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jueves, 1 de diciembre de 2016

PARA ENCONTRAR A DIOS HAY QUE TRATARLE


Para encontrar a Dios hay que tratarle
Un trato de corazón a corazón, fruto del amor y no de la costumbre, creando un ambiente de fe y amor.


Por: P Llucià Pou Sabaté | Fuente: Catholic.net 




Una mujer comenzó a ir con sus padres a Misa por costumbre. Después, al profundizar en la fe, vio que "empezaba a tener otro sentido, un sentido de compromiso, me sentí más implicada... descubrí el valor de la Eucaristía como un encuentro con Cristo..."

En nuestra sociedad actual, la asistencia a Misa depende de la costumbre del entorno familiar, de la fe que se ha recibido desde pequeños… y cuando se asiste a Misa por ejemplo en acontecimientos sociales o fiestas principales, incluso los que no saben "qué pasa ahí" sienten alguna motivación, el gusanillo de profundizar, pues no solo queremos vestirnos de fiesta sino que queremos participar en la fiesta, celebrarla. Como en las familias, que tienen un plato preferido para ciertas celebraciones. Queremos tener una relación viva y personal, maravillosa, con Jesús. Qué lástima, escuchar palabras y cantos, pero no gozar plenamente de las emociones estéticas en la música o en la belleza de las celebraciones, al no vivir la esencia de la Misa y de la comunión... Recuerdo un compañero de estudios que iba a la catedral de Córdoba a escuchar la Misa del domingo fascinado por la belleza de la liturgia y la música. Es difícil entender a Bach sin su fe, pues muchas composiciones están unidas a un sentimiento.

Hemos de conocer lo esencial de la vida. Muchas veces vamos por la vida buscando la felicidad, y no la encontramos... más tarde nos damos cuenta de que estaba allí al lado, en las cosas pequeñas de cada día, en las cosas obvias, que son las que olvidamos más fácilmente, y así nos va... Como el sentido religioso, el sentido trascendente de las cosas. Olvidamos las cosas que no proporcionan un inmediato beneficio práctico con la excusa de que "no sirven para nada", cuando son las que más sirven. Cuando faltan estas cosas, nos damos cuenta de que la vida no sirve para nada. Cuentan de una araña que se dejó caer por uno de sus hilos desde un árbol, para anclar los soportes alrededor de una rama y tejer su telaraña, esa malla que va engrandeciéndose con sucesivas vueltas, hasta completar su obra. Entonces, paseándose por su territorio, orgullosa de su realización, mira el hilo de arriba y dice: "éste es feo, vamos a cortarlo", olvidando que era el hilo por donde empezó todo, el que sustentaba todo. Al cortarlo, la araña desmemoriada cayó enredada en su red, prisionera de su obra. Así nosotros, encerrados en la obra de nuestra inteligencia o en el cuidado de tantas cosas... podemos olvidar la esencial, cuando cortamos el hilo de soporte. ¡No prescindamos de Dios! Es el soporte de todo lo invisible, los valores de amor y respeto a los demás, en definitiva, de la felicidad. Esta dimensión invisible de la vida. Si no, nos enmarañamos en cosas que nos hacen perder la libertad.

La necesidad de dar culto a Dios está en lo más profundo de nuestro interior (y cuando no le hacemos caso, se proyecta en forma de supersticiones varias, idolatrías de todo tipo, sectas variopintas pero peligrosas algunas de ellas, o una apatía brutal por la que no se ve sentido a nada...) Estamos en una época de "complejidad", en la que hay avances técnicos de todo tipo (en el campo científico, en el genético, en la informática...) y en medio del estado de bienestar, muchos de nuestros compañeros de viaje están prisioneros de la angustia ante el futuro, tienen miedo, incluso miedo a vivir. ¿Por qué tanta inseguridad? Porque quizá hoy se absolutiza el bienestar y éste no da respuesta al sentido de la vida, impide volar hacia arriba, mirar el cielo, en ese horizonte no hay Dios; es el gran ausente.

Todo ello causa el sentimiento de "insoportable ligereza del ser". En medio del pensamiento moderno que tiene tantas cosas buenas tenemos al hombre enfermo de frustración y un deseo de búsqueda de Dios, de ahí las profecías de que el siglo XXI sería "místico", porque es la única forma de recuperar el norte. Se intuye que la medicina es la misma: recuperar la idea de Dios, que sirve para cultos e ignorantes, enfermos y sanos, pobres y ricos...

Pero para hallar a Dios hay que tratarle, darle culto. Y no externo, sino que implique la conciencia, un trato de corazón a corazón, fruto del amor y no de la costumbre, creando un "espacio interior" en nuestra conciencia, solos ante el espejo ante el cual encontramos el sentido de la vida, la seguridad que nos falta.

La religión pertenece a las cosas importantes de la vida. Cuentan de un barquero que llevaba gente de un lado a otro de un gran río, y un día subió un sabiondo que empezó a increparle diciéndole: "¿conoces las matemáticas?" -"no", contestó el barquero. -"Has perdido una cuarta parte de tu vida. ¿Y la astronomía?" -"¿Esto se come o qué?", contestó el pobre. "-Has perdido dos cuartas partes de tu vida". -"¿Y la astrología?" -"Tampoco", dijo el barquero. "-¡Desgraciado, has perdido tres cuartas partes de tu vida!". En aquel momento la barca se hundió, y viéndolo que se lo llevaba la corriente, le dijo el barquero: -"¡Eh, sabio!, ¿sabes nadar?" -"¡No!", contestó desesperado. -"Pues has perdido las cuatro cuartas partes de tu vida, ¡toda tu vida!" Pues para quien va por un río, lo importante no es saber tantas cosas sino saber nadar. Así las cosas esenciales de la vida, muchas veces olvidadas, son saber quién soy, de dónde vengo y adónde voy, y descubrir el sentido religioso y -como dice el viejo refrán- al final de la vida el que se salva sabe y el que no, no sabe nada. Los peces se ahogan sin agua y los hombres se asfixian sin aire, así nuestra alma sufre asfixia si no tiene saciada esta sed de Dios, pues el corazón del hombre está inquieto y sin paz hasta que reposa en Él.

La religión es una experiencia personal de la que no podemos prescindir, es una necesidad. Y también es social, constituye una de las tradiciones no sólo culturales sino también basilares de la misma familia: la familia que reza unida permanece unida, dice el refrán. Ante una crisis familiar, para resistir ante las dificultades, es importante ver el cielo, recordar el sentido divino del contemplar el cielo.

jueves, 24 de noviembre de 2016

DÓNDE ESTÁ DIOS?


¿Dónde está Dios?



Dios está en todas partes. En Dios vivimos, nos movemos y existimos.

No podemos escaparnos de Dios, de su mirada. Por eso es necesario que obremos de acuerdo a sus Mandamientos, para no ser juzgados y condenados por Él.

Dios no quiere nunca nuestro mal, porque Dios no puede hacer el mal, ya que Dios es bueno, es la Bondad infinita.

¿Y entonces por qué hay tanto mal en el mundo?

Hay que recordar que en el mundo está el pecado, que es causa de todos los males, y está también Satanás y sus demonios, causantes de todos los males que nos aquejan.

¿Pero entonces si Dios es bueno por qué permite el mal, por qué les da tanta libertad a los demonios para que actúen?

Esto es un misterio que comprenderemos en el Cielo. Pero mientras tanto sepamos que Dios, incluso de los males, sabe sacar un bien para los hombres.

