miércoles, 27 de agosto de 2014

EL PAPA FRANCISCO NOS HABLA SOBRE LA ENVIDIA Y HABLADURÍAS DENTRO DE LA IGLESIA


Envidia y habladurías no son cristianas y atentan contra la unidad de la Iglesia, dice el Papa


VATICANO, 27 Ago. 14 / 09:56 am (ACI/EWTN Noticias).- En su catequesis de hoy, el Papa Francisco alentó a los cristianos a no caer en la envidia y la habladurías dentro de la Iglesia, pues esto atenta contra la unidad por la que ha rezado Cristo y es “obra del diablo”.

El Santo Padre recordó que al hacer “nuestra profesión de fe recitando el ‘Credo’, afirmamos que la Iglesia es ‘una’ y ‘santa’. Es una, porque tiene su origen en Dios Trinidad, misterio de unidad y de comunión plena. Y la Iglesia es santa, porque está fundada en Jesucristo, animada por su Santo Espíritu, colmada por su amor y por su salvación”.

“Al mismo tiempo, sin embargo, es santa pero compuesta por pecadores, todos nosotros. Pecadores que experimentamos cada día las propias fragilidades y las propias miserias. Así, esta fe que profesamos nos mueve a la conversión, a tener el valor de vivir cotidianamente la unidad y santidad; y si nosotros no estamos unidos, si no somos santos, es porque no somos fieles a Jesús”.

El Santo Padre aseguró que “Él, Jesús, no nos deja solos, no abandona a su Iglesia. Él camina con nosotros, Él nos comprende. Comprende nuestras debilidades, nuestros pecados, ¡nos perdona! Siempre que nosotros nos dejemos perdonar, ¿no? Pero Él está siempre con nosotros ayudándonos a ser menos pecadores, más santos, más unidos”.

“El primer consuelo nos llega del hecho que Jesús rezó tanto por la unidad de sus discípulos. Es la oración de la última cena, Jesús pidió tanto: ‘Padre que sean uno’. Rezó por la unidad. Y justo en la inminencia de la Pasión, cuando estaba a punto de ofrecer toda su vida por nosotros. Es aquello que estamos invitados a leer y meditar continuamente, en una las páginas más intensas y conmovedoras del Evangelio de Juan, el capítulo diecisiete”.

“¡Qué bello es saber que el Señor, apenas antes de morir, no se preocupó por sí mismo, sino que pensó en nosotros! Y en su diálogo intenso con el Padre, oró justamente para que podamos ser una cosa sola con Él y entre nosotros”.

Francisco señaló que “la Iglesia ha buscado desde el principio realizar este propósito, que es tan querido por Jesús”.

“La experiencia, sin embargo, nos dice que son tantos los pecados contra la unidad. Y no pensamos solamente en los cismas, pensamos en faltas muy comunes en nuestras comunidades, en pecados ‘parroquiales’, en los pecados en las parroquias”.

“A veces, de hecho, nuestras parroquias, llamadas a ser lugares de comunión y donde compartir, son tristemente marcadas por la envidia, los celos, las antipatías”.

“Y las habladurías están a la mano de todos ¿eh?”, continuó el Papa. “¡Cuánto se habla en las parroquias! ¿Es bueno esto o no es bueno? ¿Es bueno?…Y si, uno es elegido ‘presidente’ de tal asociación: se habla contra de él… Y si tal otra es elegida ‘presidenta’ de la catequesis: las demás hablan contra de ella…Pero esto, ¡no es la Iglesia! Esto no se debe hacer, ¡no debemos hacerlo! No les digo que se corten la lengua, no, no, no, tanto no, pero pedir al Señor la gracia de no hacerlo”.

Francisco indicó que “esto es humano, ¡pero no es cristiano! Esto sucede cuando apuntamos a los primeros puestos; cuando nos ponemos en el centro, con nuestras ambiciones personales y nuestras formas de ver las cosas, y juzgamos a los demás; cuando nos fijamos en los defectos de los hermanos, en lugar de ver sus cualidades; cuando damos más importancia a lo que nos divide en lugar de aquello que nos une”.

El Papa recordó que “una vez, en la diócesis que tenía antes, oí un comentario interesante y bello: se hablaba de una anciana que había trabajado toda su vida en la parroquia. Y una persona que la conocía bien dijo: ‘esta mujer jamás ha hablado mal, nunca participó de habladurías, siempre tenía una sonrisa’. ¡Una persona así podría ser canonizada mañana!”.

“En vista de todo esto, tenemos que hacer seriamente un examen de conciencia. En una comunidad cristiana, la división es uno de los pecados más graves, porque la hace signo no de la obra de Dios, sino de la obra del diablo, el cual es, por definición, aquel que separa, que arruina las relaciones, que insinúa prejuicios”.

El Santo Padre señaló que “Dios, en cambio, quiere que crezcamos en la capacidad de acogernos, de perdonarnos y de bien querernos, para parecernos cada vez más a Él, que es comunión y amor. En esto está la santidad de la Iglesia: en el reconocerse imagen de Dios, colmada de Su misericordia y de Su gracia”.

“Queridos amigos, hagamos resonar en nuestro corazón estas palabras de Jesús: ‘Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios’. Pedimos sinceramente perdón por todas las veces que hemos sido motivo de división o de incomprensión al interno de nuestras comunidades, sabiendo bien que no se llega a la comunión, sino es a través de la continua conversión. ¿Y qué es la conversión?: ‘Señor, dame la gracia de no hablar mal, de no criticar, de no chismorrear, de querer bien a todos’. ¡Es una gracia que el Señor nos da! Esto es convertir el corazón, ¿no? “.

“Y pedimos que el tejido cotidiano de nuestras relaciones pueda convertirse en un reflejo siempre más bello y gozoso de la relación entre Jesús y el Padre. Gracias”, concluyó.

ORACIÓN A SANTA MÓNICA, RUEGA POR NOSOTROS!! - 27 DE AGOSTO


martes, 26 de agosto de 2014

EL EVANGELIO DE HOY: MIÉRCOLES 27 DE AGOSTO DEL 2014


Autor: P. Clemente González | Fuente: Catholic.net
¡Sepulcros blanqueados!
Mateo 23, 27-32. Tiempo Ordinario. Es peor aparentar bondad que ser malo. Porque del malvado nos protegemos, pero del otro... se cuela y engaña.
 
¡Sepulcros blanqueados!
Del santo Evangelio según san Mateo 23, 27-32


En aquellos días, dijo Jesús: «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, pues sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera parecen bonitos, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia!
Así también vosotros, por fuera aparecéis justos ante los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía y de iniquidad. «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, porque edificáis los sepulcros de los profetas y adornáis los monumentos de los justos, y decís: "Si nosotros hubiéramos vivido en el tiempo de nuestros padres, no habríamos tenido parte con ellos en la sangre de los profetas!" Con lo cual atestiguáis contra vosotros mismos que sois hijos de los que mataron a los profetas.¡Colmad también vosotros la medida de vuestros padres! 


