Autor: Miguel Rivilla San Martìn. Pbro. | Fuente: Catholic.net El Espíritu Santo, persona divina |
Él siempre ha permanecido en la Iglesia de Cristo, vivificándola y santificándola. |
Quizás, para un número no pequeño de cristianos, desgraciadamente, el Espíritu Santo no signifique gran cosa en sus vidas. Incluso, como pasó a un grupo de la primitiva comunidad de Corinto, lleguen a ignorar su identidad y con qué bautizo fueron bautizados. En el credo niceno-constantinopolitano, que a menudo rezamos los participantes en la eucaristía dominical, proclamamos y profesamos nuestra fe con estas palabras de la Iglesia: "Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo, recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas". Es pues, el Espíritu Santo, persona divina; verdad que niegan los testigos de Jehová, para quienes sólo es "la fuerza activa de Dios", negándole los demás atributos divinos, idénticos al Padre y al Hijo. Parece poco probable, es cierto, que los evangelistas, hayan oído hablar de la Tercera Persona de la Sma. Trinidad, al realzar la obra del Espíritu Santo, en la obra terrenal de Cristo. Pero la fórmula trinitaria integrada en la última secuencia de MATEO ("Id pues, y haced discípulos de todos los hombres, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo "...) subraya, sin lugar a dudas, la existencia personal y distinta del Espíritu, en una única naturaleza divina, de tal manera como lo hace con las del Padre y del Hijo. Según el libro de los Hechos descendió sobre la Iglesia el día de Pentecostés. Su activa presencia se muestra -según había prometido Jesús- de forma sorprendente a través de los acontecimientos relatados, de forma que pudo denominarse a este libro del N.T. "El evangelio del Espíritu Santo". Sabemos que los artistas de todos los tiempos han representado al Espíritu Santo en forma de paloma o de lenguas de fuego, símbolos tomados de las sagradas Escrituras. Él siempre ha permanecido en la Iglesia de Cristo, vivificándola y santificándola con sus siete dones, produciendo abundantes y maravillosos frutos de santidad a lo largo de veinte siglos. Nunca ha faltado su asistencia de modo especial al Vicario de Cristo en la tierra, para que pueda guiar a sus hermanos en la verdad revelada, sin error hasta el final de los siglos. Todos los cristianos debemos encomendarnos a Él, invocándole muy a menudo, con jaculatorias y con oraciones, procurando que su santa gracia -su luz y su fuerza -guíen y acompañen siempre a su Iglesia y a cuantos tenemos la suerte de formar parte de ella. Como conclusión trascribo aquí una preciosa invocación al Espíritu Santo: Envía, Señor, tu Espíritu, que renueve nuestros corazones. Envíanos, Señor, tu luz y tu calor, que alumbre nuestros paso, que encienda nuestro amor. Envíanos tu Espíritu y un rayo de tu luz, encienda nuestras vidas en llamas de virtud. Envíanos, Señor, tu fuerza y tu valor, que libre nuestros miedos, que anime nuestro ardor; envíanos tu Espíritu, impulso creador, que infunda en nuestras vidas la fuerza de su amor. Envíanos, Señor, la luz de tu verdad, que alumbre tantas sombras de nuestro caminar; envíanos tu Espíritu, su don renovado, engendre nuevos hombres con nuevo corazón.. |
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miércoles, 15 de mayo de 2013
EL ESPÍRITU SANTO, PERSONA DIVINA
domingo, 27 de mayo de 2012
PENTECOSTÉS, algo más que la venida del espíritu...
La
fiesta de Pentecostés es uno de los Domingos más importantes del año,
después de la Pascua. En el Antiguo Testamento era la fiesta de la
cosecha y, posteriormente, los israelitas, la unieron a la Alianza en el
Monte Sinaí, cincuenta días después de la salida de Egipto.
Aunque durante mucho
tiempo, debido a su importancia, esta fiesta fue llamada por el pueblo
segunda Pascua, la liturgia actual de la Iglesia, si bien la mantiene
como máxima solemnidad después de la festividad de Pascua, no pretende
hacer un paralelo entre ambas, muy por el contrario, busca formar una
unidad en donde se destaque Pentecostés como la conclusión de la
cincuentena pascual. Vale decir como una fiesta de plenitud y no de
inicio. Por lo tanto no podemos desvincularla de la Madre de todas las
fiestas que es la Pascua.