Por lo que nos toca a nosotros, lo que tenemos que hacer es rezar mucho, para que Dios no permita el mal en nuestras vidas y nos defienda del Maligno y de sus astucias.

La oración también nos ayuda a poder sobrellevar las penas de esta vida y pasar airosos por las pruebas de esta tierra, porque este tiempo de vida que tenemos en el mundo es tiempo de prueba, y según sea cómo pasemos esta prueba, así será nuestra eternidad: Cielo o Infierno.

Si rezamos, estamos seguros que alcanzaremos el Cielo, porque como bien ha dicho San Alfonso María de Ligorio: “El que reza se salva, y el que no reza se condena”, y esta es una gran verdad.

De la oración depende nuestra vida, la de nuestros familiares y amigos, nuestra Patria y el mundo entero. ¿Nunca nos preguntamos por qué la Virgen en todos sus mensajes y apariciones nos pide que recemos más? Si lo hace es porque de ello depende el destino nuestro y del mundo.

Comencemos a rezar si todavía no lo hacemos. Por lo menos recemos tres avemarías por día, que, como la Virgen ha prometido, con su rezo alcanzaremos el Cielo. Y los que tienen más tiempo, más amor a Dios y a los hermanos, que recen los misterios del Rosario y que hablen con Dios como se habla con un amigo, con el mejor Amigo que tenemos, que nunca está ocupado y que siempre está dispuesto a escucharnos y a concedernos lo que le pedimos, siempre y cuando sea bueno para nosotros y para nuestra salvación, y no sea obstáculo a nuestra santificación.

Entonces, cuando veamos que sucede alguna desgracia, no pensemos ¿dónde está Dios?, sino tengamos presente que si Dios ha permitido eso, es porque sacará un bien de ese mal causado por el demonio o por los hombres malvados. En cuanto a nosotros, que nos sirva esa desgracia para hacernos cada vez mejores personas, más buenos y temerosos de Dios, poniendo toda nuestra confianza en Él, que no desilusiona a quien confía en su Bondad.


*Sitio Santísima Virgen.

martes, 22 de noviembre de 2016

EL DIOS DE JESÚS


El Dios de Jesús



Por: Escuela de la Fe | Fuente: Tiempos de Fe, año 1, No. 5, 




El Dios de Jesús

En la Biblia se nos habla de Dios; ya en el antiguo testamento a través de imágenes se nos explica cómo es Él. Jesús las recoge y perfecciona para darnos a conocer la auténtica imagen de Dios. 

Dios es bueno y cariñoso.
"Cuando Israel era joven, lo amé; yo enseñé andar a Efraín, le alzaba en brazos; él no comprendía que yo le curaba. Con cuerdas humanas, con correas de amor le atraía; era para ellos como el que levanta un niño contra su mejilla, me inclinaba y le daba de comer".

Dios es tierno y delicado.
"Como un padre siente ternura por sus hijos, siente el señor ternura por sus fieles; porque él conoce nuestra masa; se acuerda de que somos barro.

Dios es compasivo y misericordioso.
 "El señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia, no estás siempre acusando ni guarda rencor perpetuo. No nos trata como merecen nuestros pecados si nos paga según nuestras culpas". 


Dios nos guía y acompaña.
"El señor es mi pastor, nada me falta; en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas. Me guía por el sendero justo por el honor de su nombre. Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo: tu vara y tu cayado me sosiegan".

Dios nos cuida y protege. 
"No andéis agobiados pensando que vais a comer o que vais a beber o con que os vais a vestir. Los gentiles se afanan por esas cosas. Ya sabe vuestro padre del cielo que tenéis necesidad de todo eso.

Dios nos defiende y ayuda. 
"Tú que habitas al amparo del altísimo, que vive a la sombra del omnipotente, di al señor: Refugio de  mío, alcanzar mío, Dios mío, confío en ti. Él te librará de la red del cazador, de la peste funesta. Te cubrirá con sus plumas, bajo su salas te refugiarás; su brazo es escudo y armadura. No te acercará la desgracia, ni la plaga llegará hasta tu tienda, por qué a sus ángeles ha dado órdenes, para que te guarden en tus caminos; te llevarán en sus palmas, que tu pie no tropiece en la piedra".

Dios está atento y cercano a nosotros. 
"No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. No temed al que puede destruir con el fuego alma y cuerpo. ¿No se vende en un par de gorriones por unos cuartos?. Y, sin embargo, ni un solo cae al suelo sin que lo disponga vuestro padre. Pues hasta los cabellos de vuestra cabeza están contados. Por eso no tengáis miedo: No hay comparación entre vosotros y los gorriones".

Dios nos escucha y atiende.
"Si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto  más vuestro padre del cielo, dará cosas buenas a los que le piden!

Dios nos comprende y disculpa. 
"¿Es mi hijo querido Enfrían? ¿Es el niño de mis delicias? Siempre que lo reprendo, me acuerdo de ello, se me conmueven las entrañas y cedo a la compasión".

Dios es  libertador y Salvador del oprimido.
"Dios hace justicia al oprimido, da pan a los hambrientos, libertad a los cautivos, abre los  ojos al ciego. El señor guarda a los peregrinos, sustenta al huérfano y a la vida".

Dios es amparo y socorro de los débiles.
"Eres dios de los humildes, socorred de los pequeños, protector de los débiles, defensor de los desanimados, salvador  de los desesperados.

Dios nos  acoge y nos perdona 
"Os digo que la misma alegría habrá entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta".

Dios es amor.
"Dios es amor. En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que mando al mundo a su hijo único, para que vivamos por medio de él".

Dios es padre.
"habéis recibido  no un espíritu de esclavitud, sino un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar: ABBA (padre). Vosotros orad así: Padre nuestro del cielo.

domingo, 13 de noviembre de 2016

Y DÓNDE ESTABA DIOS?


¿Y donde estaba Dios...?
En quienes se levantan por encima del mal que les ha sucedido y muestran que son más grandes que los males que vivieron


Por: Fr. Nelson Medina, OP | Fuente: fraynelson.com 




Quien le escribe es un joven de 18 años que sabe muchas cosas traumáticas de la vida y está conociendo acerca del amor de Dios, sólo que en su caminar le nace una interrogante: ¿Dónde esta Dios cuando ocurre una violación o un asesinato? ¿Dónde esta Dios cuando se clama auxilio? ¿Por qué no manda angeles a detener a los abusadores de inocentes? ¿Acaso si se viola a un niño se lo está castigndo por algo que ha hecho?

Perdone la crudeza de la pregunta pero creo que las dudas se resuelven cuando están candentes, le pido por favor me responda y me ayude. Gracias.

Empecemos por la parte más sencilla, de en medio de este conjunto de preguntas tan complicadas: cuando el inocente sufre no sufre "por algo que haya hecho".

La pregunta supone que Dios debería evitar que se cometieran injusticias. Lo que uno puede decir es: ¿en dónde empiezan las injusticias en las que Dios debería intervenir? Si sucede la violación de un niño, o incluso antes de eso: ¡un aborto!, lo que uno piensa es: "Ahí Dios debería haber intervenido" Pero si un empresario paga salarios de hambre a miles de obreros, ¿no debería intervenir Dios también ahí? Si un país invade injustamente a otro país, ¿no sería otro caso que Dios debería impedir? ¿Y no sería también motivo suficiente cuando un hombre casado, de veinte años de matrimonio, sale a su primera "aventura," que en realidad es un adulterio, y que en realidad va a arruinar su vida, al de su esposa y al de sus hijos?

