lunes, 28 de enero de 2013

JESÚS, EL BUEN PASTOR


CADENA DE AMOR..

Autor: Padre Llucià Pou Sabaté | Fuente: www.autorescatolicos.org
Cadena de amor
Uno se puede dejar contagiar de la agresividad que nos rodea, o puede sembrar amabilidad
 
Cadena de amor
Cadena de amor
Dicen que un joven iba por carretera en coche, cuando vio a una señora de edad avanzada, fuera de un coche parado, al lado de la carretera. Llovía fuerte y oscurecía, y al verla necesitada, detuvo su coche y se acercó. La señora al verle vestido pobremente tuvo miedo, y el joven le dijo: “Estoy aquí para ayudarla, señora, no se preocupe. ¿Por qué no entra en el coche que estará mejor? Me llamo Renato”. Ella tenía una rueda pinchada y Renato la cambió… la mujer le contó que estaba de paso, y que se encontraba perdida en aquel lugar, sin saber qué hacer, y no sabía cómo agradecer la preciosa ayuda; preguntó qué podía pagarle. Renato respondió: “Si realmente quisiera pagarme, la próxima vez que encuentre a alguien que precise de ayuda, déle a esa persona la ayuda que ella necesite y acuérdese de mí”...

Algunos kilómetros después, la señora se detuvo en un restaurante más bien pobre. La camarera era joven, muy amable, le trajo una toalla limpia para que secase su cabello y le dirigió una dulce sonrisa... estaba con casi ocho meses de embarazo, le notó cierta preocupación en su cara, y quedó curiosa en saber cómo olvidaba sus problemas para tratar tan bien a una extraña, y le dio pena que trabajara hasta tan tarde, en esas condiciones. Entonces se acordó de Renato. Después que terminó su comida, se retiró...

Cuando la camarera volvió notó algo escrito en la servilleta, en la que había 4 billetes de 500 euros... Leyó entre lágrimas lo que decía: - “Tú no me debes nada, yo tengo bastante. Alguien me ayudó hoy y de la misma forma te estoy ayudando. Si tú realmente quisieras reembolsarme este dinero, no dejes que este círculo de amor termine contigo, ayuda a alguien”. Aquella noche, cuando fue a casa, cansada, pensaba en el dinero y en lo que la señora dejó escrito... ¿Cómo pudo esa señora saber cuánto ella y el marido precisaban de aquel dinero? Con el bebé que estaba por nacer el próximo mes, todo estaba difícil... Quedó pensando en la bendición que había recibido, y que últimamente estaba enfadada con su situación y que las cosas no iban bien con su marido; cambió su cara y dibujó una gran sonrisa... Agradeció a Dios y besó a su marido con un beso suave y susurró: -“Todo estará bien: ¡te amo... Renato!”

En la película "Cadena de Favores" vemos esta idea: un niño inicia un movimiento que sugiere que alguien haga un favor grande a tres personas; cada una de esas tres personas ayudará a otras tres, y así sucesivamente, hasta llegar a un nivel donde el incremento geométrico de favores y buenas intenciones logren mejorar el lamentable estado en el que está el mundo. El niño entonces procede a ayudar a quienes más cerca están de el, sin darse cuenta de la extensión de las consecuencias que sus actos conllevan. Efectivamente, uno se puede dejar contagiar de la agresividad que nos rodea, o puede sembrar amabilidad. Uno puede ir a la suya, y construir su destino, o bien hacer el bien, y ayudar a todo el que te necesite.

La vida es algo misterioso, y la historia de Renato sería una cursilada si no fuera porque experimentamos que en nuestras vidas muchas veces es realmente así... en la medida que hagamos a los demás, ellos harán con nosotros; la vida es un espejo... ciertas “casualidades” nos hacen ver que todo lo que uno da, ¡vuelve a uno! Es como si hubiera un espejo que funciona con lo que expresamos; si damos odio nos vuelve odio, si lo que damos a los demás es amor, también lo recibimos. ¿Siempre? Porque a veces parece que no recibimos lo que damos: en realidad lo recibimos siempre, pero de otro modo, pues el fruto más importante de nuestras acciones ya ha crecido en nuestro interior, aunque fuera no germine aparentemente; aunque no siempre se ven los resultados, aún así vale la pena.

La gran estafa de la vida, el engaño, es cuestión de verbos, decía S. Tamaro: “Desde el nacimiento nos enseñan que la vida está hecha para construir y en cambio no es cierto. No es cierto porque aquello que se construye tarde o temprano se derrumba, ningún material es tan fuerte como para durar eternamente. La vida no está hecha para construir, sino para sembrar. En el largo trayecto, desde la hendidura del comienza hasta la del final, pasamos y esparcimos la simiente. Acaso jamás la veamos nacer, porque, cuando brote, nosotros ya no estaremos. No tiene ninguna importancia. Importante es dejar tras de sí algo en condiciones de germinar y crecer”.

La regla de oro siempre es la del Evangelio: hacer a los demás lo que queremos que hagan con nosotros, sabiendo que hay más alegría en dar que en recibir.

domingo, 27 de enero de 2013

PENSAMIENTOS DE PADRE PIO

No se puede vivir la verdadera vida sin el alimento de los fuertes.
En estos tiempos tan tristes, en que tantas almas apostatan de Dios, no sé convencerme de cómo se pueda vivir la verdadera vida sin el alimento de los fuertes... El medio seguro para poder uno mantenerse libre de la pestífera enfermedad que nos rodea, es el de fortalecernos con el alimento eucarístico. Por eso el mantenerse exento de culpa y progresar en el camino de la perfección no lo podrá alcanzar quien vive durante muchos meses sin nutrirse de la Carne del Cordero divino. Yo no sé lo que otros piensan acerca de esto, pero, para mí, dadas las circunstancias en que vivimos, es ilusorio el intentar convencerse de que puede dar un paso en el camino de la perfección quien se limita a comulgar una o dos veces al año.

San Pío de Pietrelcina

Epis. II, 92

CADA DÍA, VALORA LAS COSAS PEQUEÑAS

Autor: Ma. Esther De Ariño | Fuente: Catholic.net
Cada día, valora las cosas pequeñas
En lo pequeño está la verdadera santificación si lo sabemos vivir, si sabemos convertir lo ordinario en lo extraordinario.
 
Cada día, valora las cosas pequeñas

No es bueno perderse en la ensoñación de un futuro grandísimo.

Queremos ser mejores, queremos superarnos pero haciendo algo que realmente sea toda una proeza, ¡que se vea!

Queremos alcanzar la perfección y la santidad, pero...eso será "mañana" porque ahora estamos muy ocupados, tenemos miles de problemas. Tal vez cuando estos se resuelvan. Si nos falta salud, cuando estemos bien. Si estamos cansados, cuando tengamos mejor ánimo.

Todos nuestros buenos propósitos se quedan en "eso", para un mejor momento, para "mañana"... Y la vida se nos va y no nos damos cuenta que es, esa vida, que son la suma de los instantes, de las horas, los días y los años en que vamos dejando pasar todas y cada una de las pequeñas cosas que podrían ser fruto de nuestra santidad.

En las cosas pequeñas está la verdadera santificación si las sabemos vivir, si sabemos convertir lo ordinario en lo extraordinario.

