El Papa en Perú: Francisco llegó a Trujillo, en su tercer día de visita al país
Crédito: Vatican Media
(ACI).- El Papa Francisco llegó a las 8:47 a.m. a la ciudad de Trujillo, en el norte de Perú, en su tercer día de visita al país.
Alrededor de las 7:00 a.m., antes de salir de la Nunciatura Apostólica, el Pontífice se dirigió a los miles de fieles que lo esperaban deseándoles un “día bueno” y que lo acompañen a Trujillo “con la oración”.
Al aterrizar en el aeropuerto internacional Capitán FAP Carlos Martínez de Pinillo de Trujillo, el Santo Padre fue recibido por el Arzobispo de Trujillo y coordinador de medios de la Conferencia Episcopal Peruana, Mons. Miguel Cabrejos, y el alcalde local, Elidio Espinoza Quispe.
Además, fue recibido una gran cantidad de bailarines de marinera norteña, tradicional baile peruano, con una coreografía especialmente preparada para el Papa Francisco. También, unos niños le obsequiaron una paloma blanca.
El Papa ahora se dirige a la explanada de la playa de Huanchaco para celebrar la Santa Misa ante cientos de miles de peruanos.
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El Papa en Perú: Afrontemos la oscuridad con el “aceite” que da luz y es Jesucristo
El Papa Francisco en la Misa en la playa de Huanchaco en Trujillo, Perú. Foto: David Ramos (ACI Prensa)
(ACI).- En la homilía de la Misa que presidió este sábado 20 de enero en la playa de Huanchaco en Trujillo, el Papa Francisco exhortó a hacer frente al dolor y a la oscuridad con el “aceite” que da luz y es Jesucristo.
El Santo Padre llegó a la ciudad norteña a las 8:47 a.m., y luego se dirigió hasta la playa donde lo esperaba una multitud de cientos de miles de fieles.
Antes de iniciar la Eucaristía, el Papa hizo un extenso recorrido, en medio de un gran ambiente de fiesta, para saludar a todos los fieles que llegaron hasta el lugar desde distintos lugares del país. Muchos de ellos acamparon en la playa para poder estar cerca al Pontífice a quien recibieron bajo el lama de “¡Francisco amigo, el pueblo está contigo!”
En su reflexión, el Papa recordó los embates de la naturaleza en el verano de 2017 cuando miles de personas fueron afectadas por las inundaciones del llamado “Niño Costero”, cuyas “consecuencias dolorosas todavía están presentes en tantas familias, especialmente aquellas que todavía no pudieron reconstruir sus hogares”.
“También por esto quise estar y rezar aquí con ustedes. A esta eucaristía traemos también ese momento tan difícil que cuestiona y pone muchas veces en duda nuestra fe”, dijo Francisco.
El Pontífice recordó que “Jesús en la cruz quiere estar cerca de cada situación dolorosa para darnos su mano y ayudar a levantarnos. Porque Él entró en nuestra historia, quiso compartir nuestro camino y tocar nuestras heridas. No tenemos un Dios ajeno a lo que sentimos y sufrimos, al contrario, en medio del dolor nos entrega su mano”.
Como las muchachas del Evangelio que tenían aceite para encender sus lámparas, así es necesario recordar que hace falta “llenar nuestras vidas con ese aceite que permite encender nuestras lámparas en las múltiples situaciones de oscuridad y encontrar los caminos para salir adelante”.
El Papa Francisco también se refirió a algunas problemáticas de la región como el “sicariato y la inseguridad que esto genera; la falta de oportunidades educativas y laborales, especialmente en los más jóvenes”, entre otras.
Ante estos desafíos, continuó, “no hay otra salida mejor que la del Evangelio: se llama Jesucristo. Llenen siempre sus vidas de Evangelio. Quiero estimularlos a que sean una comunidad que se deje ungir por su Señor con el aceite del Espíritu”.
“Él lo transforma todo, lo renueva todo, lo conforta todo. En Jesús, tenemos la fuerza del Espíritu para no naturalizar lo que nos hace daño, lo que nos seca el espíritu y lo que es peor, nos roba la esperanza”, subrayó.
El Santo Padre resaltó que “con Jesús, el alma de este pueblo de Trujillo podrá seguir llamándose ‘la ciudad de la eterna primavera’, porque con Él todo es una oportunidad para la esperanza. Sé del amor que esta tierra tiene a la Virgen, y sé cómo la devoción a María los sostiene siempre llevándolos a Jesús”.
“Pidámosle a ella que nos ponga bajo su manto y que nos lleve siempre a su Hijo; pero digámoselo cantando con esa hermosa marinera: ‘Virgencita de la puerta, échame tu bendición. Virgencita de la puerta, danos paz y mucho amor’”, concluyó.
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El Papa en Perú: Me da pena cuando veo a curas, monjas y seminaristas marchitos
POR DAVID RAMOS
Papa Francisco en encuentro con sacerdotes y religiosos en Trujillo. Foto: Captura de video / Vatican Media.
(ACI).- En el encuentro que sostuvo con sacerdotes, religiosos y religiosas en Trujillo, al norte de Perú, el Papa Francisco aseguró que le da “mucha pena” cuando ve “algún obispo, algún cura, alguna monja marchito”.
“Y mucha más pena me da cuando veo seminaristas marchitos”, señaló, en palabras improvisadas durante su mensaje.
“Esto es muy serio”, advirtió el Santo Padre y pidió que “si ustedes ven que no pueden, por favor hablen antes de tiempo, antes de que sea tarde”.
“Antes de que se den cuenta que no tienen raíces ya y que se están marchitando”, dijo, y precisó que “todavía ahí hay tiempo para salvar”.
“Porque Jesús vino a eso, a salvar y si nos llamó es para salvar”.
El encuentro del Papa con sacerdotes y religiosos del norte de Perú se realizó en el Colegio Seminario de San Carlos y San Marcelo, que fue uno de los primeros seminarios del continente americano y es hoy un centro escolar dirigido por la Arquidiócesis de Trujillo.
Al llegar al centro educativo, el Santo Padre recibió las palabras de bienvenida del Arzobispo de Piura, Mons. José Antonio Eguren, que le agradeció a nombre de los Prelados peruanos “su paternal gesto de acogernos y queremos con nuestra presencia manifestarle nuestra total adhesión, obediencia y afecto filial”.
Mons. Eguren aseguró también “nuestra más absoluta disponibilidad para vivir nuestra vocación sacerdotal, consagrada, y nuestro período de formación como seminaristas, según el Corazón de Cristo, ejerciendo con alegría y caridad sincera la obra del Señor con el único anhelo de agradar a Dios y servir a nuestros hermanos y no a nosotros mismos”.
El Santo Padre también advirtió a los sacerdotes y religiosos sobre “cuánto mal nos hacen” la fragmentación, el aislamiento y las divisiones dentro de la Iglesia.
“La fragmentación o el aislamiento no es algo que se da ‘fuera’ como si fuese solo un problema del ‘mundo’. Hermanos, las divisiones, guerras, aislamientos los vivimos también dentro de nuestras comunidades, ¡y cuánto mal nos hacen!”, señaló.
