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lunes, 25 de diciembre de 2017
EL GRAN REGALO DE DIOS
El gran regalo de Dios
En cada Navidad nos maravillamos de la bondad de Dios, nuestro Padre, que nos regaló a su mismo Hijo Unigénito, hecho niño en Belén. Ese día, inspirados por el ejemplo de la generosidad de Dios, acostumbramos a prodigar regalos a nuestro alrededor, a parientes y amigos. Pero hay dones más valiosos —¡y tan necesarios!— que podemos hacernos sin gastar un centavo.
Esboza una sincera sonrisa... y regálala a quien nunca la ha tenido. Recoge un rayo de sol en tu corazón... y hazlo volar allá en donde reina la noche. Descubre una fuente... y permite bañarse en ella a quien vive en el barro. Vierte una lágrima... y ponla en el rostro de quien nunca ha llorado. Enciende el valor en tu pecho... y ponlo en el ánimo de quien no sabe luchar. Descubre la vida... y alienta a quien se arrastra por ella. Cultiva la esperanza... e irradia su luz a tu alrededor. Imprégnate de bondad... y dónala a quien la desconoce. Descubre el amor... y comunica su fuego al mundo.
Amigo/a: ¡Qué hermoso es hacer de tu vida una Navidad! Anímate a esparcir a manos llenas en el hogar, en el barrio, en tu ambiente de trabajo, el fuego del amor, la luz de la alegría y la fuerza de la esperanza. Que esta celebración cristiana te ayude a meditar y proyectar a tu vida la sorprendente bondad que Dios tiene con nosotros.
* Enviado por el P. Natalio
SE LE PERDIÓ UN DIENTE
Se le perdió un diente
El egoísmo atrofia al hombre, que sólo en la donación generosa a los demás, encuentra su madurez y plenitud. Si te preocupas demasiado por ti mismo y tu propio entorno, si vives para acumular dinero y comodidades, no te quedará tiempo para los demás. Si no vives para los demás, la vida carecerá de sentido para ti, porque la vida sin amor no vale nada.
Un hombre rico pero muy avaro estaba llorando. Un amigo lo vio y se acercó preocupado por su lamentable situación:
—Pero Samuel, ¿qué te pasa?
—Es que a mi peine se le ha roto un diente, y ahora tengo que comprarme uno nuevo.
—Pero hombre, no es para tanto, total, puedes seguir peinándote con ese peine aunque le falte un diente.
—No, no lo entiendes, es que era el último diente que le quedaba...
San Pablo recomienda que seamos ricos en buenas obras, dando y compartiendo con generosidad. “Así —dice— adquirirán para el futuro un tesoro que les permitirá alcanzar la verdadera Vida”, (1Tm 6, 17-19). Encerrarte en ti mismo te dejará atrofiado y no te realizarás jamás. Una señal de madurez es entregarte más a los demás que a ti mismo.
* Enviado por el P. Natalio
LOS CINCO MINUTOS DE MARÍA, 25 DICIEMBRE
Los cinco minutos de María
Diciembre 25
El día de Navidad contemplamos a Jesús en la cuna, pero también se nos presenta la dulce Madre absorta en la contemplación de su divino Hijo, en éxtasis sublime frente a la gloria de la divinidad.
Pobre, muy humilde, muy necesitada en las cosas materiales, pero inmensamente rica al poseer a Dios.
Madre mía: Hoy te recuerdo en Belén cuando te llegó el tiempo de ser madre y diste a luz a Jesús, lo envolviste en pañales y lo acostaste en un pesebre porque para ti y tu Hijo no había lugar en el albergue. Hoy como nunca te siento madre y te consagro mi amor y mi ternura. Haz nacer a tu Hijo Jesús en mi corazón.
* P. Alfonso Milagro
HOMILÍA DEL PAPA FRANCISCO EN LA MISA DE LA SOLEMNIDAD DE LA NATIVIDAD DEL SEÑOR
Homilía del Papa Francisco en la Misa de la Solemnidad de la Natividad del Señor
Daniel Ibáñez / ACI Prensa
VATICANO, 24 Dic. 17 / 04:18 pm (ACI).- El Papa Francisco presidió a las 21:30 hora local en la Basílica de San Pedro la Santa Misa de la Natividad del Señor en una celebración acompañado de algunos cardenales decenas de sacerdotes y miles de fieles.
En su homilía, el Pontífice afirmó que la Navidad "es tiempo para transformar la fuerza del miedo en fuerza de la caridad, en fuerza para una nueva imaginación de la caridad. La caridad que no se conforma ni naturaliza la injusticia sino que se anima, en medio de tensiones y conflictos, a ser «casa del pan», tierra de hospitalidad".