Si queremos realizar este milagro en nuestra vida pensemos en Cristo. Fue Dios tanto en la cruz como cuando niño ayudando a su Madre en las cosas del hogar, obedeciendo a José en el trabajo humilde y sencillo de la carpintería, en unas mil cosas pequeñas con las que fue formando su vida hasta hacerse hombre.

Es difícil que siguiendo los pasos de Cristo dejemos todo y nos lancemos a predicar, a ser apóstoles recorriendo el mundo. Es difícil que seamos mártires por defender nuestra fe - que si los hay y su vida es una entrega total - pero nosotros sí lo podemos imitar en lo que fue su vida oculta en la rutina de todas las cosas de todos los días, esas que nos parecen tan insignificantes, tan simples que no les damos la mayor importancia.

En nuestro diario convivir con los demás, ¿por qué no somos más tolerantes, más generosos? ¿por qué pensamos siempre en nosotros y en todo lo que nos satisface?. Si en todas las cosas, por pequeñas que sean, ponemos el máximo esfuerzo de hacerlas bien, el resultado será la suma de todas ellas que nos darán, al final de la jornada, un día bueno, un día santo.

Las cosa simples, pequeñas, vendrán a nosotros, saldrán a nuestro paso en el diario vivir y es entonces cuando tenemos que tener el ánimo presto, la voluntad decidida. El momento heroico de saltar de la cama, a su hora, para no llegar tarde y cumplir con nuestro deber; ese trabajo que tanto nos fastidia hacerlo con gusto, con amor; esa sonrisa al compañero, ese buscarle alguna virtud en vez de dejarnos llevar por la fácil pendiente de la crítica; ese saber escuchar; ese templar la voluntad no saboreando la golosina que nos ofrecen; ese saber esperar un rato más para saciar nuestra sed; esa valentía de no escudarnos en la mentira fácil; esa forma de estar siempre dispuestos a servir en vez de ser servidos; ese ofrecer cualquier contrariedad, incomodidad o dolor, para que estas cosas adquieran su verdadero valor y no se pierdan; esa paciencia ante las personas o cosas que quieren sacarnos de quicio; esa esperanza, esa fe, ese amor; ese toque de alegría en nuestra rutina; esa paz que tenazmente pretendemos poner o dejar en el corazón de los demás; esa conformidad para las cosas inevitables, aceptándolas, aprendiendo a decir en todos los momentos: "Hágase Tu Voluntad, Señor"

No esperamos a ese "mañana" cuando todas las cosas estén en perfecto estado y a nuestro gusto.

Empecemos hoy, ahora, en este mismo momento.

Antes de que nos podamos dar cuenta se nos presentará la oportunidad de santificarnos en estas cosas tan nuestras de todos los días. En las cosas simples, en las cosas pequeñas, esas, que no nos dan más, esas son, las que harán que nuestra vida merezca ser vivida en todo lo que vale.

Hay una y mil cosas que creemos que nos darán la felicidad pero no nos damos cuenta de que en cuanto logramos lo que deseábamos pasamos inmediatamente a anhelar otra cosa para ser felices. Y es que las cosas que nos llegan de afuera, del exterior, no nos satisfacen plenamente pues es en nuestro interior donde tenemos que experimentar el verdadero valor de cada cosa. Muchas veces las grandes victorias, los grandes triunfos, los grandes acontecimientos nos dejan más vacíos que una pequeña cosa, casi insignificante pero que vino a inundar nuestra alma de una sensación profunda de felicidad.

Una caricia, una sonrisa, una frase amable, una mirada tierna, alguien que se paró a escucharnos, un beso, una palabra de aliento, una tarde soleada, una carta o mensaje de alguien que está lejos, el estreno de unos zapatos o de un vestido que fue un sacrificio comprar, un encuentro con alguien que hacía mucho tiempo que no veíamos, un perdón, una reconciliación, ver un capullo convertido en flor, mirar la lluvia que lava y moja las hojas de los árboles, el olor a tierra húmeda y barbechada, una puesta del sol, contemplar el mar y sus cambiantes olas, la caricia de la brisa al tardecer, una noche estrellada, sentir una mano pequeñita y confiada en la nuestra, saber que en nuestro hogar hay alguien que nos espera con amor, tener la fortuna de una sincera y buena amistad... en fin tantas y tantas cosas que no nos dan más, que no les damos el valor que tienen y que dejamos pasar sin darles importancia y que son ellas las que, sin hacerse notar, nos dan la felicidad.

Esa felicidad sencilla y simple pero inmensamente grandiosa de las cosas pequeñas. Aprendamos a ser felices con ellas pues el que sabe aprisionarlas y gozarlas, bien puede decir que encontró la mágica fórmula para ser feliz. No las dejemos ir sin darles el valor que tienen.

viernes, 25 de enero de 2013

ORACIÓN PARA SANAR LA DEPRESIÓN

Oracion para sanar la depresión.



Señor siento el desierto en mi corazón, las cargas son muchas y ya no tengo fuerzas. Señor, infunde tu Santo Espíritu, sopla sobre mi y llevate esta depresión que me consume por dentro.

Aleja de mi todo espíritu de tristeza, de angustia, de agobio, de cansancio. Aleja todo espíritu de soledad, de falta de constancia.

Señor dame una señal  que me escuchas, Tu sabes Señor que te amo pero hay veces que me cuesta reconocerlo. Tengo un aguijón como Pablo clavado en mi corazón  que me hace débil.

Pero se Señor que Tu me levantarás de mis debilidades, que Tu me sanarás, que alejarás todo tipo de espíritu que quiere enfermarme y hacerme alejar de ti.

Dame la fortaleza de tu Santo Espíritu, ilumíname con Tu Palabra, hazme salir de esta prisión que me ahoga , que me asfixia.

Señor bendíceme, saname. Señor, Tu que has sanado a los leprosos, a los paraliticos, a los ciegos, sáname, por eso yo te digo, Jesus hijo de David ten piedad de mi!

Levántame de esta oscuridad, dame Tu Luz, dame tu misericordia, perdona mis pecados y los de mis ancestros. Libérame de toda depresión que pudieran haber tenido mis antepasados.

Pasa sanando todo momento traumático de mi nacimiento. De mis primeros años de vida. Sana las etapas de mi vida. Enséñame a perdonar y a perdonarte.

Llena mis espacios vacios de amor, con tu amor y tu misericordia. Llévate este aliento de muerte y hazme resucitar como a Lázaro. Quítame las vendas de la tristeza, llévatela, no la quiero.

Dame el don de la alegría, dame el don de la fe. Llename con tu Espíritu y nada mas, Señor. Amen, amen.

LOS TRIUNFADORES


LOS TRIUNFADORES

A veces los triunfadores no son aquellos a los que todo el mundo aplaude y reconoce. No son los que construyeron grandes obras, dejaron constancia de su liderazgo o viajaron, en primera clase.

A veces los triunfadores no son los administradores geniales, ni los visionarios del futuro, o los grandes emprendedores. Por ello, tal vez no los reconoceríamos en medio de tanto pensador, filósofo o tecnólogo, que supuestamente conducen a este mundo por la senda del progreso.

A veces el triunfador no es el negociador internacional, o el hacedor de empresas de clase mundial o el deslumbrante estadista que asiste a reuniones cumbre. No es el que se afana por exportar mucho, sino el que todavía se importa a sí mismo. Porque el triunfador puede ser también el que calladamente lucha por la justicia, aunque no sea un gran orador o un brillante diplomático.

El triunfador puede ser igualmente el que venció la ambición desmedida y no fue seducido por la vanidad o el poder.

