la vida con sentido y plenitud: darse por entero son límites ni medidas por Dios.
Dichosa la persona que vive su vida desde el amor y para el amor, pues ha entendido que no hay vida completa sin la experiencia del amor divino y humano, pues son inseparables. Por tanto, pensar, sentir y hacer las cosas por amor y con amor significa comprender que la vida es bella y pura cuando sabemos decir con transparencia y recta intención a los parientes y amigos: "un te amo mucho". Es decir, aceptar a toda persona como un regalo maravilloso de Dios. Ojalá pudiéramos purificar nuestra forma de percepción de la realidad en las relaciones humanas con normalidad, libres de la malicia y la susceptibilidad de aquellos que al leer o escuchar "un te amo" o un "te quiero mucho", inmediatamente se imaginan a la relación íntima de parejas privadas, es verdad, también podría ser eso, pero hay que diferenciar a las personas y en las circunstancias que se usa esas expresiones. Es muy importante en todo esto el discernimiento y la honestidad de la propia conciencia: "no todo lo que brilla es oro", ni "todo lo que es fantasía es oro". Hay que tener mucho cuidado con quien y a quién se le dice esas expresiones, para evitar confusiones es mejor conocer bien a la familia, amigos y conocidos, no todos lo asumen como tú lo entiendes y quieres decir.
Lo importante en todo este fenómeno del amor es la rectitud de la conciencia, la honestidad e integridad de vida, y, sobre todo, la limpieza de los sentimientos. Por consiguiente, quien vive la espiritualidad cristiana siempre tendrá la libertad de amar como Jesús, sentir como Jesús, soñar como Jesús, y desear como Jesús, es decir, darse de cuerpo y alma al bien de los demás para verlos felices, porque, también eres feliz estando con Dios. Por eso, no te cances de beber de la fuente de la vida por amor, ya lo decía San Agustín: "Ama y haz lo que quieras", porque el amor es sublime y eterno, no hace daño ni está manchado por la malicia ni la perversidad, pues solo ama el hombre y la mujer de limpio corazón; sólo éstos verán y experimentarán lo que significa verdaderamente el amor.
+ P. Marcos Trujillo Reaño OSJ
(Marcos)
7 VIRTUDES DE SAN JOSÉ QUE PUEDES IMITAR EN LA VIDA DIARIA
7 virtudes de San José que puedes imitar en la vida diaria
En un mundo donde la masculinidad se pone en tela de juicio y se duda de casi cualquier hombre por el hecho de ser hombre. San José no solo nos recuerda la virtud del varón sino también su encomienda y encargo. Su paternidad es ejemplo para todos los cristianos. No en vano San José es patrono de la Iglesia universal.
El día de hoy recordamos que Dios padre encomendó la tarea de cuidado y protección de su amadísimo Hijo y de Su Madre a un santo varón, San José. En esta galería hemos resaltado algunas virtudes que necesitamos tomar de San José, especialmente los varones, para crecer como cristianos.
1. La influencia del Padre en el hijo
En nuestros días la idea del padre desvinculado de sus hijos se ha convertido en algo frecuente en nuestros pensamientos. San José nos recuerda el verdadero sentido de la paternidad. La presencia insustituible del padre en la educación de los hijos es algo que necesitamos volver a conquistar como sociedad. San José con el niño en los brazos nos lo recuerda, un padre amoroso y protector del cual los hijos puedan aprender y crecer seguros a su lado, incluso en las carencias y situaciones más difíciles.
San José conoce esas situaciones, él tuvo que proteger y sostener a María esperando al niño sin tener un techo donde pudiera nacer, tuvo que huir hacia Egipto, ser un extranjero en tierras desconocidas y ganarse el pan del día con el sudor de su frente. «Cuando necesite ser buen padre, San José ilumina mi paternidad».
2. La alegría de ser un buen esposo
La fidelidad inquebrantable de San José es un signo contundente y firme frente a la imagen de un varón infiel, lujurioso, egoísta e incluso violento, que es tan común asumir como normal en nuestros días. Cuántas veces escuchamos, decimos y afirmamos que «todos los hombres son iguales» sin saber que con esta frase justificamos un comportamiento que achica la personalidad del varón, lo limita y espera menos de lo que realmente es. Lo priva de poder ser grande y desplegarse completamente.
