POR CUARESMA.!
Como ciertos utensilios, también las personas necesitamos
una revisión personal de nuestra vida. El mejor escáner
es la Palabra de Dios. Escúchala y medítala con cierta frecuencia.
Te dará pistas para situar aquellos aspectos de tu persona
que no están en armonía con Jesús
Participar en una fiesta implica el revestirse interior
y exteriormente en consonancia con la situación.
La Pascua, la cruz, el amor de Dios, la muerte de Jesús
y su Resurrección, nos exige derribar esos muros
que nos impiden vivir cerca de Él.
En cuaresma, durante 40 días, intentamos recuperar
el brillo perdido de nuestra fe cristiana. Acompañar a Jesús
en el camino hacia la cruz. En definitiva tenemos un reto:
recuperar y consolidar el estilo de los primeros cristianos
que celebraban con gran alegría la Pascua del Señor.
Aprovechemos este tiempo para convertirnos (regresar
de caminos equivocados), para entrar en una comunión
más perfecta con Dios (la oración) y para no olvidar
los sufrimientos de los demás (la limosna).
La cuaresma es un espacio de tiempo en el que peregrinamos
hacia el interior de nosotros mismos. Ante tanta dispersión,
estas semanas, nos invitan al recogimiento, a la reflexión
y a encontrarnos con nosotros mismos. Jesús nos acompaña.
La cuaresma es un camino que nos lleva al Señor.
No nos detengamos en ninguno de sus cuarenta peldaños.
Este tiempo tiene un fin: llevarnos al encuentro personal
con la misericordia de Dios. Lo hace por nosotros.
Por nuestra salvación.
Que contemplando la cruz, y arropados por María
y por Juan, acompañemos al Señor que ofrece todo
lo que es por la humanidad. En Juan tendremos un amigo
y, en la Virgen, una buena Madre.
Muchos son los ídolos que llaman nuestra atención.
Que no nos acostumbremos a tener al Señor como una especie
de legado, de herencia de tiempos pasados. Es mucho más:
¡es el Señor! ¡El Salvador que nos revela plenamente
el amor que Dios nos tiene!
Saltar al camino de la cuaresma es saber que estamos
llamados a despojarnos de aquello que nos impide ser
“otros cristos”. La oración, el ayuno y la limosna nos abrirán
una ventana a Dios, una oportunidad para el dominio personal
y una mano para el que vive en dificultades.
Los cuarenta días de la cuaresma pueden ser un noviazgo
entre el Señor y cada uno de nosotros. Es la hora de tomar
posiciones: ¿El pecado o la gracia? ¿La vida o la muerte?
¿La conversión o la mediocridad? ¿La verdad o la mentira?
¿La oración o la dispersión?
La cuaresma es un tiempo de conocimiento de Jesús.
Que no falte su Palabra y la eucaristía diaria. Sólo así podremos
comprender y entender lo qué quiere de nosotros y seremos
fuertes en el duro combate de la vida.
La cuaresma es un “volver a casa”. Como el hijo pródigo
meditamos nuestros errores y nuestras traiciones a Dios Padre.
Pensándolo es bueno dar marcha atrás, examinar y clarificar
nuestra conciencia y blanquear nuestro interior con una buena
confesión sacramental
La cuaresma es discernimiento y, también, afán identitario
de lo que somos: cristianos. Jesús va por delante y nos muestra
esa opción desde la proclamación pausada del Evangelio diario.
Igualmente, este periodo pre-pascual, es una oportunidad
para dar testimonio de nuestra fe. Los discípulos, camino
de Jerusalén, acompañaron al Señor. Se dejaron seducir
por su Palabra, oración y milagros. Que no nos perdamos
en el inmenso carnaval que nos rodea.
La cuaresma no es un fin en sí misma; es un camino
que desemboca en la Pascua. En la pasión, muerte
y resurrección de Jesús. No aventurarnos a recorrer
este camino no nos facilitará el vivir con intensidad
esos misterios que nos aguardan.
Toda obra escrita tiene un índice. La gran obra redentora
de Jesús fue su “semana santa”. La cuaresma es un índice
que nos ayuda a centrar y nos conduce a celebrar la obra
de la salvación que Jesús nos trae en la Pascua.
P. Javier Leoz