Autor: P. Mariano de Blas LC | Fuente: Catholic.net Te amo, Dios mío | |
Dios no se hace viejo, no se arruga, no pierde fuerza. Dios nos ama hoy como ayer y como nos amará mañana | |
Te amo sobre todas las cosas porque eres infinitamente amable. Es el Amor con mayúscula. Dios es Amor. La Belleza misma la Santidad -el tres veces santo- el todopoderoso, creador de los cielos y la tierra. Cuando uno ve a una persona buena, santa, poderosa, amorosa, muy bella se entusiasma con ella, se enamora de ella. El que conoce a Dios no puede menos de enloquecer de amor por Él. "Tarde te amé, Oh belleza tan antigua y tan nueva, tarde te amé". San Agustín. Esta frase de San Agustín dice muchas cosas: Primera que Dios es de una belleza inmarcesible. A veces uno se enamora de un ostro de una persona que no quisiera que envejeciese, que mantuviese siempre la misma frescura, la misma juventud, idéntica sonrisa. Pero, por desgracia, las personas avanzan en edad, salen canas, arrugas, obesidad, arrugas en la frente y en el alma. Algunos podría n decir: Esta no es la persona de la que yo me enamoré. Ha cambiado demasiado. Segundo, que uno es un pobre desgraciado cuando se enamora de todo menos de Dios. Por eso dice dos veces la palabra triste tarde, demasiado tarde. Y realmente es cierto. Los minutos, los años en que uno no ama a Dios son perdidos miserablemente. Si no he amado a Dios ¿qué he estado haciendo? Lo mínimo es perder tiempo y vida. Cuantos de nosotros deberíamos decir como el santo: Tarde te amé, oh belleza tan antigua y tan nueva, tarde te amé. Y, tal vez, algunos tengan que decir: Nunca te amé, nunca te conocí. !Qué triste es esto!. Y porque a ti sólo debo amarte con todo mi corazón, con toda mi alma y con todas mis fuerzas. Por ser mi Creador, mi Redentor, y por haberme destinado al cielo. Te amo porque me has amado Tú primero. Esto es fantástico -El nos amó primero a cada uno. Desde siempre, desde toda la eternidad. No me consultaste par darme la vida... Porque me amaste, me creaste, me diste la existencia. Pero no me creaste para la desdicha, para la mediocridad, sino para ser santo, feliz, para hacer algo grande en este mundo. La aventura más grande es amar a Dios con todo el corazón... Y al prójimo por amor a El. No amar a Dios es la desgracia mayor. Pero amar es darse, es cumplir la voluntad del amado, su voluntad. "Él nos amó primero", nos recuerda San Juan. Te amé con un amor eterno. Te amo porque me has redimido del pecado. Librar al amado de su peor enfermedad, más aun de su muerte, de su verdadero mal, de su eterna condenación. Gran amor representa. Y cuál ha sido el precio. Dios envió al mundo a su Hijo no para condenar al mundo, sino para salvarlo, no para condenarte sino para salvarte. Debes saberlo. La respuesta debiera ser como al de santa Teresa. "Tengo una vida y entera se la doy; pero si mil vidas tuviera, las mil se las daba". El bautismo, la confesión son sacramentos de amor, porque son los sacramentos del reencuentro con el hijo pródigo. "Daos cuenta de que no habéis sido rescatados con oro o plata, sino al precio de la sangre de Cristo". Por eso decía San Pablo: "Líbreme Dios de gloriarme en nada, si no es en la cruz de Nuestro Señor Jesucristo" Cuando uno se santigua se recuerda a sí mismo y recuerda a los demás que es seguidor de un gran jefe, de Jesucristo y pertenece a la religión del crucificado, la religión del amor. Cada vez que uno se santigua equivale a repetir las palabras de San Pablo: "Líbreme Dios de gloriarme en nada..." Esconderse cuando se santigua significa que se avergüenza de ser cristiano. Soy cristiano y a mucha honra. Librarnos del pecado es librarnos del infierno merecido por ese pecado. Mucho te ha de querer quien de tanta desgracia te ha librado. Y mucho más te ha de que querer quien, además de libarte del eterno dolor, te ha regalado la eterna felicidad. ¿Quién es esa persona, dónde vive, cómo se llama? Me muero por verlo, tengo que ser su amigo, quiero amarlo por siempre... y sabemos que es Jesús. Te amo porque me has abierto las puertas de tu Reino Lo más grande que podía regalarnos. Dios no tiene una cosa más grande que darnos que el cielo, su cielo, donde Él vive y es infinitamente feliz. Las puertas de ese cielo estaban cerradas. Cristo nos las ha abierto. La felicidad de Dios la participaremos. Los que nos han precedido en el camino nos dicen: "Es verdad...vengan". San Pablo, que vio el cielo: "Todo lo que su sufre en este mundo es nada..." No tienes razón cuando piensas y dices: Me piden demasiado. La verdad, hermano, es que nos piden demasiado poco. "Alegraos más bien de que vuestros nombres estén escritos en el cielo." Si esta no es tu máxima alegría, no sabes qué es el cielo. Te invito en este momento a que te sientas muy alegre de que tienes tu nombre escrito en la lista del cielo. Alégrate, sí, más que de todas las demás cosas. ¿Cuántas veces te ha regalado Jesucristo el cielo? Con cada pecado mortal lo has perdido. Con cada absolución te lo han devuelto. ¿Cuántas veces has perdido el cielo, pobre hombre, pobre mujer? ¿Cuántas veces te han vuelto a dar el cielo, hombre afortunado, mujer afortunada? Te amo porque me has hecho hijo de Dios Decía Jesús. "Cuando oréis, decid: Padre nuestro que estás en los cielos". No fue un santo, ni siquiera la Virgen María quienes nos indicaron que rezáramos así, sino su propio Hijo, Jesús. Mi Padre me ha pedido que les enseñe a orar así: "Padre nuestro que estás en el cielo..." Jesús podría haberle dicho con toda razón: Padre, soy tu hijo único, ¿cómo que ahora voy a ser hermano de todos los hombres? Además, no sé si te has fijado cómo se portan muchos de ellos. ¿Vas a caso a repartirles la herencia del cielo? No, Jesús le dijo: Bendito seas, Padre mío, porque quieres además de tu hijo divino, hacer hijos tuyos también a cada uno de los hombres. Yo soy, me declaro hermano de cada uno de ellos. Esto lo dijo Jesús, está en el Evangelio, a través de María Magdalena: "Ve a decirles a mis hermanos: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios". De la herencia también habló: "En la casa de mi padre hay muchas moradas, Voy a prepararos un lugar". Con qué profunda emoción les dijo Jesus esta noticia a los apóstoles y a cada uno de nosotros. Voy a prepararos un lugar. Debemos atrevernos a rezar el Padrenuestro como Jesús quería que lo rezáramos: Decidlo, sentidlo, amadlo, tened una total confianza. Desconocer el amor de ese Padre es la desgracia mayor del mundo. Debemos enseñar a los hombres que Dios es su Padre. Porque no lo saben, no lo creen, no se lo imaginan. Evangelizar no es sólo explicar las hermosas realidades de la religión sino hacérselas creer, sentir, experimentar. Te amo porque me has enriquecido con el Espíritu Santo Paráclito: consolador, santificador, es decir que nos guía