lunes, 31 de julio de 2017

CUÁL ES NUESTRO TESORO?


¿Cuál es nuestro tesoro?



Dice el Señor que el Reino de Dios es como “un tesoro escondido en un campo”.  Tal vez quisiéramos preguntar: ¿quién esconderá un tesoro en un campo?  Ahora en el tiempo de cerraduras y bancos, nadie lo hará.  Pero en los tiempos antiguos las cosas eran diferentes.  Los ladrones podían dejar la casa vacía de cualquier objeto de valor.  Por eso, los dueños solían enterrar sus tesoros en un rinconcito marcado del campo.  Una mejor pregunta para nosotros es: ¿qué es nuestro tesoro?

Para mí una cosa muy valiosa es el tiempo.  Trato de llegar a cada compromiso a la hora exacta para que no pierda ni cinco minutos de mi tiempo precioso. A lo mejor cada uno define su tesoro en una manera individual.  Pero podemos abstraer algunos constantes para los diferentes grupos de edad.  Los jóvenes buscan como su tesoro a un compañero de vida que es ameno y, sobre todo, guapo.  A los adultos les importa la estabilidad.  Quieren ingresos que proveen las necesidades de la casa y una casa que no perderá su valor con el tiempo.   Los mayores se preocupan por la salud.  Desean evitar el dolor y prolongar la vida tan mucho como posible.

En la antigüedad antes de Cristo se consideró la sabiduría como el tesoro más precioso.  Valió la pena vender todo lo que se tenía para hacerse sabio.  Con la sabiduría nuestros tesoros se modifican.  Los jóvenes no consideran la belleza como la cualidad número uno en una pareja sino la capacidad de amar.  Es decir, se dan cuenta de que la disposición a poner el bien del cónyuge primero vale más que una figura perfectamente proporcionada.  La sabiduría enseña a los adultos que la estabilidad queda más en lo moral que en lo material: más en tener el respeto mutuo entre los familiares que en tener un cuarto para cada hijo, más en dar la reverencia a Dios que en tomar vacaciones en la playa.  Los viejos se aprovechan de la sabiduría por reconciliarse con Dios y con los demás para que mueran en la paz.

Jesús reemplaza la sabiduría con el Reino de Dios.  No es que los dos difieran mucho; pero el Reino de Dios ofrece un matiz más contundente.  El Reino de Dios mueve al joven buscar primero en una pareja el amor para Dios: que él o ella jamás haría algo ofensivo al Señor.  Le conduce al adulto a confiar en Dios como el cimiento de su casa por guardar sus mandamientos, venga lo que venga.  Al mayor el Reino exige una entrega más o menos completa: que acepte cada día como un regalo de Dios y el sufrimiento como modo de juntarse con Cristo en la salvación del mundo.

Nosotros cristianos reconocemos a Jesús mismo como el cumplimiento del Reino de Dios.  Cuando abrazamos a él como nuestro salvador, se nos acoge en el Reino de su Padre.  Podemos proponer una parábola para explicar esto.  Jesús es como piedra.  Cuando somos jóvenes, él es el diamante más precioso a darse a nuestra novia.  Como adultos él es el cimiento del amor sobre que construimos nuestra casa.  Y cuando nos ponemos viejos, él es la roca que nos aferramos cuando sopla el aire de la muerte.  Jesús es la roca para aferrarse siempre.

P. Carmelo Mele O. P.

PUEDEN APARECERSE LAS ALMAS DEL PURGATORIO?


¿Pueden aparecerse las almas del purgatorio?
Conviene acoger con muchas reservas las afirmaciones sobre la duración o gravedad de las penas del purgatorio 



Por: P. Antonio Royo Marín, OP | Fuente: apologetica.org 



Las almas del Purgatorio...
¿interceden por nosotros?
¿pueden aparecerse a los vivos?


Si las almas del purgatorio pueden interceder por nosotros 

Formulamos la pregunta en torno a la debatida cuestión de si podemos invocar a las almas del purgatorio para que ellas intercedan por nosotros, alcanzándonos de Dios alguna gracia.

Las opiniones están divididas entre los teólogos. Hay razones fuertes por uno y otro lado; pero creemos que se puede llegar sin esfuerzo a un término medio razonable. Vamos a exponer las razones opuestas y luego precisaremos la solución que nos parece más probable.


Argumentos en contra 

1. Es inútil invocarlas, puesto que no se enteran de nuestras peticiones. Los bienaventurados del cielo ven reflejados en la esencia divina todos nuestros deseos y peticiones, sobre todo los que tienen relación con ellos mismos; pero las almas del purgatorio no gozan todavía de la visión beatífica. Es inútil invocarlas [II–III, 83,4 ad 3].

2. Las almas del purgatorio, aunque son superiores a nosotros en cuanto a que son impecables, son inferiores en cuanto a la situación penal en que se encuentran. No están en estado de orar por nosotros, sino más bien de que nosotros oremos por ellas [II–III, 83,II ad 3].

3. La oración litúrgica de la Iglesia es una oración perfecta, a la que nada le falta. Ahora bien: jamás se hace en ella la menor invocación a las almas del purgatorio para que nos ayuden con sus oraciones. Este silencio de la Iglesia es muy aleccionador.

4. Se concibe muy bien la invocación de los santos que gozan ya de Dios y no experimentan necesidad alguna. Pero parece poco delicado pedir algo a quién está sufriendo y necesita más de nosotros que nosotros de él.

5. Nadie da lo que no tiene. Y como el fondo substancial de todas nuestras peticiones ha de ser la bienaventuranza eterna, mal nos la puede obtener quien no la posee todavía.


Argumentos a favor

1. Las almas del purgatorio están unidas a nosotros por los vínculos de la caridad. Ahora bien: la caridad, como enseña Santo Tomás, es una amistad que supone el intercambio de los propios bienes [II–III,23,I]. Luego, si nosotros les ofrecemos nuestras oraciones, en justa reciprocidad caritativa nos ayudarán ellas con las suyas. No olvidemos que conservan el recuerdo y el amor de los seres queridos y se abrazan, además, en una caridad universal.