Oración introductoria

¡Oh! Espíritu Santo, Espíritu de Verdad, dirige mi corazón para actuar siempre de cara a la verdad. ¡Oh! Espíritu de santidad, ven y renueva mi intención. Ven, Espíritu de amor, enséñame a orar.

Petición

Jesús, dame la gracia de buscar siempre la verdad.

Meditación del Papa Francisco

La mundanidad espiritual, que se esconde detrás de apariencias de religiosidad e incluso de amor a la Iglesia, es buscar, en lugar de la gloria del Señor, la gloria humana y el bienestar personal. Es lo que el Señor reprochaba a los fariseos: "¿Cómo es posible que creáis, vosotros que os glorificáis unos a otros y no os preocupáis por la gloria que sólo viene de Dios?". Es un modo sutil de buscar "sus propios intereses y no los de Cristo Jesús".
Toma muchas formas, de acuerdo con el tipo de personas y con los estamentos en los que se enquista. Por estar relacionada con el cuidado de la apariencia, no siempre se conecta con pecados públicos, y por fuera todo parece correcto. Pero, si invadiera la Iglesia, "sería infinitamente más desastrosa que cualquiera otra mundanidad simplemente moral".(S.S. Francisco, exhortación apostólica Evangelii gaudium, n. 93).

Reflexión

Un periodista escribió que admiraba la belleza de la Madre Teresa de Calcuta. ¿Qué belleza? ¡Si era una viejecita llena de arrugas, vestida igual que la gente humilde de la India, y con unas pobres sandalias en los pies! Seguro que el periodista hablaba de la belleza interior, que pasa más desapercibida, pero es mucho más hermosa.
Es una lástima que Jesús tuviera que decirles esas palabras tan fuertes a los fariseos. De hecho, Jesús acogía a los pecadores. Pero la hipocresía le ponía de mal humor.

Es peor aparentar la bondad que ser malo. Porque del malvado nos podemos proteger, pero del otro... se nos cuela y nos engaña.
Hay que llegar a transparentar lo que en realidad somos. Eso nos quita muchos dolores de cabeza. No es necesario esconderse en un coche de lujo para que los otros no descubran que somos gente sencilla. Ni tampoco presumir de las propias cualidades si no somos capaces de ponerlas al servicio de los demás.

La hipocresía también es una mentira de cara a Dios, porque Él nos ve tal como somos. A El no le podemos engañar. Y si somos poca cosa, ¿qué importa? Dios nos quiere así.

Diálogo con Cristo

Padre bueno, dame la gracia de salir de esta oración decidido a vivir siempre con autenticidad venciendo el miedo al qué dirán, la rutina o ley del menor esfuerzo, para aspirar a ser tu discípulo y misionero. Aumenta mi generosidad para aportar todas mis cualidades, mi ingenio e incluso mis recursos materiales para llevarte a los demás.

Propósito

Ante las dificultades del día de hoy, recitar la jaculatoria: Cristo, en Ti confío. 

AGRADECE A DIOS POR TODO


EL PESO DE LA LIBERTAD


Autor: Julián Marías | Fuente: conoze.com 
El peso de la libertad
Importa, más de lo que parece, salvar la coherencia propia, distinguir entre «las voces y los ecos»



Entre las fórmulas de expresión maravillosas que acuñó Cervantes, varias de ellas en verso, lo que aconsejaría revisar su estimación como poeta, cuento los que comenté en mi libro "Cervantes clave española» y que me parecen espléndidos en concisión: "Y he de llevar mi libertad en peso / sobre los propios hombros de mi gusto».

Por lo visto, sentía que era menester llevar la libertad "en peso", lo que implica que pesa y puede causar alguna pesadumbre. La apelación al "gusto" no es menos interesante: sugiere cierta espontaneidad y a la vez una fruición. La libertad es algo que brota de uno mismo, complace, produce placer, y a la vez cuesta trabajo, exige esfuerzo, lleva consigo responsabilidad.

Si todo esto se tiene en cuenta y se practica, la libertad se consigue y perdura, puede salvarse de sus muchos riesgos; si se falta a lo que Cervantes proclamaba, puede enfermar, contaminarse, acaso perecer.

Si se me preguntara qué me parece más inquietante de la actual situación de España, diría que la frecuente infidelidad a lo que Cervantes prometía por su cuenta, al formular una exigencia perdurable del ejercicio de la libertad. Existen las condiciones para ello, el horizonte está abierto y no hace falta ningún heroísmo especial para tomar posesión de él. Otras veces no ha sido así, y la diferencia más profunda entre las personas reside en su disposición a no aceptar ese peso de la libertad, que puede ser considerable, aunque pocas veces abrumador.

Uno de los peligros mayores es la disminución o la extinción del gusto por la libertad; hay quienes sienten temor ante ella; otros, indiferencia, incluso falta de claridad: se dejan literalmente "empujar" por los que ejercen sobre ellos presión; no usan la libertad que tienen, y ni siquiera se dan cuenta de ello. Es lo que muestran las encuestas y sondeos que se multiplican, cuyos resultados son previsibles y que responde en su mayoría a una dejación de la libertad personal.

Pero hay otro fenómeno que a la larga resulta todavía más peligroso, y es la actitud de aquellas personas que tienen plena conciencia de lo que es libertad, que saben en qué consiste y la "ejercerían" si no reclamase ningún esfuerzo, si no tuviese peso. Saben lo que está bien y lo que está mal, lo que es decente y lo que no lo es, lo que tiene valor o carece de él -o tiene un valor negativo, como la falsedad-. Saben también lo que conviene o es dañoso, tal vez pernicioso.

Es posible que sientan un conato de ejercer su libertad, de seguir su "gusto" por ella; pero, llegado el momento de ponerla en práctica, renuncian a ella, desisten, aceptan la incoherencia. Regatean el esfuerzo requerido para sostener el peso de la libertad, aunque no sea excesivo. La mayoría de las veces no es gran cosa, no expone a fieros males, si se la mantiene alegremente en vilo no pasa nada.

Tal vez se puede perder algún dinero, un puesto que se considera apetecible, una distinción, elogios, publicidad, el ingreso en un grupo que puede ser siniestro y peligroso, dentro del cual será difícil sentirse seguro. Poca cosa.

Esta tentación, tan difundida entre los que tienen responsabilidad y no podrían alegar ignorancia, engendra confusión. No se sabe dónde se está porque cuando se cree saberlo resulta que no es así, que aquel espacio ha sido ocupado por otros con los que no se contaba. "No se puede circular", decía Ortega después de volver a España, tras nueve años de exilio, y durante muchos; efectivamente era así, y no circulaba apenas, se movía en limitadísimos círculos privados o bien ante el "público", los lectores o los oyentes que ejercían personalmente su libertad.

En el fondo se trata, como casi siempre, de la verdad. Una de las conferencias de curso "En torno a Galileo" que oí a Ortega en la Universidad de Madrid, en 1933, se titulaba "La verdad como coincidencia del hombre consigo mismo". Es decir, como autenticidad. No es ya la verdad del decir o del pensar, sino la verdad de la vida.

