lunes, 5 de diciembre de 2016

EL EVANGELIO DE HOY LUNES 5 DE DICIEMBRE DEL 2016


«Levántate y anda».
Lucas 5, 17-26. Lunes II de Adviento. Ciclo A. Jesus cura a un paralítico


Por: H. Hiram Galán LC | Fuente: www.missionkits.org 



En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, ayúdame a vivir el momento presente en plenitud; que las preocupaciones del futuro no perturben mi paz, y que sepa abandonar los errores del pasado en tu infinita misericordia, pues no puedo cambiarlos en nada.Quiero confiar más en Ti, Señor.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)


Del santo Evangelio según san Lucas 5, 17-26
Un día Jesús estaba enseñando y estaban también sentados ahí algunos fariseos y doctores de la ley, venidos de todas las aldeas de Galilea, de Judea y de Jerusalén. El poder del Señor estaba con Él para que hiciera curaciones.
Llegaron unos hombres que traían en una camilla a un paralítico y trataban de entrar, para colocarlo delante de Él; pero como no encontraban por dónde meterlo a causa de la muchedumbre, subieron al techo y por entre las tejas lo descolgaron en la camilla y se lo pusieron delante a Jesús. Cuando Él vio la fe de aquellos hombres, dijo al paralítico: «Amigo mío, se te perdonan tus pecados».
Entonces los escribas y fariseos comenzaron a pensar: «¿Quién es este individuo que así blasfema? ¿Quién, sino sólo Dios, puede perdonar los pecados?» Jesús, conociendo sus pensamientos, les replicó: «¿Qué están pensando? ¿Qué es más fácil decir: “Se te perdonan tus pecados” o “Levántate y anda”? Pues para que vean que el Hijo del hombre tiene poder en la tierra para perdonar los pecados —dijo entonces al paralítico—: Yo te lo mando: levántate, toma tu camilla y vete a tu casa».
El paralítico se levantó inmediatamente, en presencia de todos, tomó la camilla donde había estado tendido y se fue a su casa glorificando a Dios. Todos quedaron atónitos y daban gloria a Dios, y llenos de temor, decían: «Hoy hemos visto maravillas».
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Cuán grande era la fe de los que acompañaban al paralítico. Jesús, aquellos hombres en verdad estaban convencidos que Tú lo sanarías, pues no dudaron en acercarlo a Ti, aun cuando eso implicara meterlo por el techo ¿No habrán sentido vergüenza, respeto humano o temor?  ¿No se habrán preguntado qué dirían los demás?
Creo que amaban mucho al paralítico como para detenerse por vergüenza.
Maldito respeto humano que tantas veces me impide hacer el bien, que aunque veo la necesidad de los demás y les quiero ayudar, el miedo al qué dirán me lo impide. Veo, Señor, que no amo de verdad, pues cuando se ama en verdad no importan las fronteras de espacio ni tiempo.
Ayúdame, Señor, a amar de verdad. Cambia mi corazón de piedra en un corazón de carne.
Jesús, en algún momento en mi vida, yo fui ese paralítico, al cual le dijiste «Levántate y anda» y lo sacaste de sus miserias. Debo devolver el favor.Ahora veo con claridad que me pides ser el camillero que lleva a otros al encuentro contigo, para que se sanen, para que los levantes de sus miserias. Pero no me siento capaz, me da pena, temo al qué dirán….
Ayúdame, Jesús, a no pensar tanto en mí, a no hacer cálculos egoístas, incluso al momento de querer ayudar. Que mi entrega sea generosa y desinteresada, así como fue la de los que me llevaron a Ti cuando yo era el paralítico.
«La gente más simple, los pecadores, los enfermos, los endemoniados…, son exaltados inmediatamente por el Señor, que los hace pasar de la exclusión a la inclusión plena, de la distancia a la fiesta. Y esto no se entiende si no es en clave de esperanza, en clave apostólica, en clave del que es misericordiado para misericordiar.»
 (Homilía de S.S. Francisco, 2 de junio de 2016).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Trataré de pensar en una de esas personas que siempre he sentido el deseo de ayudar pero nunca lo he hecho. Por amor a Ti, la ayudaré aunque eso implique invertir tiempo, dinero o esfuerzos.
Viviré la misericordia de obra y no sólo de palabra.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

EL PAN DE CADA DÍA


El pan de cada día


La Biblia contiene la palabra sagrada escrita por autores elegidos e inspirados por Dios. Sabía él muy bien en medio de qué tinieblas se encontrarían sus hijos en los años venideros, y por amor a cada uno de nosotros asistió con dones especiales a los escritores del libro santo para que escribieran todo y solo lo que él les inspiraba. Son cartas de amor de Dios a nosotros.

Cuentan que el emperador romano había prohibido con la amenaza de severos castigos a los cristianos que tuvieran una Biblia en su casa. Pero muchos cristianos la guardaban a pesar de todo y la leían a escondidas. Un día entró al pueblo un contingente de policías para revisar casa por casa. Una mujer que los veía llegar tuvo una idea ingeniosa. Ya que estaba justo preparando la masa para hornear el pan para la semana tomó la Biblia la envolvió en la masa y la introdujo en el horno. Cuando entraron los policías a la casa no encontraron Biblia alguna en la casa. Vieron nada más que pan horneándose. Al día siguiente la madre sacó el pan del horno para servirlo a la familia. En medio del pan la Biblia estaba perfectamente conservada.

Vigorízate cada día con el pan de la Palabra. Te sugiero que pongas en un lugar visible el libro sagrado. Elige un rinconcito de Dios en tu casa. En una mesita con algunas imágenes o estatuas de Jesús, María y tus santos patronos, que esté también la Biblia adornada con flores, velas, o ikebanas… Y que de día en día crezcas en amor y vivencia de la Palabra de Dios.


