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martes, 3 de junio de 2014

RECIBID EL ESPÍRITU SANTO



Autor: P. Fintan Kelly | Fuente: Catholic.net
Recibid el Espíritu Santo...
Cuando rezo, abro la ventana de mi alma al Espíritu y Él podrá influir en mi inteligencia, mi voluntad y mi corazón.

Recibid el Espíritu Santo...
Fruto de esta meditación: 

Colaborar con el Espíritu Santo en nuestra santificación es escoger siempre el camino que nos enseña Jesucristo. 

1. El don mayor de Cristo resucitado es el Espíritu Santo. Sus primeras palabras a sus apóstoles, reunidos en el cenáculo fueron: "Recibid el Espíritu Santo". Era el cumplimiento de una promesa que les había hecho en la Última Cena: iba a mandar al Espíritu Consolador. 

El Espíritu Santo les dio un poder espiritual: el de perdonar los pecados. Aquí vemos cómo el Espíritu Santo les da la facultad de hacer lo que Cristo hacía durante su vida. Es el Espíritu Santo quien les dará el poder de predicar y de santificar como hacía Cristo. La misión de la Tercera Persona es secundar la obra de Cristo, llevar a los hombres a transformarse en Cristo. 

2. Ser devoto del Espíritu Santo es ser un hombre "espiritual", que quiere decir dejarse guiar por Él, y no ser un hombre "carnal", que significa dejarse arrastrar por las propias pasiones. 

¿Hasta dónde me guía el Espíritu? El punto de llegada siempre es el mismo: Cristo. Cristo era el hombre del Espíritu porque siempre se dejaba iluminar por sus inspiraciones. 

¿Cómo sé que me estoy dejando "mover" por el Espíritu? Es muy fácil: cada vez que opto por el bien y rechazo el mal, estoy colaborando con Él. Donde hay un ser humano que está haciendo el bien, allí está obrando el Espíritu de Dios. 

3. ¿Cómo aumentar el influjo del Espíritu Santo en mi vida? Cada vez que recibo un sacramento el Espíritu Santo viene a mi alma. El acercarme frecuentemente al sacramento de la reconciliación y a la Eucaristía es una manera óptima para incrementar su presencia dentro de mi. 

Cuando una persona ora abre la ventana de su alma al Espíritu. Así Él podrá influir en mi inteligencia, mi voluntad y mi corazón. Dios no rehusa su gracia a la persona que se dispone a recibirla. 

Propósito: 

Revisar mi vida para ver si soy un "hombre espiritual" o un "hombre carnal". 

miércoles, 26 de marzo de 2014

PENSAMIENTOS SOBRE EL ESPÍRITU SANTO



PENSAMIENTOS SOBRE EL ESPÍRITU SANTO

Acoge al Espíritu Santo. Guarda en ti la Palabra, vive en Cristo y, como María, canta su misericordia sin fin. 
Jaume Boada i Rafí O.P.

Al Espíritu Santo, Jesús lo llama también Espíritu de la Verdad. Mons. Héctor Aguer

Al Espíritu Santo lo llamamos santo porque su función es santificarnos.
 Mons. Héctor Aguer

«Como fruto de la Cruz, se derrama sobre la Humanidad el Espíritu Santo» "Es Cristo que pasa"

El don precioso que el Espíritu Santo trae a nuestro corazón es la confianza profunda en el amor y en la misericordia de Dios. 
SS. Francisco

El Espíritu ama en lo más íntimo de nuestra propia intimidad. 
Ángel Moreno de Buenafuente

El Espíritu nos deja gustar la paz más profunda. 
Ángel Moreno de Buenafuente

El Espíritu nos habita y nos hace templos suyos.
 Ángel Moreno de Buenafuente

El Espíritu Santo concede el don del amor divino a quienes se unen en el don mutuo del matrimonio. 
Ángel Moreno de Buenafuente

El Espíritu Santo es el Amor de las dos primeras Personas: Amor increado e infinito, Amor consustancial, Amor eterno que procede de la entrega mutua del Padre y del Hijo. 
Mons. Javier Echevarría

"el Espíritu Santo, hoy igual que en los comienzos de la Iglesia, actúa en cada evangelizador que se deja poseer y conducir por Él, y pone en los labios las palabras que por sí solo no podría hallar".
 SS. Pablo VI

El Espíritu Santo llega a los cristianos como manantial inagotable de los tesoros divinos.
 Mon. Javier Echevarría

El Espíritu Santo no sólo nos da a conocer la voluntad de Dios, sino que nos hace capaces de cumplirla dándonos fuerzas y gracia. Pedro Sergio Donoso Brant 

El Espíritu Santo nos hace ver de modo nuevo a los demás, como hermanos y hermanas en Jesús, a los que hemos de respetar y amar. SS. Francisco

El Espíritu Santo verdaderamente nos transforma y cuenta con nosotros para transformar el mundo en que vivimos. 
SS. Francisco

“El Espíritu Santo transforma y renueva, crea armonía y unidad, da fuerza y gozo para la misión”.
 SS. Francisco

En la vida de la Iglesia, es el Espíritu Santo el que nos mueve a nosotros a ser testigos de Cristo. Mons. 
Héctor Aguer

"Este es otro efecto del Espíritu Santo: el coraje, para anunciar la noticia del Evangelio de Jesús a todos, con confianza en sí mismo (parresía), en voz alta, en todo tiempo y en todo lugar" 
SS. Francisco

La identificación plena con Cristo, que en eso consiste la santidad, se atribuye de modo especial al Espíritu Santo.
 Mon. Javier Echevarría

La fuerza del Espíritu Santo mueve a los cristianos a una verdadera transformación para difundir el Evangelio en todo el mundo. 
Mons. Javier Echevarría

Nadie puede llamar a Jesús «Señor», si no es bajo la acción del Espíritu Santo.
 San Pablo

Pentecostés nos habla de lenguas, de expansión, de salir de nosotros. Pero también nos anima a buscar la unidad afectiva y efectiva entre todos los hijos de la Iglesia. Una unidad que es signo de esperanza. 
Mons. Javier Echevarría

”Toda verdad, la diga quien la diga, viene del Espíritu Santo”
 San Ambrosio

"Todos nosotros, una vez recibido, el único y mismo Espíritu, a saber, el Espíritu Santo, nos fundimos entre nosotros y con Dios." San Cirilo de Alejandría

Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: ‘Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos".
 (Jn 20, 22-23)

“Yo os digo: no seréis vosotros los que hablaréis sino que el Espíritu Santo hablará por vosotros.” 
(Mt 10,20)

domingo, 19 de mayo de 2013

EL ESPÍRITU SANTO SOBRE LOS APÓSTOLES


Autor: P. Sergio Cordova LC | Fuente: Catholic.net
El Espíritu Santo sobre los apóstoles
Juan 20, 19-23. Pentecostés. El Espíritu Santo es todo: el fuego de la fe, del amor, de la fuerza y de la vida.


Del santo Evangelio según san Juan 20, 19-23

Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros». Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús les dijo otra vez: «La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío». Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».

Oración introductoria

Ven, Espíritu Santo, llena mi corazón y enciende el fuego de tu amor. Envía tu Espíritu Creador y renueva la faz de la tierra. Oh Dios, que has iluminado los corazones de tus hijos con la luz del Espíritu Santo; hazme dócil a tus inspiraciones para gustar siempre el bien y gozar de su consuelo. Por Cristo nuestro Señor.

Petición

Espíritu Santo, mira mi vacío si Tú faltas, por eso te suplico vengas hacer en mi tu morada.

Meditación del Papa

Finalmente, el Evangelio de hoy nos entrega esta bellísima expresión: "Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor". Estas palabras son profundamente humanas. El Amigo perdido está presente de nuevo, y quien antes estaba turbado se alegra. Pero dicen mucho más. Porque el Amigo perdido no viene de un lugar cualquiera, sino de la noche de la muerte; ¡y la ha atravesado! No es uno cualquiera, sino que es el Amigo y al mismo tiempo Aquel que es la Verdad y que hace vivir a los hombres; y lo que da no es una alegría cualquiera, sino la propia alegría, don del Espíritu Santo. Sí, es hermoso vivir porque soy amado, y es la Verdad la que me ama. Se alegraron los discípulos, viendo al Señor. Hoy, en Pentecostés, esta expresión está destinada también a nosotros, porque en la fe podemos verle; en la fe Él viene entre nosotros, y también a nosotros nos enseña las manos y el costado, y nosotros nos alegramos. Por ello queremos rezar: ¡Señor, muéstrate! Haznos el don de tu presencia y tendremos el don más bello, tu alegría. Amén. Benedicto XVI, 12 de junio de 2011.

