Meditaciones de Adviento
“Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre” (Flp. 2, 7)
Baja a la tierra el Verbo eterno para salvar al hombre; y ¿de dónde desciende? Del seno de su Divino Padre, en el que desde la eternidad fue engendrado entre los resplandores de los Santos. Y ¿A dónde desciende? Al seno de una Virgen, hija de Adán, que respecto al seno de Dios no es sino un lugar de horror, de donde canta la Iglesia; Non horruisli virginis uterum. Sí, porque el Verbo, estando en el seno del Padre, es Dios como el Padre, inmenso, omnipotente, felicísimo y supremo Señor, en todo igual al Padre. Mas en el seno de María criatura, pequeñito, débil, afligido, siervo y menor que el Padre.
Cuéntase por prodigio grande de humildad que un san Alejo, hijo de un señor romano, quiso vivir de criado en la casa de su padre; pero ¿qué tiene que hacer la humildad de un tal Santo con la de Jesucristo? Entre hijo criado del padre de aquel, había alguna diferencia de condición; mas entre Dios y siervo de Dios, hay una diferencia infinita.
Por otra parte este Hijo de Dios, habiéndose hecho siervo de sus criaturas, esto es, de María y José; pues, como nos dice San Lucas, “estaba sujeto a ellos” (Lc. 2, 51). Además se hizo siervo de Pilatos, que lo condenó a muerte, la cual aceptó obediente; se hizo finalmente siervo de los verdugos que quisieron azotarle, coronarle de espinas y crucificarle, obedeciendo Jesús humildemente a todos, sometiéndose a sus manos.
¡Oh Dios! Y ¿nosotros rehusaremos después sujetarnos al servicio de este amable Salvador, que por redimirnos se ha sujetado a tantas servidumbres, tan penosas e indecorosas? Y por no ser siervos de este tan grande y tan amante Señor, ¿querremos hacernos esclavos del demonio que no los ama, sí que los odia y los trata cual tirano, haciéndoles infelices y miserables en esta vida y en la otra? Pero, si hemos cometido esta gran locura... ¿Por qué no salimos presto de esta infeliz esclavitud? Ea, pues, ya que hemos salido por la gracia de Jesucristo de la servidumbre del infierno, abracemos prontamente y estrechemos con amor aquellas dulces cadenas que nos hacen siervos y amantes de Jesucristo; las cuales nos obtendrán después la corona del reino eterno entre los bienaventurados del paraíso.
(San Alfonso María de Ligorio)
No hay comentarios:
Publicar un comentario