* Enviado por el P. Natalio 

EL REGALO


El regalo



“Hace algunos años, cuando visitaba una provincia de jesuitas en América Latina, fui invitado a celebrar la Misa en un suburbio, en una favela, en uno de los lugares más pobres de la zona. Unas cien mil personas vivían allí en medio del barro, porque este suburbio estaba construido en una depresión que se inundaba cada vez que llovía…

La Misa tuvo lugar bajo una especie de techumbre en mal estado, sin puerta, con perros y gatos que entraban libremente. El resultado me pareció, con todo, maravilloso. El canto repetía: “Amar es darse… ¡Qué bello es vivir para amar y qué grande tener para dar!”

A medida que el canto avanzaba, sentí que se me hacía un gran nudo en la garganta. Tenía que hacer un verdadero esfuerzo para continuar la Misa. Aquellas gentes, que parecían no tener nada, estaban dispuestas a darse a sí mismas para comunicar a los demás la alegría, la felicidad.

Cuando en la consagración elevé la hostia, percibí, en medio del tremendo silencio, la alegría del Señor que se encuentra entre los que ama. Como dice Jesús: “Me ha enviado a predicar la Buena Noticia a los pobres”, y “felices los pobres”…

Al dar la comunión, me fijé en que en aquellos rostros secos, duros, quemados por el sol, había lágrimas que rodaban como perlas. Acababan de encontrarse con Jesús, que era su único consuelo. Mis manos temblaban.

Mi homilía fue corta. Fue sobre todo un diálogo. Me contaron cosas que no suelen escucharse en los discursos importantes, cosas sencillas, pero profundas y sublimes…

Al terminar la eucaristía un tipo corpulento, con aspecto de delincuente y que casi daba miedo, me dijo: “Venga a mi casa. Tengo un regalo para usted”. Yo, indeciso, dudaba si debería aceptarlo, pero el jesuita que me acompañaba me dijo: “Acepte, padre, son muy buena gente”.

Así que fui con él a su casa, que era una barraca medio destruida, y me invitó a sentarme en una silla desvencijada. Desde mi sitio yo podía contemplar la puesta de sol. El grandullón me dijo: “Mire, Señor, ¡qué hermosura!”. Nos quedamos en silencio durante algunos minutos. El sol desapareció. El hombre exclamó: “No sabía cómo agradecerle todo lo que hacen por nosotros. No tengo nada que darle. Pero pensé que le gustaría ver esta puesta de sol. ¿A qué le ha gustado?”. Y me dio la mano.”


P. Pedro Arrupe

NAVIDAD, SÍMBOLO Y SIGNIFICADO


Navidad, símbolo y significado
Cada uno de estos elementos esconde tras de sí un significado profundo cuyo conocimiento nos ayudará a vivir una buena Navidad.


Por: Rodrigo Martínez Murillo | Fuente: Virtudes y valores 




La Navidad es el período más feliz del año. La gente sonríe con más facilidad. Da gusto ir caminando por las calles y ver tiendas llenas de regalos, anuncios felicitándonos por la Navidad y el año Nuevo, adornos, luces, estrellas, árboles de Navidad, Santa Claus, nacimientos o belenes… Todos encuentran motivo para sentirse más hermanos, para reunirse en familia y dejar los problemas para después. Cada uno de los símbolos que tanto ambiente crean y tanto regocijo nos dan tiene un significado muy profundo. Muchos lo desconocen y se quedan sólo en el adorno, sin llegar a la rico significado que hay detrás de él.

Por ejemplo, la historia del popular árbol de Navidad. Los antiguos pueblos nórdicos europeos tenían la costumbre de adornar ciertos árboles de hojas perennes durante los últimos días de diciembre, durante el invierno, cuando toda la naturaleza parece muerta y fría. Su verde perenne era símbolo de la inmortalidad. Al convertirse al Cristianismo, los primeros cristianos, que eran muchas veces provenientes de la cultura pagana, conservaron la tradición, pero cambiaron totalmente el significado, refiriéndolo a Cristo como “Nuevo árbol de Jesé (Is. 11, 1-3).

San Bonifacio (680-754; obispo y mártir), patrón y evangelizador de Alemania, llegó a la ciudad de Geismar la víspera de la Navidad y cortó de raíz una encina considerada sagrada. En su lugar, al día siguiente, día de Navidad, plantó un pinito verde, y lo señaló como símbolo del nacimiento del Hijo de Dios. A partir de entonces un árbol verde adornado con objetos brillantes alumbra las casas, símbolo de la vida eterna que Cristo nos trajo al mundo, la perpetua primavera de la gracia. Del norte de Europa la tradición se extendió a los Estados Unidos y de ahí, al mundo entero.

El famoso Santa Claus es en su origen san Nicolás de Mira. Vivió en el siglo IV en Mira (la actual Turquía). Existen numerosas leyendas sobre su persona y la fama de su nobleza y generosidad. Por ejemplo, cuando era joven, arrojó por la chimenea una cuantiosa suma de dinero a un padre que no podía casar a sus hijas porque no tenía dinero para la dote. Su cuerpo fue trasladado a Bari, (sur de Italia) en 1087. Su fama de extendió por toda Europa, hasta llegar a Rusia de donde es copatrono junto con san Andrés. Los holandeses levantaron muchos altares en su honor y se cree que fueron colonizadores neerlandeses los que llevaron la devoción del santo a los Estados Unidos donde se difundió la fama de Santa Claus (este nombre es la deformación del original San Nikolaus).

La gran generosidad de la que hizo gala toda su vida le valió ser el simpático personaje que regala juguetes a los niños. Al inicio se le representaba con traje de obispo, como era en la realidad. La imaginación popular y la mercadotecnia han añadido el rubicundo anciano de barba larga y blanca, con un costal lleno de regalos a la espalda, la tronante y alegre risa, y el trineo volátil tirado por renos.
Es más evidente y en sí inmediato el significado religioso de los Nacimientos (en América Latina) o Belenes (en España). San Francisco de Asís fue el que instituyó esta costumbre. En la víspera de Navidad del 1223, movido por el deseo de revivir el nacimiento del Señor en el establo, montó el primer Nacimiento del que se tenga noticia en una cueva del bosque de Greccio (aldea italiana en la región toscana) con personas y animales reales.