San José pasó todas las pruebas que un esposo podría pasar: la duda frente a su propia esposa, el cuidado de un niño que no era de su sangre, la dificultad de un matrimonio casto. Recordemos que San José, a diferencia de María no fue concebido sin pecado, era así como tú y como yo. Su virtud y fortaleza son grandiosas y es prueba viva de lo que un hombre que entrega su vida a Dios puede hacer por medio de su gracia. «Cuando la dificultad de matrimonio me alcance, San José ven en mi auxilio y ayúdame a ser fiel».
3. La fortaleza física al servicio de la familia
La imagen de una masculinidad violenta hace que la fortaleza física no sea valorada como una virtud. Muchos niños crecen sin tener cerca a un padre del cual puedan aprender y valorar lo que es la virilidad. San José pone al servicio de su familia esta fortaleza física natural en él, una fortaleza que tiene como misión el proteger, el ayudar, el servir. Una fortaleza que de ninguna manera sirve para el abuso de autoridad ni de ningún otro tipo.
Conocemos a un José siempre fuerte, nunca agresivo, firme pero no indiferente ni mucho menos insensible. Un hombre que demuestra seguridad y jamás arrogancia ni soberbia. Un padre que carga con todo el peso de su familia y es feliz haciéndolo. «Cuando la arrogancia aparezca, San José ayúdame a ser humilde».
4. El silencio, esa características que muchas veces encontramos tan irritante
El silencio de los varones es una característica bien conocida por las mujeres. Cuántas veces podemos incluso perder la paciencia por esos silencios prolongados de los esposos. San José también era un hombre silencioso, es más se dice de él; San José, santo del silencio. Tanto que aprender del silencio. San José en el silencio escuchaba la voz de Dios, no era un silencio indiferente ni estéril. No era un silencio que ignoraba o que buscaba pasar la página y evitar el confrontar o solucionar problemas. San José escuchaba, meditaba en su corazón para poder tomar las mejores decisiones para su familia y para él mismo. «Cuando el silencio sea indiferente, San José ayúdame a escuchar a Dios».
5. El valor del trabajo duro
En aquella época si el varón de la casa no trabajaba la familia no subsistía. San José obrero, carpintero de profesión, trabajó siempre por el sustento de su familia. La constancia de su trabajo, la seguridad de su familia. Imagínense el camino que se habrá tenido que abrir en Egipto, sin familia, sin apoyo de conocidos, extranjeros tal vez víctimas de prejuicio y discriminación, el trabajo de José era la única arma que tenían para subsistir.
De vuelta a Nazareth en su taller de carpintero siguió trabajando incansablemente, fue labor que heredó a su hijo para ayudar al sostén de su familia. Cuando el desánimo y la dificultad aparecen, San José es un gran ejemplo de tenacidad y trabajo arduo en todo momento por el bien de los que ama. «Cuando el trabajo canse, San José ayúdame a sobreponerme y seguir».
6. El valor del buen discernimiento
Las respuestas apresuradas y decisiones impulsivas sobre todo en época de crisis no son lo mejor. San José, incluso en una decisión tan dura como la de aceptar el embarazo de su prometida, decide repudiarla pero en secreto, meditando qué era lo que menos iba a perjudicarla, lo que menos escándalo iba a levantar. No lo hace apresuradamente, lo medita, lo «sueña», y en ese soñar escucha la voz de Dios a través de un ángel que sale al encuentro y lo aconseja.
El valor del un buen discernimiento tiene que ver con la prudencia, el silencio y la escucha a Dios. Este escuchar a Dios que se va afinando a medida que estrechamos nuestra relación con Él. «Cuando necesitemos del buen discernimiento, San José sal a nuestro auxilio».
7. Castidad y juventud
Al ser los primeros capítulos de Mateo y Lucas las únicas fuentes de la revelación sobre quién era San José, no es raro que los hombres hayan tejido distintas historias sobre este gran santo. De José sabemos poco, ha sido creencia frecuente pensar que era un viudo que tenía casi 90 años y se casó con una mujer muy joven. Esto parece estar muy lejos de la realidad, en aquella época los hombres se casaban muy jóvenes, San José al momento de desposar a María debió haber tenido unos 18 o 20 años. Sin embargo, la imagen del San José como hombre viejo caló dentro de la cultura popular y es por esto que muchos artistas lo han representado como un hombre mayor.