Por el camino de las "intervenciones" uno no llega muy lejos. O mejor dicho: uno llega a que Dios tendría que estar todo el tiempo suprimiendo la libertad que dio al hombre. Sería un Dios en perpetua contradicción consigo mismo.

Lo que Dios hace es muy distinto. Él no quita la libertad que dio pero tampoco renuncia a su propia libertad que es siempre sabia, poderosa y compasiva. Ejerciendo su propia libertad, Dios conduce la historia humana sin negar la obra de nuestra libertad. ¿Cómo? A partir de las consecuencias que puedan tener los actos perversos. Es decir: no todas las personas manejan del mismo modo el "después" de las cosas malas que les suceden. Hay personas, sin duda guiadas por Dios, que aprovechan los traumas de su niñez para hacer respetar los derechos de los niños. Hay personas que han conocido los horrores de la droga y hoy son los mejores terapistas y acompañantes de quienes quieren abandonar ese infierno. Hay personas que, siguiendo el ejemplo de Cristo, y sostenidos, sin duda, por el amor de Cristo, se levantan por encima del mal que les ha sucedido y muestran que son más grandes que las desgracias que los visitaron. ¡Ahí está Dios!

LA PACIENCIA DE DIOS


La paciencia de Dios
El mundo es redimido por la paciencia de Dios y destruido por la impaciencia de los hombres.


Por: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net 




Buscar el poder es una tentación que continuamente asecha al ser humano. Tener fuerza, tener dinero, recibir aplausos. Luego, cuando todo está en nuestras manos, cuando las voluntades han sido sometidas (ilusionadas, engañadas, asustadas), llega la hora de iniciar la utopía, de construir el mundo perfecto.

Y ese “mundo perfecto” inicia precisamente con lágrimas, con dolor, con la opresión del enemigo, con las críticas malévolas, con ese clima de miedo que reina en los sistemas totalitarios (del pasado y del presente).

El fracaso de las utopías humanas nos hace desconfiados. Querríamos, entonces, que Dios actuase, que impusiese entre los hombres la justicia. Desearíamos que enviase desde el cielo un rayo de fuerza, que acabase con los criminales, los terroristas, los explotadores, los pedófilos, los violadores, los que controlan el mundo mientras se mantienen indiferentes ante el hambre de millones de niños, ante el drama del aborto, ante la opresión de los justos y los pobres.

Dios, en cambio, responde con su Hijo. Sin violencia, sin truenos, sin acabar con el malvado. Jesús predica un mensaje de paz, de perdón, de esperanza. Cuando llega la hora de la lucha suprema, se muestra débil, manso, humilde, como un cordero. Ante los que no comprenden al Padre viene criticado como un blasfemo. Lo atan como a un malhechor, lo condenan a la muerte que se aplica a los criminales. Jesús calla, y el Padre detiene legiones de ángeles que contemplan horrorizados la muerte del Justo y la victoria, aparente, del maligno.

Pero la redención no viene del poder, sino del amor y de la paciencia redentora de Dios. Nos lo recordaba el Papa Benedicto XVI en la homilía de inicio de Pontificado, el 24 de abril de 2005:

“No es el poder lo que redime, sino el amor. Éste es el distintivo de Dios: Él mismo es amor. ¡Cuántas veces desearíamos que Dios se mostrara más fuerte! Que actuara duramente, derrotara el mal y creara un mundo mejor. Todas las ideologías del poder se justifican así, justifican la destrucción de lo que se opondría al progreso y a la liberación de la humanidad. Nosotros sufrimos por la paciencia de Dios. Y, no obstante, todos necesitamos su paciencia. El Dios, que se ha hecho cordero, nos dice que el mundo se salva por el Crucificado y no por los crucificadores. El mundo es redimido por la paciencia de Dios y destruido por la impaciencia de los hombres.

Estamos en el tiempo de la paciencia de Dios. Como cristianos podemos imitar su bondad, vivir en la confianza, aprender el arte difícil de la espera. Espera que significa renuncia a la venganza y perdón para con el enemigo.

No cambiaremos al mundo a base de golpes de violencia. La hora de la paciencia, la hora de la mansedumbre, es el único camino que nos acerca, de veras, a la construcción de un mundo nuevo. Un mundo en el que las lanzas se convertirán en azadas, los hombres ya no vivirán para el dinero, y el mensaje de Cristo llenará los corazones de esperanza y de mucho, mucho amor...

miércoles, 9 de noviembre de 2016

NO LE TENGAS MIEDO A DIOS


No le tengas miedo a Dios
Nos asegura que nuestra vida es preciosa y que ni un pelo de nuestra cabeza se nos caerá sin su permiso. ¿De qué tener miedo?


Por: P. José Luis Richard | Fuente: Catholic.net 




Cristo aparece en el Evangelio como el gran exorcista del miedo. Se hace hombre para librarnos de él. Nos enseña con el ejemplo de su vida, luminosa y sin angustias. Nos asegura que nuestra vida es preciosa a los ojos del Padre y que ni un pelo de nuestra cabeza se nos caerá sin su permiso. ¿De qué tener miedo, entonces? ¿Del mundo? El lo ha vencido (Jn 16, 23). ¿A quiénes temer? ¿A los que matan, hieren, injurian o roban? Tranquilos: no tienen poder para más; al alma ningún daño le hacen (Mt 10, 28). ¿Al demonio? Cristo nos ha hecho fuertes para resistirle (1 Pe 5, 8) ¿Quizás al lujurioso o al déspota latente en cada uno de nosotros? Contamos con la fuerza de la gracia de Cristo, directamente proporcional a nuestra miseria (2 Cor 12, 10).

En el pasaje en el que camina sobre agua, Cristo avanza un paso más: tampoco debemos tenerle miedo a Dios.

Jesús se acercó caminando sobre las aguas a la barca de los discípulos. ¿Para darles un susto o con la intención de asombrarles? No. Se proponía solamente manifestarles su poder, la fuerza sobrenatural del Maestro al que estaban siguiendo.

Pero su milagro, en vez de suscitar una confianza ciega en el poderoso amigo, provoca los gritos de los aterrados apóstoles. Es un fantasma -decían temblando y corriendo seguramente al extremo de la barca-.

San Pedro es el único que domina su papel. Escucha la voz de Cristo: Soy yo, no temáis, comprende y aprovecha para proponerle un reto inaudito: caminar él también sobre las aguas. Y de lejos, traída por el fuerte viento, le llega claramente la inesperada respuesta: Ven.

Muy similar a aquella que todos los cristianos escuchamos en algunos momentos de nuestra vida. Después de haber conocido un poco a Cristo -aun entre brumas-, comenzamos a seguirle y, de repente, recibimos boquiabiertos la invitación de Cristo: Ven.

Ven: sé consecuente, sé fiel a esa fe que profesas.
Ven: el mundo está esperando tu testimonio de profesional cristiano.
Ven: tu hermano necesita tu ayuda, tu tiempo... tu dinero.
Ven: tus conocidos desean, aunque no te lo pidan, que les des razón de tu fe, de tu alegría.

Y la petición de Cristo sobrepasa, como en el caso de Pedro, nuestra capacidad. No vemos claramente la figura de Cristo. O dirigimos la mirada hacia otro sitio. El viento sopla. Las dificultades se agigantan... y estamos a punto de hundirnos o de regresar a la barca. Sentimos miedo de Cristo.