En este sentido,
Pentecostés, no es una fiesta autónoma y no puede quedar sólo como la
fiesta en honor al Espíritu Santo. Aunque lamentablemente, hoy en día,
son muchísimos los fieles que aún tienen esta visión parcial, lo que
lleva a empobrecer su contenido.
Hay que insistir que,
la fiesta de Pentecostés, es el segundo domingo más importante del año
litúrgico en donde los cristianos tenemos la oportunidad de vivir
intensamente la relación existente entre la Resurrección de Cristo, su
Ascensión y la venida del Espíritu Santo.
Es bueno tener
presente, entonces, que todo el tiempo de Pascua es, también, tiempo del
Espíritu Santo, Espíritu que es fruto de la Pascua, que estuvo en el
nacimiento de la Iglesia y que, además, siempre estará presente entre
nosotros, inspirando nuestra vida, renovando nuestro interior e
impulsándonos a ser testigos en medio de la realidad que nos corresponde
vivir.
Culminar con una vigilia:
Entre
las muchas actividades que se preparan para esta fiesta, se encuentran,
las ya tradicionales, Vigilias de Pentecostés que, bien pensadas y lo
suficientemente preparadas, pueden ser experiencias profundas y
significativas para quienes participan en ellas.
Una vigilia, que
significa “Noche en vela” porque se desarrolla de noche, es un acto
litúrgico, una importante celebración de un grupo o una comunidad que
vigila y reflexiona en oración mientras la población duerme. Se trata de
estar despiertos durante la noche a la espera de la luz del día de una
fiesta importante, en este caso Pentecostés. En ella se comparten, a la
luz de la Palabra de Dios, experiencias, testimonios y vivencias. Todo
en un ambiente de acogida y respeto.
Es importante tener
presente que la lectura de la Sagrada Escritura, las oraciones, los
cantos, los gestos, los símbolos, la luz, las imágenes, los colores, la
celebración de la Eucaristía y la participación de la asamblea son
elementos claves de una Vigilia.
En el caso de
Pentecostés centramos la atención en el Espíritu Santo prometido por
Jesús en reiteradas ocasiones y, ésta vigilia, puede llegar a ser muy
atrayente, especialmente para los jóvenes, precisamente por el clima de
oración, de alegría y fiesta.
Algo que nunca
debiera estar ausente en una Vigilia de Pentecostés son los dones y los
frutos del Espíritu Santo. A través de diversas formas y distintos
recursos (lenguas de fuego, palomas, carteles, voces grabadas, tarjetas,
pegatinas, etc.) debemos destacarlos y hacer que la gente los tenga
presente, los asimile y los haga vida.
No sacamos nada con
mencionarlos sólo para esta fiesta, o escribirlos en hermosas tarjetas, o
en lenguas de fuego hechas en cartulinas fosforescentes, si no
reconocemos que nuestro actuar diario está bajo la acción del Espíritu y
de los frutos que vayamos produciendo.
Invoquemos, una vez
más, al Espíritu Santo para que nos regale sus luces y su fuerza y,
sobre todo, nos haga fieles testigos de Jesucristo, nuestro Señor.