2. No importa que no conozcan nuestras peticiones particulares. Saben muy bien que estamos llenos de necesidades y pueden pedir al Señor que nos ayude, aunque ignoren concretamente en qué. Tampoco sabemos nosotros si están o no en el purgatorio nuestros seres queridos y, sin embargo, les enviamos sufragios por si lo hubieran menester. Aparte de que, como dice el mismo Santo Tomás, pueden enterarse de lo que ocurre en la tierra por lo que les digan los que van llegando al purgatorio, o el ángel de la guarda, o una especial revelación de Dios [I,89,8 ad I].

3. Es cierto que por su estado penal están en situación inferior a nosotros. Pero téngase en cuenta que la oración no se apoya en derecho alguno sobre la justicia de Dios, sino en la pura misericordia y liberalidad divina. De lo contrario, habría que decir que los pecadores no pueden impetrar nada de la misericordia de Dios –lo que sería una herejía–, ya que su situación es muy inferior a la de las almas del purgatorio, que al fin y al cabo están en gracia y amistad con Dios y tienen asegurada su salvación eterna. Por otra parte, la magnitud de sus sufrimientos no les impide el libre uso de sus facultades psicológicas, ya que el embotamiento de la mente, que en este mundo suele producir el dolor demasiado intenso, procede de la facultades orgánicas al servicio de la inteligencia. Las penas del purgatorio, aunque intensísimas, son de orden estrictamente espiritual.

4. El dogma de la comunión de los santos proporciona otro argumento muy fuerte. Hay una influencia mutua y como una especie de flujo y de reflujo entre las tres regiones de la Iglesia de Cristo: triunfante, purgante y militante. Ahora bien: ¿en qué puede consistir esa influencia de la purgante sobre la militante sino en las oraciones que esas santas almas ofrezcan a Dios por nosotros? Esta ley es universal, y los lazos de la caridad que unen al purgatorio con la tierra caen bajo esta ley.

5. Es cierto, en fin, que la Iglesia nunca invoca en su liturgia a las almas del purgatorio. Pero sabe que la costumbre de invocarlas está extendidísima en todo el pueblo cristiano y nunca la ha prohibido ni desaconsejado. Más aún: existe una oración dirigida a las almas del purgatorio que fue indulgenciada por León XIII (14 de diciembre de 1889). En ella se pide a las almas que intercedan ante Dios “por el Papa, la exaltación de la santa madre Iglesia y la paz de las naciones”.


Solución más probable

Como se ve, los argumentos son fuertes por uno y otro lado. Teniendo en cuenta la parte de razón que tengan ambas opiniones y la práctica casi universal de los fieles de invocar en sus necesidades a las almas del purgatorio, nos parece que puede concluirse razonablemente lo siguiente: no hay inconveniente en invocar a las almas del purgatorio en nuestras necesidades; pero teniendo a nuestra disposición la poderosa intercesión de la Santísima Virgen y de los santos del cielo –muy superior en todo caso a la de las almas del purgatorio– y siendo poco delicado pedir una limosna al que en cierto sentido la necesita más que nosotros, hemos de preferir ofrecerles desinteresada y espléndidamente nuestros sufragios sin pedirles nada en retorno. Ya se encargarán ellas solas, a impulsos de la caridad y de la gratitud, de interceder por nosotros en la máxima medida en que puedan hacerlo ahora en el purgatorio y más tarde en el cielo.

Si las almas del purgatorio pueden aparecerse a los vivos

Naturalmente hablando, las almas del purgatorio están desconectadas de la tierra, y sólo por una intervención divina de tipo milagroso y con alguna finalidad honesta –escarmiento de los vivos, petición de sufragios, etc.– podría producirse su aparición ante nosotros.

Su posibilidad no puede ponerse en duda. Naturalmente no pueden ponerse en contacto con nosotros, no sólo porque están desconectadas de las cosas de la tierra, sino porque nadie puede ver sin ojos, ni escuchar sin oídos, ni sentir sin sentidos. Pero Dios puede muy bien concederles el poder de hacerse visibles a nuestros ojos, ya sea uniéndose momentáneamente a un cuerpo que las represente, o por medio de un ángel que desempeñe su papel acaso ignorándolo la misma alma [I, 89, 8 ad 2; III, 3 y 4]. En la mayoría de los casos, la aparición, aun siendo verdadera y milagrosa, no se realizará sino en la apreciación subjetiva del que la recibe (v.gr., por una inmutación milagrosa de sus ojos o de su imaginación).

En cuanto al juicio interpretativo de esas visiones o revelaciones, hacemos completamente nuestras las siguientes palabras de un teólogo contemporáneo:

“Ciertas vidas de santos están llenas de relatos maravillosos concernientes a apariciones de almas del purgatorio … El teólogo nada tiene que decir sobre el hecho de tales apariciones; corresponde al historiador el deber de pasarlos por la criba de la crítica histórica para ver lo que puede ser retenido razonablemente. Una sola norma directa puede dar aquí el teólogo: la aparición de un alma del purgatorio, siendo como es un verdadero milagro, no suele producirse sino muy raras veces. Un buen número de relatos deberían, pues, ser tenidos por sospechosos.

En cuanto a su interpretación, Cayetano recuerda sabiamente que la enseñanza de la Iglesia no se apoya jamás en revelaciones privadas, cualquiera que sea su autenticidad. Este es el caso de recordar la recomendación de San Pablo: Aunque nosotros o un ángel del cielo os anunciase otro Evangelio distinto del que os hemos anunciado, sea anatema. (Gál 1,8). Las visiones y revelaciones privadas no pueden completar, ni siquiera explicar, el depósito de la fe. La razón es por que no puede haber en ellas certeza absoluta de su origen divino ni de la verdad de su contenido. Sólo la Iglesia está encargada por Jesucristo de interpretar y proponer auténticamente la revelación, y se trata aquí únicamente de la revelación pública. Por lo mismo, la aprobación o la recomendación concedida por la Santa Sede a algunas revelaciones privadas no significan en modo alguno que la Iglesia garantice su origen divino o que su contenido es verdadero, sino únicamente que, interpretadas razonablemente, no contienen nada contra la fe y pueden incluso contribuir a la edificación de los fieles. Sería, pues, completamente inadmisible que estas revelaciones privadas fueran presentadas en el mismo plano que el Evangelio, ya sea para completarle o ya para explicarle.