Puede deberse a la dificultad que representaba la relación virginal entre ambos. Dificultad que nace de la ruptura original. San José en este sentido, asistido por la inmensa gracia de Dios nos enseña que el fundamento de la unión conyugal es la comunión de amor, ejemplo para todo matrimonio. La unión de cuerpos debe responder a esa comunión de amor, sin embargo la misión de María y José no estaba en relación a ellos mismos sino al mismo Jesús y a la iglesia Universal. «Cuando el deseo desordenado me esclavice, San José ven en mi auxilio».
8. El trato familiar como ámbito de crecimiento espiritual y personal
Escuchamos que la familia es la iglesia doméstica, escuela de humanidad, imagen del amor de Dios. San José en este sentido nos enseña que la familia en un ámbito para crecer en santidad. La santidad de José sucedió dentro de la familia. Y así está llamada a ser la tuya y la mía, los esposos son guardianes mutuos de la santidad de la familia. Es ahí donde el amor crece, en entrega, donde nos olvidamos de nosotros mismos y nos entregamos por completo. Como nos decía el Papa Francisco: «por medio de ella se concreta la capacidad de darse, el compromiso recíproco y la apertura generosa a los demás, así como el servicio a la sociedad».
Es muy probable que San José haya muerto antes de que Jesús entrara en la vida pública, ya que en las bodas de Caná no estuvo presente ni se habló más de él. De haber estado vivo seguramente hubiera estado presente al pie de la Cruz, tal vez lo estuvo en espíritu acompañando y consolando también el corazón doliente de su esposa. «Cuando nuestra familia se encuentre en problemas o esté rota, San José ayúdanos a repararla».
«En aquellos días, el Carpintero enseñaba a rezar a Dios. Y hablaba con Dios cara a cara. Y miraba con sus ojos los ojos de Dios. Y con Dios reía. Y Dios se dormía en sus brazos. Y Dios despertaba con su beso. Y Dios comía de su mano. Y oraba a Dios y le cantaba teniéndole en sus rodillas. Con sus manos tocaba a Dios y llevaba a Dios de la mano. Jugaba con Dios y Dios era feliz con él. Y ni en la Gloria había más gloria que en la casa de José!»
LAS OBRAS BUENAS NOS ACERCAN AL CIELO
LAS OBRAS BUENAS NOS ACERCAN AL CIELO
Cada acción buena nos lleva al cielo, por eso, vivir haciendo el bien es la mejor forma de aprovechar la vida. Las obras buenas son los caminos que nos llevan directamente al cielo. En este sentido, toda persona que hace el bien se está acercando más a Dios, ninguna obra buena queda sin recompensa. La satisfacción de la vida humana está en servir con alegría a Dios en la misma realidad cotidiana. Vivir en este mundo es la mejor oportunidad que Dios nos ha dado a los humanos para que perseverando en el buen obrar podamos alcanzar la felicidad, perfeccionar nuestra vida, sobre todo, llegar un día a la Gloria eterna.
Jesucristo nuestro Señor nos ha facilitado el camino a la eternidad cuando se hizo hombre, por eso, en conocer, amar y servir a Cristo con todo el corazón y con todo nuestro ser está la salvación de cada individuo. En efecto, vivir en Cristo significa aceptar la realidad cotidiana como un don maravilloso de Dios donde podamos santificarnos, compartiendo la vida con nuestro prójimo. La gracia y el amor de Dios son la fuerza y la energía que nos impulsan a volar muy alto hasta estar muy cerca de la meta final. El mundo es el lugar más adecuado para demostrar nuestra fidelidad y respeto a Dios y al prójimo. La sociedad es el ámbito donde tenemos que ejercernos en la virtud evangélica y poner en práctica los valores del Evangelio de Cristo.
Por consiguiente, no es necesario ir contra corriente para alcanzar la meta, así nunca se va adelante, sino se retrocede, porque, ello implica rechazar la obra de Dios considerando imperfecta, cada día más estoy convencido, que el camino angosto que conduce al cielo es vivir plenamente amando a Dios y al prójimo en el mundo. Por lo mismo, Dios no quiere que rechaces lo que él mismo con amor y sabiduría ha creado, nada de lo que Dios ha hecho puede ser malo, todo lo hizo muy bien. Por tanto, vivir en santidad no es ir contra corriente sino asumir las oportunidades según la Voluntad de Dios, porque, la vida eterna es cumplir la voluntad de Dios ¿qué es la voluntad de Dios, sino vivir la vida cotidiana con amor y perfección?.