¡Miedo de Cristo! Sin atrevernos a confesarlo abiertamente, ¿cuántas veces no lo hemos sentido?
¡Miedo de Cristo! Esa sensación de quererse entregar pero sin abandonarse por temor al futuro...
¡Miedo de Cristo! Ese temor a afrontar con generosidad mi pequeña cruz de cada día.
¡Miedo de Cristo! Esa fuente de desazón y de intranquilidad porque, claro, el tiempo pasa, y ni realizo los planes de Dios ni llevo a cabo los míos.

¿Cómo se explica ese miedo de Dios? ¿Dónde puede estar nuestra vida y nuestro futuro más seguros que en sus manos? ¿Es que la Bondad anda maquinándonos el mal cuando nos pide algo? ¿Es que Él no es un Padre? ¿Por qué, entonces, le tememos? ¿De dónde proviene ese miedo?

Sólo hay una respuesta: de nosotros mismos. El miedo no es a Dios. Es a perdernos, a morir en el surco. Amamos mucho la piel como para desgarrarla toda en el seguimiento completo de Cristo.

Y Cristo no es fácil. Duro para los amigos de la vida cómoda y para quienes no entienden las duras paradojas del Evangelio: morir para vivir, perder la vida para ganarla, salir de sí mismo para encontrarse.

No todos lo entienden. Se requiere sencillez, apertura de espíritu y, como Pedro, pedir ayuda a Cristo.

Quiero confiar en Ti, Señor, para estar seguro de que en Ti encontraré la plenitud y felicidad que tanto anhelo. Deseo esperar en Ti, estar cierto de que en Ti hallaré la fuerza para llegar hasta el final del camino, a pesar de todas las dificultades. Aumenta mi confianza para que esté convencido de que Tú nunca me dejarás si yo no me aparto de Ti.

martes, 25 de octubre de 2016

CREER SOLO EN DIOS


Creer solo en Dios
Es justo y bueno confiarse totalmente a Dios y creer absolutamente lo que El dice. Sería vano y errado poner una fe semejante en una criatura.


Por: P. Pedro Barrajón, L.C. | Fuente: la-oracion.com 




"Cuando el hombre ora se sitúa de frente a Dios. En realidad siempre estamos en su presencia pero pocas veces somos realmente conscientes de que Él está allí. El hombre orante ejercita la fe como una adhesión personal a Dios (Catecismo Iglesia Católica, 150). La adhesión personal requiere que el hombre comprometa su inteligencia y que acepte lo que Dios ha revelado como verdadero, precisamente porque Dios lo ha revelado. Claro que cuando el hombre ora ejerce su inteligencia para entender con su mente lo que Dios le quiere decir, pero es también necesario que él abra todo su corazón porque el lenguaje de Dios es un lenguaje que va "de corazón a corazón" (Cor ad cor loquitur: el corazón habla al corazón).

No hay que despreciar este aspecto más "intelectual" de la oración, pero tampoco hay que reducirlo a él. Es preciso llegar a un sano equilibrio. La oración siempre es relación y una sana relación humana no comprometemos sólo la inteligencia sino el afecto, la voluntad, las emociones, la corporalidad, todo nuestro ser. Lo mismo sucede con Dios. Es importante tratar de entender lo que Dios nos revela, guiados por la sabia mano del Magisterio pero es igualmente importante que la relación con Él sea integral e incluya toda nuestra persona.

Por otra parte la relación con Dios, aunque tiene muchos aspectos análogos a la relación interpersonal humana, por otra parte es especial y única. Puede ser legítimo a veces dudar de lo que nos dice una persona por motivos diversos. Jamás lo será en el caso de Dios porque Él, siendo la verdad, no puede caer en falsedad e inducirnos a nosotros en error. Por ellos, llevados de su mano, nos sentimos seguros de que no nos podrá conducir a la mentira, sino que nos guiará siempre hacia la verdad sobre nosotros, sobre el mundo, sobre Él mismo. Así, con Él, tenemos esa experiencia de la que hablaba San Agustín, del "gozo de la verdad". Quien vive en la verdad y de la verdad, vive un gozo puro y especial que no puede vivir quien vive con el demonio, padre de la mentira. Por ello el hombre de Dios irradia alegría, gozo y paz.

"Es justo y bueno confiarse totalmente a Dios y creer absolutamente lo que El dice. Sería vano y errado poner una fe semejante en una criatura" (CIC, 150). Podemos dar a otras personas una cierta confianza, pero sería vano poner en otra persona una confianza semejante a la que ponemos en Dios. El marido puede dar una confianza total a la mujer y viceversa. Es justo y sobre esta mutua confianza surge la alianza matrimonial, pero tal confianza siempre podrá estar minada por los límites e imperfecciones propios de una creatura. En cambio tales límites no existen en la relación con Dios, Verdad Absoluta que no aplasta con la luz de su verdad, sino que cura, ilumina, transforma y alegra el corazón del hombre.

viernes, 30 de septiembre de 2016

DIOS... ME DUELE


Dios… me duele


En los salmos varias veces se declara feliz al hombre que busca refugio en Dios cuando llegan las tribulaciones y angustias de la vida: “Dichoso el hombre que confía en Dios, porque no quedará defraudado”. Los hombres fallan y desilusionan, Dios no. Que él te conceda coraje y gracia para abandonarte en sus brazos paternales.

Dije: – Dios, me duele. Y Dios dijo: – Lo sé. Dije: – Dios, he llorado tanto. Y Dios dijo: –  Para eso te di lágrimas. Dije: – Dios, estoy tan deprimido... Y Dios dijo: – Por eso te di el brillo del sol. Dije: – Dios, la vida es dura. Y Dios dijo: – Por eso te di a seres queridos. Dije: – Dios, mi ser más querido murió. Dios dijo: – El mío también. Dije: – Dios, es una pérdida tan grande. Y Dios dijo: – Vi el mío clavado en una cruz. Dije: – Dios, pero tu ser más querido vive. Y Dios dijo: – El tuyo también. Dije: – Dios, ¿dónde están ellos ahora? Y Dios dijo: – El mío está a mi derecha, el tuyo está en la presencia del que le dio la vida. Dije: – Dios, duele. Y Dios dijo: – Lo sé... pero te prometí estar contigo hasta el final.

“Descarguen en el Señor todas sus inquietudes, ya que él se ocupa de ustedes”. Si lees la Biblia, encontrarás esta frase y otras semejantes. Te ayudarán a fortalecer tu confianza en Dios que te ofrece refugio “a la sombra de sus alas mientras pasan calamidades” de toda clase y magnitud. “No temas, contigo estoy. Yo te amo”,  te asegura Dios.


* Enviado por el P. Natalio

domingo, 25 de septiembre de 2016

CREO EN DIOS PADRE


Creo en Dios Padre
¿A quién pues compararán su Dios, qué imagen harán que se le asemeje? 


Por: P. Eusebio Gómez Navarro | Fuente: Catholic.net 




El padre había faltado del hogar. A su vuelta, todos los hijos querían estar en sus brazos. Fue entonces cuando la pequeñita dijo: Ahora me toca a mí; ahora me toca a mí. Y la hermanita pequeña le decía: Sepárame de los brazos del padre, si es que puedes. No puedo, decía el hermano, pero yo voy a subir ahí a tu lado, pues veo que queda sitio para mi.

Dios aparece con varios nombres en la Biblia. Para el hombre antiguo el nombre era esencial; daba a cada persona una identidad entre los demás y frente a Dios. El padre era el encargado de poner el nombre a su hijo.

Dios cambió el nombre de Abrán en Abraham, el de Sarai en Sara. Adán dio nombre a los animales (Gn 2,19ss). También Jesús cambió el nombre de Simón por el de Pedro.