hacia la santidad y hacia la vida eterna. Bueno, ¿y dónde está el Espíritu Santo? Responde San Pablo: ¿No sabéis que sois templos de Dios y que el Espíritu Santo habita en vosotros? También Jesús lo afirmaba: Si alguno me ama, mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos en él nuestra morada. Las tres divinas personas. El alma que vive en gracia es un templo de la Santísima Trinidad, de las tres divinas personas. Se le llama, por esta razón, el divino huésped del alma. Es el Don por excelencia; es el amor infinito de Dios que vive en nosotros y para nosotros. Para realizar el plan de amor de Dios en nosotros: hacernos, hombres y mujeres fieles, cristianos felices, santos y llevarnos al cielo para toda la eternidad. Te amo, porque me has entregado a tu Madre al pie de la cruz. ¡Qué amor tan delicado, tan sincero, tan fino! María es su joya, su criatura predilecta, su Madre bendita...Pues no quiso quedársela para sí. Es madre nuestra con todo derecho porque nos la han dado. Podemos y debemos, por tanto, llamarla madre nuestra. Corredentora: Jesús ha querido que, de manera semejante a Él, sufriera terriblemente y colaborara así a la redención, a nuestra redención, a la mía. Aquí no me malentiendan los hermanos evangélicos. Pues, si San Pablo completaba en su cuerpo lo que falta a la Pasión de Cristo, quiere decir que todos colaboramos al menos con alguna partecita. Pero María más que nadie. Jesús nos la dio: El regalo en sí mismo es extraordinario, único. Pero nos la dio con un grandísimo amor. Y María ha aceptado ser madre de cada uno de nosotros con una obediencia perfecta y con un cariño inmenso que no podemos ni medir. Bendito el momento en que Jesús decidió darme a su Madre como Madre Mía. Después de la alegría de ser hijo de Dios, la más entrañable felicidad es tener como madre a María. Te amo por el don de la fe católica Si estimáramos la fe como los santos..."Ésta es la victoria que vence al mundo, nuestra fe", está dicho. El justo, el santo, vive de la fe, es decir, de lo que le ha dicho Dios a través de su Revelación. La fe debe ser viva y operante, no mortecina ni somnolienta. Por ejemplo, si al comulgar tú crees profundamente en que en ese pan consagrado está realmente Jesucristo, el día no puede de ninguna manera ser triste o malo. Has recibido a Dios. Tener fe es ver todas las cosas con los ojos con los que ve Dios. Si no tuviéramos fe, seriamos muy desgraciados... En realidad los que no tienen fe, ¿qué sentido encontrarán al dolor, a la muerte, al después de la muerte? Si no se tiene fe ¿qué sentido tiene la misma vida, el vivir, el amar, el cumplir con las reglas de la moral? Sin fe todo se tambalea. La mejor forma de agradecer la fe a Dios consiste en transmitirla, en comunicarla a otros. En reanimar la fe de los que la tienen medio dormida o medio muerta. Hay muchos hermanos nuestros que pierden la fe, la están perdiendo, por falta de alguien que les ayude a vivirla con pasión. Esta es la victoria que vence al mundo, nuestra fe. Ojalá ayudemos a algunos a recuperarla, a volver a la casa del padre de la que nunca debieran haber salido. Te amo porque te has quedado conmigo en el sagrario. Jesús ha cumplido su promesa: Yo estaré con vosotros todos los días hasta la consumación de los siglos. ¿Cómo? En la Eucaristía. Yo animo a todos esos hermanos y hermanas nuestras que tienen gran devoción a la Eucaristía, que comulgan con devoción, hacen adoración al Santísimo, lo visitan en el tabernáculo, hacen procesiones con el Santísimo. Nos recordaba Nuestro querido Benedicto XVI que la primera procesión con el Santísimo fue la de María cuando fue a visitar a su Prima santa Isabel llevando en sus purísimas entrañas a Jesús. Con eso quedan las procesiones santificadas. No cuesta nada visitarlo, ir a pedirle favores. Necesitamos ir al Sagrario más que al súper: Porque en el súper conseguimos alimentos para el cuerpo, pero en el Sagrario alimento para el alma: "Venid a Mí todos los que andáis fatigados y abrumados por la carga y Yo os aliviare". ¿Creen que Jesus dijo esto por decirlo nada más? No tengo tiempo de visitarlo, porque tengo que hacer tanto por Él. Soy un apóstol tan celoso y tan ocupado que no tengo tiempo para rezar, para ir a la Iglesia. Pues soy un mal apóstol, porque me preocupo más de la viña del Señor que del Señor de la viña. Les pongo un ejemplo para que me entiendan. Hay maridos, sobre todo jóvenes, que están abrumados de trabajo y no tienen tiempo de estar con su esposa y sus hijos, porque están ganando dinero para ellos. Cuantas veces he escuchado a esas esposas: Ojalá mi esposo ganara menos y estuviera más tiempo con nosotros. Pues tengan la seguridad de que Jesús nos dice a muchos de nosotros: Ojalá tuvieras más tiempo para estar conmigo. Te amo porque me has enviado como a los apóstoles, a extender tu Reino entre los hombres. Nadie más nos ha enviado, sólo Cristo. "Id y predicad el Evangelio a toda criatura. No me habéis elegido vosotros a Mí sino yo a vosotros" Cada uno ha sido enviado a predicar la Buena Nueva: los padres a los hijos, los amigos a los amigos. A todos a los conocidos y desconocidos. Te amo porque eres mi Dios y mi Señor. Mi Dios y mi todo, decían los santos en un suspiro de amor. En resumen: Te amo con todo mi corazón. Porque lo mereces totalmente, lo esperas. Porque es lo que más me importa y lo que más necesito. San Pablo decía: Para mí el vivir es Cristo y el morir una ganancia. Cristo es mi Dios, mi gran amigo, mi Padre, mi grande y mi único amor y la gran razón de mi existencia. "Señor mío y Dios mío" exclamó Santo Tomás en un momento de gracia. Es una frase que tenemos que decir y sentir con mucha frecuencia. "No volveré a servir a un señor que se me pueda morir". Palabras de San Francisco de Borja ante el cadáver de su hermosa reina. Servimos a ese Dios y Señor que vive para siempre, que con el paso de los siglos no ha perdido nada de su belleza, de su amor, de su poder y misericordia. Dios ha sido, es y será siempre infinitamente amable y adorable para suerte nuestra. Dios no se hace viejo, no se arruga, no pierde fuerza. Dios nos ama hoy como ayer y como nos amará mañana. Aprovechemos esta maravillosa gracia y amemos, amemos a la persona más digna de nuestro amor. |
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miércoles, 30 de enero de 2013
TE AMO, DIOS MÍO....
lunes, 28 de enero de 2013
CADENA DE AMOR..
Autor: Padre Llucià Pou Sabaté
| Fuente: www.autorescatolicos.org
Cadena de amor |
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Uno se puede dejar contagiar de la agresividad que nos rodea, o puede sembrar amabilidad | |||
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domingo, 27 de enero de 2013
PENSAMIENTOS DE PADRE PIO
No se puede vivir la verdadera vida sin el alimento de los fuertes.