Eduardo Cáceres Contreras
jueves, 24 de mayo de 2012
DE RODILLAS ANTE TI, PEDIMOS AYUDA AL ESPIRITU SANTO
Autor: Ma Esther De Ariño | Fuente: Catholic.net De rodillas ante Ti, pedimos ayuda al Espíritu Santo | |
Espíritu de alegría, consuelo y fortaleza, sánanos del desánimo, el miedo y la tristeza. | |
Hoy Jesús, vengo ante Ti con el alma aligerada, con la alegría de una gran emoción que ya conoces porque Tu lo sabes todo de tus amadas criaturas y de mí. Pero se que te gusta que te cuente "mis cosas" ya que eres mi confidente, mi gran amigo... Pues bien, lo que trae mi alma conmovida es, que como tu ya sabes, México ha sido consagrado al Espíritu Santo, el Espíritu Santo que es frecuentemente el GRAN DESCONOCIDO, y que es el Espíritu de Dios. El es, la Tercera Persona de la Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo, Tres Personas distintas y un solo Dios Verdadero. Es el Misterio profundo de esa Trinidad donde ninguno es mayor ni menor que el otro. Tienen su propia personalidad, por decirlo así: Dios Padre se da plenamente al Hijo con infinito amor, el Hijo se da al Padre con el mismo infinito amor y de esta comunicación de amor brota el Espíritu Santo, amor sustancial del Padre y del Hijo, es así como nos lo enseña Santo Tomás en su Suma Teológica. Después de la muerte y a pesar de haber visto resucitado a Jesús, los apóstoles estaban sumidos en el miedo hecho terror. ¿Cómo ellos pobres pescadores, algunos analfabetos, podrían cumplir el mandato, la misión que les dejaba el Maestro y Señor?. Id, a predicar a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo... y también.... si yo no me voy, el Paráclito no vendrá a vosotros; pero si ve voy, os lo enviaré Y estando reunidos llegó el Espíritu de Dios y todo cambió para ellos. Así también nosotros hemos de llamarlo: ¡Ven Espíritu Santo! Él desea entrar para darnos sus Dones, es el Gran Consolador, Intercesor y Luz y se convierte en el dulce huésped del alma y nos llena de paz y de sabiduría. Lo necesitamos porque El es el fruto del Amor de Dios. Y para terminar esta pequeña charla contigo mi amado Jesús, te diré que es un beneficio inmenso que nuestro querido México se haya consagrado al Espíritu Santo, en estos tiempos tan difíciles, como ya pasó, cuando en México se derramó sangre por tu amor allá por los años de 1927 y más, en la Guerra Cristera, y ahora también las fuerzas del mal, vemos claramente, que están presentes. Vamos a tener la ayuda amadísima del Espíritu Santo y de rodillas ante ti, como lo haré todos los días pediré su ayuda y protección con esta oración. CONSAGRACIÓN AL ESPÍRITU SANTO "Espíritu Santo, te consagramos nuestra patria. Intercede por quienes vivimos en ella. No nos dejes perdernos por caminos sin Dios, reoriéntanos al gozo de la fe y la verdad. Espíritu de paz, perdón y misericordia, líbranos de la violencia y la discordia y enséñanos a hablar las lenguas siempre nuevas de la fraternidad. Espíritu de alegría, consuelo y fortaleza, sánanos del desánimo, el miedo y la tristeza. Espíritu de generosidad y de justicia, apártanos del egoísmo y de la avaricia, inspíranos acciones para crear condiciones que permitan a todos vivir con dignidad. Tu eres fuente de la vida, rescátanos de la cultura de la muerte, fecúndanos con tus dones, tus frutos y carísmas. Ilumina nuestra tierra, renueva las naciones, ven como en Pentecostés e incendia con tu fuego de amor los corazones. AMÉN. |
miércoles, 11 de abril de 2012
HE VISTO AL ESPÍRITU SANTO...
He visto al Espíritu Santo
El cardenal Jean-Marie Lustiger, arzobispo de París, fue entrevistado por un periodista en la
televisión. Le preguntó:
– ¿Cree en la existencia del demonio?
– Sí, sí creo.
– Pero, en una época de tantos progresos científicos y tecnológicos, ¿sigue creyendo en la
existencia del demonio?
– Sí, sigo creyendo en él.
– ¿Ha visto al demonio?
– Sí, lo he visto.
– ¿Dónde?
– En Dachau, en Auschwitz, en Birkenau...
Entonces el periodista enmudeció.
El cardenal Jean-Marie Lustiger, arzobispo de París, fue entrevistado por un periodista en la
televisión. Le preguntó:
– ¿Cree en la existencia del demonio?
– Sí, sí creo.
– Pero, en una época de tantos progresos científicos y tecnológicos, ¿sigue creyendo en la
existencia del demonio?
– Sí, sigo creyendo en él.
– ¿Ha visto al demonio?
– Sí, lo he visto.
– ¿Dónde?
– En Dachau, en Auschwitz, en Birkenau...
Entonces el periodista enmudeció.
martes, 31 de enero de 2012
SIETE VENTAJAS PRECIOSAS PARA EL QUE PROPAGA LA DEVOCIÓN AL ESPÍRITU SANTO
SIETE VENTAJAS PRECIOSAS PARA EL QUE PROPAGA LA DEVOCIÓN AL ESPÍRITU SANTO
1ª Se crea un lazo de amor entre nuestra alma y la Tercera Persona de la Santísima Trinidad.