La misma fecha de Navidad, el 25 de diciembre, tiene un origen peculiar. En la Roma pagana, anterior al Cristianismo, se celebraba la fiesta del nacimiento del sol invicto: natalis solis invicti en latín. Esta fecha era celebrada también por los celtas, germanos y otros pueblos antiguos. La fiesta tenía un significado religioso y psicológico. El 25 de diciembre coincide con el solsticio de invierno, el momento en el que el sol alumbra menos, pero empieza a su vez la prolongación de su imperio.

El astro de la luz había descendido en ese momento a su punto más débil, lo cual infundía al hombre primitivo terror de que las tinieblas pudieran apagarlo. Sin embargo, a partir del solsticio, el sol volvía a crecer en luz y calor, invicto e invencible. Celebrar ese resurgimiento tenía el significado de contraponer la luz a las sombras, la vida a la muerte. Los primeros cristianos vivían en la cultura romana, y conocían esos ritos.

El Cristianismo, que respeta lo que de positivo hay en las culturas, tomó el aspecto positivo de la fiesta. Jesús mismo se definió la “Luz del mundo”. Además, la misma posición del sol ayudó a cristianizar la celebración. Los paganos veían el oriente como el origen de la luz y de la vida, lux ex oriente, decían los latinos.

El Cristianismo, nacido en oriente respecto al antiguo mundo clásico aprovechó estos elementos de cultura y religiosidad para anunciar más fácilmente el mensaje cristiano. A partir de ahora el “sol” que nace será Cristo, y con Él la luz que ilumina nuestras almas en el camino a la salvación. Este mismo significado de la luz lo tienen las innumerables velas y luces que bellamente adornan el entorno navideño.

El mismo nombre de la celebración, Navidad, es la deformación castellana del latín nativitas, que propiamente significa nacimiento, nacimiento del Salvador. Hemos visto cómo muchas de las tradiciones han venido de ambiente pagano y se han cristianizado, pero el proceso que se verifica ahora es justo el contrario: tradiciones cristianas que se paganizan. El sentido de la Navidad ha desaparecido frente a las grandes ofertas navideñas. La gente prepara con semanas de antelación sus vacaciones navideñas, pero pocos saben lo que se celebra.

No es malo disfrutar de un buen descanso durante este período, que se goce de una buena cena, de unos buenos regalos y de la compañía de los seres queridos. Como cristianos, no somos ni materialistas ni maniqueos. Cristo vino a redimir al hombre entero, en su cuerpo y en su alma. Todos estos bienes materiales y sensibles son buenos y legítimos. Pero lo que no podemos aceptar es que el sentido de la Navidad se reduzca a ello. Hay tanta felicidad en el período navideño porque hay Uno que vino a salvarnos y esta es la fuente de la alegría y la celebración.

Dios quiera que esta Navidad sea diferente a las demás. Cuando veamos el árbol navideño, las luces, el Santa Claus, los belenes o nacimientos, que no nos quedemos en qué bonita decoración o qué bien se ve, sino que penetremos en el rico significado que quieren darnos: Jesucristo nace para darnos la luz y la vida inmortales.

Un período navideño vivido así, nos traerá más prosperidad y sosiego que los simples regalos y vacaciones. A la celebración material añadamos la celebración espiritual y tendremos un período plenamente feliz. Que al centro de las celebraciones, esté el celebrado y que no nos olvidemos del festejado en su fiesta. Si toda la fiesta la centramos en su significado espiritual, tendremos las navidades más felices y fecundas de nuestra vida.

LA FE NOS SALVA


La fe nos salva
La fe es un don y una tarea, nos da vida y nos mantiene con vida aquí y en la eternidad.


Por: P. Eusebio Gómez Navarro | Fuente: es.catholic.net 




Somos lo que pensamos y lo que creemos. Según pensamos en positivo o negativo, vivimos en el cielo o en el infierno. Todo es posible para el que cree, pues si Dios está con nosotros, ¿quién podrá contra nosotros? Dios camina con nosotros y no tenemos que temer, sino apoyarnos en Él y saber que de derrota en derrota se ha logrado llegar a la victoria final (Churchill). Estamos en las manos de Dios.

 La fe es don y tarea, es misterio, exige compromiso. El cristiano tiene una gran tarea y una gran ocasión en la sociedad de la incredulidad funcional y de la incredulidad de los hombres ávidos de sentido: se trata de ser testigos de la profundidad en medio de la profanidad (J. M. Mardones).

La fe nos da la seguridad de que Dios camina con nosotros, de que para Él y con Él todo es posible, de que con su presencia tenemos todo: sol, luz, paz, bien, vida. Si falta Él, no tenemos nada. Lord Byron tiene estas significativas palabras: Cuando nos acercamos a casa, es dulce oír cómo ladra el perrito al sentir nuestra presencia, como si quisiera darnos la bienvenida. También nosotros marcharemos un día a la casa del Padre, y es consolador pensar que Cristo nos espera en ella con una dulce sonrisa. Sin fe, estamos perdidos.

La fe nos salva, nos mantiene vivos, nos da la vida aquí, y la eterna.

LOS CINCO MINUTOS DE DIOS, 5 DE DICIEMBRE


LOS CINCO MINUTOS DE DIOS
Diciembre 5



No hace mucho oí decir que una persona se tenía como un florero que adornaba algo en la vida, pero que un día ese florero se rompió o, mejor, que ella se sintió desde entonces como un florero roto.
Y yo pensé: "¡Qué triste debe ser considerarse a sí mismo algo así como un florero roto que ya no sirve para nada!"
De todos modos, creo que los que rompemos nuestros floreros somos nosotros mismos; cuando pones esa cara tristona frente a los sucesos de la vida, te estás rompiendo; cuando no tienes sino palabras de desaliento y de crítica, te estás rompiendo; cuando no se cae de tus labios esa fea palabra "¡No!", te estás rompiendo; cuando piensas que ya no sirves para nada ni para nadie, te estás resquebrajando; cuando pierdes los entusiasmos para la acción o te dejas arrastrar por el desaliento, ya estás roto.
¡Y qué triste, te repito, debe ser sentirse roto y presentarse ante los demás resquebrajado!
¡Qué triste no servir ya para sostener la rosa que alegra, sino mostrar solamente la rajadura mortal!
“Echen afuera, a las tinieblas, a este servidor inútil; allí habrá llanto y rechinar de dientes” (Mt 25,30). Nada más triste que una vida inútil; nada que deje en el fondo del alma una sensación de tanto desagrado como sentirse inútil; pero tú puedes ser muy útil para Dios y para tus prójimos; son muchos los que algo esperan de ti; es mucho lo que Dios espera de ti.


