¿Cómo surgió la Iglesia Anglicana?
Juraron fe, fidelidad y obediencia únicamente a la majestad del rey y no hay ninguna otra autoridad extranjera
Por: Hna. María de Roncesvalles | Fuente: ivemo.org
El rey Enrique VIII de Inglaterra fue quien dio comienzo a la iglesia anglicana en su país, alejándose, para satisfacer sus deseos personales, cada vez más de la Iglesia Católica provocando un cisma que dividió a los cristianos. A pesar de que aun hoy pueden verse sus consecuencias, tanto la Iglesia Anglicana como la Católica trabajan en conjunto para lograr la tan anhelada unión.
Como expresó el San Juan Pablo II: (1)“El camino ecuménico es ciertamente laborioso, quizás largo”. (Novo Millennio Ineunte, 12) Pero esto no debe hacernos olvidar sus muchos progresos.
Con ocasión de la solemne entronización del arzobispo de Canterbury el Papa le hizo llegar sus saludos a la vez que lo invitó a continuar el diálogo que conduce a la unión: “Ambos sabemos que superar las divisiones no es una tarea fácil y que la plena comunión llegará como un don del Espíritu Santo.
Que el mismo Espíritu nos impulse y nos guíe ahora también para seguir buscando una solución a las cuestiones de desacuerdo doctrinal y para comprometernos con mayor profundidad en el testimonio y la misión común”.
Antecedentes y preparación del cisma
Se puede decir con respecto al punto de vista religioso, que Inglaterra se encontraba en una situación más bien próspera.
Florecía la piedad, la devoción cristiana y cierto misticismo, esto puede verse por la cantidad de libros piadosos que se imprimían.
Pero la situación del estado eclesiástico, era bastante deficiente en todos los ámbitos, ejemplo de esto son las actas del concilio de la sede primada de Cantorbery de 1529 en donde se establecen castigos para los clérigos que practicaban la simonía.
El bajo clero manifestaba una gran ignorancia y abandono de sus ministerios sacerdotales, pero más escandalosos eran las lacras morales en el alto clero, muchos obispos y altas dignidades solo buscaban las ventajas materiales, entregaban su gobierno a otros subalternos para llevar ellos una vida mundana, en la que abundaba toda clase de vicios.
Sin embargo al principio del S XVI hubo, al menos intentos, de renovación dentro del estado eclesiástico.
Desde el punto de vista intelectual, se encontraban los gérmenes más peligrosos de rebelión contra la Iglesia y el santo Padre.
El humanismo había encontrado buena acogida entre la nobleza y las personas cultas y de más influjo social.
Juan Colet fue quien pudo ver en Italia todos los defectos de la curia romana en tiempo de Alejandro VII, y escuchar las críticas de Savonarola contra ésta.
A raíz de esto propuso en Inglaterra, volver al evangelio primitivo, contribuyendo, aunque con la mejor intención, a levantar los espíritus contra los eclesiásticos y el papado.
También Erasmo que en el 1511 compone en Inglaterra, su celebre “elogio de la locura”, donde insiste en la necesidad de una reforma, pero denigrando exageradamente a los monjes relajados, malos obispos, papas indignos y a la teología escolástica.
Si a esto sumamos la acción persistente de la herejía de Wiclef (2), que tanto contribuyó en este país para rebajar el prestigio de la Iglesia y del pontificado, se puede concluir que no fue raro que se haya generalizado un ambiente mas bien anticlerical y antipontificio.
Enrique VIII, factor decisivo en la reforma
Recibió una educación profundamente cristiana y una amplia formación teológica. En su juventud llevo una intensa vida de piedad.
Cuando subió al trono de Inglaterra en 1509, fue defensor de la causa católica durante los primeros años de su gobierno.
Al enterarse del levantamiento de Lutero, fue quien más se opuso a sus ideas y en 1521 después de la bula definitiva de condenación, mando quemar públicamente sus escritos en Londres ante la Iglesia de San Pablo.
En ese mismo año, con la ayuda de algunos obispos, escribió “Afirmación de los siete sacramentos”, dedicada al Papa León X, refutando las tesis de Lutero, por eso se le concedió el titulo de “defensor de la fe”.
