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miércoles, 23 de enero de 2013

FORMAR EL CORAZÓN


Autor: Escuela de la Fe
Formar el Corazón
Formar el corazón significa, pues, purificar, ordenar y potenciar nuestro amor.


1.Concepto e importancia de la formación del corazón
La vida consagrada puede entenderse como un auténtico matrimonio espiritual, como se ha descrito por tantos santos y autores de la vida espiritual.
Pero ¿qué significa ser esposa de Cristo? Ser esposa de Cristo significa estar consagrada plenamente a Él, amarle locamente, vivir para Él y entregarse totalmente a su amor.

En todo ello debe entrar toda la persona, con su mente, con su voluntad, con su amor, con sus sentimientos. Por tanto, una esposa de Cristo verdadera es aquella que se recrea en su pensamiento con Cristo, y por tanto que ora, que platica con Él, que le pregunta por sus intereses, que se identifica con sus criterios, que le recuerda frecuentemente durante el día, que, incluso en momentos de estudio, descanso trabajo, se acuerda de Él, y que le trata de conocer en el Evangelio y en sus Constituciones, sus Santas Reglas.

Una esposa de Cristo auténtica es aquella que vive para Él, que lucha por Él, que trabaja activamente para darle a conocer en sus conversaciones, que se identifica con Él, amando y deseando lo que Él ama y desea, que siempre está dispuesta a sacrificarse por defender y conservar el amor, que no acepta conscientemente otros amores al margen de Él y de su Reino, y trata de obsequiarle cada día con su fidelidad en el cumplimiento de todos aquellos detalles y pequeñeces del reglamento y de la disciplina, expresión de su voluntad santísima.

El amor es esencial para nuestra realización personal, pero es también el principio del que pende toda la ley y los profetas: "amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas, y a tu prójimo como a ti mismo".

Si el corazón vive encantado por afectillos sensuales y egoístas; si la consagración es medio para idolatrar la propia persona; si a la par del amor a Dios se dan cabida a amores adúlteros, no se está ciertamente cumpliendo ni viviendo en la verdad.
Buscar la autocomplacencia, rodearse de un grupo de "fans", cultivar las simpatías, inquietarse por lo que piensa o deja de pensar la Directora, es, además de inmadurez, signo de que falta amor, de que no se está formando el corazón.

Ustedes., religiosas, almas consagradas, por su feminidad tienen un más hondo sentido de delicadeza, de finura y de sensibilidad para el amor, deben cultivar esta caridad que llevan en su ser; a convivir intensa y amorosamente con Dios que habita en sus corazones; a buscar sólo su mayor gloria, olvidándose de Ustedes mismas, porque es así como lograrán su realización personal -"quien pierde su vida por mi la hallará”.

Todo amor humano implica emoción, un elemento emotivo. Podemos hablar de “la emoción de amor”.
Pero el amor no puede quedarse allí. Podemos reflexionar sobre lo que sucede en la vida matrimonial, y aplicarlo a la vida consagrada. Cuando una persona se casa, se supone que su vida emocional ya se ha desarrollado bastante, aunque habrá que seguir cultivando la integración armoniosa de las emociones entre sí y entre las emociones y las facultades superiores de razón y voluntad.

Bajo el influjo de la razón, las emociones gradualmente pierden su orientación de tendencia egoísta y llegan a despertarse en función del bien de la otra persona.
De esta manera el amor que fue originalmente egoísticamente emotivo se eleva hacia el nivel del amor generoso, maduro, humano en que se busca el bien de la otra persona.

Entonces los esposos experimentarán tanto en la voluntad como en las emociones y sentimientos, la alegría de la entrega mutua.
Cuando los dos esposos han alcanzado este nivel, su amor es entonces “amor de amistad”, es un amor que sabe dominarse, y en especial en el aspecto sexual.

Tal desarrollo es posible en el matrimonio, aunque no sin dificultades, cuando al inicio de su matrimonio ambos tenían una vida emocional armoniosa, razonable, con capacidad de amor de entrega y de preocupación por la otra persona, y la subordinación de la sexualidad a las facultades de la razón y la voluntad.
Esto está en claro contraste con el tipo de situaciones que todos Ustedes conocen de matrimonios fundados en la emoción y que no superan ese nivel – y que por lo tanto están siempre vulnerables. Continúan en el nivel de la inmadurez emocional adolescente.

La vida de la persona consagrada en virginidad, en las circunstancias correctas, hace posible que una mujer o un hombre alcancen la madurez de este amor humano incluso en un momento más temprano en la vida que en el matrimonio.

Para ello, la persona quien se consagra debe poseer las mismas cualidades que mencionamos para quien entra en matrimonio.
Cuando la persona consagrada sabe aceptar con constancia el sacrificio de la gratificación de sus inclinaciones naturales en razón de su ideal, dentro de una visión sana y equilibrada de la sexualidad, entonces puede alcanzar la misma felicidad y realización que se encuentra en el matrimonio.

La persona consagrada quien vive constantemente consciente de la razón tan elevada y noble de su opción por la virginidad alcanzará este amor maduro y el gozo que conlleva, incluso más temprano que las personas casadas, quien normalmente necesitan más tiempo para alcanzarlo. Y es que desde los primeros años del noviciado la persona consagrada se ha dedicado a los valores del espíritu, el servicio de los demás, la contemplación de lo pasajero de las cosas materiales. Este dejarse lleva al auténtico amor maduro...

El amor primero, entonces, todavía cargado de emotividad, con las motivaciones altruistas, tiene que ir dando paso al amor de entrega.

Y esto se cultiva y se desarrolla en la abnegación sencilla pero real de uno mismo.
Lo que quizá se podría hacer en otro contexto “simplemente” para formar la voluntad, en la vida del alma consagrada se convierte en fuente de crecimiento, profundización y maduración en el amor.
Amor de entrega, sin esperar recompensa. Amor que busca sólo complacer al Amado. Y como en el matrimonio, necesariamente será un amor “de detalles”.

Como en el matrimonio, así también en la vida consagrada se dan periodos de paz, de tranquilidad y periodos de lucha y dificultad. El amor se prueba en la lucha y la dificultad. En edad joven, tentación más bien de tipo sensual, el placer, las añoranzas de cosas pasadas, la atracción de la vida fácil y los placeres del mundo. Más adelante en edad, la añoranza de compañía humana, comprensión ante dificultades...