* P. Alfonso Milagro

FELIZ SEMANA!!!


domingo, 4 de diciembre de 2016

UNA VOZ EN EL DESIERTO


Una voz en el desierto 



En el Evangelio del segundo domingo de Adviento no nos habla directamente Jesús, sino su precursor, Juan el Bautista. El corazón de la predicación del Bautista se contiene en esa frase de Isaías que repite a sus contemporáneos con gran fuerza: «Voz del que grita en el desierto: preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas». Isaías, a decir verdad, expresaba: «Una voz clama: en el desierto abrid camino al Señor» (Is 40, 3). No es por lo tanto una voz en el desierto, sino un camino en el desierto. Los evangelistas, aplicando el texto al Bautista que predicaba en el desierto de Judea, han modificado la puntuación, pero sin cambiar el sentido del mensaje.

Jerusalén era una ciudad rodeada por el desierto: a Oriente los caminos de acceso, en cuanto se trazaban, fácilmente desaparecían por la arena que mueve el viento, mientras que a Occidente se perdían entre las asperezas del terreno hacia el mar. Cuando una comitiva o un personaje importante debía llegar a la ciudad, era necesario salir y caminar por el desierto para abrir una vía menos provisional; se cortaban las zarzas, se colmaban las hondonadas, se allanaban los obstáculos, se reparaba un puente o un paso. Así se hacía, por ejemplo, con ocasión de la Pascua para acoger a los peregrinos que llegaban de la Diáspora. En este dato de hecho se inspira Juan el Bautista. Está a punto de llegar, clama, uno que está por encima de todos, «el que debe venir», el que esperan las gentes: es necesario trazar una senda en el desierto para que pueda llegar.

Pero he aquí el salto de la metáfora a la realidad: este sendero no se traza sobre el terreno, sino en el corazón de cada hombre; no se traza en el desierto, sino en la propia vida. Para hacerlo, no es necesario ponerse materialmente al trabajo, sino convertirse: «Enderezad las sendas del Señor»: este mandato presupone una amarga realidad: el hombre es como una ciudad invadida por el desierto; está cerrado en sí mismo, en su egoísmo; es como un castillo con un foso alrededor y los puentes alzados. Peor: el hombre ha complicado sus sendas con el pecado y ahí se ha quedado, seducido, como en un laberinto. Isaías y Juan el Bautista hablan metafóricamente de precipicios, de montes, de pasos tortuosos, de lugares impracticables. Basta con llamar estas cosas por sus verdaderos nombres, que son orgullo, acidia, vejaciones, violencias, codicias, mentiras, hipocresía, impudicias, superficialidades, ebriedades de todo tipo (se puede estar ebrio no sólo de vino o de drogas, sino también de la propia belleza, de la propia inteligencia, o de uno mismo ¡que es la peor ebriedad!). Entonces se percibe inmediatamente que el discurso también es para nosotros; es para cada hombre que en esta situación desea y espera la salvación de Dios.

Enderezar un sendero para el Señor tiene por lo tanto un significado concretísimo: significa emprender la reforma de nuestra vida, convertirse. En sentido moral lo que hay que allanar y los obstáculos que hay que retirar son el orgullo -que lleva a ser despiadado, sin amor hacia los demás-, la injusticia -que engaña al prójimo, tal vez aduciendo pretextos de resarcimiento y de compensación para acallar la conciencia-, por no hablar de rencores, venganzas, traiciones en el amor. Son hondonadas a colmar la pereza, la acidia, la incapacidad de imponerse un mínimo esfuerzo, todo pecado de omisión.

La palabra de Dios jamás nos aplasta bajo una mole de deberes sin darnos al mismo tiempo la seguridad de que Él nos brinda lo que nos manda hacer. Dios, [dice el profeta Baruc], «ha ordenado que sean rebajados todo monte elevado y los collados eternos, y colmados los valles hasta allanar la tierra, para que Israel marche en seguro bajo la gloria de Dios» [Ba 5, 7. Ndr]. Dios allana, Dios colma, Dios traza la senda; es tarea nuestra secundar su acción, recordando que «quien nos ha creado sin nosotros, no nos salva sin nosotros».


 P. Raniero Cantalamessa

PAPA FRANCISCO: PARA ENCONTRARSE CON DIOS HAY QUE LIBRARSE DEL EGOISMO


Papa Francisco: Para encontrarse con Dios hay que liberarse del egoísmo
Por Álvaro de Juana
Foto: Daniel Ibañez / ACI Prensa


VATICANO, 04 Dic. 16 / 06:27 am (ACI).- Como cada domingo, el Papa Francisco presidió el rezo del Ángelus y comentó las lecturas de la liturgia del día. En esta ocasión, reveló lo que hay que hacer para alcanzar el reino de los cielos y encontrarse con Dios.

El Papa recordó que se celebra el segundo domingo de Adviento y explicó que “se trata de un anuncio gozoso: viene el reino de Dios, es más, está cerca, está en medio de nosotros”. “Este es el mensaje central de toda misión cristiana”, añadió.

Francisco se preguntó: “¿qué es esto del reino de los cielos?”. “Pensamos rápidamente en algo que respecta al más allá: la vida eterna. Cierto, el reino de Dios se extenderá sin fin más allá de la vida terrena, pero la hermosa noticia que Jesús nos lleva es que el reino de Dios no debemos esperarlo en el futuro: se ha acercado, de alguna manera está presente y podemos experimentar hasta ahora la potencia espiritual”.


“Dios viene a establecer su señoría en nuestra historia, en nuestra vida de cada día; y allá donde ella viene acogida con fe y humildad germinan el amor, la alegría y la paz”.

