Del santo Evangelio según san Juan 10, 27-30
En aquel tiempo dijo Jesús: Mis ovejas escuchan mi voz; yo las
conozco y ellas mi siguen. Yo les doy vida eterna y no perecerán jamás, y
nadie las arrebatará de mi mano. El Padre, que me las ha dado, es más
grande que todos, y nadie puede arrebatar nada de la mano del Padre. Yo y
el Padre somos uno.
Oración introductoria
Señor, esta meditación es una oportunidad para continuar celebrando
tu Pascua de Resurrección. Saber que me amas, que me pides mi ayuda en
la nueva evangelización y que esperas tanto de mí me anima a ofrecerte
mi fe y devoción. Te agradezco y te bendigo por todo tu amor.
Petición
Señor, mi buen pastor, concédeme tener siempre mi conciencia clara: ¡Soy conocido y amado infinitamente!
Meditación del Papa Benedicto XVI
Volvamos al Evangelio, y a la palabra del pastor. "El buen pastor da
su vida por la ovejas". Jesús insiste en esta característica esencial
del verdadero pastor que es él mismo: "dar la propia vida". Lo repite
tres veces, y al final concluye diciendo: "Por esto me ama el Padre,
porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita,
sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para entregarla y tengo
poder para recuperarla: este mandato he recibido de mi Padre". Este es
claramente el rasgo cualificador del pastor tal como Jesús lo interpreta
en primera persona, según la voluntad del Padre que lo envió. La figura
bíblica del rey-pastor, que comprende principalmente la tarea de regir
el pueblo de Dios, de mantenerlo unido y guiarlo, toda esta función real
se realiza plenamente en Jesucristo en la dimensión sacrificial, en el
ofrecimiento de la vida. En una palabra, se realiza en el misterio de la
cruz, esto es, en el acto supremo de humildad y de amor oblativo. Dice
el abad Teodoro Studita: “Por medio de la cruz nosotros, ovejas de
Cristo, hemos sido reunidos en un único redil y destinados a las eternas
moradas."
(Benedicto XVI, 29 de abril de 2012).
Reflexión
Seguramente todos habremos visto, en más de una ocasión, un rebaño
de ovejas pastando. Una enorme masa de algodón sobre una alfombra verde,
natural, y un pastor que las apacienta. Es una escena muy hermosa y
pintoresca, y no deja de suscitarnos un sentimiento de simpatía, sobre
todo cuando vemos a las ovejillas casi recién nacidas brincando entre
las demás ovejas del rebaño.
Es una imagen lírica y bucólica que ha inspirado a muchos poetas,
músicos y artistas como tema de sus composiciones. Baste recordar, por
ejemplo, las famosas Églogas del gran poeta latino Virgilio, la novela
pastoril “La Galatea”, de Cervantes; o tantas otras obras literarias que
describen bellamente la vida del campo: Boscán, Garcilaso de la Vega,
Góngora, Tirso de Molina, Lope de Vega. En la música, tenemos la
magistral Sexta Sinfonía de Beethoven, también llamada “Pastoral”. Y en
el campo de la pintura, tantísimos cuadros de todas las épocas: Fra
Angélico, Giotto, Botticelli, Monet, Degas y miles más.
Pero mucho antes que todos estos personajes del arte y de las
letras, alguien más habló de pastores y de ovejas, y de una manera
muchísimo más profunda y sublime: nuestro Señor Jesucristo. Y también
los profetas. En su lenguaje teológico-espiritual, el Pastor es Dios, y
las ovejas, el pueblo elegido. Y en la predicación del Señor, el Pastor
es Él mismo y las ovejas, nosotros, su Iglesia.
El profeta Ezequiel, por ejemplo, tiene todo un capítulo de su libro
en donde habla de los malos pastores que se apacientan a sí mismos –o
sea, los falsos guías del pueblo, que vinieron antes de nuestro Señor-;
y, en contraposición, nos presenta al pastor fiel, que es el mismo Dios.
De éste se expresa con tonos muy delicados: "Yo mismo –dice el Señor-
iré a buscar a mis ovejas y las reuniré. Como recuenta el pastor a sus
ovejas el día en que la tormenta dispersa a la grey, así recontaré yo a
mis ovejas, y las pondré a salvo en todos los lugares en que fueron
dispersadas el día del vendaval... Yo mismo apacentaré a mis ovejas y yo
mismo las llevaré a la majada –dice el Señor Yahvé-. Buscaré a la oveja
perdida, traeré a la extraviada, vendaré a la herida, curaré a la
enferma y guardaré a las fuertes y robustas" (Ez 34, 11-12. 15-16). Y
continúa así todo el capítulo. Imagen perfecta de este pastor es nuestro
Señor Jesucristo.