A continuación, la homilía completa del Papa:
«María dio a luz a su Hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre porque no había lugar para ellos en el albergue» (Lc 2,7). De esta manera, simple pero clara, Lucas nos lleva al corazón de esta noche santa: María dio a luz, María nos dio la Luz. Un relato sencillo para sumergirnos en el acontecimiento que cambia para siempre nuestra historia. Todo, en esa noche, se volvía fuente de esperanza.
Vayamos unos versículos atrás. Por decreto del emperador, María y José se vieron obligados a marchar. Tuvieron que dejar su gente, su casa, su tierra y ponerse en camino para ser censados. Una travesía nada cómoda ni fácil para una joven pareja en situación de dar a luz: estaban obligados a dejar su tierra. En su corazón iban llenos de esperanza y de futuro por el niño que vendría; sus pasos en cambio iban cargados de las incertidumbres y peligros propios de aquellos que tienen que dejar su hogar.
Y luego se tuvieron que enfrentar quizás a lo más difícil: llegar a Belén y experimentar que era una tierra que no los esperaba, una tierra en la que para ellos no había lugar.
Y precisamente allí, en esa desafiante realidad, María nos regaló al Enmanuel. El Hijo de Dios tuvo que nacer en un establo porque los suyos no tenían espacio para él. «Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron» (Jn 1,11). Y allí…, en medio de la oscuridad de una ciudad, que no tiene ni espacio ni lugar para el forastero que viene de lejos, en medio de la oscuridad de una ciudad en pleno movimiento y que en este caso pareciera que quiere construirse de espaldas a los otros, precisamente allí se enciende la chispa revolucionaria de la ternura de Dios. En Belén se generó una pequeña abertura para aquellos que han perdido su tierra, su patria, sus sueños; incluso para aquellos que han sucumbido a la asfixia que produce una vida encerrada.
En los pasos de José y María se esconden tantos pasos. Vemos las huellas de familias enteras que hoy se ven obligadas a marchar. Vemos las huellas de millones de personas que no eligen irse sino que son obligados a separarse de los suyos, que son expulsados de su tierra. En muchos de los casos esa marcha está cargada de esperanza, cargada de futuro; en muchos otros, esa marcha tiene solo un nombre: sobrevivencia. Sobrevivir a los Herodes de turno que para imponer su poder y acrecentar sus riquezas no tienen ningún problema en cobrar sangre inocente.
María y José, los que no tenían lugar, son los primeros en abrazar a aquel que viene a darnos carta de ciudadanía a todos. Aquel que en su pobreza y pequeñez denuncia y manifiesta que el verdadero poder y la auténtica libertad es la que cubre y socorre la fragilidad del más débil.
Esa noche, el que no tenía lugar para nacer es anunciado a aquellos que no tenían lugar en las mesas ni en las calles de la ciudad. Los pastores son los primeros destinatarios de esta buena noticia. Por su oficio, eran hombres y mujeres que tenían que vivir al margen de la sociedad. Las condiciones de vida que llevaban, los lugares en los cuales eran obligados a estar, les impedían practicar todas las prescripciones rituales de purificación religiosa y, por tanto, eran considerados impuros. Su piel, sus vestimentas, su olor, su manera de hablar, su origen los delataba. Todo en ellos generaba desconfianza. Hombres y mujeres de los cuales había que alejarse, a los cuales temer; se los consideraba paganos entre los creyentes, pecadores entre los justos, extranjeros entre los ciudadanos. A ellos (paganos, pecadores y extranjeros) el ángel les dice: «No teman, porque les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor» (Lc 2,10-11).
Esa es la alegría que esta noche estamos invitados a compartir, a celebrar y a anunciar. La alegría con la que a nosotros, paganos, pecadores y extranjeros Dios nos abrazó en su infinita misericordia y nos impulsa a hacer lo mismo.
La fe de esa noche nos mueve a reconocer a Dios presente en todas las situaciones en las que lo creíamos ausente. Él está en el visitante indiscreto, tantas veces irreconocible, que camina por nuestras ciudades, en nuestros barrios, viajando en nuestros metros, golpeando nuestras puertas.