El Papa explicó también la condición necesaria para formar parte de este reino: “cambiar en la vida, es decir, convertirse”. “Se trata de dejar los caminos, cómodos pero astutos, de los ídolos de este mundo: el éxito cueste lo que cueste, el poder a cambio de los más débiles, la sed de riquezas, el placer a cualquier precio” y “de abrir el camino al Señor que viene: Él no quita nuestra libertad, si no que nos dona la verdadera felicidad”.

“Con el nacimiento de Jesús en Belén es Dios mismo que toma morada en medio de nosotros para liberarnos del egoísmo, del pecado y de la corrupción”.

Francisco manifestó que la Navidad “es un día de gran alegría también exterior, pero es sobre todo un advenimiento religioso por lo que es necesaria una preparación espiritual”. Por ello invitó a confesar “nuestros pecados en el sacramento de la Penitencia” puesto que “en este sacramento experimentamos en nuestro corazón la cercanía del reino de Dios y su salvación”.

“La salvación de Dios es obra de un amor más grande que nuestro pecado. Solo el amor puede borrar el pecado y liberar del mal y solo el amor de Dios puede orientarnos hacia la vía del bien”. 

CLIMA DE ORACIÓN Y ALEGRÍA


Clima de oración y alegría


La mañana del 5 de abril de 1846, estando los jóvenes en el prado, Don Bosco, después de confesar a una buena parte, los reunió y les anunció que iban a ir a misa al convento de Ntra. Sra. del Campo, casi a dos kilómetros, camino de Lanzo.

Les dijo: “Vamos como peregrinos a honrar a María para que esta piadosa Madre nos obtenga la gracia de encontrar pronto otro lugar para nuestro Oratorio”. La propuesta fue recibida con alegría. Todos se pusieron enseguida en orden. Dado que la excursión tenía carácter de devoción y no de esparcimiento, mantuvieron una actitud más edificante que nunca y así, a lo largo del camino, fueron rezando el rosario, cantando las letanías y otras canciones piadosas.

Al llegar al sendero flanqueado de árboles que lleva de la carretera al convento, con gran maravilla de todos, empezaron a sonar a vuelo las campanas de la iglesia. He dicho con maravilla de todos; porque, aunque habían ido allí otras veces, nunca se había celebrado su llegada al son de los bronces sagrados. La demostración fue tenida por tan extraña y fuera de costumbre que se corrió la voz de que las campanas se habían puesto a tocar por sí mismas. Lo cierto es que el padre Fulgencio, prior del convento, aseguró que ni él ni ninguno de la Comunidad había dado orden de que se tocaran las campanas en tal ocasión y que, por cuanto hizo para saber quién las había tocado, no le fue posible descubrirlo.


* Enviado por el P. Natalio 

HOY 4 DE DICIEMBRE 2016 SE CELEBRA EL II DOMINGO DE ADVIENTO



Hoy 4 de diciembre se celebra el Segundo Domingo de Adviento y “una voz grita en el desierto”




 (ACI).- Este segundo Domingo de Adviento “una voz grita en el desierto”, dice el Evangelio. Es la voz de Juan Bautista que llama a la conversión y por ello se invita a los fieles a preparar el corazón para el Señor Jesús, con el Sacramento de la Reconciliación.

Meditemos en el Evangelio de hoy y encendamos en familia la segunda llama de nuestra Corona con la liturgia que te ofrecemos aquí. 

Evangelio: Mateo 3,1-12

Convertíos, porque está acerca el reino de los cielos


Por aquel tiempo, Juan Bautista se presentó en el desierto de Judea, predicando: "Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos." Éste es el que anunció el profeta Isaías diciendo: "Una voz grita en el desierto: "Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos." Juan llevaba un vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y acudía a él toda la gente de Jerusalén, de Judea y del valle del Jordán; confesaban sus pecados y él los bautizaba en el Jordán.

Al ver que muchos fariseos y saduceos venían a que los bautizara, les dijo: "¡Camada de víboras!, ¿quién os ha enseñado a escapar del castigo inminente? Dad el fruto que pide la conversión. Y no os hagáis ilusiones, pensando: "Abrahán es nuestro padre", pues os digo que Dios es capaz de sacar hijos de Abrahán de estas piedras. Ya toca el hacha la base de los árboles, y el árbol que no da buen fruto será talado y echado al fuego. Yo os bautizo con agua para que os convirtáis; pero el que viene detrás de mí puede más que yo, y no merezco ni llevarle las sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego. Él tiene el bieldo en la mano: aventará su parva, reunirá su trigo en el granero y quemará la paja en una hoguera que no se apaga."

En la segunda semana, la Iglesia motiva a la reconciliación con Dios mediante la Confesión. La cual nos devuelve la amistad con el Señor, que se había perdido por el pecado.

En este contexto, el encendido de la segunda vela morada de la Corona de Adviento es signo del proceso de conversión que se está viviendo.

Para estos días se recomienda buscar los horarios de confesiones del templo más cercano para aprovechar las gracias que Dios derrama en el Sacramento de la Reconciliación.

De esta manera, cuando llegue la Navidad, se podrá estar bien preparado interiormente, unido a Jesús y los hermanos en la Eucaristía.

Para conocer todo lo referente al perdón de los pecados, visite el especial de Penitencia.

LITURGIA FAMILIAR PARA ENCENDER LA II VELA DE LA CORONA DE ADVIENTO


Liturgia familiar para encender la segunda llama de la Corona de Adviento



 (ACI).- Este domingo se enciende la segunda vela de la Corona de Adviento como signo de la preparación interior que cada uno realiza para recibir a Jesús con un corazón reconciliado. Aquí la Liturgia Familiar (oración) para encender la segunda vela y pedir al Señor que venga al hogar.

Se recomienda poner en un lugar especial la corona de Adviento con alguna imagen de la Virgen, crear un ambiente de recogimiento con poca luz, nombrar a un lector especial, así como a un monitor principal, que puede ser el papá o la mamá, y seguir la oración que se presenta  a continuación.

