Alégrate Llena de Gracia
Padre Javier Soteras
Lc. 1, 26-38
Hoy vamos a detenernos particularmente en esta expresión que utiliza el Ángel para vincularse con María, de manera tan sorprendente como que ella dice de no entender nada, cómo puede ser esto, yo no convivo con ningún hombre. Es la expresión que dice LLENA DE GRACIA. ¡ Alégrate, Llena de Gracia !
Fíjate que el Ángel no le dice "María, el Señor te trae una noticia", sino dice "alégrate, Llena de Gracia". Como si le hubiera cambiado el nombre. No la llama por el nombre suyo, sino por este otro nombre que le resulta a ella del todo familiar aunque nunca lo había escuchado.
Del todo familiar, porque allí radica la identidad misma de María, que justamente en Lourdes se va a presentar como la Inmaculada Concepción, que es una de las formas de decir que está llena de gracia. Es una de las maneras de decir esto mismo, Llena de Gracia. La identidad de María corresponde a esta expresión del Ángel.
Decimos que una persona tiene gracia cuando es bella, cuando tiene destreza, cuando en ella hay hermosura. Pero también decimos que una persona ha sido agraciada, cuando ha sido perdonada de una determinada culpa con la que debía pagar una pena. Recibió la gracia de ver saldada su deuda.
Estas dos realidades tienen lugar en María. Ella es Llena de Gracia, Plena de Gracia, porque es hermosa, bella. La más bella de todas las creaturas que Dios ha hecho sobre la faz de la tierra. Pero al mismo tiempo es porque ha sido preservada del pecado. Ha sido creada por el Padre, sin pecado. Sin pecado concebida. Es lo mismo que decir inmaculada en su concepción.
Llena de Gracia, Plena de Gracia, Inmaculada en la concepción, hermosa y bella, sin pecado concebida. Esto es lo que hoy celebramos justamente, al celebrar a María de Lourdes. Fíjate que la Iglesia, después de un largo tiempo, haciendo memoria de su tradición, en la expresión de Pío Nono, la declara como "Inmaculada" a María, como la concebida sin pecado.
Al mismo tiempo Ella se le presenta a Bernardita Soubirou, con esa misma expresión: YO SOY LA INMACULADA CONCEPCIÓN. La inmaculada quiere decir la que no tiene mácula, no tiene mancha, la que no tiene pecado. Ha sido concebida sin pecado.
Esta expresión, sin pecado,, que dice de estar llena de gracia por parte de Dios, en el Iglesia latina se manifiesta de esa manera. Pero en la Iglesia ortodoxa, se la llama María en vez de Inmaculada, para expresar un rasgo de su plenitud de gracia, toda santa. Lo que nosotros, en la Iglesia latina llamamos Inmaculada, la Iglesia ortodoxa la llama "Toda Santa".
Toda Santa es "toda llena de virtud", toda llena de los dones de Dios, plena, llena de la gracia. Es como una definición puesta en positivo. Es lo mismo dicho de otra manera. En la Iglesia latina marcamos este rasgo de Inmaculada en su concepción, sin mancha, mientras que en la ortodoxa se expresa se expresa esta otra realidad: la plenitud de los dones del Espíritu en su corazón.
¿De dónde le viene esto a María? Dios ha mirado la pequeñez de su servidora, dice ella. La gracia es Gracia. Y esto es como "gratuidad", como otro rasgo que conviene hoy como remarcar muy bien. No corresponde a su bondad. No corresponde a su condición virtuosa primero, para que Dios mire esto ni en función de eso, la llena de su gracia: corresponde a una total gratuidad de Dios.
La gracia de Dios es gratis. Con todo esto el Señor nos está invitando a nosotros a la apertura a su gracia. Si queremos imitar a María en algo, abrámonos a la Gracia de Dios. Es decir, pongámonos de cara al Señor y dejemos que nos penetre su mirada. Que una vez más no tome su bondad. Que una vez más nos bendiga su presencia grande.
María, la Llena de Gracia, nos invita a nosotros a ser, entre otras cosas, agradecidos. Ser agradecidos no es como cuando jugábamos al truco ayer con unos amigos, decirle al otro: quiero retruco. Mientras Dios te da algo, vos le respondés poniéndote por arriba a Dios en ese mismo reconocimiento, pero poniéndosela redoblada a la cuestión que el mismo Dios te ofrece.
Ser agradecido es levantar los brazos y alabarlo a Dios, alabarlo y bendecirlo en el reconocimiento de la indignidad de que aquello que nos es dado, no lo merecemos, pero al mismo tiempo lo necesitamos, nos hace falta. Eso es ser agradecido, es tener el corazón de hijos.