Reflexión

En cierta ocasión se encontraba una maestra en clase de religión con sus alumnos de tercero de primaria. Y les pregunta: - "Quién de ustedes me sabe decir quién es la Santísima Trinidad?" Y uno de los niños, el más despierto, grita: - "¡Yo, maestra! La Santísima Trinidad son el Padre, el Hijo ¡y... la Paloma!"

Para cuántos de nosotros el Espíritu Santo es precisamente eso:¡una paloma! De esa forma descendió sobre Cristo el día de su bautismo en el Jordán y así se le ha representado muchas veces en el arte sagrado. Pero ¡el Espíritu Santo no es una paloma! ¿Cómo se puede tener un trato humano, profundo y personal con un animalito irracional? La paloma es, a lo mucho, un bello símbolo de la paz, y nada más. Y, sin embargo, el Espíritu Santo es la tercera Persona de la Trinidad Santísima y Dios verdadero.

En la solemnidad de hoy celebramos la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles el día de Pentecostés. Pero en las lecturas de la Misa de hoy nos volvemos a encontrar con la misma dificultad de antes: el problema del lenguaje. En el pasaje de los Hechos de los Apóstoles se nos narra que el Espíritu Santo bajó del cielo "en forma de un viento impetuoso que soplaba". ¡Otra imagen! Como el viento que mandó Dios sobre el Mar Rojo para secarlo y hacer pasar a los israelitas por en medio del mar, liberándolos de la esclavitud del faraón y de Egipto (Ex 14, 21-31); o como ese viento que el mismo Dios hizo soplar sobre un montón de huesos áridos para traerlos a la vida, según nos refiere el profeta Ezequiel (Ez 37, 1-14). El mismo Cristo en el Evangelio de hoy usa también la imagen del viento para hablarnos del Espíritu Santo: "Jesús sopló sobre ellos y les dijo: Reciban el Espíritu Santo". La misma palabra espíritu significa, etimológicamente, viento: procede del latín, spíritus (del verbo spiro, es decir soplar). El vocablo hebreo, ruah, tiene el mismo significado. Y la palabra latina que se usaba para decir alma era ánima, que a su vez viene del griego ánemos, viento.

El libro del Génesis nos narra que, cuando Dios creó al hombre modelándolo del barro, "le sopló en las narices y así se convirtió en un ser vivo" (Gén 2,7). Por eso también Cristo, como el Padre, sopla su Espíritu sobre sus apóstoles para transmitirles la vida. Sin el aliento
vital nada existe. Así como el cuerpo sin el alma es un cadáver, el hombre sin el Espíritu Santo está muerto y se corrompe. Por eso, en la profesión de fe, decimos que "creemos en el Espíritu Santo, que es Señor y Dador de vida". ¿Y cómo nos comunica esa vida? Cristo lo dice a continuación: "a quienes les perdonen los pecados, les quedan perdonados..." Es la vida de la gracia santificante, que producen los sacramentos: el bautismo, la confesión, la Eucaristía y los otros cuatro. Él es el Espíritu Santificador, que da vida, alienta todo y "anima" todo. Es esto lo que Cristo nos quiere significar con esta imagen del viento.

En la Sagrada Escritura se nos habla del Espíritu Santo a través de muchas otras imágenes, dada nuestra pobre inteligencia humana, incapaz de abarcar y de penetrar en el misterio infinito de Dios. En la primera lectura misma que acabamos de referir, se nos dice que descendió "como lenguas de fuego" que se posaban sobre cada uno de los discípulos.

La imagen del fuego es también riquísima a lo largo de toda la Biblia. Es el símbolo de la luz, del calor, de la energía cósmica, de la fuerza. El Espíritu Santo es todo eso: el fuego de la fe, del amor, de la fuerza y de la vida.

Pero, además de las mil representaciones, el Espíritu Santo es, sobre todo, DIOS. Es Persona divina, como el Padre y el Hijo. Es el Dios-Amor en Persona, que une al Padre y al Hijo en la intimidad de su vida divina por el vínculo del amor, que es Él mismo. Vive dentro de nosotros, como el mismo Cristo nos aseguró: "Si alguno me ama, guardará mi palabra y mi Padre lo amará, y vendremos a hacer en él nuestra morada" (Jn 14,23).

Podemos decir que una persona que amamos vive dentro de nosotros por el amor. Y si esto es posible en el amor humano, con mucha mayor razón lo es para Dios. El Espíritu Santo y la Trinidad Santísima viven dentro de nosotros por el amor, la fe, la vida de gracia, los sacramentos y las virtudes cristianas. El "dulce Huésped del alma" es otro de sus nombres; y san Pablo nos recuerda: "¿No saben que son templos de Dios y que el Espíritu Santo habita dentro de ustedes?" (I Cor 3,16).

Podríamos decir tantísimas cosas del Espíritu Santo y nunca acabaríamos. Pero lo más importante no es saber mucho, sino dejar que Él viva realmente dentro de nosotros. Y esto será posible sólo si le dejamos cabida en nuestro corazón a través de la gracia santificante: donde reina el pecado no hay vida. Es imposible que convivan juntos el día y la noche, o la vida y la muerte. Dios vivirá en nosotros en la medida en que desterremos el pecado y los vicios para que Él verdaderamente sea el único Señor de nuestra existencia. ¿Por qué no comienzas ya desde este mismo momento?

miércoles, 15 de mayo de 2013

EL ESPÍRITU SANTO, PERSONA DIVINA

Autor: Miguel Rivilla San Martìn. Pbro. | Fuente: Catholic.net
El Espíritu Santo, persona divina
Él siempre ha permanecido en la Iglesia de Cristo, vivificándola y santificándola.



Quizás, para un número no pequeño de cristianos, desgraciadamente, el Espíritu Santo no signifique gran cosa en sus vidas. Incluso, como pasó a un grupo de la primitiva comunidad de Corinto, lleguen a ignorar su identidad y con qué bautizo fueron bautizados. En el credo niceno-constantinopolitano, que a menudo rezamos los participantes en la eucaristía dominical, proclamamos y profesamos nuestra fe con estas palabras de la Iglesia: "Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo, recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas".

Es pues, el Espíritu Santo, persona divina; verdad que niegan los testigos de Jehová, para quienes sólo es "la fuerza activa de Dios", negándole los demás atributos divinos, idénticos al Padre y al Hijo.

Parece poco probable, es cierto, que los evangelistas, hayan oído hablar de la Tercera Persona de la Sma. Trinidad, al realzar la obra del Espíritu Santo, en la obra terrenal de Cristo. Pero la fórmula trinitaria integrada en la última secuencia de MATEO ("Id pues, y haced discípulos de todos los hombres, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo "...) subraya, sin lugar a dudas, la existencia personal y distinta del Espíritu, en una única naturaleza divina, de tal manera como lo hace con las del Padre y del Hijo. Según el libro de los Hechos descendió sobre la Iglesia el día de Pentecostés. Su activa presencia se muestra -según había prometido Jesús- de forma sorprendente a través de los acontecimientos relatados, de forma que pudo denominarse a este libro del N.T. "El evangelio del Espíritu Santo".

Sabemos que los artistas de todos los tiempos han representado al Espíritu Santo en forma de paloma o de lenguas de fuego, símbolos tomados de las sagradas Escrituras. Él siempre ha permanecido en la Iglesia de Cristo, vivificándola y santificándola con sus siete dones, produciendo abundantes y maravillosos frutos de santidad a lo largo de veinte siglos. Nunca ha faltado su asistencia de modo especial al Vicario de Cristo en la tierra, para que pueda guiar a sus hermanos en la verdad revelada, sin error hasta el final de los siglos.

Todos los cristianos debemos encomendarnos a Él, invocándole muy a menudo, con jaculatorias y con oraciones, procurando que su santa gracia -su luz y su fuerza -guíen y acompañen siempre a su Iglesia y a cuantos tenemos la suerte de formar parte de ella.