Para Dios también el nombre tiene gran importancia. Después de la lucha entre Dios y Jacob, que llevó al cambio de Jacob por Israel, Dios se negó a revelar su nombre (Gn 32,29).
Cada nombre revelaba algo de la revelación gradual de Dios al hombre. Dios era llamado con frecuencia El, que significaba dios en la lengua semita.

Dios era identificado por el lugar donde se le adoraba (EL-Bethel, Gn 35,7) o de quien lo veneraba, así era conocido como el Dios de Abrahán, de Isaac, de Jacob.

Mas tarde se le llamó Elohim, que significaba Dios de los dioses o Dios supremo.
En la alianza que hizo Dios con Abraham, se designaba el mismo El-Shaddai, Dios omnipotente.
Y cuando Moisés le preguntó su nombre, Dios habló así: Yo soy el que soy… Dirás a los israelitas… Yo soy me envía a vosotros: (Éx 3, 14-15).
El nombre de Dios en hebreo se dice YHWH.
En Jesús, Dios es revelado como el Padre amoroso

Es san Juan el que proclama la realidad misteriosa de Dios: Dios es amor (1Jn 4, 8.16).
Dios es Padre. El Dios que nos revela Jesús es el Dios de la misericordia (Lc15, 11-22), el Dios del amor incondicional (Rm 5,8), el Dios de la gratuidad (Mc 10,45), el Dios de la libertad (Ga 5,5), el Dios encarnado (Jn 1,14), el Dios Pascual (Jn 12, 23-24), el Dios de la esperanza, el Dios Padre, el Dios del amor.

Quiero presentar unos rasgos del Dios Padre- Madre, del Dios Amor.

Jesús se dirige a Dios llamándole Abba (Mc 14, 36). Jesús se dirige a Yahveh con la misma confianza que un niño judío lo hace con su padre, sin temor y sin distancia. Y porque Dios es Padre nos llega su reino. Lo más original de Jesús es la vinculación indisoluble entre las dos categorías: el Abba y el reino. La exégesis de una experiencia por la otra. La experiencia de Dios en la humanidad que se realiza, en la esclavitud que salta, en la prostituta que llega a ser mujer (...) lo que el mismo evangelio llama alegría en el cielo (González Faus).

Jesús vive en íntima relación con el Padre, en continua comunicación. El dirá que el Padre y él son uno (Jn 10,38). El vive entregado a cumplir la voluntad del Padre; ésta es su alimento y da sentido a su vida (Jn 4, 34). Su fe y su obediencia son total en él. Su unión con él es tal que el mismo Jesús llega a decir que el que lo ve a él, ve al Padre (Jn 14,9). Jesús vivió y murió en las manos del Padre.
Toda la vida de Jesús está orientada a anunciar la Buena Noticia de que Dios es Padre que sabe acoger y perdonar (Lc 15,11-32), que se preocupa de los últimos (Mt 20,1-16), que busca la recuperación de lo perdido (Lc 15,4-7), que su Padre es puro amor.
Es, precisamente, esta conciencia de Dios Padre la que derribará todos los muros y divisiones entre los humanos para crear una civilización del amor.

Dios es Madre. Dios es padre, más aún , es madre, no quiere hacernos mal, quiere hacernos sólo bien a sus hijos. Estas palabras las pronunció Juan Pablo I en el Ángelus el 10 de septiembre de 1978, citando el pasaje de Isaías 49,15. La plena realización del ser humano en Cristo, supone la integración de lo femenino y masculino, pues en Cristo ya no hay distinción entre judío o griego, hombre o mujer (Ga 3,28), dado que en el Señor no puede concebirse la mujer sin el varón, ni el varón sin la mujer (1Co 11,11).
Hoy se puede hablar de Dios en femenino, aunque no es fácil borrar tantos años de tradición, modelos de expresión y costumbres. Hoy día nos alegramos de estos cambios y nos preguntamos que por qué no se dieron antes. Durante mucho tiempo se ha hablado de Dios con imágenes masculinas. Ha habido expresiones radicales como Si Dios es varón, el varón es Dios (M. Daly).
La autoridad y la decisión recaen sobre el varón; la mujer queda en inferioridad y en un segundo plano.

Para entender a Dios usamos las metáforas de Dios Padre y Dios Madre. Para comprender la figura materna de Dios, es bueno tener en cuenta el papel o el significado de ser madre en Israel. Los aportes de la psicología nos indican que el niño pequeño despierta a la conciencia de sí por la llamada amorosa de la madre; con gestos, palabras, caricias que la madre hace al niño, éste despierta al amor. El niño, según afirma Peguy, se lanza al regazo materno rodando como una pelota.

¿A quién pues compararán su Dios, qué imagen harán que se le asemeje? (Is 40,18). Algunos textos de la Biblia nos hablan de Dios desempeñando el papel de Madre. Dios es la madre tierna que no se olvida de sus hijos (Is 49,15); él es quien enseña a Efraín a caminar tomándole por los brazos (Os 11,1-4). Nadie mejor que una madre para cuidar de sus hijos, para alentarlos en los momentos difíciles, para curar y sanar las heridas. Dios es la madre que hace todo esto y mucho más.
Jesús viene a ser como una madre que trata de cobijar a los hijos de Jerusalén como una gallina reúne a sus polluelos bajo sus alas (Mt 23,37). Como un padre siente ternura por sus hijos, el Señor siente ternura por sus fieles (Sal 103,13). El lenguaje del padre y de la madre es el de la ternura: abrazos, caricias, besos, cercanía y siempre genera amor y confianza. En Jesús, que pasó haciendo el bien sobre la tierra, ha aparecido la bondad y la ternura de nuestro Dios ( Tt 2,11).

Cada creyente es hijo de Dios y, como tal, así se debe comportar. Cada espíritu llega a ser un carbón ardiente que Dios ha encendido en el fuego de su infinito amor. Todos juntos somos un brasero inflamado que no puede nunca ser apagado, con el Padre y el Hijo y en la unidad del Espíritu Santo (Jan Ruysbroeck). Quien ama se parece a Dios, da vida y comunica vida: es feliz. Nosotros somos felices al comenzar, al amar y al gozar con Dios (Jan Ruysbroeck). ¡Es una pena conocer tarde al Amor!

Y nos resulta difícil conocer y amar a Dios Padre, pues vivimos en una sociedad sin padres. Sabemos que en nuestra sociedad actual, la figura paterna está bastante deteriorada. Y cada vez más proliferan las madres solteras, sin pareja, e incluso empiezan a surgir las parejas de homoxesuales con hijos...

sábado, 17 de septiembre de 2016

CORRER A DIOS


Correr a Dios
Has corrido a Dios de tu mundo, y te estás muriendo. ¿A quién vas a recurrir ahora?.


Por: P. Mariano de Blas LC | Fuente: Catholic.net 




Hay en nuestro mundo una costumbre que se va agudizando cada vez más. Y es la costumbre, incluso diría yo la manía, de ir corriendo a Dios de nuestro mundo. Correrlo de la familia, porque no nos sirve, porque estorba, porque es molesto. Correrlo de la sociedad, correrlo del mundo cultural, correrlo incluso de las iglesias. No queremos saber nada de El.

¿Por qué? Porque nos estorba, nos fastidia, nos molesta. Porque no lo necesitamos ya. Más aún, hay gente que presume de haber logrado este gran triunfo: Ya hemos puesto al hombre en su lugar. No necesitamos de Dios.