El Santo Padre subrayó en su mensaje que “Jesús nos envía a ser portadores de comunión, de unidad, pero tantas veces parece que lo hacemos desunidos y, lo que es peor, muchas veces poniéndonos zancadillas”.
Francisco pidió también a los sacerdotes y religiosos a tener memoria y “mirar hacia nuestras raíces”
“Me gusta subrayar que nuestra fe, nuestra vocación es memoriosa”, porque “sabe reconocer que ni la vida, ni la fe, ni la Iglesia comienzan con el nacimiento de ninguno de nosotros: la memoria mira al pasado para encontrar la savia que ha irrigado durante siglos el corazón de los discípulos, y así reconoce el paso de Dios por la vida de su pueblo”.
Francisco alentó luego a “aprender a reírse de uno mismo”, y dio “dos pastillas que ayudan mucho”.
“Una: hablar con Jesús, la Virgen, la oración. Rezar, pedir la gracia de la alegría”, dijo. La segunda, añadió, “la podés hacer varias veces por día si la necesitás, sino una sola basta. Mirate al espejo, mirate al espejo: ¿Ese soy yo? ¿Esa soy yo? Ja, ja, ja”.
“Esto no es narcisismo, es lo contrario: El espejo acá sirve como cura”, aseguró.
“La alegría es contagiosa cuando es verdadera”.
Tras recordar que “el Pueblo de Dios tiene olfato y sabe distinguir entre el funcionario de lo sagrado y el servidor agradecido”, el Santo Padre alentó a que se dejen “aconsejar por el Pueblo de Dios”.
“La fe en Jesús se contagia y si hay un cura, un obispo, una monja, un seminarista, un consagrado que no contagia, es un aséptico, es de laboratorio. Que salga y se ensucie las manos un poquito y ahí va a comenzar a contagiar el amor de Jesús”.
Al finalizar su mensaje, el Papa pidió a los sacerdotes y religiosos que “de vez en cuando, como dicen en el campo, échenme un rezo”.
Concluido el encuentro con sacerdotes, religiosos y religiosas en el Colegio Seminario de San Carlos y San Marcelo, se dirigió a la Plaza de Armas de Trujillo para el encuentro mariano, junto a miles de fieles.
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El Papa en Perú: María es la puerta de Misericordia que nos lleva a Jesús
El Papa en la celebración mariana en la Plaza de Armas de Trujillo. Captura Youtube
(ACI).- Luego de su encuentro con sacerdotes, religiosos y seminaristas, el Papa Francisco presidió una celebración mariana en la Plaza de Armas de Trujillo en la que reconoció a la Virgen de la Puerta de Otuzco como “Madre de Misericordia y de la Esperanza”.
“Ella nos sigue defendiendo e indicando la Puerta que nos abre el camino a la vida auténtica, a la Vida que no se marchita. Ella es la que sabe acompañar a cada uno de sus hijos para que vuelvan a casa. Nos acompaña y lleva hasta la Puerta que da Vida porque Jesús no quiere que nadie se quede afuera, a la intemperie”, dijo el Papa este sábado 20 de enero.
Iniciado el evento, el primero en tomar la palabra fue el Arzobispo de Trujillo, Mons. Miguel Cabrejos, quien dio la bienvenida a Papa y expresó el amor que, junto al pueblo, le tiene “a la Madre de Jesús y Madre nuestra, en esta bendita advocación de la ‘Inmaculada Virgen de la Puerta de Otuzco’”.
“Gracias por engalanar esta bendita imagen que acompaña la fe de muchísimos fieles en Trujillo y en el Perú con el título de ‘Madre de Misericordia y de Esperanza’”, expresó el Prelado.
Más adelante, en su discurso, el Papa Francisco calificó a la plaza como “un santuario a cielo abierto en el que todos queremos dejarnos mirar por la Madre, por su maternal y tierna mirada”.
Asimismo, hizo un repaso de todas las imágenes religiosas reunidas en la plaza, provenientes desde diferentes ciudades de la región de La Libertad.
Entre estas se encontraban algunas como la Santísima Cruz de Chalpón de Chiclayo, al Señor Cautivo de Ayabaca, la Virgen de las Mercedes de Paita, el Divino Niño del Milagro de Eten o la Virgen Dolorosa de Cajamarca.
Luego, dijo que Dios busca “la forma de acercarse a cada uno de la manera que pueda recibirlo y así nacen las más distintas advocaciones”.
“Expresan el deseo de nuestro Dios por querer estar cerca de cada corazón porque el idioma del amor de Dios siempre se pronuncia en dialecto, no tiene otra forma de hacerlo, y además resulta esperanzador ver cómo la Madre asume los rasgos de los hijos, la vestimenta, el dialecto de los suyos para hacerlos parte de su bendición”, añadió.
En ese sentido, aseguró que “María siempre será una Madre mestiza, porque en su corazón encuentran lugar todas las sangres.
Tras estas palabras declaró a la Inmaculada Virgen de la Puerta de Otuzco como “Madre de Misericordia y de la Esperanza”.
“Ella nos indica el camino a casa, ella nos lleva a Jesús que es la Puerta de la Misericordia”, prosiguió.
Antes de terminar su discurso, pidió pensar en las madres y abuelas, que “son verdadera fuerza motora de la vida y de las familias del Perú”.
“El amor a María nos tiene que ayudar a generar actitudes de reconocimiento y gratitud frente a la mujer, frente a nuestras madres y abuelas que son un bastión en las vidas de nuestras ciudades. Casi siempre silenciosas llevan la vida adelante”, reconoció el Pontífice.
En ese contexto, exhortó luchar contra la “plaga” del feminicidio que afecta el continente americano.
Finalmente, el Papa dijo que la Virgen de la puerta “muestra el camino y nos señala la mejor defensa contra el mal de la indiferencia y la insensibilidad”.
“Ella nos lleva a su Hijo y así nos invita a promover e irradiar una cultura de la misericordia, basada en el redescubrimiento del encuentro con los demás”, concluyó.
Al final del evento, el Santo Padre coronó a la Virgen de la Puerta como Madre de la Misericordia y la Esperanza.
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El Papa en Perú cumple el sueño de una anciana ciega de 99 años
Crédito: Vatican Media
(ACI).- En su estadía en Trujillo, en el norte de Perú, el Papa Francisco se acercó, saludó y dio su bendición a Trinidad Peralta, una anciana invidente de 99 años que solo le pedía al Santo Padre “tocar tu manito”.
El hecho ocurrió cuando el Santo Padre iba en el papamóvil hacia el Colegio Seminario San Carlos y Marcelo para participar del encuentro con los sacerdotes, religiosos, consagrados y seminaristas del norte del Perú.
El Pontífice se dio cuenta de la anciana debido a un cartel que le llamó la atención y que era cargado por uno de sus familiares.
El cartel decía: “Me llamo Trinidad, cumplo 99 años, no veo, quiero tocar tu manito”.
El portavoz del Vaticano, Greg Burke, explicó a Efe que el Papa, al ver a la anciana, mandó parar el vehículo para bendecirla en el día de su cumpleaños. Tras el saludo, el Papa recibió la ovación de los pobladores.