Es triunfador el que no obstante que no viajó mucho al extranjero, con frecuencia hizo travesías hacia el interior de sí mismo para dimensionar las posibilidades de su corazón. Es el que quizás nunca alzó soberbio su mano en el podium de los vencedores, pero triunfó calladamente en su familia y con sus amigos y los cercanos a su alma.

Es, quizá, el que nunca apareció en las páginas de los periódicos, pero sí en el diario de Dios; el que no recibió reconocimientos, pero siempre obtuvo el de los suyos; el que nunca escribió libros, pero sí cartas de amor a sus hijos y el que pensó en redimir a su país a través de la asfixiante aventura de su trabajo común y rutinario y aquel que prefirió la sombra, porque, finalmente, es tan importante como la luz.

A veces el triunfador no es el que tiene una esplendorosa oficina, ni una secretaria ejecutiva, ni posee tres maestrías; no hace planeación estratégica ni elabora reportes o evalúa proyectos, pero su vida tiene un sentido, hace planes con su familia, tiene tiempo para sus hijos y encuentra fascinante disfrutar de la hermosa danza de la vida.

A veces el triunfador no es el pasa a la historia, sino el que hace posible la historia; el que encuentra gratificante convencer y no sólo vencer y el que de una manera apacible y decidida lucha por hacer de este mundo un mejor lugar para vivir. Es el que sabe que aunque sólo vivirá una vez, si lo hace con maestría, con una vez le bastará.

A veces el triunfador no tiene que ser el que construyó grandes andamiajes y estructuras administrativas, pero supo cómo construir un hogar; no es el que tiene un celular, pero platica con sus hijos, no tiene correo electrónico, pero conoce y saluda a sus vecinos, no ha ido al espacio exterior, pero es capaz de ir hacia su espacio interior y sin haber realizado grandes obras arquitectónicas, supo construirse a sí mismo y fue, como dice el poeta, el cómplice de su propio destino.

A veces el triunfador suele ser Teresa de Calcuta, o Francisco de Asís o Nelson Mandela, o tal vez la enfermera callada, el obrero sencillo y el campesino olvidado, porque como personas triunfaron sobre la apatía o el desencanto y con su esfuerzo cotidiano establecieron la diferencia.

A veces el triunfador puede ser el carpintero pobre de un lugar ignorado, o una mujer sencilla de pueblo o un niño humilde que nació en un pesebre, porque no había para él lugar en la posada…

Autor: Rubén Núñez.

LA BELLEZA DEL PERDÓN...


Autor: P. Juan Carlos Ortega Rodríguez | Fuente: Catholic.net
La belleza del perdón
Considerarse indigno de la persona amada ayuda a valorar los dones que de ella se recibe.

 

La belleza del perdón
El Santo Padre Juan Pablo II nos recordaba cómo algunos cristianos han abandonado la práctica de este sacramento debido al profundo sentido de justicia que cultivan en su interior y que les lleva a "probar un sentimiento de indignidad ante la grandeza del don recibido. En realidad tienen razón en sentirse indignos" (Carta a los sacerdotes con motivo del Jueves Santo, 15 de marzo de 2001, n.6).

Parecería que estas palabras son contradictorias. Por una parte afirma el Papa que es bueno sentirnos indignos; pero por otra parece que este sentimiento nos aparta de uno de los principales sacramentos.

En realidad la contradicción dependerá no del sentido de indignidad, que todos debemos experimentar, sino del fundamento de la indignidad. Nos hará mal si se funda en la justicia, en cambio será una ayuda si lo basamos en el amor. Me explicaré.

La sociedad actual ha desarrollado fuertemente el sentido de justicia. Hace unos meses comentaba con un amigo este hecho que, aunque positivo, no es suficiente para saciar al ser humano. Más aún, si  permanecemos en la sola justicia el hombre se empobrece pues su anhelo más profundo no se limita en ser justo sino que va más allá, deseando amar y ser amado.

Uno de los síntomas de un matrimonio sano es cuando cada uno considera que recibe del otro más de lo que uno mismo merece, es decir, cuando uno se considera indigno de la persona amada. Cuando ambos se consideran indignos del otro es señal que su relación se basa en el amor y no en la justicia.

En efecto, considerarse, en cierta medida, indigno de la persona amada ayuda a valorar los dones que de ella se recibe y ayuda a superar el sentido de culpabilidad por los propios errores.

Si uno se considera indigno, valorará como algo gratuito y no merecido todo el cariño y entrega que de la persona amada recibe; en cambio, si uno se considera digno de tal amor, todos esos detalles serán recibidos como simple respuesta de justicia debida.

De igual modo, uno acepta los propios errores de modo diverso dependiendo de si se vive en una actitud de amor o simplemente de justicia. Si la relación se basa en la justicia, nacerá un sentido de culpabilidad que no sanará incluso si la otra parte perdona, pues nunca se merece el perdón.

Pero si la relación se basa en el amor, los fallos "lejos de deprimir el entusiasmo, le pondrá alas" (n. 9) para encontrar nuevos y mejores modos de manifestar el amor.

Algo similar nos ocurre cuando consideramos nuestros pecados de cara a la constante fidelidad de Dios. Si mi relación con el Señor se basa en la justicia siempre me sentiré culpable e indigno y su amor de Dios, en vez de ayudarme, me abrumará e, incluso, no aceptaré su perdón pues no me lo

merezco.


Pero todo es diverso si mi relación con Él se funda en el amor.

Cierto que probaremos, "como Pedro, el mismo sentimiento de indignidad ante la grandeza del don divino". Pero el amor será capaz de superar las consecuencias de mi indignidad. Llama la atención cómo Jesucristo no exige en primer lugar a Pedro que le pida perdón sino que se le ame: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas tú más que estos?" (Jn 21, 15) "Es sobre la base de este amor consciente de la propia fragilidad" que nacerá nuevamente la confianza y la entrega a la persona amada.

Pedro, lleno de amor por el Maestro, y viéndose incapaz de obtener fruto, confía plenamente en su palabra. La pesca milagrosa es muy significativa. Cristo no pide a Pedro algo nuevo o diverso de lo que había realizado antes. Le pido lo mismo, lanzar las redes como hizo en la noche,pero en esta ocasión fiándose de su palabra. "Jesús pide un acto de confianza en su palabra" (n. 7).

El cristiano que ama de verdad a Cristo, sabiéndose pecador e indigno, se acerca a la confesión. Sabe que por sí mismo no es capaz de cambiar, por eso se fía de Dios y de su perdón. Y regresa a su vida para lanzar nuevamente las redes con la seguridad de que la gracia alcanzada en la confesión iniciará a llenar sus redes de buenas obras. Cuando uno ama, el hecho de saberse indigno le impulsa a confiar en la persona amada, es decir, a fiarse plenamente de su amor.

Pedro, porque ama al Señor, aunque se sienta indigno, no sólo confía en Él, sino que "se siente en la necesidad de testimoniar y de irradiar su amor". De igual modo, el cristiano que se sabe indigno pero ama, es impulsado por el amor a entregarse con más ahínco a la persona que ama para demostrarle que aquel error o fallo no expresa realmente lo que su corazón siente por Él.

El cristiano es alguien que se sabe indigno de un Dios tan grande y por ello confía, ama y se entrega a Él.