Esa coincidencia consigo mismo es lo que a veces falta. Lo que se piensa y se siente, lo que se inicia, lo que es la propia realidad, no se mantiene, es desmentido por los actos siguientes, es decir, el hombre se miente a sí mismo.

Cuando esto ocurre con demasiada frecuencia, resulta difícil respirar. Ha habido épocas y países en que esta situación ha sido tal, que la consecuencia era inevitablemente la asfixia. Normalmente no es así; para ejercer la libertad basta con quererlo, con no abandonarla, con no serle infiel.

Importa, más de lo que parece, salvar la coherencia propia, distinguir entre "las voces y los ecos", solidarizarse con lo que se estima y distanciarse -si es posible, cortésmente- de lo que parece desdeñable o indeseable. Una de las mayores responsabilidades de los que tienen una figura pública y gozan de algún prestigio es no confundir a los demás, a la gran mayoría. no basta con mantener una apariencia decorosa; es menester no defraudar; y todavía más, no inducir a error, pecado gravísimo. Presentar como valioso lo que no lo es, denostar lo que está lleno de méritos o, por omisión, cubrirlo de silencio, es contribuir a la desorientación de los demás, de los que quizá no disponen de recursos para juzgar por sí mismos.

Cada persona "destiñe" -para bien o para mal- sobre aquellas de que se rodea, con las que se asocia a los ojos de los demás. Esa influencia puede ser saludable y benéfica, si corresponde a las exigencias de la realidad. Si las desconoce y las pasa por alto, la consecuencia inevitable es la contaminación, el descenso de la calidad.

Es difícil ser inteligente en una sociedad que no lo es; si se mira la historia de los países habitualmente ilustres, se puede comprobar con todo rigor. No es fácil ser decente en un ambiente corrompido. En ambos casos se puede ser lo mejor, pero a costa de un gran esfuerzo que no todos están dispuestos a cumplir. Y hace falta además una dosis de clarividencia, una capacidad de distinguir, que no es universal.
Me preocupa tanto la decadencia que amenaza al mundo actual, y que todavía me atrevo a creer evitable, que miro con ansiedad sus síntomas, y siento alegría profunda cuando veo indicios de recuperación o defensa. Porque lo grave de las decadencias es que afectan a la misma realidad humana, y por eso es extremadamente difícil salir de ellas.

El único remedio eficaz es la apelación a la libertad de cada uno de nosotros, recordar el inolvidable verso de Cervantes: "tú mismo te has forjado tu ventura".

¿QUIÉNES SOMOS PARA QUEJARNOS ANTE DIOS?


Autor: Claudio de Castro | Fuente: Catholic.net
¿Quiénes somos para quejarnos ante Dios?
Ocurre que de pronto piensas que Dios te ha olvidado. Te asedian tantos problemas y no los puedes comprender.



¿Quiénes somos para quejarnos ante Dios?
Ocurre que de pronto piensas que Dios te ha olvidado. Te asedian tantos problemas y no los puedes comprender. Quedas envuelto en un torbellino del que parece no existir una salida. 

Recientemente pasé por algo parecido, y sentí una gran confusión. Procuraba estar tranquilo y confiar en Jesús. 

Solía visitarlo en el Sagrario para quejarme... ¿Hasta cuando?... 

Y oraba con el Salmo 6: 

Señor, no me reprendas en tu ira, ni me castigues si estás enojado. 
Ten compasión de mí que estoy sin fuerzas; sáname pues no puedo sostenerme. 
Aquí estoy sumamente perturbado, tú, Señor, ¿hasta cuando?... 
Vuélvete a mí, Señor, salva mi vida, y líbrame por tu gran compasión. 

Sentía entonces como si una voz interior me dijera: 
-Lee a Job. 

-¿Job?- me dije extrañado. 

Y fue lo que empecé a hacer, y lo que te recomiendo cuando no entiendas lo que te ocurre, y cuando sientas que no puedes más. 

Mientras escribo, tengo frente a mí una Biblia. Está abierta en el libro de Job. Ahora se ha vuelto un amigo entrañable. Me ayudó a comprender las enseñanzas de Nuestro Señor. ¿Quiénes somos para quejarnos ante Dios? ¿Acaso pensamos ofrecer nuestros sufrimientos por la salvación de las almas? No somos dignos de nada. Todo es gracia de Dios. Job lo supo bien: 

Reconozco que lo puedes todo, y que eres capaz de realizar todos tus proyectos. Hablé sin inteligencia de cosas que no conocía, de cosas extraordinarias, superiores a mí. Yo sólo te conocía de oídas; pero ahora te han visto mis ojos. Por eso retiro mis palabras y hago penitencia sobre el polvo y la ceniza. 
(Job 42,2-6) 

Comprendes de pronto lo pequeño e insignificante que eres ante la inmensidad y magnificencia de Dios. 

Parece como si Dios mismo te llevara al límite, para probar tu fe, fortalecerla y hacerte comprender que sin él nada podemos. 

Porque así como el oro se purifica en el fuego, así también los que agradan a Dios pasan por el crisol de la humillación. (Siracides 2,5) 

A Él le agradan los hombres humildes, sencillos, rectos de corazón. Y nos enseña a ser como desea que seamos. 

SANTA MÓNICA, MADRE DE SAN AGUSTÍN, 27 DE AGOSTO


Autor: . | Fuente: Centro de Espiritualidad Santa Maria
Mónica, Santa
Madre de San Agustín, 27 de agosto


Martirologio Romano: Memoria de santa Mónica, que, muy joven todavía, fue dada en matrimonio a Patricio, del que tuvo hijos, entre los cuales se cuenta a Agustín, por cuya conversión derramó abundantes lágrimas y oró mucho a Dios. Al tiempo de partir para África, ardiendo en deseos de la vida celestial, murió en la ciudad de Ostia del Tíber (387).

Etimológicamente: Mónica = Aquella que disfruta de la soledad, es de origen griego.

Fecha de canonización: Información no disponible, la antigüedad de los documentos y de las técnicas usadas para archivarlos, la acción del clima, y en muchas ocasiones del mismo ser humano, han impedido que tengamos esta concreta información el día de hoy. Si sabemos que fue canonizado antes de la creación de laCongregación para la causa de los Santos, y que su culto fue aprobado por el Obispo de Roma, el Papa.

Hoy celebramos a Santa Mónica, que con su testimonio logró convertir a su marido, a su suegra y a su hijo, San Agustín, quién también, es un gran santo de la Iglesia.

Santa Mónica fue una mujer con una gran fe y nos entregó un testimonio de fidelidad y confianza en Dios, por lo que alcanzó la santidad cumpliendo con su vocación de esposa y madre.

Un poco de historia

Mónica, la madre de San Agustín, nació en Tagaste (África del Norte) a unos 100 km de la ciudad de Cartago en el año 332.