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El Papa en Perú visita a sacerdotes con sus familias en Catedral de Trujillo
POR MARÍA XIMENA RONDÓN
El Papa Francisco en la Catedral de Trujillo. Foto: Vatican Media
(ACI).- Después de almorzar y descansar en el Arzobispado de Trujillo, el Papa Francisco fue a la Catedral para encontrarse con los sacerdotes que ejercen su ministerio en esa Arquidiócesis, quienes estaban junto con sus parientes.
Tras ser recibido por los presbíteros, el Santo Padre saludó a los fieles mientras todos entonaban la conocida canción “El Profeta”.
Luego se dirigió al altar principal donde estaba ubicada la imagen de la Inmaculada Concepción de Otuzco. Le entregó una ofrenda floral y rezó ante ella durante unos instantes.
“Santo Padre, lo hemos esperado, rezamos por usted. Usted es el Pedro de hoy, por eso nos alegramos de su visita. Gracias por visitar esta Basílica Catedral de Trujillo. Los fieles aquí reunidos te queremos”, dijo el maestro de ceremonias.
Mientras el Pontífice salía de la Catedral, los presentes cantaban “Hazme un instrumento de tu paz”, el himno del San Francisco de Asís. Esta no es la primera vez que se le dedica esta canción al Papa ya que un grupo de escolares la interpretó para él en su visita a la ciudad de Nueva York, en Estados Unidos.
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El Papa en Perú corona a la Virgen de la Puerta como Madre de Misericordia y la Esperanza
POR MARÍA XIMENA RONDÓN
El Papa Francisco corona a la Virgen de la Puerta / Foto: Captura YouTube
(ACI).- El Papa Francisco coronó a la Virgen de la Puerta y la declaró Madre de la Misericordia y la Esperanza, durante la celebración mariana que presidió este sábado 20 de enero en la Plaza de Armas de Trujillo.
“Sé del amor que le tienen a la Inmaculada Virgen de la Puerta de Otuzco que hoy junto a ustedes, quiero declarar: Virgen de la Puerta, ‘Madre de Misericordia y de la Esperanza’”, afirmó el Pontífice.
La corona fue llevada ante el Santo Padre por dos jóvenes y después de bendecirla y recitar una oración, la colocó y puso un Rosario en las manos de la imagen.
Después un grupo de niños llevó ofrendas florales que colocaron a los pies de la imagen y los presentes recitaron las letanías de la Santísima Virgen.
El Papa San Juan Pablo II coronó a la Virgen de la Puerta como Reina de la Paz Mundial el 4 de febrero de 1985 cuando visitó la ciudad peruana de Trujillo.
La Virgen de la Puerta es una de las devociones marianas más importantes y queridas de Perú. Su santuario se encuentra en Otuzco, a 75 kilómetros al este de Trujillo. Comenzó a ser venerada desde el siglo VII y es considerada la patrona del norte del país.
Historia de la Virgen de la Puerta
En 1674 una flota de piratas holandeses se acercaba a Trujillo para robar, luego de haber causado estragos en Guayaquil, en el actual Ecuador, y en Zaña, en la costa norte de Perú. Los pobladores se preocuparon y enviaron emisarios a todos los pueblos de la zona para advertir del peligro, incluyendo la localidad de Otuzco, en la sierra del actual departamento de La Libertad, en Perú.
Los pobladores de Otuzco, ante el peligro, decidieron colocar una imagen de la Virgen de la Concepción en la puerta de entrada a la ciudad. Durante 3 días rezaron a la Madre de Dios para que evitara el ingreso de los piratas que ni siquiera llegaron a desembarcar.
Esto fue tomado como un milagro ya que no existió explicación alguna para el hecho, y los pobladores de Otuzco decidieron levantar en el lugar en donde estaba la imagen un santuario dedicado a la Virgen de la Puerta.
El entonces Obispo de Trujillo, Mons. Juan de la Calle y Heredia, hizo oficial la celebración de la Virgen de la Puerta.
Actualmente, las celebraciones se inician con una novena entre el 4 y el 12 de diciembre. El día 13 es conocido como el "Día de Alba", mientras que el día 14 es el "Día de Doces" o "Día de la Bajada" de la imagen de la Virgen. El día 15 se realiza la celebración central.
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TEXTO: Palabras del Papa en la celebración mariana en Trujillo
El Papa Francisco en la Plaza de Armas de Trujillo. Foto: Álvaro de Juana (ACI Prensa)
(ACI).- El Papa Francisco dirigió un discurso en la celebración mariana en la Plaza de Armas de Trujillo, ante la imagen de la Virgen de la Puerta de Otuzco, y más de otras 30 emblemáticas del norte del Perú.
A continuación, el texto completo de las palabras del Santo Padre:
Queridos hermanos y hermanas:
Agradezco a Mons. Héctor Miguel sus palabras de bienvenida en nombre de todo el Pueblo de Dios que peregrina en estas tierras. En esta hermosa e histórica plaza de Trujillo que ha sabido impulsar sueños de libertad para todos los peruanos nos congregamos para encontrarnos con la «Mamita de Otuzco».
Sé de los muchos kilómetros que tantos de ustedes han hecho para estar hoy aquí, reunidos bajo la mirada de la Madre. Esta plaza se transforma así en un santuario a cielo abierto en el que todos queremos dejarnos mirar por la Madre, por su maternal y tierna mirada. Madre que conoce el corazón de los norteños peruanos y de tantos otros lugares; ha visto sus lágrimas, sus risas, sus anhelos.
En esta plaza se quiere atesorar la memoria de un Pueblo que sabe que María es Madre y no abandona a sus hijos. La casa se viste de fiesta de manera especial. Nos acompañan las imágenes venidas desde distintos rincones de esta región.
Junto a la querida Inmaculada Virgen de la Puerta de Otuzco, saludo y doy la bienvenida a la Santísima Cruz de Chalpón de Chiclayo, al Señor Cautivo de Ayabaca, a la Virgen de las Mercedes de Paita, el Divino Niño del Milagro de Eten, la Virgen Dolorosa de Cajamarca, la Virgen de la Asunción de Cutervo, la Inmaculada Concepción de Chota, Nuestra Señora de Alta Gracia de Huamachuco, Santo Toribio de Mogrovejo de Tayabamba —Huamachuco—, la Virgen Asunta de Chachapoyas, la Virgen de la Asunción de Usquil, la Virgen del Socorro de Huanchaco, las reliquias de los Mártires Conventuales de Chimbote. Cada comunidad, cada rinconcito de este suelo viene acompañado por el rostro de un santo, el amor a Jesucristo y a su Madre.
Y contemplar que donde haya una comunidad, donde haya vida y corazones latiendo y ansiosos por encontrar motivos para la esperanza, para el canto, para el baile, para una vida digna… allí está el Señor, allí encontramos a su Madre y el ejemplo de tantos santos que nos ayudan a permanecer alegres en la esperanza.
Con ustedes doy gracias a la delicadeza de nuestro Dios. Él busca la forma de acercarse a cada uno de la manera que pueda recibirlo y así nacen las más distintas advocaciones. Expresan el deseo de nuestro Dios por querer estar cerca de cada corazón porque el idioma del amor de Dios siempre se pronuncia en dialecto, no tiene otra forma de hacerlo, y además resulta esperanzador cómo la Madre asume los rasgos de sus hijos, la vestimenta, el dialecto de los suyos para hacerlos parte de su bendición.