Quien se confiesa es aquella persona que, consciente de su pecado, desea escuchar del Señor las palabras: ´lanza otra vez tus redes, pero en esta ocasión confiando en mí´.


Quien se confiesa es aquella persona que quiere decir a Dios: te amo, por eso, no tengas en cuanta mis pecados sino la fe y el amor de mi corazón.

jueves, 24 de enero de 2013

DIEZ CONSEJOS PARA VIVIR EN CRISTIANO


Diez consejos para vivir en cristiano
 
1. No presumas de "cristiano", vive como buen cristiano.
Sé humilde. Reconoce que todos necesitamos el perdón
y la misericordia. El tercer milenio del nacimiento de Cristo
es una buena oportunidad para renovar
nuestras actitudes cristianas.
2. Agradece a Dios la fe que tienes.
Dedica, cada día, unos minutos a hacer oración. Ten un plan
de vida de piedad. Lee algún libro de formación cristiana.

3. Valora el hecho de ser cristiano y católico.
Alégrate de ser hijo de Dios y ciudadano del Cielo.
Renueva tu fe, recita despacio el Credo, reza el Padrenuestro.
4. Tomate en serio la misa del Domingo.
Se dice que "primero es la obligación que la devoción";
pues no olvides que nuestra primera obligación es con Dios.
Vivirás como buen hijo de Dios unido a toda la familia cristiana.


5. Confiesa tus pecados.
Nadie es del todo bueno. Atiende la llamada de Dios
que nos ofrece el perdón, la renovación interior, la alegría
de la salvación. Ve a la Iglesia, confiesa tus pecados
al sacerdote y recibe el gozo del perdón de parte
de Cristo y del Dios salvador.
6. Invoca a la Virgen para que te ayude a creer en Jesucristo
con amor, con fidelidad, con fortaleza, con coherencia.
Ella es madre y modelo de los discípulos, de la Iglesia entera.
Jesús la preparó para que fuera la madre espiritual
de todos sus hermanos. Acude a Ella con confianza de hijo.
7. Vive más sobriamente.
Confórmate con lo que tienes. Frena las ambiciones y los caprichos.
Piensa en los que tienen menos que tú. Ayúdales con tu tiempo
y con tu dinero. Con tu amor.
8. Habla de Jesucristo a tus amigos, a tus vecinos,
a tus compañeros de trabajo.
Háblales de la bondad de Dios, de la esperanza de la salvación,
de la posibilidad y la alegría de ser cada día un poco mejores
amando a Dios y haciendo el bien. Sé apóstol.
9. Cumple tus obligaciones de cada día.
Con amor, con alegría, con el gozo de ayudar a vivir a los demás
y de ir construyendo un mundo de fraternidad y de esperanza.
10. Ama a todos.
Defiende y protege la vida, desde la concepción hasta la muerte.
Ponte a favor de cuantos necesitan nuestra ayuda. Da gracias
a Dios por haberte llamado a colaborar con Él en la construcción
de un mundo mejor.

miércoles, 23 de enero de 2013

ORACIÓN AL ESPÍRITU SANTO PARA OBTENER SALUD


ORACIÓN AL ESPIRITU SANTO
PARA OBTENER LA SALUD

¡Espíritu Santo divino, creador y renovador de todas las cosas, vida de mi vida! Te adoro, te doy gracias y te amo en unión de María Santísima. Tú que das la vida y vivificas todo el universo, consérvame en buena salud; líbrame de las enfermedades que la amenazan y de todos los males que la acosan.

Con la ayuda de tu gracia, prometo usar siempre mis fuerzas para mayor gloria tuya, para el bien de mi alma y el servicio de mis hermanos.

Te ruego también que ilumines con tus dones de ciencia y de inteligencia a los médicos y a todos los que cuidan a los enfermos, para que conozcan las verdaderas causas de las enfermedades que amenazan a la vida, y puedan descubrir y aplicar los remedios más eficaces para defenderla y sanarla.

¡Virgen Santísima, madre de la Vida y salud de los enfermos!, a ti confío esta mi humilde oración. Dígnate, Madre de Dios y madre nuestra, acompañarla con tu poderosa intercesión.

Amén.

PENSAMIENTO MARIANO 18


Pensamiento Mariano

A Jesús siempre se va y se "vuelve" por María. 


San Josemaría Escrivá de Balaguer

JESUCRISTO, CREO QUE ERES EL CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA


Jesucristo, creo que eres el camino, la verdad y la vida. 

Camino:

Una senda que lleva al cielo. Tiene piedras y es estrecha pero Tú nos acompañas, y tu compañía transforma lo duro y amargo en suave y dulce. Es la diferencia de seguir un camino en solitario o en tu compañía. El cielo es cielo porque estás Tú y el infierno es infierno porque Tú no estás.
Caminar sin tu compañía vuelve dura la vida. Muchos se hacen dura la existencia porque no quieren saber de Ti. Yo quiero caminar contigo porque Tú quieres acompañarme y porque Tú solo tienes palabras de vida eterna. 

Verdad:
Creo en Ti, Dios mío, porque eres la verdad misma. En un mundo de mentira, Tú eres el refugio y la brújula. En la dictadura del relativismo que equivale a viajar por un mar inestable, Tú eres la roca que resiste el embravecido oleaje.
Necesito creer en algo, en Alguien que dé sentido y seguridad a mi existencia. Tú eres mi roca y rompeolas. Tú eres la verdad de mi vida, eres luz que ilumina mi senda, mi camino seguro. 

Vida:
Yo soy la vida, la vida del cuerpo y la vida del alma. Por lo tanto, Él ha dado y sigue dando la existencia a todos los seres, a mí también. Tú eres mi vida y yo soy parte de tu ida.
Salí de Ti, en Ti existo y hacia Ti voy, Dios de mi vida. Mi Dios y mi todo: Mi Dios y mi vida. Sin Ti no existí y sin Ti no existiría ahora y sin Ti no existiré mañana.
Vida de las almas, mantén siempre viva mi alma y ayúdame con tu gracia a resucitar las almas muertas de mis hermanos. La confesión es un sacramento de resurrección; debo ejercerlo con frecuencia y con amor. Decir a un alma: Tus pecados no existen ya y que sea cierto. Camino, Verdad y Vida de las almas, bendito seas hoy y por siempre.


AQUEL ROSTRO ERA EL MIO


Aquel rostro era el mío



        Entonces ellos (los condenados) responderán diciendo: Señor, cuándo te vimos hambriento o sediento, o peregrino, o enfermo, o en prisión y te socorrimos?... (Mateo, 25, 44-45)

        Este rostro, Señor, me ha vuelto loco todo el día.

        Es un reproche vivo, un largo grito que golpea mi paz, que me impide estar en armonía.

        Este rostro me recuerda: la miseria, el aire apestado, el humo, el alcohol, el hambre, el hospital, el sanatorio.

        Por momentos, al verlo me recuerda el trabajo aplastante, humillante, el paro, la crisis, la guerra.

        Y me muestra bailes embriagantes, canciones asquerosas, películas horribles, música lánguida, besos mentirosos y sucios.

        Este rostro tiene la rebelión, el alboroto, los gritos por la injusticia, los golpes, el odio.

        Llegan de todas partes, imágenes de hombres de mil rostros horrorosos con sus gordos dedos sucios, sus uñas rotas, sus alientos apestosos. Han acudido de todos los rincones del mundo, de todas partes.

        Vienen más!! Ahora, sus caras tienen egoísmo, orgullo, cobardía; avaricia sensualidad trampa.