Formación

Sus padres encomendaron la formación de sus hijas a una mujer muy religiosa y estricta en disciplina. Ella no las dejaba tomar bebidas entre horas (aunque aquellas tierras son de clima muy caliente) pues les decía: "Ahora cada vez que tengan sed van a tomar bebidas para calmarla. Y después que sean mayores y tengan las llaves de la pieza donde está el vino, tomarán licor y esto les hará mucho daño." Mónica le obedeció los primeros años pero, después ya mayor, empezó a ir a escondidas al depósito y cada vez que tenía sed tomaba un vaso de vino. Más sucedió que un día regañó fuertemente a un obrero y éste por defenderse le gritó ¡Borracha! Esto le impresionó profundamente y nunca lo olvidó en toda su vida, y se propuso no volver a tomar jamás bebidas alcohólicas. Pocos meses después fue bautizada (en ese tiempo bautizaban a la gente ya entrada en años) y desde su bautismo su conversión fue admirable.

Su esposo

Ella deseaba dedicarse a la vida de oración y de soledad pero sus padres dispusieron que tenía que esposarse con un hombre llamado Patricio. Este era un buen trabajador, pero de genio terrible, además mujeriego, jugador y pagano, que no tenía gusto alguno por lo espiritual. La hizo sufrir muchísimo y por treinta años ella tuvo que aguantar sus estallidos de ira ya que gritaba por el menor disgusto, pero éste jamás se atrevió a levantar su mano contra ella. Tuvieron tres hijos: dos varones y una mujer. Los dos menores fueron su alegría y consuelo, pero el mayor Agustín, la hizo sufrir por varias décadas.

La fórmula para evitar discusiones.
En aquella región del norte de África donde las personas eran sumamente agresivas, las demás esposas le preguntaban a Mónica porqué su esposo era uno de los hombres de peor genio en toda la ciudad, pero que nunca la golpeaba, y en cambio los esposos de ellas las golpeaban sin compasión. Mónica les respondió: "Es que, cuando mi esposo está de mal genio, yo me esfuerzo por estar de buen genio. Cuando él grita, yo me callo, para pelear se necesitan dos y yo no acepto entrar en pelea, pues....no peleamos".

Viuda, y con un hijo rebelde

Patricio no era católico, y aunque criticaba el mucho rezar de su esposa y su generosidad tan grande hacia los pobres, nunca se opuso a que dedique de su tiempo a estos buenos oficios. Y quizás, el ejemplo de vida de su esposa logro su conversión. Mónica rezaba y ofrecía sacrificios por su esposo y al fin alcanzó de Dios la gracia de que en el año de 371 Patricio se hiciera bautizar, y que lo mismo hiciera su suegra, mujer terriblemente colérica que por meterse demasiado en el hogar de su nuera le había amargado grandemente la vida a la pobre Mónica. Un año después de su bautizo, Patricio murió, dejando a la pobre viuda con el problema de su hijo mayor.

El muchacho difícil

Patricio y Mónica se habían dado cuenta de que Agustín era extraordinariamente inteligente, y por eso decidieron enviarle a la capital del estado, a Cartago, a estudiar filosofía, literatura y oratoria. Pero a Patricio, en aquella época, solo le interesaba que Agustín sobresaliera en los estudios, fuera reconocido y celebrado socialmente y sobresaliese en los ejercicios físicos. Nada le importaba la vida espiritual o la falta de ella de su hijo y Agustín, ni corto ni perezoso, fue alejándose cada vez más de la fe y cayendo en mayores y peores pecados y errores.

Una madre con carácter

Cuando murió su padre, Agustín tenía 17 años y empezaron a llegarle a Mónica noticias cada vez más preocupantes del comportamiento de su hijo. En una enfermedad, ante el temor a la muerte, se hizo instruir acerca de la religión y propuso hacerse católico, pero al ser sanado de la enfermedad abandonó su propósito de hacerlo. Adoptó las creencias y prácticas de una la secta Maniquea, que afirmaban que el mundo no lo había hecho Dios, sino el diablo. Y Mónica, que era bondadosa pero no cobarde, ni débil de carácter, al volver su hijo de vacaciones y escucharle argumentar falsedades contra la verdadera religión, lo echó sin más de la casa y cerró las puertas, porque bajo su techo no albergaba a enemigos de Dios.

La visión esperanzadora

Sucedió que en esos días Mónica tuvo un sueño en el que se vio en un bosque llorando por la pérdida espiritual de su hijo, Se le acercó un personaje muy resplandeciente y le dijo "tu hijo volverá contigo", y enseguida vio a Agustín junto a ella. Le narró a su hijo el sueño y él le dijo lleno de orgullo, que eso significaba que ello significaba que se iba a volver maniquea, como él. A eso ella respondió: "En el sueño no me dijeron, la madre irá a donde el hijo, sino el hijo volverá a la madre". Su respuesta tan hábil impresionó mucho a su hijo Agustín, quien más tarde consideró la visión como una inspiración del cielo. Esto sucedió en el año 437. Aún faltaban 9 años para que Agustín se convirtiera.

La célebre respuesta de un Obispo

En cierta ocasión Mónica contó a un Obispo que llevaba años y años rezando, ofreciendo sacrificios y haciendo rezar a sacerdotes y amigos por la conversión de Agustín. El obispo le respondió: "Esté tranquila, es imposible que se pierda el hijo de tantas lágrimas". Esta admirable respuesta y lo que oyó decir en el sueño, le daban consuelo y llenaban de esperanza, a pesar de que Agustín no daba la más mínima señal de arrepentimiento.

El hijo se fuga, y la madre va tras de él

A los 29 años, Agustín decide irse a Roma a dar clases. Ya era todo un maestro. Mónica se decide a seguirle para intentar alejarlo de las malas influencias pero Agustín al llegar al puerto de embarque, su hijo por medio de un engaño se embarca sin ella y se va a Roma sin ella. Pero Mónica, no dejándose derrotar tan fácilmente toma otro barco y va tras de él.

Un personaje influyente

En Milán; Mónica conoce al santo más famoso de la época en Italia, el célebre San Ambrosio, Arzobispo de la ciudad. En él encontró un verdadero padre, lleno de bondad y sabiduría que le impartió sabios. Además de Mónica, San Ambrosio también tuvo un gran impacto sobre Agustín, a quien atrajo inicialmente por su gran conocimiento y poderosa personalidad. Poco a poco comenzó a operarse un cambio notable en Agustín, escuchaba con gran atención y respeto a San Ambrosio, desarrolló por él un profundo cariño y abrió finalmente su mente y corazón a las verdades de la fe católica.

La conversión tan esperada

En el año 387, ocurrió la conversión de Agustín, se hizo instruir en la religión y en la fiesta de Pascua de Resurrección de ese año se hizo bautizar.

Puede morir tranquila

Agustín, ya convertido, dispuso volver con su madre y su hermano, a su tierra, en África, y se fueron al puerto de Ostia a esperar el barco. Pero Mónica ya había conseguido todo lo que anhelaba es esta vida, que era ver la conversión de su hijo. Ya podía morir tranquila. Y sucedió que estando ahí en una casa junto al mar, mientras madre e hijo admiraban el cielo estrellado y platicaban sobre las alegrías venideras cuando llegaran al cielo, Mónica exclamó entusiasmada: " ¿Y a mí que más me amarra a la tierra? Ya he obtenido de Dios mi gran deseo, el verte cristiano." Poco después le invadió una fiebre, que en pocos días se agravó y le ocasionaron la muerte. Murió a los 55 años de edad del año 387.