María será siempre una Madre mestiza, porque en su corazón encuentran lugar todas las sangres, porque el amor busca todos los medios para amar y ser amado. Todas estas imágenes nos recuerdan la ternura con que Dios quiere estar cerca de cada poblado, de cada familia, de vos, de vos, de mí, de todos. Sé del amor que le tienen a la Inmaculada Virgen de la Puerta de Otuzco que hoy junto a ustedes, quiero declarar: Virgen de la Puerta, «Madre de Misericordia y de la Esperanza».
Virgencita que, en los siglos pasados, demostró su amor por los hijos de esta tierra, cuando colocada sobre una puerta los defendió y los protegió de las amenazas que los afligían, suscitando así el amor de todos los peruanos hasta nuestros días.
Ella nos sigue defendiendo e indicando la Puerta que nos abre el camino a la vida auténtica, a la Vida que no se marchita. Ella es la que sabe acompañar a cada uno de sus hijos para que vuelvan a casa. Nos acompaña y lleva hasta la Puerta que da Vida porque Jesús no quiere que nadie se quede afuera, a la intemperie.
Así acompaña «la nostalgia que muchos sienten de volver a la casa del Padre, que está esperando su regreso»[1] y muchas veces no saben cómo volver. Decía San Bernardo: «Tú que te sientes lejos de la tierra firme, arrastrado por las olas de este mundo, en medio de borrascas y tempestades: mira la Estrella e invoca a María». [2] Ella nos indica el camino a casa, ella nos lleva a Jesús que es la Puerta de Misericordia y nos deja con Él. No quiere nada para sí, nos lleva a Jesús.
En el 2015 tuvimos la alegría de celebrar el Jubileo de la Misericordia. Un año en el que invitaba a todos los fieles a pasar por la Puerta de la Misericordia, «a través de la cual cualquiera que entrará podrá experimentar el amor de Dios que consuela, que perdona y ofrece esperanza».[3]
Y quiero repetir junto a ustedes el mismo deseo que tenía entonces: «¡Cómo deseo que los años por venir estén impregnados de misericordia para poder ir al encuentro de cada persona llevando la bondad y la ternura de Dios!»[4]. Cómo deseo que esta tierra que tiene a la Madre de la Misericordia y la Esperanza pueda multiplicar y llevar la bondad y la ternura de Dios a cada rincón.
Porque, queridos hermanos, no hay mayor medicina para curar tantas heridas que un corazón que sepa de misericordia, que un corazón que sepa tener compasión ante el dolor y la desgracia, ante el error y las ganas de levantarse de muchos y que no saben cómo hacerlo.
La compasión es activa porque «hemos aprendido que Dios se inclina hacia nosotros (cf. Os 11,4) para que también nosotros podamos imitarlo inclinándonos hacia los hermanos».[5] Inclinándonos especialmente ante aquellos que más sufren. Como María, estar atentos a aquellos que no tienen el vino de la alegría, así sucedió en las bodas de Caná.
Mirando a María, no quisiera finalizar sin invitarlos a que pensemos en todas las madres y abuelas de esta Nación; son verdadera fuerza motora de la vida y de las familias del Perú. ¡Qué sería Perú sin las madres y las abuelas, qué sería nuestra vida sin ellas!
El amor a María nos tiene que ayudar a generar actitudes de reconocimiento y gratitud frente a la mujer, frente a nuestras madres y abuelas que son un bastión en las vidas de nuestras ciudades. Casi siempre silenciosas llevan la vida adelante.
Es el silencio y la fuerza de la esperanza. Gracias a ellas por su testimonio. Reconocer y agradecer, pero mirando a las madres y a las abuelas, quiero invitarlos a luchar contra una plaga que afecta a nuestro continente americano: los numerosos casos de feminicidio.
Y son muchas las situaciones de violencia que quedan silenciadas detrás de tantas paredes. Los invito a luchar contra esta fuente de sufrimiento pidiendo que se promueva una legislación y una cultura de repudio a toda forma de violencia. Hermanos, la Virgen de la Puerta, Madre de la Misericordia y de Esperanza, nos muestra el camino y nos señala la mejor defensa contra el mal de la indiferencia y la insensibilidad.
Ella nos lleva a su Hijo y así nos invita a promover e irradiar una «cultura de la misericordia, basada en el redescubrimiento del encuentro con los demás: una cultura en la que ninguno mire al otro con indiferencia ni aparte la mirada cuando vea el sufrimiento de los hermanos».[6]. Que la Virgen les conceda esta gracia.
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[1] Carta ap. Misericordia et misera al concluir el Jubileo extraordinario de la misericordia (20 noviembre 2016), 16.
[2] Hom. II super «Missus est», 17: PL 183, 70-71.
[3] Bula Misericordiae vultus (11 abril 2015), 3.
[4] Ibíd., 5.
[5] Carta ap. Misericordia et misera al concluir el Jubileo extraordinario de la misericordia (20 noviembre 2016), 16.
[6] Ibíd., 20.
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Discurso del Papa a los sacerdotes y consagrados en el norte del Perú
(ACI).- El Papa Francisco dirigió un especial discurso a los sacerdotes, religiosos, seminaristas y consagrados del norte del Perú a quienes exhortó a ser memoriosos, alegres y estar atentos ante el peligro de verse marchitos.
A continuación el texto completo del Santo Padre:
Queridos hermanos y hermanas:
¡Buenas tardes! Como es costumbre que el aplauso venga al final, quiere decir que ya terminé así que me voy. Agradezco las palabras que Mons. José Antonio Eguren Anselmi, Arzobispo de Piura, me ha dirigido en nombre de todos los que están aquí. Encontrarme con ustedes, conocerlos, escucharlos y manifestar el amor por el Señor y la misión que nos regaló es importante.
¡Sé que hicieron un gran esfuerzo para estar acá, gracias! Nos recibe este Colegio Seminario, uno de los primeros fundados en América Latina para la formación de tantas generaciones de evangelizadores.
Estar aquí y con ustedes es sentir que estamos en una de esas «cunas» que gestaron a tantos misioneros. Y no olvido que esta tierra vio morir, misionando, no sentado detrás de un escritorio, a Santo Toribio de Mogrovejo, Patrono del episcopado latinoamericano.
Y todo esto nos lleva a mirar hacia nuestras raíces, a lo que nos sostiene a lo largo del tiempo, nos sostiene a lo largo de la historia para crecer hacia arriba y dar fruto. Las raíces. Sin raíces no hay flores, no hay fruto. Decía un poeta que todo lo que el árbol tiene de florido le viene de lo que tiene de soterrado: las raíces.
Nuestras vocaciones tendrán siempre esa doble dimensión: raíces en la tierra y corazón en el cielo, no se olviden esto. Cuando falta alguna de estas dos, algo comienza a andar mal y nuestra vida poco a poco se marchita como un árbol que no tiene raíces (cf. Lc 13,6-9), se marchita.
Les digo que da mucha pena ver alguno obispo, algún cura, alguna monja marchito. Y muchas más pena me da cuando veo a un seminarista marchito. Esto es serio. Cuando dicen la iglesia es buena la Iglesia es madre. Si ustedes ven que no pueden por favor, hablen antes de tiempo, antes de que sea tarde, antes de que se den cuenta que no tienen raíces ya y se están marchitando. Ahí hay tiempo para salvar porque Jesús vino para salvar. Si nos llamó es para salvar.