En
estos tiempos tan tristes, en que tantas almas apostatan de Dios, no sé
convencerme de cómo se pueda vivir la verdadera vida sin el alimento de
los fuertes... El medio seguro para poder uno mantenerse libre de la
pestífera enfermedad que nos rodea, es el de fortalecernos con el
alimento eucarístico. Por eso el mantenerse exento de culpa y progresar
en el camino de la perfección no lo podrá alcanzar quien vive durante
muchos meses sin nutrirse de la Carne del Cordero divino. Yo no sé lo
que otros piensan acerca de esto, pero, para mí, dadas las
circunstancias en que vivimos, es ilusorio el intentar convencerse de
que puede dar un paso en el camino de la perfección quien se limita a
comulgar una o dos veces al año.
San Pío de Pietrelcina
Epis. II, 92
CADA DÍA, VALORA LAS COSAS PEQUEÑAS
Autor: Ma. Esther De Ariño | Fuente: Catholic.net Cada día, valora las cosas pequeñas | |
En lo pequeño está la verdadera santificación si lo sabemos vivir, si sabemos convertir lo ordinario en lo extraordinario. | |
No es bueno perderse en la ensoñación de un futuro grandísimo. Queremos ser mejores, queremos superarnos pero haciendo algo que realmente sea toda una proeza, ¡que se vea! Queremos alcanzar la perfección y la santidad, pero...eso será "mañana" porque ahora estamos muy ocupados, tenemos miles de problemas. Tal vez cuando estos se resuelvan. Si nos falta salud, cuando estemos bien. Si estamos cansados, cuando tengamos mejor ánimo. Todos nuestros buenos propósitos se quedan en "eso", para un mejor momento, para "mañana"... Y la vida se nos va y no nos damos cuenta que es, esa vida, que son la suma de los instantes, de las horas, los días y los años en que vamos dejando pasar todas y cada una de las pequeñas cosas que podrían ser fruto de nuestra santidad. En las cosas pequeñas está la verdadera santificación si las sabemos vivir, si sabemos convertir lo ordinario en lo extraordinario. Si queremos realizar este milagro en nuestra vida pensemos en Cristo. Fue Dios tanto en la cruz como cuando niño ayudando a su Madre en las cosas del hogar, obedeciendo a José en el trabajo humilde y sencillo de la carpintería, en unas mil cosas pequeñas con las que fue formando su vida hasta hacerse hombre. Es difícil que siguiendo los pasos de Cristo dejemos todo y nos lancemos a predicar, a ser apóstoles recorriendo el mundo. Es difícil que seamos mártires por defender nuestra fe - que si los hay y su vida es una entrega total - pero nosotros sí lo podemos imitar en lo que fue su vida oculta en la rutina de todas las cosas de todos los días, esas que nos parecen tan insignificantes, tan simples que no les damos la mayor importancia. En nuestro diario convivir con los demás, ¿por qué no somos más tolerantes, más generosos? ¿por qué pensamos siempre en nosotros y en todo lo que nos satisface?. Si en todas las cosas, por pequeñas que sean, ponemos el máximo esfuerzo de hacerlas bien, el resultado será la suma de todas ellas que nos darán, al final de la jornada, un día bueno, un día santo. Las cosa simples, pequeñas, vendrán a nosotros, saldrán a nuestro paso en el diario vivir y es entonces cuando tenemos que tener el ánimo presto, la voluntad decidida. El momento heroico de saltar de la cama, a su hora, para no llegar tarde y cumplir con nuestro deber; ese trabajo que tanto nos fastidia hacerlo con gusto, con amor; esa sonrisa al compañero, ese buscarle alguna virtud en vez de dejarnos llevar por la fácil pendiente de la crítica; ese saber escuchar; ese templar la voluntad no saboreando la golosina que nos ofrecen; ese saber esperar un rato más para saciar nuestra sed; esa valentía de no escudarnos en la mentira fácil; esa forma de estar siempre dispuestos a servir en vez de ser servidos; ese ofrecer cualquier contrariedad, incomodidad o dolor, para que estas cosas adquieran su verdadero valor y no se pierdan; esa paciencia ante las personas o cosas que quieren sacarnos de quicio; esa esperanza, esa fe, ese amor; ese toque de alegría en nuestra rutina; esa paz que tenazmente pretendemos poner o dejar en el corazón de los demás; esa conformidad para las cosas inevitables, aceptándolas, aprendiendo a decir en todos los momentos: "Hágase Tu Voluntad, Señor" No esperamos a ese "mañana" cuando todas las cosas estén en perfecto estado y a nuestro gusto. Empecemos hoy, ahora, en este mismo momento. Antes de que nos podamos dar cuenta se nos presentará la oportunidad de santificarnos en estas cosas tan nuestras de todos los días. En las cosas simples, en las cosas pequeñas, esas, que no nos dan más, esas son, las que harán que nuestra vida merezca ser vivida en todo lo que vale. Hay una y mil cosas que creemos que nos darán la felicidad pero no nos damos cuenta de que en cuanto logramos lo que deseábamos pasamos inmediatamente a anhelar otra cosa para ser felices. Y es que las cosas que nos llegan de afuera, del exterior, no nos satisfacen plenamente pues es en nuestro interior donde tenemos que experimentar el verdadero valor de cada cosa. Muchas veces las grandes victorias, los grandes triunfos, los grandes acontecimientos nos dejan más vacíos que una pequeña cosa, casi insignificante pero que vino a inundar nuestra alma de una sensación profunda de felicidad. Una caricia, una sonrisa, una frase amable, una mirada tierna, alguien que se paró a escucharnos, un beso, una palabra de aliento, una tarde soleada, una carta o mensaje de alguien que está lejos, el estreno de unos zapatos o de un vestido que fue un sacrificio comprar, un encuentro con alguien que hacía mucho tiempo que no veíamos, un perdón, una reconciliación, ver un capullo convertido en flor, mirar la lluvia que lava y moja las hojas de los árboles, el olor a tierra húmeda y barbechada, una puesta del sol, contemplar el mar y sus cambiantes olas, la caricia de la brisa al tardecer, una noche estrellada, sentir una mano pequeñita y confiada en la nuestra, saber que en nuestro hogar hay alguien que nos espera con amor, tener la fortuna de una sincera y buena amistad... en fin tantas y tantas cosas que no nos dan más, que no les damos el valor que tienen y que dejamos pasar sin darles importancia y que son ellas las que, sin hacerse notar, nos dan la felicidad. Esa felicidad sencilla y simple pero inmensamente grandiosa de las cosas pequeñas. Aprendamos a ser felices con ellas pues el que sabe aprisionarlas y gozarlas, bien puede decir que encontró la mágica fórmula para ser feliz. No las dejemos ir sin darles el valor que tienen. |
viernes, 25 de enero de 2013
ORACIÓN PARA SANAR LA DEPRESIÓN
Oracion para sanar la depresión.
Señor
siento el desierto en mi corazón, las cargas son muchas y ya no tengo
fuerzas. Señor, infunde tu Santo Espíritu, sopla sobre mi y llevate
esta depresión que me consume por dentro.