1ª Se crea un lazo de amor entre nuestra alma y la Tercera Persona de la Santísima Trinidad.
2ª Un aumento notable de todas nuestras devociones, especialmente a la Sagrada Eucaristía, al Corazón de Jesús y a la Santísima Virgen.
3ª Una seguridad de recibir en el alma más inspiraciones del Espíritu Santo y la fuerza para ponerlas en práctica.
4ª Procurar de una manera excelente la gloria de Dios, trabajando cada día en hacer conocer y amar al Santificador de las almas.
5ª Trabajar muy especialmente por el advenimiento del reinado de Dios en el mundo, por la acción del Espíritu vivificante.
6ª Ser verdadera y prácticamente apóstol del Espíritu Santo.
7ª Atraer sobre el alma auxilios espirituales del Espíritu Santo, más íntima unión con Dios por medio del Santificador, mayor progreso en la oración mental, más consuelo y hasta alegría en la hora de la muerte, después de tan sublime apostolado.
El invocar a menudo al Espíritu Santo es prenda segura de acierto en las situaciones variadas de nuestra vida.
miércoles, 11 de enero de 2012
ABRIRSE AL ESPÍRITU
Abrierse al Espíritu
Autor: Padre Eusebio Gómez Navarro OCD
Un niño de color negro contemplaba extasiado al vendedor de globos en la feria. El hombre, en un determinado momento, soltó varios globos: rojo, azul, amarillo, blanco. Todos ellos remontaron el vuelo hacia el cielo hasta que desaparecieron. El niño negro, sin embargo, no dejaba de mirar un globo negro que el vendedor no soltaba en ningún momento. Finalmente, le preguntó: “Señor, si soltara usted el globo negro, ¿subiría tan alto como los demás?”.
El vendedor sonrió comprensivamente al niño, soltó el cordel con que tenía sujeto el globo negro y, mientras éste se elevaba hacia lo alto, dijo: “No es el color lo que hace subir, hijo. Es lo que hay dentro”.
El Espíritu está dentro de nosotros y nos hace volar. Nuestra oración está guiada por el Espíritu. No recibisteis un espíritu de esclavos…; antes bien, un Espíritu de hijos adoptivos que os hace gritar: ¡Abbá! ¡Padre! (Rm 8, 15). (Gal 6, 4). “…El Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza, pues nosotros no sabemos orar como es debido, y es el mismo Espíritu el que intercede por nosotros con gemidos inefables. Por su parte, Dios, que examina los corazones, conoce el sentir de ese Espíritu, que intercede por los creyentes según su voluntad” (Rm 8, 26-27). No sabemos orar como es debido. Si el Espíritu no ora en nosotros, nuestra oración no llega al cielo. Es el Espíritu el que nos anima a permanecer, a seguir pidiendo y esperando, a superar las dificultades.
Al dejar este mundo Jesús pidió al Padre el Espíritu Paráclito, para que estuviese con nosotros siempre. Él fue el Consolador de los apóstoles y de la Iglesia. Él sigue siendo el Animador de la evangelización, y el que venda y consuela los corazones desgarrados. Cristo fue ungido por el Espíritu y entrega este mismo Espíritu a los apóstoles. Él “os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho” (Jn 14,26). El Espíritu ayuda a comprender. Su enseñanza no es fría, sino que compromete con la vida haciendo nuevos testigos. Todos aquellos que reciben el Espíritu Santo obtienen fuerza para ser testigos por toda la tierra.
Con la llegada del Espíritu los apóstoles se sintieron llenos de fortaleza. Así comenzó la era de la Iglesia. Ahora el Espíritu de Dios con admirable providencia guía el curso de los tiempos y renueva la faz de la tierra.
“Si Jesucristo no constituye su riqueza, la Iglesia es miserable. Si el Espíritu de Jesucristo no florece en ella, la Iglesia es estéril. Su edificio amenaza ruina si no es Jesucristo su arquitecto y si el Espíritu Santo no es el cimiento de piedras vivas con el que está construida. No tiene belleza alguna si no refleja la belleza sin par del rostro de Jesucristo y si no es el árbol cuya raíz es la Pasión de Jesucristo. La ciencia de que se ufana es falsa, y falsa también la sabiduría que la adorna, si ambas no se resumen en Jesucristo. Toda su doctrina es una mentira si no anuncia la verdad que es Jesucristo. Toda su gloria es vana si no la funda en la humildad de Jesucristo. Su mismo nombre resulta extraño si no evoca en nosotros el único Nombre. La Iglesia no significa nada para nosotros si no es el sacramento de Jesucristo” (H. De Lubac).