Como conclusión trascribo aquí una preciosa invocación al Espíritu Santo:

Envía, Señor, tu Espíritu, que renueve nuestros corazones. Envíanos, Señor, tu luz y tu calor, que alumbre nuestros paso, que encienda nuestro amor. Envíanos tu Espíritu y un rayo de tu luz, encienda nuestras vidas en llamas de virtud. Envíanos, Señor, tu fuerza y tu valor, que libre nuestros miedos, que anime nuestro ardor; envíanos tu Espíritu, impulso creador, que infunda en nuestras vidas la fuerza de su amor. Envíanos, Señor, la luz de tu verdad, que alumbre tantas sombras de nuestro caminar; envíanos tu Espíritu, su don renovado, engendre nuevos hombres con nuevo corazón..

domingo, 27 de mayo de 2012

PENTECOSTÉS, algo más que la venida del espíritu...


PENTECOSTÉS, algo más que la venida del espíritu...

La fiesta de Pentecostés es uno de los Domingos más importantes del año, después de la Pascua. En el Antiguo Testamento era la fiesta de la cosecha y, posteriormente, los israelitas, la unieron a la Alianza en el Monte Sinaí, cincuenta días después de la salida de Egipto.

Aunque durante mucho tiempo, debido a su importancia, esta fiesta fue llamada por el pueblo segunda Pascua, la liturgia actual de la Iglesia, si bien la mantiene como máxima solemnidad después de la festividad de Pascua, no pretende hacer un paralelo entre ambas, muy por el contrario, busca formar una unidad en donde se destaque Pentecostés como la conclusión de la cincuentena pascual. Vale decir como una fiesta de plenitud y no de inicio. Por lo tanto no podemos desvincularla de la Madre de todas las fiestas que es la Pascua.

En este sentido, Pentecostés, no es una fiesta autónoma y no puede quedar sólo como la fiesta en honor al Espíritu Santo. Aunque lamentablemente, hoy en día, son muchísimos los fieles que aún tienen esta visión parcial, lo que lleva a empobrecer su contenido.
Hay que insistir que, la fiesta de Pentecostés, es el segundo domingo más importante del año litúrgico en donde los cristianos tenemos la oportunidad de vivir intensamente la relación existente entre la Resurrección de Cristo, su Ascensión y la venida del Espíritu Santo.

Es bueno tener presente, entonces, que todo el tiempo de Pascua es, también, tiempo del Espíritu Santo, Espíritu que es fruto de la Pascua, que estuvo en el nacimiento de la Iglesia y que, además, siempre estará presente entre nosotros, inspirando nuestra vida, renovando nuestro interior e impulsándonos a ser testigos en medio de la realidad que nos corresponde vivir.

Culminar con una vigilia:
Entre las muchas actividades que se preparan para esta fiesta, se encuentran, las ya tradicionales, Vigilias de Pentecostés que, bien pensadas y lo suficientemente preparadas, pueden ser experiencias profundas y significativas para quienes participan en ellas.

Una vigilia, que significa “Noche en vela” porque se desarrolla de noche, es un acto litúrgico, una importante celebración de un grupo o una comunidad que vigila y reflexiona en oración mientras la población duerme. Se trata de estar despiertos durante la noche a la espera de la luz del día de una fiesta importante, en este caso Pentecostés. En ella se comparten, a la luz de la Palabra de Dios, experiencias, testimonios y vivencias. Todo en un ambiente de acogida y respeto.

Es importante tener presente que la lectura de la Sagrada Escritura, las oraciones, los cantos, los gestos, los símbolos, la luz, las imágenes, los colores, la celebración de la Eucaristía y la participación de la asamblea son elementos claves de una Vigilia.
En el caso de Pentecostés centramos la atención en el Espíritu Santo prometido por Jesús en reiteradas ocasiones y, ésta vigilia, puede llegar a ser muy atrayente, especialmente para los jóvenes, precisamente por el clima de oración, de alegría y fiesta.

Algo que nunca debiera estar ausente en una Vigilia de Pentecostés son los dones y los frutos del Espíritu Santo. A través de diversas formas y distintos recursos (lenguas de fuego, palomas, carteles, voces grabadas, tarjetas, pegatinas, etc.) debemos destacarlos y hacer que la gente los tenga presente, los asimile y los haga vida.
No sacamos nada con mencionarlos sólo para esta fiesta, o escribirlos en hermosas tarjetas, o en lenguas de fuego hechas en cartulinas fosforescentes, si no reconocemos que nuestro actuar diario está bajo la acción del Espíritu y de los frutos que vayamos produciendo.

Invoquemos, una vez más, al Espíritu Santo para que nos regale sus luces y su fuerza y, sobre todo, nos haga fieles testigos de Jesucristo, nuestro Señor.

Eduardo Cáceres Contreras

jueves, 24 de mayo de 2012

DE RODILLAS ANTE TI, PEDIMOS AYUDA AL ESPIRITU SANTO

Autor: Ma Esther De Ariño | Fuente: Catholic.net
De rodillas ante Ti, pedimos ayuda al Espíritu Santo
Espíritu de alegría, consuelo y fortaleza, sánanos del desánimo, el miedo y la tristeza.
De rodillas ante Ti, pedimos  ayuda al Espíritu Santo
Hoy es jueves, Señor.


Hoy Jesús, vengo ante Ti con el alma aligerada, con la alegría de una gran emoción que ya conoces porque Tu lo sabes todo de tus amadas criaturas y de mí.

Pero se que te gusta que te cuente "mis cosas" ya que eres mi confidente, mi gran amigo... Pues bien, lo que trae mi alma conmovida es, que como tu ya sabes, México ha sido consagrado al Espíritu Santo, el Espíritu Santo que es frecuentemente el GRAN DESCONOCIDO, y que es el Espíritu de Dios.

El es, la Tercera Persona de la Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo, Tres Personas distintas y un solo Dios Verdadero. Es el Misterio profundo de esa Trinidad donde ninguno es mayor ni menor que el otro. Tienen su propia personalidad, por decirlo así:



  • El Padre que no tuvo ni principio ni fin, que no fue hecho, ni creado, ni engendrado.
  • El Hijo no fue hecho, ni creado, sino engendrado en María la Virgen para hacerse hombre y
  • El Espíritu Santo que no fue hecho ni engendrado, sino que procede del Padre y del Hijo.

    Dios Padre se da plenamente al Hijo con infinito amor, el Hijo se da al Padre con el mismo infinito amor y de esta comunicación de amor brota el Espíritu Santo, amor sustancial del Padre y del Hijo, es así como nos lo enseña Santo Tomás en su Suma Teológica.

    Después de la muerte y a pesar de haber visto resucitado a Jesús, los apóstoles estaban sumidos en el miedo hecho terror. ¿Cómo ellos pobres pescadores, algunos analfabetos, podrían cumplir el mandato, la misión que les dejaba el Maestro y Señor?. Id, a predicar a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo... y también.... si yo no me voy, el Paráclito no vendrá a vosotros; pero si ve voy, os lo enviaré Y estando reunidos llegó el Espíritu de Dios y todo cambió para ellos.

    Así también nosotros hemos de llamarlo:

    ¡Ven Espíritu Santo!

    Él desea entrar para darnos sus Dones, es el Gran Consolador, Intercesor y Luz y se convierte en el dulce huésped del alma y nos llena de paz y de sabiduría. Lo necesitamos porque El es el fruto del Amor de Dios.

    Y para terminar esta pequeña charla contigo mi amado Jesús, te diré que es un beneficio inmenso que nuestro querido México se haya consagrado al Espíritu Santo, en estos tiempos tan difíciles, como ya pasó, cuando en México se derramó sangre por tu amor allá por los años de 1927 y más, en la Guerra Cristera, y ahora también las fuerzas del mal, vemos claramente, que están presentes.

    Vamos a tener la ayuda amadísima del Espíritu Santo y de rodillas ante ti, como lo haré todos los días pediré su ayuda y protección con esta oración.

    CONSAGRACIÓN AL ESPÍRITU SANTO

    "Espíritu Santo, te consagramos nuestra patria. Intercede por quienes vivimos en ella.
    No nos dejes perdernos por caminos sin Dios, reoriéntanos al gozo de la fe y la verdad.

    Espíritu de paz, perdón y misericordia, líbranos de la violencia y la discordia y enséñanos a hablar las lenguas siempre nuevas de la fraternidad.

