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lunes, 16 de abril de 2018

PAPA FRANCISCO INVITA A CAMBIAR LA FE INTERESADA POR UN AUTÉNTICO AMOR QUE DÉ TESTIMONIO


El Papa invita a cambiar la fe “interesada” por un auténtico amor que dé testimonio
Redacción ACI Prensa
 Foto: Vatican Media





El Papa Francisco alertó contra la fe “interesada” que algunos tienen e invitó a pensar lo que Dios ha hecho en la propia vida y devolver el amor recibido.

En la homilía que pronunció en la Misa en la Casa de Santa Marta, comentó el Evangelio del día que narra lo que sucede después de la multiplicación de los panes y los peces: una gran multitud de personas seguía a Jesús, pero los buscaba no solo para escucharlo sino por “intereses”.

“Vosotros me buscáis no porque habéis visto los signos, sino porque habéis comido de estos panes y os habéis saciado”, recordó el Papa que dijo Jesús.


Francisco explicó que buscaban a Jesús porque su palabra “llegaba al corazón” pero también por “una fe un poco interesada”. Jesús los invita a buscar el alimento que no perece, porque “la Palabra de Dios es el amor de Dios”.

Francisco puso el ejemplo de San Esteban, quien “seguía a Jesús sin analizar las consecuencias: esto me conviene, no me conviene, no era un interesado. Amaba. Y seguía a Jesús, seguro, y así terminó. Le han tejido la trampa de la calumnia, le han hecho entrar ahí y al final lo han lapidado, pero dando testimonio de Jesús”.

El Papa propuso pensar qué actitud se vive: si la de san Esteban o la de los intereses personales. “Y encontraremos muchas cosas grandes que Jesús nos ha dado gratuitamente, porque nos ama: a cada uno de nosotros. Y una vez que yo veo las cosas que Jesús ha hecho por mí, me hago la segunda pregunta: ¿yo qué debo hacer por Jesús? Y así, con estas dos preguntas, quizás logremos purificarnos de toda fe interesada”.

“Cuando veo todo lo que Jesús me ha dado, la generosidad del corazón va a: ‘¡Sí Señor, doy todo! Y no me equivocaré más en tales cosas, estos pecados’, cambiará de vida en esto”, señaló. “Es el camino de la conversión por amor: ‘tú me has dado tanto amor, también yo te doy este amor’”.

Francisco terminó que “este es un buen test para saber cómo seguimos a Jesús: ¿interesados o no? Refrescar la memoria: las dos preguntas. ¿Qué ha hecho Jesús por mí, en mi vida, por amor? Y viendo esto, qué debo hacer yo, por Jesús, como respondo a este amor. Y así seremos capaces de purificar nuestra de todo interés. Que el Señor nos ayude en este camino”.

viernes, 13 de abril de 2018

PAPA FRANCISCO CRITICA LA HIPOCRESÍA DEL MUNDO QUE GRITA LIBERTAD PERO CADA VEZ ES MÁS ESCLAVO


El Papa critica la hipocresía del mundo que grita “libertad” pero cada vez es más esclavo
Redacción ACI Prensa
Foto: Vatican Media




El Papa ha criticado que el mundo se encuentra sumido en la esclavitud a pesar de gritar constantemente a favor de la libertad y propuso 3 formas de verdadera libertad.

En la homilía que pronunció en la Misa en la Casa Santa Marta, habló de 3 tipos de libertad. “¿Somos libres de pensar con mente fría en dar espacio a Dios en nuestra vida como hizo Gamaliel?, ¿somos libres de seguir a Jesús con alegría también en el sufrimiento como Pedro y Juan?, ¿somos libres de las pasiones, de las ambiciones, de la moda?”, preguntó.

“O ¿somos como el mundo, que grita “¡libertad!” pero después sigue siendo esclavo?”, añadió.

Francisco habló del Evangelio del día sobre la multiplicación de los panes y los peces, y aprovechó para recordar que Jesús ha dado a todos el don de la libertad “con su obra redentora”.

“El hombre libre no tiene miedo del tiempo: deja hacer a Dios. Da espacio, para que Dios actúe en el tiempo. El hombre libre es paciente”, dijo hablando de la figura de Gamaliel.

“También Pilato pensaba bien, con la mente fría” y se da cuenta de que Jesús era inocente, pero “no fue capaz de resolver el problema, porque no era libre, quería hacer carrera” y “le faltaba el coraje de la libertad porque era esclavo del carrerismo, de la ambición, de su éxito”.

El Papa puso otro ejemplo de libertad fijándose en Pedro y Juan, “que habían sanado al paralítico y ahora estaban en el Sanedrín”. “Se tienen que ir fuera alegres de haber sido juzgados dignos de sufrir ultrajes en nombre de Jesús”.

“Esta es la alegría de imitar a Jesús. Es otra libertad: más grande, más larga, más cristiana”. Los dos estaban contentos “porque habían sufrido en nombre de Jesús”, comentó.

“Eran libres en el sufrimiento para seguir a Jesús” y así, afirmó Francisco, debe ser la actitud del cristiano: “Señor, tú me has dado tanto, has sufrido por mí. ¿Qué puedo hacer yo por ti? Toma, Señor, mi vida, mi mente, mi corazón, es todo tuyo”.

“Esta es la libertad de un enamorado de Jesucristo. Sellado por el Espíritu Santo, con la fe en Jesucristo. Tú has hecho esto por mí, yo hago esto por ti. También hoy hay muchos que están en la cárcel, cristianos, torturados, que llevan adelante esta libertad: la de confesar a Jesús”.

El tercer ejemplo que ofreció fue el de “Jesús mismo” que multiplica los panes y los peces pero se ve obligado a alejarse de nuevo de la multitud porque lo querían hacer rey. “Se alejó del triunfalismo. No se dejó engañar por este triunfalismo. Era libre”. Como en el desierto cuando rechazó las tentaciones, “porque era libre, y su libertad era seguir la voluntad del Padre. Y terminar en la cruz. Es el ejemplo de libertad más grande: Jesús”, añadió.

El Pontífice invitó a pensar “en mi libertad, nuestra libertad”. “¿Soy esclavo de mis pasiones, de mis ambiciones, de tantas cosas, de las riquezas, de la moda?”.

“Parece una broma, pero cuánta gente es esclava de la moda. Pensemos en nuestra libertad, en este mundo que es un poco esquizofrénico. Grita: “¡libertad, libertad, libertad!”, pero cada vez es más esclavo, esclavo, esclavo”.

miércoles, 11 de abril de 2018

CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO SOBRE EL BAUTISMO COMO FUNDAMENTO DE LA VIDA CRISTIANA


Catequesis del Papa Francisco sobre el Bautismo como fundamento de la vida cristiana
Redacción ACI Prensa
Foto: Vatican Media



En su primera catequesis sobre el Bautismo en la Audiencia General de los miércoles, el Papa Francisco recordó que este sacramento “nos sumerge en la muerte y resurrección del Señor, ahogando en la pila bautismal al hombre viejo, dominado por el pecado que separa de Dios y dando vida al hombre nuevo, recreado en Jesús”.

A continuación, el texto completo:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!


Los cincuenta días del tiempo litúrgico pascual son propicios para reflexionar sobre la vida cristiana que, por su naturaleza, es la vida que proviene de Cristo mismo. De hecho, somos cristianos en la medida en que permitimos que Jesucristo viva en nosotros. Entonces, ¿desde dónde podemos comenzar a reavivar esta conciencia si no desde el principio, desde el Sacramento que ha encendido la vida cristiana en nosotros? .Este es el Bautismo. La Pascua de Cristo, con su carga de novedad, nos alcanza a través del Bautismo para transformarnos a su imagen: los bautizados son de Jesucristo, Él es el Señor de su existencia. El bautismo es el "fundamento de toda la vida cristiana" (Catecismo de la Iglesia Católica, 1213). Es el primero de los sacramentos, ya que es la puerta que permite a Cristo el Señor  tomar morada en nuestra persona y a nosotros sumergirnos en su Misterio.