La Llena de Gracia lo reconoce así: MI ALMA CANTA LA GRANDEZA DEL SEÑOR. Mi alma alaba la grandeza del Señor. Canta, alaba y bendice a Dios porque ha mirado la humildad de su servidora. Reconoce que ha sido totalmente tomada por el Señor, y por eso lo bendice y por eso lo alaba.
Nosotros también, de cara a Dios, en el día de la Inmaculada Concepción de la Toda Santa, somos invitados a bendecir, alabar y agradecerlo al Señor.
San Agustín, hablando de la humanidad de Jesús, dice ¿cómo mereció llegara a ser hijo unigénito de Dios? ¿Precedió algún mérito a esta unión? ¿Qué obró, qué creyó o qué exigió precisamente para llegar a tan inefable y soberana dignidad, Jesús? Y responde Agustín: busca méritos busca justicia, busca motivos, y a ver si encuentras algo que no sea gracia. Ésta es la respuesta.
También en María. En su plena comunión de alianza nueva con Jesús. ¿Qué le mereció a llegar a ser la Madre de Dios? ¿Qué mérito previo tuvo esta mujer para ser visitada por el Ángel y recibir semejante mensaje y semejante misión? ¿Qué obró o qué creyó o qué exigió para llegar a tan inefable y soberana dignidad?
Busquemos méritos, dice Agustín, de Jesús, nosotros decimos de María, busquemos justicia, busquemos motivos y sólo vamos a encontrar gracia. La Llena de Gracia. Éste es el nombre que le cabe y allí está su identidad.
¡ ALÉGRATE, LLENA DE GRACIA !
Cuando nosotros vamos emparentándonos con Ella, cuando nos vamos familiarizando en el trato con Ella, descubrimos que no solamente esto es así para Ella, sin también para los hijos que nacemos y renacemos cada día en el trato con Ella. Aprendemos a descubrir en Ella y desde Ella, con Jesús, que todo es Gracia de Dios, que todo es don gratuito de Dios.
Pablo lo decía de una manera maravillosa en al primera Carta a los Corintios, en el cap. 15, en el v. 10 hay una expresión que dice justamente esto, respecto del Apóstol: Por gracia de Dios soy lo que soy. Llegamos a ser lo mejor de nosotros mismos, es decir, alcanzar nuestra vocación, alcanzar el proyecto que Dios tiene para con nosotros, cuando dócilmente nos entregamos con sencillez y con fidelidad a la Gracia de Dios, aceptando de Él lo que así venga, con absoluta indiferencia. Dice Ignacio de Loyola, no importándonos más salud que enfermedad, riqueza que pobreza, tener que no tener: santa indiferencia, con el corazón solo dispuesto a aceptar la voluntad y e querer, el Amor de Dios en nosotros.
Cuando el corazón se dispone y entra en esta clave de sintonía con el Señor, nosotros vamos también descubriendo que lo que podemos llegar a ser, sólo es don gratuito de Dios, que obra en nosotros de manera meritoria, haciéndonos vencer el pecado, la muerte, los vicios, los defectos y todo aquello que en nuestra naturaleza se muestra como herido.
Nosotros sí, tenemos una herida.
Y es tanto el amor de la Madre y de Jesús por nosotros y tanto el deseo de identificarse con nosotros, para ponernos donde ellos están llenos y plenos de gracia, que también ellos han querido dejarse herir. La Cruz es el lugar donde la Alianza de Amor entre María y Jesús nos alcanza también a nosotros, los que así nacimos, con pecado. Es decir, nacimos con una herida.
De hecho, en el momento en que la espada atraviesa el corazón del Maestro, también atraviesa el corazón de la Madre. La espada que atraviesa el corazón del Maestro es justamente la del pecado de la humanidad toda, y alcanza a la Madre por la plena comunión con Jesús. Ahora la sin pecado también aparece al pie de la cruz, herida por Amor. Y el que viene de lo alto, del Padre, el que fue concebido sin pecado, también es alcanzado por los efectos del pecado y aparece herido en la cruz.
Este misterio de alianza de amor que existe entre Jesús y la Madre, nos alcanza también a nosotros. Nosotros, en nuestro pecado, los herimos y ellos, en el derramamiento de su sangre, nos liberan del pecado, Jesús nos libera del pecado en comunión plena con la Madre, la concebida sin pecado, y nos permite entrar en plena comunión con ese misterio de amor.
Podemos llegar nosotros también a la plenitud del proyecto que Dios tiene para con nosotros, si nos dejamos alcanzar por la gracia de Jesús. Si nos dejamos tomar por la gracia. Llegamos a ser plenos, totalmente felices, sólo cuando nos dejamos tomar por la Gracia. Somos lo que estamos llamados a ser cuando la gracia de Dios nos gana el Corazón.
Yo soy lo que soy, dice el Apóstol, sólo por la gracia de Dios. ¿Te pusiste a pensar a qué estás llamado o llamada a ser? Toda persona tiene una vocación, nace con un designio. Dios Padre creador nos puso un código con el cual identificarnos en el tiempo. Hay que descubrirlo.