Nada mueve más al amor que el saberse amado. Esta experiencia humana vale también para la caridad teologal.
Y alguien que ha sido escogida por Dios tiene muchos y muy profundos motivos para sentirse amada por su Creador y Redentor.

Qué fácil es, y al mismo tiempo qué importante, recordárselo y valorárselo a las jóvenes en la vida consagrada. ¡Dios te ama! En los momentos de fervor y entusiasmo o en los momentos de sequedad y desánimo: ¡Dios te ama! La caridad es un don de Dios. Hay que poner todos los medios humanos, pero sobre todo hay que pedirlo, esperarlo y acogerlo con humildad y apertura.

El amor a Dios llevará a las obras del amor. Formar a la persona en la caridad teologal es también orientarle para que viva siempre en una actitud de autenticidad en su entrega a la voluntad de Dios. Recordarle que quien ama a Dios cumple sus mandamientos (cf. Jn 14,15). Ayudarle a comprender que la voluntad de Dios se manifiesta sobre todo en el interior de su conciencia, pero se expresa también a través de quienes legítimamente le representan: desde el supremo Magisterio de la Iglesia hasta su más cercano formador.

Finalmente, mostrarle que el amor a Dios debe llevarle a esforzarse del modo más sincero por evitar el pecado, como negación del amor; no sólo: debe foguear en ella un ardiente anhelo de que en todas partes, entre sus hermanas y conocidas, en las familias y las sociedades, reine siempre el amor por encima del pecado.

El amor de Dios orientará así, de manera radical, el sentido y el objetivo esencial de su futuro apostolado. Su amor al Padre le lleva a sus hermanos. Los miembros de la primitiva comunidad cristiana “Tenían un solo corazón y una sola alma” (Hch 4,32). Las comunidades religiosas también aspiran a ser una grande y única familia por el amor fraterno y por las relaciones mutuas de cordialidad, de respeto y de servicialidad.

Los afectos desordenados, la falta de un corazón formado, coartan la libertad, afectan considerablemente la capacidad de atención y dedicación al trabajo, condicionan la objetividad de juicio en muchos asuntos, desmoronan la vida de comunidad; y en el plano moral y espiritual el apego afectivo desordenado a otra persona da paso a una situación de infidelidad y de adulteración de la alianza de amor virginal que el alma consagrada ha sellado con Jesucristo.

Todas sin excepción debemos trabajar y luchar por desprendernos de las criaturas, por mantener intacto nuestro amor a Dios, por acrecentarlo y vivir tan enamorados de Él que el desprecio de nosotros mismos sea una inmolación gozosa y no algo temido u ofrecido a regañadientes.
A todas, sin excepción, nos asalta el egoísmo con su sed de dominio, con su implacable ambición de hacer girar el mundo en provecho propio, con su sutil astucia para sojuzgar a los demás y sentirse amado y correspondido sensiblemente con el afecto de otros.

Hablamos del “corazón” como sede del amor y centro de la persona humana. Formar el corazón significa,  pues, purificar, ordenar y potenciar nuestro amor.

El amor es la fuerza que mueve al hombre: ninguna realidad humana se emprendería si no se amase.

Muy bien podríamos decir que el amor es creador. En esto, más que es cualquier otro aspecto, reflejamos la imagen de Dios, que es Amor, y que amando crea. Si Dios da el ser amando, el hombre integra en sí mismo lo amado, no para absorberlo ni disminuirlo –si es verdadero amor- sino para potenciarlo y ayudarlo a alcanzar su perfecta realización.

El hombre perfecto es la gloria de Dios. Sin amor o amando incorrectamente, nunca tendremos una persona realizada.
Nuestra naturaleza tiende al bien verdadero y es el bien conocido lo que atrae a la voluntad y a lo que ésta tiende empujada por la fuerza del amor. Si, impulsado por las pasiones o cegado por la vida de sentidos, el hombre pierde de vista el bien objetivo, el bien global, será arrastrado por los bienes sensibles que tocan la superficie, pero no el núcleo ni la totalidad de su persona.
Es entonces cuando el individuo se pierde, se vacía, se destruye: no sabe amar. Sacrifica su personalidad a los placeres, a las emociones y afectos egoístas y, además, arruina y empobrece lo amado, convirtiéndolo en objeto y no respetándolo en su individualidad personal.

El auténtico amor enriquece, tanto al amante como al amado; nunca empobrece al que ama en beneficio del amado, pero tampoco vacía a éste en provecho de aquél. El que ama bien enriquece y se enriquece, a pesar, y precisamente por ello, de que el amor implique desprendimiento de afectos parciales y contingentes, del que suponga, si quieren Ustedes con una palabra más cercana al lenguaje espiritual: purificación.

Tanto importa saber amar como el hecho de la propia realización personal que es en definitiva el mayor motivo de gloria para quien por amor nos creó y por amor nos redimió para que llegásemos a ser hijos suyos.

Naturalidad: no se creen obsesiones dañinas para su salud mental; que no vayan a andar día y noche pensando si tiene o no rectamente orientado su corazón. Vivan con sencillez y naturalidad su vida, sirviendo  al Señor y aprovechen los exámenes de conciencia para analizar, corregir y proponerse nuevas metas. En María, tiene Ustedes un ejemplo claro de la naturalidad y sencillez con que han de vivir sin angustias ni tensiones psicológicas, puestas en las manos de Dios.

La castidad se coloca dentro de la virtud de la templanza. El término “templanza proviene del verbo latino “temperare” que se podría traducir hoy como coordinar o moderar. Es el trabajo que hace un moderador en una mesa redonda: hay diversas personas y diversas opiniones que el debe moderar para que el diálogo se desarrolle de la mejor manera posible. Es esto lo que tiene que hacer nuestra razón y voluntad: deben coordinar, moderar esas fuerzas, pasiones, pulsaciones, instintos que tenemos de modo natural, sin negarlos, reprimirlos, suprimirlos, sino encauzándolos.


2.Madurez afectiva
El término “madurez afectiva” es un concepto complejo y todavía no del todo aclarado y profundizado en sus significados. Podemos entenderlo como una especificidad de la madurez humana, entendida como coherencia y armonía interna de la persona. Un psicólogo italiano Rulla habla de dos Yo: el ideal y el real.