El verbo griego "bautizar" significa "sumergir" (véase CIC, 1214). El baño con agua es un ritual común a varias creencias para expresar la transición de una condición a otra, un signo de purificación para un nuevo comienzo. Pero para nosotros, los cristianos, no debe pasar por alto que si es el cuerpo el que se sumerge en el agua, es el alma la que se sumerge en Cristo para recibir el perdón del pecado y resplandecer con la luz divina (cf. Tertuliano, Sobre la resurrección de los muertos, VIII, 3: CCL 2, 931, PL 2, 806). En virtud del Espíritu Santo, el bautismo nos sumerge en la muerte y resurrección del Señor, ahogando en la pila bautismal al hombre viejo, dominado por el pecado que separa de Dios y dando vida  al hombre nuevo, recreado en Jesús. En él, todos los hijos de Adán son llamados a una nueva vida. El Bautismo es, pues, un renacimiento. Estoy seguro, segurísimo de que todos nosotros recordamos la fecha de nuestro nacimiento: seguro. Pero yo me pregunto, con algo de duda, y os pregunto a vosotros : ¿Cada uno de nosotros recuerda la fecha de su bautismo? Algunos dicen que sí –está bien-. Pero es un sí algo débil porque quizás muchos no la recuerdan. Pero si celebramos el día en que nacimos ¿por qué no celebrar, o por lo menos recordar, el día del renacimiento? Yo os pongo unos deberes para casa. Los que no se acuerden de la fecha del bautismo, que pregunten a su madre, a los tíos, a los sobrinos, que pregunten: “¿Tú sabes cuál es la fecha de mi bautismo?” . Y no la olvidéis nunca. Y ese día dad gracias al Señor porque es precisamente el día en que Jesús entró en mí, en que el Espíritu Santo entró en mí. ¿Habéis entendido bien los deberes? Todos tenemos que saber la fecha de nuestro bautismo. Es otro cumpleaños: el cumpleaños del renacimiento. No os olvidéis de hacerlo, por favor.

Recordemos las últimas palabras del Señor Resucitado a los Apóstoles; son un mandato preciso: "Id y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt 28, 19). A través del lavacro bautismal, el  que cree en Cristo se sumerge en la misma vida de la Trinidad.

De hecho, no es un agua cualquiera la del Bautismo, sino el  agua sobre la que se invoca el Espíritu que "da vida" (Credo). Pensamos en lo que Jesús dijo a Nicodemo, para explicarle el nacimiento en la vida divina: "El que no nazca de agua y de espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo nacido de la carne, es carne; lo nacido del Espíritu es espíritu "(Jn 3: 5-6). Por lo tanto, el bautismo también se llama "regeneración": creemos que Dios nos ha salvado "según su misericordia, por medio del baño de regeneración y de renovación del Espíritu." (Tito 3: 5).


El bautismo es, por lo tanto, un signo eficaz de renacimiento, para caminar en una nueva vida. San Pablo lo recuerda a los cristianos de Roma: "¿O es que ignoráis que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús fuimos bautizados en su muerte? Fuimos, pues, con él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva"(Rom 6: 3-4).

Al sumergirnos en Cristo, el Bautismo también nos hace miembros de su Cuerpo, que es la Iglesia, y partícipes de su misión en el mundo (Cfr. CCC 1213). Nosotros, los bautizados, no estamos aislados: somos miembros del Cuerpo de Cristo.  La vitalidad que fluye de la fuente bautismal se ilustra con estas palabras de Jesús: "Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto” (Jn 15, 5). Una misma vida, la del Espíritu Santo, fluye de Cristo a los bautizados, uniéndolos en un solo Cuerpo (cf. 1 Cor 12:13), con el crisma de la santa unción y alimentado en  la mesa eucarística.

El bautismo permite a Cristo vivir en nosotros y a nosotros vivir unidos a él, para colaborar en la Iglesia, cada uno según su condición, en la transformación del mundo. Recibido solo una vez, el lavacro bautismal ilumina toda nuestra vida, guiando nuestros pasos hacia la Jerusalén del Cielo. Hay un antes y un después del bautismo. El Sacramento supone un camino de fe, que llamamos catecumenado, evidente cuando es un adulto quien pide el bautismo. Pero incluso los niños, desde la antigüedad, son bautizados en la fe de sus padres (véase Rito del Bautismo de los Niños, Introducción, 2).  Y sobre esto quisiera deciros algo. Algunos piensan: pero ¿por qué bautizar a un niño que no entiende? Esperemos a que crezca, a que entienda y sea él mismo el que pida el bautismo. Pero esto significa no tener confianza en el Espíritu Santo, porque cuando bautizamos a un niño, en ese niño entra el Espíritu Santo y el Espíritu Santo hace que crezcan en ese niño, desde pequeño, virtudes cristianas que florecerán después. Siempre hay que dar a todos esta oportunidad , a todos los niños, la de tener dentro al Espíritu Santo que los guíe durante la vida. ¡No os olvidéis de bautizar a los niños! Nadie merece el Bautismo, que es siempre un don gratuito para todos, adultos y recién nacidos. Pero como sucede con una semilla llena de vida, este regalo arraiga y da fruto en una tierra alimentada por la fe. Las promesas bautismales que renovamos cada año en la Vigilia Pascual deben ser reavivadas todos los días para que el Bautismo "cristifique": no hay que tener miedo de esta palabra: el bautismo nos “cristifica”, quien ha recibido el bautismo y es “cristificado” se asemeja a Cristo, se transforma en Cristo y se hace de verdad otro Cristo.

ESTAS SON LAS CELEBRACIONES QUE PRESIDIRÁ EL PAPA FRANCISCO EN ABRIL Y MAYO 2018


Las celebraciones que presidirá el Papa en abril y mayo de 2018
Redacción ACI Prensa
Foto Daniel Ibáñez / ACI Prensa




La Oficina de Prensa del Vaticano dio a conocer este miércoles la lista de celebraciones que presidirá el Papa Francisco en los meses de abril y mayo de 2018.

Abril

El viernes 20 de abril el Santo Padre hará un viaje dentro de Italia. Visitará la localidad de Alessano, en la Diócesis de Ugento-Santa Maria de Luca, y Molfetta, en la Diócesis de Molfetta-Ruvo-Giovinazzo-Terlizzi.

El viaje es en ocasión del 25° aniversario de la muerte de Mons. Tonino Bello, Obispo de Molfetta, actualmente en proceso de beatificación.

El domingo 22 de abril el Pontífice presidirá una Misa en la Basílica de San Pedro a las 9:15 a.m, en la que conferirá la ordenación sacerdotal a varios diáconos.

Mayo

El martes 1 de mayo el Papa Francisco se dirigirá al Santuario del Divino Amor, en las afueras de Roma, para rezar el Santo Rosario con ocasión del inicio del mes mariano.

El sábado 5 de mayo el Santo Padre presidirá en Tor Vergata, también en las afueras de Roma, un encuentro con el Camino Neocatecumenal desde las 11:00 a.m., con motivo del 50° aniversario del inicio de este movimiento eclesial en Roma.


El sábado 19 de mayo desde las 10:00 a.m., el Pontífice presidirá un consistorio ordinario público para algunas causas de canonización, entre las que probablemente estarán la del Beato Papa Pablo VI y Mons. Oscar Arnulfo Romero.

Un consistorio es una reunión de cardenales, en este caso todos los que se encuentren Roma en esa fecha, que son convocados por el Santo Padre.