Y esa misma fe nos impulsa a dar espacio a una nueva imaginación social, a no tener miedo a ensayar nuevas formas de relación donde nadie tenga que sentir que en esta tierra no tiene lugar. Navidad es tiempo para transformar la fuerza del miedo en fuerza de la caridad, en fuerza para una nueva imaginación de la caridad. La caridad que no se conforma ni naturaliza la injusticia sino que se anima, en medio de tensiones y conflictos, a ser «casa del pan», tierra de hospitalidad. Nos lo recordaba san Juan Pablo II: «¡No temáis! ¡Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo!» (Homilía en la Misa de inicio de Pontificado, 22 octubre 1978)
En el niño de Belén, Dios sale a nuestro encuentro para hacernos protagonistas de la vida que nos rodea. Se ofrece para que lo tomemos en brazos, para que lo alcemos y abracemos. Para que en él no tengamos miedo de tomar en brazos, alzar y abrazar al sediento, al forastero, al desnudo, al enfermo, al preso (cf. Mt 25,35-36). «¡No temáis! ¡Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo!». En este niño, Dios nos invita a hacernos cargo de la esperanza. Nos invita a hacernos centinelas de tantos que han sucumbido bajo el peso de esa desolación que nace al encontrar tantas puertas cerradas. En este Niño, Dios nos hace protagonistas de su hospitalidad.
Conmovidos por la alegría del don, pequeño Niño de Belén, te pedimos que tu llanto despierte nuestra indiferencia, abra nuestros ojos ante el que sufre. Que tu ternura despierte nuestra sensibilidad y nos mueva a sabernos invitados a reconocerte en todos aquellos que llegan a nuestras ciudades, a nuestras historias, a nuestras vidas. Que tu ternura revolucionaria nos convenza a sentirnos invitados, a hacernos cargo de la esperanza y de la ternura de nuestros pueblos.
FELIZ NAVIDAD!!!
¡Feliz Navidad!
Si te sientes feliz en Navidad,no te extrañes.
Tienes derecho y razón de ser feliz.
Por: P Mariano de Blas LC | Fuente: Catholic.net
Si te sientes feliz en Navidad, no te extrañes.
Tienes derecho y razón de ser feliz.
Si en Navidad sientes deseos de hacer las paces con todo el mundo,
hazlo sin dudar.
Los ángeles te lo indican:
Paz a los hombres de buena voluntad.
Si tienes deseos
de hacer las paces con Dios en Navidad,
¿por qué esperar?
Es el momento más adecuado.
No todos los días sientes los mismos deseos.
Es mejor pedir perdón a un Niño
que a un Hombre.
Mejor acudir al tribunal de la Misericordia
que al de la Justicia.
Si te sientes triste en Navidad,
no has entendido.
¿Triste cuando Dios viene a tu encuentro
lleno de amor y ternura?
Si sigues odiando en Navidad,
no has comprendido.
Navidad es la fiesta del Amor,
del Perdón, de la Paz,
por si no lo sabías.
LA NATIVIDAD DEL SEÑOR, 25 DICIEMBRE
La Natividad de Nuestro Señor Jesucristo.
Solemnidad Litúrgica, 25 de diciembre
Por: P. Ángel Amo. | Fuente: Catholic.net
Manifestación del Verbo de Dios a los hombres
Con la solemnidad de la Navidad, la Iglesia celebra la manifestación del Verbo de Dios a los hombres. En efecto, éste es el sentido espiritual más importante y sugerido por la misma liturgia, que en las tres misas celebradas por todo sacerdote ofrece a nuestra meditación “el nacimiento eterno del Verbo en el seno de los esplendores del Padre (primera misa); la aparición temporal en la humildad de la carne (segunda misa); el regreso final en el último juicio (tercera misa) (Liber Sacramentorum).
Un antiguo documento del año 354 llamado el Cronógrafo confirma la existencia en Roma de esta fiesta el 25 de diciembre, que corresponde a la celebración pagana del solsticio de invierno "Natalis solis invicti", esto es, el nacimiento del nuevo sol que, después de la noche más large del año, readquiría nuevo vigor.
Al celebrar en este día el nacimiento de quien es el verdadero Sol, la luz del mundo, que surge de la noche del paganismo, se quiso dar un significado totalmente nuevo a una tradición pagana muy sentída por el pueblo, porque coincidía con las ferias de Saturno, durante las cuales los esclavos recibían dones de sus patrones y se los invitaba a sentarse a su mesa, como libres ciudadanos. Sin embargo, con la tradición cristiana, los regalos de Navidad hacen referencia a los dones de los pastores y de los reyes magos al Niño Jesús.
En oriente se celebraba la fiesta del nacimiento de Cristo el 6 de enero, con el nombre de Epifanía, que quiere decir "manifestación", después la Iglesia oriental acogió la fecha del 25 de diciembre, práctica ya en uso en Antioquía hacia el 376, en tiempo de San Juan Crisóstomo, y en el 380 en Constantinopla. En occidente se introdujo la fiesta de la Epifanía, última del ciclo navideño, para conmemorar la revelación de la divinidad de Cristo al mundo pagano.