Aleja de mi todo espíritu de tristeza, de angustia, de agobio, de cansancio. Aleja todo espíritu de soledad, de falta de constancia.
Señor dame una señal que me escuchas, Tu sabes Señor que te amo pero hay veces que me cuesta reconocerlo. Tengo un aguijón como Pablo clavado en mi corazón que me hace débil.
Pero se Señor que Tu me levantarás de mis debilidades, que Tu me sanarás, que alejarás todo tipo de espíritu que quiere enfermarme y hacerme alejar de ti.
Dame la fortaleza de tu Santo Espíritu, ilumíname con Tu Palabra, hazme salir de esta prisión que me ahoga , que me asfixia.
Señor bendíceme, saname. Señor, Tu que has sanado a los leprosos, a los paraliticos, a los ciegos, sáname, por eso yo te digo, Jesus hijo de David ten piedad de mi!
Levántame de esta oscuridad, dame Tu Luz, dame tu misericordia, perdona mis pecados y los de mis ancestros. Libérame de toda depresión que pudieran haber tenido mis antepasados.
Pasa sanando todo momento traumático de mi nacimiento. De mis primeros años de vida. Sana las etapas de mi vida. Enséñame a perdonar y a perdonarte.
Llena mis espacios vacios de amor, con tu amor y tu misericordia. Llévate este aliento de muerte y hazme resucitar como a Lázaro. Quítame las vendas de la tristeza, llévatela, no la quiero.
Dame el don de la alegría, dame el don de la fe. Llename con tu Espíritu y nada mas, Señor. Amen, amen.
LOS TRIUNFADORES
LOS TRIUNFADORES
A veces los triunfadores no son aquellos a los que todo el mundo
aplaude y reconoce. No son los que construyeron grandes obras, dejaron
constancia de su liderazgo o viajaron, en primera clase.
A
veces los triunfadores no son los administradores geniales, ni los
visionarios del futuro, o los grandes emprendedores. Por ello, tal vez
no los reconoceríamos en medio de tanto pensador, filósofo o tecnólogo,
que supuestamente conducen a este mundo por la senda del progreso.
A veces el triunfador no es el negociador internacional, o el hacedor
de empresas de clase mundial o el deslumbrante estadista que asiste a
reuniones cumbre. No es el que se afana por exportar mucho, sino el que
todavía se importa a sí mismo. Porque el triunfador puede ser también el
que calladamente lucha por la justicia, aunque no sea un gran orador o
un brillante diplomático.
El triunfador puede ser igualmente el que venció la ambición desmedida y no fue seducido por la vanidad o el poder.
Es triunfador el que no obstante que no viajó mucho al extranjero, con
frecuencia hizo travesías hacia el interior de sí mismo para dimensionar
las posibilidades de su corazón. Es el que quizás nunca alzó soberbio
su mano en el podium de los vencedores, pero triunfó calladamente en su
familia y con sus amigos y los cercanos a su alma.
Es, quizá,
el que nunca apareció en las páginas de los periódicos, pero sí en el
diario de Dios; el que no recibió reconocimientos, pero siempre obtuvo
el de los suyos; el que nunca escribió libros, pero sí cartas de amor a
sus hijos y el que pensó en redimir a su país a través de la asfixiante
aventura de su trabajo común y rutinario y aquel que prefirió la sombra,
porque, finalmente, es tan importante como la luz.
A veces el
triunfador no es el que tiene una esplendorosa oficina, ni una
secretaria ejecutiva, ni posee tres maestrías; no hace planeación
estratégica ni elabora reportes o evalúa proyectos, pero su vida tiene
un sentido, hace planes con su familia, tiene tiempo para sus hijos y
encuentra fascinante disfrutar de la hermosa danza de la vida.
A
veces el triunfador no es el pasa a la historia, sino el que hace
posible la historia; el que encuentra gratificante convencer y no sólo
vencer y el que de una manera apacible y decidida lucha por hacer de
este mundo un mejor lugar para vivir. Es el que sabe que aunque sólo
vivirá una vez, si lo hace con maestría, con una vez le bastará.
A veces el triunfador no tiene que ser el que construyó grandes
andamiajes y estructuras administrativas, pero supo cómo construir un
hogar; no es el que tiene un celular, pero platica con sus hijos, no
tiene correo electrónico, pero conoce y saluda a sus vecinos, no ha ido
al espacio exterior, pero es capaz de ir hacia su espacio interior y sin
haber realizado grandes obras arquitectónicas, supo construirse a sí
mismo y fue, como dice el poeta, el cómplice de su propio destino.
A veces el triunfador suele ser Teresa de Calcuta, o Francisco de Asís o
Nelson Mandela, o tal vez la enfermera callada, el obrero sencillo y el
campesino olvidado, porque como personas triunfaron sobre la apatía o
el desencanto y con su esfuerzo cotidiano establecieron la diferencia.
A veces el triunfador puede ser el carpintero pobre de un lugar
ignorado, o una mujer sencilla de pueblo o un niño humilde que nació en
un pesebre, porque no había para él lugar en la posada…
Autor: Rubén Núñez.
LA BELLEZA DEL PERDÓN...
Autor: P. Juan Carlos Ortega Rodríguez | Fuente: Catholic.net
La belleza del perdón
Considerarse indigno de la persona amada ayuda a valorar los dones que de ella se recibe.
La belleza del perdón
El Santo Padre Juan Pablo II nos recordaba cómo algunos cristianos han abandonado la práctica de este sacramento debido al profundo sentido de justicia que cultivan en su interior y que les lleva a "probar un sentimiento de indignidad ante la grandeza del don recibido. En realidad tienen razón en sentirse indignos" (Carta a los sacerdotes con motivo del Jueves Santo, 15 de marzo de 2001, n.6).
Parecería que estas palabras son contradictorias. Por una parte afirma el Papa que es bueno sentirnos indignos; pero por otra parece que este sentimiento nos aparta de uno de los principales sacramentos.
En realidad la contradicción dependerá no del sentido de indignidad, que todos debemos experimentar, sino del fundamento de la indignidad. Nos hará mal si se funda en la justicia, en cambio será una ayuda si lo basamos en el amor. Me explicaré.
La sociedad actual ha desarrollado fuertemente el sentido de justicia. Hace unos meses comentaba con un amigo este hecho que, aunque positivo, no es suficiente para saciar al ser humano. Más aún, si permanecemos en la sola justicia el hombre se empobrece pues su anhelo más profundo no se limita en ser justo sino que va más allá, deseando amar y ser amado.
Uno de los síntomas de un matrimonio sano es cuando cada uno considera que recibe del otro más de lo que uno mismo merece, es decir, cuando uno se considera indigno de la persona amada. Cuando ambos se consideran indignos del otro es señal que su relación se basa en el amor y no en la justicia.
En efecto, considerarse, en cierta medida, indigno de la persona amada ayuda a valorar los dones que de ella se recibe y ayuda a superar el sentido de culpabilidad por los propios errores.
Si uno se considera indigno, valorará como algo gratuito y no merecido todo el cariño y entrega que de la persona amada recibe; en cambio, si uno se considera digno de tal amor, todos esos detalles serán recibidos como simple respuesta de justicia debida.