El domingo 20 de mayo el Papa presidirá en la Basílica de San Pedro la Misa por la Solemnidad de Pentecostés a las 10:00 a.m.

lunes, 9 de abril de 2018

PAPA FRANCISCO PUBLICA SU NUEVA EXHORTACIÓN APOSTÓLICA SOBRE EL LLAMADO A LA SANTIDAD


El Papa Francisco publica su nueva Exhortación Apostólica sobre el llamado a la santidad
POR ÁLVARO DE JUANA | ACI Prensa
 Foto: Daniel Ibáñez / ACI Prensa




“Gaudete et exsultate, sobre el llamado a la santidad en el mundo actual” es la tercera exhortación apostólica del Papa Francisco –después de Evangelii gaudium y de Amoris laetitia– y de su Pontificado, que acaba de cumplir 5 años.

En la introducción, el Papa explica que “el Señor lo pide todo, y lo que ofrece es la verdadera vida, la felicidad para la cual fuimos creados”. “Él nos quiere santos y no espera que nos conformemos con una existencia mediocre, aguada, licuada. En realidad, desde las primeras páginas de la Biblia está presente, de diversas maneras, el llamado a la santidad. Así se lo proponía el Señor a Abraham: 'Camina en mi presencia y sé perfecto’”.

Francisco explica que con el nuevo documento no es “un tratado sobre la santidad, con tantas definiciones y distinciones que podrían enriquecer este importante tema, o con análisis que podrían hacerse acerca de los medios de santificación”.

“Mi humilde objetivo es hacer resonar una vez más el llamado a la santidad, procurando encarnarlo en el contexto actual, con sus riesgos, desafíos y oportunidades. Porque a cada uno de nosotros el Señor nos eligió ‘para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor’”, añade.

La Exhortación se divide en 5 capítulos: El llamado a la santidad; Dos sutiles enemigos de la santidad; A la luz del maestro; Algunas notas de la santidad en el mundo actual; Combate, vigilancia y discernimiento, todos ellos repartidos en 177 puntos.

Se trata además el primer documento de este tipo que está dirigido en primera persona al lector. El Papa incluso pregunta si “¿eres consagrada o consagrado? Sé santo viviendo con alegría tu entrega. ¿Estás casado? Sé santo amando y ocupándote de tu marido o de tu esposa, como Cristo lo hizo con la Iglesia. ¿Eres un trabajador? Sé santo cumpliendo con honradez y competencia tu trabajo al servicio de los hermanos. ¿Eres padre, abuela o abuelo? Sé santo enseñando con paciencia a los niños a seguir a Jesús. ¿Tienes autoridad? Sé santo luchando por el bien común y renunciando a tus intereses personales”.

Santos "de la puerta de al lado"

“En la Iglesia, santa y compuesta de pecadores, encontrarás todo lo que necesitas para crecer hacia la santidad”, añade después de estas preguntas.

Francisco pide pensar en “los santos de la puerta de al lado”, es decir, no solo en los “ya beatificados o canonizados”. “Me gusta ver la santidad en el pueblo de Dios paciente: en esta constancia para seguir adelante día a día, veo la santidad de la Iglesia militante. La santidad ‘de la puerta de al lado’; ‘la clase media de la santidad’”.

El Pontífice destaca que “cada santo es una misión; es un proyecto del Padre para reflejar y encarnar, en un momento determinado de la historia, un aspecto del Evangelio”.

En este ejercicio de la santidad, “no es sano amar el silencio y rehuir el encuentro con el otro, desear el descanso y rechazar la actividad, buscar la oración y menospreciar el servicio”, por lo que la relación con el prójimo es fundamental.


Agnosticismo y pelagianismo

El Pontífice también anima a no tener miedo a la santidad, puesto que “no te quitará fuerzas, vida o alegría” sino “todo lo contrario, porque llegarás a ser lo que el Padre pensó cuando te creó”.

En el capítulo llamado “Dos sutiles enemigos de la santidad”, el Santo Padre asegura que uno de ellos es el “agnosticismo actual” que posee “una superficialidad vanidosa: mucho movimiento en la superficie de la mente, pero no se mueve ni se conmueve la profundidad del pensamiento”.

“Aun cuando la existencia de alguien haya sido un desastre, aun cuando lo veamos destruido por los vicios o las adicciones, Dios está en su vida”, recuerda el Papa.

El segundo enemigo es el “pelagianismo actual” que defiende que “todo se puede con la voluntad humana”. “La Iglesia enseñó reiteradas veces que no somos justificados por nuestras obras o por nuestros esfuerzos, sino por la gracia del Señor que toma la iniciativa”, escribe Francisco para recordar a continuación que el mandamiento principal es “amarás a tu prójimo como a ti mismo”.

Bienaventuranzas

"¿Cómo se hace para llegar a ser un buen cristiano?", se pregunta el Pontífice. “La respuesta es sencilla: es necesario hacer, cada uno a su modo, lo que dice Jesús en el Sermón de las Bienaventuranzas”, responde.

En la Exhortación, lamenta “que a veces las ideologías nos lleven a dos errores nocivos”. “Por una parte –critica el Papa– el de los cristianos que separan estas exigencias del Evangelio de su relación personal con el Señor, de la unión interior con él, de la gracia”.

Pero también considera “nocivo e ideológico” que algunos sospechen “del compromiso social de los demás, considerándolo algo superficial, mundano, secularista, inmanentista, comunista, populista”.

Las obras de misericordia y la defensa de la vida

“La defensa del inocente que no ha nacido, por ejemplo, debe ser clara, firme y apasionada. Pero igualmente sagrada es la vida de los pobres que ya han nacido, que se debaten en la miseria”.

Asimismo, Francisco recuerda la situación que viven los inmigrantes que dejan su país en busca de un futuro mejor, y afirma que “no se trata de un invento de un Papa o de un delirio pasajero”.

Francisco asegura también que “quien de verdad quiera dar gloria a Dios con su vida, quien realmente anhele santificarse para que su existencia glorifique al Santo, está llamado a obsesionarse, desgastarse y cansarse intentando vivir las obras de misericordia”.

Es aquí donde critica el “consumismo hedonista” y cree que “puede jugarnos una mala pasada”. “También el consumo de información superficial y las formas de comunicación rápida y virtual pueden ser un factor de atontamiento que se lleva todo nuestro tiempo y nos aleja de la carne sufriente de los hermanos”, afirma.

Francisco cree que “la fuerza del testimonio de los santos está en vivir las bienaventuranzas y el protocolo del juicio final” y por eso recomienda “vivamente releer con frecuencia estos grandes textos bíblicos, recordarlos, orar con ellos, intentar hacerlos carne. Nos harán bien, nos harán genuinamente felices”, dice.

Manifestaciones de amor

En “Algunas notas de la santidad en el mundo actual”, el Papa no recuerda los medios de santificación que ya se conocen, sino que se refiere a algunos aspectos de la santidad que de algún modo son especiales.

A su parecer, son 5 las “grandes manifestaciones del amor a Dios y al prójimo” de gran importancia “debido a algunos riesgos y límites de la cultura de hoy”.


Una sociedad contemporánea en la que se manifiestan “la ansiedad nerviosa y violenta que nos dispersa y nos debilita; la negatividad y la tristeza; la acedia cómoda, consumista y egoísta; el individualismo, y tantas formas de falsa espiritualidad sin encuentro con Dios que reinan en el mercado religioso actual.”.

Las manifestaciones son: aguante, paciencia y mansedumbre; alegría y sentido del humor; audacia y fervor; en comunidad; en oración constante.

Un combate permanente

La Exhortación termina con un capítulo dedicado al combate, la vigilancia y al discernimiento. Sobre lo primero, Francisco subraya que “la vida cristiana es un combate permanente”. “Se requieren fuerza y valentía para resistir las tentaciones del diablo y anunciar el Evangelio. Esta lucha es muy bella, porque nos permite celebrar cada vez que el Señor vence en nuestra vida”.

