Romance de la gotita de agua.
Cumplir siempre la Voluntad divina
Autor: Padre José Martínez Colín
Un carmelita descalzo anónimo compuso una bella historia que a continuación presento.
"Pues, he aquí que una vez, una gotita de agua en lo profundo del mar vivía con sus hermanas. Era feliz la gotita... libre y rápida bogaba por los espacios inmensos del mar de tranquilas aguas trenzando rayos de sol con blondas de espuma blanca.
¡Qué contenta se sentía, pobre gotita de agua, de ser humilde y pequeña, de vivir allí olvidada sin que nadie lo supiera, sin que nadie lo notara!
Era feliz la gotita... ni envidiosa ni envidiada, sólo un deseo tenía, sólo un anhelo expresaba... En la calma de la noche y al despertar la alborada con su voz hecha murmullo al Buen Dios así rezaba: "Señor, que se cumpla en mí siempre tu voluntad santa; yo quiero lo que Tú quieras, haz de mi cuanto te plazca...", y escuchando esta oración, Dios sonreía... y callaba.
Una tarde veraniega durmióse la mar, cansada, soñando que era un espejo de fina y de bruñida un sol de fuego lanzaba sus besos más ardorosos. Era feliz la gotita al sentirse así besada... el sol, con tiernas caricias, la atraía y elevaba hacia él y, en un momento, transformóla en nube blanda. Se reía la gotita al ver cuán alto volaba, y, dichosa, repetía su oración acostumbrada: "Cúmplase, Señor, en mí Siempre tu voluntad santa...", al escucharla el Señor se sonreía... y callaba.
Mas, llegado el crudo invierno la humilde gota de agua, estremecida de frío, notó que se congelaba y, dejando de ser nube, fue copo de nieve blanca. Era feliz la gotita cuando, volando, tornaba a la tierra, revestida de túnica inmaculada y en lo más alto de un monte posaba su leve planta. Al verse tan pura y bella llena de gozo rezaba: "Señor, que se cumpla en mí Siempre tu voluntad santa...", y allá, en lo alto del cielo Dios sonreía... y callaba.
Y llegó la primavera de mil galas ataviada; al beso dulce del sol fundióse la nieve blanca que, en arroyo convertida, saltando alegre cantaba al descender de la altura cual hilo de fina plata. Era feliz la gotita... ¡cuánto reía y gozaba cruzando prados y bosques en su acelerada marcha! y a su Dios esta oración suavemente murmuraba: "En el cielo y en el mar, en el prado o la montaña, sólo deseo, Señor, cumplir tu voluntad santa...", y Dios, al verla tan fiel, se sonreía... y callaba.
Pero un día la gotita contempló, aterrorizada, la oscura boca de un túnel que engullirla amenazaba, trató de huir, mas en vano, allí quedó encarcelada en tenebrosa mazmorra musitando en su desgracia aquella misma oración que antes, dichosa, rezaba: "Señor, que se cumpla en mí siempre tu voluntad santa... en esta noche tan negra, en esta noche tan larga en que me encuentro perdida Tú sabes lo que me aguarda, yo quiero lo Tú quieras, haz de mí cuanto te plazca...", mirándola complacido Dios sonreía... y callaba.
Pasaron día y noches y pasaron las semanas, pasaron, lentos, los meses y la gota, aprisionada en aquel túnel tan triste iba avanzado en su marcha y... fue feliz la gotita, porque cuando a Dios oraba, sentía una paz muy honda y de sí misma olvidada, vivía para cumplir de Dios la voluntad santa.
Mas, he aquí que, de pronto, quedó como deslumbrada, había vuelto a la luz y se encontró colocada en una linda jarrita que una monjita descalza depositó con amor sobre el ara consagrada. Presa de dulce emoción la pobre gota temblaba diciendo: "Yo no soy digna de vivir en esta casa, que es la casa de mi Dios y de sus esposas castas". El Señor que la vio humilde sonreía... y se acercaba.
Empezó la Eucaristía, la gotita que, admiraba, los ritos iba siguiendo, sintió que la trasladaban desde la bella jarrita hasta la copa dorada del cáliz de salvación y, con el vino mezclada, en puro arrobo de amor repetía su plegaria: "Señor que se cumpla en mí siempre tu voluntad santa...", y sonreía el Señor, sonreía... y se acercaba.
Llegado ya el gran momento, resonaron las palabras más sublimes que en la tierra pudieron ser pronunciadas, y el altar se hizo Belén en el Vino y la Hostia santa. Y... ¿qué fue de la gotita...? ¡Feliz gotita de agua! Sintió el abrazo divino que hacia Sí la arrebataba mientras, por última vez mansamente suspiraba: "Señor, que se cumpla en mí siempre tu voluntad santa...", y, al escucharla su Dios sonreía... y la besaba, con un beso tan ardiente que el "Todo" absorbió a la "nada" y en la sangre de Jesús la dejó transubstanciada.
Esta es la pequeña historia de una gotita de agua que quiso siempre cumplir de Dios la voluntad santa”.