María lo descubre en el anuncio del Ángel. Hasta aquí nadie la llamó Llena de Gracia. Se llamaba María de Nazaret, la hija de Joaquín, de Ana, pero María, hasta aquí. Sólo María, pero Llena de Gracia....
Este secreto estaba reservado hasta ese tiempo. Hay un tiempo en tu vida donde Dios también quiere revelarte el secreto, que es tu vocación, que es tu llamado. Esto tiene que ver con tu proyecto. Es más que tener un trabajo. Es más que encontrar una solución a tus problemas económicos, matrimoniales; es más que encontrar una respuesta a tus problemas familiares, es mucho más que eso.
Una vocación es un don. Es un llamado. Es un llamado a la felicidad y a la plenitud. Solamente uno puede descubrirlo cuando, con santa indiferencia, dirá Ignacio de Loyola, se abre al querer y a la voluntad de Dios. A "sea lo que sea", lo que Dios quiera. Supone una actitud de abandono y de entrega, que se percibe claramente en el corazón de María ante el anuncio del Ángel.
Cuando el Ángel la invita a ser la Madre de Dios, después de Ella decir "yo no sé cómo será esto", el Ángel le explica y ella dice "Aquí está la servidora del Señor, que se haga en mí lo que has dicho". Es decir, se entrega. Se abandona.
Para que nosotros alcancemos el proyecto que Dios pensó desde siempre para nosotros, para que alcancemos la plenitud y la felicidad que Dios soñó para siempre para nosotros, hace falta tener esta actitud en el corazón: la actitud del abandono y de la entrega. De ponernos en las manos de Dios y decirle, como María, que se haga tu voluntad.
¿Qué tenemos que hacer ante la gracia que Dios nos derrama en nuestros corazones donde está contenido el proyecto, el plan, el designio de Dios para nuestra vida? Lo primero que debemos hacer es, nos enseña Pablo, dar gracias. A la gracia se responde con gracias, no queriendo retrucarla, sino ubicándonos en el lugar de creaturas. Pablo dice de una manera maravillosa en la primera Carta a los Corintios: Doy gracias a Dios sin cesar por ustedes, y, dice, a causa de la gracia de Dios. Doy gracias a Dios a causa de la misma gracia de Dios.
A la gracia de Dios debe seguir el gracias de nosotros, los hombres. Dar gracias no significa restituirle a Dios un favor que nos hizo, eso que decíamos recién, Dios nos dice truco, nosotros decimos quiero retruco. No se trata de eso.
¿Quién podría darle a Dios la contrapartida de lo que Dios le da? ¿Quién de nosotros?
Dar gracias significa mas bien, reconocer la gracia, aceptar la gratuidad. No querer por nosotros mismos salvarnos y encontrar el camino, sino humildemente ponernos a la mirada de Dios, como María y desde allí dejarnos rescatar por Dios.
Ésta es como una actitud religiosa fundamental, el ser agradecidos, el reconocernos deudores, dependientes, significa dejarle a Dios el lugar de Dios. Ser agradecidos es eso. María lo dice en el Magnificat: "Mi alma glorifica al Señor porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí.”
La lengua hebrea no conoce una palabra que significa "gracias", o exprese la idea de agradecimiento. Esa palabra no está en el lenguaje hebreo. Cuando se quiere dar gracias a Dios, el hombre bíblico, el hebreo, se dispone a alabarlo, a exaltarlo, a proclamar sus maravillas con entusiasmo. No solamente de boca, sino con todo su ser.
David aparece así en el templo, bailando, cantando, con los brazos en alto, con júbilo, con alegría por la grandeza de Dios. El Magnificat es el agradecimiento de María por tanta gracia recibida, inmerecida. "Ha mirado la humildad de su esclava". La nada. Quiere decir esto. No tuvo un acto de humildad y por eso Dios le dio determinada gracia, sino María reconoce que no es nada, sino en Dios.
Quizás también sea que por eso que en el Magnificat no aparece la palabra agradecer, sino glorificar, exultar, y cuando nosotros la contemplamos en esa oración, no podemos contemplarla sino con los brazos en alto, sonriente, alegre, feliz, cantando y bailando.
En la cultura semita las palabras siempre van en profunda consonancia con el cuerpo. Exultar y alabar es decirle a Dios: GRACIAS, DIOS, gracias por tu bondad, expresándolo también con el cuerpo. Así la contemplamos. Así la miramos.
María le devuelve a Dios el hecho de ser Dios en su acción de gracias y reconoce que todo lo que hay en ella es por Él. Ella le atribuye a Dios la mirada al decirle gracias. Lo extraordinario que está ocurriendo en ella, no se atribuye a sí misma ningún mérito. Ella está llena de gracia y esto es obra de Dios.