    Espíritu de alegría, consuelo y fortaleza, sánanos del desánimo, el miedo y la tristeza.

    Espíritu de generosidad y de justicia, apártanos del egoísmo y de la avaricia, inspíranos acciones para crear condiciones que permitan a todos vivir con dignidad.

    Tu eres fuente de la vida, rescátanos de la cultura de la muerte, fecúndanos con tus dones, tus frutos y carísmas.

    Ilumina nuestra tierra, renueva las naciones, ven como en Pentecostés e incendia con tu fuego de amor los corazones. AMÉN.




  • Preguntas o comentarios al autor
  • Ma. Esther de Ariño

    miércoles, 11 de abril de 2012

    HE VISTO AL ESPÍRITU SANTO...

    He visto al Espíritu Santo


    El cardenal Jean-Marie Lustiger, arzobispo de París, fue entrevistado por un periodista en la
    televisión. Le preguntó:
    – ¿Cree en la existencia del demonio?
    – Sí, sí creo.
    – Pero, en una época de tantos progresos científicos y tecnológicos, ¿sigue creyendo en la
    existencia del demonio?
    – Sí, sigo creyendo en él.
    – ¿Ha visto al demonio?
    – Sí, lo he visto.
    – ¿Dónde?
    – En Dachau, en Auschwitz, en Birkenau...
    Entonces el periodista enmudeció.


    martes, 31 de enero de 2012

    SIETE VENTAJAS PRECIOSAS PARA EL QUE PROPAGA LA DEVOCIÓN AL ESPÍRITU SANTO

    SIETE VENTAJAS PRECIOSAS PARA EL QUE PROPAGA LA DEVOCIÓN AL ESPÍRITU SANTO

    1ª   Se crea un lazo de amor entre nuestra alma y la Tercera Persona de la Santísima Trinidad.

    2ª   Un aumento notable de todas nuestras devociones, especialmente a la Sagrada Eucaristía, al Corazón de Jesús y a la Santísima Virgen.

    3ª   Una seguridad de recibir en el alma más inspiraciones del Espíritu Santo y la fuerza para ponerlas en práctica.

    4ª   Procurar de una manera excelente la gloria de Dios, trabajando cada día en hacer conocer y amar al Santificador de las almas.

    5ª   Trabajar muy especialmente por el advenimiento del reinado de Dios en el mundo, por la acción del Espíritu vivificante.

    6ª   Ser verdadera y prácticamente apóstol del Espíritu Santo.

    7ª   Atraer sobre el alma auxilios espirituales del Espíritu Santo, más íntima unión con Dios por medio del Santificador, mayor progreso en la oración mental, más consuelo y hasta alegría en la hora de la muerte, después de tan sublime apostolado.

    El invocar a menudo al Espíritu Santo es prenda segura de acierto en las situaciones variadas de nuestra vida.

    miércoles, 11 de enero de 2012

    ABRIRSE AL ESPÍRITU

    Abrierse al Espíritu
    Autor:  Padre Eusebio Gómez Navarro OCD 


    Un niño de color negro contemplaba extasiado al vendedor de globos en la feria. El hombre, en un determinado momento, soltó varios globos: rojo, azul, amarillo, blanco. Todos ellos remontaron el vuelo hacia el cielo hasta que desaparecieron. El niño negro, sin embargo, no dejaba de mirar un globo negro que el vendedor no soltaba en ningún momento. Finalmente, le preguntó: “Señor, si soltara usted el globo negro, ¿subiría tan alto como los demás?”.

    El vendedor sonrió comprensivamente al niño, soltó el cordel con que tenía sujeto el globo negro y, mientras éste se elevaba hacia lo alto, dijo: “No es el color lo que hace subir, hijo. Es lo que hay dentro”.
    El Espíritu está dentro de nosotros y nos hace volar. Nuestra oración está guiada por el Espíritu. No recibisteis un espíritu de esclavos…; antes bien, un Espíritu de hijos adoptivos que os hace gritar: ¡Abbá! ¡Padre! (Rm 8, 15). (Gal 6, 4). “…El Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza, pues nosotros no sabemos orar como es debido, y es el mismo Espíritu el que intercede por nosotros con gemidos inefables. Por su parte, Dios, que examina los corazones, conoce el sentir de ese Espíritu, que intercede por los creyentes según su voluntad” (Rm 8, 26-27). No sabemos orar como es debido. Si el Espíritu no ora en nosotros, nuestra oración no llega al cielo. Es el Espíritu el que nos anima a permanecer, a seguir pidiendo y esperando, a superar las dificultades.

    Al dejar este mundo Jesús pidió al Padre el Espíritu Paráclito, para que estuviese con nosotros siempre. Él fue el Consolador de los apóstoles y de la Iglesia. Él sigue siendo el Animador de la evangelización, y el que venda y consuela los corazones desgarrados. Cristo fue ungido por el Espíritu y entrega este mismo Espíritu a los apóstoles. Él “os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho” (Jn 14,26). El Espíritu ayuda a comprender. Su enseñanza no es fría, sino que compromete con la vida haciendo nuevos testigos. Todos aquellos que reciben el Espíritu Santo obtienen fuerza para ser testigos por toda la tierra.

    Con la llegada del Espíritu los apóstoles se sintieron llenos de fortaleza. Así comenzó la era de la Iglesia. Ahora el Espíritu de Dios con admirable providencia guía el curso de los tiempos y renueva la faz de la tierra.

    “Si Jesucristo no constituye su riqueza, la Iglesia es miserable. Si el Espíritu de Jesucristo no florece en ella, la Iglesia es estéril. Su edificio amenaza ruina si no es Jesucristo su arquitecto y si el Espíritu Santo no es el cimiento de piedras vivas con el que está construida. No tiene belleza alguna si no refleja la belleza sin par del rostro de Jesucristo y si no es el árbol cuya raíz es la Pasión de Jesucristo. La ciencia de que se ufana es falsa, y falsa también la sabiduría que la adorna, si ambas no se resumen en Jesucristo. Toda su doctrina es una mentira si no anuncia la verdad que es Jesucristo. Toda su gloria es vana si no la funda en la humildad de Jesucristo. Su mismo nombre resulta extraño si no evoca en nosotros el único Nombre. La Iglesia no significa nada para nosotros si no es el sacramento de Jesucristo” (H. De Lubac).

    “Sin el Espíritu Santo Dios permanece lejos. Cristo queda en el pasado. El Evangelio es letra muerta. La Iglesia, en una simple organización. La autoridad, en una dominación. La misión en propaganda. El culto, en una evocación. Y el actuar cristiano, en una moral de esclavos. Pero en ÉL... Jesucristo, el Señor Resucitado se hace presente, el Evangelio es potencia de vida, la Iglesia significa la comunión trinitaria... (Ignatios Hazim).

    “La oración –dice san Agustín– es la respiración del alma. Igual que necesitamos respirar para vivir, necesita el cristiano la oración para no morir”. “Son las almas que no tienen oración como un cuerpo con perlesía o tullido, que aunque tiene pies y manos no los puede mandar” (Santa Teresa de Jesús, 1M 1, 6).

    La salud del ser humano es el amor; es éste lo que da vida y mantiene vivas a las personas. Un corazón capaz de amar, es aquel que tiene en cuenta al otro, “nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. La verdadera oración llevará no a guardar la vida, sino a la generosidad y la entrega y disposición de perder esta misma” (Jn 15, 13).

    sábado, 8 de octubre de 2011

    TÚ QUE LO ACLARAS TODO

    Tú que lo aclaras todo

    Espíritu Santo, Tu que me aclaras todo,
    que iluminas todos los caminos para que yo alcance mi ideal.

    Tu que me das el don Divino de perdonar y olvidar el mal que me hacen y que en todos los instantes de mi vida estas conmigo.

    Quiero en este corto diálogo agradecerte por todo y confirmar que nunca quiero separarme de Ti, por mayor que sea la ilusión material.

    Deseo estar contigo y todos mis seres queridos en la gloria perpetua.
    Gracias por tu misericordia para conmigo y los mios.
    Gracias Dios mio.

    lunes, 22 de agosto de 2011

    ¿QUIÉN ES EL ESPÍRITU SANTO?



    ¿Quién es el Espírtu Santo?