A lo largo de los siglos, miles han encomendado a Santa Mónica a sus familiares más queridos y han conseguido conversiones admirables.

En algunas pinturas, está vestida con traje de monja, ya que por costumbre así se vestían en aquél tiempo las mujeres que se dedicaban a la vida espiritual, despreciando adornos y vestimentas vanidosas. También la vemos con un bastón de caminante, por sus muchos viajes tras del hijo de sus lágrimas. Otros la han pintado con un libro en la mano, para rememorar el momento por ella tan deseado, la conversión definitiva de su hijo, cuando por inspiración divina abrió y leyó al azar una página de la Biblia. 

LAS ENSEÑANZAS DEL EVANGELIO


LAS ENSEÑANZAS DEL EVANGELIO 


Nunca viviremos el Evangelio si primero no lo leemos para saber lo que dice. Por eso es necesario que todos los días dediquemos unos minutos a leer un par de capítulos para irlos incorporando a nosotros y tenerlos siempre presentes a nuestra mente, porque el Evangelio no es letra muerta sino Palabra de Vida, y cada vez que lo leemos, le encontramos nuevos sentidos y aplicaciones para las cosas que nos suceden en la vida cotidiana.

En el Evangelio están todas las respuestas a las cuestiones más importantes de la vida. Sólo basta el saber encontrarlas y aplicarlas. Y para ello necesitamos de la ayuda del Espíritu Santo, que nos vaya guiando en su comprensión, y también la guía de la Iglesia Católica, que es la única que tiene la misión de interpretar correctamente el Evangelio.

Si cada día leemos un trozo del Santo Evangelio, con el tiempo lo iremos aprendiendo casi de memoria, y ante cada situación que nos encontremos en la vida, se nos ocurrirán respuestas evangélicas llenas de sabiduría. Porque en realidad no hacen falta muchos libros para ser sabios, sino que más bien con nuestra vida de todos los días y el Santo Evangelio, ya tenemos bastante para hacernos sabios según Dios.

Los cristianos a veces tenemos la tentación de buscar siempre cosas nuevas, cuando en realidad lo que debemos hacer es profundizar en las cosas que ya sabemos, pero que no hemos rumiado bien, entre estas cosas está el Evangelio, donde encontraremos una fuente inagotable de tesoros, que nos alegrarán la vida.

LA FE DE LA VIRGEN MARÍA



La Fe de la Virgen María
San Alfonso María de Ligorio

Así como la santísima Virgen es madre del amor y de la esperanza, así también es madre de la fe. "Yo soy la madre del amor hermoso y del temor, del conocimiento y de la santa esperanza" (Ecclo 24,17). Y con razón, dice san Ireneo, porque el daño que hizo Eva con su incredulidad, María lo reparó con su fe. Eva, afirma Tertuliano, por creer a la serpiente contra lo que Dios le había dicho, trajo la muerte; pero nuestra reina, creyendo a la palabra del ángel al anunciarle que ella, permaneciendo virgen, se convertiría en madre del Señor, trajo al mundo la salvación. Mientras que María, dice san Agustín, dando su consentimiento a la encarnación del Verbo, por medio de su fe abrió a los hombres el paraíso. Ricardo, acerca de las palabras de san Pablo: "El varón infiel es santificado por la mujer fiel" (1Co 7,14), escribe: Esta es la mujer fiel por cuya fe se ha salvado Adán, el varón infiel, y toda su posteridad. Por esta fe, dijo Isabel a la Virgen: "Bienaventurada tú porque has creído, pues se cumplirán todas las cosas que te ha dicho el Señor" (Lc 1,45). Y añade san Agustín: Más bienaventurada es María recibiendo por la fe a Cristo, que concibiendo la carne de Cristo.

Dice el P. Suárez que la Virgen tuvo más fe que todos los hombres y todos los ángeles juntos. Veía a su hijo en el establo de Belén y lo creía creador del mundo. Lo veía huyendo de Herodes y no dejaba de creer que era el rey de reyes; lo vio nacer y lo creyó eterno; lo vio pobre, necesitado de alimentos, y lo creyó señor del universo. Puesto sobre el heno, lo creyó omnipotente. Observó que no hablaba y creyó que era la sabiduría infinita; lo sentía llorar y creía que era el gozo del paraíso. Lo vio finalmente morir en la cruz, vilipendiado, y aunque vacilara la fe de los demás, María estuvo siempre firme en creer que era Dios. "Estaba junto a la cruz de Jesús su madre" (Jn 19,25). San Antonino comenta estas palabras: Estaba María sustentada por la fe, que conservó inquebrantable sobre la divinidad de Cristo; que por eso, dice el santo, en el oficio de las tinieblas se deja una sola vela encendida. San León a este propósito aplica a la Virgen aquella sentencia: "No se apaga por la noche su lámpara" (Pr 31,18). Y acerca de las palabras de Isaías: "Yo solo pisé el lagar. De mi pueblo ninguno hubo conmigo" (Is 63,3), escribe santo Tomás: Dice "ninguno" para excluir a la Virgen, en la que nunca desfalleció la fe. En ese trance, dice san Alberto Magno, María ejercitó una fe del todo excelente: Tuvo la fe en grado elevadísimo, sin fisura alguna, aun cuando dudaban los discípulos.

Por eso María mereció por su gran fe ser hecha la iluminadora de todos los fieles, como la llama san Metodio. Y san Cirilo Alejandrino la aclama la reina de la verdadera fe: "Cetro de la fe auténtica". La misma santa Iglesia, por el mérito de su fe atribuye a la Virgen el poder ser la destructora de todas las herejías: Alégrate, virgen María, porque tú sola destruiste todas las herejías en el universo mundo. Santo Tomás de Villanueva, explicando las palabras del Espíritu Santo: "Me robaste el corazón, hermana mía, novia; me robaste el corazón con una mirada tuya" (Ct 4,9), dice que estos ojos fueron la fe de María por la que ella tanto agradó a Dios.

San Ildefonso nos exhorta: Imitad la señal de la fe de María. Pero ¿cómo hemos de imitar esta fe de María? La fe es a la vez don y virtud. Es don de Dios en cuanto es una luz que Dios infunde en el alma, y es virtud en cuanto al ejercicio que de ella hace el alma. Por lo que la fe no sólo ha de servir como norma de lo que hay que creer, sino también como norma de lo que hay que hacer. Por eso dice san Gregorio: Verdaderamente cree quien ejercita con las obras lo que cree. Y san Agustín afirma: Dices creo. Haz lo que dices, y eso es la fe. Esto es, tener una fe viva, vivir como se cree. "Mi justo vive de la fe" (Hb 10,38). Así vivió la santísima Virgen a diferencia de los que no viven conforme a lo que creen, cuya fe está muerta como dice Santiago: "La fe sin obras está muerta" (St 2,26).