El ideal es lo que cada uno sabe que debe ser, según su vocación, estado, situación. El real es el yo con sus tendencias y condicionamientos que algunas veces van en la misma dirección que el ideal y otras en dirección opuesta. La madurez, en términos sicológicos, es la capacidad de armonizar estos dos yo.

Hay que buscar la madurez de la persona humana en todos los aspectos, y esto incluye la afectividad: nuestra capacidad de amar.
Madurez afectiva conlleva la integración sana y equilibrada de la propia sexualidad, dada la estructura del ser humano. La persona afectivamente madura es una persona sexualmente madura y equilibrada – una personalidad integrada.

Educar en la castidad es enseñar a encauzar, no a reprimir, las propias tendencias y pasiones, de acuerdo con la propia vocación. Dios no quiere que una religiosa sea menos mujer; les quiere personas íntegras, con todas sus potencialidades en armonía con la vocación para la cual les ha creado.
Por lo tanto, hay que lograr que lleguen a poner positivamente y con entusiasmo todo el rico arsenal de sus pasiones al servicio de su vocación y misión.

En eso consiste la verdadera madurez afectiva de la persona consagrada: en la integración armoniosa de la capacidad de amar, y de la necesidad de ser amado, con la propia condición de vida. No se reduce simplemente a la recta integración de la sexualidad en la personalidad, sino que abarca más bien toda la capacidad de relación interpersonal.

Implica la orientación de todos los afectos, y en la medida de lo posible también de los sentimientos, hacia el ideal que se ha escogido, de modo que la persona esté plenamente identificada consigo misma y no se encuentre dividida entre lo que pretende ser y lo que sus afectos exigen de ella.

Ordinariamente, la experiencia de un amor totalizante y exclusivo resulta el mejor catalizador de la madurez afectiva. Para muchos la preparación para el matrimonio, y la misma vida matrimonial, son ocasión natural para lograr esta madurez.

La afectividad madura bajo los rayos del verdadero amor personal. La afectividad de quien ha sido llamado a vivir sólo para Dios madurará bajo los rayos de un amor totalizante y exclusivo a Dios, del cual brota su amor de donación universal a todos los hombres. Si no perdemos esto de vista, la maduración afectiva del alma consagrada no es tan complicada como a veces la presentan algunos.

Todo lo que favorezca esa integración armoniosa de las naturales tendencias afectivas y sexuales con el ideal de consagración a Dios y la condición de virginidad, será un elemento positivo para esa maduración. Todo lo que de algún modo dificulte esa integración será negativo y habría de ser evitado.

Para hacer una correcta valoración de los factores positivos o negativos es necesario tener presente el principio del "realismo antropológico y pedagógico".
Las tendencias y pasiones que una persona que se consagra a Dios, como cualquier ser humano, lleva consigo, son impulsos naturales, queridos por el Creador. Pero el pecado ha creado una situación de desorden en el hombre, en su capacidad de orientar esos impulsos de acuerdo con su razón y voluntad.

Hay que evitar el error de creer que una opción consciente y libre, por muy profunda que sea, es ya suficiente para encauzar correctamente las pasiones.
Estas son automáticas y ciegas, y buscan siempre sus objetos propios, por más elevado que se halle el sujeto en su camino de purificación interior. Cientos de historias de santos y místicos cristianos nos lo ilustran con creces. La presencia de un estímulo exterior correspondiente a una tendencia interna hará que ésta reaccione en esa dirección.

Si la dirección es contraria a la opción vital de consagración a Cristo, será ocasión de desorden y tensión interior, y dificultará más o menos seriamente la integración armoniosa de toda la persona en torno al ideal escogido.

Si una persona consagrada se permite todo tipo de lecturas, películas, espectáculos o diversiones, en la variada oferta de mercado de una sociedad hedonista como la nuestra, encontrará fácilmente estímulos fuertes que provocarán sus tendencias naturales en contra de su vocación virginal.

Si cultiva un tipo de relación con personas del otro sexo que es propicio para suscitar sentimientos de afecto y llegar al enamoramiento, lo más probable es que surjan de hecho esos sentimientos, y que supongan un serio obstáculo para su maduración afectiva, en una vocación que pide la entrega total del propio corazón y de la propia vida a Cristo y a su Reino. La naturaleza tiene sus propias leyes. No podemos jugar con ellas.


Debe ser un trabajo sumamente positivo, abierto, alegre. La alegría de quien ofrece todas sus renuncias por amor. La adquisición de esta madurez requiere ordinariamente un amplio período de tiempo, pues está íntimamente ligada al desarrollo físico y psicológico del individuo.

Tanto la formadora como la persona en formación han de tener en cuenta que, por circunstancias diversas -fisiológicas, psicológicas, circunstanciales, etc.- puede haber períodos de mayores o menores dificultades, de afectos más o menos fuertes que tocan a la puerta del corazón, de tentaciones más o menos marcadas.

Y han de proceder con prudencia, con serenidad y constancia en la aplicación de aquellos medios que la Iglesia por su milenaria experiencia, por su profundo conocimiento de la persona humana, aconseja para la adquisición y salvaguarda de la castidad consagrada.

martes, 7 de agosto de 2012

3 PASOS PARA ORAR CON LA SENCILLEZ DE UN NIÑO

Autor: P. Juan Antonio Ruiz J., L.C. | Fuente: www.la-oracion.com
Tres pasos para orar con la sencillez de un niño
Enséñame cómo buscarte...porque yo no sé buscarte a no ser que tú me enseñes, ni hallarte si tú mismo no te presentas a mí.
 
Tres pasos para orar con la sencillez de un  niño


Señor Dios, enséñame dónde y cómo buscarte, dónde y cómo encontrarte... Tú eres mi Dios, tú eres mi Señor, y yo nunca te he visto. Tú me has modelado y me has remodelado, y me has dado todas las cosas buenas que poseo, y aún no te conozco… Enséñame cómo buscarte... porque yo no sé buscarte a no ser que tú me enseñes, ni hallarte si tú mismo no te presentas a mí. Que te busque en mi deseo, que te desee en mi búsqueda. Que te busque amándote y que te ame cuando te encuentre (San Anselmo de Canterbury)

***

En días pasados estuve en un campamento de verano con 64 niños de diez y once años. ¡Toda una experiencia! Intenté, junto con otros varios sacerdotes y monitores laicos, que disfrutasen y, en mi caso algo importante, que se acercasen más a Dios. Personalmente, creo que ambas cosas se dieron...