El Papa asegura que “es también una lucha constante contra el diablo” y pide no pensar que se trata de “un mito, una representación, un símbolo, una figura o una idea” porque “ese engaño nos lleva a bajar los brazos, a descuidarnos y a quedar más expuestos”.

“Él no necesita poseernos. Nos envenena con el odio, con la tristeza, con la envidia, con los vicios. Y así, mientras nosotros bajamos la guardia, él aprovecha para destruir nuestra vida, nuestras familias y nuestras comunidades”, escribe refiriéndose al diablo.

El camino a la santidad también “es también una lucha constante” y “quien no quiera reconocerlo se verá expuesto al fracaso o a la mediocridad”.

“Para el combate tenemos las armas poderosas que el Señor nos da: la fe que se expresa en la oración, la meditación de la Palabra de Dios, la celebración de la Misa, la adoración eucarística, la reconciliación sacramental, las obras de caridad, la vida comunitaria, el empeño misionero”.

La importancia del discernimiento

“¿Cómo saber si algo viene del Espíritu Santo o si su origen está en el espíritu del mundo o en el espíritu del diablo?”, pregunta el Pontífice, “La única forma es el discernimiento, que no supone solamente una buena capacidad de razonar o un sentido común, es también un don que hay que pedir”, explica.

A este respecto elude a que “todos, pero especialmente los jóvenes, están expuestos a un zapping constante” y “sin la sabiduría del discernimiento podemos convertirnos fácilmente en marionetas a merced de las tendencias del momento”.

“No es posible prescindir del silencio de la oración detenida para percibir mejor ese lenguaje, para interpretar el significado real de las inspiraciones que creímos recibir”, añade en este punto.

Por último, el Papa Francisco desea que “María corone estas reflexiones, porque ella vivió como nadie las bienaventuranzas de Jesús” y recuerda que “es la santa entre los santos, la más bendita, la que nos enseña el camino de la santidad y nos acompaña”.

“Espero que estas páginas sean útiles para que toda la Iglesia se dedique a promover el deseo de la santidad. Pidamos que el Espíritu Santo infunda en nosotros un intenso anhelo de ser santos para la mayor gloria de Dios y alentémonos unos a otros en este intento. Así compartiremos una felicidad que el mundo no nos podrá quitar”, concluye Francisco.

domingo, 8 de abril de 2018

PAPA FRANCISCO EN DIVINA MISERICORDIA: PECAS MUCHO? PIDE MUCHA MISERICORDIA Y VEREMOS QUIÉN GANA


El Papa en Divina Misericordia: ¿Pecas mucho? Pide mucha misericordia y veremos quién gana
POR ÁLVARO DE JUANA | ACI Prensa
 Foto: Daniel Ibáñez / ACI Prensa





En la Misa que el Papa Francisco presidió por el II Domingo de Pascua o también llamado Domingo de la Misericordia, afirmó que para conocer y tocar la misericordia de Jesús es necesario dejarse perdonar.

“¿Cómo saborear este amor, cómo tocar hoy con la mano la misericordia de Jesús?”, preguntó a los fieles presentes.

“Para experimentar el amor hay que pasar por allí: dejarse perdonar. Pero ir a confesarse parece difícil, porque nos viene la tentación ante Dios de hacer como los discípulos en el Evangelio: atrincherarnos con las puertas cerradas”.

Francisco habló de la vergüenza que se siente al haber pecado y aseguró que cuando ocurre esto “debemos estar agradecidos: quiere decir que no aceptamos el mal, y esto es bueno. La vergüenza es una invitación secreta del alma que necesita del Señor para vencer el mal. El drama está cuando no nos avergonzamos ya de nada. No tengamos miedo de sentir vergüenza. Pasemos de la vergüenza al perdón”.

El Papa comentó el Evangelio de la liturgia del día en el que se narra el momento en el que el discípulo Tomás se encentra con Jesús resucitado y necesita comprobar sus heridas para creer.


“A pesar de su incredulidad, debemos agradecer a Tomás que no se conformara con escuchar a los demás decir que Jesús estaba vivo, ni tampoco con verlo en carne y hueso, sino que quiso ver en profundidad, tocar sus heridas, los signos de su amor”.

“Para nosotros es suficiente saber que Dios existe; no nos llena la vida un Dios resucitado pero lejano; no nos atrae un Dios distante, por más que sea justo y santo. No, tenemos también la necesidad de 'ver a Dios', de palpar que él ha resucitado por nosotros”, reconoció Francisco.

El Papa dijo que para verlo hay que mirar a sus llagas: “Al mirarlas, ellos comprendieron que su amor no era una farsa y que los perdonaba, a pesar de que estuviera entre ellos quien lo renegó y quien lo abandonó. Entrar en sus llagas es contemplar el amor inmenso que brota de su corazón. Es entender que su corazón palpita por mí, por ti, por cada uno de nosotros”.

“Podemos considerarnos y llamarnos cristianos, y hablar de los grandes valores de la fe, pero, como los discípulos, necesitamos ver a Jesús tocando su amor. Solo así vamos al corazón de la fe y encontramos, como los discípulos, una paz y una alegría que son más sólidas que cualquier duda”.

Por otro lado, el Pontífice señaló que “Dios no se ofende de ser ‘nuestro', porque el amor pide intimidad, la misericordia suplica confianza”.

“Ellos lo hacían por miedo y nosotros también tenemos miedo, vergüenza de abrirnos y decir los pecados. Que el Señor nos conceda la gracia de comprender la vergüenza, de no considerarla como una puerta cerrada, sino como el primer paso del encuentro”.

“Existe, en cambio, una puerta cerrada ante el perdón del Señor, la de la resignación. La experimentaron los discípulos, que en la Pascua constataban amargamente que todo había vuelto a ser como antes”, alertó el Papa.


A este respecto, denunció que “también nosotros podemos pensar: ‘Soy cristiano desde hace mucho tiempo y, sin embargo, no cambia nada, cometo siempre los mismos pecados’. Entonces, desalentados, renunciamos a la misericordia”.

“Pero el Señor nos interpela: ‘¿No crees que mi misericordia es más grande que tu miseria? ¿Eres reincidente en pecar? Sé reincidente en pedir misericordia, y veremos quién gana’”.

“En cada perdón somos renovados, animados, porque nos sentimos cada vez más amados. Y cuando siendo amados caemos, sentimos más dolor que antes. Es un dolor benéfico, que lentamente nos separa del pecado. Descubrimos entonces que la fuerza de la vida es recibir el perdón de Dios y seguir adelante, de perdón en perdón”, añadió.

El Papa, antes de concluir, recordó que “Dios obra maravillas” y que “Él no decide jamás separarse de nosotros, somos nosotros los que le dejamos fuera”.

“Pero cuando nos confesamos acontece lo inaudito: descubrimos que precisamente ese pecado, que nos mantenía alejados del Señor, se convierte en el lugar del encuentro con Él. Allí, el Dios herido de amor sale al encuentro de nuestras heridas. Y hace que nuestras llagas miserables sean similares a sus llagas gloriosas. Porque Él es misericordia y obra maravillas en nuestras miserias”.

HOMILÍA DEL PAPA FRANCISCO EN LA MISA DEL DOMINGO DE LA DIVINA MISERICORDIA


Homilía del Papa Francisco en la Misa del Domingo de la Divina Misericordia
Redacción ACI Prensa
 Foto: Daniel Ibáñez / ACI Prensa




La Plaza de San Pedro albergó una Misa presidida por el Papa Francisco con motivo del II Domingo de Pascua o también llamado Domingo de la Divina Misericordia.

