Acabo de conversar con un señor que me preguntó si podría recomendarle una oración especialmente poderosa:
“Tengo
problemas muy serios en mi casa y en el trabajo, necesito la
intervención de Dios; recomiéndeme una oración que no falle, la oración
más poderosa que usted conozca.”
Pude haberle entregado una selección de
las oraciones
que hemos recopilado en www.la-oracion.com. Pero ¿hay oraciones más
poderosas que otras? ¿Dónde reside el poder de una oración? ¿Tiene
sentido preguntar si es más poderosa una novena que un rosario? ¿Tiene
valor una oración aunque se haga distraído? ¿Cómo se sabe si se reza
“correctamente”?
¿Qué nos enseña la experiencia?
Hay fórmulas u oraciones vocales que a lo largo de los siglos han
resultado especialmente “poderosas” para muchos: el Padrenuestro, el
Avemaría, la oración de Jesús (Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten
piedad de mí pecador), el canto de los salmos, etc.
Quienes han encontrado fruto para el crecimiento en su vida
espiritual utilizando estas fórmulas u otras, progresan normalmente en
tres momentos:
1. Comienzan a pronunciarlas con los labios o en silencio, dándole
un sentido a las palabras mientras están en la presencia de Dios.
2. Luego, dan el paso a decirlas interiormente, hasta que con o sin
la fórmula se dirigen a Dios con las actitudes propias de la oración que
utilizan (actitud de creatura ante su Creador, de hijo ante su Padre,
de pecador rescatado ante su Redentor, de bautizado ante el Espíritu
Santo que habita en él, etc.).
3. Un paso más adelante se da cuando esa oración se hace una oración
incesante, impregnando completamente toda la persona y toda la vida.
Llevan corriendo por sus venas el sentido de las oraciones. El hábito de
la presencia de Dios llega a ser para ellos como una segunda
naturaleza.
Mientras escribo me sorprendo al recordar cuántas veces he rezado el
rosario completamente distraído. Las invocaciones a Jesucristo que rezo
todos los días con mi comunidad ¡cuántas veces las he pronunciado con
la mente en otra parte! a pesar de que sean bellísimas y de una potente
carga teológica y afectiva.
Errores comunes al rezar las oraciones vocales:
1. La mentalidad mágica: Creer que pronunciar las fórmulas produce un resultado automático (como un talismán).
2. El formalismo: Creer que por cumplir con una práctica de piedad,
ya se hace oración. La atención se centra en la forma, en “hacerlo
correctamente”; se da más importancia a la letra que se pronuncia que al
espíritu con que se reza.
3. La rutina: A base de repetir una oración que uno se ha propuesto
hacer todos los días, se puede caer en el escollo de hacerla
inconscientemente, sin darle sentido.
Tres consejos para superar la rutina
Para superar la rutina a mí me ayuda:
1. Antes de iniciar las oraciones, tomar conciencia de lo que voy a hacer y ante quién estoy. Bastan tres segundos.
2. Llevar a la meditación lo que rezo todos los días (por ejemplo
las oraciones de la mañana). Cuando se saborea en la meditación cada una
de las palabras y de las frases de las oraciones, rumiándolas con calma
en la presencia de Dios, se advierte que al volver a pronunciarlas
cobran un mayor significado, salen de lo más profundo de la mente y el
corazón; al poner más amor en lo que se dice a Jesucristo, las oraciones
“dicen más”.
3. Cuando me doy cuenta de que he pronunciado una oración sin darle
sentido a las palabras, sin centrar la mente en lo que digo y sin
hacerlo “con todo el corazón, con toda el alma y con todas mis fuerzas”
(cf. Mt 22,37 y Mc 12, 33), aplico un recurso que me ha servido mucho:
detenerme y repetir la plegaria utilizando mis propias palabras, con
toda espontaneidad.
¿Qué es lo que hace que una oración sea poderosa?
Lo que da valor a una oración es la fe con que se pronuncia. Con
palabras o sin palabras, usando fórmulas oficiales de la liturgia y de
la piedad cristiana o creando las oraciones personales espontáneamente,
lo importante no son las palabras sino el espíritu con que se
pronuncian. Allí tenemos el ejemplo de la oración de la cananea, cuando
Jesús le dijo: «Mujer, grande es tu fe; que te suceda como deseas». Y
desde aquel momento quedó curada su hija.” (Mt 15, 28)
Una oración vocal debe brotar del corazón y ser pronunciada ante
Dios con fe y atención para que pueda llamarse oración y para que sea
poderosa. El poder de la oración no está en pronunciar determinadas
palabras con los labios, sino en hacerlo con plena conciencia y
dirigiéndose con fe a Dios Nuestro Señor.
La fuerza de una oración viene no del exterior (las palabras), sino
del interior (del corazón). Lo esencial está en estar y permanecer ante
Dios; lo importante es la elevación espiritual del corazón humilde a
Dios.
Una sola palabra, un recuerdo de Jesús o una simple mirada llena de
fe, con un sincero sentimiento de adoración, vale más que centenares de
rosarios pronunciados sin sentido, como si de un loro se tratara (de
aquí el sentido de la foto de arriba). San Pablo decía: “Prefiero decir
cinco palabras con mi mente que mil en lengua desconocida.” (1 Co 14,19)
Por lo demás, no somos nosotros los que "logramos" que una oración sea poderosa, es la gracia de Dios.
La oración de Doña Lena
Recientemente escuché una oración de las más sentidas que he oído en
mi vida. Como comenté hace unas semanas, estoy construyendo una ermita
con sentido de reparación al Sagrado Corazón de Jesús. Al hacer el muro
de contención quise poner en él una imagen de la Virgen de Guadalupe, en
lugar de dejar el muro vacío. De esa manera, la imagen de la Virgen
ayudará a las campesinos a recordarla mientras van por el camino.
La mostré a Doña Lena, una ancianita que fue a saludarme y a
llevarme unas tortillas. Cuando vio la imagen de la Virgen de Guadalupe,
de alegría tiró la bolsa de plástico que llevaba en la mano y comenzó a
dialogar con la Virgen María con una naturalidad y una autenticidad
parecidas a las de Juan Diego.
Doña Lena ha alcanzado una familiaridad con María como no había
visto antes. Le pregunté sobre su relación con la Virgen y me dijo:
“Ella es mi Madre, me conoce mejor que nadie, cuida mi camino, sabe lo
que me aprovecha y me conviene, la tengo siempre en la memoria, estoy
todo el tiempo en su presencia. Le confío toda mi vida y todas mis
cosas. La quiero mucho y le platico por donde quiera que vaya.”
Esta buena mujer no sabe siquiera leer, no sigue fórmulas especiales
al elevar su alma a Dios y a la Virgen, pero al escucharla dialogar con
María pude ver sin lugar a dudas que estaba
llena del Espíritu Santo.(Cf. Ef 5,18) Oraciones así son las más poderosas.
El poder de una oración reside en el espíritu con que sea dicha.
Esta noche me propongo rezar las Completas con particular sentido de adoración y gratitud a Dios.