    El Espíritu Santo es Dios, es la Tercera Persona de la Santísima Trinidad. La Iglesia nos enseña que el Espíritu Santo es el amor que existe entre el Padre y el Hijo. Este amor es tan grande y tan perfecto que forma una tercera persona. El Espíritu Santo llena nuestras almas en el Bautismo y después, de manera perfecta, en la Confirmación. Con el amor divino de Dios dentro de nosotros, somos capaces de amar a Dios y al prójimo. El Espíritu Santo nos ayuda a cumplir nuestro compromiso de vida con Jesús.

    Señales del Espíritu Santo:

    El viento, el fuego, la paloma.
    Estos símbolos nos revelan los poderes que el Espíritu Santo nos da: El viento es una fuerza invisible pero real. Así es el Espíritu Santo. El fuego es un elemento que limpia. Por ejemplo, se prende fuego al terreno para quitarle las malas hierbas y poder sembrar buenas semillas. En los laboratorios médicos para purificar a los instrumentos se les prende fuego.
    El Espíritu Santo es una fuerza invisible y poderosa que habita en nosotros y nos purifica de nuestro egoísmo para dejar paso al amor.
    Nombres del Espíritu Santo.
    El Espíritu Santo ha recibido varios nombres a lo largo del nuevo Testamento: el Espíritu de verdad, el Abogado, el Paráclito, el Consolador, el Santificador.

    Misión del Espíritu Santo:

    El Espíritu Santo es santificador: Para que el Espíritu Santo logre cumplir con su función, necesitamos entregarnos totalmente a Él y dejarnos conducir dócilmente por sus inspiraciones para que pueda perfeccionarnos y crecer todos los días en la santidad.

    El Espíritu Santo mora en nosotros: En San Juan 14, 16, encontramos la siguiente frase: “Yo rogaré al Padre y les dará otro abogado que estará con ustedes para siempre”. También, en I Corintios 3. 16 dice: “¿No saben que son templo de Dios y que el Espíritu Santo habita en ustedes?”. Es por esta razón que debemos respetar nuestro cuerpo y nuestra alma. Está en nosotros para obrar porque es “dador de vida” y es el amor. Esta aceptación está condicionada a nuestra aceptación y libre colaboración. Si nos entregamos a su acción amorosa y santificadora, hará maravillas en nosotros.

    El Espíritu Santo ora en nosotros: Necesitamos de un gran silencio interior y de una profunda pobreza espiritual para pedir que ore en nosotros el Espíritu Santo. Dejar que Dios ore en nosotros siendo dóciles al Espíritu. Dios interviene para bien de los que le aman.

    El Espíritu Santo nos lleva a la verdad plena, nos fortalece para que podamos ser testigos del Señor, nos muestra la maravillosa riqueza del mensaje cristiano, nos llena de amor, de paz, de gozo, de fe y de creciente esperanza.

    El Espíritu Santo y la Iglesia:

    Desde la fundación de la Iglesia el día de Pentecostés, el Espíritu Santo es quien la construye, anima y santifica, le da vida y unidad y la enriquece con sus dones.
    El Espíritu Santo sigue trabajando en la Iglesia de muchas maneras distintas, inspirando, motivando e impulsando a los cristianos, en forma individual o como Iglesia entera, al proclamar la Buena Nueva de Jesús.
    Por ejemplo, puede inspirar al Papa a dar un mensaje importante a la humanidad; inspirar al obispo de una diócesis para promover un apostolado; etc.
    El Espíritu Santo asiste especialmente al representante de Cristo en la Tierra, el Papa, para que guíe rectamente a la Iglesia y cumpla su labor de pastor del rebaño de Jesucristo.
    El Espíritu Santo construye, santifica y da vida y unidad a la Iglesia.
    El Espíritu Santo tiene el poder de animarnos y santificarnos y lograr en nosotros actos que, por nosotros, no realizaríamos. Esto lo hace a través de sus siete dones. 

    Los siete dones del Espíritu Santo:

    Estos dones son regalos de Dios y sólo con nuestro esfuerzo no podemos hacer que crezcan o se desarrollen. Necesitan de la acción directa del Espíritu Santo para poder actuar con ellos.

    SABIDURÍA: Nos permite entender, experimentar y saborear las cosas divinas, para poder juzgarlas rectamente.

    ENTENDIMIENTO: Por él, nuestra inteligencia se hace apta para entender intuitivamente las verdades reveladas y las naturales de acuerdo al fin sobrenatural que tienen. Nos ayuda a entender el por qué de las cosas que nos manda Dios.

    CIENCIA: Hace capaz a nuestra inteligencia de juzgar rectamente las cosas creadas de acuerdo con su fin sobrenatural. Nos ayuda a pensar bien y a entender con fe las cosas del mundo.

    CONSEJO: Permite que el alma intuya rectamente lo que debe de hacer en una circunstancia determinada. Nos ayuda a ser buenos consejeros de los demás, guiándolos por el camino del bien.

    FORTALEZA: Fortalece al alma para practicar toda clase de virtudes heroicas con invencible confianza en superar los mayores peligros o dificultades que puedan surgir. Nos ayuda a no caer en las tentaciones que nos ponga el demonio.

    PIEDAD: Es un regalo que le da Dios al alma para ayudarle a amar a Dios como Padre y a los hombres como hermanos, ayudándolos y respetándolos.

    TEMOR DE DIOS: Le da al alma la docilidad para apartarse del pecado por temor a disgustar a Dios que es su supremo bien. Nos ayuda a respetar a Dios, a darle su lugar como la persona más importante y buena del mundo, a nunca decir nada contra Él.


    Oración al Espíritu Santo 

    Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor; envía Señor tu Espíritu Creador y se renovará la faz de la tierra.
    OH Dios, que quisiste ilustrar los corazones de tus fieles con la luz del Espíritu Santo, concédenos que, guiados por este mismo Espíritu, obremos rectamente y gocemos de tu consuelo.
    Por Jesucristo, nuestro Señor
    Amén.
    go802.gif picture by PazenlaTormenta


                                                                       

    viernes, 15 de julio de 2011

    ORACIONES PODEROSAS... A LA ESCUCHA DEL ESPÍRITU

    Autor: P Evaristo Sada LC | Fuente: www.la-oracion.com
    Oraciones poderosas...a la escucha del Espíritu
    En la oración, el Espíritu Santo es el protagonista principal, es Él quien ora en nosotros. Por eso, necesitamos recibirle en nuestra casa.
    Oraciones poderosas...a la escucha del Espíritu


    Hay tormenta en Roma. En el alféizar de mi ventana tengo una concha y una piedra. La concha está abierta, la piedra cerrada. Al lado hay un canal por donde escurre el agua, va de paso. La concha acoge el agua, a la piedra le resbala, el canal recibe el agua pero la deja escapar.

    Cuando alguien ama, espera que su amor encuentre acogida, como el agua en la concha. El rechazo del amor es cosa muy penosa. La hospitalidad es la cualidad de acoger con bondad al huésped por parte del anfitrión. Se aplica normalmente a las recepciones, fiestas, visitas, convenciones, hoteles… Pero la más hermosa, y también la más sincera, es la hospitalidad dictada por la amistad, por el amor, cuando la visita es anhelada y se ha preparado con cuidado, con tiempo, al detalle. Creo que todo ello también puede aplicarse a la relación con el Espíritu Santo, como huésped del alma.

    Acogida

    En mi vida sacerdotal he conocido a muchas personas y familias que se han convertido en amigos verdaderos. Los encuentros se desarrollan en un clima familiar y de amistad sincera. Te acogen y te sientes querido. Aunque sabes que no lo mereces, lo agradeces. Eso es lo que el Espíritu Santo espera de nosotros: acogida.
    Y también he tenido grandes y duras lecciones acerca de que lo que se espera de mí es que sepa escuchar, y esto no sólo con las personas sino principalmente con el Espíritu Santo. En pocas palabras, que no sea egoísta. (A veces se dan diálogos entre egoístas, como decía Jean Cocteau: “un egoísta es aquel sujeto que se empeña en hablarte de sí mismo cuando tú te estás muriendo de ganas de hablar de ti”.)