        Estas miradas me incomodan. Me duelen. Son una queja dolorosa, un grito de rabia, pero también una llamada desgarradora, porque en el fondo, este rostro ridículo, gesticulante, tiene un destello, una llama, una trágica súplica; el infinito deseo de un alma que quisiera vivir más allá del pantano maloliente que pisan sus pies.

        Señor, este rostro me vuelve loco, me da miedo, me condena, porque YO HE TRABAJADO COMO TODOS PARA QUE FUERA ASI...o al menos he dejado que lo hicieran así, y ahora pienso que este rostro es el de un hermano, mío y tuyo.

        Oh Dios, cuánto mal le hemos hecho a este miembro de tu familia!!!

        Ahora, temo tu juicio, Señor.

        Tú harás desfilar ante mí todos los rostros de estos hombres...y especialmente los de mi barrio, los de mi puesto de trabajo...y yo leeré en sus caras: la arruga que yo he abierto, la boca que yo torcí, la mueca que esculpí, la mirada que manché, la que extinguí.

         Todos desfilarán ante mí, vendrán los conocidos y los desconocidos, los de mi tiempo y los de siglos pasados y todos cuantos vendrán a este taller del mundo, y yo estaré inmóvil, aterrado, en silencio.

        Será entonces cuando Tú me dirás: AQUEL ROSTRO ERA EL MIO.

        Señor, perdón por este rostro que hoy me ha condenado. Perdón por este rostro que se cruza en mi camino a todas horas, en todo momento. Perdón porque he cerrado los ojos, he dado vuelta la cara, hice que no veía... Gracias Señor, porque este rostro hoy me ha despertado.

GRACIAS SEÑOR...



Gracias Señor
Autor: Adolfo Robleto

Gracias, Señor, por el momento hermoso en que mi alma se lleno de gozo que hizo nacer la esperanza en mi.
 
Gracias, Señor por tu voz tan quieta que se hace oír cuando el dolor aprieta, y es como ungüento de consuelo santo que neutraliza mi cruel quebranto.
 
Gracias, Señor, por tu amistad contínua que me liberta de toda ruina. Dándome fuerza para seguir por el sendero del buen vivir.
 
Gracias, Señor, porque eres bueno, porque cultivas en el terreno de mi existencia las frescas rosas de tus palabras dulces y hermosas.
 
Gracias, Señor, porque alumbraste un día con luz de aurora en mi tarde umbría y ya no anduve por camino erróneo,pues fuiste tu mi compañero idóneo.
 
Gracias, Señor, porque aprendí el secretode un pensar sabio y concreto,y ahora puedo confrontar la vidasin vacilar, con la frente erguida.
 
Gracias, Señor, porque tú existes,para los pobres, para los tristes,para el humilde de corazón que arrepentido busca el perdón.
 
En fin, Señor, gracias por todo lo que tú eres; y por el modo tan compasivo que hay en ti; Yo soy tu hijo, ven mora en mi.

FORMAR EL CORAZÓN


Autor: Escuela de la Fe
Formar el Corazón
Formar el corazón significa, pues, purificar, ordenar y potenciar nuestro amor.


1.Concepto e importancia de la formación del corazón
La vida consagrada puede entenderse como un auténtico matrimonio espiritual, como se ha descrito por tantos santos y autores de la vida espiritual.
Pero ¿qué significa ser esposa de Cristo? Ser esposa de Cristo significa estar consagrada plenamente a Él, amarle locamente, vivir para Él y entregarse totalmente a su amor.

En todo ello debe entrar toda la persona, con su mente, con su voluntad, con su amor, con sus sentimientos. Por tanto, una esposa de Cristo verdadera es aquella que se recrea en su pensamiento con Cristo, y por tanto que ora, que platica con Él, que le pregunta por sus intereses, que se identifica con sus criterios, que le recuerda frecuentemente durante el día, que, incluso en momentos de estudio, descanso trabajo, se acuerda de Él, y que le trata de conocer en el Evangelio y en sus Constituciones, sus Santas Reglas.

Una esposa de Cristo auténtica es aquella que vive para Él, que lucha por Él, que trabaja activamente para darle a conocer en sus conversaciones, que se identifica con Él, amando y deseando lo que Él ama y desea, que siempre está dispuesta a sacrificarse por defender y conservar el amor, que no acepta conscientemente otros amores al margen de Él y de su Reino, y trata de obsequiarle cada día con su fidelidad en el cumplimiento de todos aquellos detalles y pequeñeces del reglamento y de la disciplina, expresión de su voluntad santísima.

El amor es esencial para nuestra realización personal, pero es también el principio del que pende toda la ley y los profetas: "amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas, y a tu prójimo como a ti mismo".

Si el corazón vive encantado por afectillos sensuales y egoístas; si la consagración es medio para idolatrar la propia persona; si a la par del amor a Dios se dan cabida a amores adúlteros, no se está ciertamente cumpliendo ni viviendo en la verdad.
Buscar la autocomplacencia, rodearse de un grupo de "fans", cultivar las simpatías, inquietarse por lo que piensa o deja de pensar la Directora, es, además de inmadurez, signo de que falta amor, de que no se está formando el corazón.

Ustedes., religiosas, almas consagradas, por su feminidad tienen un más hondo sentido de delicadeza, de finura y de sensibilidad para el amor, deben cultivar esta caridad que llevan en su ser; a convivir intensa y amorosamente con Dios que habita en sus corazones; a buscar sólo su mayor gloria, olvidándose de Ustedes mismas, porque es así como lograrán su realización personal -"quien pierde su vida por mi la hallará”.

Todo amor humano implica emoción, un elemento emotivo. Podemos hablar de “la emoción de amor”.
Pero el amor no puede quedarse allí. Podemos reflexionar sobre lo que sucede en la vida matrimonial, y aplicarlo a la vida consagrada. Cuando una persona se casa, se supone que su vida emocional ya se ha desarrollado bastante, aunque habrá que seguir cultivando la integración armoniosa de las emociones entre sí y entre las emociones y las facultades superiores de razón y voluntad.

Bajo el influjo de la razón, las emociones gradualmente pierden su orientación de tendencia egoísta y llegan a despertarse en función del bien de la otra persona.
De esta manera el amor que fue originalmente egoísticamente emotivo se eleva hacia el nivel del amor generoso, maduro, humano en que se busca el bien de la otra persona.

Entonces los esposos experimentarán tanto en la voluntad como en las emociones y sentimientos, la alegría de la entrega mutua.
Cuando los dos esposos han alcanzado este nivel, su amor es entonces “amor de amistad”, es un amor que sabe dominarse, y en especial en el aspecto sexual.

Tal desarrollo es posible en el matrimonio, aunque no sin dificultades, cuando al inicio de su matrimonio ambos tenían una vida emocional armoniosa, razonable, con capacidad de amor de entrega y de preocupación por la otra persona, y la subordinación de la sexualidad a las facultades de la razón y la voluntad.
Esto está en claro contraste con el tipo de situaciones que todos Ustedes conocen de matrimonios fundados en la emoción y que no superan ese nivel – y que por lo tanto están siempre vulnerables. Continúan en el nivel de la inmadurez emocional adolescente.

La vida de la persona consagrada en virginidad, en las circunstancias correctas, hace posible que una mujer o un hombre alcancen la madurez de este amor humano incluso en un momento más temprano en la vida que en el matrimonio.