Los textos de la liturgia navideña, formulados en una época de reacción contra la herejía trinitaria de Arrio, subrayan con profundidad espiritual y al mismo tiempo con rigor teológico la divinidad y realeza del Niño nacido en el pesebre de Belén, para invitarnos a la adoración del insondable misterio de Dios revestido de carne humana, hijo de la purísima Virgen María.
PAPA FRANCISCO EN LA MISA DE NAVIDAD: EL NACIMIENTO DE JESÚS CAMBIA PARA SIEMPRE NUESTRA HISTORIA
El Papa en la Misa de Navidad: El Nacimiento de Jesús cambia para siempre nuestra historia
Por Álvaro de Juana
Foto: Daniel Ibáñez / ACI Prensa
VATICANO, 24 Dic. 17 / 04:38 pm (ACI).- El Papa Francisco presidió por la noche, y como cada año, la misa de Navidad –también conocida en algunos países como Misa del Gallo– en la Basílica de San Pedro acompañado de miles de fieles. En la homilía que pronunció afirmó con rotundidad que el nacimiento de Jesús es el “acontecimiento que cambia para siempre nuestra historia”.
El Pontífice celebró la solemne Misa a las 21:30 hora local, y después de proclamarse el Evangelio, pronunció una homilía breve en la que comparó la situación de la Sagrada Familia de Nazaret –que se vio obligada a huir y a dejar sus pocas pertenencias– con la de miles de personas que en nuestros días buscan refugio al escapar de los diferentes conflictos que hay en el mundo.
A pesar de ser obligados a dejar su tierra, José y María “en su corazón iban llenos de esperanza y de futuro por el niño que vendría” aunque “sus pasos iban cargados de las incertidumbres y peligros propios de aquellos que tienen que dejar su hogar”. “Y luego se tuvieron que enfrentar quizás a lo más difícil: llegar a Belén y experimentar que era una tierra que no los esperaba, una tierra en la que para ellos no había lugar.”, explicó Francisco.
El Papa recordó que “el Hijo de Dios tuvo que nacer en un establo porque los suyos no tenían espacio para él” pero allí fue precisamente “donde se enciende la chispa revolucionaria de la ternura de Dios”. “En Belén se generó una pequeña abertura para aquellos que han perdido su tierra, su patria, sus sueños; incluso para aquellos que han sucumbido a la asfixia que produce una vida encerrada”, añadió.
Como José y María hoy “vemos las huellas de familias enteras que hoy se ven obligadas a marchar” así como la de “millones de personas que no eligen irse, sino que son obligados a separarse de los suyos, que son expulsados de su tierra”.
Francisco reconoció que algunos de ellos están cargados de “esperanza” y “futuro”, pero otros solo están llamados a “sobrevivir a los Herodes de turno que para imponer su poder y acrecentar sus riquezas no tienen ningún problema en cobrar sangre inocente”.
Para el Papa fueron clave también los pastores que adoraron al Niño. “Eran hombres y mujeres que tenían que vivir al margen de la sociedad”, explicó. “Las condiciones de vida que llevaban, los lugares en los cuales eran obligados a estar, les impedían practicar todas las prescripciones rituales de purificación religiosa y, por tanto, eran considerados impuros”.
“Se los consideraba paganos entre los creyentes, pecadores entre los justos, extranjeros entre los ciudadanos”. Sin embargo, fue a ellos a los que el ángel les anunció la buena noticia, aclaró el Pontífice.
De esta manera, invitó a los fieles a “reconocer a Dios presente en todas las situaciones en las que lo creíamos ausente” puesto que “Él está en el visitante indiscreto, tantas veces irreconocible, que camina por nuestras ciudades, en nuestros barrios, viajando en nuestros metros, golpeando nuestras puertas”.
En definitiva, “esa misma fe nos impulsa a dar espacio a una nueva imaginación social, a no tener miedo a ensayar nuevas formas de relación donde nadie tenga que sentir que en esta tierra no tiene lugar”.
Por otro lado, aseguró que la Navidad es el tiempo “para transformar la fuerza del miedo en fuerza de la caridad, en fuerza para una nueva imaginación de la caridad”. Pidió entonces no conformase con la “injusticia” y no tener miedo “de tomar en brazos, alzar y abrazar al sediento, al forastero, al desnudo, al enfermo, al preso”.
Francisco concluyó exhortando también a que cada uno se convierta en “centinela de tantos que han sucumbido bajo el peso de esa desolación que nace al encontrar tantas puertas cerradas”. “Que tu ternura despierte nuestra sensibilidad y nos mueva a sabernos invitados a reconocerte en todos aquellos que llegan a nuestras ciudades, a nuestras historias, a nuestras vidas”.
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