El Pontífice habló del pecado y señaló que “cuando nos confesamos acontece lo inaudito: descubrimos que precisamente ese pecado, que nos mantenía alejados del Señor, se convierte en el lugar del encuentro con él. Allí, el Dios herido de amor sale al encuentro de nuestras heridas”.

A continuación, el texto completo de la homilía:


En el Evangelio de hoy aparece varias veces el verbo ver: «Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor» (Jn 20,20); luego, dijeron a Tomás: «Hemos visto al Señor» (v. 25). Pero el Evangelio no describe al Resucitado ni cómo lo vieron; solo hace notar un detalle: «Les enseñó las manos y el costado» (v. 20). Es como si quisiera decirnos que los discípulos reconocieron a Jesús de ese modo: a través de sus llagas. Lo mismo sucedió a Tomás; también él quería ver «en sus manos la señal de los clavos» (v. 25) y después de haber visto creyó (v. 27).

A pesar de su incredulidad, debemos agradecer a Tomás que no se conformara con escuchar a los demás decir que Jesús estaba vivo, ni tampoco con verlo en carne y hueso, sino que quiso ver en profundidad, tocar sus heridas, los signos de su amor. El Evangelio llama a Tomás «Dídimo» (v. 24), es decir, mellizo, y en su actitud es verdaderamente nuestro hermano mellizo. Porque tampoco para nosotros es suficiente saber que Dios existe; no nos llena la vida un Dios resucitado pero lejano; no nos atrae un Dios distante, por más que sea justo y santo. No, tenemos también la necesidad de “ver a Dios”, de palpar que él ha resucitado por nosotros.

¿Cómo podemos verlo? Como los discípulos, a través de sus llagas. Al mirarlas, ellos comprendieron que su amor no era una farsa y que los perdonaba, a pesar de que estuviera entre ellos quien lo renegó y quien lo abandonó. Entrar en sus llagas es contemplar el amor inmenso que brota de su corazón. Es entender que su corazón palpita por mí, por ti, por cada uno de nosotros. Queridos hermanos y hermanas: Podemos considerarnos y llamarnos cristianos, y hablar de los grandes valores de la fe, pero, como los discípulos, necesitamos ver a Jesús tocando su amor. Solo así vamos al corazón de la fe y encontramos, como los discípulos, una paz y una alegría (cf. vv. 19- 20) que son más sólidas que cualquier duda.

Tomás, después de haber visto las llagas del Señor, exclamó: «¡Señor mío y Dios mío!» (v. 28). Quisiera llamar la atención sobre este adjetivo que Tomás repite: mío. Es un adjetivo posesivo y, si reflexionamos, podría parecer fuera de lugar atribuirlo a Dios: ¿Cómo puede Dios ser mío? ¿Cómo puedo hacer mío al Omnipotente? En realidad, diciendo mío no profanamos a Dios, sino que honramos su misericordia, porque él es el que ha querido “hacerse nuestro”. Y como en una historia de amor, le decimos: “Te hiciste hombre por mí, moriste y resucitaste por mí, y entonces no eres solo Dios; eres mi Dios, eres mi vida. En ti he encontrado el amor que buscaba y mucho más de lo que jamás hubiera imaginado”.

Dios no se ofende de ser “nuestro”, porque el amor pide intimidad, la misericordia suplica confianza. Cuando Dios comenzó a dar los diez mandamientos ya decía: «Yo soy el Señor, tu Dios» (Ex 20,2) y reiteraba: «Yo, el Señor, tu Dios, soy un Dios celoso» (v. 5). He aquí la propuesta de Dios, amante celoso que se presenta como tu Dios. Y la respuesta brota del corazón conmovido de Tomás: «¡Señor mío y Dios mío!». Entrando hoy en el misterio de Dios a través de las llagas, comprendemos que la misericordia no es una entre otras cualidades suyas, sino el latido mismo de su corazón. Y entonces, como Tomás, no vivimos más como discípulos inseguros, devotos pero vacilantes, sino que nos convertimos también en verdaderos enamorados del Señor.


¿Cómo saborear este amor, cómo tocar hoy con la mano la misericordia de Jesús? Nos lo sugiere el Evangelio, cuando pone en evidencia que la misma noche de Pascua (cf. v. 19), lo primero que hizo Jesús apenas resucitado fue dar el Espíritu para perdonar los pecados. Para experimentar el amor hay que pasar por allí: dejarse perdonar. Pero ir a confesarse parece difícil, porque nos viene la tentación ante Dios de hacer como los discípulos en el Evangelio: atrincherarnos con las puertas cerradas. Ellos lo hacían por miedo y nosotros también tenemos miedo, vergüenza de abrirnos y decir los pecados. Que el Señor nos conceda la gracia de comprender la vergüenza, de no considerarla como una puerta cerrada, sino como el primer paso del encuentro. Cuando sentimos vergüenza, debemos estar agradecidos: quiere decir que no aceptamos el mal, y esto es bueno. La vergüenza es una invitación secreta del alma que necesita del Señor para vencer el mal. El drama está cuando no nos avergonzamos ya de nada. No tengamos miedo de sentir vergüenza. Pasemos de la vergüenza al perdón.

Existe, en cambio, una puerta cerrada ante el perdón del Señor, la de la resignación. La experimentaron los discípulos, que en la Pascua constataban amargamente que todo había vuelto a ser como antes. Estaban todavía allí, en Jerusalén, desalentados; el “capítulo Jesús” parecía terminado y después de tanto tiempo con él nada había cambiado. También nosotros podemos pensar: “Soy cristiano desde hace mucho tiempo y, sin embargo, no cambia nada, cometo siempre los mismos pecados”. Entonces, desalentados, renunciamos a la misericordia. Pero el Señor nos interpela: “¿No crees que mi misericordia es más grande que tu miseria? ¿Eres reincidente en pecar? Sé reincidente en pedir misericordia, y veremos quién gana”. Además —quien conoce el sacramento del perdón lo sabe—, no es cierto que todo sigue como antes. En cada perdón somos renovados, animados, porque nos sentimos cada vez más amados. Y cuando siendo amados caemos, sentimos más dolor que antes. Es un dolor benéfico, que lentamente nos separa del pecado. Descubrimos entonces que la fuerza de la vida es recibir el perdón de Dios y seguir adelante, de perdón en perdón.

Además de la vergüenza y la resignación, hay otra puerta cerrada, a veces blindada: nuestro pecado. Cuando cometo un pecado grande, si yo —con toda honestidad— no quiero perdonarme, ¿por qué debe hacerlo Dios? Esta puerta, sin embargo, está cerrada solo de una parte, la nuestra; que para Dios nunca es infranqueable. A él, como enseña el Evangelio, le gusta entrar precisamente “con las puertas cerradas”, cuando todo acceso parece bloqueado. Allí Dios obra maravillas. Él no decide jamás separarse de nosotros, somos nosotros los que le dejamos fuera. Pero cuando nos confesamos acontece lo inaudito: descubrimos que precisamente ese pecado, que nos mantenía alejados del Señor, se convierte en el lugar del encuentro con él. Allí, el Dios herido de amor sale al encuentro de nuestras heridas. Y hace que nuestras llagas miserables sean similares a sus llagas gloriosas. Porque él es misericordia y obra maravillas en nuestras miserias. Pidamos hoy como Tomás la gracia de reconocer a nuestro Dios, de encontrar en su perdón nuestra alegría, en su misericordia nuestra esperanza.

sábado, 7 de abril de 2018

PAPA FRANCISCO DESAFÍA A JÓVENES: ¿ESTOY DISPUESTO A HACER MÍOS LOS SUEÑOS DE JESÚS?


El Papa desafía a jóvenes: ¿Estoy dispuesto a hacer míos los sueños de Jesús?
POR WALTER SÁNCHEZ SILVA | ACI Prensa
Foto: Daniel Ibáñez / ACI Prensa




El Papa Francisco recibió este sábado a unos 3 mil jóvenes de la diócesis italiana de Brescia, a quienes desafío a hacerse una importante pregunta: “¿Estoy dispuesto a hacer míos los sueños de Jesús?”

