Queridos hermanos y hermanas:  
La fiesta litúrgica del Bautismo de Jesús, nos recuerda el 
acontecimiento que inauguró la vida pública del Redentor, y comenzó así a
 manifestarse el misterio ante el pueblo.   
 
El relato evangélico pone de relieve la conexión que hay, desde el 
comienzo, entre la predicación de Juan Bautista y la de Jesús. Al 
recibir aquel bautismo de penitencia, Jesús manifiesta la voluntad de 
establecer una continuidad entre su misión y el anuncio que el Precursor
 había hecho de la proximidad de la venida mesiánica. Considera a Juan 
Bautista como el último de la estirpe de los Profetas y "más que un 
profeta" (Mt 11, 9), ya que fue encargado de abrir el camino al Mesías.
 
En este acto del Bautismo aparece la humildad de Jesús: Él, el Hijo 
de Dios, aunque es consciente de que su misión transformará 
profundamente la historia del mundo, no comienza su ministerio con 
propósitos de ruptura con el pasado, sino que se sitúa en el cauce de la
 tradición judaica, representada por el Precursor. Esta humildad queda 
subrayada especialmente en el Evangelio de San Mateo, que refiere las 
palabras de Juan Bautista: "Soy yo quien debe ser por Tí bautizado, ¿y 
vienes Tú a mí?" (3, 14). Jesús responde, dejando entender que en ese 
gesto se refleja su misión de establecer un régimen de justicia, o sea, 
de santidad divina, en el mundo: "Déjame hacer ahora, pues conviene que 
cumplamos toda justicia" (3, 15).   
 
La intención de realizar a través de su humanidad una obra de 
santificación, anima el gesto del bautismo y hace comprender su 
significado profundo. El bautismo que administraba Juan Bautista era un 
bautismo de penitencia con miras a la remisión de los pecados. Era 
conveniente para los que, reconociendo sus culpas, querían convertirse y
 retornar a Dios. Jesús, absolutamente santo e inocente, se halla en una
 situación diversa. No puede hacerse bautizar para la remisión de sus 
pecados. Cuando Jesús recibe un bautismo de penitencia y de conversión, 
es para la remisión de los pecados de la humanidad. Ya en el Bautismo 
comienza a realizarse todo lo que se había anunciado sobre el siervo 
doliente en el oráculo del libro de Isaías: allí el siervo es 
representado como un justo que llevaba el peso de los pecados de la 
humanidad y se ofrecía en sacrificio para obtener a los pecadores el 
perdón divino (53, 4-12).   
 
El Bautismo de Jesús es, pues, un gesto simbólico que significa el 
compromiso en el sacrificio para la purificación de la humanidad. El 
hecho de que en ese momento se haya abierto el Cielo, nos hace 
comprender que comienza a realizarse la reconciliación entre Dios y los 
hombres. El pecado había hecho que el cielo se cerrase; Jesús restablece
 la comunicación entre el Cielo y la tierra. El Espíritu Santo desciende
 sobre Jesús para guiar toda su misión, que consistirá en instaurar la 
alianza entre Dios y los hombres.
 
Como nos relatan los Evangelios, el Bautismo pone de relieve la 
filiación divina de Jesús: el Padre lo proclama su Hijo predilecto, en 
el que se ha complacido. Es clara la invitación a creer en el misterio 
de la Encarnación y, sobre todo, en el misterio de la Encarnación 
redentora, porque está orientada hacia el sacrificio que logrará la 
remisión de los pecados y ofrecerá la reconciliación al mundo. 
Efectivamente, no podemos olvidar que Jesús presentará más tarde este 
sacrificio como un bautismo, cuando pregunte a dos de sus discípulos: 
"¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber o ser bautizados con el 
bautismo con que yo he de ser bautizado?" (Mc 10, 38). Su Bautismo en el
 Jordán es sólo una figura; en la Cruz recibirá el Bautismo que va a 
purificar al mundo.
 
Mediante este Bautismo, que primero tuvo expresión en las aguas del 
Jordán y que luego fue realizado en el Calvario, el Salvador puso el 
fundamento del bautismo cristiano. El bautismo que se practica en la 
Iglesia se deriva del sacrificio de Cristo.   
 
Es el Sacramento con el cual, a quien se hace cristiano y entra en 
la Iglesia, se le aplica el fruto de este sacrificio: la comunicación de
 la vida divina con la liberación del estado de pecado.   
 
El rito del bautismo, rito de purificación con el agua, evoca en 
nosotros el Bautismo de Jesús en el Jordán. En cierto modo reproduce ese
 primer bautismo, el del Hijo de Dios, para conferir la dignidad de la 
filiación divina a los nuevos bautizados. Sin embargo, no se debe 
olvidar que el rito bautismal produce actualmente su efecto en virtud 
del sacrificio ofrecido en la Cruz. A los que reciben el bautismo se les
 aplica la reconciliación obtenida en el Calvario.
 
He aquí, pues, la gran verdad: el bautismo, al hacernos partícipes 
de la Muerte y Resurrección del Salvador, nos llena de una vida nueva. 
En consecuencia, debemos evitar el pecado o, según la expresión del 
Apóstol Pablo, "estar muertos al pecado", y "vivir para Dios en Cristo 
Jesús" (Rom 6, 11).   
 
En toda nuestra existencia cristiana el bautismo es fuente de una 
vida superior, que se otorga a los que, en calidad de hijos del Padre en
 Cristo, deben llevar en sí mismos la semejanza divina.
Audiencia General  miércoles 11 de enero de 1984