TODOS: En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

MONITOR: Vamos a encender la segunda vela de nuestra corona. El Señor está cada vez más cerca de nosotros y debemos prepararnos dignamente para recibirlo en nuestros corazones. Hagamos un momento de silencio para elevar nuestra oración al Señor.

LECTOR: Lectura tomada del Evangelio según San Lucas:

"En el año quince del imperio de Tiberio César, siendo Poncio Pilato procurador de Judea, y Herodes tetrarca de Galilea; Filipo, su hermano, tetrarca de Iturea y de Traconítida, y Lisanias tetrarca de Abilene; en el pontificado de Anás y Caifás, fue dirigida la palabra de Dios a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto. Y se fue por toda la región del Jordán proclamando un bautismo de conversión para perdón de los pecados, como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías: Voz que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas; todo barranco será rellenado, todo monte y colina será rebajado, lo tortuoso será recto y las asperezas serán caminos llanos. Y todos verán la salvación de Dios".

MONITOR: Debemos preparar el camino del Señor y esto nos exige estar preparados interiormente para la venida de Jesús, para que lo recibamos con un corazón reconciliado, cada vez más convertido y transformado, capaz de amar y entregarse a los demás. Hagamos un compromiso concreto para esta semana que nos ayude a disponernos cada vez mejor para su venida. (Se deja un momento de silencio)

MONITOR: Mientras encendemos la segunda vela de nuestra corona cantemos:

HOY SE ENCIENDE UNA LLAMA (u otro canto apropiado)

(Una persona enciende la segunda vela mientras se entona el canto, de ser posible durante la segunda estrofa)

LUCES EN ADVIENTO


LUCES EN ADVIENTO
Javier Leoz 


1.LA LUZ DE LA PALABRA. Acércate al pensamiento de Dios. La lectura de su Palabra te hará comprender y entender qué es lo que Dios quiere de ti y para ti. O, tal vez, lo sentirás más cerca, más vivo, más comprometido con tu existencia.

2.LA LUZ DE LA VERDAD. El Señor aparecerá desnudo en Belén. Esa es una gran realidad: DIOS se despoja de su grandeza para llegarse hasta nosotros con un objetivo: que sea la VERDAD frente a tantos dioses que invaden nuestra conciencia y nos convierten en esclavos del relativismo. 

3.LA LUZ DEL AMOR. Las personas, además de medios económicos, necesitamos del cariño de aquellos que nos rodean. Sólo los corazones obstinados y duros son incapaces de reconocer la enfermedad que nos atenaza: somos calculadores y fríos. Jesús, con su nacimiento, remueve el cemento de nuestras entrañas para convertirlo en algodón que acoge y disfruta dándose a los demás.

4.LA LUZ DE LA ESPERANZA. Las noticias negras nos sacuden y condicionan nuestra felicidad. Los sucesos negativos nos llevan a una conclusión: el mundo va a la deriva. La esperanza cristiana no nace de los grandes regidores del mundo sino, por el contrario, de Jesús Salvador que nos trae otra óptica sobre nuestra humanidad.

5.LA LUZ DE LA FE. Si dejamos de mirar al cielo sólo nos quedará el suelo y, ese suelo, se agrieta frecuentemente. La fe es una lente por la que, aun sin ver, creemos que DIOS vive y se manifiesta de una forma extraordinaria y vertiginosa en Cristo. Lo podremos tocar, adorar y cantar. La fe nos hace tremendamente invencibles.

6.LA LUZ DE LA IGLESIA. Algunos quisieran una Iglesia recluida y sin luz interna. Es más; algunos sólo pretenden unos templos artísticamente bellos por fuera pero sin vida divina por dentro. El Adviento nutre a la Iglesia de aquello que la hace única, imperecedera y soñadora: Jesús es su energía y su razón de ser.

7.LA LUZ DEL OPTIMISMO. Un Niño nos va a nacer y, la casa de nuestro corazón, es traspasada por la alegría. Nadie nos puede robar el sentido más genuino de la Navidad. Tendremos que ser respetuosos con los que se quedan sólo con el celofán navideño pero, nosotros, tendremos que ser como Juan Bautista: anunciar que Alguien está por llegar. Eso produce una sensación de optimismo real y contagioso. 

8.LA LUZ DE LA ORACIÓN. ¿Cómo será ese Niño? ¿Cómo vendrá? ¿Por qué Dios se presenta pequeño y silencioso? La oración es una luz que nos ayuda a prepararnos al acontecimiento de la Navidad. Un cristiano que no reza en adviento es un cristiano que puede ser seducido e inmovilizado por lo secundario o por lo artificial. Quien reza en adviento se convierte en un pesebre donde Dios nacerá con especial vigor.

9.LA LUZ DE LA SOBRIEDAD. Las circunstancias dolorosas de muchas personas reclaman de nosotros no sólo solidaridad sino caridad. El adviento, como Juan proclama, nos invita a despojarnos de aquello que puede estorbar a un Niño que merece la mejor habitación de la casa de nuestra persona. Si nos volcamos con los demás…Dios nacerá en toda su magnitud en nosotros.

10.LA LUZ DE LA EUCARISTÍA. La Iglesia es una gran familia que, cuando se reúne, pide perdón, escucha, reza, canta y hace presente el Memorial de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo. La Eucaristía, en adviento, nos hace mejores centinelas, nos mantiene despiertos, nos llena del Espíritu de María y, sobre todo, nos centra en lo esencial: DIOS VIENE A NUESTRO ENCUENTRO.

ADVIENTO, EL MISTERIO DE DIOS QUE BUSCA AL HOMBRE


Adviento: el misterio de Dios que busca al hombre…
Mensaje del presidente del Consejo Pontificio para los Laicos en este Adviento


Por: Presidente del Consejo Pontificio para los Laicos | Fuente: http://www.laici.va/ 




En la Iglesia vivimos el tiempo litúrgico de Adviento. Es un tiempo extremamente rico de significado para la vida de cada uno de nosotros. El Adviento nos habla sobre todo de Dios que viene al encuentro del hombre, es más, nos habla de Dios que, impulsado por un amor sin límites, busca al hombre apasionadamente, “hasta el final”… Por ello el Adviento es un tiempo de esperanza. En la profecía de Isaías Dios dice: “Consolad, consolad a mi pueblo…” (Is 40,1). Más adelante añade el profeta: “¡Alza fuerte la voz… no temas…! ¡Aquí está vuestro Dios! Mirad, el Señor Dios llega…” (Is 40,9-10).