Tales apariciones o revelaciones las tiene la Iglesia:

a) Como posibles, puesto que no las rechaza a priori cuando hay lugar a someterlas a su juicio.

b) Como reales en ciertos casos, puesto que ha autorizado e incluso aprobado muchas de ellas, sea por sentencias permisivas o laudatorias, sea por la canonización de los santos a quienes habían sido hechas, sea por la aprobación o el establecimiento de fiestas litúrgicas basadas en ellas.

c) Como relativamente raras, porque siempre las somete a examen, si no con una positiva desconfianza, al menos con extrema circunspección.

d) Como necesariamente subordinadas a la revelación pública y hasta como justificables por la teología, que es siempre llamada a juzgarlas a la luz de la fe católica.

e) Por extrañas al depósito de revelación general y universalmente obligatoria, puesto que nunca considera como herejes a los que rehúsan admitirlas, aunque en eso puedan ser a veces imprudentes y temerarios.

Por aquí se ve cuánta circunspección se impone cuando se trata de acoger revelaciones privadas tocantes al purgatorio… Santa Brígida y Santa Matilde han suministrado algunos datos interesantes; pero las revelaciones privadas que pueden acogerse con más favor son las de Santa Catalina de Génova en su Tratado al Purgatorio, que recibió en 1666 la aprobación de la Universidad de París… Fuera de este pequeño tratado, que ha recibido una especie de pasaporte de la Iglesia, apenas se conocen revelaciones privadas sobre el purgatorio que puedan ser de alguna utilidad en teología.

Es preciso, pues, acoger con muchas reservas las afirmaciones aportadas por las revelaciones privadas (o que pretenden serlo) sobre la duración o gravedad de las penas del purgatorio. No teniendo la Iglesia ninguna enseñanza firme sobre estos dos puntos, conviene permanecer prudentes como ella” [Michel, Purgatoire: DTC 13,1314–1315].

Y si esto hay que decir de las apariciones y revelaciones privadas que en nada ofenden al dogma o a la moral católica, júzguese lo que habrá que pensar de las pretendidas “materializaciones” de los espíritus de los difuntos en las sesiones espiritistas, en las que el fraude más burdo y los errores más crasos se unen a la ignorancia y credulidad estúpida de los que se dejan embaucar por esas gentes desaprensivas para ponerse en "contacto" con los seres del más allá.



Tomado del libro "Teología de la Salvación", del P. Antonio Royo Marín, OP
Enviado por Oscar Alonso Sánchez Hernández, Colombia.

LOS CINCO MINUTOS DE MARÍA, 31 DE JULIO


Los cinco minutos de María
Julio 31



Ven Señora, a nuestra soledad, ven a nuestro corazón, a tantas esperanzas que se han muerto, a nuestro caminar sin ilusión.

Ven y danos la alegría que nace de la fe y del amor, el gozo de las almas que confían en medio del esfuerzo y del dolor.

Virgen clementísima, preséntanos al Padre, para que seamos agradables a él.


* P. Alfonso Milagro

SAN IGNACIO DE LOYOLA, 31 DE JULIO

San Ignacio de Loyola 
31 de Julio
Año 1556



San Ignacio: ruégale a Dios por todos los que como tí 
deseamos extender el Reino de Cristo,
y hacer amar más a nuestro Divino Salvador.

"Todo para mayor Gloria de Dios" (San Ignacio)

Haga click en la imagen para ver la oración de Ignacio de Loyola: El Alma de CristoSan Ignacio nació en 1491 en el castillo de Loyola, en Guipúzcoa, norte de España, cerca de los montes Pirineos que están en el límite con Francia.

Su padre Bertrán De Loyola y su madre Marina Sáenz, de familias muy distinguidas, tuvieron once hijos: ocho varones y tres mujeres. El más joven de todos fue Ignacio.

El nombre que le pusieron en el bautismo fue Iñigo.

Entró a la carrera militar, pero en 1521, a la edad de 30 años, siendo ya capitán, fue gravemente herido mientras defendía el Castillo de Pamplona. Al ser herido su jefe, la guarnición del castillo capituló ante el ejército francés.

Los vencedores lo enviaron a su Castillo de Loyola a que fuera tratado de su herida. Le hicieron tres operaciones en la rodilla, dolorosísimas, y sin anestesia; pero no permitió que lo atasen ni que nadie lo sostuviera. Durante las operaciones no prorrumpió ni una queja. Los médicos se admiraban. Para que la pierna operada no le quedara más corta le amarraron unas pesas al pie y así estuvo por semanas con el pie en alto, soportando semejante peso. Sin embargo quedó cojo para toda la vida.

A pesar de esto Ignacio tuvo durante toda su vida un modo muy elegante y fino para tratar a toda clase de personas. Lo había aprendido en la Corte en su niñez.

Mientras estaba en convalecencia pidió que le llevaran novelas de caballería, llenas de narraciones inventadas e imaginarias. Pero su hermana le dijo que no tenía más libros que "La vida de Cristo" y el "Año Cristiano", o sea la historia del santo de cada día.

Y le sucedió un caso muy especial. Antes, mientras leía novelas y narraciones inventadas, en el momento sentía satisfacción pero después quedaba con un sentimiento horrible de tristeza y frustración . En cambio ahora al leer la vida de Cristo y las Vidas de los santos sentía una alegría inmensa que le duraba por días y días. Esto lo fue impresionando profundamente.

Y mientras leía las historias de los grandes santos pensaba: "¿Y por qué no tratar de imitarlos? Si ellos pudieron llegar a ese grado de espiritualidad, ¿por qué no lo voy a lograr yo? ¿Por qué no tratar de ser como San Francisco, Santo Domingo, etc.? Estos hombres estaban hechos del mismo barro que yo. ¿Por qué no esforzarme por llegar al grado que ellos alcanzaron?". Y después se iba a cumplir en él aquello que decía Jesús: "Dichosos los que tienen un gran deseo de ser santos, porque su deseo se cumplirá" (Mt. 5,6), y aquella sentencia de los psicólogos: "Cuidado con lo que deseas, porque lo conseguirás".

Mientras se proponía seriamente convertirse, una noche se le apareció Nuestra Señora con su Hijo Santísimo. La visión lo consoló inmensamente. Desde entonces se propuso no dedicarse a servir a gobernantes de la tierra sino al Rey del cielo.