De igual modo, uno acepta los propios errores de modo diverso dependiendo de si se vive en una actitud de amor o simplemente de justicia. Si la relación se basa en la justicia, nacerá un sentido de culpabilidad que no sanará incluso si la otra parte perdona, pues nunca se merece el perdón.
Pero si la relación se basa en el amor, los fallos "lejos de deprimir el entusiasmo, le pondrá alas" (n. 9) para encontrar nuevos y mejores modos de manifestar el amor.
Algo similar nos ocurre cuando consideramos nuestros pecados de cara a la constante fidelidad de Dios. Si mi relación con el Señor se basa en la justicia siempre me sentiré culpable e indigno y su amor de Dios, en vez de ayudarme, me abrumará e, incluso, no aceptaré su perdón pues no me lo
merezco.
Pero todo es diverso si mi relación con Él se funda en el amor.
Cierto que probaremos, "como Pedro, el mismo sentimiento de indignidad ante la grandeza del don divino". Pero el amor será capaz de superar las consecuencias de mi indignidad. Llama la atención cómo Jesucristo no exige en primer lugar a Pedro que le pida perdón sino que se le ame: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas tú más que estos?" (Jn 21, 15) "Es sobre la base de este amor consciente de la propia fragilidad" que nacerá nuevamente la confianza y la entrega a la persona amada.
Pedro, lleno de amor por el Maestro, y viéndose incapaz de obtener fruto, confía plenamente en su palabra. La pesca milagrosa es muy significativa. Cristo no pide a Pedro algo nuevo o diverso de lo que había realizado antes. Le pido lo mismo, lanzar las redes como hizo en la noche,pero en esta ocasión fiándose de su palabra. "Jesús pide un acto de confianza en su palabra" (n. 7).
El cristiano que ama de verdad a Cristo, sabiéndose pecador e indigno, se acerca a la confesión. Sabe que por sí mismo no es capaz de cambiar, por eso se fía de Dios y de su perdón. Y regresa a su vida para lanzar nuevamente las redes con la seguridad de que la gracia alcanzada en la confesión iniciará a llenar sus redes de buenas obras. Cuando uno ama, el hecho de saberse indigno le impulsa a confiar en la persona amada, es decir, a fiarse plenamente de su amor.
Pedro, porque ama al Señor, aunque se sienta indigno, no sólo confía en Él, sino que "se siente en la necesidad de testimoniar y de irradiar su amor". De igual modo, el cristiano que se sabe indigno pero ama, es impulsado por el amor a entregarse con más ahínco a la persona que ama para demostrarle que aquel error o fallo no expresa realmente lo que su corazón siente por Él.
El cristiano es alguien que se sabe indigno de un Dios tan grande y por ello confía, ama y se entrega a Él.
Quien se confiesa es aquella persona que, consciente de su pecado, desea escuchar del Señor las palabras: ´lanza otra vez tus redes, pero en esta ocasión confiando en mí´.
Quien se confiesa es aquella persona que quiere decir a Dios: te amo, por eso, no tengas en cuanta mis pecados sino la fe y el amor de mi corazón.
jueves, 24 de enero de 2013
DIEZ CONSEJOS PARA VIVIR EN CRISTIANO
2. Agradece a Dios la fe que tienes.
3. Valora el hecho de ser cristiano y católico.
4. Tomate en serio la misa del Domingo.
Vivirás como buen hijo de Dios unido a toda la familia cristiana.
5. Confiesa tus pecados.
6. Invoca a la Virgen para que te ayude a creer en Jesucristo
7. Vive más sobriamente.
8. Habla de Jesucristo a tus amigos, a tus vecinos,
9. Cumple tus obligaciones de cada día.
10. Ama a todos.
miércoles, 23 de enero de 2013
ORACIÓN AL ESPÍRITU SANTO PARA OBTENER SALUD
ORACIÓN AL ESPIRITU SANTO
PARA OBTENER LA SALUD
PARA OBTENER LA SALUD
¡Espíritu Santo divino, creador y renovador de todas las cosas, vida de mi vida! Te adoro, te doy gracias y te amo en unión de María Santísima. Tú que das la vida y vivificas todo el universo, consérvame en buena salud; líbrame de las enfermedades que la amenazan y de todos los males que la acosan.
Con la ayuda de tu gracia, prometo usar siempre mis fuerzas para mayor gloria tuya, para el bien de mi alma y el servicio de mis hermanos.
Te ruego también que ilumines con tus dones de ciencia y de inteligencia a los médicos y a todos los que cuidan a los enfermos, para que conozcan las verdaderas causas de las enfermedades que amenazan a la vida, y puedan descubrir y aplicar los remedios más eficaces para defenderla y sanarla.
¡Virgen Santísima, madre de la Vida y salud de los enfermos!, a ti confío esta mi humilde oración. Dígnate, Madre de Dios y madre nuestra, acompañarla con tu poderosa intercesión.
Amén.
PENSAMIENTO MARIANO 18
Pensamiento Mariano
A Jesús siempre se va y se "vuelve" por María.
San Josemaría Escrivá de Balaguer
San Josemaría Escrivá de Balaguer
JESUCRISTO, CREO QUE ERES EL CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA
Jesucristo, creo que eres el camino, la verdad y la vida.
Camino:
Una senda que lleva al cielo. Tiene piedras y es estrecha pero Tú nos acompañas, y tu compañía transforma lo duro y amargo en suave y dulce. Es la diferencia de seguir un camino en solitario o en tu compañía. El cielo es cielo porque estás Tú y el infierno es infierno porque Tú no estás.
Caminar sin tu compañía vuelve dura la vida. Muchos se hacen dura la existencia porque no quieren saber de Ti. Yo quiero caminar contigo porque Tú quieres acompañarme y porque Tú solo tienes palabras de vida eterna.
Verdad:
Creo en Ti, Dios mío, porque eres la verdad misma. En un mundo de mentira, Tú eres el refugio y la brújula. En la dictadura del relativismo que equivale a viajar por un mar inestable, Tú eres la roca que resiste el embravecido oleaje.
Necesito creer en algo, en Alguien que dé sentido y seguridad a mi existencia. Tú eres mi roca y rompeolas. Tú eres la verdad de mi vida, eres luz que ilumina mi senda, mi camino seguro.
Vida:
Yo soy la vida, la vida del cuerpo y la vida del alma. Por lo tanto, Él ha dado y sigue dando la existencia a todos los seres, a mí también. Tú eres mi vida y yo soy parte de tu ida.
Salí de Ti, en Ti existo y hacia Ti voy, Dios de mi vida. Mi Dios y mi todo: Mi Dios y mi vida. Sin Ti no existí y sin Ti no existiría ahora y sin Ti no existiré mañana.
Vida de las almas, mantén siempre viva mi alma y ayúdame con tu gracia a resucitar las almas muertas de mis hermanos. La confesión es un sacramento de resurrección; debo ejercerlo con frecuencia y con amor. Decir a un alma: Tus pecados no existen ya y que sea cierto. Camino, Verdad y Vida de las almas, bendito seas hoy y por siempre.
AQUEL ROSTRO ERA EL MIO
Aquel rostro era el mío
Entonces ellos (los condenados) responderán diciendo: Señor, cuándo te vimos hambriento o sediento, o peregrino, o enfermo, o en prisión y te socorrimos?... (Mateo, 25, 44-45)
Este rostro, Señor, me ha vuelto loco todo el día.