Me gusta subrayar que nuestra fe, nuestra vocación es memoriosa, esa dimensión deuteronómica de la vida. Memoriosa porque sabe reconocer que ni la vida, ni la fe, ni la Iglesia comenzó con el nacimiento de ninguno de nosotros: la memoria mira al pasado para encontrar la savia que ha irrigado durante siglos el corazón de los discípulos, y así reconoce el paso de Dios por la vida de su pueblo.
Memoria de la promesa que hizo a nuestros padres y que, cuando sigue viva en medio nuestro, es causa de nuestra alegría y nos hace cantar: «el Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres» (Sal 125,3). Me gustaría compartir con ustedes algunas virtudes o algunas dimensiones, si quieren, de este ser memorioso.
Cuando digo que un obispo, un sacerdote, un cura, una monja, un seminarista, sea memorioso ¿Qué es lo que quiero decir? Y es lo que me gustaría compartir ahora.
1.- La alegre conciencia de sí
El Evangelio que hemos escuchado lo leemos habitualmente en clave vocacional y así nos detenemos en el encuentro de los discípulos con Jesús. Pero me gustaría, antes, mirar a Juan el Bautista. Él estaba con dos de sus discípulos y al ver pasar a Jesús les dice: «Ese es el Cordero de Dios» (Jn 1,36). Al oír esto que pasó dejaron a Juan y se fueron con el otro (cf. v. 37).
Es algo sorprendente, habían estado con Juan, sabían que era un hombre bueno, más aún, el mayor de los nacidos de mujer, como Jesús lo define (cf. Mt 11,11), pero él no era el que tenía que venir. También Juan esperaba a otro más grande que él. Juan tenía claro que no era el Mesías sino simplemente quien lo anunciaba. Juan era el hombre memorioso de la promesa y de su propia historia.
Era famoso, tenía fama. Todos venían a hacerse bautizar por él, lo escuchaban con respeto, la gente creía que era el Mesías, pero él era memorioso de su propia historia y no se dejó engañar por el incienso de la vanidad. Juan manifiesta la conciencia del discípulo que sabe que no es ni será nunca el Mesías, sino solo un invitado a señalar el paso del Señor por la vida de su gente. A mí me impresiona, cómo lleva esto hasta las últimas consecuencias y Dios permite que esto llegue hasta las últimas consecuencias, muere degollado en un calabozo, así de sencillo.
Nosotros, consagrados, no estamos llamados a suplantar al Señor, ni con nuestras obras, ni con nuestras misiones, ni con el sinfín de actividades que tenemos para hacer. Yo cuando digo consagrados involucro a todos: obispos, sacerdotes, hombres y mujeres consagrados y consagradas, religiosas y seminaristas..
Simplemente se nos pide trabajar con el Señor, codo a codo, pero sin olvidarnos nunca de que no ocupamos su lugar.
Y esto no nos hace «aflojar» en la tarea evangelizadora, por el contrario, nos empuja y nos exige trabajar recordando que somos discípulos del único Maestro. El discípulo sabe que secunda y siempre secundará al Maestro. Y esa es la fuente de nuestra alegría. La alegre consciencia de sí mismo.
¡Nos hace bien saber que no somos el Mesías! Nos libra de creernos demasiado importantes, demasiado ocupados —es típica de algunas regiones escuchar: «No, a esa parroquia no vayas porque el padre siempre está muy ocupado»—. Juan el Bautista sabía que su misión era señalar el camino, iniciar procesos, abrir espacios, anunciar que Otro era el portador del Espíritu de Dios.
Ser memoriosos nos libra de la tentación de los mesianismos. y creerme yo el Mesías. Esta tentación se combate de muchos modos, pero también con la risa. De un religioso a quien yo quise mucho, era jesuita, un jesuita holandés que murió el año pasado. Se decía que tenía tal sentido del humor que era capaz de reírse de todo lo que pasaba de sí mismo y hasta de su propia sombra. Conciencia alegre.
Aprender a reírse de uno mismo nos da la capacidad espiritual de estar delante del Señor con los propios límites, errores y pecados, pero también aciertos, y con la alegría de saber que Él está a nuestro lado.
Un lindo test espiritual es preguntarnos por la capacidad que tenemos de reírnos de nosotros mismos. De los demás es fácil reírse, ¿no es cierto? Sacarse el cuero, reírse, pero de nosotros mismos no es fácil.
La risa nos salva del neopelagianismo «autorreferencial y prometeico de quienes en el fondo sólo confían en sus propias fuerzas y en el fondo se sienten superiores a otros».[1] ¡Reíte, rían en comunidad y no de la comunidad o de los otros! Cuidémonos de esa gente tan pero tan importante que, en la vida, se han olvidado de sonreír.
Si padre pero usted no tiene un remedio, algo... tengo dos pastillas que ayudan mucho: una hablá con Jesús, con la Virgen en la oración, La segunda pastilla la podés hacer varias veces al día, si necesitás sino una sola basta: mírate al espejo, mírate al espejo. Y ese soy yo, esa soy yo, jajaja. Y eso te hace reír. Y esto no es narcisismo, sino al contrario, es lo contrario, el espejo acá sirve como cura.
Primero era entonces la alegre conciencia de sí mismo y lo segundo es la hora del llamado, hacernos cargo de la hora del llamado.
2.- La hora del llamado
Juan el Evangelista recoge en su Evangelio incluso hasta la hora de aquel momento que cambió su vida. Cuando el Señor a una persona le hace crecer la conciencia que es un llamado y todo, se acuerda cuando empezó todo esto: «Eran las cuatro de la tarde» (v. 39).
El encuentro con Jesús cambia la vida, establece un antes y un después. Hace bien recordar siempre esa hora, ese día clave para cada uno de nosotros en el que nos dimos cuenta, en serio, de que esto que yo sentía no eran ganas o atracciones sino que el Señor esperaba algo más. Y cada uno se puede acordar. Ese día me di cuenta.
La memoria de esa hora en la que fuimos tocados por su mirada. Las veces que nos olvidamos de esta hora, nos olvidamos de nuestros orígenes, de nuestras raíces; y al perder estas coordenadas fundamentales dejamos de lado lo más valioso que un consagrado puede tener: la mirada del Señor.
No padre, yo lo miro al señor en el Sagrario. Está bien, pero siéntate un rato y déjate mirar y recuerda las veces que te miro, te está mirando. ¡Déjate mirar por Él! Es de lo más valioso que un consagrado tiene,, la mirada del Señor.
Quizá no estás contento con ese lugar donde te encontró el Señor, quizá no se adecúa a una situación ideal o que te «hubiese gustado más». Pero fue ahí, en ese lugar, en esa situación donde te encontró y te curó las heridas. Ahí.
Cada uno de nosotros conoce el dónde y el cuándo: quizás un tiempo de situaciones complejas, sí; con situaciones dolorosas, sí; pero ahí te encontró el Dios de la Vida para hacerte testigo de su Vida, para hacerte parte de su misión y ser, y con Él ser caricia de Dios para tantos.