“Sin el Espíritu Santo Dios permanece lejos. Cristo queda en el pasado. El Evangelio es letra muerta. La Iglesia, en una simple organización. La autoridad, en una dominación. La misión en propaganda. El culto, en una evocación. Y el actuar cristiano, en una moral de esclavos. Pero en ÉL... Jesucristo, el Señor Resucitado se hace presente, el Evangelio es potencia de vida, la Iglesia significa la comunión trinitaria... (Ignatios Hazim).
“La oración –dice san Agustín– es la respiración del alma. Igual que necesitamos respirar para vivir, necesita el cristiano la oración para no morir”. “Son las almas que no tienen oración como un cuerpo con perlesía o tullido, que aunque tiene pies y manos no los puede mandar” (Santa Teresa de Jesús, 1M 1, 6).
La salud del ser humano es el amor; es éste lo que da vida y mantiene vivas a las personas. Un corazón capaz de amar, es aquel que tiene en cuenta al otro, “nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. La verdadera oración llevará no a guardar la vida, sino a la generosidad y la entrega y disposición de perder esta misma” (Jn 15, 13).
Autor: Padre Eusebio Gómez Navarro OCD
Un niño de color negro contemplaba extasiado al vendedor de globos en la feria. El hombre, en un determinado momento, soltó varios globos: rojo, azul, amarillo, blanco. Todos ellos remontaron el vuelo hacia el cielo hasta que desaparecieron. El niño negro, sin embargo, no dejaba de mirar un globo negro que el vendedor no soltaba en ningún momento. Finalmente, le preguntó: “Señor, si soltara usted el globo negro, ¿subiría tan alto como los demás?”.
El vendedor sonrió comprensivamente al niño, soltó el cordel con que tenía sujeto el globo negro y, mientras éste se elevaba hacia lo alto, dijo: “No es el color lo que hace subir, hijo. Es lo que hay dentro”.
El Espíritu está dentro de nosotros y nos hace volar. Nuestra oración está guiada por el Espíritu. No recibisteis un espíritu de esclavos…; antes bien, un Espíritu de hijos adoptivos que os hace gritar: ¡Abbá! ¡Padre! (Rm 8, 15). (Gal 6, 4). “…El Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza, pues nosotros no sabemos orar como es debido, y es el mismo Espíritu el que intercede por nosotros con gemidos inefables. Por su parte, Dios, que examina los corazones, conoce el sentir de ese Espíritu, que intercede por los creyentes según su voluntad” (Rm 8, 26-27). No sabemos orar como es debido. Si el Espíritu no ora en nosotros, nuestra oración no llega al cielo. Es el Espíritu el que nos anima a permanecer, a seguir pidiendo y esperando, a superar las dificultades.
Al dejar este mundo Jesús pidió al Padre el Espíritu Paráclito, para que estuviese con nosotros siempre. Él fue el Consolador de los apóstoles y de la Iglesia. Él sigue siendo el Animador de la evangelización, y el que venda y consuela los corazones desgarrados. Cristo fue ungido por el Espíritu y entrega este mismo Espíritu a los apóstoles. Él “os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho” (Jn 14,26). El Espíritu ayuda a comprender. Su enseñanza no es fría, sino que compromete con la vida haciendo nuevos testigos. Todos aquellos que reciben el Espíritu Santo obtienen fuerza para ser testigos por toda la tierra.
Con la llegada del Espíritu los apóstoles se sintieron llenos de fortaleza. Así comenzó la era de la Iglesia. Ahora el Espíritu de Dios con admirable providencia guía el curso de los tiempos y renueva la faz de la tierra.