Para ello, la persona quien se consagra debe poseer las mismas cualidades que mencionamos para quien entra en matrimonio.
Cuando la persona consagrada sabe aceptar con constancia el sacrificio de la gratificación de sus inclinaciones naturales en razón de su ideal, dentro de una visión sana y equilibrada de la sexualidad, entonces puede alcanzar la misma felicidad y realización que se encuentra en el matrimonio.

La persona consagrada quien vive constantemente consciente de la razón tan elevada y noble de su opción por la virginidad alcanzará este amor maduro y el gozo que conlleva, incluso más temprano que las personas casadas, quien normalmente necesitan más tiempo para alcanzarlo. Y es que desde los primeros años del noviciado la persona consagrada se ha dedicado a los valores del espíritu, el servicio de los demás, la contemplación de lo pasajero de las cosas materiales. Este dejarse lleva al auténtico amor maduro...

El amor primero, entonces, todavía cargado de emotividad, con las motivaciones altruistas, tiene que ir dando paso al amor de entrega.

Y esto se cultiva y se desarrolla en la abnegación sencilla pero real de uno mismo.
Lo que quizá se podría hacer en otro contexto “simplemente” para formar la voluntad, en la vida del alma consagrada se convierte en fuente de crecimiento, profundización y maduración en el amor.
Amor de entrega, sin esperar recompensa. Amor que busca sólo complacer al Amado. Y como en el matrimonio, necesariamente será un amor “de detalles”.

Como en el matrimonio, así también en la vida consagrada se dan periodos de paz, de tranquilidad y periodos de lucha y dificultad. El amor se prueba en la lucha y la dificultad. En edad joven, tentación más bien de tipo sensual, el placer, las añoranzas de cosas pasadas, la atracción de la vida fácil y los placeres del mundo. Más adelante en edad, la añoranza de compañía humana, comprensión ante dificultades...

Nada mueve más al amor que el saberse amado. Esta experiencia humana vale también para la caridad teologal.
Y alguien que ha sido escogida por Dios tiene muchos y muy profundos motivos para sentirse amada por su Creador y Redentor.

Qué fácil es, y al mismo tiempo qué importante, recordárselo y valorárselo a las jóvenes en la vida consagrada. ¡Dios te ama! En los momentos de fervor y entusiasmo o en los momentos de sequedad y desánimo: ¡Dios te ama! La caridad es un don de Dios. Hay que poner todos los medios humanos, pero sobre todo hay que pedirlo, esperarlo y acogerlo con humildad y apertura.

El amor a Dios llevará a las obras del amor. Formar a la persona en la caridad teologal es también orientarle para que viva siempre en una actitud de autenticidad en su entrega a la voluntad de Dios. Recordarle que quien ama a Dios cumple sus mandamientos (cf. Jn 14,15). Ayudarle a comprender que la voluntad de Dios se manifiesta sobre todo en el interior de su conciencia, pero se expresa también a través de quienes legítimamente le representan: desde el supremo Magisterio de la Iglesia hasta su más cercano formador.

Finalmente, mostrarle que el amor a Dios debe llevarle a esforzarse del modo más sincero por evitar el pecado, como negación del amor; no sólo: debe foguear en ella un ardiente anhelo de que en todas partes, entre sus hermanas y conocidas, en las familias y las sociedades, reine siempre el amor por encima del pecado.

El amor de Dios orientará así, de manera radical, el sentido y el objetivo esencial de su futuro apostolado. Su amor al Padre le lleva a sus hermanos. Los miembros de la primitiva comunidad cristiana “Tenían un solo corazón y una sola alma” (Hch 4,32). Las comunidades religiosas también aspiran a ser una grande y única familia por el amor fraterno y por las relaciones mutuas de cordialidad, de respeto y de servicialidad.

Los afectos desordenados, la falta de un corazón formado, coartan la libertad, afectan considerablemente la capacidad de atención y dedicación al trabajo, condicionan la objetividad de juicio en muchos asuntos, desmoronan la vida de comunidad; y en el plano moral y espiritual el apego afectivo desordenado a otra persona da paso a una situación de infidelidad y de adulteración de la alianza de amor virginal que el alma consagrada ha sellado con Jesucristo.

Todas sin excepción debemos trabajar y luchar por desprendernos de las criaturas, por mantener intacto nuestro amor a Dios, por acrecentarlo y vivir tan enamorados de Él que el desprecio de nosotros mismos sea una inmolación gozosa y no algo temido u ofrecido a regañadientes.
A todas, sin excepción, nos asalta el egoísmo con su sed de dominio, con su implacable ambición de hacer girar el mundo en provecho propio, con su sutil astucia para sojuzgar a los demás y sentirse amado y correspondido sensiblemente con el afecto de otros.

Hablamos del “corazón” como sede del amor y centro de la persona humana. Formar el corazón significa,  pues, purificar, ordenar y potenciar nuestro amor.

El amor es la fuerza que mueve al hombre: ninguna realidad humana se emprendería si no se amase.

Muy bien podríamos decir que el amor es creador. En esto, más que es cualquier otro aspecto, reflejamos la imagen de Dios, que es Amor, y que amando crea. Si Dios da el ser amando, el hombre integra en sí mismo lo amado, no para absorberlo ni disminuirlo –si es verdadero amor- sino para potenciarlo y ayudarlo a alcanzar su perfecta realización.

El hombre perfecto es la gloria de Dios. Sin amor o amando incorrectamente, nunca tendremos una persona realizada.
Nuestra naturaleza tiende al bien verdadero y es el bien conocido lo que atrae a la voluntad y a lo que ésta tiende empujada por la fuerza del amor. Si, impulsado por las pasiones o cegado por la vida de sentidos, el hombre pierde de vista el bien objetivo, el bien global, será arrastrado por los bienes sensibles que tocan la superficie, pero no el núcleo ni la totalidad de su persona.
Es entonces cuando el individuo se pierde, se vacía, se destruye: no sabe amar. Sacrifica su personalidad a los placeres, a las emociones y afectos egoístas y, además, arruina y empobrece lo amado, convirtiéndolo en objeto y no respetándolo en su individualidad personal.

El auténtico amor enriquece, tanto al amante como al amado; nunca empobrece al que ama en beneficio del amado, pero tampoco vacía a éste en provecho de aquél. El que ama bien enriquece y se enriquece, a pesar, y precisamente por ello, de que el amor implique desprendimiento de afectos parciales y contingentes, del que suponga, si quieren Ustedes con una palabra más cercana al lenguaje espiritual: purificación.

Tanto importa saber amar como el hecho de la propia realización personal que es en definitiva el mayor motivo de gloria para quien por amor nos creó y por amor nos redimió para que llegásemos a ser hijos suyos.

Naturalidad: no se creen obsesiones dañinas para su salud mental; que no vayan a andar día y noche pensando si tiene o no rectamente orientado su corazón. Vivan con sencillez y naturalidad su vida, sirviendo  al Señor y aprovechen los exámenes de conciencia para analizar, corregir y proponerse nuevas metas. En María, tiene Ustedes un ejemplo claro de la naturalidad y sencillez con que han de vivir sin angustias ni tensiones psicológicas, puestas en las manos de Dios.