Ya desde antes había mostrado una profunda adhesión a el Pontificado, recibiendo por esto, como signo de distinción, una espada y un sombrero y luego una rosa de oro.
A partir de 1525, se reunían en Cambridge, los primeros simpatizantes de la reforma luterana, de aquí salen hombres que se distinguieron más tarde en la iglesia anglicana; Cranmer, Latimer, etc. Enrique VIII, tenía a este grupo bajo vigilancia, por lo cual no pudieron hacer que las ideas se desarrollaran en otros territorios.
El rey estaba casado hacia dieciocho años con Catalina de Aragón, hija de los reyes católicos, Fernando e Isabel y tía del emperador Carlos V.
Ésta había estado casada con el hermano de Enrique VII, pero muerto éste a los pocos meses y sin haber consumado el matrimonio, el Papa Julio II había otorgado la dispensa canónica del impedimento que de este matrimonio resultaba entre Catalina y Enrique VIII.
De los cinco hijos que tuvieron solo sobrevivió, una niña nacida en 1516, que sería la futura reina. Por el decaimiento físico de Catalina, el rey vio que no podía esperar un heredero, y en tales circunstancias pensó en conseguir el divorcio de Catalina de Aragón.
Se había enamorado ciegamente de una dama de corte de la reina, Ana Bolena, que le exigía para entregarse totalmente a él, ser verdadera esposa suya y reina de Inglaterra, apoyada por su tío el duque de Norfolk que quería destruir el influjo del canciller del reino y cardenal arzobispo de York, Tomás Wolsey.
La historia de la Iglesia demostraba cuanto habían luchado los Papas en defensa de la indisolubilidad del matrimonio, sin embargo Enrique VIII, trataba de probar la nulidad del matrimonio con Catalina.
Argumentando que el romano pontífice no podía haber concedido la dispensa, del primer matrimonio de Catalina, por tratarse de un impedimento divino, diciendo que el matrimonio había sido consumado, dejaba inválida la dispensa de Julio II.
Intentaba por todos los medios probar su invalidez, o al menos que fuera anulada por un nuevo acto del Papa.
Envió a Roma a dos embajadores; Eduardo Fox y Esteban Gardiner, que obtuvieron de Clemente VII, el nombramiento de Campegio y Wolsey como delegados suyos para resolver en Inglaterra, el asunto de la nulidad de el matrimonio.
Campegio se dio cuenta que el rey quería una solución rápida y favorable al asunto, mientras que él debía hacer las cosas sin apuro, así tal vez se calmaría la pasión del rey, pero Wolsey por su parte le hizo notar que era un peligro actuar así porque el rey si no obtenía lo que quería no se detendría hasta un cisma.
Campegio le pidió a la reina que renunciase al matrimonio y entrase a la vida religiosa, pero ésta protestó indignada; de todas formas no era una verdadera solución ya que aunque ella se retirase, su matrimonio con Enrique era válido y no podía casarse con otra mujer.
Viendo que la única forma de evitar la ruptura entre la Iglesia e Inglaterra era complacer al rey, intenta obtener de Roma la facultad para resolver el asunto solo.
Pero el Papa estaba persuadido de que el matrimonio era válido y como consecuencia indisoluble, a raíz de esto se vio forzado a mantener la negativa.
Por otra parte escribía Campegio "El rey nada ve, nada piensa sino en su Ana..., y es una compasión de que manera la vida de un rey y el estado y ruina de un país están pendientes de esta sola cuestión".
Entre tanto, forzados por la impaciencia de Enrique VIII, los legados Campegio y Wolsey, debieron dar comienzo al proceso.
La reina Catalina compareció personalmente ante el tribunal, en la segunda sesión se arrojó a los pies de su marido implorándole compasión pero este permaneció impasible, ella volvió a repetir su protesta y apeló al Romano Pontífice. No volvió a presentarse ante esos jueces.
Estos actos le conquistaron la simpatía del pueblo inglés y de todo el mundo que interiormente se pusieron de su parte.
Enrique y Wolsey no hacían otra cosa que tratar por todos los medios de dar una solución favorable al tema del divorcio, pero se presentó el obispo de Rochester, Juan Fisher y desafiando las iras del monarca, proclamó que después de un intenso y profundo estudio, estaba convencido de la validez del matrimonio, y estaba dispuesto como en otro tiempo San Juan Bautista, a sacrificar su vida por la indisolubilidad del sacramento.