“Si Jesucristo no constituye su riqueza, la Iglesia es miserable. Si el Espíritu de Jesucristo no florece en ella, la Iglesia es estéril. Su edificio amenaza ruina si no es Jesucristo su arquitecto y si el Espíritu Santo no es el cimiento de piedras vivas con el que está construida. No tiene belleza alguna si no refleja la belleza sin par del rostro de Jesucristo y si no es el árbol cuya raíz es la Pasión de Jesucristo. La ciencia de que se ufana es falsa, y falsa también la sabiduría que la adorna, si ambas no se resumen en Jesucristo. Toda su doctrina es una mentira si no anuncia la verdad que es Jesucristo. Toda su gloria es vana si no la funda en la humildad de Jesucristo. Su mismo nombre resulta extraño si no evoca en nosotros el único Nombre. La Iglesia no significa nada para nosotros si no es el sacramento de Jesucristo” (H. De Lubac).
“Sin el Espíritu Santo Dios permanece lejos. Cristo queda en el pasado. El Evangelio es letra muerta. La Iglesia, en una simple organización. La autoridad, en una dominación. La misión en propaganda. El culto, en una evocación. Y el actuar cristiano, en una moral de esclavos. Pero en ÉL... Jesucristo, el Señor Resucitado se hace presente, el Evangelio es potencia de vida, la Iglesia significa la comunión trinitaria... (Ignatios Hazim).
“La oración –dice san Agustín– es la respiración del alma. Igual que necesitamos respirar para vivir, necesita el cristiano la oración para no morir”. “Son las almas que no tienen oración como un cuerpo con perlesía o tullido, que aunque tiene pies y manos no los puede mandar” (Santa Teresa de Jesús, 1M 1, 6).
La salud del ser humano es el amor; es éste lo que da vida y mantiene vivas a las personas. Un corazón capaz de amar, es aquel que tiene en cuenta al otro, “nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. La verdadera oración llevará no a guardar la vida, sino a la generosidad y la entrega y disposición de perder esta misma” (Jn 15, 13).
sábado, 8 de octubre de 2011
TÚ QUE LO ACLARAS TODO
Tú que lo aclaras todo
Espíritu Santo, Tu que me aclaras todo,
que iluminas todos los caminos para que yo alcance mi ideal.
Espíritu Santo, Tu que me aclaras todo,
que iluminas todos los caminos para que yo alcance mi ideal.
Tu que me das el don Divino de perdonar y olvidar el mal que me hacen y que en todos los instantes de mi vida estas conmigo.
Quiero en este corto diálogo agradecerte por todo y confirmar que nunca quiero separarme de Ti, por mayor que sea la ilusión material.
Deseo estar contigo y todos mis seres queridos en la gloria perpetua.
Gracias por tu misericordia para conmigo y los mios.
Gracias Dios mio.
lunes, 22 de agosto de 2011
¿QUIÉN ES EL ESPÍRITU SANTO?
|
viernes, 15 de julio de 2011
ORACIONES PODEROSAS... A LA ESCUCHA DEL ESPÍRITU
Autor: P Evaristo Sada LC | Fuente: www.la-oracion.com Oraciones poderosas...a la escucha del Espíritu | |
En la oración, el Espíritu Santo es el protagonista principal, es Él quien ora en nosotros. Por eso, necesitamos recibirle en nuestra casa. | |
Hay tormenta en Roma. En el alféizar de mi ventana tengo una concha y una piedra. La concha está abierta, la piedra cerrada. Al lado hay un canal por donde escurre el agua, va de paso. La concha acoge el agua, a la piedra le resbala, el canal recibe el agua pero la deja escapar. Cuando alguien ama, espera que su amor encuentre acogida, como el agua en la concha. El rechazo del amor es cosa muy penosa. La hospitalidad es la cualidad de acoger con bondad al huésped por parte del anfitrión. Se aplica normalmente a las recepciones, fiestas, visitas, convenciones, hoteles… Pero la más hermosa, y también la más sincera, es la hospitalidad dictada por la amistad, por el amor, cuando la visita es anhelada y se ha preparado con cuidado, con tiempo, al detalle. Creo que todo ello también puede aplicarse a la relación con el Espíritu Santo, como huésped del alma. Acogida En mi vida sacerdotal he conocido a muchas personas y familias que se han convertido en amigos verdaderos. Los encuentros se desarrollan en un clima familiar y de amistad sincera. Te acogen y te sientes querido. Aunque