La castidad se coloca dentro de la virtud de la templanza. El término “templanza proviene del verbo latino “temperare” que se podría traducir hoy como coordinar o moderar. Es el trabajo que hace un moderador en una mesa redonda: hay diversas personas y diversas opiniones que el debe moderar para que el diálogo se desarrolle de la mejor manera posible. Es esto lo que tiene que hacer nuestra razón y voluntad: deben coordinar, moderar esas fuerzas, pasiones, pulsaciones, instintos que tenemos de modo natural, sin negarlos, reprimirlos, suprimirlos, sino encauzándolos.


2.Madurez afectiva
El término “madurez afectiva” es un concepto complejo y todavía no del todo aclarado y profundizado en sus significados. Podemos entenderlo como una especificidad de la madurez humana, entendida como coherencia y armonía interna de la persona. Un psicólogo italiano Rulla habla de dos Yo: el ideal y el real.

El ideal es lo que cada uno sabe que debe ser, según su vocación, estado, situación. El real es el yo con sus tendencias y condicionamientos que algunas veces van en la misma dirección que el ideal y otras en dirección opuesta. La madurez, en términos sicológicos, es la capacidad de armonizar estos dos yo.

Hay que buscar la madurez de la persona humana en todos los aspectos, y esto incluye la afectividad: nuestra capacidad de amar.
Madurez afectiva conlleva la integración sana y equilibrada de la propia sexualidad, dada la estructura del ser humano. La persona afectivamente madura es una persona sexualmente madura y equilibrada – una personalidad integrada.

Educar en la castidad es enseñar a encauzar, no a reprimir, las propias tendencias y pasiones, de acuerdo con la propia vocación. Dios no quiere que una religiosa sea menos mujer; les quiere personas íntegras, con todas sus potencialidades en armonía con la vocación para la cual les ha creado.
Por lo tanto, hay que lograr que lleguen a poner positivamente y con entusiasmo todo el rico arsenal de sus pasiones al servicio de su vocación y misión.

En eso consiste la verdadera madurez afectiva de la persona consagrada: en la integración armoniosa de la capacidad de amar, y de la necesidad de ser amado, con la propia condición de vida. No se reduce simplemente a la recta integración de la sexualidad en la personalidad, sino que abarca más bien toda la capacidad de relación interpersonal.

Implica la orientación de todos los afectos, y en la medida de lo posible también de los sentimientos, hacia el ideal que se ha escogido, de modo que la persona esté plenamente identificada consigo misma y no se encuentre dividida entre lo que pretende ser y lo que sus afectos exigen de ella.

Ordinariamente, la experiencia de un amor totalizante y exclusivo resulta el mejor catalizador de la madurez afectiva. Para muchos la preparación para el matrimonio, y la misma vida matrimonial, son ocasión natural para lograr esta madurez.

La afectividad madura bajo los rayos del verdadero amor personal. La afectividad de quien ha sido llamado a vivir sólo para Dios madurará bajo los rayos de un amor totalizante y exclusivo a Dios, del cual brota su amor de donación universal a todos los hombres. Si no perdemos esto de vista, la maduración afectiva del alma consagrada no es tan complicada como a veces la presentan algunos.

Todo lo que favorezca esa integración armoniosa de las naturales tendencias afectivas y sexuales con el ideal de consagración a Dios y la condición de virginidad, será un elemento positivo para esa maduración. Todo lo que de algún modo dificulte esa integración será negativo y habría de ser evitado.

Para hacer una correcta valoración de los factores positivos o negativos es necesario tener presente el principio del "realismo antropológico y pedagógico".
Las tendencias y pasiones que una persona que se consagra a Dios, como cualquier ser humano, lleva consigo, son impulsos naturales, queridos por el Creador. Pero el pecado ha creado una situación de desorden en el hombre, en su capacidad de orientar esos impulsos de acuerdo con su razón y voluntad.

Hay que evitar el error de creer que una opción consciente y libre, por muy profunda que sea, es ya suficiente para encauzar correctamente las pasiones.
Estas son automáticas y ciegas, y buscan siempre sus objetos propios, por más elevado que se halle el sujeto en su camino de purificación interior. Cientos de historias de santos y místicos cristianos nos lo ilustran con creces. La presencia de un estímulo exterior correspondiente a una tendencia interna hará que ésta reaccione en esa dirección.

Si la dirección es contraria a la opción vital de consagración a Cristo, será ocasión de desorden y tensión interior, y dificultará más o menos seriamente la integración armoniosa de toda la persona en torno al ideal escogido.

Si una persona consagrada se permite todo tipo de lecturas, películas, espectáculos o diversiones, en la variada oferta de mercado de una sociedad hedonista como la nuestra, encontrará fácilmente estímulos fuertes que provocarán sus tendencias naturales en contra de su vocación virginal.

Si cultiva un tipo de relación con personas del otro sexo que es propicio para suscitar sentimientos de afecto y llegar al enamoramiento, lo más probable es que surjan de hecho esos sentimientos, y que supongan un serio obstáculo para su maduración afectiva, en una vocación que pide la entrega total del propio corazón y de la propia vida a Cristo y a su Reino. La naturaleza tiene sus propias leyes. No podemos jugar con ellas.


Debe ser un trabajo sumamente positivo, abierto, alegre. La alegría de quien ofrece todas sus renuncias por amor. La adquisición de esta madurez requiere ordinariamente un amplio período de tiempo, pues está íntimamente ligada al desarrollo físico y psicológico del individuo.

Tanto la formadora como la persona en formación han de tener en cuenta que, por circunstancias diversas -fisiológicas, psicológicas, circunstanciales, etc.- puede haber períodos de mayores o menores dificultades, de afectos más o menos fuertes que tocan a la puerta del corazón, de tentaciones más o menos marcadas.

Y han de proceder con prudencia, con serenidad y constancia en la aplicación de aquellos medios que la Iglesia por su milenaria experiencia, por su profundo conocimiento de la persona humana, aconseja para la adquisición y salvaguarda de la castidad consagrada.

sábado, 19 de enero de 2013

LAS LECTURAS DEL DÍA: 19 DE ENERO

sábado 19 Enero 2013
Sábado de la primera semana del tiempo ordinario


San Ábaco



Leer el comentario del Evangelio por
San Pedro Crisólogo : "¡Come con los publicanos y los pecadores!"

Lecturas

Hebreos 4,12-16.



Porque la Palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que cualquier espada de doble filo: ella penetra hasta la raíz del alma y del espíritu, de las articulaciones y de la médula, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón.
Ninguna cosa creada escapa a su vista, sino que todo está desnudo y descubierto a los ojos de aquel a quien debemos rendir cuentas.
Y ya que tenemos en Jesús, el Hijo de Dios, un Sumo Sacerdote insigne que penetró en el cielo, permanezcamos firmes en la confesión de nuestra fe.
Porque no tenemos un Sumo Sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades; al contrario él fue sometido a las mismas pruebas que nosotros, a excepción del pecado.
Vayamos, entonces, confiadamente al trono de la gracia, a fin de obtener misericordia y alcanzar la gracia de un auxilio oportuno.


Salmo 19(18),8.9.10.15.


La ley del Señor es perfecta,
reconforta el alma;
el testimonio del Señor es verdadero,
da sabiduría al simple.

Los preceptos del Señor son rectos,
alegran el corazón;
los mandamientos del Señor son claros,
iluminan los ojos.

La palabra del Señor es pura,
permanece para siempre;
los juicios del Señor son la verdad,
enteramente justos.

¡Ojalá sean de tu agrado
las palabras de mi boca,
y lleguen hasta ti mis pensamientos,
Señor, mi Roca y mi redentor!