Uno de esos días, un niño llamado Miguel se me acercó y me dijo que tenía que decirme algo muy importante y que no podía ser más tarde. Estaba nervioso y, por un momento, me imaginé lo peor: un niño se cayó, alguien se hizo daño, etc. Pero la noticia que Miguel me iba a contar era mucho más seria; algo que, según sus propias palabras, «me ha dejado alucinado, padre».

¿Qué pasó? Le doy la palabra a Miguel:

«Esta mañana, padre, después de ducharme, me fui a la capillita que tenemos en el campamento. Ahí coincidí con Álvaro, que está aquí conmigo. No nos pusimos de acuerdo para nada, ¿eh? Lo que fui a pedirle a Jesús, padre, es que hoy me llamaran mis papás por teléfono, pues los echaba de menos. Álvaro ha hecho lo mismo. Pues, ¿sabe qué, padre? ¡Han llamado! Mis padres y sus padres. Jesús escucha realmente y responde. ¡Estoy que no me lo creo!».

No sé a ustedes, pero a mí la experiencia de Miguel y Álvaro me ha emocionado. Por dos motivos: porque una vez más he aprendido de la candidez que siempre emana de los niños, esa sencillez que nos hace ver el mundo bajo otra perspectiva. No por nada Cristo mismo nos invitaba a hacernos como niños para entrar en el reino de los cielos.

Y segundo, porque he podido tocar de una manera muy sensible la cercanía de un Dios que nos ama profundamente, que quiere comunicarse con nosotros, que espera que le hablemos y confiemos en Él.

Y ¿qué hacer para llegar a esta sencillez? El camino nos lo traza San Anselmo en la bellísima oración que les he puesto al inicio de este artículo:

1. Reconocerse débil y necesitado: « enséñame dónde y cómo buscarte, dónde y cómo encontrarte... Tú eres mi Dios, tú eres mi Señor, y yo nunca te he visto».

2. Agradecer los beneficios recibidos por Dios: «Tú me has modelado y me has remodelado, y me has dado todas las cosas buenas que poseo, y aún no te conozco...».

3. Buscar y no cansarse en la oración, aunque cueste: «Enséñame cómo buscarte... porque yo no sé buscarte a no ser que tú me enseñes, ni hallarte si tú mismo no te presentas a mí» o aquella otra, más bella aún: «Que te busque en mi deseo, que te desee en mi búsqueda. Que te busque amándote y que te ame cuando te encuentre».

Sí, el resultado último es el enamoramiento. Porque el amor es esa fuerza que nos hace capaces de cosas grandes. Y grande es la oración. Además, cuando alguien ama, vuelve a repetir los mismos pasos: se sabe débil ante los peligros que pueden apartarle de su amor; agradece siempre lo que la persona amada le da; y busca seguir amándola con locura. Es un círculo virtuoso que nos eleva cada vez que lo empezamos.

Y voy más allá. Estos pasos reflejan, de manera muy nítida, la actitud de cualquier niño. Se sabe débil y por eso acude a los "brazos todopoderosos" de su madre. Agradece lo que recibe con los detalles típicos de un niño: un beso, una flor cortada en un campo, etc. Y, por último, está siempre buscando a sus padres, no puede estar solo, pues intuye que sería su perdición.

Pregunta: ¿qué tan niños somos en nuestra oración? Si aún te falta algo por llegar, aquí están tres pasos sencillos; pasos que han sido vividos ya por otros, como San Anselmo... y como mis queridos maestros de 10 años llamados Miguel y Álvaro.

sábado, 31 de marzo de 2012

GUÍA PARA LA ORACIÓN


Guía para la oración

Esta guía para la oración busca ser un método para meditar en la vida y enseñanzas del Señor Jesús. «La meditación, como señala el Catecismo de la Iglesia Católica, es, sobre todo, una búsqueda. El espíritu trata de comprender el porqué y el cómo de la vida cristiana para adherirse y responder a lo que el Señor pide.» Así, asistidos con la Gracia de Dios buscamos en la oración discernir cuál es su plan de amor para nosotros y nos nutrimos para responder a el con generosidad. El método de meditación que se propone es un camino que se inicia en la mente, transforma en el corazón y nos conduce a una acción concreta y cotidiana orientada a nuestra santificación y a la de nuestros hermanos.

1. Invocación inicial:

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

2. Preparación:

a. Acto de fe en la presencia de Dios: Consciente de que el Señor está conmigo, explicito en mi fe en Él y mi deseo de abrir mi mente y mi corazón a su presencia, y de permanecer en ella durante la oración.
b. Acto de esperanza en la misericordia de Dios: Reconozco que soy pecador y me acojo con esperanza a la misericordia de Dios que sale a mi encuentro.
c. Acto de amor al Señor Jesús y a Santa María: Manifiesto mi adhesión a la persona del Señor Jesús y a Santa María, nuestra Madre.

3. Cuerpo:

a. Mente:
- Medito en el en sí del texto: Se trata de una aproximación objetiva. Busco entender qué dice el texto. Me acerco al texto bíblico y lo interperto desde y en la enseñanza de la Iglesia.
- Medito en el en sí-en mí del texto: Se trata de una aplicación del texto a la propia realidad. Hago una apropiación del mensaje buscando descubrir qué me dice la Palabra del Señor en este momento concreto de mi vida.

b. Corazón:
- Elevo una plegaria buscando adheririme de cordialmente a aquellos que he descubierto con la mente y abriéndole mi corazón al Señor.

c. Acción:
- Resoluciones concretas: A la luz de lo meditado, pongo medios concretos y proporcionados que me permitan despojarme de aquello que me sobra o revestirme de aquello que me falta en mi camino de conformación con el Señor Jesús.

4. Conclusión

- Breve acto de agradecimiento y súplica: al Señor Jesús y a Santa María.
- Rezo de la Salve u otra oración mariana.

5. Invocación final:

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
 
 


martes, 20 de marzo de 2012

¿CUÁL ES EL PERFIL DEL HOMBRE DE ORACIÓN?