Diógenes andaba buscando por la tierra un hombre. Dios, entre tantos fieles como hay, parece como si fuera buscando un cristiano. Son pocos los que tienen obras de cristianos, porque muchos sólo conservan de cristianos el nombre. A éstos debiera decirse lo que Alejandro a un soldado cobarde que también se llamaba Alejandro: O cambias de nombre o cambias de conducta. Más aún: a estos infieles se les debiera encerrar como a locos en un manicomio, según dice san Juan de Ávila, pues creyendo que hay preparada una eternidad feliz para los que viven santamente y una eternidad desgraciada para los que viven mal, viven como si nada de eso creyeran. Por eso san Agustín nos exhorta a que lo veamos todo con ojos cristianos, es decir, con los ojos de la fe. Tened ojos cristianos. Porque, decía santa Teresa, de la falta de fe nacen todos los pecados. Por eso, roguemos a la santísima Virgen que por el mérito de su fe nos otorgue una fe viva. Señora, auméntanos la fe.

CALIDAD HUMANA


Calidad humana


En esta época todos hablan de calidad de  productos, de   calidad de procesos, calidad de servicios, calidad de   sistemas... Muy poca gente habla de calidad humana, calidad de vida... y sin ella, todo lo demás es apariencia, sin fundamento.

Hablar de calidad humana es cuidar nuestros vínculos con los demás. Necesitamos rehacer nuestros vínculos humanos.

De nada sirve trabajar de sol a sol en un lugar donde no tenemos amigos y llegar cansados a un hogar en el que nadie se interesa en saber cómo nos fue. ¿Para qué trabajar tanto si nos sentimos solos?.

Es triste leer un libro y no tener a alguien con quien comentarlo, es doloroso sentirse preocupado y no contar con una persona a quien abrirle el corazón.

De nada vale estar al frente de una cancha de tenis, de fútbol o frente a un juego de salón si no tenemos con quien jugar, con quien disfrutar ese momento.

¿Para qué tener lo que no se puede compartir?. Ni las cosas ni el dinero poseen valor intrínseco. El valor de lo material esta en su aplicación, en el servicio a alguien más o la convivencia con alguien más.

La belleza de tener está en compartir. La magia de luchar por una prosperidad económica, estriba, ni más ni menos, en poder ver sonreír a alguien a quien le damos el privilegio de disfrutar lo que ganamos.
Eso es parte de la naturaleza humana: dar, convivir, amar, servir...
ayudar. ¡HAZLO!.

En muchas ocasiones estamos asustados, asustados de lo que tal vez no podemos hacer; asustados de lo que pensaría la gente si tratamos.

Permitimos que nuestros miedos se interpongan en nuestros sueños.
Decimos no, cuando queremos decir si.
Murmuramos cuando queremos gritar, después... después gritamos y a quien no teníamos que hacerlo: ¿por qué?.

Después de todo cruzamos por esta vida una sola vez, no hay tiempo para tener miedo. Así que intenta... intenta aquello que no has hecho, arriésgate, participa en el maratón, escribe aquella carta, enfréntate como ganador a las cosas cotidianas.

Habla en contra de lo que no te gusta, visita pueblos que no conozcas, llámale y dile cuánto le amas, pero sin fingir.
El no regresa.
No tienes nada que perder y todo... ¡Todo que ganar!.

Que esto sea una realidad en tu vida...

NADA TE PERTENECE


Nada te pertenece
Autor: Padre Felipe Santos Campaña SDB



Cuanto tienes en este momento, lo has recibido de tus antecesores. Lo que tú has hecho – y muy bien, por cierto- es transformar cuanto has heredado. Esta es tu riqueza y tu aportación al mundo en el que te desenvuelves felizmente.
Tu generación, sea la que sea, posee una preciosa misión en la vida: cambiar y mejorar la preexistente.

Hace dos mil y pico de años fueron pronunciadas estas palabras:”Bienaventurados los limpios de corazón”. Te suenan y las sabes de memoria.
Pero posiblemente, con tu vida transida de mil preocupaciones, no has caído en la cuenta de su hondo significado, y sobre todo de su riqueza cuando la vives a niveles profundos en el mar de corazón.

Puede que hayas heredado casas, campos, dineros, coches, electrodomésticos, pisos...Sin embargo, la felicidad de tu corazón limpio es tarea tuya personal.

Cuando quieres mantenerte alegre, dichoso, relajado...sientes la necesidad de hacer una purificación y una obra transformadora de tu intimidad, de aquellos secretos que nadie sabe excepto tú mismo y Dios.

En la medida en que mantengas en tu corazón la sencillez, la transparencia y la limpieza, en esa misma medida irá naciendo cada día en ti una fuente que mana agua hasta la misma vida eterna.

Ser una persona de corazón limpio, te lleva a sentirte feliz ante as imágenes que estás viendo; jubiloso ante la música que escuchan tus oídos; y pensativo y dichoso interiormente ante la voz amiga que te habla a tu propia interioridad. Hay gente que tiene el corazón manchado porque todo lo ensucian. No saben emocionarse ante estas imágenes: no saben gustar cada momento con fruición.
¡Vive hoy feliz!

lunes, 25 de agosto de 2014

EL EVANGELIO DE HOY: MARTES 26 DE AGOSTO DEL 2014






Autor: Edgar Pérez | Fuente: Catholic.net
Ay de vosotros, escribas y fariseos
Mateo 23, 23-26. Tiempo Ordinario. Jesús conoce las intenciones y por eso recuerda que la principal tarea es la del amor misericordioso.
Ay de vosotros, escribas y fariseos
Del santo Evangelio según san Mateo 23, 23-26

En aquel tiempo Jesús habló diciendo: «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que pagáis el diezmo de la menta, del aneto y del comino, y descuidáis lo más importante de la Ley: la justicia, la misericordia y la fe! Esto es lo que había que practicar, aunque sin descuidar aquello. ¡Guías ciegos, que coláis el mosquito y os tragáis el camello! hipócritas, que purificáis por fuera la copa y el plato, mientras por dentro están llenos de rapiña e intemperancia! ¡Fariseo ciego, purifica primero por dentro la copa, para que también por fuera quede pura!

Oración introductoria

Oh, Espíritu Santo, Espíritu de Verdad, limpia mi conciencia para que pueda convivir permanente con tu gracia, te lo pido por intercesión de la Inmaculada Virgen María que supo actuar siempre de cara a la verdad.

Petición

Jesús, ayúdame a vivir según esta regla: «Es bueno lo que me ayuda a cumplir la voluntad de Dios, y malo lo que me estorba».

Meditación del Papa Francisco

¡Estamos en el camino de la santificación, aunque hay que tomarlo en serio! Debemos hacer las obras de justicia, obras simples: adorar a Dios: ¡Dios es el primero siempre! Y luego hacer lo que Jesús nos aconseja: ayudar a los demás. Estas obras son las obras que Jesús hizo en su vida: obras de justicia, obras de re-creación.
Cuando damos de comer a un hambriento, volvemos a crear en él la esperanza. Y así, con los otros. Si aceptamos la fe y luego no la vivimos, somos cristianos solo de memoria.
Sin esta conciencia del antes y del después ¡nuestro cristianismo no le sirve a nadie! Y más aún: va en el camino de la hipocresía. "¡Me llamo cristiano, pero vivo como un pagano!". A veces decimos "cristianos a medias", que no toman esto en serio. Somos santos, justificados, santificados por la sangre de Cristo: asumir esta santificación y llevarla adelante ¡Pero no se toma en serio! Cristianos tibios: "Pero, sí, sí; pero..., no, no". Así como decían nuestras madres: "cristianos de agua de rosas, no" Un poco así... Un poco de pintura de cristiano, un poco de pintura de catequesis... Pero en el interior no hay una verdadera conversión. (Cf. S.S. Francisco, 24 de octubre de 2013, homilía en Santa Marta).