Es un reproche vivo, un largo grito que golpea mi paz, que me impide estar en armonía.
Este rostro me recuerda: la miseria, el aire apestado, el humo, el alcohol, el hambre, el hospital, el sanatorio.
Por momentos, al verlo me recuerda el trabajo aplastante, humillante, el paro, la crisis, la guerra.
Y me muestra bailes embriagantes, canciones asquerosas, películas horribles, música lánguida, besos mentirosos y sucios.
Este rostro tiene la rebelión, el alboroto, los gritos por la injusticia, los golpes, el odio.
Llegan de todas partes, imágenes de hombres de mil rostros horrorosos con sus gordos dedos sucios, sus uñas rotas, sus alientos apestosos. Han acudido de todos los rincones del mundo, de todas partes.
Vienen más!! Ahora, sus caras tienen egoísmo, orgullo, cobardía; avaricia sensualidad trampa.
Estas miradas me incomodan. Me duelen. Son una queja dolorosa, un grito de rabia, pero también una llamada desgarradora, porque en el fondo, este rostro ridículo, gesticulante, tiene un destello, una llama, una trágica súplica; el infinito deseo de un alma que quisiera vivir más allá del pantano maloliente que pisan sus pies.
Señor, este rostro me vuelve loco, me da miedo, me condena, porque YO HE TRABAJADO COMO TODOS PARA QUE FUERA ASI...o al menos he dejado que lo hicieran así, y ahora pienso que este rostro es el de un hermano, mío y tuyo.
Oh Dios, cuánto mal le hemos hecho a este miembro de tu familia!!!
Ahora, temo tu juicio, Señor.
Tú harás desfilar ante mí todos los rostros de estos hombres...y especialmente los de mi barrio, los de mi puesto de trabajo...y yo leeré en sus caras: la arruga que yo he abierto, la boca que yo torcí, la mueca que esculpí, la mirada que manché, la que extinguí.
Todos desfilarán ante mí, vendrán los conocidos y los desconocidos, los de mi tiempo y los de siglos pasados y todos cuantos vendrán a este taller del mundo, y yo estaré inmóvil, aterrado, en silencio.
Será entonces cuando Tú me dirás: AQUEL ROSTRO ERA EL MIO.
Señor, perdón por este rostro que hoy me ha condenado. Perdón por este rostro que se cruza en mi camino a todas horas, en todo momento. Perdón porque he cerrado los ojos, he dado vuelta la cara, hice que no veía... Gracias Señor, porque este rostro hoy me ha despertado.
GRACIAS SEÑOR...
Gracias Señor
Autor: Adolfo Robleto
Gracias, Señor, por el momento hermoso en que mi alma se lleno de gozo que hizo nacer la esperanza en mi.
Gracias, Señor, por el momento hermoso en que mi alma se lleno de gozo que hizo nacer la esperanza en mi.
Gracias, Señor por tu voz tan quieta que se hace oír cuando el dolor aprieta, y es como ungüento de consuelo santo que neutraliza mi cruel quebranto.
Gracias, Señor, por tu amistad contínua que me liberta de toda ruina. Dándome fuerza para seguir por el sendero del buen vivir.
Gracias, Señor, porque eres bueno, porque cultivas en el terreno de mi existencia las frescas rosas de tus palabras dulces y hermosas.
Gracias, Señor, porque alumbraste un día con luz de aurora en mi tarde umbría y ya no anduve por camino erróneo,pues fuiste tu mi compañero idóneo.
Gracias, Señor, porque aprendí el secretode un pensar sabio y concreto,y ahora puedo confrontar la vidasin vacilar, con la frente erguida.
Gracias, Señor, porque tú existes,para los pobres, para los tristes,para el humilde de corazón que arrepentido busca el perdón.
En fin, Señor, gracias por todo lo que tú eres; y por el modo tan compasivo que hay en ti; Yo soy tu hijo, ven mora en mi.
FORMAR EL CORAZÓN
Autor: Escuela de la Fe
Formar el Corazón
Formar el corazón significa, pues, purificar, ordenar y potenciar nuestro amor.
1.Concepto e importancia de la formación del corazón
La vida consagrada puede entenderse como un auténtico matrimonio espiritual, como se ha descrito por tantos santos y autores de la vida espiritual.
Pero ¿qué significa ser esposa de Cristo? Ser esposa de Cristo significa estar consagrada plenamente a Él, amarle locamente, vivir para Él y entregarse totalmente a su amor.
En todo ello debe entrar toda la persona, con su mente, con su voluntad, con su amor, con sus sentimientos. Por tanto, una esposa de Cristo verdadera es aquella que se recrea en su pensamiento con Cristo, y por tanto que ora, que platica con Él, que le pregunta por sus intereses, que se identifica con sus criterios, que le recuerda frecuentemente durante el día, que, incluso en momentos de estudio, descanso trabajo, se acuerda de Él, y que le trata de conocer en el Evangelio y en sus Constituciones, sus Santas Reglas.
Una esposa de Cristo auténtica es aquella que vive para Él, que lucha por Él, que trabaja activamente para darle a conocer en sus conversaciones, que se identifica con Él, amando y deseando lo que Él ama y desea, que siempre está dispuesta a sacrificarse por defender y conservar el amor, que no acepta conscientemente otros amores al margen de Él y de su Reino, y trata de obsequiarle cada día con su fidelidad en el cumplimiento de todos aquellos detalles y pequeñeces del reglamento y de la disciplina, expresión de su voluntad santísima.
El amor es esencial para nuestra realización personal, pero es también el principio del que pende toda la ley y los profetas: "amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas, y a tu prójimo como a ti mismo".
Si el corazón vive encantado por afectillos sensuales y egoístas; si la consagración es medio para idolatrar la propia persona; si a la par del amor a Dios se dan cabida a amores adúlteros, no se está ciertamente cumpliendo ni viviendo en la verdad.
Buscar la autocomplacencia, rodearse de un grupo de "fans", cultivar las simpatías, inquietarse por lo que piensa o deja de pensar la Directora, es, además de inmadurez, signo de que falta amor, de que no se está formando el corazón.
Ustedes., religiosas, almas consagradas, por su feminidad tienen un más hondo sentido de delicadeza, de finura y de sensibilidad para el amor, deben cultivar esta caridad que llevan en su ser; a convivir intensa y amorosamente con Dios que habita en sus corazones; a buscar sólo su mayor gloria, olvidándose de Ustedes mismas, porque es así como lograrán su realización personal -"quien pierde su vida por mi la hallará”.
Todo amor humano implica emoción, un elemento emotivo. Podemos hablar de “la emoción de amor”.
Pero el amor no puede quedarse allí. Podemos reflexionar sobre lo que sucede en la vida matrimonial, y aplicarlo a la vida consagrada. Cuando una persona se casa, se supone que su vida emocional ya se ha desarrollado bastante, aunque habrá que seguir cultivando la integración armoniosa de las emociones entre sí y entre las emociones y las facultades superiores de razón y voluntad.
Bajo el influjo de la razón, las emociones gradualmente pierden su orientación de tendencia egoísta y llegan a despertarse en función del bien de la otra persona.