Sin embargo, todo fue inútil, Enrique VIII exigía la declaración de la nulidad del matrimonio para poder juntarse legítimamente con Ana de Bolena. Campegio no pudiendo darle la solución que éste deseaba y temiendo mayores males, optó por una suspensión en el proceso, alegando las vacaciones de los tribunales eclesiásticos.
El papa Clemente VII, había firmado el decreto de traslación a Roma de aquella causa.
Consumación del cisma
Esta decisión del Papa fue una noticia terrible para el rey, pero éste presionado por Ana Bolena, se decidió a pasar por encima de todo y precipitar una solución.
Pasaron dos años en los que se iba separando cada vez de Roma, pero vacilaba en tomar una decisión definitiva y trataba de seguir negociando con Roma.
La primera víctima del disgusto del rey fue Wolsey, por no haber hallado una solución favorable mientras fue legado pontificio.
Acusado de alta traición por el Parlamento por haber violado una ley del reino aceptando el cargo de legado, fue apresado el 4 de noviembre de 1530 y conducido a la Torre de Londres; pero agotado por tantos sufrimientos, murió el 29 del mismo mes, antes de llegar a la Torre, en la abadía de Leicester.
Después del breve intervalo en el que Tomás Moro ocupó la cancillería del reino, por no aceptar los deseos del rey, le sucedió en su cargo, Tomás Cromwell, principal responsable de los trágicos acontecimientos que se siguieron y con el Tomás Cranmer, catedrático de la Universidad de Cambridge en el Christ Collage, capellán de Ana Bolena y simpatizante con el protestantismo.
Cranmer le insinuó a Enrique VIII la posibilidad de recoger dictámenes de las universidades de Inglaterra y del extranjero sobre la nulidad del matrimonio.
Se obtuvieron gracias a la mediación de Gardiner y Foxe, durante el año 1530, los pareceres de las universidades de Cambridge y de Oxford. Pero este dictamen sobre la nulidad se basaba en el supuesto de que el matrimonio entre Catalina y Arturo había sido consumado, siendo ésta una suposición falsa que hacía Enrique VIII.
Se le unieron Universidades como la de Paris, Orleáns, Padua y otras y diversas personas importantes.
Todos estos dictámenes unidos a una súplica de los grandes del reino avalada con la firma de Cromwell y del arzobispo de Cantorbery, fueron presentados a Clemente VII con el objeto de obligarlo a satisfacer los deseos del rey.
Por primera vez, el rey hablaba de un cisma, porque termina la súplica aludiendo a “remedios extremos siempre desagradables en su ejecución”.
El Papa se negó decididamente a darle una respuesta favorable, tratando por todos los medios de que en Inglaterra no se dé un paso peligroso. Mientras tanto contesta el Papa a Enrique VIII, con respecto a la amenaza del cisma “No es esto una proposición digna de vuestra prudencia y religión”.
En marzo de 1530 prohibió a Enrique VIII contraer un nuevo matrimonio bajo pena de excomunión y en 1531 prohibía al parlamento y otras autoridades inglesas a resolver nada en el asunto del divorcio.
Ante esta actitud firme del Papa, el rey buscó por todos los medios que el asunto fuera resuelto solo por el arzobispo de Cantorbery y su consejo, y para presionar aún más a Roma, formuló claramente la amenaza de una ruptura de relaciones, haciéndose declarar “jefe supremo de la Iglesia en Inglaterra”.
Como ya no esperaba ninguna solución favorable decidió actuar por su cuenta, le prometió a Ana Bolena que ella sería la reina, y ya a comienzos del 1533 esperaban un hijo.
Se desposaron en secreto, pero no obstante esperaba la anulación de su antiguo matrimonio, y esto fue facilitado porque el arzobispo de Cantorbery que se hubiese negado a realizar lo que pedía el rey, había fallecido.
El rey propuso para este cargo a Tomas Cranmer, quien manifestaba su adhesión a los protestantes y se había casado secretamente con la hija de uno de los jefes luteranos. Clemente VII ignorando todo esto y con el fin de no exasperar más a el rey inglés, dio su consentimiento y las bulas para el nuevo arzobispo de Cantorbery.