Marcos 2,13-17.

Jesús salió nuevamente a la orilla del mar; toda la gente acudía allí, y él les enseñaba.
Al pasar vio a Leví, hijo de Alfeo, sentado a la mesa de recaudación de impuestos, y le dijo: "Sígueme". El se levantó y lo siguió.
Mientras Jesús estaba comiendo en su casa, muchos publicanos y pecadores se sentaron a comer con él y sus discípulos; porque eran muchos los que lo seguían.
Los escribas del grupo de los fariseos, al ver que comía con pecadores y publicanos, decían a los discípulos: "¿Por qué come con publicanos y pecadores?".
Jesús, que había oído, les dijo: "No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores".


Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.



Leer el comentario del Evangelio por


San Pedro Crisólogo (c 406-450), arzobispo de Ravenna, doctor de la Iglesia
Sermón 30 : PL 52, 285-286

"¡Come con los publicanos y los pecadores!"


¿Por qué vuestro maestro come con publicanos y pecadores? Dios es
acusado de abajarse hacia el hombre, de sentarse cerca del pecador, de
tener hambre de su conversión y sed de su retorno, de preferir el alimento
de la misericordia y la copa de la benevolencia. Pero Cristo, hermanos
míos, vino a esta comida; la Vida ha venido para estar entre los invitados
a fin de que, condenados a muerte, vivan la Vida; la Resurrección se ha
acostado para que los que yacen se levanten de sus tumbas; la Bondad se ha
abajado para levantar a los pecadores hasta el perdón; Dios ha venido hasta
el hombre para que el hombre llegue hasta Dios; el juez ha venido a la
comida de los culpables para sustraer a la humanidad de la sentencia de
condenación; el médico ha venido a los enfermos para restablecerlos
comiendo con ellos; el Buen Pastor ha inclinado la espalda para devolver la
oveja perdida al establo de la salvación(Lc 15, 3s).

“¿Porqué nuestro maestro come con publicanos y pecadores?” Pero, ¿quién
es pecador sino el que rechaza verse como tal? Dejar de reconocerse pecador
¿no es hundirse más en su propio pecado y, para decir verdad, identificarse
con él? Y ¿quién es el injusto sino aquel que se cree justo?... Vamos,
fariseo, confiesa tu pecado y podrás venir a la mesa de Cristo; por ti
Cristo se hará pan, ese pan que se romperá para el perdón de tus pecados:
Cristo será para ti la copa, esa copa que será derramada para el perdón de
tus faltas. Vamos, fariseo, comparte la comida de los pecadores y Cristo
compartirá tu comida; reconócete pecador y Cristo comerá contigo; entra con
los pecadores al festín de tu Señor y podrás no ser ya más pecador; entra
con el perdón de Cristo en la casa de la misericordia.    

viernes, 18 de enero de 2013

EL PERDON

Autor: Juan Carlos Ortega
Pocos son los que perdonan y no guardan rencor
Si descubres que guardas rencor a alguien, tienes ahora la oportunidad de perdonar.
 
Pocos  son los que perdonan y no guardan rencor

Disculpe que le haga una pregunta muy personal: ¿va a Misa los domingos, reza con relativa frecuencia y se confiesa de vez en cuando? Supongo que sí. Ahora trate de responder las siguientes preguntas con sinceridad: ¿asiste a Misa como un deber o lo considera el momento más importante y hermoso de la semana?, ¿es su oración una repetición de rezos o un encuentro personal y lleno de amor con el Señor?, ¿busca la confesión con frecuencia o más bien la retrasa?

De verdad, le ruego que me perdone estas preguntas. Espero que ya las haya contestado. Me ha parecido necesario hacerlas porque el Santo Padre ha afirmado que "en el mundo contemporáneo, junto a generosos testimonios del Evangelio, no faltan bautizados que asumen una actitud de sorda resistencia y a veces también de abierta rebelión. Son situaciones en la que la experiencia de la oración es vivida de un modo superficial, sin que la palabra de Dios incida en la propia existencia. El mismo sacramento de la Penitencia es considerado por muchos insignificante y la celebración eucarística dominical solamente un deber que se debe cumplir" .

Sí, no ha leído mal. Cumplir con el deber de ir a Misa, confesarse con desgana, rezar de modo rutinario no es suficiente, más aún es considerado como reticencia y rebelión. Palabras fuertes que son necesarias explicar.

En el Evangelio, el hijo pródigo nos recuerda la necesidad de salir de nuestro pecado y acercarnos nuevamente a Dios. No sé si usted, querido lector, sea un pecador empedernido. No lo creo, pues si lo fuera no leería este artículo. Quizás se identifique más con el hermano mayor, con aquel buen muchacho fiel y cumplidor de las normas que imperaban la casa del padre, aunque no siempre compartía sus decisiones. En concreto, no estaba de acuerdo en perdonar al hijo que había malgastado el patrimonio familiar.

Sea que en nuestra vida exista el pecado que sólo Dios y uno mismo conocemos o sea que nos comportemos externamente como buenos cristianos, necesitamos imitar a estos hijos y pedir perdón al Señor. El Papa nos recuerda que "mediante el sacramento de la reconciliación, el Padre nos concede en Cristo su perdón" pues "Dios no tiene en cuenta el mal ante al arrepentimiento" . Es bueno confesarse, si no lo ha hecho, todavía está a tiempo.

Pero Jesucristo va más allá. Nos invita a ser perfectos como nuestro Padre celestial. Por lo tanto, no es suficiente con ser un hijo que pide perdón, debemos ser como el Padre que perdona. El Papa reconoce que "no es fácil convertirse al perdón y a la reconciliación. Ya es problemático reconciliarse cuando el origen de todo ha existido la propia culpa. Pero si la culpa es del otro, reconciliarse puede ser visto incluso como una humillación irracional" .

Debemos estar atentos pues con frecuencia asumimos en este punto una actitud de sorda resistencia. "Existen cristianos - dice el Santo Padre - que intentan vaciar de significado palabras como: amad a vuestros enemigos, haced el bien a aquellos que os odian".

Las palabras de Cristo son claras y en cambio, ¡son tan pocos los que perdonan y no guardan rencor! Sin embargo, ¡qué gusto encontrar ejemplos de perdón, almas que no son capaces de odiar a pesar del mal que reciben!

Cierto que se requiere denunciar el mal para renovar la sociedad, pero la denuncia será muy peligrosa y engañosa si en los corazones de quienes la realizan hay odio y rencor. "El perdón - afirma el Papa – aparece cada vez más como una dimensión necesaria para una auténtica renovación social. Sólo aceptar y conceder el perdón hace posible una nueva calidad de relaciones entre los hombres".

Tengamos en cuenta que perdonar no es algo opcional para el bautizado ni algo reservado para un grupo especial de cristianos. "La caridad no tiene cuenta del mal recibido. Con esta expresión de la primera carta a los Corintios, el apóstol Pablo recuerda que el perdón es una de las expresiones más elevadas del ejercicio de la caridad".

No nos hagamos sordos ni rebeldes ante estas palabras del Santo Padre. Vivamos la caridad con todas sus consecuencias, también con la exigencia del perdón. Si descubres que guardas rencor a alguien, tienes ahora la oportunidad de perdonar. Este es el momento. Verás que te "ayudará a vivir de un modo más alegre y generoso la caridad de Cristo".

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