Autor: P Evaristo Sada LC | Fuente: www.la-oracion.com
¿Cómo contemplar el Corazón de Jesús y el Corazón de María?
El corazón es un signo sencillo que encierra un gran misterio. Es asequible, concreto y profundo. Dice más de lo que es, mucho más.
El corazón es un signo sencillo que encierra un gran misterio. Es asequible, concreto y profundo. Dice más de lo que es, mucho más. Está cargado de afectos. Referirse al corazón es un modo sintético de considerar el gran misterio de la entrega en el amor. Los enamorados pintan corazones en los árboles y en las iglesias.
El Sagrado Corazón no es sólo una representación sensible, ni su devoción se queda en un conjunto de prácticas religiosas. La devoción al Sagrado Corazón evoca el amor del Hijo de Dios que se encarnó por amor y que entregó su cuerpo en la cruz mediante un acto de amor. Esta devoción ayuda a centrar la vida espiritual en el amor de Jesús, rico en misericordia.
Si alguien tiene sed que venga a mí y beba (Jn 17, 37)
El buscador de Dios encuentra en la oración una respuesta. La meditación diaria es un momento de gracia en que el Espíritu Santo viene con Su poder y nos cubre con Su sombra (cf Lc 1,35). Allí, el amor se convierte para el sediento en la única ocupación.
Desde el día en que el soldado traspasó el costado de Jesús con su lanza (Jn 19,34), la Iglesia es regada por esa fuente de la que mana la Vida. Por eso ayuda mucho contemplar en la oración la herida en el costado de Jesús. Junto a María, al pie de la cruz, ver cómo brotan el agua y la sangre, figuras del bautismo y de la eucaristía. Es un continuo fluir de la misericordia divina que nos lava y nos nutre y sacia nuestra sed a través de los sacramentos. El costado traspasado de Jesús nos baña con su infinita misericordia que brota del manantial del amor: el Sagrado Corazón.
Un modo de contemplar el amor de Jesús es, pues, a través del costado traspasado. Les comparto tres consideraciones delante de la herida del costado de Jesús que me han ayudado en la oración:
1. Dios nos ama con un corazón humano
Una dificultad frecuente en la vida de oración consiste en que se ve el mundo espiritual demasiado lejano a nuestra realidad cotidiana. Me gusta imaginar a un bebé buscando desde el suelo la mirada de su padre sin poder alcanzarlo. De pronto el padre se tumba en el suelo, se pone a su nivel y le sonríe. Luego lo carga y lo levanta. Nosotros no alcanzamos a Dios y, de pronto, Él desciende hasta nosotros y nos eleva a Sí.
En Cristo, Dios se hace asequible. (cf Jn 1,14) El Corazón de Jesús representa la humanidad de Cristo; lo vemos como uno de los nuestros. Dios se encarnó para amarnos con un corazón humano. Así nos permitió vivir la comunión de vida con Él. Y cuando vemos a Dios amándonos así, con un corazón como el nuestro, nos brota espontáneo decirle: ¡Así te necesito, de carne, sangre y hueso!
Si el amor de Dios nos parece demasiado espiritual para estar a nuestro alcance es que aún no conocemos a Jesús de Nazareth, el que nació en Belén y murió en Jerusalén por amor a nosotros.
2. Contemplar para escuchar
Otra dificultad que se plantea continuamente en la dirección espiritual y en los cursos de oración cuando se explica que orar es sobre todo escuchar, es la pregunta ¿Y qué significa escuchar en la oración? ¿Cómo se hace para escuchar a Dios? Mi respuesta suele ser: si quieres escuchar, contempla.
Contémplalo en la cueva de Belén, contémplalo en la cruz, contémplalo en la creación, contémplalo en el Sagrario, contempla los corazones traspasados de Jesús y de María…. y escucharás que te dice que te ama.
Contemplar los misterios de la vida de Cristo es comprobar la abundancia del amor de Dios a nosotros. "Mirarán al que traspasaron" (Jn 19, 37; Zac 12, 10). Mirarle con los ojos interiores, mirarle sobre todo cuando estamos dolidos y arrepentidos y escuchar que nos dice una y otra vez: “No pasó nada, te sigo amando igual”.
Así se lo dijo a Sor Faustina:
“Has de saber hija mía, que mi corazón es la Misericordia misma. Desde este mar de Misericordia las Gracias se derraman sobre el mundo entero. Ningún alma que se haya acercado a Mí ha partido sin haber sido consolada. Cada miseria se hunde en mi Misericordia y de este manantial brota toda Gracia salvadora y santificante..." (Diario de Sor Faustina # 1777, p. 626)
3. Dejarse amar
¿Quién entiende la pasión de Cristo? ¿Quién entiende la Eucaristía? No tratemos de entender, son misterios que más bien es preciso contemplar y agradecer.
El icono de este artículo que se encuentra en la parte superior, apareció en el siglo XII en Oriente es fuente de fecunda inspiración.
Centra la mirada en las manos de Jesús. No están atadas con cuerdas. Las cuerdas que le atan debe descubrirlas el corazón contemplativo: son las cuerdas del amor a la Iglesia. Se encuentran libres, pero Jesús libremente se somete y se ofrece como manso cordero.
“Nadie me quita la vida, yo la doy voluntariamente” (Jn 10,18) “Su no-violencia es la fuerza del amor” (Jean Corbon)
Después de resucitado quiere quedarse con las manos voluntariamente atadas, preso en el Sagrario, para que vaya a visitarle y allí encontrar yo mi descanso: “Venid a mí los que estáis cansados y agobiados, que yo os aliviaré” (Mt 11, 28). Él es el preso y sin embargo, cuando voy a acompañarle, soy yo el que sale consolado.
Para mí, éste icono, llamado “Del esposo”, es el icono de los Corazones traspasados de Jesús y de María. Mira los rostros de Jesús y de María.
Jesús reclina su cabeza sobre la Madre, significando aceptación. Y María, representándonos a todos nosotros, se une a Jesús llena de compasión (en este contexto puedes leer con provecho el artículo ¿Cómo sé si rezo bien el rosario?). Ese diálogo contemplativo de la mirada de María, nos hace comprender que el quehacer en la oración es dejarse amar y amar. El rostro de Cristo Redentor: manso y misericordioso. En sus ojos cerrados repasa la historia de tu vida y de la suya, deja que te invada de paz y junto con San Pablo concluye sin decir palabra: “Me amó y se entregó por mí” (Gal 2, 20)
Y una vez que has experimentado el grande amor que Dios te tiene: dale amor. El camino nos lo indican las dos manos de María. ¿Hacia dónde están orientadas? Hacia el costado traspasado: así nos muestra ella el camino de la interioridad y la conversión. Conocer el amor, vivir el amor, compartir el amor.
Este icono me dice que la oración, más que actos y técnicas es un tiempo para estar juntos, sin preocuparnos de pasos y de métodos, sino de estar en su presencia, contemplando el rostro de Cristo. Estarse allí, como María: dándole amor, gustando su amor, compartiendo su amor.
Una sugerencia para la meditación personal en la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús
En la solemnidad del Sagrado Corazón haré mi oración de esta manera, tal vez alguno quiera hacer lo mismo: trayendo a la memoria el icono de los Corazones traspasados estaré rumiando esta expresión de San Agustín que me hace tanto bien en el momento presente de mi vida:
“El pasado ponlo en las manos de la Divina Misericordia.
El futuro en manos de la Divina Providencia.
El presente en manos del Divino Amor.”
¡Sagrado Corazón de Jesús! En ti confío