Apenas terminó su convalecencia se fue en peregrinación al famoso Santuario de la Virgen de Monserrat. Allí tomó el serio propósito de dedicarse a hacer penitencia por sus pecados. Cambió sus lujosos vestidos por los de un pordiosero, se consagró a la Virgen Santísima e hizo confesión general de toda su vida.

Y se fue a un pueblecito llamado Manresa, a 15 kilómetros de Monserrat a orar y hacer penitencia, allí estuvo un año. Cerca de Manresa había una cueva y en ella se encerraba a dedicarse a la oración y a la meditación. Allá se le ocurrió la idea de los Ejercicios Espiritales, que tanto bien iban a hacer a la humanidad.

Después de unos días en los cuales sentía mucho gozo y consuelo en la oración, empezó a sentir aburrimiento y cansancio por todo lo que fuera espiritual. A esta crisis de desgano la llaman los sabios "la noche oscura del alma". Es un estado dificultoso que cada uno tiene que pasar para que se convenza de que los consuelos que siente en la oración no se los merece, sino que son un regalo gratuito de Dios.

Luego le llegó otra enfermedad espiritual muy fastidiosa: los escrúpulos. O sea el imaginarse que todo es pecado. Esto casi lo lleva a la desesperación.

Pero iba anotando lo que le sucedía y lo que sentía y estos datos le proporcionaron después mucha habildad para poder dirigir espiritualmente a otros convertidos y según sus propias experiencias poderles enseñar el camino de la santidad. Allí orando en Manresa adquirió lo que se llama "Discreción de espíritus", que consiste en saber determinar qué es lo que le sucede a cada alma y cuáles son los consejos que más necesita, y saber distinguir lo bueno de lo malo. A un amigo suyo le decía después: "En una hora de oración en Manresa aprendí más a dirigir almas, que todo lo que hubiera podido aprender asistiendo a universidades".

En 1523 se fue en peregrinación a Jerusalén, pidiendo limosna por el camino. Todavía era muy impulsivo y un día casi ataca a espada a uno que hablaba mal de la religión. Por eso le aconsejaron que no se quedara en Tierra Santa donde había muchos enemigos del catolicismo. Después fue adquiriendo gran bondad y paciencia.

A los 33 años empezó como estudiante de colegio en Barcelona, España. Sus compañeros de estudio eran mucho más jóvenes que él y se burlaban mucho. El toleraba todo con admirable paciencia. De todo lo que estudiaba tomaba pretexto para elevar su alma a Dios y adorarlo.

Después pasó a la Universidad de Alcalá. Vestía muy pobremente y vivía de limosna. Reunía niños para enseñarles religión; hacía reuniones de gente sencilla para tratar temas de espiritualidad, y convertía pecadores hablandoles amablemente de lo importante que es salvar el alma.

 San Ignacio de LoyolaLo acusaron injustamente ante la autoridad religiosa y estuvo dos meses en la cárcel. Después lo declararon inocente, pero había gente que lo perseguía. El consideraba todos estos sufrimientos como un medio que Dios le proporcionaba para que fuera pagando sus pecados. Y exclamaba: "No hay en la ciudad tantas cárceles ni tantos tormentos como los que yo deseo sufrir por amor a Jesucristo".

Se fue a Paris a estudiar en su famosa Universidad de La Sorbona. Allá formó un grupo con seis compañeros que se han hecho famosos porque con ellos fundó la Compañía de Jesús. Ellos son: Pedro Fabro, Francisco Javier, Laínez, Salnerón, Simón Rodríguez y Nicolás Bobadilla. Recibieron doctorado en aquella universidad y daban muy buen ejemplo a todos.

Los siete hicieron votos o juramentos de ser puros, obedientes y pobres, el día 15 de Agosto de 1534, fiesta de la Asunción de María. Se comprometieron a estar siempre a las órdenes del Sumo Pontífice para que él los emplease en lo que mejor le pareciera para la gloria de Dios.

Se fueron a Roma y el Papa Pablo III les recibió muy bien y les dio permiso de ser ordenados sacerdotes. Ignacio, que se había cambiado por ese nombre su nombre antiguo de Íñigo, esperó un año desde el día de su ordenación hasta el día de la celebración de su primera misa, para prepararse lo mejor posible a celebrarla con todo fervor.

San Ignacio se dedicó en Roma a predicar Ejercicios Espirituales y a catequizar al pueblo. Sus compañeros se dedicaron a dictar clases en universidades y colegios y a dar conferencias espirituales a toda clase de personas.

Se propusieron como principal oficio enseñar la religión a la gente.

En 1540 el Papa Pablo III aprobó su comunidad llamada "Compañía de Jesús" o "Jesuitas". El Superior General de la nueva comunidad fue San Ignacio hasta su muerte.

En Roma pasó todo el resto de su vida.

Era tanto el deseo que tenía de salvar almas que exclamaba: "Estaría dispuesto a perder todo lo que tengo, y hasta que se acabara mi comunidad, con tal de salvar el alma de un pecador".

Fundó casas de su congregación en España y Portugal. Envió a San Francisco Javier a evangelizar el Asia. De los jesuitas que envió a Inglaterra, 22 murieron martirizados por los protestantes. Sus dos grandes amigos Laínez y Salmerón fueron famosos sabios que dirigieron el Concilio de Trento. A San Pedro Canisio lo envió a Alemania y este santo llegó a ser el más célebre catequista de aquél país. Recibió como religioso jesuita a San Francisco de Borja que era rico político, gobernador, en España. San Ignacio escribió más de 6 mil cartas dando consejos espirituales.

El Colegio que San Ignacio fundó en Roma llegó a ser modelo en el cual se inspiraron muchísimos colegios más y ahora se ha convertido en la célebre Universidad Gregoriana.

Los jesuitas fundados por San Ignacio llegaron a ser los más sabios adversarios de los protestantes y combatieron y detuvieron en todas partes al protestantismo. Les recomendaba que tuvieran mansedumbre y gran respeto hacia el adversario pero que se presentaran muy instruidos para combatirlos. El deseaba que el apóstol católico fuera muy instruido.

El libro más famoso de San Ignacio se titula: "Ejercicios Espirituales" y es lo mejor que se ha escrito acerca de como hacer bien los santos ejercicios. En todo el mundo es leído y practicado este maravilloso libro. Duró 15 años escribiéndolo.