Las cosas que nos hacen indiferentes y sutilmente alejados de Dios, viviendo un ateísmo práctico, son los antivalores, los vicios, el mal y el pecado, es decir, nuestra propia libre elección de hacer lo contrario a los mandamientos de Dios, es vivir contra la vida y la familia, es hacer cosas contrarias a nuestra conciencia y que atenta contra la ética y la moral. En efecto, sólo el necio y el soberbio puede negar a Dios con su mal obrar, y rechazar la misericordia de Dios con su negación y mentira. No olvidemos que la mentira y la malicia son las causantes de esclavizarnos en las cadenas de Satanás.
Sólo quien vive en la verdad y el amor es capaz de alcanzar el cielo, y vivir la verdadera libertad de los hijos de Dios, el que trabaja con honestidad y dignidad comerá con la frente en alta el pan del cada dia y el pan de los ángeles. En este sentido, si quiere llegar al cielo comienza a mejorar tu vida haciendo el bien y alejándote del mal y de todo pecado. Es decir, conviértete y comienza a cumplir la Voluntad de Dios
+ P. Marcos Trujillo Reaño OSJ
(Marcos)
FALLECE SACERDOTE PERUANO PADRE MARCOS TRUJILLO REAÑO OSJ EN PERÚ - ELEVEMOS NUESTRAS ORACIONES
Padre Ricardo F. Vega Garay OSJ
NO TEMAN... SOY YO
“No teman... soy Yo”
En estos domingos de Pascua, los textos litúrgicos nos presentan escenas de la primera comunidad cristiana, que reacciona ante el hecho de que Jesús ha resucitado. Analizando los relatos, tomamos conciencia de dos aspectos:
La resurrección de Jesús es una experiencia que viven los miembros de la comunidad en diversos escenarios. Esta experiencia es tan intensa que los transforma. Si la resurrección de Jesús hubiera sido un montaje fabricado por unos cuantos discípulos, al poco tiempo se habría descubierto. Imposible que millones de seres humanos, a lo largo de dos mil años de historia de la Iglesia, hubieran apostado sus vidas –y las siguen apostando hoy– a una fábula.
Lo que comunican a través de la catequesis es la persona de Jesús, presente en medio de la comunidad. Su experiencia de Jesús resucitado se convierte en un testimonio que anuncia esta realidad que cambia el sentido de la existencia humana.
Por eso, para la comunidad apostólica la fe es adhesión a la persona de Jesús y a su proyecto de vida; y la predicación es comunicación de esa experiencia.
Infortunadamente, muchos cristianos han dado la espalda a este legado de la comunidad apostólica y han hecho del Cristianismo un discurso jurídico, moralizante, sociológico y filosófico; discurso lleno de palabras técnicas incomprensibles para las grandes mayorías. La fe deja de ser adhesión a la persona de Jesús para convertirse en adhesión a unos conceptos por profundos y ciertos que éstos sean… Aprovechemos este tiempo de Pascua para redescubrir el sentido de la fe que vivía la primera comunidad, que vibraba de entusiasmo ante la realidad de Jesús resucitado.
El relato pascual que nos trae el evangelista Lucas en el día de hoy nos permite asomarnos a los sentimientos y reacciones que suscita la presencia del resucitado. Recorramos algunas de las expresiones del evangelista Lucas:
“Ellos, desconcertados y llenos de temor, creían ver un fantasma. Pero Él les dijo: no teman; soy yo”. Con frecuencia, la experiencia de la trascendencia nos asusta, pues nos encontramos ante realidades que nos desbordan o, como dicen los científicos sociales, son variables que no podemos controlar.
Continúa el evangelista Lucas: “¿Por qué surgen dudas en su interior?”. Los discípulos dudan. Se trata de un mecanismo profundamente humano, que no debe ser mirado con sospecha. Las dudas nos invitan a avanzar en el conocimiento de la verdad. Una fe adulta no se contenta con respuestas simplistas. Las dudas son una magnífica oportunidad para afianzar nuestras convicciones religiosas.