Pero, ¿qué es lo que realmente sucede? El que pierde no es El. El que pierde es el hombre. Y, así, podemos constatar estadísticamente que los lugares donde Dios está ya casi fuera, el hombre se ha vuelto contra sí mismo. Hay, casualmente, más suicidios. Casualmente más egoísmo. Hay, casualmente también, más guerras, más violencia.

¿Por qué en nuestro siglo ha habido tantas guerras, hay tantos desastres, hay tantos suicidios? ¿No será por esa manía de dar un puntapié a Dios y correrlo de nuestro mundo?

Repito que el que pierde no es El, porque El está tranquilo. El nos ve, El dice: A ver que puede hacer el hombre solo, sin Mí. Y el resultado es trágico. Por eso, hay todavía algunos que le queremos decir a El: No te vayas, por favor, porque entonces nos va a ir muy mal.

¡Pobre hombre! Has corrido a Dios de tu mundo, y te estás muriendo. ¿A quién vas a recurrir ahora?.

viernes, 18 de diciembre de 2015

COLABORADORES DE DIOS


Colaboradores de Dios



Dios quiere asociarte a su obra de misericordia en el mundo y por medio de ti multiplicar la salud, el bienestar, la alegría y la felicidad de tantos carenciados de todo. Con que cada uno haga un poco, se puede lograr mucho si trabajamos unidos por mejorar el entorno humano. Lee esta breve historia.

Había una vez una pobre niña esquimal. No tenía lo suficiente para comer, ni ropa suficiente para calentarse y protegerse del frío ártico. Un día un periodista llegó al pueblito donde vivía la niña. Vio su pobreza y decidió hacerle algunas preguntas:
—¿Crees en Dios?
—Sí, creo —dijo la pequeña.
—¿Crees que Dios te ama? —preguntó el cronista.
—Sí, lo creo —dijo nuevamente la niña.
—Si crees en Dios y crees que él te ama, entonces, ¿por qué te parece que no tienes suficiente alimento ni ropa que te abrigue?
—Yo creo que Dios pidió a alguien que me trajera esas cosas. Pero ese alguien dijo que no.

Esta anécdota me recuerda aquella reflexión tan cierta: “Jesús no tiene manos, tiene sólo nuestras manos para construir un mundo nuevo donde haya más fraternidad y justicia. Jesús no tiene recursos, cuenta tan sólo con nuestro trabajo para lograr que todos los hombres vivan como hermanos”. En tu parroquia vecina sin duda funciona “Cáritas”; puedes arrimarte para dejar tu contribución de alimentos no perecederos, ropa o dinero.


Enviado por el P. Natalio

lunes, 7 de diciembre de 2015

SEÑOR... PREGÚNTAME!!



SEÑOR... PREGÚNTAME!



Señor, si un día estuviera sofocado, preso, "harto de la vida" con deseos de desaparecer, de morir, insatisfecho conmigo mismo y con el mundo a mi alrededor…

Pregúntame, si quiero cambiar la luz por las tinieblas.

Pregúntame, si quiero cambiar la mesa puesta, por los restos que tantos buscan en la basura.

Pregúntame, si quiero cambiar mis pies por una silla de ruedas.
Pregúntame, si quiero cambiar mi voz, por las señas.

Pregúntame, si quiero cambiar el mundo de los sonidos por el silencio de los que no oyen nada.

Pregúntame, si quiero cambiar el diario que leo y después echo a la basura, por la miseria de los que van a buscarlo para hacerse con él una manta.

Pregúntame, si quiero cambiar mi salud, por las enfermedades de tanta gente.

Pregúntame, ¿hasta cuándo no reconoceré tus bendiciones?, para hacer de mi vida un himno de alabanza y gratitud y decir, todos los días, desde el fondo de mi corazón: ¡Gracias Señor por este nuevo día!

miércoles, 25 de noviembre de 2015

¿QUÉ QUIERE DIOS DE NOSOTROS?


¿Qué quiere Dios de nosotros?
Dios quiere que le amemos con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas


Por: P Mariano de Blas | Fuente: Catholic.net 




Uno de mis autores preferidos es San Agustín. Y un día leyendo uno de sus libros encontré esta frase que me hizo detenerme bruscamente, y volverla a leer: “¿Quién soy yo, Señor, para que me pidas y me exijas que te ame con todo mi corazón, con toda mi alma y con todas mis fuerzas, y te enojas muchísimo si no lo hago, más aún, me amenazas con castigos eternos. ¿Quién soy yo?. Y me puse a reflexionar en ello.

A Dios le importa de nosotros sobre todo una cosa, pero le importa muchísimo. Y es que le amemos. Pero que le amemos no de cualquier forma: con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas.

Hay que concluir que, si no amamos, estamos perdidos. Con Dios no tenemos nada que hacer si no sabemos ofrecerle un poco de amor a Él y a nuestro prójimo. Pero si sabemos amar, estamos salvados. Después ese amor se demostrará con hechos, con actos de amor, como el participar en la misa, practicar la caridad con el prójimo etc.
Por eso, preguntémonos: ¿Cuánto amo yo a Dios? ¿Cuánto amo a mi prójimo? Ese es el máximo valor que tengo. Esa es mi salvación.

La religión cristiana era muy hermosa, la más maravillosa del mundo, cuando los cristianos cumplían sus dos únicos mandamientos de amar a Dios con todo el corazón y de amar al prójimo como a sí mismos.

martes, 27 de octubre de 2015

¿POR QUÉ DIOS ME ABANDONA?


¿Por qué Dios me abandona?
Debemos estar siempre seguros que Dios nunca nos abandona, incluso en medio de nuestro dolor.


Por: Alfonso Cervantes | Fuente: Mercaba.org 




Pregunta:

Hola tengo 23 años. Soy una persona que en esto de la fe ha tenido unos baches bastante grandes, en parte, traídos del hecho de que perdí a mi padre cuando tenía 10 años de una manera a mi entender totalmente injusta para él.

La cosa es que en esta etapa de mi vida me siento bastante triste. Como me suele pasar en estos casos recurro a rezar y a la Iglesia pidiendo ayuda porque me encuentro realmente sin ilusión en la vida desde que mi primer y único novio me dejara hace 5 meses.

Siempre he tratado de ser buena gente y ayudar en cuanto se me pida y he tratado de vivir de la manera más honesta posible. Mi única ilusión en la vida es encontrar a alguien que me quiera y me cuide (y viceversa) y poder formar una gran familia. Sé que Dios me ha dado muchas cosas pero no me ha dado lo que yo más quiero que es el amor de una persona por mí, pido y pido y rezo y rezo porque me lo conceda pero… no lo veo posible y eso hace que dude de que realmente Dios me quiera y me cuide porque estoy sola y todo me sale al revés. ¿Por qué Dios no podría darme ese o que quiero y anhelo por una vez? creo que he sufrido tanto en mi vida que necesito que me dé por fin algo que me haga feliz por primera vez en mi vida.

L.

Respuesta:

Estimada L.

No conocemos los tiempos de Dios ni cuando ha de darnos lo que le pedimos. Pero jamás podemos decir que Dios no cuida de nosotros o que Dios no nos quiera. Todo lo contrario: somos el fruto del amor de Dios. Si Dios no nos amara, simplemente no existiríamos. Y no debes olvidar que Jesucristo ha muerto en la Cruz por ti; ¿cómo puedes decir que no te ama quien ha dado por ti su propia vida? Lo que tú no serías capaz de hacer por un amigo (o tal vez sólo lo harías por un amigo, si eres realmente generosa) Él lo hizo por ti cuando eras su ‘enemiga’, como dice San Pablo (porque lo hizo para perdonarnos los pecados y por el pecado éramos enemigos de Dios).