Su lema era: "Todo para mayor gloria de Dios". Y a ello dirigía todas sus acciones, palabras y pensamientos: A que Dios fuera más conocido, más amado y mejor obedecido.

En los 15 años que San Ignacio dirigió a la Compañía de Jesús, esta pasó de siete socios a más de mil. A todos y cada uno trataba de formarlos muy bien espiritualmente.

Como casi cada año se enfermaba y después volvía a obtener la curación, cuando le vino la última enfermedad nadie se imaginó que se iba a morir, y murió subitamente el 31 de julio de 1556 a la edad de 65 años.

En 1622 el Papa lo declaró Santo y después Pío XI lo declaró Patrono de los Ejercicios Espirituales en todo el mundo. Su comunidad de Jesuitas es la más numerosa en la Iglesia Católica.

EL EVANGELIO DE HOY LUNES 31 DE JULIO 2017


Un día colocaste una semilla muy pequeña en mí, Señor
Santo Evangelio según San Mateo 13,31-35. XVII Lunes de Tiempo Ordinario.


Por: H. Iván González, L.C. | Fuente: missionkits.org 



En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Tu gracia me basta, Señor. Si no me siento capaz de orar, capaz de ponerme en este instante en tu presencia, me basta tu gracia. La acojo con mi corazón sincero, sencillo y lleno de confianza en Ti.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Del santo Evangelio según san Mateo 13,31-35
En aquel tiempo, Jesús propuso esta otra parábola a la muchedumbre: "El Reino de los cielos es semejante a la semilla de mostaza que un hombre siembra en su huerto. Ciertamente es la más pequeña de todas las semillas, pero cuando crece, llega a ser más grande que las hortalizas y se convierte en un arbusto, de manera que los pájaros vienen y hacen su nido en las ramas".
Les dijo también otra parábola: ‘El Reino de los cielos se parece a un poco de levadura que tomó una mujer y la mezcló con tres medidas de harina, y toda la masa acabó por fermentar".
Jesús decía a la muchedumbre todas estas cosas con parábolas, y sin parábolas nada les decía, para que se cumpliera lo que dijo el profeta: Abriré mi boca y les hablaré con parábolas; anunciaré lo que estaba oculto desde la creación del mundo.
Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.
Un día colocaste una semilla muy pequeña en mí, Señor.
Muchos sembradores han pasado por mi vida. Tantas semillas han caído en mi corazón. Algunas han crecido sin yo darme cuenta. Otras las he cultivado yo mismo. Otras más han sido otros quienes las han hecho crecer. A veces son semillas de virtud, semillas de ilusiones, semillas de miedos, de traumas, de deseos. Unas han dado árboles frondosos, otras espinas. Algunas han muerto ya, otras están naciendo. De entre todas las semillas, sin embargo, hay una especial. Es la mejor. Incluso si aún es pequeña. Se llama la semilla del Reino. De un Reino de amor. Del Reino de Cristo. Ella no es sólo deseo, no es sólo ilusión, no es sólo incertidumbre; es todo eso y mucho más. Es aquella que da vida. Es aquella que pide mucha agua, mucho esfuerzo, mucho espacio en el corazón... pues es la única que lo llenará plenamente. La semilla es verdadera. Existe en mí, Dios la ha colocado.
Señor, ¿cómo la he cultivado?, ¿cómo te he dejado cultivarla? Una vez más renuevo mi confianza en Ti y me entrego nuevamente a Ti sabiendo que harás fructificar la semilla del Reino que has sembrado en mí.
"Somos pecadores, viene de ahí, pero tenemos un horizonte grande- [esta actitud] es precisamente el acto de fe en la potencia del Señor: el Señor puede, el Señor es capaz. Y nuestra pequeñez es la semilla, la pequeña semilla, que después germina, crece, el Señor la riega y sale adelante. Pero el sentido de pequeñez es precisamente el primer paso de confianza en la potencia de Dios. Id, seguid adelante por este camino."
(Homilía de S.S. Francisco, 18 de febrero de 2017).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy haré una revisión de mis actitudes ante la gracia de Dios para descubrir algún deseo en mi corazón que quizá no corresponde al Amor. Si descubro en mí algún deseo noble y bueno, ¿lo puedo llevar adelante y hacer crecer? Te pido la gracia, Señor, de poder mirar mi corazón con sinceridad y confianza.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

FELIZ SEMANA!!!




domingo, 30 de julio de 2017

PENSAMIENTOS CRISTIANOS EN IMÁGENES









DANDO ES COMO RECIBIMOS


Dando es como recibimos



El egoísmo atrofia al hombre, que sólo en la donación generosa a los demás. encuentra su madurez y plenitud. Si te preocupas demasiado por ti mismo y tu propio entorno, si vives para acumular dinero y comodidades, no te quedará tiempo para los demás. Si no vives para los demás, la vida carecerá de sentido para ti, porque la vida sin amor no vale nada.

El científico Luis Pasteur anduvo siempre escaso de dinero para sostener su Instituto de Investigación. Un día, acudió a la señora Bondicant, dueña de una gran cadena de almacenes, para pedirle su apoyo. La señora recibió al investigador y éste le expuso el motivo de su visita. Al final, la dueña de la empresa le dijo: —Ya he aportado mi ayuda a tanta gente que pide. Usted perdone, de todos modos le daré algo para su obra. La señora salió y regresó con un cheque firmado. Pasteur lo miró antes de dar las gracias, y quedó asombrado. El cheque era por un millón de francos. La señora se adelantó y le dijo: —¡Gracias, profesor, por acordarse de mí! ¡Gracias por darme la oportunidad de compartir!

Cada día puedes ser generoso en acciones pequeñas. Este propósito abre el corazón poco a poco, y descubres admirado que nunca pierdes. Por el contrario te fortaleces y puedes superar el temor de ser vulnerable. Practicar la generosidad ejercita al corazón: cuanto más se da, más se fortalece. Recuerda que Jesús dijo: “Hay más alegría en dar que en recibir”.


* Enviado por el P. Natalio

LOS CINCO MINUTOS DE MARÍA, 30 DE JULIO


Los cinco minutos de María
Julio 30



María es más santa que los santos, más pura que los ángeles, más excelsa que los cielos, más gloriosa que los querubines, la más cercana y la más semejante a Dios.