El icono que mejor expresa, dice Cantalamesa, en un texto que te lo recomiendo, "María, Espejo de la Iglesia". Dice Raniero Cantalamesa, predicador de Juan Pablo II, y de la Curia Romana, antes de que lo hiciera Mons. François Van Thuan, el icono que mejor expresa todo esto es el de la Panajia, o Toda Santa.
Hay una imagen que la muestra así y que se venera en Rusia muy especialmente. ¿Cómo aparece María? La Madre de Dios está en pie, con los brazos elevados y en una actitud de total apertura y de total acogida. El Señor está con ella. Esta imagen lo dice, relata Cantalamesa. Es la expresión del rostro de un niño que se hace visiblemente transparente. En el centro de la imagen aparece el rostro de María, como una niña, resplandeciente de transparencia. Es un rostro todo asombro, es un rostro todo silencio, es un rostro todo acogida, como si dijera, dice Cantalamesa, miren, miren lo que el Señor ha hecho en mí en el día en que quiso poner sobre esta pequeñez de creatura su mirada.
Esta invitación de "miren", miren esta transparencia, miren esta sencillez, miren lo que Dios ha hecho en mí, en esa expresión hay una invitación a hacerse discípulo de María.
Brota de la misma expresión. María es un camino que Dios nos abre, para entender cómo debemos disponer el corazón para recibir la gracia de Dios.
Ayer lo compartíamos en la Eucaristía, en la reflexión de la mañana por la radio. Unos catequistas invitaron a unos chicos a ir a la iglesia Catedral de su ciudad, y cuando se acercaron a los vitreaux donde estaban las imágenes de algunos santos, el catequista les explicaba a los chicos: Miren, esos que están allí son los santos. Los amigos de Dios.
Uno de los chicos, al regreso a su casa, se encuentra con la madre haciéndole algunas preguntas de cómo le fue, de qué hicieron, por donde anduvieron. Cuando le contó que fueron a la catedral y vieron algunos santos, la madre le preguntó: ¿y quiénes son los santos? Los santos, contestó el chico, son los que dejan pasar la luz. Haciendo referencia al vitreau.
María es eso. La Llena de Gracia deja pasar la luz y nosotros estamos llamados a eso también. Lo podemos hacer si nos dejamos tomar por Ella, y nos hacemos uno en alianza de amor con Ella, al punto tal, que nosotros podamos decir también, como lo dice el Apóstol, y como de algún modo también lo expresa Ella, "Yo ya no vivo, es Cristo quien vive en mí". Este es el camino de la santidad.
Ya no ser uno, sino la gracia de Dios en uno. "Soy lo que soy, por la gracia de Dios", dice el Apóstol también. Esta posibilidad está dada en el reconocimiento de la pequeñez. Esta posibilidad de dejarnos tomar todo por la gracia de Dios para que nuestra vida alcance su plenitud, y el proyecto de Dios sea plenitud en nuestra vida, está dada por el reconocimiento de nuestra pequeñez, de nuestra condición humilde.
Cuando Pablo siente que en su carne tiene clavada una espina, cuando se encuentra con su límite, cuando se encuentra con su pobreza, con su pequeñez, escucha una voz que le dice: te basta mi gracia. En tu debilidad Yo me hago fuerte.
Esto es lo que Dios quiere de nosotros, que reconozcamos nuestra pequeñez, que dejemos de lado la omnipotencia, que dejemos de lado la prepotencia, que nos apartemos de aquel lugar donde nos paramos para defendernos de nosotros mismos, que ponernos la coraza, y empezar a descubrir aquello que mejor tenemos a los ojos de Dios, que es nuestra pobreza.
Cuando soy débil entonces soy fuerte, dice el Apóstol. Él hace esta experiencia. Es la misma que hace María, y es la que Jesús pide que hagamos nosotros, que reconozcamos que somos pequeños, que sin Dios no podemos, que sin Él nada podríamos hacer. Que todo lo bueno en nosotros depende de la gracia de Dios.
"Yo soy el que soy, -le decía el Señor a Santa Catalina,- tú eres la que no eres", y entonces Catalina comienza a descubrir que ella puede comenzar a ser ella misma, en Aquél que le decía YO SOY EL QUE SOY. Lo mismo le decía el Señor a Moisés en el desierto: Yo soy.
Yo soy, dice el Señor, pero también utilizaba otra expresión para hablara de ese "Yo soy el que soy". El Señor pasó ante él proclamando. El Dios compasivo, el clemente, el paciente, el misericordioso y fiel. Tarado en la cólera y rico en gracia. Cuando Dios dice "ser el que es", está diciendo que en Él está la riqueza de todo don y de toda gracia.
Nosotros, como Catalina de Siena, tenemos que reconocer que "no somos", que sin Él, no podemos.