Reflexión

Jesús se irrita con los escribas y fariseos porque no ponen en práctica los dictámenes más importantes de la ley: la justicia, la misericordia, la fidelidad, la comprensión.

Como jefes espirituales del pueblo judío parece que han hecho de la religión un "club" en el que sólo tienen acceso unos cuantos hombres instruidos y elegidos entre ellos, mientras que el resto del pueblo forman parte de la plebe ignorante.

Jesús conocía sus intenciones y por eso les recuerda que su principal tarea es la del amor misericordioso y la de la fidelidad del testimonio. ¿Cuántas veces en nuestra vida puede sucedernos algo similar, en donde siendo los líderes espirituales de una familia, de un grupo de amigos, convertimos la fe en un conjunto de leyes que los demás deben cumplir pero que no les ayudamos a vivir mejor su fe con nuestro testimonio en el amor?

No olvidemos que es el amor lo que da sentido a toda nuestra vida y que sin él, como dijo san Pablo "no somos nada". Saquemos de este evangelio la lección del amor y compresión a los demás y busquemos hacer un acto de caridad o un favor a quien sea.

Propósito

Buscar «ser» más y mejor persona, en vez de hacer cosas para «parecer» buen cristiano.

Diálogo con Cristo 

Oh, Espíritu de santidad, ven y renueva mi corazón en esta oración. Ven, Espíritu de amor, de paz, y enséñame a ser auténtico y coherente con mi fe para llegar a ser benevolente, lleno siempre de amor y comprensión con todos, especialmente con los más cercanos. Ayúdame a corresponderte con un amor fiel, verdadero y apasionado. 

ORACIÓN A SAN RAFAEL ARCÁNGEL


¿PODEMOS SACAR COPIAS DE JESUCRISTO?


Autor: Pedro García, Misionero Claretiano | Fuente: Catholic.net
¿Podemos sacar "copias" de Jesucristo?
Tenemos permiso, autorización, y hasta mandato, de sacar cuantas más y mejores copias se puedan.



Uno de los fenómenos más comunes entre las personas que se aman es aquel que podríamos llamar mimetismo. O sea, el afán por asemejarse a la persona querida. Se le quiere imitar en todo: en la manera de pensar, de hablar, de expresarse, de actuar. Se tiende a hacer siempre lo mismo que ella. 

Este hecho, comprobado tantas veces, tiene una aplicación muy grande en el orden espiritual de la fe. 

Desde el momento que nuestra religión se centra en Jesucristo conocido, amado, vivido, todo el afán del cristiano es asemejarse lo más posible a Él. La ilusión más grande es salir una copia perfecta de Nuestro Señor Jesucristo. 

De ahí ha nacido la expresión tan cristiana de la Imitación de Cristo, que ha dado incluso el título al libro mejor que ha nacido en el seno de la Iglesia. 

Aquellos dos jóvenes artistas eran ciertamente muy ambiciosos, y se hicieron una apuesta: uno debía pintar la Mona Lisa de Vinci y el otro las Meninas de Velázquez, obras cumbres de la pintura universal. Las copias habrían de resultar tan fieles que fuera después imposible distinguirlas de los cuadros originales. 

Otro estudiante ya había conseguido eso mismo en literatura: de tal manera imitó a Teresa de Ávila, que los miembros del jurado colegial hubieron de repasar las obras de la gran Doctora, para comprobar que el escrito del discípulo no había sido un plagio. 

Esta nota curiosa de los tres muchachos atrevidos, los dos pintores y el literato, se convierte en un signo bello de la principal tarea cristiana. 

¿Quién es un cristiano? La respuesta es clara si examinamos el plan de Dios, el cual nos eligió para ser en todo iguales a su Hijo, el Señor Jesucristo. San Pablo es en esto terminante: 
- Pues, a los que había previsto, los eligió a ser copias exactas de la imagen que es el tipo, o modelo, su Hijo, Cristo Jesús. 

Aquí observamos una diferencia esencial entre el concurso de Dios y los concursos artísticos en la sociedad. 

En una exposición de pintura, de fotografía, de escultura..., en un certamen de literatura, de poesía..., en un desfile de modas..., no se admiten imitaciones. Quien es sorprendido en un plagio, no solamente es descalificado, sino acusado y multado por robo a la propiedad intelectual de otro. Las obras deben ser plenamente originales. 

Esta es la razón de ser de esos avisos al pie de tantas publicaciones: 
- Prohibida la reproducción total o parcial. Cualquier infracción será castigada según la ley. 

En el concurso convocado por Dios ocurre todo lo contrario, porque en él no caben las originalidades. 

El primer premio del certamen se lo llevará aquel que resulte la copia más fiel de Jesucristo, que es el tipo, la imagen, el modelo propuesto por Dios a toda la Humanidad redimida. 

Tanto es así, que cuando Pablo les invita a los primeros cristianos a imitarle en todo lo bueno que hayan visto en su persona pues les dice: imitadme a mí, se encarga muy bien de añadir: como yo imito a Cristo. El prototipo no es Pablo, sino Jesucristo. 

En los concursos de Dios, el aviso a los ladrones de copias sería muy diferente. Podría Dios formularlo de esta manera: 
- Permiso, autorización, y hasta mandato, de sacar cuantas más y mejores copias se puedan. Grandes premios a las reproducciones más fieles... 

Es el caso de los que llamamos Santos por antonomasia, los reconocidos y proclamados tales por la Iglesia, y venerados en los altares. 

Son hombres y mujeres como nosotros, pero que fueron unos imitadores perfectos de Jesucristo. 

Se puede recordar, por ejemplo, a un San Vicente de Paúl, el cual, ante cualquier cosa que había de hacer, se detenía unos instantes, y se preguntaba: 
- ¿Qué haría Cristo aquí y ahora, en mi lugar? 

Como es natural, Vicente resultó una copia perfecta del Señor. 

Si somos buenos observadores cuando se nos dirige en la Iglesia la Palabra de Dios, habremos notado que la predicación de la Iglesia, notablemente mejorada en comparación de épocas pasadas, se dirige a esto: a presentarnos al Jesucristo del Evangelio como el único modelo a quien imitar. 

¿La vida de familia? Como la de Jesús con su Madre y con José. 
¿La oración? Como la de Jesús, constante, confiada, ininterrumpida. 
¿El trabajo? Como el de Jesús por los campos y en el taller de Nazaret. 
¿El trato con los demás, el amor, la comprensión? Como los de Jesús, de una exquisitez, delicadeza y elegancia como del Hombre más perfecto... 