Jesús les dice a los atemorizados discípulos: “Miren mis manos y mis pies. Soy yo en persona”. Las manos y los pies con la marca de los clavos son una prueba de la identidad de Jesús; no se trata de un “doble”. Son muy actuales estas palabras de Jesús. En medio de la crisis de valores que vive nuestra sociedad, hay una sobreoferta de soluciones espirituales comercializadas por charlatanes muy insistentes. No nos dejemos engañar. Cerciorémonos de que estamos siguiendo al Jesús real y no a una falsificación. Así como el mercado ofrece licores adulterados, lociones adulteradas, marcas de ropa adulteradas, también hay propuestas religiosas falsas que desorientan y que además hacen un magnífico negocio explotando las necesidades espirituales de los ingenuos.
Lucas nos dice que “les abrió el entendimiento para que comprendieran las Escrituras”. Finalmente, la paz y la alegría del resucitado impregnaron las vidas de los miembros de la comunidad.
Esta descripción del evangelista Lucas nos permite vislumbrar el camino de maduración en la fe que vivieron los miembros de las primeras comunidades cristianas. Pasaron por diversas etapas, fueron sacudidos por diversos sentimientos.
Pidámosle al buen Jesús que se manifieste en medio de nuestra sociedad, tan golpeada por la pobreza y la violencia; necesitamos su paz para poder construir un futuro diferente, en reconciliación y solidaridad. Pidámosle al buen Jesús que sepamos reconocerlo en medio de la agitada vida moderna. Pidámosle al buen Jesús que superemos la desconfianza que nos impide abrirnos a su Palabra y que nos frena en nuestras relaciones familiares y sociales. Pidámosle al buen Jesús que descubramos que la fe es adhesión a Él, que es el camino, la verdad y la vida.
(P. Jorge Humberto Peláez S.J.)
PAPA FRANCISCO: JESÚS NO ES UN ESPÍRITU, SINO UNA PERSONA VIVA
Papa Francisco: “Jesús no es un espíritu, sino una persona viva”
POR MIGUEL PÉREZ PICHEL | ACI Prensa
Foto: Vatican Media
Durante el rezo del Regina Coeli, este domingo 18 de abril, desde la ventana del Palacio Apostólico del Vaticano, el Papa Francisco afirmó que “Jesús no es un ‘espíritu’, sino una Persona viva”.
Ante los fieles congregados en la Plaza de San Pedro, el Pontífice afirmó que “ser cristianos no es ante todo una doctrina o un ideal moral, es una relación viva con él, con el Señor Resucitado: lo miramos, lo tocamos, nos alimentamos de él y, transformados por su amor, miramos, tocamos y nutrimos a los demás como hermanos y hermanas”.
El Santo Padre argumentó esta enseñanza con el episodio evangélico de la irrupción del Resucitado en el Cenáculo, donde estaban reunidos los discípulos.
“Cristo resucitado se presenta en medio del grupo de discípulos y los saluda diciendo: ‘¡La paz con vosotros!’. Pero estaban asustados y creían ‘ver un espíritu’. Entonces Jesús les muestra las llagas de su cuerpo y dice: ‘Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo. Palpadme’. Y para convencerlos, les pide comida y la come ante su mirada atónita”, narró Francisco.
“Hay un particular aquí, en esta descripción”, llamó la atención el Pontífice. “Dice el Evangelio que los apóstoles, por su gran alegría, todavía no creían. Eran tal la alegría que tenían que no podían creer que aquello fuera verdad”.
“Y un segundo particular, estaban estupefactos porque el encuentro con Dios siempre te lleva al estupor. Va más allá el entusiasmo, más allá de la alegría. Es otra experiencia. Y los apóstoles estaban alegres, pero una alegría que les hacía pensar, ‘no, esto no puede ser verdadero, no puede ser así’. Y el estupor de la presencia de Dios. No olvidemos este estado de ánimo que es tan bello”.
El Papa explicó que “este pasaje evangélico se caracteriza por tres verbos muy concretos, que en cierto sentido reflejan nuestra vida personal y comunitaria: mirar, tocar y comer. Tres acciones que pueden dar la alegría de un verdadero encuentro con Jesús vivo”.