Dios nunca nos abandona, incluso en medio de nuestro dolor.

Quiero que leas un hermoso testimonio escrito por un hombre joven, casado y padre de un hijo adoptado; enfermo de cáncer, sigue confiando en el inmenso amor y sabiduría de Dios. Éstas son sus palabras:

‘Me llamo Alfonso Cervantes Pavón y tengo 40 años de edad. Estoy casado con Isabel Oviedo y llevamos 14 años de matrimonio. Hace un año y medio adoptamos a un niño pequeño. Dios, en el vínculo matrimonial, no nos había concedido hasta ese momento ninguno. Ya está cercano a los tres años de edad (los cumple el 18 de julio). Se llama Ángel (ciertamente es un ángel para nosotros) y padece retraso psicomotor, como consecuencia de una encefalopatía prenatal. Quiero contar, a través de estas líneas, mi experiencia de cómo el Señor ha acontecido en mi vida. Lo conocí hace ya muchos años, cuando empecé este Camino de gestación en la fe que es el Camino Neocatecumenal. En la Iglesia, Él se ha revelado como un Padre que me cuida, guía mi vida y me ofrece diariamente la salvación y el perdón de mis pecados. En el entorno familiar, he tenido los problemas típicos de convivencia de todos los matrimonios, pero siempre con el perdón del Señor como respuesta a nuestras debilidades. En el aspecto laboral, he alternado tiempos de trabajo como albañil, tubero, operario en la construcción de barcos…, pasando también por momentos de desempleo.

Especialmente significativos, aquellos tiempos que vienen a mi memoria ahora de forma especial. Trabajaba por aquel entonces como operario en la construcción de un barco. Inesperadamente, y sin estar éste finalizado, sufrí un despido que, ciertamente, no esperaba. Aquellas fechas, mi parroquia, mi segunda casa necesitaba mano de obra para finalizar la fase de construcción de los salones de Catequesis. El complejo parroquial se ha terminado a base de donaciones y de personas que han trabajado sin recibir ninguna compensación material a cambio. En contra, espiritualmente, todos los que hemos echado alguna peonada hemos recibido bendiciones de Dios, el ciento por uno, porque Dios nos ha bendecido con la fe, algo que hoy se me revela más valioso que todo aquello que la sociedad me puede ofrecer, incluida la salud.

Nunca Dios me ha abandonado, y menos ahora. A principios de diciembre de 2001, acudí al médico por padecer un fuerte dolor pectoral. Con el paso de los días, observaba cómo el cuadro clínico se iba agravando, al aumentar el dolor y por la aparición de fiebre intermitente. En la tarde del día de Navidad, quedé ingresado en el Hospital Universitario Puerta del Mar de Cádiz. Querían realizarme algunas pruebas. Se pensó en la posibilidad de una hepatitis C, de una inflamación hepática, o alguna enfermedad parecida; al cabo de unos días y sin mejoría aparente, recibí el alta médica en espera de resultados de unas pruebas médicas. Fueron pasando los días y continuaba sin experimentar mejoría alguna. Una tarde del mes de febrero, tras recibir la visita del padre Emilio, el párroco de San José Artesano, y algunos miembros de mi Comunidad Neocatecumenal, mi mujer, en contra de la voluntad de los médicos, me reveló la verdad: ‘Tienes un cáncer de hígado’, me dijo entre lágrimas. Una enfermedad de mal pronóstico, e irreversible por lo avanzado de su estado. No había solución.

En aquel momento ocurrió algo sorprendente y trascendental: tras recibir la noticia de mi enfermedad, no me asusté. El Espíritu Santo, sin duda, nos asistió a mi mujer y a mí, y nos acompañó durante aquella tarde. Experimenté una paz interior que no se puede describir ni explicar.

Con esto quiero decir que Dios realmente asiste en los momentos trascendentales de la vida. Sin duda, el Señor me paraba los pies. Van pasando lentamente los días desde mi lecho. Ya apenas me levanto. He salido de casa algunos sábados para acudir a la Eucaristía en la parroquia. Solamente incorporarme del lecho me produce el mismo cansancio que a vosotros un día entero de trabajo. Pero, como dice el Salmo, ‘El Señor está conmigo todos los días’. Él me asiste en mis dolores. Hace un par de semanas me han reforzado el tratamiento contra el dolor, para tener una mejor calidad de vida. Pero realmente lo que me hace sufrir son aquellas personas cercanas a mi familia que de alguna forma se han separado de Dios, han abandonado la fe, buscan, sin duda, la felicidad en otras cosas… Ruego al Señor por ellas.

Tengo muy claro que no soy yo, es Dios quien lleva mi enfermedad. Esta situación me supera, y ha redimensionado mi vida. Personalmente, no tendría fuerzas para llevarla adelante sin su ayuda. La garantía de que Él existe es que esta fuerza que actúa en mí es espiritual. Esto no lo puede explicar ni la ciencia ni la sabiduría humana, porque esta fuerza viene de Dios.

Espero y le pido constantemente no dudar de su amor, para que no salga de mis labios la siguiente pregunta: ‘¿Por qué a mí?’; deseo con todo mi corazón resistir a las acechanzas del demonio, que quiere que yo juzgue a Dios. Para gloria de Dios, no lo ha conseguido. Me siento asistido por todos los que me rodean, no sólo con su presencia, sino sobre todo por medio de la oración.

Todos los días recibo a Jesucristo en la Comunión y esto me mantiene vivo, me da fuerzas para dar una palabra de ánimo a quien lo necesita. Es Dios quien viene a mí; me visita, de igual forma que visitó a la Virgen María. También siento la presencia de Ella, mi Madre del Cielo, que escondida, en lo oculto, también intercede por mí.

Sé que me muero, no sé exactamente cuándo Dios me querrá llevar, pero tengo la garantía de que la muerte es precisamente un nacer a la Vida Eterna. Es el paso necesario para llegar a la presencia del Padre. Sé que en esta vida que se acaba -y que aquellos que me visitan y no creen en Dios lamentan como si hubiera recaído sobre mí una maldición- es necesario pasar por este trance, dar el salto a lo mejor, a lo definitivo, a lo verdadero: la Vida Eterna, la presencia del Padre.

domingo, 4 de octubre de 2015

AMIGOS DE DIOS


Amigos de Dios
Autor:  Padre Guillermo Ortiz S.J.


Cuando se apagan los colores y los ruidos de tantas cosas que nos distraen durante el día, puede que Ud. se sienta solo. “Te dejo solo con vos mismo que es lo peor que te puede pasar”. Así se despidió irónicamente Pereira de un amigo.

Cuando se apagan los colores y los ruidos de tantas cosas que nos distraen durante el día, puede que Ud. se sienta solo. Aún rodeado de gente y hasta de la propia familia, puede ser que Ud. se sienta solo si falta eso tan importante para la vida que es el amor de amistad.