Este nombramiento facilitó las cosas, se hizo votar al parlamento una ley que prohibía toda apelación a Roma y después hizo declarar a una asamblea del clero que el primer matrimonio había sido consumado, y sobre esta suposición falsa, Cranmer dio la sentencia final: la nulidad del matrimonio entre Enrique y Catalina.
Cinco días después convalidaba el matrimonio con Ana Bolena, realizado ya en privado. El 1º de junio era coronada y reconocida oficialmente la nueva reina, y el 7 de septiembre nacía la futura reina “Isabel de Inglaterra”. Estos hechos significaron la ruptura con Roma.
Principios de la separación
Clemente VII en el consistorio de 11 de julio de 1533 condenó los actos realizados por Cranmer, anulando el casamiento de Enrique con Ana Bolena. Amenazó a los tres con la excomunión si en el plazo de tres semanas no se arrepentían, después fue postergado por algunos meses.
Enrique VIII a principios de 1534 hizo votar al Parlamento, estas tres leyes:
-en la elección de los obispos, el rey debía proponer el candidato, que luego sería aprobado por el capítulo, sin intervención de Roma.
-Toda las tasas para el obispo de Roma (así sería llamado el Papa) quedaban abolidas.
- Se prohibía a los obispos publicar ninguna ley sin la aprobación del rey.
Todo esto fue hecho antes de que llegara la sentencia final de Roma, por lo tanto queda de manifiesto que el rey ya había resuelto definitivamente la separación.
Enrique VIII, trató por todos los medios de justificar su conducta, especialmente ante sus súbditos de Inglaterra.
Hizo publicar libros, entre ellos “Defensor de la paz” (3) donde queda de manifiesto su intención de ridiculizar la figura del Papa.
Le siguieron tres apologías de la supremacía real, la primera fue escrita por Foxe, bajo el título “Sobre la diferencia del poder real y pontificio”, el segundo, obra de Sampson, “Oración”, y el tercero compuesto por Gardiner es el tratado “de la verdadera obediencia”. Éste fue el más importante y eficaz en toda la campaña real, llegaba a afirmar que “sus súbditos tenían el deber de sometérsele en todo, aun en el caso en que se extralimitara en sus derechos”.
Viendo Clemente VII, que ya no existía arrepentimiento de parte del rey, pronunció la sentencia definitiva al proceso comenzado, proclamando la validez del matrimonio de Enrique VIII con Catalina, ya que la dispensa del papa Julio II había sido válida.
El mismo día que el Papa hacía esto, el Parlamento votaba la llamada “ley de sucesión”, que declaraba heredera de Inglaterra a la hija de Ana Bolena. Esta ley debía ser aceptada y jurada por todos los súbditos del rey de Inglaterra, casi todos los eclesiásticos aceptaron la voluntad del rey.
Pero peor fue el “acta de supremacía”, votada por el Parlamento, en la que se reconocía al rey como suprema y única cabeza de la Iglesia en Inglaterra y se le atribuía toda la plenitud del poder civil y de la jurisdicción eclesiástica. A esta se le añadió otra ley que le daba la facultad al rey de elegir y de deponer a los obispos.
El complemento de estos decretos y leyes lo constituyeron las llamadas “leyes de traición” por las que se declaraba reos de alta traición a los que manifestaban alguna oposición a las personas reales.
Así decía el juramento: “Juramos fe, fidelidad y obediencia únicamente a la majestad del rey y no hay ninguna otra autoridad extranjera”. Para convencer a todos los súbditos ingleses de esta superioridad, se declaró solemnemente que “según la Sagrada Escritura, el obispo de Roma no tiene más poder en Inglaterra que cualquier extranjero”.
Persecución y martirios
Tomás Cronwell, vicario del rey para los asuntos religiosos, fue elegido para aplicar estas leyes y hacerlas cumplir.
Se obligó a prestar juramento a las leyes de sucesión y supremacía a todos, tanto seglares como eclesiásticos.
Los religiosos y eclesiásticos debían de modo especial “jurar que reconocían casto y santo el matrimonio de Ana y Enrique y que se obligaban a predicar que el obispo de Roma, que en su bula usurpaba el nombre de Papa y se arrogaba la primacía, no tenia jurisdicción en Inglaterra”.