En primer lugar, “mirar”, que “no es solo ver, es más, también implica intención, voluntad. Por eso es uno de los verbos del amor. La madre y el padre miran a su hijo, los enamorados se miran recíprocamente; el buen médico mira atentamente al paciente... Mirar es un primer paso contra la indiferencia, contra la tentación de volver la cara ante las dificultades y sufrimientos ajenos”.
El segundo verbo, “tocar”. El Santo Padre señaló que “al invitar a los discípulos a palparle, para que constaten que no es un espíritu, Jesús les indica a ellos y a nosotros que la relación con él y con nuestros hermanos no puede ser ‘a distancia’, a nivel de la mirada”.
“No existe un cristianismo a distancia. No existe un cristianismo en el plano único de la mirada. No. El amor pide cercanía, contacto, compartir la vida. El buen samaritano no solo miró al hombre que encontró medio muerto en el camino: se inclinó, curó sus heridas, lo subió a su montura y lo llevó a la posada. Y lo mismo ocurre con Jesús: amarlo significa entrar en una comunión vital y concreta con él”, subrayó.
Y, por último, “comer”, que “expresa bien nuestra humanidad en su indigencia más natural, es decir, nuestra necesidad de nutrirnos para vivir”.
“Pero comer, cuando lo hacemos juntos, en familia o con amigos, también se convierte en expresión de amor, de comunión, de fiesta...”, recordó el Pontífice.
“¡Cuántas veces los Evangelios nos muestran a Jesús que vive esta dimensión convival! Incluso como Resucitado, con sus discípulos. Hasta el punto de que el banquete eucarístico se ha convertido en el signo emblemático de la comunidad cristiana. Comer juntos el cuerpo de Cristo. Este es el centro de la vida cristiana”, concluyó el Santo Padre.
EL EVANGELIO DE HOY III DOMINGO DE PASCUA, 18 DE ABRIL DE 2021
Lecturas de hoy Domingo 3º de Pascua - Ciclo B
Hoy, domingo, 18 de abril de 2021
Primera lectura
Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles (3,13-15.17-19):
En aquellos días, Pedro dijo a la gente: «El Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su siervo Jesús, al que vosotros entregasteis y rechazasteis ante Pilato, cuando había decidido soltarlo. Rechazasteis al santo, al justo, y pedisteis el indulto de un asesino; matasteis al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos, y nosotros somos testigos. Sin embargo, hermanos, sé que lo hicisteis por ignorancia, y vuestras autoridades lo mismo; pero Dios cumplió de esta manera lo que había dicho por los profetas, que su Mesías tenía que padecer. Por tanto, arrepentíos y convertíos, para que se borren vuestros pecados.»
Palabra de Dios
Salmo
Sal 4,2.7.9
R/. Haz brillar sobre nosotros la luz de tu rostro, Señor
Escúchame cuando te invoco,
Dios, defensor mío;
tú que en el aprieto me diste anchura,
ten piedad de mí y escucha mi oración. R/.
Hay muchos que dicen:
«¿Quién nos hará ver la dicha,
si la luz de tu rostro
ha huido de nosotros?» R/.
En paz me acuesto
y en seguida me duermo,
porque tú solo, Señor,
me haces vivir tranquilo. R/.
Segunda lectura
Lectura de la primera carta del apóstol san Juan (2,1-5):
Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero, si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el Justo. Él es víctima de propiciación por nuestros pecados, no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero.
En esto sabemos que lo conocemos: en que guardamos sus mandamientos. Quien dice: «Yo lo conozco», y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso, y la verdad no está en él. Pero quien guarda su palabra, ciertamente el amor de Dios ha llegado en él a su plenitud. En esto conocemos que estamos en él.
Palabra de Dios
Evangelio de hoy
Lectura del santo evangelio según san Lucas (24,35-48):
En aquel tiempo, contaban los discípulos lo que les había pasado por el camino y cómo habían reconocido a Jesús al partir el pan.
Estaban hablando de estas cosas, cuando se presenta Jesús en medio de ellos y les dice: «Paz a vosotros.»
Llenos de miedo por la sorpresa, creían ver un fantasma.
Él les dijo: «¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro interior? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo.»
Dicho esto, les mostró las manos y los pies.
