¡Dios está aquí!
En Jueves Santo, el Señor, nos dejó la Eucaristía. Lo hizo de una forma privada, desconcertante (postrándose) memorial de su pasión, muerte y resurrección para sus amigos. ¿Lo recordamos?
Hoy, y pasado este tiempo de Pascua, la festividad del Corpus Christi nos exige un paso más: hay que pasar del aspecto privado, a la fe pública y activa. Hoy, al paso del Señor, somos nosotros quienes nos arrodillamos porque, entre otras cosas, vemos que la fuente del amor y de la alegría, de la esperanza y del amor, del perdón y del futuro, fluye en uno de los días más grandes de nuestro calendario cristiano. ¡Dios está aquí!
En el Corpus, la presencia del Señor, se dilata. No se conforma con recibirnos, cómodamente, en el interior de una iglesia. Ahora, el Señor, nos dice: si creéis de verdad en mí, dad también testimonio de mí y conmigo.
Hoy, más que nunca, nuestras calles son testigos de cientos y miles de manifestaciones de todo tipo. ¿Es la procesión del Corpus una manifestación pública de nuestra fe? ¿Somos conscientes del gran don, del gran milagro, de la gran presencia divina que sale fuera del templo en medio de una lluvia de pétalos, en custodias sencillas o artísticas, incienso y música?
El Señor, más que custodias, nos necesita a nosotros. Custodias, pero de carne y de hueso; para amar y para ayudar; para levantar y dignificar tantas situaciones que, injustamente, emergen a nuestro encuentro.
El Señor quiere que, nosotros, seamos las más valiosas y auténticas custodias de su amor allá donde nos encontremos. No podemos conformarnos acompañar a Jesús, en el día del Corpus, y a continuación, encerrarle –sin más trascendencia– en la conciencia de cada uno.
Este año, la festividad del Corpus, nos debe de interpelar: ¿Qué hago yo por el Señor? ¿Manifiesto públicamente mis convicciones religiosas? ¿Son mis acciones y mis palabras destellos de que Dios vive en mí? ¿Soy custodia, que cuando se contempla, infunde caridad, cercanía, compromiso, justicia, paz, etc.?
Necesitamos al Señor en nuestro mundo. La vida del hombre, no por estar blanqueada con el poderoso caballero “don dinero” es totalmente feliz. Hay muchas personas que necesitan que, el Señor, las toque para que las sane; otras tantas que les mire, porque están sedientas de amor; otras más que –hambrientas o pobres– esperan la mano tendida de los cristianos.
Sí. ¡Necesitamos el Cuerpo del Señor por nuestras calles y plazas! Pero, su Cuerpo, necesita manos, voz y pies. Manos que indiquen el camino verdadero a los hombres y mujeres de nuestro tiempo; voz que sea voz de los que no tienen voz, de la verdad frente a la mentira, del reino de Dios frente a un mundo que se endiosa; de pies que acompañen a los que se cansan de creer, de esperar y hasta de vivir.
¡Sí! ¡Necesitamos el Corpus Christi por nuestras calles y plazas! Para que, por un momento, todas ellas se conviertan en gigantescos altares; para que, por unas horas, pueblos y ciudades tengan aspecto de cielo; para que, por un instante, el amor venza al odio, la alegría a la tristeza y la valentía del cristiano a su tímido afán evangelizador.
Uno, cuando participa de un banquete suculento, enseguida lo pregona. La festividad del Corpus Christi denota la fortaleza o la debilidad de la Eucaristía en muchos cristianos. Si, de verdad, creyésemos que Cristo camina bajo palio, nos daríamos de golpes por participar en el cortejo; dejaríamos la agenda libre de todo compromiso; nos pondríamos el mejor traje de fiesta, ante el paso de tan buen amigo.
Recuperemos el gusto por la Eucaristía y, a continuación, brillará con esplendor una de las manifestaciones que más ha calado, y lo sigue haciendo, en nuestra vida católica. ¡Te necesitamos, y en la calle, también, Señor!
© Padre Javier Leoz