    En la oración, el Espíritu Santo es el protagonista principal, es Él quien ora en nosotros. Por eso, necesitamos recibirle en nuestra casa. Jesús nos dijo: "Os conviene que yo me vaya, porque si no el Espíritu Santo no vendrá a vosotros" (Jn 16, 7) La oración es poderosa en la medida en que demos acogida al Espíritu Santo. El quiere venir e impregnarnos de su presencia:“Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo.” (Ap 3, 20) Cuando llegue, es importante que no se sienta como un extraño, como alguien a quien se ignora o que no es bien recibido, sino que se sienta en casa, buscado, esperado y querido.

    “Es viva la Palabra de Dios y eficaz, y más cortante que espada alguna de dos filos. Penetra hasta las fronteras entre el alma y el espíritu, hasta las junturas y médulas; y escruta los sentimientos y pensamientos del corazón.” (Heb 4,12) El Espíritu Santo está esperando que le demos espacio para mostrar su misericordia, toca a la puerta de nuestras vidas con insistencia y nos dice: “Prestad oído, cielos, que hablo yo, escuche la tierra las palabras de mi boca. Como lluvia se derrame mi doctrina, caiga como rocío mi palabra, como blanda lluvia sobre la hierba verde, como aguacero sobre el césped.” (Deut 32, 1-2)

    Apertura

    En el arte paleocristiano un tema iconográfico de los más frecuentes es el del orante que representa a un hombre con los brazos abiertos y alzados. Cuando rezas, más que darle y decirle cosas a Dios, le estás dando cabida en tu vida, le estás ofreciendo hospitalidad; le estás esperando “con los brazos abiertos”. Esta es una actitud fundamental para que la oración sea fecunda: la actitud propia de todo encuentro amistoso.

    El comportamiento que el Espíritu Santo espera de nosotros es como el de la tierra reseca ante las nubes cargadas de agua. Oración es apertura y por tanto receptividad. Es un sentir necesidad apremiante de su presencia, por tanto un querer encontrarlo y seguir esperándolo incluso cuando me parece que se retrasa. Cuanto más lo desee, más voy a disfrutar el encuentro. Invitarlo, acogerlo, agasajarlo, como un huésped se merece y como corresponde a un buen anfitrión. Que de nosotros nunca se diga: “Vino a los suyos, y los suyos no le recibieron” (Jn 1, 11)

    Actitud de escucha

    Algunos actos concretos que pueden ayudar a crecer en la actitud de escucha:



  • Cultivar la vida de gracia por la confesión y la recepción frecuente de la Eucaristía.
  • Comenzar la meditación con la invocación al Espíritu Santo , dicha con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas: ¡Ven Espíritu Santo! Llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor. Envía tu Espíritu creador. Y renovarás la faz de la tierra. (etc.)
  • A lo largo de la meditación pedirle con insistencia: “Habla, Señor, que tu siervo escucha” (1 Sam, 3, 1-11), o dirigirle esa oración de Salomón que agradó tanto a Dios: “Dame, Señor, un corazón que escucha” (1 Re, 3, 9) Creo que esta es una oración especialmente poderosa.
  • Estar atentos a descubrir cuando el mero recitar nuestras oraciones y rezos no nos ayuda a aumentar la profundidad del encuentro con Dios en la oración. Que en nuestra vida de oración el acento esté en la actitud de escucha, la receptividad, la apertura, y no en aplicar un método o en pronunciar una fórmula.
  • Antes de tomar decisiones, darnos tiempo para llevar el tema a la oración: “Señor, ¿qué quieres que haga?”. Podemos usar también las humildes palabras de santa Teresa de Jesús: “Vuestra soy, para Vos nací, ¿qué mandáis hacer de mí?”
  • En las cosas ordinarias, preguntarse: ¿qué hubiera hecho Jesús? ¿cómo se hubiera comportado? Y buscar respuesta en la Escritura.
  • Acudir al propio director espiritual para pedir consejo, confiando en que Dios me hablará a través de sus instrumentos y ministros.
  • Mantenerse atento durante la jornada para descubrir signos a través de los cuales Dios pueda estarse revelando y enviándome un mensaje, expresándome Su sentir, Su pensar, Su querer divino, manifestándome su presencia. “¡Así pues, está Dios en este lugar y yo no lo sabía!” (Gen 28,16) Esta del que escucha puede ayudar

    Oraciones poderosas

    Oraciones poderosas son las del orante lleno del Espíritu. Él pone su persona y el Espíritu Santo lo impregna y lo eleva desde dentro con su poder. La Virgen María da prueba de la fecundidad de esta sinergia. Ella dijo: "hágase" y el Espíritu Santo transformó todo lo que ella le dio y la convirtió en la Madre de Dios. El poder de la oración está en el Espíritu.

    El fruto de mi apertura será la gracia de vivir la experiencia de ser amado por Dios. Y una oración así es una oración poderosa




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  • domingo, 12 de junio de 2011

    ESPÍRITU SANTO ES VIDA

    Espíritu Santo es vida
    Autor: Padre José Luis Hernando



    Paz y bien para todos.

    Dice el Libro de los Hechos de los Apóstoles en el Capítulo 2, versos del 1 al 11, que el día de Pentecostés estaban todos los discípulos juntos reunidos y de repente un ruido del cielo, como de un viento recio resonó en la casa. Y vieron aparecer sobre sus cabezas unas lenguas en forma de llama y todos se llenaron del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en lenguas extranjeras.

    Yo quisiera hablarles por un ratico, pues lleno del Espíritu Santo. Y quisiera sentirme lleno de este Espíritu para transmitirles todo lo que supone saber y sentir que el Espíritu de Dios nos acompaña, nos anima, nos ilumina, nos reanima, enciende en nosotros el ánimo y la ilusión con el fuego de su amor. Les quisiera hablar de tal manera que todos nos enamorásemos de este ilustre huésped que por tanto tiempo ha sido un huésped desconocido.

    Sabemos mucho de Dios Creador, de Dios Padre. Conocemos cantidad de cosas Cristo Redentor, del hijo, de Jesús. Pero ¿qué sabemos del Espíritu Santo? Somos tan ignorantes o tan ingratos, que desconocemos al Maestro que ha hecho posible que hoy tengamos fe, o que nos ha ayudado a descubrir la presencia de Dios en nuestra vida y en nuestro mundo.

    Invocarle diciendo que venga sobre mí, sobre los oyentes de este espacio radial, que venga sobre todos nosotros, sobre sus familias. Ven, Espíritu Santo, sé tú nuestro mejor perfume, nuestra alegría secreta, nuestra fuente inagotable, nuestro sol y nuestra hoguera, nuestro aliento y nuestro viento, nuestro huésped y consejero, que venga sobre nosotros, que se quede a nuestro lado. Que le aceptemos y le tratemos como nuestro amigo, nuestro fiel compañero, defensor y abogado.

    Podemos trasladarnos por unos momentos al mismo día en que el Espíritu de Dios irrumpe históricamente, visiblemente sobre su iglesia. Dice el Libro de los Hechos de los Apóstoles que aquellos discípulos estaban juntos y en medio de ellos estaba la Madre de Jesús. Tal vez el miedo les hace unirse, apretujarse, buscando el calor de la presencia. Lo importante es que están unidos. Se han quedado solos, se sienten medio huérfanos. Jesús ha muerto. Es de noche, no hay luna y el viento parece que se llevó las palabras de vida y de esperanza. Parece que han perdido la ilusión por el reino del que tanto les habló Jesús. Y así con miedo, pero juntos, aguardan la mañana que les alumbre el camino de vuelta al pueblo, a la familia, a la rutina, a la tarea.

    Y ya ven la esperanza ha quedado enterrada. Y es entonces cuando llega Dios, cuando irrumpe su espíritu. Pues estar todos juntos, bien apretados, se sienten generosos y pobres, para dejar espacio para Dios. Y siente el ruido que golpea la casa y notan que hay un viento huracanado que quiere entrar por puertas y ventanas. Y ven que hay lenguas de fuego en sus cabezas, son tres signos de la presencia de Dios en el Antiguo Testamento. El viento huracanado, el ruido como de un terremoto y el fuego.