Autor: P Evaristo Sada LC | Fuente: www.la-oracion.com
¿Cuál es el perfil del hombre de oración?
Por la vida de oración, dejamos que Cristo vaya entrando en nuestras vidas y poco a poco nos vaya modelando conforme a su estilo
¿Cuál es el perfil del hombre de oración?


La vida del hombre sobre la tierra es una batalla. (cf. Job 7, 1) Todos lo experimentamos, todo supone esfuerzo: el sustento económico, la armonía en la vida familiar y matrimonial, conservar la salud, la evangelización, la formación académica, la vida de oración....
Y en esta batalla de la vida hay éxitos y fracasos, avances y retrocesos, gloria y ruina. Todos tenemos crisis en la vida y hay tiempos en que lo construido con tanto esfuerzo se convierte en escombros.

Es muy duro y penoso encontrase a veces ante los propios escombros. Pero estos deben servirnos para volver a construir y edificar con ellos cimientos más fuertes. El hombre sensato construye su casa sobre roca, sobre cimientos sólidos y profundos. (cf Mt 7,24)

La oración se funda sobre la fe, se alimenta con la Eucaristía, se autentifica por la caridad.

En la vida cristiana esto significa ser hombre de oración. Una oración que se funda sobre la fe, se alimenta con la Eucaristía y se autentifica por la caridad. (cf Catecismo n. 2624) El punto de referencia lo tenemos en los primeros cristianos, que "acudían asiduamente a las enseñanzas de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones" (Hch 2,42).

Una de las grandes lecciones que Dios me ha enseñado en estos últimos años en que pasan por especial dificultad la congregación religiosa y el movimiento de apostolado a los que pertenezco (Legión de Cristo y Regnum Christi), es que debo ser hombre de oración. Si queremos escuchar la voz del Espíritu Santo y descubrir Su voluntad, debemos ser más contemplativos. Si queremos construir la casa sobre roca firme, debemos orar más y orar mejor.

La oración se funda sobre la fe:

Tratamos con Dios porque creemos en Él y en lo que Él nos ha dicho. Sabemos quién es, cómo es y qué nos enseña, porque Él mismo nos lo ha revelado. Y es a partir de esa experiencia, de esa fuerza interior y de ese conocimiento que desarrollamos nuestra amistad con Cristo. En la oración no gustamos imaginaciones ni alucinaciones, sino certezas de fe: las certezas de fe que nos ofrece la Palabra de Dios y que la Iglesia nos propone.

Cito varios párrafos del catecismo de la Iglesia católica que me ayudan mucho y que te propongo meditar delante de Dios.

- 2732. La tentación más frecuente, la más oculta, es nuestra falta de fe. Esta se expresa menos en una incredulidad declarada que en unas preferencias de hecho. Cuando se empieza a orar, se presentan como prioritarios mil trabajos y cuidados que se consideran más urgentes; una vez más, es el momento de la verdad del corazón y de clarificar preferencias. En cualquier caso, la falta de fe revela que no se ha alcanzado todavía la disposición propia de un corazón humilde: "Sin mí, no podéis hacer nada" (Jn 15,5).

- 158. "La fe trata de comprender": es inherente a la fe que el creyente desee conocer mejor a aquel en quien ha puesto su fe, y comprender mejor lo que le ha sido revelado; un conocimiento más penetrante suscitará a su vez una fe mayor, cada vez más encendida de amor. La gracia de la fe abre "los ojos del corazón" (Ef 1,18) para una inteligencia viva de los contenidos de la Revelación, es decir, del conjunto del designio de Dios y de los misterios de la fe, de su conexión entre sí y con Cristo, centro del Misterio revelado. Ahora bien, "para que la inteligencia de la Revelación sea más profunda, el mismo Espíritu Santo perfecciona constantemente la fe por medio de sus dones" (Dv 5). Así, según el adagio de san Agustín, (serm. 43, 7,9) "creo para comprender y comprendo para creer mejor".

- 142. Por su revelación, "Dios invisible habla a los hombres como a amigos, movido por su gran amor y mora con ellos para invitarlos a la comunión consigo y en ella recibirlos" (Dv 2). La respuesta adecuada a esta invitación es la fe.

- 162. La fe es un don gratuito que Dios hace al hombre. Este don inestimable podemos perderlo; san Pablo advierte de ello a Timoteo: "Combate el buen combate, conservando la fe y la conciencia recta; algunos, por haberla rechazado, naufragaron en la fe"(1 Tm 1,18-19). Para vivir, crecer y perseverar hasta el fin en la fe debemos alimentarla con la Palabra de Dios; debemos pedir al Señor que la aumente; debe "actuar por la caridad" (Ga 5,6), ser sostenida por la esperanza y estar enraizada en la fe de la Iglesia.

La oración se alimenta con la Eucaristía:

La Eucaristía es el pan nuestro de cada día, es decir, algo necesario para subsistir. Es fuente de gracia, de vida divina en nosotros. La Eucaristía es el pan cotidiano que alimenta el espíritu y nos une al Cuerpo de Cristo. Si no comemos su carne y no bebemos su san­gre, no tendremos vida. (cf Jn 6)

Jesucristo permaneció con nosotros en la Eucaristía para que nosotros permaneciéramos en Él. Jesucristo bien sabía que nos sentiríamos débiles, solos, necesitados de luz, fortaleza y consejo. Por eso, acompañar y contemplar a Cristo Eucaristía es el gran quehacer del hombre de oración. Viendo a Cristo, vemos al Padre: "Nadie puede venir al Padre sino por mí... Quien me ha visto, ha visto al padre" (Jn 14, 6-9).

El Sagrario es lugar privilegiado para la oración personal y comunitaria. Allí vamos los que estamos enfermos, pues Él vino a llamar no a los santos, sino a los pecadores (cf Mt 9, 12-13) En este sentido, agradezco mucho a mi comunidad en Roma que desde hace un año, animados por los más jóvenes, decidimos tener adoración eucarística a lo largo de toda la jornada.

La oración se autentifica por la caridad:

En la oración actúa la gracia de Dios para irnos configurando poco a poco con Cristo, nos vamos pareciendo más a Él. Es un proceso lento, don de Dios. A base de ver el rostro de Cristo nuestra mirada se va haciendo más pura, nuestro corazón se ablanda, nuestras actitudes se van modelando conforme a las de Él.