Y como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, les dijo: «¿Tenéis ahí algo que comer?»
Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo tomó y comió delante de ellos.
Y les dijo: «Esto es lo que os decía mientras estaba con vosotros: que todo lo escrito en la ley de Moisés y en los profetas y salmos acerca de mí tenía que cumplirse.»
Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras.
Y añadió: «Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día, y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto.»
Palabra del Señor
«Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo»
Rev. D. Jaume GONZÁLEZ i Padrós
(Barcelona, España)
Hoy, el Evangelio todavía nos sitúa en el domingo de la resurrección, cuando los dos de Emaús regresan a Jerusalén y, allí, mientras unos y otros cuentan que el Señor se les ha aparecido, el mismo Resucitado se les presenta. Pero su presencia es desconcertante. Por un lado provoca espanto, hasta el punto de que ellos «creían ver un espíritu» (Lc 24,37) y, por otro, su cuerpo traspasado por los clavos y la lanzada es un testimonio elocuente de que se trata del mismo Jesús, el crucificado: «Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo. Palpadme y ved que un espíritu no tiene carne y huesos como veis que yo tengo» (Lc 24,39).
«Haz brillar sobre nosotros la luz de tu rostro, Señor», canta el salmo de la liturgia de hoy. Efectivamente, Jesús «abrió sus inteligencias para que comprendieran las Escrituras» (Lc 24,45). Es del todo urgente. Es necesario que los discípulos tengan una precisa y profunda comprensión de las Escrituras, ya que, en frase de san Jerónimo, «ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo».
Pero esta compresión de la palabra de Dios no es un hecho que uno pueda gestionar privadamente, o con su congregación de amigos y conocidos. El Señor desveló el sentido de las Escrituras a la Iglesia en aquella comunidad pascual, presidida por Pedro y los otros Apóstoles, los cuales recibieron el encargo del Maestro de que «se predicara en su nombre (...) a todas las naciones» (Lc 24,47).
Para ser testigos, por tanto, del auténtico Cristo, es urgente que los discípulos aprendan -en primer lugar- a reconocer su Cuerpo marcado por la pasión. Precisamente, un autor antiguo nos hace la siguiente recomendación: «Todo aquel que sabe que la Pascua ha sido sacrificada para él, ha de entender que su vida comienza cuando Cristo ha muerto para salvarnos». Además, el apóstol tiene que comprender inteligentemente las Escrituras, leídas a la luz del Espíritu de la verdad derramado sobre la Iglesia.
MEDITACIÓN DOMINICAL: ESTAS SON AQUELLAS PALABRAS MÍAS
Estas son aquellas palabras mías
(Lucas 24,35-48)
Semana III del Tiempo de Pascua - 18 de abril de 2021
En los tres ciclos de lecturas, el Evangelio del III Domingo de Pascua relata una aparición de Cristo resucitado a sus apóstoles. En el ciclo A el Evangelio se toma del capítulo 24 de Lucas y relata la aparición de Jesús a los discípulos de Emaús que ocurrió el mismo día de la resurrección; en el ciclo B la lectura del Evangelio está tomada de ese mismo capítulo –es la que leemos hoy- y continúa con la aparición de Jesús al grupo de los apóstoles reunidos; en el ciclo C la lectura se toma del Evangelio de Juan y relata la aparición de Jesús a un grupo de siete apóstoles a orillas del mar de Tiberíades en un día indeterminado, pero bastante posterior al día de la resurrección. En el IV Domingo de Pascua ya no se leen apariciones de Jesús resucitado, sino partes del capítulo del Buen Pastor del Evangelio de Juan.
Según San Lucas, “después de su pasión, Jesús se presentó a los apóstoles dándoles muchas pruebas de que vivía, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles acerca de lo referente al Reino de Dios” (Hech 1,3). Pero este mismo evangelista no narra sino las apariciones de Jesús resucitado el primero y el último día de este período, es decir, el mismo día de su resurrección y el día de su Ascensión al cielo. No nos informa con qué frecuencia se apareció en los cuarenta días intermedios ni tampoco si era convocado por los apóstoles cuando ellos se reunían o si se les aparecía de manera imprevisible. Sabemos que el tema de esas reuniones era el Reino de Dios. Por el Evangelio de Mateo sabemos que Jesús resucitado dio cita a sus apóstoles en un monte de Galilea y que allí se apareció a ellos (cf. Mt 28,7.16). Esta aparición tuvo que ser algunos días después de su resurrección para dar tiempo a los apóstoles de viajar desde Jerusalén a Galilea. Por el Evangelio de Juan sabemos que se apareció a los apóstoles por segunda vez en Jerusalén el domingo siguiente a su resurrección y por tercera vez, a orillas del mar de Tiberíades, es decir, transcurridos algunos días (Tiberíades dista de Jerusalén 152 km).