Autor: Padre José Martínez Colín
Un carmelita descalzo anónimo compuso una bella historia que a continuación presento.
"Pues, he aquí que una vez, una gotita de agua en lo profundo del mar vivía con sus hermanas. Era feliz la gotita... libre y rápida bogaba por los espacios inmensos del mar de tranquilas aguas trenzando rayos de sol con blondas de espuma blanca.
¡Qué contenta se sentía, pobre gotita de agua, de ser humilde y pequeña, de vivir allí olvidada sin que nadie lo supiera, sin que nadie lo notara!
Era feliz la gotita... ni envidiosa ni envidiada, sólo un deseo tenía, sólo un anhelo expresaba... En la calma de la noche y al despertar la alborada con su voz hecha murmullo al Buen Dios así rezaba: "Señor, que se cumpla en mí siempre tu voluntad santa; yo quiero lo que Tú quieras, haz de mi cuanto te plazca...", y escuchando esta oración, Dios sonreía... y callaba.
Una tarde veraniega durmióse la mar, cansada, soñando que era un espejo de fina y de bruñida un sol de fuego lanzaba sus besos más ardorosos. Era feliz la gotita al sentirse así besada... el sol, con tiernas caricias, la atraía y elevaba hacia él y, en un momento, transformóla en nube blanda. Se reía la gotita al ver cuán alto volaba, y, dichosa, repetía su oración acostumbrada: "Cúmplase, Señor, en mí Siempre tu voluntad santa...", al escucharla el Señor se sonreía... y callaba.
Mas, llegado el crudo invierno la humilde gota de agua, estremecida de frío, notó que se congelaba y, dejando de ser nube, fue copo de nieve blanca. Era feliz la gotita cuando, volando, tornaba a la tierra, revestida de túnica inmaculada y en lo más alto de un monte posaba su leve planta. Al verse tan pura y bella llena de gozo rezaba: "Señor, que se cumpla en mí Siempre tu voluntad santa...", y allá, en lo alto del cielo Dios sonreía... y callaba.
Y llegó la primavera de mil galas ataviada; al beso dulce del sol fundióse la nieve blanca que, en arroyo convertida, saltando alegre cantaba al descender de la altura cual hilo de fina plata. Era feliz la gotita... ¡cuánto reía y gozaba cruzando prados y bosques en su acelerada marcha! y a su Dios esta oración suavemente murmuraba: "En el cielo y en el mar, en el prado o la montaña, sólo deseo, Señor, cumplir tu voluntad santa...", y Dios, al verla tan fiel, se sonreía... y callaba.
Pero un día la gotita contempló, aterrorizada, la oscura boca de un túnel que engullirla amenazaba, trató de huir, mas en vano, allí quedó encarcelada en tenebrosa mazmorra musitando en su desgracia aquella misma oración que antes, dichosa, rezaba: "Señor, que se cumpla en mí siempre tu voluntad santa... en esta noche tan negra, en esta noche tan larga en que me encuentro perdida Tú sabes lo que me aguarda, yo quiero lo Tú quieras, haz de mí cuanto te plazca...", mirándola complacido Dios sonreía... y callaba.
Pasaron día y noches y pasaron las semanas, pasaron, lentos, los meses y la gota, aprisionada en aquel túnel tan triste iba avanzado en su marcha y... fue feliz la gotita, porque cuando a Dios oraba, sentía una paz muy honda y de sí misma olvidada, vivía para cumplir de Dios la voluntad santa.
Mas, he aquí que, de pronto, quedó como deslumbrada, había vuelto a la luz y se encontró colocada en una linda jarrita que una monjita descalza depositó con amor sobre el ara consagrada. Presa de dulce emoción la pobre gota temblaba diciendo: "Yo no soy digna de vivir en esta casa, que es la casa de mi Dios y de sus esposas castas". El Señor que la vio humilde sonreía... y se acercaba.
Empezó la Eucaristía, la gotita que, admiraba, los ritos iba siguiendo, sintió que la trasladaban desde la bella jarrita hasta la copa dorada del cáliz de salvación y, con el vino mezclada, en puro arrobo de amor repetía su plegaria: "Señor que se cumpla en mí siempre tu voluntad santa...", y sonreía el Señor, sonreía... y se acercaba.
Llegado ya el gran momento, resonaron las palabras más sublimes que en la tierra pudieron ser pronunciadas, y el altar se hizo Belén en el Vino y la Hostia santa. Y... ¿qué fue de la gotita...? ¡Feliz gotita de agua! Sintió el abrazo divino que hacia Sí la arrebataba mientras, por última vez mansamente suspiraba: "Señor, que se cumpla en mí siempre tu voluntad santa...", y, al escucharla su Dios sonreía... y la besaba, con un beso tan ardiente que el "Todo" absorbió a la "nada" y en la sangre de Jesús la dejó transubstanciada.
Esta es la pequeña historia de una gotita de agua que quiso siempre cumplir de Dios la voluntad santa”.