En el Aula Pablo VI en el Vaticano y en medio de un ambiente de fiesta, el Santo Padre explicó que los obispos, que en octubre se reunirán para un Sínodo sobre los jóvenes, si están escuchando realmente a las nuevas generaciones.

El Papa cuestionó luego a los presentes si “¿Están dispuestos a escuchar a Jesús y cambiar cualquier cosa de ustedes mismos? Dejo esta pregunta para que entre en vuestro corazón”.

“Cada uno reflexione dentro de sí, en el propio corazón: ¿Estoy dispuesto a hacer míos los sueños de Jesús? ¿O tengo miedo de que sus sueños puedan ‘perturbar’ mis sueños? ¿Y cuáles son los sueños de Jesús? El sueño de Jesús es aquel que en los Evangelios es llamado el Reino de Dios”.

El Papa explicó que “el Reino de Dios significa el amor a Dios y el amor entre nosotros, formar una gran familia de hermanos y hermanas con Dios como Padre, que ama a todos sus hijos y se llena de alegría cuando uno que estaba lejos vuelve a casa. Este es el sueño de Jesús”.

“Les pregunto: ¿Están dispuestos a hacerlo suyo? ¿Están dispuestos también a cambiar para abrazar este sueño? (Los jóvenes responden ¡Sí!) Está bien”.

Francisco indicó que “Jesús es muy claro. Dice: ‘Si alguno quiere seguirme –conmigo, detrás de mí– que se niegue a sí mismo’. ¿Por qué usa esta palabra que suena un poco fea ‘negarse a sí mismo’? ¿Cómo así? ¿En qué forma debe entenderse? No quiere decir despreciar lo que Dios mismo nos ha dado: la vida, los deseos, el cuerpo, las amistades… No, todo esto Dios lo ha querido y lo quiere para nuestro bien”.

Entonces, precisó el Pontífice, “lo que Jesús pide a quien quiere seguirlo es ‘negarse a sí mismo’ porque en cada uno de nosotros hay algo que la Biblia llama el ‘hombre viejo’: es un ‘hombre viejo’, un yo egoísta que no sigue la lógica de Dios, la lógica del amor, sino que sigue la lógica opuesta, la del egoísmo, la de hacer el propio interés, disfrazado con frecuencia de una cara buena para esconderlo”.

“Ustedes conocen todas estas cosas, son cosas de la vida. Jesús ha muerto en la cruz para liberarnos de esta esclavitud del hombre viejo, que no es externa sino interna. Cuántos de nosotros somos esclavos del egoísmo, del apego a las riquezas, de los vicios. Son estas esclavitudes internas, es el pecado que nos hacer morir dentro”.

El Pontífice resaltó luego que solo “Jesús puede salvarnos de este mal, pero es necesaria nuestra colaboración, que cada uno de nosotros diga: ‘Jesús, perdóname, dame un corazón como el tuyo, humilde y lleno de amor’. Así era el corazón de Jesús. Así amaba Jesús. Así vivía Jesús”.

“¿Saben? ¡Una oración así Jesús la toma en serio! Sí, y a quien se confía en Él le regala experiencias sorprendentes” como “sentirse atraído a participar en la Misa, que no es algo común para un joven, ¿cierto?” o “estar en silencio ante la Eucaristía”.

“Piensen en lo que sintieron cuando hicieron algo bueno para ayudar a otro. ¿No es cierto que experimentaron algo bello? Esto lo da Jesús. Y es Él quien nos cambia” y también “nos da el coraje de hacer su voluntad yendo contracorriente, pero sin orgullo, sin presunción, sin juzgar a los otros”.

Como ejemplo de esta entrega al Señor, el Santo Padre recordó a San Francisco de Asís, que siendo joven “abrazó el sueño de Jesús, se despojó de su hombre viejo, se negó a su yo egoísta y acogió el yo de Jesús, humilde, pobre, sencillo, misericordioso, lleno de alegría y de admiración por la belleza de las criaturas”.

El Papa luego les dejó como “tarea” averiguar cómo era el Beato Papa Pablo VI cuando era joven: “nos hemos acostumbrado a recordarlo como Papa, pero antes fue un joven, un muchacho como ustedes, de vuestra tierra”.

Para concluir, el Pontífice deseó a todos que “la Virgen los acompañe en el camino. ¡La vida es un camino y es necesario caminar! Y les pido que no se olviden de rezar por mí. ¡Gracias!”

jueves, 5 de abril de 2018

PAPA FRANCISCO PIDE DAR TESTIMONIO DE DIOS AL SALIR DE MISA, Y NO MURMURAR UNOS DE OTROS


El Papa pide dar testimonio de Dios al salir de Misa, y no murmurar unos de otros
Redacción ACI Prensa
Foto: Daniel Ibáñez / ACI Prensa




El Papa Francisco pidió, durante la Audiencia General celebrada en la Plaza de San Pedro del Vaticano este miércoles 4 de abril, que al salir de Misa los fieles salgan como cristianos renovados cercanos a la Eucaristía que den testimonio de Dios en sus vidas cotidianas, y que no se dediquen a murmurar unos de otros nada más cruzar el umbral de la iglesia.

En esta última catequesis dedicada a la Misa, el Santo Padre reflexionó sobre la conclusión de la liturgia. “Finalizada la oración de después de la Comunión, la Misa concluye con la bendición impartida por el sacerdote y la aceptación del pueblo”.

Francisco destacó que la Misa, “igual que comenzó con el signo de la cruz en el nombre del Padre y del Hijo y el Espíritu Santo, también ahora la liturgia se sella en nombre de la Trinidad”.

Además, recordó que, aunque la Misa finaliza, “se abre el compromiso al testimonio cristiano. Salimos de la iglesia para ir en paz a llevar la bendición de Dios en nuestras actividades cotidianas, en nuestras casas, en nuestros trabajos, entre nuestras ocupaciones de la ciudad terrena, glorificando al Señor en nuestra vida”.

Por el contrario “si nosotros salimos de la iglesia murmurando unos de otros, la Misa no ha entrado en nosotros. Cada vez que salgo de la Misa debo salir mejor de lo que he entrado, con más ganas de dar testimonio cristiano”.

“Por medio de la Eucaristía, el Señor Jesús entra en nosotros, en nuestro corazón y en nuestra carne para que podamos experimentar en la vida el sacramento recibido en la fe”, explicó.

En su catequesis, Francisco afirmó que “la Misa encuentra su cumplimiento en las decisiones concretas de quien se involucra en primera persona en los misterios de Cristo. No debemos olvidarnos de que celebramos la Eucaristía para aprender a ser hombres y mujeres eucarísticos”.

“¿Qué significa esto?”, planteó el Papa. “Significa dejar actuar a Cristo en nuestras obras, que sus pensamientos sean nuestros pensamientos, que sus sentimientos sean nuestros, que sus decisiones sean también nuestras decisiones”.

El Obispo de Roma señaló que la “presencia real de Cristo en el Pan consagrado no termina con la Misa, la Eucaristía se custodia en el Sagrario para la Comunión de los enfermos y para la adoración silenciosa del Señor en el Santísimo Sacramento, el culto eucarístico fuera de la Misa, ya sea de forma privada o comunitaria, nos ayuda a permanecer en Cristo”.

Por lo tanto, los frutos de la Misa están destinados a madurar en la vida de cada día. En verdad, aumentando nuestra unión con Cristo, la Eucaristía actualiza la gracia que el Espíritu nos ha dado en el Bautismo y en la Confirmación, con el fin de que sea creíble nuestro testimonio cristiano”.