A pesar de las duras penas que se impondrían a aquellos que se negaran a este juramento, hubo muchos que se mantuvieron firmes a la Iglesia Católica y como consecuencia merecieron el martirio.
La primera víctima de este período fue la religiosa benedictina de Cantorbery, Isabel Barton, se manifestó contraria al divorcio del rey y por negarse a reconocer su supremacía fue ejecutada como reo de alta traición.
En general, la orden de los cartujos fue quien más víctimas tuvo en la persecución, también manifestaron su heroísmo los franciscanos de la estrecha observancia; el rey mandó cerrar los siete monasterios de Londres y mantuvo en prisión a doscientos de ellos.
Estas dos órdenes junto con los agustinos fueron quienes se mantuvieron firmes a Roma.
Entre las figuras que se distinguieron en la defensa de la fe católica y de la obediencia al Papa se encuentran los santos Juan Fisher y Tomás Moro.
El obispo Juan Fisher comprendía muy bien la necesidad de reformar a la iglesia, incluso en las altas esferas de la jerarquía, pero se oponía al tipo de reforma de los protestantes, y escribió cuatro libros contra ellos. Sin embargo prefería la oración y el ejemplo a la controversia. El comprendía que la verdadera reforma requiere santidad de vida pues no es sino vivir con coherencia la enseñanza de la misma Iglesia.
Con gran valentía el Obispo Fisher censuró al clero en un sínodo por su corrupción, vanidad, relajamiento y amor a las ganancias. El sabía que la mayoría del clero en posiciones altas había llegado allí por su servicio al estado o por intereses privados. Como miembro de la cámara de los Lords, Fisher vigorosamente luchó por reformas que separaran al clero de las influencias del estado. Desde allí lanzó también una severa protesta cuando se propuso en la asamblea aceptar que Enrique VIII fuese la cabeza de la iglesia de Inglaterra, se negó a prestar juramento.
Ni la amonestación de amigos y ni las amenazas de enemigos lograron hacerle ceder. El obispo Fisher sabía, como San Pablo, en quién había puesto su confianza. Trataron de envenenarlo y en una ocasión le dispararon tratando de matarlo. Pero el obispo se mantuvo fiel a su Señor.
Fisher fue llevado, a pesar de estar enfermo, a Lambeth para que jurase "la ley de sucesión". El rehusó por ser este en esencia un juramento a favor de la supremacía del rey sobre la iglesia. En Rochester fue arrestado y de los alrededores vino la gente a despedirse. Tuvo la oportunidad de arreglar sus asuntos, de dar limosnas y de pasar por las calles bendiciendo al gentío.
Al llegar a Londres fue confrontado por rehusar el juramento, a lo que Fisher dijo: "Mi respuesta es que, ya que mi propia conciencia no puede estar satisfecha, yo absolutamente rehúso el juramento. No condeno la conciencia de ningún otro. Sus conciencias podrán salvarles, y la mía debe salvarme". En Abril del 1534, el prelado de 66 años comenzó su prisión de 15 meses en la Torre de Londres.
El rey envió un mensajero confidencial para ofrecerle libertad si asentía al juramento en secreto, "solo para los oídos del rey". Su negativa selló su martirio.
Durante su prisión el Papa Pablo III nombró al obispo Fisher cardenal. El rey enfurecido dijo: "Pues ese capelo se lo colgará de los hombros, porque no tendrá cabeza para llevarlo". Lo llevó a juicio acusado de traición por negar la autoridad del rey sobre la Iglesia, lo declararon culpable.
Algunos jueces lloraban cuando lo condenaron a muerte el 17 de junio de 1535. Fue cortés con los guardias agradeciéndoles sus atenciones. Pedía a la gente que rezaran por él para que fuese valiente. Llevaba un pequeño Nuevo Testamento del cual leyó a la puerta de la Torre estas palabras: "Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo. Yo te he glorificado en la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste realizar. Ahora, Padre, glorifícame tú, junto a ti, con la gloria que tenía a tu lado antes que el mundo fuese." (Juan 17,3- 5). Cerrando el libro dijo: "Aquí hay instrucción suficiente para el resto de mi vida".