Toda la historia de la salvación escrita en la Biblia no es otra cosa que una paciente e insistente búsqueda del hombre de parte de Dios. En el Antiguo Testamento, Dios busca al hombre mediante el anuncio de los profetas; en el Nuevo Testamento, cuando llega la plenitud del tiempo, Dios manda a su Hijo unigénito, hecho hombre, muerto y resucitado para nuestra salvación. El profeta sigue diciendo: “Como un pastor que apacienta el rebaño, reúne con su brazo los corderos y los lleva sobre el pecho; cuida él mismo a las ovejas que crían” (Is 40,11). Esta imagen de Dios que, como pastor atento, cuida de sus criaturas nos revela la grandeza de la dignidad y el valor que cada ser humano tiene ante Él. San Juan Pablo II, lleno de estupor dado por la fe, escribía en la Redemptor Hominis: “¡Qué valor debe tener el hombre a los ojos del Creador, si ha «merecido tener tan grande Redentor»! […] En realidad, ese profundo estupor respecto al valor y a la dignidad del hombre se llama Evangelio, es decir, Buena Nueva. Se llama también cristianismo” (N.º 10). Durante el tiempo de Adviento todos estamos llamados a renovar en nosotros tal estupor…

Dios busca al hombre que, en cambio, huye siempre de Él, se esconde ante Él, es más, a menudo lo rechaza, le dice “no” con su pecado, su orgullo e indiferencia. La crisis del mundo actual, antes que ser una crisis financiera, económica y social, es una “crisis de Dios”. Es aquí donde encontramos la clave para encontrar las soluciones más adecuadas y responder así a los grandes y numerosos desafíos que afligen la humanidad. Dios tiene que volver a ser el centro de nuestra vida y de la vida del mundo. Es fundamental que el hombre de hoy vuelva a buscar a Dios. El tiempo de Adviento no sólo nos recuerda que Dios busca al hombre, sino también que Dios desea que el hombre le busque a Él. Es un tiempo providencial para despertar en nuestros corazones el deseo de Dios, la espera de Dios, como lo expresa el salmista: “… mi alma está sedienta de ti, mi carne tiene ansia de ti… “(Sal 63,2). Todos estamos llamados a buscar a Dios en nuestra vida; también nosotros los bautizados, cristianos comprometidos en la vida de la Iglesia y su misión. En una prédica, el papa Francisco habló extensamente de “una santa inquietud del corazón” (cfr. Santa misa al inicio del Capítulo general de la Orden de San Agustín, 28 de agosto de 2013), que se expresa en tres inquietudes complementarias: La primera es la inquietud de la búsqueda espiritual. El Papa nos pide: “Mira en lo profundo de tu corazón, mira en lo íntimo de ti mismo, y pregúntate: ¿tienes un corazón que desea algo grande o un corazón adormecido por las cosas? ¿Tu corazón ha conservado la inquietud de la búsqueda o lo has dejado sofocar por las cosas, que acaban por atrofiarlo?”. Después está la inquietud del encuentro con Dios. El Santo Padre continúa preguntándose: “¿Estoy inquieto por Dios, por anunciarlo, para darlo a conocer? ¿O me dejo fascinar por esa mundanidad espiritual que empuja a hacer todo por amor a uno mismo? […] Por así decirlo ¿me he «acomodado» en mi vida […] o conservo la fuerza de la inquietud por Dios, por su Palabra, que me lleva a «salir fuera», hacia los demás?”. Por último, el papa Bergoglio habla de la inquietud del amor y pone algunas preguntas verdaderamente incisivas: “¿Creemos en el amor a Dios y a los demás? ¿O somos nominalistas en esto? No de modo abstracto, no sólo las palabras, sino el hermano concreto que encontramos, ¡el hermano que tenemos al lado! ¿Nos dejamos inquietar por sus necesidades o nos quedamos encerrados en nosotros mismos…?”.

Que estas preguntas del Santo Padre sean una saludable provocación para todos nosotros en este Adviento. La búsqueda de Dios quiere decir conversión del corazón, para que no se dé por satisfecho con menos, como dice San Agustín: “Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”.

NOS ACERCAMOS A TI, SEÑOR


Nos acercamos a Ti, Señor
Porque Tú antes has venido a nuestro encuentro, porque quieres caminar a nuestro lado.


Por: P. Fernando Pascual | Fuente: Catholic.net 




Son incontables los caminos que nos acercan a Cristo. Muchos están reflejados en el Evangelio, con sus escenas sencillas de encuentros decisivos.

Unos van a Cristo llevados por la curiosidad. Desean saber qué dice y qué hace este personaje venido de un poblado casi desconocido de Galilea.

Otros van a Jesús deslumbrados por su fama, tal vez con el deseo de pedir un milagro. Gritan, suplican, lloran, se ponen a los pies del Maestro. No dejan de insistir hasta que no consigan una curación, un milagro, un cambio profundo en sus vidas.

Otros desean ser saciados, recibir una ayuda material. Como las multitudes después de la multiplicación de los panes. Quieren tener lo suficiente, ser librados de la miseria, quizá incluso alcanzar la independencia política y social de los invasores romanos.

Otros van a Jesús como enemigos. Le tienden mil trampas, le acosan con preguntas, buscan cuál pueda ser su punto débil. Traman incluso escándalos o calumnias para acusarle. Viven envueltos en una ceguera mezquina: se fijan en todo menos en el Misterio de Amor y de Misericordia que Cristo trae con sus palabras y sus obras.

Algunos son puestos al lado del Señor casi por la fuerza, desde los mil dramas de la vida. Como aquella adúltera sorprendida en su pecado. Como aquel ladrón que fue crucificado al lado de un débil y humilde Rey de los judíos.