    Así lo experimenta el Profeta Elías en el Monte Orep, pero Dios esta vez no está ni en el viento, ni en el temblor de la tierra, ni en el fuego. Dios está en el misterio del silencio que les hace sentirse llenos de su presencia, de su fuego, de su espíritu, de su fuerza. Les hace proclamar las maravillas que Jesús les había dicho anteriormente y que ahora las están haciendo vida en sus personas. Se sienten llenos de la presencia divina y se lanzan a las calles. Abren las puertas y ventanas, abren sus corazones y abren sus bocas y se lanzan al mundo decididos a anunciar las buenas noticias, convencidos de que lo que predican es la verdad. Y lo hacen con tal amor, con tal pasión, con tal respeto, que la gente les presta atención y les entienden, cada cual en su lengua y en su cultura.

    Conviene leer despacio los diez primeros versículos del Capítulo 2 de Los Hechos, para ver la variedad de pueblos, de culturas, de lenguas, que participan en la Pascua de Pentecostés. Hoy la iglesia tiene que sentirse llena del espíritu de Pentecostés, para anunciar su futura catolicidad, abriéndose a todo el mundo.

    Juan XXIII, el Papa bueno, convocó un día en el año 1962 el Segundo Concilio Vaticano con un sólo propósito, el de provocar en el mundo un nuevo Pentecostés, una nueva primavera de cristiandad. Sólo esto será posible si nos dejamos guiar por el espíritu que vivifica. Si somos capaces de superar la letra que muchas veces mata y nos angilosa. Hay muchos encerrados en ritos y tradiciones y en rutinas de las que no quieren salir por miedo a perder su falsa seguridad. Y sin darse cuenta están cerrados al espíritu de Dios, que en cada momento nos va a recordando, nos va ayudando a refrescar y a ser actual la presencia viva de Jesús, de acuerdo al momento histórico en que estamos viviendo y a la coyuntura social, política, económica por la que estamos pasando.

    No entenderemos el espíritu de Pentecostés, mientras no creamos en la verdad y condenemos a los demás, creyéndonos superiores a ellos en las cosas de religión. En la iglesia no hay un grupo que lo sabe todo y otro que no sabe nada. Y que lo único que tiene que hacer es oír y callar. En la iglesia todos tenemos algo que enseñar y que aportar. Todos podemos ayudarnos y servirnos, pero si es verdad que viven todos el Espíritu de Dios, hagámoslo cierto. Así nos lo asegura Cristo cuando dice: "les enviaré un defensor que estará siempre con ustedes y él les recordará todas mis palabras".

    Luego el que no está abierto y atento a todas las manifestaciones del Espíritu de Dios, difícilmente puede aprender más o mejor. Es imposible que haga real y presente la salvación de Dios entre nosotros.

    La conclusión de todo esto, yo creo que es sencilla y es trascendental. Desde Pentecostés, todas las lenguas, todas las culturas, todos los ritos, todos los pueblos, todas las épocas, cada persona, tiene que ser desde entonces, tiene que ser signo de la presencia y de la acción de Dios. No pensemos que esta acción de Dios es exclusiva de una cultura, de una lengua o de un rito. Dios es gratis y da su espíritu abundante y generosamente para que todos nos sintamos quemados, transformados, animados y motivados por ese espíritu.

    Tengan todos mucha paz y mucho bien.

    viernes, 10 de junio de 2011

    ESPÍRITU SANTO: DULCE HUÉSPED DEL ALMA

    Autor: Pa´que te salves | Fuente: Catholic.net
    Dulce huésped del alma
    El Espíritu Santo es el Gran Desconocido, pues si realmente lo conociéramos viviríamos con permanente paz en el alma.
    Dulce huésped del alma
    Dios, Nuestro Señor, es tan amoroso con todos nosotros que nos ha dado la conciencia. Esa voz de Dios que nos habla internamente. Ahí donde nada más estás tú y Dios, ahí es donde el Espíritu Santo te hablará. Sus llamadas amorosas no son con gritos, sino con suavidad. Se necesita que haya silencio para que podamos oírlo. Pero, nuestro mundo de hoy hace tanto ruido que no nos permitimos escuchar esa voz de Dios. Dejemos que Dios nos hable. Escuchemos sus gemidos de amor por nosotros. Esforcémonos por escucharle..


    Leamos la Secuencia de la Misa de Pentecostés, que nos dice:

    Ven, Dios Espíritu Santo, y envíanos desde el Cielo tu luz, para iluminarnos.
    Ven ya, padre de los pobres,
    luz que penetra en las almas,
    dador de todos los dones.
    Fuente de todo consuelo, amable huésped del alma, paz en las horas de duelo.
    Eres pausa en el trabajo; brisa, en un clima de fuego; consuelo, en medio del llanto.
    Ven luz santificadora, y entra hasta el fondo del alma de todos los que te adoran.
    Sin tu inspiración divina los hombres nada podemos y el pecado nos domina.
    Lava nuestras inmundicias, fecunda nuestros desiertos y cura nuestras heridas.
    Doblega nuestra soberbia, calienta nuestra frialdad, endereza nuestras sendas.
    Concede a aquellos que ponen en ti su fe y su confianza tus siete sagrados dones.
    Danos virtudes y méritos, danos una buena muerte y contigo el gozo eterno.

    Esta hermosa oración ha sido rezada por la Iglesia durante cientos de años. Ahí vemos la dulzura de Dios que, por medio del Espíritu Santo, inunda a las almas. Escuchemos una y otra vez esas hermosas palabras que decimos del Espíritu Santo, ese dulce huésped de nuestra alma.

    Lo nombramos Padre de los pobres, pues Él es quien se identifica con ellos, con los que más necesitan, con los que tienen hambre y sed de Dios. Por eso, Santa Teresa decía: "quien a Dios tiene, nada le falta". Ahí estaba presente el Espíritu Santo.

    Luz que penetra las almas: ¡Cuántas veces vivimos en la oscuridad del pecado, de la angustia y de la tristeza! Parece que nunca se va a hacer de día. Sin embargo, si pedimos a Dios que, por medio del Espíritu Santo nos ilumine, pronto las tinieblas de nuestro corazón se llenarán de esa luz amorosa de Dios.

    Dador de todos los dones: Todos los dones que pueda recibir una persona, un alma, son originados por el Espíritu Santo quien, con el fuego de su amor, piensa personalmente en cada uno de nosotros.

    Fuente de todo consuelo. ¡Cuántas veces parece que estamos inconsolables porque todo lo humano está en nuestra contra!

    Dificultades con los miembros de la familia, los hijos, el cónyuge; en el trabajo, en la sociedad. Nada, parece, que nos puede consolar. Sin embargo, ahí está Dios quien, por medio del Espíritu Santo está en espera para consolarnos.

    Amable huésped del alma. Sí, ese es el Espíritu Santo, ese amable, dulce y tierno visitante de nuestra alma, que habita en ella si nosotros se lo permitimos. Pero, nuestro egoísmo lo expulsa cada vez que optamos por el pecado. Dulce huésped, ¡quédate conmigo! No permitas que nada me separe de ti.

    Paz en las horas de duelo. ¿Quién será quien nos levante el corazón cuando el dolor es fuerte? Ahí está el dulce huésped del alma, buscando consolar y dar paz en los momentos de duelo. Pero, ¿por qué no queremos escucharle?, ¿por qué nos hacemos sordos a su voz? Cuando el alma está atribulada, cansada, fatigada, ahí se presenta quien es pausa en el trabajo; brisa, en un clima de fuego; consuelo, en medio del llanto. ¡Sí! Ahí está el Espíritu Santo quien ha de confortar en todo momento.

    Así podríamos ir hablando del Espíritu Santo, escuchando las palabras de esta oración que la Iglesia durante cientos de años ha recitado.

    Sin embargo, esta maravillosa realidad del Espíritu Santo es muy poco conocida. Por algo se suele afirmar que el Espíritu Santo es el Gran Desconocido, pues si realmente lo conociéramos viviríamos con permanente paz en el alma. Dediquemos un tiempo para conversar amorosa e íntimamente con el Espíritu Santo, amable y dulce huésped del alma.

    Recordemos algunas palabras que la Iglesia, por medio del Credo, nos dice sobre el Espíritu Santo. Recordemos que es el Señor y dador de vida. Por medio de Él, Dios vivifica al mundo, nos comunica la vida y lo santifica todo.