Nos hace bien recordar que nuestras vocaciones son una llamada de amor para amar, para servir, no para sacar tajada para nosotros mismos. ¡Si el Señor se enamoró de ustedes y los eligió, no fue por ser más numerosos que los demás, pues son el pueblo más pequeño, sino por amor! así dice el Deutoronomio al pueblo de Israel (cf. Dt 7,7-8).
No te la creas, no sos el pueblo más importante. Sos de lo peorcito pero se enamoró de eso, bueno que tienes, tiene mal gusto el Señor pero se enamoró de eso. Amor de entrañas, amor de misericordia que mueve nuestras entrañas para ir a servir a otros al estilo de Jesucristo, no al estilo de los fariseos, de los saduceos, de los doctores de la ley de los elotes. No, no, no. Esos buscaban su gloria.
Quisiera detenerme en un aspecto que considero importante. Muchos, a la hora de ingresar al seminario o a la casa de formación o al noviciado, fuimos formados con la fe de nuestras familias y vecinos. Ahí aprendimos a rezar de la mamá, de la abuela, de la tía, y después fue la catequista quien nos preparó.
Así fue como dimos nuestros primeros pasos, apoyados no pocas veces en las manifestaciones de piedad popular, que en Perú han adquirido las más exquisitas formas de arraigo en el pueblo fiel y sencillo. Vuestro pueblo ha demostrado un enorme cariño a Jesucristo, a la Virgen, a sus santos y beatos en tantas devociones que no me animo a nombrarlas por miedo a dejar alguna de lado.
En esos santuarios, «muchos peregrinos toman decisiones que marcan sus vidas. Esas paredes contienen muchas historias de conversión, de perdón y de dones recibidos, que millones podrían contar». [2]
Inclusive muchas de vuestras vocaciones pueden estar grabadas en esas paredes. Los exhorto, por favor, a no olvidar, y mucho menos despreciar, la fe fiel y sencilla de vuestro pueblo. Sepan acoger, acompañar y estimar el encuentro con el Señor. No se vuelvan profesionales de lo sagrado olvidándose de su pueblo, de donde los sacó el Señor: de detrás del rebaño como dice el Señor a su elegido en la Biblia.
No pierdan la memoria y el respeto por quien les enseñó a rezar. A mí me ha pasado en reuniones con maestros y maestras de novicias o rectores de seminario, padres espirituales del seminario que sale la pregunta: ¿y cómo les enseñamos a rezar a los que entran? Entonces le dan a algunos manuales para aprender a meditar. A mí me lo dieron cuando entré, hay que hacer esto, aquello, después esto.
La fe de tu madre y de tu abuela, la fe que tenés vos, eso es lo que tienen. No desprecien la oración casera, que es la más fuerte. Recordar la hora del llamado, hacer memoria alegre del paso de Jesucristo por nuestra vida, nos ayudará a decir esa hermosa oración de San Francisco Solano, gran predicador y amigo de los pobres, «Mi buen Jesús, mi Redentor y mi amigo. ¿Qué tengo yo que tú no me hayas dado? ¿Qué sé yo que tú no me hayas enseñado?».
De esta forma, el religioso, sacerdote, consagrada, consagrado, seminarista, es una persona memoriosa, alegre y agradecida: trinomio para configurar y tener como «armas» frente a todo «disfraz» vocacional. La conciencia agradecida agranda el corazón y nos estimula al servicio.
Sin agradecimiento podemos ser buenos ejecutores de lo sagrado, pero nos faltará la unción del Espíritu para volvernos servidores de nuestros hermanos, especialmente de los más pobres. El Pueblo de Dios tiene olfato y sabe distinguir entre el funcionario de lo sagrado y el servidor agradecido. Sabe reconocer entre el memorioso y el olvidadizo. El Pueblo de Dios es aguantador, pero reconoce a quien lo sirve y lo cura con el óleo de la alegría y de la gratitud.
En eso déjense aconsejar por el pueblo de Dios. A veces en las parroquias sucede que cuando el cura se desvía un poquito y se olvida de su pueblo -estoy hablando de historias reales, no- ¿Cuántas veces la vieja de la sacristía le dice padrecito: cuánto hace que no va a ver a su mamá? Vaya, vaya a ver su mamá, nosotros por una semana nos arreglamos con el rosario.
3.- La alegría es contagiosa cuando es verdadera
Andrés era uno de los discípulos de Juan el Bautista que había seguido a Jesús ese día. Después de haber estado con Él y haber visto dónde vivía, volvió a casa de su hermano Simón Pedro y le dijo: «Hemos encontrado al Mesías» (Jn 1,41). Ahí no más fue a contagiar.
Esta es la noticia más grande que podía darle, y lo condujo a Jesús. La fe en Jesús se contagia, y si hay un cura, un obispo, una monja, un seminarista, un consagrado, que no contagia es un aséptico, es de laboratorio: que salga y se ensucie las manos un poquito y ahí va a comenzar a contagiar el amor de Jesús.
La fe en Jesús se contagia, no puede confiarse ni encerrarse; aquí se encuentra la fecundidad del testimonio: los discípulos recién llamados atraen a su vez a otros mediante su testimonio de fe, del mismo modo que en el pasaje evangélico nos llama por medio de otros. La misión brota espontánea del encuentro con Cristo.
Andrés comienza su apostolado por los más cercanos, por su hermano Simón, casi como algo natural, irradiando alegría. Y esta es la mejor señal de que hemos «descubierto» al Mesías. La alegría contagiosa es una constante en el corazón de los apóstoles, y la vemos en la fuerza con que Andrés confía a su hermano: «¡Lo hemos encontrado!».
Pues «la alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría».[3] y esta es contagiosa.
Y esta alegría nos abre a los demás, esa alegría no para guardarla sino transmitirla. En el mundo fragmentado que nos toca vivir y que nos empuja a aislarnos, somos desafiados a ser artífices y profetas de comunidad. Ustedes saben nadie se salva solo. Y en esto me gustaría ser claro.
La fragmentación o el aislamiento no es algo que se da «fuera» como si fuese solamente un problema del «mundo». Hermanos, las divisiones, guerras, aislamientos los vivimos también dentro de nuestras comunidades, dentro de nuestros presbiterios, dentro de nuestras conferencias episcopales ¡y cuánto mal nos hacen!
Jesús nos envía a ser portadores de comunión, de unidad, pero tantas veces parece que lo hacemos desunidos y, lo que es peor, muchas veces poniéndonos zancadillas unos a otros ¿o me equivoco? Agachemos la cabeza y cada vez ponga dentro del propio sayo lo que le toca.
Se nos pide ser artífices de comunión y de unidad; que no es lo mismo que pensar todos igual, hacer todos lo mismo. Significa valorar los aportes, las diferencias, el regalo de los carismas dentro de la Iglesia sabiendo que cada uno, desde su cualidad, aporta lo propio pero necesita de los demás.
Solo el Señor tiene la plenitud de los dones, solo Él es el Mesías. Y quiso repartir sus dones de tal forma que todos podamos dar lo nuestro enriqueciéndonos con los de los demás. Hay que cuidarse de la tentación del «hijo único» que quiere todo para sí, porque no tiene con quién compartir. Malcriado el muchacho.