Por la vida de oración, dejamos que Cristo vaya entrando en nuestras vidas y poco a poco nos vaya modelando conforme a su estilo, donde el amor y el servicio al prójimo es el rasgo característico de nuestro comportamiento.

Cuando una planta está sembrada en tierra fértil, bien abonada y regada, la planta luce un follaje verde, fresco, abundante. Lo mismo el cristiano: desborda caridad cuando está plantado en el amor de Dios.

La fe viva actúa por la caridad (Ga 5,6), la fe sin obras está muerta(St 2,26)

Fe viva, vida Eucarística asidua y caridad genuina: aquí tenemos los distintivos del orante.

martes, 7 de febrero de 2012

¿CUÁL ES LA MEJOR RECETA PARA EMPEZAR BIEN TU ORACIÓN?

Autor: P. Juan Antonio Ruiz J., L.C. | Fuente: www.la-oracion.com
¿Cuál es la mejor receta para empezar bien tu oración?
¡No importa lo que hagas o en medio de quién estás: siempre puedes ponerte delante de Dios y elevar tu alma a Él!
¿Cuál es la mejor receta para empezar bien tu oración?

¡Cristo, como luz, ilumina y guíame!
¡Cristo como escudo, excede y cúbreme!
Cristo conmigo, Cristo frente a mí,
Cristo tras de mí, Cristo en mí,
Cristo a mi derecha, Cristo a mi izquierda,
Cristo al descansar, Cristo al levantarme,
Cristo en el corazón de cada hombre que piense en mí,
Cristo en la boca de todos los que hablen de mí,
Cristo en cada ojo que me mira,
Cristo en cada oído que me escucha.
(San Patricio)


Nuestras acciones están, casi siempre, determinadas por la presencia de otras personas a nuestro alrededor. Hay cosas que no haríamos delante de algunos y cosas que, totalmente solos, no tenemos reparo en hacer. Imagínense, por ejemplo, que reciben la invitación del presidente de su país para visitar su casa. ¿Cómo se comportarían? Seguramente con la mayor educación posible. Al llegar a la sala, no me tiro en el sofá, sino que me siento con educación; en la mesa cuido de no hablar con la boca abierta, de usar adecuadamente los cubiertos, etc. Y ¿qué es lo que me mueve a comportarme así? La importancia de la persona que tengo delante. En cambio, si estoy en casa, tal vez no es necesaria tanta atención...

Nuestra oración es, justamente, una invitación de Dios para visitarle y hablar con Él. Es un momento en que dialogo con el Señor de todo el Universo que -¡oh, maravilla!- me llama su amigo. ¿Cómo me comporto delante de Dios?

Bueno… de acuerdo: no es tan sencillo como parece. Porque a Dios no lo vemos físicamente y en ocasiones es fácil distraerse con cualquier cosa. Sobre todo al inicio… ¡cuánto cuesta empezar bien la oración!

San Patricio nos da una pista para empezar bien nuestra oración: saber ver a Dios en todo. Y al inicio de cada momento de oración, es importante hacer lo que comúnmente se llama ponerse en la presencia de Dios. Saber que estoy delante de Dios; repetírmelo a la mente y al corazón.

¡Decírselo a Dios!: Señor, vengo a tu presencia, ayúdame a darme cuenta de ello!. Darme cuenta de que REALMENTE Él me escucha y quiere hablarme. Sobrecogerme ante el misterio de su presencia y agradecerle que quiera venir a hablar conmigo.

Se puede hacer de modo espontáneo (personalmente lo recomiendo) con una oración hecha por mí. Pero si en un primer momento no sale, las oraciones hechas, como el himno de San Patricio de arriba, pueden ayudar. Así, poco a poco, lograremos ponernos delante de Dios... incluso en medio de ocupaciones muy variadas. El ejemplo de Juan Pablo II, que podía abstraerse en misas multitudinarias, es excepcional en este sentido.

¡No importa lo que hagas o en medio de quién estás: siempre puedes ponerte delante de Dios y elevar tu alma a Él!

Esto, a su vez, también nos ayudará a descubrir a Dios en todas las cosas, en cada momento de nuestra vida... y ¡maravillarnos! Como un enamorado, que ve a su amada en todo lo que vive y la extraña en cada momento. Así viviremos nosotros con Dios, sabiendo que, como rezaba el bueno de San Patricio, Él está presente a mi derecha, a mi izquierda, en cada persona que tengo delante. Y, de modo particular, en cada oración en la que voy a dialogar con Él.


martes, 10 de enero de 2012

PIDIENDO CONSEJO A CRISTO EN MI ORACIÓN

Autor: P. Juan Antonio Ruiz J., L.C. | Fuente: www.la-oracion.com
Pidiendo consejo a Cristo en mi oración
El Señor no habla en el pasado, sino que habla en el presente, él habla hoy con nosotros, nos concede su luz, nos muestra el camino.
Pidiendo consejo a Cristo en mi oración
Cumplo con mi deber, obedeciendo los preceptos de Cristo, que dice: Estudiad las Escrituras, y también: Buscad, y encontraréis, para que no tenga que decirme, como a los judíos: Estáis muy equivocados, porque no comprendéis las Escrituras ni el poder de Dios. Pues, si, como dice el apóstol Pablo, Cristo es el poder de Dios y la sabiduría de Dios, y el que no conoce las Escrituras no conoce el poder de Dios ni su sabiduría, de ahí se sigue que ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo.

Por esto, quiero imitar al padre de familia que del arca va sacando lo nuevo y lo antiguo, y a la esposa que dice en el Cantar de los cantares: He guardado para ti, mi amado, lo nuevo y lo antiguo; y, así, expondré el libro de Isaías, haciendo ver en él no sólo al profeta, sino también al evangelista y apóstol. Él, en efecto, refiriéndose a sí mismo y a los demás evangelistas, dice: ¡Qué hermosos son los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la Buena Nueva! Y Dios le habla como a un apóstol, cuando dice: ¿A quién mandaré? ¿Quién irá a ese pueblo? Y él responde: Aquí estoy, mándame» (San Jerónimo, del prólogo al comentario al profeta Isaías).