    Los siete dones del Espíritu Santo son:
    1. Sabiduría
    2. Inteligencia
    3. Consejo
    4. Fortaleza
    5. Ciencia
    6. Piedad
    7. Santo Temor de Dios

    Los frutos del Espíritu Santo nos ayudan a saborear la gloria eterna. La tradición de la Iglesia enumera doce:
    1. Caridad
    2. Gozo
    3. Paz
    4. Paciencia
    5. Generosidad
    6. Bondad
    7. Benignidad
    8. Mansedumbre
    9. Fidelidad
    10. Modestia
    11. Continencia
    12. Castidad

    El pecado mortal es el peor enemigo del Espíritu Santo, pues si lo cometemos expulsamos de nuestra alma a su dulce huésped.

    No tengamos miedo de ser testigos de Dios en la sociedad, pues si contamos con el Espíritu Santo, toda dificultad será vencida, todo cansancio refrescado y cada tristeza consolada.

    Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles, y enciende en ellos el fuego de tu amor. Envía tu Espíritu Creador. Y renueva la faz de la Tierra. Oh Dios, que has iluminado los corazones de tus fieles con la luz del Espíritu Santo, haznos dóciles a sus inspiraciones para gustar siempre el bien y gozar de su consuelo.
    Amén.




    martes, 7 de junio de 2011

    LOS DONES DEL ESPÍRITU SANTO


     Dones del Espíritu Santo
    Los dones del Espíritu Santo son hábitos sobrenaturales infundidos por Dios en las potencias del alma para recibir y secundar con facilidad las mociones del propio Espíritu Santo al modo divino o sobrehumano.

    Los dones son infundidos por Dios. El alma no podría adquirir los dones por sus propias fuerzas ya que transcienden infinitamente todo el orden puramente natural. Los dones los poseen en algún grado todas las almas en gracia. Es incompatible con el pecado mortal.

    El Espíritu Santo actúa los dones directa e inmediatamente como causa motora y principal, a diferencia de las virtudes infusas que son movidas o actuadas por el mismo hombre como causa motora y principal, aunque siempre bajo la previa moción de una gracia actual.

    Los dones perfeccionan el acto sobrenatural de las las virtudes infusas.

    Por la moción divina de los dones, el Espíritu Santo, inhabitante en el alma, rige y gobierna inmediatamente nuestra vida sobrenatural. Ya no es la razón humana la que manda y gobierna; es el Espíritu Santo mismo, que actúa como regla, motor y causa principal única de nuestros actos virtuosos, poniendo en movimiento todo el organismo de nuestra vida sobrenatural hasta llevarlo a su pleno desarrollo.

    El Catecismo nos habla escuetamente, simplemente los enumera y dice:

    1º  DON DE SABIDURíA:  No es para que sepamos muchísimo de muchas cosas; sino para perfeccionar en nosotros ni más ni menos que el amor, la caridad. Las almas privilegiadas que de manera habitual han recibido ese don han amado a Dios como no tenemos ni idea; han aparecido ante el mundo como unos loquitos que eran capaces de hacer por Dios y por la gente gestos heroicos. Díganme si un misionero no necesita de este don del Espíritu Santo, cuando las exigencias de la Misión casi siempre, de manera habitual, han de ser heroicas. 

    2º  DON DE ENTENDIMIENTO: Potencia y cómo que dispara la virtud de la fe. Con él se entienden de manera admirable lo más profundos misterios; se comprende por ejemplo la santidad de la Virgen María; la grandeza de la Santa Misa, y su valor infinito... por medio de ese admirable don se ilumina nuestro entendimiento y nos confiere una fuerza y una eficacia santificadora, tal como la necesita el evangelizador, el que se entrega a la causa estupenda de dar a conocer al mundo a Cristo el Señor, su Vida y su Evangelio; al que deja su vida en los campos de las Misiones. 

    3º  DON DE CIENCIA: Se trata de la ciencia verdadera, de la que viene y va a Dios en directo. Por supuesto que también perfecciona la fe que debemos transmitir a los demás, como el mejor servicio que se le puede prestar a los hombres, de acuerdo con Juan Pablo II. Esta ciencia nos enseña “a juzgar rectamente de las cosas creadas”. El “hermano sol y la hermana luna” se las inventó el corazón de San Francisco de Asís con esta ciencia, que merece la vida entera por conocerla y gustarla. El misionero vive en pleno contacto con la naturaleza y sus maravillas; y todo le ayuda para entender mejor el amor de Dios y explicárselo con fuego a quienes nunca supieron que tenían en los cielos un Padre bondadoso que es puro Amor. 

    4º  DON DE CONSEJO: Gracias, en buena parte, a este regalo del Espíritu los misioneros fueron a parar a territorios que ni sabían dónde quedaban en la geografía de los continentes o países. Allí fueron a dar con sus huesos y con su enorme carga de fe y de amor, guiados, quizá sin saberlo, por el consejo sutil y cierto del Espíritu Santo. Ayuda mucho, pero mucho, a esa virtud tan rara y muy pocas veces tomada en cuenta que es la prudencia, virtud casi desconocida y raras veces empleada en nuestro vivir y en nuestro actuar. Nuestras grandes determinaciones en la vida están o deben estar signadas por el don de Consejo,  si es que no queremos fracasar con nuestras propias loqueras o nuestros criterios personales. 

    5º  DON DE PIEDAD: No es expresamente para formar monaguillos piadosos –que tampoco debe ser cosa fácil- sino que con este don, el Espíritu nos hace descubrir a Dios como Padre y quererle con todas nuestras fuerzas; de paso nos estimula a querer a nuestros hermanos, como Teresa de Calcuta quería a los leprosos. Es la vida ordinaria del misionero. Gentes que no conocen de nada ni la entienden en su cultura, ni saben de su idioma, y se fajan, sin embargo, a conocer, amar y ayudar en cuerpo y alma, a pequeños  Cristos que se le han cruzado en el camino de su vocación misionera. El don de piedad actúa como un auténtico milagro en el corazón del misionero. (Cuando se habla del misionero, se entiende por igual de la misionera, de la persona consagrada o del laico comprometido. Los dones no tienen género. Son del Espíritu Santo y basta). 

    6º  DON DE FORTALEZA: Se trata de una fuerza del Espíritu Santo que resiste y acomete según la necesidad del momento.  Es bueno recordar que la fortaleza es una de las virtudes cardinales ¿Se acuerda usted por dónde anda eso en el catecismo que estudió? Pues aunque no se acuerde nadie, ni lo tome demasiado en serio, el Espíritu Santo, sí; él concede una fuerza y un valor increíble a quienes asiste en los trances más difíciles de la vida. Necesitamos todos urgentemente y casi en cada momento, de esta fuerza única que resiste el mal; el que sacude al mundo y a sus gentes como un huracán y tiende a destruirlo y borrarlo del mapa de la vida.

    Resistir el mal y hacer siempre el bien, sin cansarnos como nos enseña San Pablo. Las causas de Dios son empinadas, costosas; exigen muchas veces la vida misma. Por algo la Iglesia creció con la sangre de sus mártires. Pura fortaleza de Dios; don bellísimo y absolutamente necesario en nuestros tiempos. 

    7º  DON DE TEMOR A DIOS: También el temor es necesario; pero es un temor pleno de amor; es un susto justificado de perder la amistad de nuestro Padre Dios y de nuestro Hermano Jesús. Un enamorado tiembla sólo con pensar en que puede perder a su amor; a la persona que es razón de su vida. Se trata de un temor filial, el temor de Dios. Por supuesto que, si al perder al Dios se pierde el cielo donde él habita con sus santos, se puede uno imaginar lo terrible que tiene que ocurrir en el corazón de un misionero, si después de una entrega heroica y sin límites se queda del lado de afuera. San Pablo lo sintió y debió temblar como la hoja en el árbol. Temía que predicando a los demás, él mismo pudiera ser borrado del  libro de la vida. El don de temor es sano, muy digno de que lo tomemos en cuenta y de pedírselo al Espíritu Santo junto con los demás dones y regalos que él nos hace.

    Es bueno que  hablemos del Espíritu Santo; descubramos su  presencia en nuestros corazones y agradezcamos el milagro amoroso de revivir dentro de nosotros, con esa suavidad y fortaleza, solo perceptible cuando nos entregamos a El como Abogado nuestro ante el Padre, que no cesa de interceder por nosotros “con gemidos inefables”.

    ¡VEN ESPIRITU SANTO Y LLENA NUESTROS CORAZONES CON EL FUEGO DE TU AMOR!
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