A aquellos que tengan que ocupar misiones en el servicio de la autoridad les pido, por favor, no se vuelvan autorreferenciales; traten de cuidar a sus hermanos, procuren que estén bien; porque el bien se contagia.
No caigamos en la trampa de una autoridad que se vuelva autoritarismo por olvidarse que, ante todo, es una misión de servicio. Los que tienen esa misión de ser autoridad, piénselo mucho. En los ejércitos hay bastante sargentos no hace falta que se nos metan
Quisiera antes de terminar, ser memorioso, y las raíces. Consideren importante que en nuestras comunidades, nuestros presbiterios, se mantenga viva la memoria y se dé el diálogo entre los más jóvenes y los más ancianos. Los más ancianos son memoriosos y no dan la memoria. Tenemos que ir a recibirla, no los dejemos solos, ellos quieren hablar, algunos se sienten un poquito abandonados, hagámoslo hablar.
Sobre todo los jóvenes, los que están a cargo de la formación de los jóvenes mándalos a hablar con los curas viejos, con las monjas viejas, con los obispos viejos, dicen que las monjas no envejecen porque son eternas. Mándenlos a hablar. Los ancianos necesitan que les vuelvan a brillar los ojos y que vean que la iglesia en el presbiterio, en la conferencia episcopal, que los oigan a hablar en el cuerpo de la Iglesia.
Hagan soñar a los viejos, la profecía de Joel 3,1. Hagan soñar a los viejos, y si los jóvenes hacen hablar a los viejos, les juro que harán profetizar a los jóvenes.
Yo quisiera citar a un Santo Padre pero no se me ocurre ninguno, pero voy a citar al Nuncio apostólico. Me decía él hablando de esto, un antiguo refrán africano que aprendió él cuando estaba allí, porque los nuncios apostólicos primero pasan por África y allí aprenden mucho. Decía que los jóvenes caminan rápido pero son los viejos los que conocen el camino. ¿Está bien?
Queridos hermanos, nuevamente gracias y que esta memoria deuteronómica nos haga más alegres y agradecidos para ser servidores de unidad en medio de nuestro pueblo. Déjense mirar por el Señor, vayan a buscar al Señor, la memoria, mírense al espejo de vez en cuando y que el Señor los bendiga y la Virgen los cuide. Y de vez en cuando, como dicen en el campo, échenme un rezo. Gracias.
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[1] Exhort. ap. Evangelii gaudium, 94.
[2] Cf. V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, Documento de Aparecida (29 junio 2007), 260.
[3] Exhort. ap. Evangelii gaudium, 1.
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El Papa Francisco recorre Buenos Aires
El Papa recorriendo el barrio de Buenos Aires, en Trujillo. Foto: ANDINA/Paul Vallejos.
(ACI).- Luego de presidir una multitudinaria Misa en la playa de Huanchaco en Trujillo, el Papa Francisco recorrió en su papamóvil el barrio de Buenos Aires, uno de los lugares más afectados por las inundaciones de 2017 en el norte del Perú.
Entre enero y abril del año pasado, Perú y Ecuador sufrieron los embates de El Niño Costero, un fenómeno marítimo caracterizado por el calentamiento anómalo del mar focalizado en las costas, causando desbordes, inundaciones y aluviones que afectaron seriamente a diversas poblaciones.
Al llegar al barrio de Buenos Aires, que fue afectado por siete huaicos, el Santo Padre recorrió las calles saludando en su papamóvil a más de 50.000 pobladores, según apunta la Agencia Andina.
El Papa se dirigió por la avenida Libertad (hoy avenida Papa Francisco), donde le hicieron un busto como homenaje, y que además es la continuación de la prolongación Juan Pablo II.
Según el reporte oficial del Instituto Nacional de Defensa Civil (Indeci) de agosto de 2017 el Niño Costero dejó 162 personas fallecidas, 500 heridas y 19 desaparecidas en todo el país. En la región de La Libertad, donde se encuentra la ciudad de Trujillo, hubo 24 muertos y 70 heridos.
Asimismo, las lluvias, huaicos y deslizamientos dejaron en todo el Perú 285.955 damnificados, 1.559.487 afectados y 66.093 destruidas.
En su homilía esta mañana en la explanada de la playa de Huanchaco, reconoció que así como los “apóstoles, conocen la bravura de la naturaleza y han experimentado sus golpes”, el pueblo de Trujillo le “tocó enfrentar el duro golpe del ‘Niño costero’, cuyas consecuencias dolorosas todavía están presentes en tantas familias, especialmente aquellas que todavía no pudieron reconstruir sus hogares”.
“También por esto quise estar y rezar aquí con ustedes”, dijo el Santo Padre.
En ese sentido, indicó que “en el momento de oscuridad, cuando sintieron el golpe del Niño” las tierras del norte de Perú supieron “ponerse en movimiento” y obtener el “aceite para ir corriendo y ayudarse como verdaderos hermanos”.
“Estaba el aceite de la solidaridad, de la generosidad que los puso en movimiento y fueron al encuentro del Señor con innumerables gestos concretos de ayuda”, añadió el Santo Padre.
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Homilía de la Misa del Papa en la playa de Huanchaco en Trujillo
(ACI).- El Papa Francisco pronunció una intensa homilía en la Misa en la playa de Huanchaco en la ciudad norteña de Trujillo en Perú, en la que exhortó a afrontar el dolor y la oscuridad con el “aceite” que da luz la vida, que es Jesús.
Antes de iniciar la Misa, el Papa saludó a las imágenes que llegaron hasta el lugar de la Eucaristía:
Quiero dar la bienvenida a todas las comunidades con sus imágenes, bienvenida a la Inmaculada Virgen de la Puerta de Otuzco, a la Santísima Cruz de Chalpón de Chiclayo, al Señor Cautivo de Ayabaca, a la Virgen de las Mercedes de Paita, reliquias de los mártires de Chimbote, Divino Niño del milagro de Eten, la Virgen Dolorosa de Cajamarca, San Jorge de Cajamarca, la Virgen de la Asunción de Cutervo, la Inmaculada Concepción de Chota, Nuestra Señora de la Alta gracia de Huamachuco, San Francisco de Asís de Huamachuco, Santo Toribio de Chamabamba-Huamachuco, la Virgen Asunta de Chachapoyas, San pedro de Chimbote, San Pedro de Huari, la Virgen del Socoro de Huanchaco y al Apóstol Santiago de Chuco.
Antes de comenzar la Eucaristía, pensemos en Jesús. Jesús el justo intercede por nosotros y nos reconcilia con el Padre. Abramos nuestro espíritu al arrepentimiento para acercarnos a la mesa del Señor.
Después de su saludo y luego del Evangelio, el Papa pronunció su homilía. A continuación el texto completo de su prédica:
Estas tierras tienen sabor a Evangelio. Todo el entorno que nos rodea, con este inmenso mar de fondo, nos ayuda a comprender mejor la vivencia que los apóstoles tuvieron con Jesús; y hoy, también nosotros, estamos invitados a vivirla.
Me alegra saber que han venido desde distintos lugares del norte peruano para celebrar esta alegría del Evangelio. Los discípulos de ayer, como tantos de ustedes hoy, se ganaban la vida con la pesca.