Es como un lirio entre espinas, como un amanecer sin ocaso, como un astro que recibe continuamente la luz del sol, como una fuente perenne, como un huerto siempre florido saturado de fragancias en el que se recrea al padre eterno, por donde se pasea el Espíritu Santo, es el Paraíso de la augusta Trinidad.

Virgen oyente, ayúdanos a estar siempre a la escucha de la Palabra de Dios, como lo estuviste tú.


* P. Alfonso Milagro

7 RAZONES PARA PERDERLE EL MIEDO A LA CONFESIÓN


7 razones para perderle el miedo a la confesión
Ponerse frente a los propios pecados cuesta, pero es gratificante saber que Dios siempre quiere reconciliarse con nosotros


Por: H. Edgar Henriquez, L.C. | Fuente: Catholic-link.com 




Todos alguna vez hemos sentido miedo a la confesión. No sabemos qué va a suceder, nos enfrentamos a una situación nueva. “Es que me da vergüenza…”, “¡quizá qué cosa va a pensar el padre de mí!”, “ha pasado tanto tiempo, no sé si Dios me acepte…”, “no soy capaz de contar mis pecados…”. Éstas son frases que uno escucha a menudo. Todas tienen un matiz de temor, dolor, vergüenza y conciencia de las propias faltas. Eso es un buen comienzo. Se puede decir que el miedo a la confesión es algo normal, ya que uno debe enfrentarse a sus propias faltas en un auto examen que no suele ser muy agradable. Ponerse frente a los propios pecados cuesta, pero es gratificante saber que Dios siempre nos espera con los brazos abiertos y quiere reconciliarse con nosotros. La confesión (o reconciliación con Dios) es un sacramento necesario para avanzar en la vida espiritual y cristiana, ya que nos da la gracia que nos sostiene en la prueba y nos anima a continuar por el camino del bien.

Entonces, ¡no hay nada que temer! ¡Piérdele el miedo a la confesión! Porque la confesión…

1. Es conciencia de mi fragilidad

Una actitud que busca reparar el daño causado por nuestras faltas. Es conciencia de mi fragilidad, de mi pecado, de mis fallos. Me lleva a acercarme con humildad al Padre y pedirle perdón. Arrepentirse de los pecados cometidos toca directamente el corazón del hombre. Dios quiere sanarlo y lavarlo a través del sacramento de la confesión. Pero dejar entrar a Dios en nuestro interior significa abrir la puerta del corazón y la llave para ello es el arrepentimiento. Así es como Dios entra, mira todo lo que tenemos, ordena el desorden, sana las heridas, limpia la suciedad, reconforta el ánimo y nos devuelve la paz. Dios es quien renueva nuestra imagen y semejanza de Él. Es un acto de humildad y sinceridad. Es el primer paso para el perdón y la reconciliación. A éste se llega por un examen personal de los propios fallos cometidos, una reflexión íntima de nuestro interior de cara al Bien. Este arrepentimiento es necesario para la eficacia del sacramento, ya que no se puede perdonar a alguien que no está dolido o compungido de sus faltas.

«Yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado… Pero tú amas al de corazón sincero… El sacrificio que Dios quiere es un espíritu arrepentido: un corazón arrepentido y humillado tú, oh Dios, no lo desprecias» (Salmo 51 (50), 5.8.19).

2. Es perdón por amor

Dios nos ama tanto que no se puede pensar en un amor más grande. Dios no tiene amor por nosotros. Dios es Amor, por eso se da a sí mismo cuando ama. Este amor de Padre se ve manifestado en sus obras, ya que nos crea, nos acoge y nos redime. Siempre que caemos está Él allí para ayudarnos a ponernos de pie. Cuando nos arrepentimos con sinceridad y humilde corazón Él nos recibe con los brazos abiertos, es más, espera día y noche a que volvamos a su casa. El mejor ejemplo de este amor que se hace perdón está en la parábola del hijo pródigo, quien luego de abandonar su casa, gastarse toda la herencia que le corresponde y pasar por mil peripecias, vuelve a la casa del Padre quien le abraza, le besa y le recibe con una fiesta. Este perdón se manifiesta en la confesión. Quien logra profundizar en esto, no puede sino acudir gozoso a la confesión. «La mirada de Dios no es como la del hombre: el hombre ve las apariencias, pero el Señor ve el corazón» (1 Samuel 16,7). Así que no tengas miedo de Dios, al contrario, vive en su Amor que te llama constantemente a su lado.

«El hijo empezó a decirle: “Padre, pequé contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”. Pero el padre dijo a sus criados: “Traigan en seguida el mejor vestido y pónganselo; pónganle también un anillo en la mano y sandalias en los pies. Tomen el ternero gordo, mátenlo y celebremos un banquete de fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado”» (Lucas 15, 21-24).

3. Es reconciliación con nuestro Padre

Las parejas saben muy bien de esto. Es inevitable que no haya discusiones en la vida familiar, que uno se equivoque y se canse de vez en cuando. Pero lo mejor de la discusión y las peleas es la reconciliación. Volver a conciliar (re-conciliar), volver a unirse, renovar la concordia de corazones. Si es hermoso reconciliarse con los hermanos, con los padres, con los amigos… ¡cuánto más hermoso será reconciliarse con nuestro Padre del Cielo! A veces nos parece lejano, como si viviera físicamente en las estrellas o las nubes, pero no es así. Él está más cerca que cualquiera de nosotros, está en la Eucaristía, se ha hecho carne para vernos, para tocarnos, para visitarnos, para hablar con nosotros, para decirnos que nos ama. ¡Qué gran alegría siente el corazón cuando nos acercamos a esta verdad! 