De esta manera el amor que fue originalmente egoísticamente emotivo se eleva hacia el nivel del amor generoso, maduro, humano en que se busca el bien de la otra persona.
Entonces los esposos experimentarán tanto en la voluntad como en las emociones y sentimientos, la alegría de la entrega mutua.
Cuando los dos esposos han alcanzado este nivel, su amor es entonces “amor de amistad”, es un amor que sabe dominarse, y en especial en el aspecto sexual.
Tal desarrollo es posible en el matrimonio, aunque no sin dificultades, cuando al inicio de su matrimonio ambos tenían una vida emocional armoniosa, razonable, con capacidad de amor de entrega y de preocupación por la otra persona, y la subordinación de la sexualidad a las facultades de la razón y la voluntad.
Esto está en claro contraste con el tipo de situaciones que todos Ustedes conocen de matrimonios fundados en la emoción y que no superan ese nivel – y que por lo tanto están siempre vulnerables. Continúan en el nivel de la inmadurez emocional adolescente.
La vida de la persona consagrada en virginidad, en las circunstancias correctas, hace posible que una mujer o un hombre alcancen la madurez de este amor humano incluso en un momento más temprano en la vida que en el matrimonio.
Para ello, la persona quien se consagra debe poseer las mismas cualidades que mencionamos para quien entra en matrimonio.
Cuando la persona consagrada sabe aceptar con constancia el sacrificio de la gratificación de sus inclinaciones naturales en razón de su ideal, dentro de una visión sana y equilibrada de la sexualidad, entonces puede alcanzar la misma felicidad y realización que se encuentra en el matrimonio.
La persona consagrada quien vive constantemente consciente de la razón tan elevada y noble de su opción por la virginidad alcanzará este amor maduro y el gozo que conlleva, incluso más temprano que las personas casadas, quien normalmente necesitan más tiempo para alcanzarlo. Y es que desde los primeros años del noviciado la persona consagrada se ha dedicado a los valores del espíritu, el servicio de los demás, la contemplación de lo pasajero de las cosas materiales. Este dejarse lleva al auténtico amor maduro...
El amor primero, entonces, todavía cargado de emotividad, con las motivaciones altruistas, tiene que ir dando paso al amor de entrega.
Y esto se cultiva y se desarrolla en la abnegación sencilla pero real de uno mismo.
Lo que quizá se podría hacer en otro contexto “simplemente” para formar la voluntad, en la vida del alma consagrada se convierte en fuente de crecimiento, profundización y maduración en el amor.
Amor de entrega, sin esperar recompensa. Amor que busca sólo complacer al Amado. Y como en el matrimonio, necesariamente será un amor “de detalles”.
Como en el matrimonio, así también en la vida consagrada se dan periodos de paz, de tranquilidad y periodos de lucha y dificultad. El amor se prueba en la lucha y la dificultad. En edad joven, tentación más bien de tipo sensual, el placer, las añoranzas de cosas pasadas, la atracción de la vida fácil y los placeres del mundo. Más adelante en edad, la añoranza de compañía humana, comprensión ante dificultades...
Nada mueve más al amor que el saberse amado. Esta experiencia humana vale también para la caridad teologal.
Y alguien que ha sido escogida por Dios tiene muchos y muy profundos motivos para sentirse amada por su Creador y Redentor.
Qué fácil es, y al mismo tiempo qué importante, recordárselo y valorárselo a las jóvenes en la vida consagrada. ¡Dios te ama! En los momentos de fervor y entusiasmo o en los momentos de sequedad y desánimo: ¡Dios te ama! La caridad es un don de Dios. Hay que poner todos los medios humanos, pero sobre todo hay que pedirlo, esperarlo y acogerlo con humildad y apertura.
El amor a Dios llevará a las obras del amor. Formar a la persona en la caridad teologal es también orientarle para que viva siempre en una actitud de autenticidad en su entrega a la voluntad de Dios. Recordarle que quien ama a Dios cumple sus mandamientos (cf. Jn 14,15). Ayudarle a comprender que la voluntad de Dios se manifiesta sobre todo en el interior de su conciencia, pero se expresa también a través de quienes legítimamente le representan: desde el supremo Magisterio de la Iglesia hasta su más cercano formador.
Finalmente, mostrarle que el amor a Dios debe llevarle a esforzarse del modo más sincero por evitar el pecado, como negación del amor; no sólo: debe foguear en ella un ardiente anhelo de que en todas partes, entre sus hermanas y conocidas, en las familias y las sociedades, reine siempre el amor por encima del pecado.
El amor de Dios orientará así, de manera radical, el sentido y el objetivo esencial de su futuro apostolado. Su amor al Padre le lleva a sus hermanos. Los miembros de la primitiva comunidad cristiana “Tenían un solo corazón y una sola alma” (Hch 4,32). Las comunidades religiosas también aspiran a ser una grande y única familia por el amor fraterno y por las relaciones mutuas de cordialidad, de respeto y de servicialidad.
Los afectos desordenados, la falta de un corazón formado, coartan la libertad, afectan considerablemente la capacidad de atención y dedicación al trabajo, condicionan la objetividad de juicio en muchos asuntos, desmoronan la vida de comunidad; y en el plano moral y espiritual el apego afectivo desordenado a otra persona da paso a una situación de infidelidad y de adulteración de la alianza de amor virginal que el alma consagrada ha sellado con Jesucristo.
Todas sin excepción debemos trabajar y luchar por desprendernos de las criaturas, por mantener intacto nuestro amor a Dios, por acrecentarlo y vivir tan enamorados de Él que el desprecio de nosotros mismos sea una inmolación gozosa y no algo temido u ofrecido a regañadientes.
A todas, sin excepción, nos asalta el egoísmo con su sed de dominio, con su implacable ambición de hacer girar el mundo en provecho propio, con su sutil astucia para sojuzgar a los demás y sentirse amado y correspondido sensiblemente con el afecto de otros.
Hablamos del “corazón” como sede del amor y centro de la persona humana. Formar el corazón significa, pues, purificar, ordenar y potenciar nuestro amor.
El amor es la fuerza que mueve al hombre: ninguna realidad humana se emprendería si no se amase.
Muy bien podríamos decir que el amor es creador. En esto, más que es cualquier otro aspecto, reflejamos la imagen de Dios, que es Amor, y que amando crea. Si Dios da el ser amando, el hombre integra en sí mismo lo amado, no para absorberlo ni disminuirlo –si es verdadero amor- sino para potenciarlo y ayudarlo a alcanzar su perfecta realización.
El hombre perfecto es la gloria de Dios. Sin amor o amando incorrectamente, nunca tendremos una persona realizada.
Nuestra naturaleza tiende al bien verdadero y es el bien conocido lo que atrae a la voluntad y a lo que ésta tiende empujada por la fuerza del amor. Si, impulsado por las pasiones o cegado por la vida de sentidos, el hombre pierde de vista el bien objetivo, el bien global, será arrastrado por los bienes sensibles que tocan la superficie, pero no el núcleo ni la totalidad de su persona.