En el Evangelio de hoy Lucas nos relata la aparición de Jesús a los Once el mismo día de la resurrección. Los discípulos de Emaús, después que reconocieron a Jesús, tomaron la decisión de regresar inmediatamente a Jerusalén a referir a los apóstoles lo ocurrido. Los encontraron reunidos, porque entretanto Jesús también se había aparecido a Pedro y estaban comentando este hecho. “Ellos contaron lo que había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido en la fracción del pan. Estaban hablando de estas cosas, cuando él se presentó en medio de ellos y les dijo: ‘La paz con vosotros’”. La aparición de Jesús resucitado es siempre nueva. Por eso, aunque los discípulos de Emaús y Pedro ya lo habían visto vivo, y todos ya sabían que había resucitado, de todas manera, “sobresaltados y asustados, creían ver un espíritu”.
Jesús les dice: “Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo”. Este gesto no tendría sentido y no serviría como identificación si no se subentendiera la crucifixión de Jesús. En sus manos y sus pies se veían las señales de los clavos. El gesto quiere demostrar que el que está ahora vivo delante de ellos es el mismo que estuvo crucificado. Y para demostrar que no es un espíritu Jesús les da otras dos pruebas. La primera consiste en hacerlos verificar su condición material: “Palpadme y ved que un espíritu no tiene carne y huesos como véis que yo tengo”. El hombre es un compuesto de alma espiritual y cuerpo material, y así lo será también después de su resurrección final. La segunda prueba consiste en comer delante de ellos. Jesús les pregunta: “¿Tenéis algo de comer?”. Y habiéndole presentado parte de un pez asado, “lo tomó y comió delante de ellos”. En la resurrección no será necesario comer y tampoco tenía necesidad de comer Jesús resucitado; pero puede hacerlo y lo hizo para demostrar que no es un espíritu. También en su última aparición Jesús come con sus apóstoles: “Mientras estaba comiendo con ellos, les mandó que no se alejasen de Jerusalén” (Hech 1,4). Y este será el argumento más fuerte en el testimonio de los apóstoles: “Hemos comido y bebido con él después que resucitó de entre los muertos” (Hech 10,41).
Según Lucas, en sus apariciones, Jesús “les habló de lo referente al Reino de Dios”. Este fue el tema de su conversación. En esta primera aparición les dijo: “Estas son aquellas palabras mias que os hablé cuando todavía estaba con vosotros: ‘Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos acerca de mí’”. Es claro que el tema de su conversación fue él mismo. Ningún otro tema habría interesado. Alguien podría lamentar que no poseamos esas palabras que les habló. Pero, en realidad, las poseemos: son aquellas palabras suyas que nos habló cuando todavía estaba en la tierra y enseñaba en las sinagogas y pueblos de la Palestina; son las mismas palabras del Evangelio; pero ahora son nuevas, porque son entendidas a la luz de su resurrección. Esta es la predicación de los apóstoles que tenemos en el Evangelio.
Esta era la predicación de San Pablo, como lo dice el mismo Lucas en la conclusión de los Hechos de los Apóstoles: “Pablo les iba exponiendo el Reino de Dios, dando testimonio e intentando persuadirlos (a los judíos de Roma) acerca de Jesús, basándose en la Ley de Moisés y en los Profetas... predicaba el Reino de Dios y enseñaba lo referente al Señor Jesucristo con toda valentía, sin estorbo alguno” (Hech 28,23.31). El Reino de Dios no es otra cosa que lo referente a Jesucristo. De esto habló Jesús a sus apóstoles. Esto es el Evangelio. Las palabras del Evangelio, leídas en la fe de Jesucristo resucitado, son palabras de vida eterna.
Felipe Bacarreza Rodriguez
Obispo de Santa María de los Ángeles (Chile)