No faltan quienes llegan junto a Cristo sin saberlo, por esas “coincidencias” que parecen sin sentido y que cambian corazones y existencias. Como la samaritana, que busca un poco de agua y se cruza con el Nazareno. El vuelco de su vida es como el vuelco de tantos hombres y mujeres que, sin haberlo programado, un día vieron al Maestro.

También los niños se acercan a Jesús. Llevados por sus padres, o con esa inocencia que les hace sentirse felices al estar con Alguien grande y bueno. Se dejan bendecir, escuchan absorbidos sus parábolas, mientras el viento juega con la orla del manto de Cristo y algún niño observa atento cómo una golondrina viene y va entre los olivos.

Hoy también, después de 2000 años, nos acercamos a Ti, Señor. Quizá con el corazón sucio, como un publicano que se golpea el pecho en la parte última del templo. Quizá, no lo permitas, como el fariseo que se considera perfecto y digno de los primeros puestos. Quizá como un hombre débil, necesitado de esperanza, de amor, de consuelo.

Nos acercamos a Ti, porque Tú antes has venido a nuestro encuentro. Porque quieres caminar a nuestro lado, repartirnos tu Cuerpo, hablarnos con sencillez de cosas grandes, revelar el mucho Amor que nos tiene el Padre tuyo que es también el Padre nuestro...

MEDITACIONES DEL EVANGELIO DE HOY DOMINGO 4 DE DICIEMBRE 2016, II DOMINGO DE ADVIENTO


RECORRER CAMINOS NUEVOS



Por los años 27 o 28 apareció en el desierto en torno al Jordán un profeta original e independiente que provocó un fuerte impacto en el pueblo judío: las primeras generaciones cristianas lo vieron siempre como el hombre que preparó el camino a Jesús.

Todo su mensaje se puede concentrar en un grito: «Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos». Después de veinte siglos, el papa Francisco nos está gritando el mismo mensaje a los cristianos: abrid caminos a Dios, volved a Jesús, acoged el Evangelio.

Su propósito es claro: «Busquemos ser una Iglesia que encuentra caminos nuevos». No será fácil. Hemos vivido estos últimos años paralizados por el miedo. El papa no se sorprende: «La novedad nos da siempre un poco de miedo porque nos sentimos más seguros si tenemos todo bajo control, si somos nosotros los que construimos, programamos y planificamos nuestra vida». Y nos hace una pregunta a la que hemos de responder: «¿Estamos decididos a recorrer los caminos nuevos que la novedad de Dios nos presenta o nos atrincheramos en estructuras caducas que han perdido capacidad de respuesta?».

Algunos sectores de la Iglesia piden al papa que acometa cuanto antes diferentes reformas que consideran urgentes. Sin embargo, Francisco ha manifestado su postura de manera clara: «Algunos esperan y me piden reformas en la Iglesia, y debe haberlas. Pero antes es necesario un cambio de actitudes».

Me parece admirable la clarividencia evangélica del papa. Lo primero no es firmar decretos reformistas. Antes es necesario poner a las comunidades cristianas en estado de conversión y recuperar en el interior de la Iglesia las actitudes evangélicas más básicas. Solo en ese clima será posible acometer de manera eficaz y con espíritu evangélico las reformas que necesita urgentemente la Iglesia.

El mismo Francisco nos está indicando todos los días los cambios de actitudes que necesitamos. Señalaré algunos de gran importancia.

Poner a Jesús en el centro de la Iglesia: «Una Iglesia que no lleva a Jesús es una Iglesia muerta».

No vivir en una Iglesia cerrada y autorreferencial: «Una Iglesia que se encierra en el pasado traiciona su propia identidad».

Actuar siempre movidos por la misericordia de Dios hacia todos sus hijos: no cultivar «un cristianismo restauracionista y legalista que lo quiere todo claro y seguro, y no halla nada».

Buscar una Iglesia pobre y de los pobres. Anclar nuestra vida en la esperanza, no «en nuestras reglas, nuestros comportamientos eclesiásticos, nuestros clericalismos».


Evangelio Comentado por:
José Antonio Pagola
Mt 3,1-12

______________________


Hoy, el Evangelio de san Mateo nos presenta a Juan el Bautista invitándonos a la conversión: «Convertíos porque ha llegado el Reino de los Cielos» (Mt 3,2).

A él acudían muchas personas buscando bautizarse y «confesando sus pecados» (Mt 3,6). Pero dentro de tanta gente, Juan pone la mirada en algunos en particular, los fariseos y saduceos, tan necesitados de conversión como obstinados en negar tal necesidad. A ellos se dirigen las palabras del Bautista: «Dad fruto digno de conversión» (Mt 3,8).

Habiendo ya comenzado el tiempo de Adviento, tiempo de gozosa espera, nos encontramos con la exhortación de Juan, que nos hace comprender que esta espera no se identifica con el “quietismo”, ni se arriesga a pensar que ya estamos salvados por ser cristianos. Esta espera es la búsqueda dinámica de la misericordia de Dios, es conversión de corazón, es búsqueda de la presencia del Señor que vino, viene y vendrá.

El tiempo de Adviento, en definitiva, es «conversión que pasa del corazón a las obras y, consiguientemente, a la vida entera del cristiano» (San Juan Pablo II).

Aprovechemos, hermanos, este tiempo oportuno que nos regala el Señor para renovar nuestra opción por Jesucristo, quitando de nuestro corazón y de nuestra vida todo lo que no nos permita recibirlo adecuadamente. La voz del Bautista sigue resonando en el desierto de nuestros días: «Preparad el camino al Señor, enderezad sus sendas» (Mt 3,3).

Así como Juan fue para su tiempo esa “voz que clama en el desierto”, así también los cristianos somos invitados por el Señor a ser voces que clamen a los hombres el anhelo de la vigilante espera: «Preparemos los caminos, ya se acerca el Salvador y salgamos, peregrinos, al encuentro del Señor. Ven, Señor, a libertarnos, ven tu pueblo a redimir; purifica nuestras vidas y no tardes en venir» (Himno de Adviento de la Liturgia de las Horas).


«Dad fruto digno de conversión»
Pbro. Walter Hugo PERELLÓ 
(Rafaela, Argentina)
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...