Esta tarea tan interesante y tan hermosa es de todos, y no de unos privilegiados. 

El día en que nuestro trabajo, nuestra plegaria, nuestra relación con los demás y todo nuestro quehacer en la vida sean como los de Jesucristo y estén animados por sus mismos sentimientos, quedaríamos mejor clasificados como cristianos que los valientes alumnos de Teresa, de Vinci y de Velázquez como literatos o pintores.... 

Histórico. El estudiante, Daniel Ruiz Bueno, fue después traductor de clásicos en la BAC. - Rom. 8,29. 1Cor. 11,1. 

ENOJADOS CON DIOS


Autor: P. Eduardo María Volpacchio | Fuente: Algunas Respuestas 
Enojados con Dios
En nuestros días es frecuente encontrar personas –demasiadas– enojadas con Dios...


El motivo concreto puede ser muy variado: porque se ha muerto un ser querido, se tiene una enfermedad, las finanzas tocan fondo, no se tiene el trabajo que se desearía... Es decir, culpan a Dios por lo que les hace sufrir. 

Esto los lleva a mirarlo con desconfianza y recelo, apartarse de Él, sentirse ofendidos porque se sienten maltratados por Dios. Por tanto, no se sienten obligados a rendirle culto, ni amarlo: es como si pensaran que Dios los ha odiado primero…
No niegan su existencia, sino que la rechazan de su vida; saben que existe, pero no quieren saber nada con Él. Es como si pusieran a Dios en penitencia… Le exigen explicaciones y que los trate mejor.

Pero… hay más de un problema… Con esta actitud inmadura –caprichosa– se perjudican a sí mismos. Es como el chiquito que enojado con sus padres, les dice ofendido “y ahora no como”, como si el no cenar causara un daño a sus progenitores… Así se impiden a sí mismo encontrar el sentido del sufrimiento que los agobia y conseguir la paz; y se alejan de quien puede hacerlos felices.

Analicemos en cuatro pasos la respuesta a estos enojos:

1. Dios no tiene la culpa... de las enfermedades, de la maldad de los hombres, de los desastres naturales... 
Si crees en Dios y lo que Dios ha revelado en el cristianismo, entonces deberías saber que Dios creó el hombre para ser feliz, y que el pecado original introdujo en el mundo la muerte, el dolor, el error y el desorden interior en la persona humana. Ese mundo feliz creado por Dios ha sido ensuciado y arruinado por el pecado del hombre (el de todos, incluyendo los tuyos y los míos). La culpa no es de Dios, es de Adán, de Eva y de todos los que pecamos…

Dios ha hecho al hombre libre. Y eso es bueno, ya que sólo así podemos amar y alcanzar la plenitud, aunque suponga un riesgo... El mal uso que el hombre haga de su libertad no es culpa de Dios.

2. Dios no es ajeno a nuestro dolor: quiso asumir el sufrimiento. 

Lejos de desentenderse de los hombres después de su pecado, Dios se propuso repararlo. Para eso lo asumió, se hizo hombre para sufrir con nosotros y para nosotros. No tenemos un Dios que no sabe lo que es sufrir... sino un Dios que experimentó el sufrimiento en su naturaleza humana. Por eso nos entiende, sabe lo que es sufrir. Pero además, ese sufrimiento suyo no fue estéril, sino redentor: lo convirtió en un acto de amor (Dios es amor, por eso todo lo que "toca" lo convierte en amor). Y así lo hizo valioso: a partir de Jesús, quien sufre, puede unir su dolor al suyo, y así -convirtiéndolo en un acto de entrega personal por amor- salvar a los hombres con su dolor. 

En el problema del dolor más que el por qué, lo que interesa, lo esencial, es el para qué... 
Quien sufre no está solo, Dios está cerca de él. Su cercanía supone un gran consuelo y llena de paz. El enojo con Él, sólo nos priva de esta liberación.

3. El sufrimiento tiene sentido y valor. 

El dolor angustia y aplasta cuando no tiene salida… cuando un queda encerrado en su propio sufrimiento. 
Mucho depende de cómo se viva el dolor: si se lo vive con bronca y resentimiento, resulta destructivo. Si se lo vive con sentido y amor, es liberador. 

La esperanza hace una gran diferencia: un dolor cerrado en mí mismo, sin salida, se hace insoportable; o un dolor con sentido, lleva más allá de nosotros mismos, se sabe fecundo; entonces, es posible sufrirlo serenamente, llenos de paz.
En el Calvario había tres cruces. En el medio, la de Jesús, que fue a ella voluntariamente: “Por eso me ama el Padre, porque doy mi vida, para recobrarla de nuevo. Nadie me la quita; yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla y poder para recobrarla de nuevo” (Jn 10,18). A su lado, dos condenados. A la derecha, uno alcanza el paraíso (gracias a la cruz resultó ser un condenado muy poco condenado…, allí encontró la liberación definitiva). A la izquierda, otro se muere de asco y odio... Dos cruces junto a Jesús, el mismo sufrimiento físico, dos actitudes distintas, dos modos de vivir el dolor, dos resultados diametralmente opuestos. Cada uno elige qué actitud tomar…

El sufrimiento tiene sentido: hay que encontrarlo. Cuesta… ya que el dolor obnubila la mente y oscurece la visión. No es fácil, pero Dios está más cerca del que sufre: quien lo busca, lo encuentra.



Como enseña el Papa Francisco: 

“La luz de la fe no disipa todas nuestras tinieblas, sino que, como una lámpara, guía nuestros pasos en la noche, y esto basta para caminar. Al hombre que sufre, Dios no le da un razonamiento que explique todo, sino que le responde con una presencia que le acompaña, con una historia de bien que se une a toda historia de sufrimiento para abrir en ella un resquicio de luz. En Cristo, Dios mismo ha querido compartir con nosotros este camino y ofrecernos su mirada para darnos luz”. (Enc. Lumen Fidei, n. 57).

4. Enojarse con Dios no solo carece de sentido sino que es muy contraproducente... 

Solo en Dios podemos encontrar la felicidad, de manera que enojarse con Dios es enojarse con la fuente de nuestra propia felicidad... y esto no parece una cosa muy inteligente para hacer…

Es entendible que una persona que sufre esté shockeada, y que sienta una gran rebeldía. Pero debería serenarse y procurar manejar razonablemente esa rebeldía. 
¿Cómo superar estos enojos…?
Buscar en la luz de la fe, la luz para encontrar su sentido. Por ese camino –marcado por la humildad– encontrará primero resignación (paso fundamental); entonces la esperanza despertará la aceptación, que llevará a ofrecer el dolor y ofrecerse a uno mismo en él. Y entonces, brillará el amor: encontrará el amor de Dios, que siempre estuvo a tu lado, también cuando nosotros procurábamos espantarlo con nuestro enojo…

No parece que nos convenga enfrentarnos con quien puede dar sentido y valor a nuestro sufrimiento, con quien puede darnos la fortaleza para llevarlo y con quien nos promete la felicidad absoluta si lo vivimos con amor.

Buenos Aires, 24 de agosto de 2014
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