Junto al verdugo dice: "Voy a morir por Jesucristo y por la Iglesia Católica. Con mi muerte quiero dar testimonio del Papa como jefe único de la Iglesia. Hasta el cielo... hijos..." Sus últimas palabras fueron del salmo 31: "En ti Señor, he puesto mi confianza". Con total dominio de sí mismo y con gran paz se dispuso al martirio. Fue decapitado con un hacha. Era el 22 de Junio de 1535.
Santo Tomás Moro
Su gran amigo, Santo Tomás Moro, era especialista en leyes, en 1516 publicó su célebre obra Utopía, que lo dio a conocer como un intelectual aventajado de su tiempo. Desde 1523 inició una verdadera batalla contra las ideas protestantes. En 1527 se mostró contrario a el divorcio del rey, pero como éste tenia mucho interés en tener de su parte a un legista como Tomás Moro, lo nombró sucesor de Wolsey como canciller; pero él renunció a su cargo en 1532 cuando se vio obligado a reconocer los actos realizados por el rey, y por consiguiente su supremacía espiritual.
Acusado en 1534 como cómplice de la monja Isabel Barton, pudo probar su inocencia, pero obligado a prestar juramento de sucesión se negó a ello, por lo cual fue encerrado en la torre de Londres.
En 1535 fue condenado a muerte y habló públicamente contra aquella ley, una vez preparado para morir, dijo a la gente que se encontraba allí, que moría “como buen servidor del rey, pero primero Dios” el 7 de julio, pocos días después de su amigo Juan Fisher, fue decapitado.
Desarrollo ulterior del cisma
Tan pronto como Enrique VIII realizó el cisma y se declaró jefe supremo de la Iglesia, determinó apoderarse de los bienes de las órdenes religiosas, para lo cual era necesaria disolverlas. Hizo, entonces decretar al Parlamento la supresión de todos los conventos y monasterios menores donde la regla era mal observada, y con este pretexto, que tapaba la codicia de los nobles y del mismo monarca, se suprimieron hasta 224 casas de hombres y 103 de mujeres.
Desde 1537 a 1540 se procedió a la supresión del resto de las casas religiosas, los monasterios mayores. De este modo, fueron desapareciendo los más celebres monasterios, que tanta gloria habían dado a las islas británicas, el 23 de marzo de 1540 fue entregada la ultima abadía, la de Waltham.
Con esto se ponía término al monaquismo en Inglaterra, de modo semejante se procedió a la destrucción de imágenes, reliquias y santuarios, pues según se decía, fomentaba la superstición.
Medidas tomadas por el nuevo pontífice
Paulo III, sucesor de Clemente VII, al recibir la noticia de los martirios de Juan Fisher y Tomás Moro, se decidió a publicar una bula que tenía ya preparada contra Enrique VIII. En ella enumera el romano pontífice, los crímenes cometidos y con palabras paternales le ruega que dentro del plazo de tres meses se arrepienta y acuda en demanda de perdón. En caso contrario se vería obligado a proceder contra él con las más severas medidas canónicas.
Este anuncio del Papa amenazaba seriamente un colapso de comercio entre Inglaterra y los países bajos.
A principios de 1536 llegó la noticia de que la reina Catalina había muerto, esto hizo concebir al romano pontífice la esperanza de un arreglo en la cuestión de Inglaterra. Poco tiempo después moría ajusticiada Ana Bolena, acusada de infidelidad al rey.
Pero de Enrique VIII se habían apoderado dos motivos que harían que no volviera al seno de la Iglesia Católica; el sentirse jefe supremo de la Iglesia y el verse dueño de sus inmensos tesoros.
Con el objeto de ayudar a los católicos ingleses, concibió Paulo III la misión de un legado en la persona de Reginaldo Pole, de origen inglés, gozaba éste de muy buen prestigio.
Fue célebre de un modo especial su obra “De la unidad de la Iglesia”, que era la respuesta católica de las tesis de Enrique VIII, pero esta misión fracasó por completo, por lo cual Paulo III, en 1538 publicó su bula, en la que excomulgaba a el rey y lo declaraba depuesto del trono, librando a sus súbditos del juramento de fidelidad.