«Dios…, reconciliados ya, nos salvará para hacernos partícipes de su vida. Y no sólo esto, sino que nos sentimos también orgullosos de un Dios que ya desde ahora nos ha concedido la reconciliación por medio de nuestro Señor Jesucristo» (Romanos 5, 10-11)

4. Es salud del alma

Vamos al médico cuando tenemos dolores, enfermedades, cuando necesitamos la cura y sanación del cuerpo. De la misma forma acudimos a Dios para sanar nuestros dolores y enfermedades, para buscar la cura del alma. El hombre está constituido de cuerpo y alma, si sanamos el cuerpo, también debemos sanar el alma. Es un estado completo de salud. Tal vez por eso le decimos a los sacerdotes “curas”, porque son los instituidos por Dios para acercar la sanación al alma de sus hijos. Un cuerpo sano y un alma sana te darán paz y alegría constantes. Pudiendo alejar los dolores y las enfermedades, ¿qué hacemos que aún no nos confesamos? A veces el miedo a la inyección es más fuerte que el deseo de sanar, pero debemos superarlo. El miedo a la confesión puede ser también más fuerte que el deseo de reconciliación, pero debemos enfrentarlo. Lo mejor de todo es que contamos con la ayuda del Espíritu Santo que nos empuja a acercarnos al confesionario y a dejarnos recibir la medicina. ¡Acércate al médico del alma para sanar tu interior!

«No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. Entiendan bien qué significa: misericordia quiero y no sacrificios; porque yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores» (Mateo 9,12).


5. Es revestirse del “hombre nuevo”
Esto es, cambiar de vida, decidirse a ser diferente, a poner la mirada en las cosas del Cielo. Es signo de conversión. Es renovarse completamente, ser un “yo” mejorado. El hombre nuevo se deja guiar por el Espíritu de Dios, goza en espíritu y en verdad. El hombre nuevo no es esclavo de las pasiones y del pecado como lo es el hombre viejo, al contrario, es un hombre libre que vive su vida con tranquilidad y regocijo en el Señor. Pienso que todo cristiano quisiera llevar a plenitud su vida, ya sea en la oración, en los sacramentos, en la vida cotidiana, en el trabajo. Que todos los aspectos de vida estén unidos y sean dirigidos por el Espíritu Santo, esto es revestirse del hombre nuevo. El hombre nuevo por excelencia es Jesucristo, por eso en la vida espiritual se habla de imitar a Cristo, quien «se desojó de su grandeza, tomó la condición de esclavo y se hizo semejante a los hombres» (Filipenses 2,7) en todo, menos en el pecado. 

«Despójense del hombre viejo y de sus acciones, y revístanse del hombre nuevo que, en busca de un conocimiento cada vez más profundo, se va renovando a imagen de su Creador… Como elegidos de Dios, pueblo suyo y amados por él, revístanse de sentimientos de compasión, de bondad, de humildad, de mansedumbre y de paciencia» (Colosenses 3, 9-10.12).

6. Es fiesta en el Cielo

Sabemos que no estamos solos, antes bien, formamos parte de la comunión de los santos. La iglesia de la tierra (nosotros) somos la Iglesia Peregrina, la de las almas purgantes (purgatorio) es la Iglesia Purgante y quienes ya gozan de la visión beatífica (los santos) son la Iglesia Triunfante. Así, constituimos todos un mismo cuerpo y un mismo espíritu. Por ello, cuando un pecador se convierte, en el Cielo se celebra una Fiesta. Si el gozo aquí en la tierra es grande, ¡imagínense cómo se celebra en el Cielo! Allí están los Ángeles, los Arcángeles, los Tronos, las Potestades, las Dominaciones y todas las demás órdenes celebrando la conversión de un pecador, aquel que deja su antigua vida y se anima a seguir a Cristo como un hombre nuevo. No es un cuento de hadas, es real. 

«Cuando encuentra [a la oveja], la carga sobre sus hombros lleno de alegría, y al llegar a casa, reúne a los amigos y vecinos y les dice: “¡Alégrense conmigo, porque he encontrado la oveja que se me había perdido!”. Pues les aseguro que también en el cielo habrá más alegría por un pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse» (Lucas 15, 5-7).

7. Es fuerza para la batalla

“La gracia es el favor, el auxilio gratuito que Dios nos da para responder a su llamada: llegar a ser hijos de Dios” (CEC). Luego de la confesión aumenta esta gracia en nosotros, es Dios mismo quien viene en nuestro auxilio y nos ayuda. Esta gracia será la fuerza en el combate diario. Si vives lleno de tentaciones, si las ocasiones de pecado son muchas que te llevan a caer, si no eres capaz de controlar tus impulsos pasionales… entonces, debes saber que la gracia recibida de Dios es fuerza en la lucha contra el mal. Y si esta gracia se acrecienta al recibir debidamente los sacramentos, ¡esta es tu oportunidad! El pecado debilita tu voluntad, te hace volátil, flexible, te dispone a caer de nuevo… la gracia será siempre ese don, ese favor, ese auxilio que te da Dios para vencer la prueba y salir victorioso. Ya sabes, aprovecha la gracia de Dios y combate el mal a fuerza de bien.

«Pero tú, hombre de Dios, evita todo esto (enriquecerse con trampas, amor al dinero y codicia), practica la justicia, la religión, la fe, el amor, la paciencia y la bondad. Mantente firme en el noble combate de la fe, conquista la vida eterna para la cual has sido llamado y de la cual has hecho solemne profesión ante muchos testigos» (1 Timoteo 6, 11-12).

Ya puedes perder el miedo a la confesión. Estas 7 razones te ayudarán a conocer más los sacramentos que Dios ha instituido para el bien de sus hijos, a quienes ama inmensamente. La confesión, bien entendida, deja de ser un lugar de miedo para transformarse en un acto de amor, de misericordia, de perdón y de reconciliación. Este es el verdadero sentido del perdón de los pecados: volver la mirada a Dios nuevamente, limpiarnos de toda mancha, tomar fuerzas para continuar nuestra lucha y no desanimarse si se vuelve a fallar. No podemos dejar que el tiempo pase y nuestras faltas se vayan “pudriendo”.  Apenas tengas conciencia de tu pecado y te arrepientas de ello, no dudes en acudir a la Iglesia en busca de esta medicina de Dios, de este sacramento. Ah, ¡y no te olvides de confesar todos tus pecados!

DE LOS SERMONES DE SAN PEDRO CRISÓLOGO, OBISPO 30 DE JULIO


De los sermones de San Pedro Crisólogo, Obispo
30 de julio 



(Sermón 160: PI, 52, 620-622)

El que por nosotros quiso nacer no quiso ser ignorado por nosotros

Aunque en el mismo misterio del nacimiento del Señor se dieron insignes testimonios de su divinidad, sin embargo, la solemnidad que celebramos manifiesta y revela de diversas formas que Dios ha asumido un cuerpo humano, para que nuestra inteligencia, ofuscada por tantas obscuridades, no pierda por su ignorancia lo que por gracia ha merecido recibir y poseer.