Tengo un buen amigo que le gusta mucho la fotografía. Es un apasionado del tema. Reconozco que a veces fastidia un poco, pues cuando ves con él cualquier foto, en vez de recordar el evento que ahí quedó plasmado, se dedica a criticar la luz, el enfoque, etc. Y considera Photoshop como la mayor herejía existente en cuanto a arte se refiere.

Aún así, mi amigo reconoce que posee un conocimiento más bien pobre de la ciencia fotográfica. Y por eso ha decidido estudiar un poco por su cuenta. Hablando hace poco por teléfono con él, me refería sus primeras adquisiciones de las librerías: ¿Sabes cuál ha sido el libro que más me ha ayudado de todos? El de "Fotografía para tontos". Yo no pude sino sonreír.

¿Si conocen el libro al que se refiere, verdad? Es esa colección que en inglés titulan "For Dummies" y que ha revolucionado el mundo del aprendizaje. Por lo menos el más elemental de ello. Existe hasta un "Juan Pablo II for Dummies", en el que repasan los elementos más esenciales de la vida del Papa. Y reflexionando este hecho, me di cuenta que si un libro puede ayudarnos en lo más elemental de nuestro camino de oración, no dudaría en decirlo: la Biblia es esa "oración for Dummies".

Es verdad que no todos los pasajes de la Escritura son fáciles. Pero también es verdad, y hablo especialmente del Evangelio, que su lectura ha sido inspiración para la vida del cristianismo desde el inicio de nuestra era. De ahí que San Jerónimo diga que desconocer las Escrituras es desconocer a Cristo mismo. Tal vez alguno lo haya ya experimentado. Tomen, por ejemplo, la vida de cualquier santo. ¿Cuál es el que más les gusta? ¿Francisco de Asís, Ignacio de Loyola, Teresa del Niño Jesús? No importa qué vida de santo se tope uno, no hay ninguna que no tenga de por medio, en su momento de conversión, la lectura de la Sagrada Escritura. Todos han bebido de su lectura, especialmente del Evangelio. Y la meditación y contemplación de los pasajes ahí descritos han sido la inspiración para todos.

San Lorenzo era muy consciente de ello y por eso mismo dedicó gran parte de su vida al estudio y meditación de los textos sagrados. Otro santo, San Francisco de Asís, decía que «leer la Sagrada Escritura es pedir consejo a Cristo». En este aspecto, los protestantes han tal vez madurado mucho más que nosotros y conocen con profundidad la Biblia. Muchas veces nos impacta y hasta ridiculizamos cuando ellos toman decisiones cruciales y del día a día de su vida leyendo el Evangelio.

Pero yo creo que debemos aprender a leer con Dios la Biblia, en oración. ¿Qué sería de nuestra vida si hablásemos con Cristo tantos pasajes de la Escritura y pudiesen así ayudarnos en nuestra vida diaria? Porque «la Sagrada Escritura no es algo que pertenezca al pasado. El Señor no habla en el pasado, sino que habla en el presente, él habla hoy con nosotros, nos concede su luz, nos muestra el camino de la vida, nos regala su comunión y nos prepara y nos abre así a la paz (Benedicto XVI, 29-03-2006).

¿Recomendación? La Iglesia siempre ha invitado a sus fieles a leer todos los días un pequeño pasaje evangélico y buscar una enseñanza para ello. Incluso hay lugares donde ya tienen un “Evangelio del día” meditado, incluso via Internet. Ojalá que cada día, aunque sean cinco minutitos, vayamos a la Sagrada Escritura y le pidamos consejo a Cristo, directamente. Será, sin duda alguna, uno de los mejores caminos para una profunda oración.





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martes, 6 de septiembre de 2011

¿CÓMO REZAR BIEN MIS ORACIONES?

Autor: P Evaristo Sada LC | Fuente: www.la-oracion.com
¿Cómo rezar bien mis oraciones?
¿Hay oraciones más poderosas que otras? ¿Dónde reside el poder de una oración? ¿Tiene sentido preguntar si es más poderosa una novena que un rosario?
¿Cómo rezar bien mis oraciones?

Acabo de conversar con un señor que me preguntó si podría recomendarle una oración especialmente poderosa: “Tengo problemas muy serios en mi casa y en el trabajo, necesito la intervención de Dios; recomiéndeme una oración que no falle, la oración más poderosa que usted conozca.”

Pude haberle entregado una selección de las oraciones que hemos recopilado en www.la-oracion.com. Pero ¿hay oraciones más poderosas que otras? ¿Dónde reside el poder de una oración? ¿Tiene sentido preguntar si es más poderosa una novena que un rosario? ¿Tiene valor una oración aunque se haga distraído? ¿Cómo se sabe si se reza “correctamente”?

¿Qué nos enseña la experiencia?

Hay fórmulas u oraciones vocales que a lo largo de los siglos han resultado especialmente “poderosas” para muchos: el Padrenuestro, el Avemaría, la oración de Jesús (Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí pecador), el canto de los salmos, etc.

Quienes han encontrado fruto para el crecimiento en su vida espiritual utilizando estas fórmulas u otras, progresan normalmente en tres momentos:

1. Comienzan a pronunciarlas con los labios o en silencio, dándole un sentido a las palabras mientras están en la presencia de Dios.

2. Luego, dan el paso a decirlas interiormente, hasta que con o sin la fórmula se dirigen a Dios con las actitudes propias de la oración que utilizan (actitud de creatura ante su Creador, de hijo ante su Padre, de pecador rescatado ante su Redentor, de bautizado ante el Espíritu Santo que habita en él, etc.).

3. Un paso más adelante se da cuando esa oración se hace una oración incesante, impregnando completamente toda la persona y toda la vida. Llevan corriendo por sus venas el sentido de las oraciones. El hábito de la presencia de Dios llega a ser para ellos como una segunda naturaleza.

Mientras escribo me sorprendo al recordar cuántas veces he rezado el rosario completamente distraído. Las invocaciones a Jesucristo que rezo todos los días con mi comunidad ¡cuántas veces las he pronunciado con la mente en otra parte! a pesar de que sean bellísimas y de una potente carga teológica y afectiva.

Errores comunes al rezar las oraciones vocales:

1. La mentalidad mágica: Creer que pronunciar las fórmulas produce un resultado automático (como un talismán).

2. El formalismo: Creer que por cumplir con una práctica de piedad, ya se hace oración. La atención se centra en la forma, en “hacerlo correctamente”; se da más importancia a la letra que se pronuncia que al espíritu con que se reza.