“Encendiendo en nuestros corazones la caridad divina, la Eucaristía nos separa del pecado”, aseguró. “Acercarse regularmente al convite eucarístico renueva, fortifica y profundiza el vínculo con la comunidad cristiana a la cual pertenecemos, según el principio de la Eucaristía hace la Iglesia”.

En fin, “participar en la Eucaristía nos compromete para con los pobres, educándonos a pasar de la carne de Cristo a la carne de los hermanos en los que espera ser reconocido por nosotros, servido, honrado y amado”.

“Portando el tesoro de la unión con Cristo en vasos de barro, tenemos una necesidad continua de regresar al santo altar, hasta que, en el paraíso, gocemos plenamente la santidad del banquete de bodas del Cordero”, concluyó el Papa Francisco.

domingo, 1 de abril de 2018

HOMILÍA DEL PAPA FRANCISCO EN LA VIGILIA PASCUAL


Homilía del Papa Francisco en la Vigilia Pascual
Redacción ACI Prensa
Foto: Daniel Ibáñez / ACI Prensa





El Papa Francisco presidió la Vigilia pascual en la Basílica de San Pedro y bautizó a 8 catecúmenos. En su homilía aseguró que “celebrar la Pascua, es volver a creer que Dios irrumpe y no deja de irrumpir en nuestras historias desafiando nuestros «conformantes» y paralizadores determinismos. Celebrar la Pascua es dejar que Jesús venza esa pusilánime actitud que tantas veces nos rodea e intenta sepultar todo tipo de esperanza”.

A continuación, el texto completo de la homilía:

Esta celebración la hemos comenzado fuera... inmersos en la oscuridad de la noche y en el frío que la acompaña. Sentimos el peso del silencio ante la muerte del Señor, un silencio en el que cada uno de nosotros puede reconocerse y cala hondo en las hendiduras del corazón del discípulo que ante la cruz se queda sin palabras.

Son las horas del discípulo enmudecido frente al dolor que genera la muerte de Jesús: ¿Qué decir ante tal situación? El discípulo que se queda sin palabras al tomar conciencia de sus reacciones durante las horas cruciales en la vida del Señor: frente a la injusticia que condenó al Maestro, los discípulos hicieron silencio; frente a las calumnias y al falso testimonio que sufrió el Maestro, los discípulos callaron. Durante las horas difíciles y dolorosas de la Pasión, los discípulos experimentaron de forma dramática su incapacidad de «jugársela» y de hablar en favor del Maestro. Es más, no lo conocían, se escondieron, se escaparon, callaron (cfr. Jn 18,25-27).

Es la noche del silencio del discípulo que se encuentra entumecido y paralizado, sin saber hacia dónde ir frente a tantas situaciones dolorosas que lo agobian y rodean. Es el discípulo de hoy, enmudecido ante una realidad que se le impone haciéndole sentir, y lo que es peor, creer que nada puede hacerse para revertir tantas injusticias que viven en su carne nuestros hermanos.

Es el discípulo atolondrado por estar inmerso en una rutina aplastante que le roba la memoria, silencia la esperanza y lo habitúa al «siempre se hizo así». Es el discípulo enmudecido que, abrumado, termina «normalizando» y acostumbrándose a la expresión de Caifás: «¿No les parece preferible que un solo hombre muera por el pueblo y no perezca la nación entera?» (Jn 11,50).

Y en medio de nuestros silencios, cuando callamos tan contundentemente, entonces las piedras empiezan a gritar (cf. Lc 19,40)[1] y a dejar espacio para el mayor anuncio que jamás la historia haya podido contener en su seno: «No está aquí ha resucitado» (Mt 28,6). La piedra del sepulcro gritó y en su grito anunció para todos un nuevo camino. Fue la creación la primera en hacerse eco del triunfo de la Vida sobre todas las formas que intentaron callar y enmudecer la alegría del evangelio. Fue la piedra del sepulcro la primera en saltar y a su manera entonar un canto de alabanza y admiración, de alegría y de esperanza al que todos somos invitados a tomar parte.

Y si ayer, con las mujeres contemplábamos «al que traspasaron» (Jn 19,36; cf. Za 12,10); hoy con ellas somos invitados a contemplar la tumba vacía y a escuchar las palabras del ángel: «no tengan miedo… ha resucitado» (Mt 28,5-6). Palabras que quieren tocar nuestras convicciones y certezas más hondas, nuestras formas de juzgar y enfrentar los acontecimientos que vivimos a diario; especialmente nuestra manera de relacionarnos con los demás. La tumba vacía quiere desafiar, movilizar, cuestionar, pero especialmente quiere animarnos a creer y a confiar que Dios «acontece» en cualquier situación, en cualquier persona, y que su luz puede llegar a los rincones menos esperados y más cerrados de la existencia. Resucitó de la muerte, resucitó del lugar del que nadie esperaba nada y nos espera —al igual que a las mujeres— para hacernos tomar parte de su obra salvadora. Este es el fundamento y la fuerza que tenemos los cristianos para poner nuestra vida y energía, nuestra inteligencia, afectos y voluntad en buscar, y especialmente en generar, caminos de dignidad. ¡No está aquí…ha resucitado! Es el anuncio que sostiene nuestra esperanza y la transforma en gestos concretos de caridad. ¡Cuánto necesitamos dejar que nuestra fragilidad sea ungida por esta experiencia, cuánto necesitamos que nuestra fe sea renovada, cuánto necesitamos que nuestros miopes horizontes se vean cuestionados y renovados por este anuncio! Él resucitó y con él resucita nuestra esperanza y creatividad para enfrentar los problemas presentes, porque sabemos que no vamos solos.

Celebrar la Pascua, es volver a creer que Dios irrumpe y no deja de irrumpir en nuestras historias desafiando nuestros «conformantes» y paralizadores determinismos. Celebrar la Pascua es dejar que Jesús venza esa pusilánime actitud que tantas veces nos rodea e intenta sepultar todo tipo de esperanza.

La piedra del sepulcro tomó parte, las mujeres del evangelio tomaron parte, ahora la invitación va dirigida una vez más a ustedes y a mí: invitación a romper las rutinas, renovar nuestra vida, nuestras opciones y nuestra existencia. Una invitación que va dirigida allí donde estamos, en lo que hacemos y en lo que somos; con la «cuota de poder» que poseemos. ¿Queremos tomar parte de este anuncio de vida o seguiremos enmudecidos ante los acontecimientos?

¡No está aquí ha resucitado! Y te espera en Galilea, te invita a volver al tiempo y al lugar del primer amor y decirte: No tengas miedo, sígueme.

PAPA FRANCISCO EN LA VIGILIA: LA RESURRECCIÓN NOS INVITA A ROMPER LA RUTINA Y RENOVARNOS


El Papa en la Vigilia Pascual: La resurrección nos invita a romper la rutina y renovarnos
POR ÁLVARO DE JUANA | ACI Prensa
Foto: Daniel Ibáñez / ACI Prensa



La Vigilia Pascual es la noche por excelencia, y el Papa Francisco en la de este año invitó a romper con la rutina y tomar parte en el “anuncio de vida” que es la resurrección.

“Celebrar la Pascua, es volver a creer que Dios irrumpe y no deja de irrumpir en nuestras historias desafiando nuestros ‘conformantes’ y paralizadores determinismos. Celebrar la Pascua es dejar que Jesús venza esa pusilánime actitud que tantas veces nos rodea e intenta sepultar todo tipo de esperanza”, aseguró.

Por ello animó a “romper las rutinas, renovar nuestra vida, nuestras opciones y nuestra existencia”.

La celebración comenzó a las 20.30 horas de Roma. Como siempre, inició con el rito del lucernario y del fuego, que fue bendecido por el Papa. De este último se encendió el cirio pascual que presidirá todas las celebraciones de este tiempo litúrgico.