Salían en barcas, como algunos de ustedes siguen saliendo en los «caballitos de totora», y tanto ellos como ustedes con el mismo fin: ganarse el pan de cada día. En eso se juegan muchos de nuestros cansancios cotidianos: poder sacar adelante a nuestras familias y darles lo que las ayudará a construir un futuro mejor.
Esta «laguna con peces dorados», como la han querido llamar, ha sido fuente de vida y bendición para muchas generaciones. Supo nutrir los sueños y las esperanzas a lo largo del tiempo.
Ustedes, al igual que los apóstoles, conocen la bravura de la naturaleza y han experimentado sus golpes. Así como ellos enfrentaron la tempestad sobre el mar, a ustedes les tocó enfrentar el duro golpe del «Niño costero», cuyas consecuencias dolorosas todavía están presentes en tantas familias, especialmente aquellas que todavía no pudieron reconstruir sus hogares.
También por esto quise estar y rezar aquí con ustedes. A esta eucaristía traemos también ese momento tan difícil que cuestiona y pone muchas veces en duda nuestra fe. Queremos unirnos a Jesús. Él conoce el dolor y las pruebas; Él atravesó todos los dolores para poder acompañarnos en los nuestros.
Jesús en la cruz quiere estar cerca de cada situación dolorosa para darnos su mano y ayudar a levantarnos. Porque Él entró en nuestra historia, quiso compartir nuestro camino y tocar nuestras heridas. No tenemos un Dios ajeno a lo que sentimos y sufrimos, al contrario, en medio del dolor nos entrega su mano.
Estos sacudones cuestionan y ponen en juego el valor de nuestro espíritu y de nuestras actitudes más elementales. Entonces nos damos cuenta de lo importante que es no estar solos sino unidos, estar llenos de esa unión que es fruto del Espíritu Santo.
¿Qué les pasó a las muchachas del Evangelio que hemos escuchado? De repente, sienten un grito que las despierta y las pone en movimiento. Algunas se dieron cuenta que no tenían el aceite necesario para iluminar el camino en la oscuridad, otras en cambio, llenaron sus lámparas y pudieron encontrar e iluminar el camino que las llevaba hacia el esposo.
En el momento indicado cada una mostró de qué había llenado su vida. Lo mismo nos pasa a nosotros. En determinadas circunstancias nos damos cuenta con qué hemos llenado nuestra vida. ¡Qué importante es llenar nuestras vidas con ese aceite que permite encender nuestras lámparas en las múltiples situaciones de oscuridad y encontrar los caminos para salir adelante!
Sé que, en el momento de oscuridad, cuando sintieron el golpe del Niño, estas tierras supieron ponerse en movimiento y estas tierras tenían el aceite para ir corriendo y ayudarse como verdaderos hermanos. Estaba el aceite de la solidaridad, de la generosidad que los puso en movimiento y fueron al encuentro del Señor con innumerables gestos concretos de ayuda.
En medio de la oscuridad junto a tantos otros fueron cirios vivos que iluminaron el camino con manos abiertas y disponibles para paliar el dolor y compartir lo que tenían desde su pobreza. En la lectura, podemos observar cómo las muchachas que no tenían aceite se fueron al pueblo a comprarlo.
En el momento crucial de su vida, se dieron cuenta de que sus lámparas estaban vacías, de que les faltaba lo esencial para encontrar el camino de la auténtica alegría. Estaban solas y así quedaron solas fuera de la fiesta.
Hay cosas, como bien saben, que no se improvisan y mucho menos se compran. El alma de una comunidad se mide en cómo logra unirse para enfrentar los momentos difíciles, de adversidad, para mantener viva la esperanza. Con esa actitud dan el mayor testimonio evangélico. El Señor nos dice: «En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros» (Jn 13,35).
Porque la fe nos abre a tener un amor concreto, no de ideas, concreto, un amor de obras, de manos tendidas, de compasión; que sabe construir y reconstruir la esperanza cuando parece que todo se pierde. Así nos volvemos partícipes de la acción divina, esa que nos describe el apóstol Juan cuando nos muestra a Dios que enjuga las lágrimas de sus hijos. Y esta tarea divina de Dios la hace con la misma ternura que una madre busca secar las lágrimas de sus hijos.
Qué linda pregunta que nos puede hacer el Señor a cada uno de nosotros al final del día: ¿cuántas lágrimas has secado hoy? Otras tormentas pueden estar azotando estas costas y, en la vida de los hijos de estas tierras, tienen efectos devastadores.
Tormentas que también nos cuestionan como comunidad y ponen en juego el valor de nuestro espíritu. Se llaman violencia organizada como el «sicariato» y la inseguridad que esto genera; se llama una falta de oportunidades educativas y laborales, especialmente en los más jóvenes, que les impide construir un futuro con dignidad; o la falta de techo seguro para tantas familias forzadas a vivir en zonas de alta inestabilidad y sin accesos seguros; así como tantas otras situaciones que ustedes conocen y sufren, que como los peores huaicos destruyen la confianza mutua tan necesaria para construir una red de contención y esperanza.
Huaicos que afectan el alma y nos preguntan por el aceite que tenemos para hacerles frente. ¿Cuánto aceite tenés? Muchas veces nos interrogamos sobre cómo enfrentar estas tormentas, o cómo ayudar a nuestros hijos a salir adelante frente a estas situaciones. Quiero decirles: no hay salida, no hay otra salida mejor que la del Evangelio: se llama Jesucristo.
Llenen siempre sus vidas de Evangelio. Quiero estimularlos a que sean comunidad que se dejen ungir por su Señor con el aceite del Espíritu. Él lo transforma todo, lo renueva todo, lo conforta todo. En Jesús, tenemos la fuerza del Espíritu para no naturalizar lo que nos hace daño, no hacerlo una cosa natural, no naturalizar lo que nos seca el espíritu y lo que es peor, nos roba la esperanza.
Los peruanos en este momento de la historia no tienen derecho a dejarse robar la esperanza.
En Jesús, tenemos el Espíritu que nos mantiene unidos para sostenernos unos a otros y hacerle frente a aquello que quiere llevarse lo mejor de nuestras familias. En Jesús, Dios nos hace comunidad creyente que sabe sostenerse; comunidad que espera y por lo tanto lucha para revertir y transformar las múltiples adversidades; comunidad amante porque no permite que nos crucemos de brazos.
Con Jesús, el alma de este pueblo de Trujillo podrá seguir llamándose «la ciudad de la eterna primavera», porque con Él todo es una oportunidad para la esperanza. Sé del amor que esta tierra tiene a la Virgen, y sé cómo la devoción a María los sostiene siempre llevándolos a Jesucristo y dándonos el único consejo que siempre repite: Hagan lo que Él os diga.
Pidámosle a ella que nos ponga bajo su manto y que nos lleve siempre a su Hijo; pero digámoselo cantando con esa hermosa marinera: «Virgencita de la puerta, échame tu bendición. Virgencita de la puerta, danos paz y mucho amor». ¿Se animan a cantarla? La cantamos juntos. ¿Quién empieza a cantar? Virgencita de la Puerta.. (el coro tampoco). Entonces se lo decimos si no lo cantamos. Virgencita de la Puerta échame tu bendición, Virgencita de la Puerta danos paz y mucho amor. Otra vez.
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