“Ya nos los llamo servidores, los llamo amigos”, les dijo Jesús a sus discípulos. Y allí está como un buen amigo, en la Eucaristía, en el pan santo de la Comunión, en la Misa y en los Sagrarios de las iglesias; como un buen amigo que nos espera siempre, para escuchar nuestras penas y nuestras ilusiones, y para reconfortarnos con la fe en su presencia y en el poder de su amor paciente y fuerte.
¿Cuál es nuestra respuesta frente a la amistad que el mismo Dios ofrece en la Eucaristía, en la Misa, en la Comunión?
Cuando me siento solo hay alguien que siempre está misteriosamente conmigo. A veces pienso que está muy lejos o que quizá no existe, pero Jesús está, y es bueno.

martes, 22 de septiembre de 2015

EL MISTERIO DE DIOS


El misterio de Dios
Fray Mamerto Menapace




Frente al misterio del pecado, muchas veces sube en nosotros esa pregunta: ¿Por qué Dios lo abandonó?  Y si la experiencia de pecado se ha dado en nosotros, entonces se hace mucho más quemante la pregunta: Señor, ¿por qué me abandonaste? ¿Por qué dejas que mi corazón se extravíe lejos de vos? como dice Isaías hablando de su pueblo en el capítulo 63, 17.

Pienso que nuestro corazón es mucho más ancho de lo que nosotros pensamos. Nosotros hemos alambrado un retazo de nuestro corazón y pretendemos allí vivir nuestra fidelidad a Dios. Nos hemos decidido a cultivar sólo un trozo de nuestra tierra fértil. Y hemos dejado sin recorrer lo cañadones de nuestra entera realidad humana, el campo bruto que sólo es pastizal de guarida para nuestros bichos silvestres. Hemos trabajado con cariño y con imaginación ese trozo alambrado. Tal vez hemos logrado un jardín con flores y todo; y para ellos hemos rodeado con un tejido que lo hacía inaccesible a toda nuestra fauna silvestre. Y nos ha dolido la sorpresa de ver una mañana que alguno de los bichos (nuestros pero no reconocidos) ha invadido nuestro jardín y ha hecho destrozos. Y la dolorosa experiencia de la presencia de ese bicho nuestro, introducido en nuestra geografía cultivada, llegó incluso a desanimarnos y a quitarnos las ganas de continuar. Es la experiencia del corazón sorprendido y dolorido.

Y no pensamos que a lo mejor a Dios también le dolía el corazón, viendo que tanta tierra que él nos había regalado para vivir en ella un encuentro con él, había quedado sin cultivar. Que nosotros le habíamos cerrado el acceso a gran parte de nuestra tierra fértil.

A veces, por ahí, uno de esos salmos (gritador y polvoriento) sacude alguno de los pajones de nuestro inconsciente, y se despiertan allí sentimientos que buscan llegar a oración. Pero nosotros enseguida los espantamos. No queremos que en nuestro diálogo con Dios se mezcle el canto agreste nuestra fauna lagunera. Quisiéramos mantener a Dios en la ignorancia de todo aquello que está en nosotros pero que nosotros no aceptamos.

Y es entonces cuando Dios nos obliga a reconocer nuestro corazón. Dios nos abandona para probarnos y descubrirnos todo lo que hay en nuestro corazón. Para que urgido por la dura experiencia de nuestro pecado hagamos llegar hasta sus oídos ese grito pleno de nuestro corazón. Y en esa dolorosa experiencia empieza a morir nuestra dificultad psicológica de rezar ciertos salmos. Nosotros no los aceptábamos porque nos sentíamos plenamente inmunes, puros, totalmente cristianos. Nos parecía que esos salmos eran "precristianos". Gritos de una geografía dejada atrás. Pero nuestro pecado nos llama a la dolorosa realidad de tener que comprobar que la mayor parte de nuestro corazón debe aún ser evangelizado. Que hasta ahí aún no ha llegado la buena noticia de que Cristo se hizo hombre, que murió asumiendo nuestro pecado y que con ellos descendió a los infiernos, para vencer en su propia guarida la raíz venenosa del pecado y de su compañera la muerte.

Dios podría impedir la quemazón de nuestros pajonales. Y sin embargo prefiere sembrar más allá de las cenizas, en la tierra fértil que hay debajo. Dios no impide nuestra muerte; en el surco de nuestra muerte siembra la resurrección para el más allá.

Porque Dios se ha comprometido con todo nuestro corazón. Porque nuestro corazón se salva en plenitud, o no se salva nada. Pero Dios es poderoso. Y lo salvará.

sábado, 29 de agosto de 2015

HÁGASE TU VOLUNTAD EN LA TIERRA COMO EN EL CIELO


Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo...
Una forma que ayuda a superar la rutina es decirle lo mismo a Dios pero con palabras espontáneas


Por: P. Evaristo Sada LC | Fuente: la-oración.com 




Cuando digo una oración de memoria, me sucede a veces que ya no pongo atención en lo que digo. Una forma que a mí me ayuda de superar la rutina es decirle lo mismo a Dios pero con palabras espontáneas. Por eso a veces rezo las oraciones más comunes con mis propias palabras y me ayuda mucho a renovar el sentido de cada frase, para luego pronunciar las mismas palabras con mayor sinceridad y hondura.

Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo
En artículos anteriores he venido sugiriendo cómo rezar mejor el Padre Nuestro. Paso a la siguiente frase: "Hágase Tu Voluntad en la tierra como en el cielo". Y lo haré como sugiero arriba: diciendo lo mismo con palabras espontáneas.


Padre Bueno, Tú siempre buscas mi bien y sólo mi bien.
Tú quieres mi salvación eterna.
Me hiciste para vivir en intimidad contigo en el tiempo y en la eternidad.
¡Qué más puedo desear! ¡Gracias, Padre! 

No me impones un destino, me hiciste libre y quieres que yo elija.
Pero a veces preferiría no tener que elegir; temo equivocarme.
Tú conoces mi debilidad, tú sabes cómo a veces me confundo,

se me nubla la mente y no sé qué camino tomar.
No siempre es fácil saber qué es lo que tú quieres, qué es lo que más me conviene.
No quiero contristarte, no quiero hacer daño a las personas.
Sólo quiero agradarte, hacer el bien y alcanzar la vida eterna.
Quiero obedecerte porque quiero agradarte.
Quiero lo que Tú quieras porque te quiero.
Y si hago lo que tú quieres me irá siempre bien.
Quien hace tu Voluntad se salva.
Padre Nuestro, hágase tu voluntad.

Tú amas a los que cumplen tus mandamientos:
"Quien hace la voluntad de mi Padre, que está en los cielos, ese es mi hermano y mi hermana." (Mt 12, 49-50)
Tu Voluntad es que cumpla tus mandamientos.
Se dice fácil, pero en las circunstancias concretas de la vida,
no es tan sencillo y no siempre sé cuál es tu voluntad.
Cuando tengo delante el bien y el mal, es fácil distinguir, pero a veces tengo que elegir entre dos bienes.
Por eso ahora, como Jesús en Getsemaní, me abandono en tus brazos con absoluta confianza
y te digo: "No se haga mi voluntad sino la tuya" (Lc 22,42)
Que se haga tu voluntad en mí.
Me guste o no me guste, sé que obedecerte será lo mejor para mí.
Padre Santo, hágase tu voluntad.

Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
"Que en la tierra reine la paz como en el cielo." (San Ambrosio)

¡Bendigan al Señor, todos sus ángeles,
los fuertes guerreros que cumplen sus órdenes
apenas oyen la voz de su palabra!
¡Bendigan al Señor, todos sus ejércitos,
sus servidores, los que cumplen su voluntad! (Sal 102,20-21)

Así como los ángeles te obedecen, que así también yo.
Que así como ellos ven con claridad el modo de agradarte,
como ellos hacen el bien sin que ninguna miseria les desvíe,
que así también yo te obedezca y te bendiga.

Padre Nuestro, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
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