Fórmulas de fe de Enrique VIII
El rey no quería que se infiltraran las ideas luteranas en Inglaterra, pero se apoyó en ellas cuando le ayudaban a sacudir el yugo de Roma.
En 1536 se celebro en Wittemberg una conferencia entre los teólogos luteranos y los embajadores ingleses. En esta conferencia se redactaron los diez artículos, llamados “Confesión de Wittemberg”. (4)
Vueltos a Inglaterra, presentaron estos diez artículos a una asamblea eclesiástica, hubo muchas discusiones, el mismo Enrique VIII no quiso admitirlos totalmente.
Pero éstos con algunas modificaciones, constituyen la primera fórmula de fe de Enrique VIII; no se mencionaban más que tres sacramentos, bautismo, penitencia y Eucaristía; se admitía la presencia real de Cristo, no se hacía alusión a la justificación por la sola fe, se admitía el uso de imágenes.
En 1537 convocó el rey a una nueva asamblea religiosa con el fin de revisar los diez artículos. El resultado fue la segunda formula de fe, designada como “el libro de los obispos o la instrucción de un cristiano”.
El rey mostró claramente que no tenía simpatía por la doctrina luterana, sobre todo por el peligro en que ponían la autoridad suprema del rey.
Todas sus actividades se centraban en atacar a los católicos, que no lo reconocían como jefe de la Iglesia y en los luteranos que pensaban en introducir sus nuevas doctrinas.
Hizo votar a el Parlamento la “ley de los seis artículos”, llamada “ley para abolir la diversidad de opiniones”, porque su objeto era obtener la unidad religiosa.
Con esta ley se inició un período aún más riguroso en la persecución, en la que numerosos protestantes y católicos fueron ajusticiados, tanto por negar la transubstanciación, como por reconocer al Papa como cabeza espiritual de la Iglesia.
Todavía procuró una tercera fórmula de fe, para cuya elaboración nombró una junta de obispos y teólogos, los cuales después de tres años presentaron la fórmula definitiva, que el rey impuso con su autoridad, por la que fue llamada “libro del rey”.
Esta fórmula era más extensa y más exacta sobre todo en lo que se refería a la doctrina de los sacramentos.
Enrique VIII murió en enero de 1547, cuando tenía cincuenta y seis años de edad y estaba casado por sexta vez.
Si bien al comienzo se mantuvo firme contra los esfuerzos de los innovadores, no dejando así introducir en Inglaterra ideas protestantes, no tardó en precipitar a todo su estado a la ruina.
Llevado por la pasión, se alejo del Papa, a quien antes tanta veces había defendido.
Por su avaricia y altanería quiso ser reconocido como única cabeza temporal y espiritual, con el objeto de apoderarse de sus riquezas no dudó en la disolución de los monasterios, llevando a la ruina económica y cultural a Inglaterra.
Solo fue un comienzo, después de su muerte se va consolidando poco a poco la Iglesia anglicana y su doctrina, basada en su mayoría en las ideas luteranas, que él en muchas ocasiones había atacado. La separación con la Iglesia católica es cierto que la comenzó Enrique VIII, pero fueron sus sucesores quienes hicieron más grande la distancia que los separaba con Roma.
Aunque no todos los católicos se mantuvieron fieles a Roma, si hubo algunos que demostraron con su muerte que para ellos solo había una persona a la que debían obediencia.
Estando en la cárcel, Santo Tomás le escribe a su hija Margarita…“ Hasta ahora, su gracia santísima me ha dado fuerzas para postergarlo todo: las riquezas, las ganancias y la misma vida, antes que prestar juramento en contra de mi conciencia”.
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[1] En la inauguración del nuevo encuentro entre los miembros de la Iglesia Anglicana y la Católica Romana (24.11.01)
[2] Reformador religioso inglés, uno de los precursores de la reforma. Negó la transubstanciación y tradujo la Biblia al inglés.
( 1324 –1384)
[3] Esta obra había sido publicada en 1324 en medio de las luchas entre Luis de Baviera contra el papa Juan XXII y siempre había sido usado para atacar a la Iglesia Católica.
[4] Los diez artículos proclamados por los ingleses reproducían casi literalmente los diez artículos de Wittemberg, redactados por Melanchton, discípulo de Lutero.