sabes que no lo mereces, lo agradeces. Eso es lo que el Espíritu Santo espera de nosotros: acogida. Y también he tenido grandes y duras lecciones acerca de que lo que se espera de mí es que sepa escuchar, y esto no sólo con las personas sino principalmente con el Espíritu Santo. En pocas palabras, que no sea egoísta. (A veces se dan diálogos entre egoístas, como decía Jean Cocteau: “un egoísta es aquel sujeto que se empeña en hablarte de sí mismo cuando tú te estás muriendo de ganas de hablar de ti”.) En la oración, el Espíritu Santo es el protagonista principal, es Él quien ora en nosotros. Por eso, necesitamos recibirle en nuestra casa. Jesús nos dijo: "Os conviene que yo me vaya, porque si no el Espíritu Santo no vendrá a vosotros" (Jn 16, 7) La oración es poderosa en la medida en que demos acogida al Espíritu Santo. El quiere venir e impregnarnos de su presencia:“Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo.” (Ap 3, 20) Cuando llegue, es importante que no se sienta como un extraño, como alguien a quien se ignora o que no es bien recibido, sino que se sienta en casa, buscado, esperado y querido. “Es viva la Palabra de Dios y eficaz, y más cortante que espada alguna de dos filos. Penetra hasta las fronteras entre el alma y el espíritu, hasta las junturas y médulas; y escruta los sentimientos y pensamientos del corazón.” (Heb 4,12) El Espíritu Santo está esperando que le demos espacio para mostrar su misericordia, toca a la puerta de nuestras vidas con insistencia y nos dice: “Prestad oído, cielos, que hablo yo, escuche la tierra las palabras de mi boca. Como lluvia se derrame mi doctrina, caiga como rocío mi palabra, como blanda lluvia sobre la hierba verde, como aguacero sobre el césped.” (Deut 32, 1-2) Apertura En el arte paleocristiano un tema iconográfico de los más frecuentes es el del orante que representa a un hombre con los brazos abiertos y alzados. Cuando rezas, más que darle y decirle cosas a Dios, le estás dando cabida en tu vida, le estás ofreciendo hospitalidad; le estás esperando “con los brazos abiertos”. Esta es una actitud fundamental para que la oración sea fecunda: la actitud propia de todo encuentro amistoso. El comportamiento que el Espíritu Santo espera de nosotros es como el de la tierra reseca ante las nubes cargadas de agua. Oración es apertura y por tanto receptividad. Es un sentir necesidad apremiante de su presencia, por tanto un querer encontrarlo y seguir esperándolo incluso cuando me parece que se retrasa. Cuanto más lo desee, más voy a disfrutar el encuentro. Invitarlo, acogerlo, agasajarlo, como un huésped se merece y como corresponde a un buen anfitrión. Que de nosotros nunca se diga: “Vino a los suyos, y los suyos no le recibieron” (Jn 1, 11) Actitud de escucha Algunos actos concretos que pueden ayudar a crecer en la actitud de escucha: Oraciones poderosas Oraciones poderosas son las del orante lleno del Espíritu. Él pone su persona y el Espíritu Santo lo impregna y lo eleva desde dentro con su poder. La Virgen María da prueba de la fecundidad de esta sinergia. Ella dijo: "hágase" y el Espíritu Santo transformó todo lo que ella le dio y la convirtió en la Madre de Dios. El poder de la oración está en el Espíritu. El fruto de mi apertura será la gracia de vivir la experiencia de ser amado por Dios. Y una oración así es una oración poderosa Para escribir tus comentarios entra a Oraciones poderosas...a la escucha del Espíritu Esperamos tus comentarios, participa. Comparte tu sed y tu experiencia de Dios con apertura y humildad, para ayudarnos entre todos en un clima de amistad. |
domingo, 12 de junio de 2011
ESPÍRITU SANTO ES VIDA
Espíritu Santo es vida
Autor: Padre José Luis Hernando
Paz y bien para todos.
Dice el Libro de los Hechos de los Apóstoles en el Capítulo 2, versos del 1 al 11, que el día de Pentecostés estaban todos los discípulos juntos reunidos y de repente un ruido del cielo, como de un viento recio resonó en la casa. Y vieron aparecer sobre sus cabezas unas lenguas en forma de llama y todos se llenaron del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en lenguas extranjeras.