Pues el que por nosotros quiso nacer no quiso ser ignorado por nosotros; y por esto se manifestó de tal forma que el gran misterio de su bondad no fuera ocasión de un gran error.

Hoy el mago encuentra llorando en la cuna a aquel que, resplandeciente, buscaba en las estrellas. Hoy el mago contempla claramente entre pañales a aquel que, encubierto, buscaba pacientemente en los astros.

Hoy él mago discierne con profundo asombro lo que allí contempla: el cielo en la tierra, la tierra en el cielo; el hombre en Dios, y Dios en el hombre; y a aquel que no puede ser encerrado en todo el universo incluido en un cuerpo de niño. Y, viendo, cree y no duda; y lo proclama con sus dones místicos: el incienso para Dios, el oto para el Rey, y la mirra para el que morirá.

Hoy el gentil, que era el último, ha pasado a ser el primero, pues entonces la fe de los magos consagró la creencia de las naciones.

Hoy Cristo ha entrado en el cauce del Jordán para lavar el pecado del mundo. El mismo Juan atestigua que Cristo ha venido para esto: Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Hoy el siervo recibe al Señor, el hombre a Dios, Juan a Cristo; el que no puede dar el perdón recibe a quien se lo concederá.

Hoy, como afirma el profeta, la voz del Señor sobre las aguas. ¿Qué voz? Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto.

Hoy el Espíritu Santo se cierne sobre las aguas en forma de paloma, para que, así como la paloma de Noé anunció el fin del diluvio, de la misma forma ésta fuera signo de que ha terminado el perpetuo naufragio del mundo. Pero a diferencia de aquélla, que sólo llevaba un ramo de olivo caduco,, ésta derramará la enjundia completa del nuevo crisma -en la cabeza del Autor de la nueva progenie, para que se cumpliera aquello que predijo el profeta: Por eso el Señor, tu Dios, te ha ungido con aceite de júbilo entre todos tus compañeros.

Hoy Cristo, al convertir el agua en vino, comienza los signos celestes. Pero el agua había de convertirse en el misterio de la sangre, para que Cristo ofreciese a los que tienen sed la pura bebída del vaso de su cuerpo, y se cumpliese lo que dice el profeta: Y mí copa rebosa.

PAPA FRANCISCO: CRISTO ES EL TESORO QUE LLENA DE SIGNIFICADO NUESTRA VIDA


Papa Francisco: Cristo es el tesoro que llena de significado nuestra vida
 Foto: L'Osservatore Romano.





VATICANO, 30 Jul. 17 / 06:28 am (ACI).- En sus palabras previas al rezo del Ángelus en la Plaza de San Pedro hoy en el Vaticano, el Papa Francisco aseguró que Cristo es “el tesoro escondido” que llena nuestra vida de significado.

Al reflexionar sobre las parábolas del tesoro escondido y la perla preciosa, en el capítulo 13 del Evangelio de Mateo, el Santo Padre dijo que Cristo es “el tesoro escondido, es Él la perla de gran valor. Él es el descubrimiento fundamental, que puede dar un viraje decisivo a nuestra vida, llenándola de significado”.


Estas dos parábolas, destacó el Papa, “subrayan la decisión de los protagonistas de vender toda cosa para obtener aquello que han descubierto”.

“En el primer caso se trata de un campesino que casualmente se topa con un tesoro escondido en el campo donde está trabajando. No siendo el campo de su propiedad, debe comprarlo si quiere entrar en posesión del tesoro: entonces decide arriesgar todos sus haberes para no perder aquella ocasión de veras excepcional”, recordó.

En la segunda parábola, señaló, “encontramos un mercader de perlas preciosas; él, como experto conocedor, ha descubierto una perla de gran valor. También él decide apuntar todo en aquella perla, al punto de vender todas las otras”.


“Estas semejanzas ponen en evidencia dos características concernientes el poseso de Reino de Dios: la búsqueda y el sacrificio. El Reino de Dios es ofrecido a todos, pero no está puesto a disposición en una bandeja de plata, necesita un dinamismo: se trata de buscar, caminar, ocuparse”, indicó.

Francisco subrayó que “la actitud de la búsqueda es la condición esencial para encontrar; es necesario que el corazón arda del deseo de alcanzar el bien precioso, es decir, el Reino de Dios que se hace presente en la persona de Jesús”.

“Frente al descubrimiento inesperado, tanto el campesino come el mercader se dan cuenta que tienen delante una ocasión única que no deben dejarse escapar, por lo tanto, venden todo aquello que poseen”, destacó.

El Papa remarcó que “el valor inestimable del tesoro” implica para ambos protagonistas de las parábolas “sacrificio, separaciones y renuncias”.

“Cuando el tesoro y la perla han sido descubiertos, es decir, cuando hemos encontramos al Señor, es necesario no dejar estéril este descubrimiento, sino sacrificarle cualquier otra cosa”, dijo.

El Santo Padre precisó que “no se trata de despreciar el resto, sino de subordinarlo a Jesús, poniéndolo a Él en el primer lugar. La gracia en primer lugar”.


“El discípulo de Cristo no es uno que se ha privado de algo esencial, es uno que ha encontrado mucho más: ha encontrado la alegría plena que sólo el Señor puede donar. Es la alegría evangélica de los enfermos curados, de los pecadores perdonados, del ladrón a quien se le abre la puerta del paraíso”.

Francisco destacó que “la alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de aquellos que se encuentran con Jesús. Aquellos que se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría”.

El Papa exhortó a descubrir “la cercanía y la presencia consoladora de Jesús en nuestra vida. Una presencia que transforma el corazón y nos abre a las necesidades y a la acogida de los hermanos, especialmente de aquellos más débiles”.

Al finalizar su mensaje, el Santo Padre alentó a los fieles a pedir la intercesión de la Virgen María “para que cada uno de nosotros sepa dar testimonio, con las palabras y los gestos cotidianos, de la alegría de haber encontrado el tesoro del Reino de Dios, es decir, el amor que el Padre nos ha donado mediante Jesús”.
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