3. La rutina: A base de repetir una oración que uno se ha propuesto hacer todos los días, se puede caer en el escollo de hacerla inconscientemente, sin darle sentido.

Tres consejos para superar la rutina

Para superar la rutina a mí me ayuda:

1. Antes de iniciar las oraciones, tomar conciencia de lo que voy a hacer y ante quién estoy. Bastan tres segundos.

2. Llevar a la meditación lo que rezo todos los días (por ejemplo las oraciones de la mañana). Cuando se saborea en la meditación cada una de las palabras y de las frases de las oraciones, rumiándolas con calma en la presencia de Dios, se advierte que al volver a pronunciarlas cobran un mayor significado, salen de lo más profundo de la mente y el corazón; al poner más amor en lo que se dice a Jesucristo, las oraciones “dicen más”.

3. Cuando me doy cuenta de que he pronunciado una oración sin darle sentido a las palabras, sin centrar la mente en lo que digo y sin hacerlo “con todo el corazón, con toda el alma y con todas mis fuerzas” (cf. Mt 22,37 y Mc 12, 33), aplico un recurso que me ha servido mucho: detenerme y repetir la plegaria utilizando mis propias palabras, con toda espontaneidad.

¿Qué es lo que hace que una oración sea poderosa?

Lo que da valor a una oración es la fe con que se pronuncia. Con palabras o sin palabras, usando fórmulas oficiales de la liturgia y de la piedad cristiana o creando las oraciones personales espontáneamente, lo importante no son las palabras sino el espíritu con que se pronuncian. Allí tenemos el ejemplo de la oración de la cananea, cuando Jesús le dijo: «Mujer, grande es tu fe; que te suceda como deseas». Y desde aquel momento quedó curada su hija.” (Mt 15, 28)

Una oración vocal debe brotar del corazón y ser pronunciada ante Dios con fe y atención para que pueda llamarse oración y para que sea poderosa. El poder de la oración no está en pronunciar determinadas palabras con los labios, sino en hacerlo con plena conciencia y dirigiéndose con fe a Dios Nuestro Señor.

La fuerza de una oración viene no del exterior (las palabras), sino del interior (del corazón). Lo esencial está en estar y permanecer ante Dios; lo importante es la elevación espiritual del corazón humilde a Dios.

Una sola palabra, un recuerdo de Jesús o una simple mirada llena de fe, con un sincero sentimiento de adoración, vale más que centenares de rosarios pronunciados sin sentido, como si de un loro se tratara (de aquí el sentido de la foto de arriba). San Pablo decía: “Prefiero decir cinco palabras con mi mente que mil en lengua desconocida.” (1 Co 14,19)

Por lo demás, no somos nosotros los que "logramos" que una oración sea poderosa, es la gracia de Dios.

La oración de Doña Lena

Recientemente escuché una oración de las más sentidas que he oído en mi vida. Como comenté hace unas semanas, estoy construyendo una ermita con sentido de reparación al Sagrado Corazón de Jesús. Al hacer el muro de contención quise poner en él una imagen de la Virgen de Guadalupe, en lugar de dejar el muro vacío. De esa manera, la imagen de la Virgen ayudará a las campesinos a recordarla mientras van por el camino.

La mostré a Doña Lena, una ancianita que fue a saludarme y a llevarme unas tortillas. Cuando vio la imagen de la Virgen de Guadalupe, de alegría tiró la bolsa de plástico que llevaba en la mano y comenzó a dialogar con la Virgen María con una naturalidad y una autenticidad parecidas a las de Juan Diego.

Doña Lena ha alcanzado una familiaridad con María como no había visto antes. Le pregunté sobre su relación con la Virgen y me dijo: “Ella es mi Madre, me conoce mejor que nadie, cuida mi camino, sabe lo que me aprovecha y me conviene, la tengo siempre en la memoria, estoy todo el tiempo en su presencia. Le confío toda mi vida y todas mis cosas. La quiero mucho y le platico por donde quiera que vaya.”

Esta buena mujer no sabe siquiera leer, no sigue fórmulas especiales al elevar su alma a Dios y a la Virgen, pero al escucharla dialogar con María pude ver sin lugar a dudas que estaba llena del Espíritu Santo.(Cf. Ef 5,18) Oraciones así son las más poderosas.

El poder de una oración reside en el espíritu con que sea dicha.

Esta noche me propongo rezar las Completas con particular sentido de adoración y gratitud a Dios.

viernes, 12 de agosto de 2011

APRENDE A ORAR, 10 PASOS

 


APRENDE A ORAR, 10 PASOS:
1.- Comienza por saber escuchar. El Cielo emite noche y día.

2.- No ores para que Dios realice tus planes, sino para que tú interpretes los planes de Dios.

3.- Pero no olvides que la fuerza de tu debilidad es la oración. Cristo dijo: "Pedid y recibiréis"

4.- El pedir tiene su técnica. Hazlo atento, humilde, confiado, insistente y unido a Cristo.

5.- ¿No sabes qué decirle a Dios? Háblale de vuestros mutuos intereses. Muchas veces. Y a solas.

6.- No conviertas tu oración en un monólogo, harías a Dios autor de tus propios pensamientos.

7.- Cuando ores no seas ni engreído, ni demasiado humilde. Con Dios no valen trucos. Sé tal cual eres.

8.- ¿Y las distracciones involuntarias? Descuida. Dios, y el sol, broncean con solo ponerse delante.

9.- Si alguna vez piensas que cuando hablas a Dios Él no te responde..., lee la Biblia.

10.- No hables nunca de «ratos de oración»; ten «vida de oración».

(Enviado por Claudia Pacella)

 

martes, 31 de mayo de 2011

MI ORACIÓN A TI

 Mi oración a Ti
Autor: Rabindranath Tagore

 Dame la fuerza que necesito para mis alegrías y mis preocupaciones.

        Dame la fuerza que haga fructífero mi amor en el servicio.

        Dame la fuerza de no negar nunca a los pobres.

        Dame la fuerza necesaria para no doblar mi rodilla ante poderes extraños.
Dame la fuerza que necesito para elevarme sobre las trivialidades cotidianas.

Dame la fuerza que necesita mi fuerza para someterse a tu voluntad.
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