Es entonces cuando el individuo se pierde, se vacía, se destruye: no sabe amar. Sacrifica su personalidad a los placeres, a las emociones y afectos egoístas y, además, arruina y empobrece lo amado, convirtiéndolo en objeto y no respetándolo en su individualidad personal.
El auténtico amor enriquece, tanto al amante como al amado; nunca empobrece al que ama en beneficio del amado, pero tampoco vacía a éste en provecho de aquél. El que ama bien enriquece y se enriquece, a pesar, y precisamente por ello, de que el amor implique desprendimiento de afectos parciales y contingentes, del que suponga, si quieren Ustedes con una palabra más cercana al lenguaje espiritual: purificación.
Tanto importa saber amar como el hecho de la propia realización personal que es en definitiva el mayor motivo de gloria para quien por amor nos creó y por amor nos redimió para que llegásemos a ser hijos suyos.
Naturalidad: no se creen obsesiones dañinas para su salud mental; que no vayan a andar día y noche pensando si tiene o no rectamente orientado su corazón. Vivan con sencillez y naturalidad su vida, sirviendo al Señor y aprovechen los exámenes de conciencia para analizar, corregir y proponerse nuevas metas. En María, tiene Ustedes un ejemplo claro de la naturalidad y sencillez con que han de vivir sin angustias ni tensiones psicológicas, puestas en las manos de Dios.
La castidad se coloca dentro de la virtud de la templanza. El término “templanza proviene del verbo latino “temperare” que se podría traducir hoy como coordinar o moderar. Es el trabajo que hace un moderador en una mesa redonda: hay diversas personas y diversas opiniones que el debe moderar para que el diálogo se desarrolle de la mejor manera posible. Es esto lo que tiene que hacer nuestra razón y voluntad: deben coordinar, moderar esas fuerzas, pasiones, pulsaciones, instintos que tenemos de modo natural, sin negarlos, reprimirlos, suprimirlos, sino encauzándolos.
2.Madurez afectiva
El término “madurez afectiva” es un concepto complejo y todavía no del todo aclarado y profundizado en sus significados. Podemos entenderlo como una especificidad de la madurez humana, entendida como coherencia y armonía interna de la persona. Un psicólogo italiano Rulla habla de dos Yo: el ideal y el real.
El ideal es lo que cada uno sabe que debe ser, según su vocación, estado, situación. El real es el yo con sus tendencias y condicionamientos que algunas veces van en la misma dirección que el ideal y otras en dirección opuesta. La madurez, en términos sicológicos, es la capacidad de armonizar estos dos yo.
Hay que buscar la madurez de la persona humana en todos los aspectos, y esto incluye la afectividad: nuestra capacidad de amar.
Madurez afectiva conlleva la integración sana y equilibrada de la propia sexualidad, dada la estructura del ser humano. La persona afectivamente madura es una persona sexualmente madura y equilibrada – una personalidad integrada.
Educar en la castidad es enseñar a encauzar, no a reprimir, las propias tendencias y pasiones, de acuerdo con la propia vocación. Dios no quiere que una religiosa sea menos mujer; les quiere personas íntegras, con todas sus potencialidades en armonía con la vocación para la cual les ha creado.
Por lo tanto, hay que lograr que lleguen a poner positivamente y con entusiasmo todo el rico arsenal de sus pasiones al servicio de su vocación y misión.
En eso consiste la verdadera madurez afectiva de la persona consagrada: en la integración armoniosa de la capacidad de amar, y de la necesidad de ser amado, con la propia condición de vida. No se reduce simplemente a la recta integración de la sexualidad en la personalidad, sino que abarca más bien toda la capacidad de relación interpersonal.
Implica la orientación de todos los afectos, y en la medida de lo posible también de los sentimientos, hacia el ideal que se ha escogido, de modo que la persona esté plenamente identificada consigo misma y no se encuentre dividida entre lo que pretende ser y lo que sus afectos exigen de ella.
Ordinariamente, la experiencia de un amor totalizante y exclusivo resulta el mejor catalizador de la madurez afectiva. Para muchos la preparación para el matrimonio, y la misma vida matrimonial, son ocasión natural para lograr esta madurez.
La afectividad madura bajo los rayos del verdadero amor personal. La afectividad de quien ha sido llamado a vivir sólo para Dios madurará bajo los rayos de un amor totalizante y exclusivo a Dios, del cual brota su amor de donación universal a todos los hombres. Si no perdemos esto de vista, la maduración afectiva del alma consagrada no es tan complicada como a veces la presentan algunos.
Todo lo que favorezca esa integración armoniosa de las naturales tendencias afectivas y sexuales con el ideal de consagración a Dios y la condición de virginidad, será un elemento positivo para esa maduración. Todo lo que de algún modo dificulte esa integración será negativo y habría de ser evitado.
Para hacer una correcta valoración de los factores positivos o negativos es necesario tener presente el principio del "realismo antropológico y pedagógico".
Las tendencias y pasiones que una persona que se consagra a Dios, como cualquier ser humano, lleva consigo, son impulsos naturales, queridos por el Creador. Pero el pecado ha creado una situación de desorden en el hombre, en su capacidad de orientar esos impulsos de acuerdo con su razón y voluntad.
Hay que evitar el error de creer que una opción consciente y libre, por muy profunda que sea, es ya suficiente para encauzar correctamente las pasiones.
Estas son automáticas y ciegas, y buscan siempre sus objetos propios, por más elevado que se halle el sujeto en su camino de purificación interior. Cientos de historias de santos y místicos cristianos nos lo ilustran con creces. La presencia de un estímulo exterior correspondiente a una tendencia interna hará que ésta reaccione en esa dirección.
Si la dirección es contraria a la opción vital de consagración a Cristo, será ocasión de desorden y tensión interior, y dificultará más o menos seriamente la integración armoniosa de toda la persona en torno al ideal escogido.
Si una persona consagrada se permite todo tipo de lecturas, películas, espectáculos o diversiones, en la variada oferta de mercado de una sociedad hedonista como la nuestra, encontrará fácilmente estímulos fuertes que provocarán sus tendencias naturales en contra de su vocación virginal.
Si cultiva un tipo de relación con personas del otro sexo que es propicio para suscitar sentimientos de afecto y llegar al enamoramiento, lo más probable es que surjan de hecho esos sentimientos, y que supongan un serio obstáculo para su maduración afectiva, en una vocación que pide la entrega total del propio corazón y de la propia vida a Cristo y a su Reino. La naturaleza tiene sus propias leyes. No podemos jugar con ellas.
Debe ser un trabajo sumamente positivo, abierto, alegre. La alegría de quien ofrece todas sus renuncias por amor. La adquisición de esta madurez requiere ordinariamente un amplio período de tiempo, pues está íntimamente ligada al desarrollo físico y psicológico del individuo.
Tanto la formadora como la persona en formación han de tener en cuenta que, por circunstancias diversas -fisiológicas, psicológicas, circunstanciales, etc.- puede haber períodos de mayores o menores dificultades, de afectos más o menos fuertes que tocan a la puerta del corazón, de tentaciones más o menos marcadas.
Y han de proceder con prudencia, con serenidad y constancia en la aplicación de aquellos medios que la Iglesia por su milenaria experiencia, por su profundo conocimiento de la persona humana, aconseja para la adquisición y salvaguarda de la castidad consagrada.
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