Después se cantó el Pregón Pascual y se dio paso a la liturgia de la Palabra, en la que se proclamaron siete lecturas con sus respectivos salmos responsoriales.

Tras la proclamación del Evangelio, el Pontífice tomó la palabra y comenzó su homilía. Lo primero que hizo fue hablar de la reacción de los discípulos cuando Jesús fue apresado y crucificado: “durante las horas difíciles y dolorosas de la Pasión, los discípulos experimentaron de forma dramática su incapacidad de ‘jugársela’ y de hablar en favor del Maestro. Es más, no lo conocían, se escondieron, se escaparon, callaron”.

En este sentido, explicó que se trata del discípulo “enmudecido ante una realidad que se le impone haciéndole sentir, y lo que es peor, creer que nada puede hacerse para revertir tantas injusticias que viven en su carne nuestros hermanos”. Pero también es el discípulo “atolondrado” por” estar inmerso en una rutina aplastante que le roba la memoria, silencia la esperanza”.

Ya sobre la resurrección, manifestó que “la tumba vacía quiere desafiar, movilizar, cuestionar, pero especialmente quiere animarnos a creer y a confiar que Dios «acontece» en cualquier situación, en cualquier persona, y que su luz puede llegar a los rincones menos esperados y más cerrados de la existencia”.

“Resucitó de la muerte, resucitó del lugar del que nadie esperaba nada y nos espera —al igual que a las mujeres— para hacernos tomar parte de su obra salvadora”.

Y por ello invitó a tomar parte del anuncio de la resurrección porque “este sostiene nuestra esperanza y la transforma en gestos concretos de caridad”.  “Él resucitó y con él resucita nuestra esperanza y creatividad para enfrentar los problemas presentes, porque sabemos que no vamos solos”.

“¡Cuánto necesitamos dejar que nuestra fragilidad sea ungida por esta experiencia, cuánto necesitamos que nuestra fe sea renovada, cuánto necesitamos que nuestros miopes horizontes se vean cuestionados y renovados por este anuncio!”, reconoció.

Antes de continuar con la ceremonia, Francisco preguntó: “¿Queremos tomar parte de este anuncio de vida o seguiremos enmudecidos ante los acontecimientos?”.

sábado, 31 de marzo de 2018

ESTAS ES LA EMOTIVA ORACIÓN QUE REZÓ EL PAPA FRANCISCO AL FINALIZAR EL VÍA CRUCIS 2018


Esta es la emotiva oración que rezó el Papa Francisco al finalizar el Vía Crucis
Redacción ACI Prensa
 Foto: Vatican News / ACI Prensa.





Tras el Vía Crucis del Viernes Santo presidido por el Papa Francisco en el Coliseo de Roma, donde muchos de los primeros cristianos murieron martirizados, el Santo Padre rezó una larga y emotiva oración dirigida a Jesús “llena de vergüenza, arrepentimiento y esperanza” frente a los 20 mil asistentes.


A continuación, el texto completo de la oración:

Señor Jesús, nuestra mirada está dirigida a ti, llena de vergüenza, de arrepentimiento y de esperanza.

Ante tu amor supremo, la vergüenza nos impregna por haberte dejado sufrir en soledad nuestros pecados:

La vergüenza de haber huido ante la prueba a pesar de haber dicho miles de veces “incluso si todos te abandonan, yo no te abandonaré jamás”.

La vergüenza de haber elegido a Barrabás y no a ti, el poder y no a ti, la apariencia y no a ti, el dinero y no a ti, la mundanidad y no la eternidad.

La vergüenza por haberte tentado con la boca y con el corazón cada vez que nos hemos encontrado ante una prueba, diciéndote: “si tú eres el Mesías, sálvate y creeremos”.


La vergüenza por tantas personas, incluso algunos de tus ministros, que se han dejado engañar por la ambición y por la vana gloria perdiendo su dignidad y su primer amor.

La vergüenza porque nuestras generaciones están dejando a los jóvenes un mundo fracturado por las divisiones y por las guerras; un mundo devorado por el egoísmo donde los jóvenes, los pequeños, los enfermos, los ancianos son marginados.

La vergüenza de haber perdido la vergüenza.

¡Señor Jesús, danos siempre la gracia de la santa vergüenza!

Nuestra mirada está llena también de un arrepentimiento que, delante de tu silencio elocuente, suplica tu misericordia:

Un arrepentimiento que germina ante la certeza de que sólo tú puedes salvarnos del mal, sólo tú puedes cura nuestra lepra de odio, de egoísmo, de soberbia, de codicia, de venganza, de codicia, de idolatría, sólo tú puedes abrazarnos devolviéndonos la dignidad filiar y alegrarte por nuestro regreso a casa, a la vida.

El arrepentimiento que surge de sentir nuestra pequeñez, nuestra nada, nuestra vanidad y que se deja acariciar por su dulce y poderosa invitación a la conversión.

El arrepentimiento de David que, desde el abismo de su miseria, encuentra en ti su única fuerza.

El arrepentimiento que nace de nuestra vergüenza, que nace de la certeza de que nuestro corazón permanecerá siempre inquieto hasta que no te encuentre y encuentre en ti su única fuente de plenitud y de quietud.

El arrepentimiento de Pedro que, cruzando su mirada con la tuya, llora amargamente por haberte negado delante de los hombres.

Señor Jesús, ¡danos siempre la gracia del santo arrepentimiento!

Ante tu suprema majestad se enciende, en la tenebrosidad de nuestra desesperación, la chispa de la esperanza para que sepamos que tu única medida de amarnos es la de amarnos sin medida.


La esperanza de que tu mensaje continúe a inspirar, todavía hoy, a tantas personas y pueblos a que solo el bien puede derrotar el mal y la maldad, sólo el perdón puede derrotar el rencor y la venganza, sólo el abrazo fraterno puede dispersar la hostilidad y el miedo del otro.

La esperanza de que tu sacrificio continúa, todavía hoy, a emanar el perfume del amor divino que acaricia los corazones de tantos jóvenes que continúan consagrándote sus vidas convirtiéndose en ejemplos vivos de caridad y de gratuidad en este mundo devorado por la lógica del beneficio y de la ganancia fácil.

La esperanza de que tantos misioneros y misioneras continúen hoy a desafiar la adormecida conciencia de la humanidad arriesgando sus vidas para servirte en los pobres, en los descartados, en los inmigrantes, en los invisibles, en los explotados, en los hambrientos en los encarcelados.

La esperanza de que tu Iglesia santa, y constituida por pecadores, continúe, incluso hoy, a pesar de todos los intentos de desacreditarla, a ser una luz que ilumine, anime, alivie y testimonie tu amor ilimitado por la humanidad, un modelo de altruismo, un arca de salvación y una fuente de certeza y de verdad.

La esperanza de que, de tu cruz, fruto de la codicia y de la cobardía de tantos doctores de la Ley y de los hipócritas, surja la Resurrección transformando las tinieblas de la tumba en el resplandor del alba del Domingo sin atardecer, enseñándonos que tu amor es nuestra esperanza.

Señor Jesús, ¡danos siempre la gracia de la santa esperanza!

Ayúdanos, Hijo del Hombre, a despojarnos de la arrogancia del ladrón puesto a tu izquierda, y de los miopes y de los corruptos que han visto en ti una oportunidad de explotar, un condenado al que criticar, un derrotado del que burlarse, otra ocasión para atribuir a los demás, e incluso a Dios, las propias culpas.

Te pedimos, en cambio, Hijo de Dios, que nos identifiquemos con el buen ladrón que te miró con ojos llenos de vergüenza, de arrepentimiento y de esperanza; que con ojos de fe vio en tu aparente derrota la victoria divina, y así, arrodillados delante de tu misericordia, y con honestidad, ganó el paraíso. Amén.
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