El evangelio de Juan nos presenta, por su parte, el hermoso discurso
de Jesús en donde Él mismo se define como el buen Pastor, el verdadero.
Éste apacienta a sus ovejas con amor, fidelidad, justicia y
misericordia. A éste lo conocen las ovejas, oyen su voz y las ovejas lo
siguen; no hacen caso a los extraños porque no conocen su voz (Jn 10,
1-6).
Y "conocer", en lenguaje bíblico, es mucho más profundo que en
nuestra lengua vernácula. Es el conocimiento del amor, de la intimidad,
de la familiaridad, de la entrega total por el amado. Así lo expresa a
continuación Jesús: "Yo he venido para que tengan vida, y la tengan en
abundancia.Yo soy el buen Pastor; el buen pastor da la vida por sus
ovejas… Yo soy el buen Pastor, y conozco a las mías, y las mías me
conocen a mí… y pongo mi vida por las ovejas" (Jn 10, 10-15).
Estas palabras nos evocan la bellísima oración del Salmo 23: "El
Señor es mi Pastor, nada me falta. Me hace recostar en verdes pastos y
me lleva a frescas aguas. Recrea mi alma, me guía por senderos seguros
por el amor de su nombre. Aunque camine por cañadas tenebrosas, no temo
mal alguno, porque Tú estás conmigo. Tu vara y tu cayado son mis
consuelos". ¡Qué delicia y qué seguridad ser apacentados por un Pastor
así!
La imagen del buen Pastor ha sido representada miles de veces en el
arte cristiano de todos los tiempos: en pinturas, esculturas, iconos… y
también en la literatura de los Santos Padres, de los teólogos y de los
poetas.
San Agustín, por ejemplo, tiene un estupendo sermón en el que
comenta el capítulo 34 de Ezequiel, que acabamos de citar, en donde
dice: "Para vosotros, como obispo, soy vuestro pastor; pero con
vosotros, como cristiano, soy también oveja del rebaño de Cristo".
Hace poco me escribió un amigo y me envió un soneto compuesto por él
mismo. Me gustó mucho, y creo que hoy nos viene como anillo al dedo.
Dice así: "Tú me dices, Señor: Pace confiado,/ sólo sigue mi voz y su
latido,/ siega el tacto voraz y el fino oído,/ ven a mi fuente y
quedarás saciado,/ que aquí tengo tu sitio reservado./ Reposa en mí tu
corazón dolido,/ en mi pecho adormece tu gemido/ y deja, calmo, el sueño
a mi cuidado./ Yo soy el Pastor que guarda Su ganado/ y busca el
corderillo lacerado,/ con música de flautas atraído/ y entre zarzas y
espinos atrapado./ Tu mano firme hunde en mi costado./ No dudes más, aún
tengo el pecho herido".
Este poema me hizo recordar aquel otro soneto, de Lope de Vega, de
una inspiración religiosa de altos vuelos, que comienza así: "Pastor,
que con tus silbos amorosos/ me despertaste del profundo sueño:/ tú que
hiciste cayado de este leño/ en que tiendes los brazos poderosos"...
Sí, Jesucristo es nuestro buen Pastor. Él ha dado su vida y su
sangre por nosotros, para redimirnos de nuestros pecados, para darnos
vida eterna. Hemos sido comprados al precio de la sangre de Cristo –como
nos dice san Pedro en su primera epístola (I Pe 1, 18-19). Por eso, sus
ovejas "no perecerán para siempre y nadie las arrebatará de su mano".
Pero, para ello, también nosotros tenemos que esforzarnos por ser
ovejas buenas de este buen Pastor. Dejémonos, pues, apacentar y
conquistar por Él siendo dóciles en el cumplimiento amoroso de su
santísima voluntad sobre nosotros. Seamos buenas ovejas por nuestra fe y
amor a Él, por la obediencia, la vida de gracia y la fidelidad sincera a
sus mandamientos.
Preguntas o comentarios al autor
P. Sergio Cordova LC