Yo quisiera hablarles por un ratico, pues lleno del Espíritu Santo. Y quisiera sentirme lleno de este Espíritu para transmitirles todo lo que supone saber y sentir que el Espíritu de Dios nos acompaña, nos anima, nos ilumina, nos reanima, enciende en nosotros el ánimo y la ilusión con el fuego de su amor. Les quisiera hablar de tal manera que todos nos enamorásemos de este ilustre huésped que por tanto tiempo ha sido un huésped desconocido.
Sabemos mucho de Dios Creador, de Dios Padre. Conocemos cantidad de cosas Cristo Redentor, del hijo, de Jesús. Pero ¿qué sabemos del Espíritu Santo? Somos tan ignorantes o tan ingratos, que desconocemos al Maestro que ha hecho posible que hoy tengamos fe, o que nos ha ayudado a descubrir la presencia de Dios en nuestra vida y en nuestro mundo.
Invocarle diciendo que venga sobre mí, sobre los oyentes de este espacio radial, que venga sobre todos nosotros, sobre sus familias. Ven, Espíritu Santo, sé tú nuestro mejor perfume, nuestra alegría secreta, nuestra fuente inagotable, nuestro sol y nuestra hoguera, nuestro aliento y nuestro viento, nuestro huésped y consejero, que venga sobre nosotros, que se quede a nuestro lado. Que le aceptemos y le tratemos como nuestro amigo, nuestro fiel compañero, defensor y abogado.
Podemos trasladarnos por unos momentos al mismo día en que el Espíritu de Dios irrumpe históricamente, visiblemente sobre su iglesia. Dice el Libro de los Hechos de los Apóstoles que aquellos discípulos estaban juntos y en medio de ellos estaba la Madre de Jesús. Tal vez el miedo les hace unirse, apretujarse, buscando el calor de la presencia. Lo importante es que están unidos. Se han quedado solos, se sienten medio huérfanos. Jesús ha muerto. Es de noche, no hay luna y el viento parece que se llevó las palabras de vida y de esperanza. Parece que han perdido la ilusión por el reino del que tanto les habló Jesús. Y así con miedo, pero juntos, aguardan la mañana que les alumbre el camino de vuelta al pueblo, a la familia, a la rutina, a la tarea.
Y ya ven la esperanza ha quedado enterrada. Y es entonces cuando llega Dios, cuando irrumpe su espíritu. Pues estar todos juntos, bien apretados, se sienten generosos y pobres, para dejar espacio para Dios. Y siente el ruido que golpea la casa y notan que hay un viento huracanado que quiere entrar por puertas y ventanas. Y ven que hay lenguas de fuego en sus cabezas, son tres signos de la presencia de Dios en el Antiguo Testamento. El viento huracanado, el ruido como de un terremoto y el fuego.
Así lo experimenta el Profeta Elías en el Monte Orep, pero Dios esta vez no está ni en el viento, ni en el temblor de la tierra, ni en el fuego. Dios está en el misterio del silencio que les hace sentirse llenos de su presencia, de su fuego, de su espíritu, de su fuerza. Les hace proclamar las maravillas que Jesús les había dicho anteriormente y que ahora las están haciendo vida en sus personas. Se sienten llenos de la presencia divina y se lanzan a las calles. Abren las puertas y ventanas, abren sus corazones y abren sus bocas y se lanzan al mundo decididos a anunciar las buenas noticias, convencidos de que lo que predican es la verdad. Y lo hacen con tal amor, con tal pasión, con tal respeto, que la gente les presta atención y les entienden, cada cual en su lengua y en su cultura.
Conviene leer despacio los diez primeros versículos del Capítulo 2 de Los Hechos, para ver la variedad de pueblos, de culturas, de lenguas, que participan en la Pascua de Pentecostés. Hoy la iglesia tiene que sentirse llena del espíritu de Pentecostés, para anunciar su futura catolicidad, abriéndose a todo el mundo.
Juan XXIII, el Papa bueno, convocó un día en el año 1962 el Segundo Concilio Vaticano con un sólo propósito, el de provocar en el mundo un nuevo Pentecostés, una nueva primavera de cristiandad. Sólo esto será posible si nos dejamos guiar por el espíritu que vivifica. Si somos capaces de superar la letra que muchas veces mata y nos angilosa. Hay muchos encerrados en ritos y tradiciones y en rutinas de las que no quieren salir por miedo a perder su falsa seguridad. Y sin darse cuenta están cerrados al espíritu de Dios, que en cada momento nos va a recordando, nos va ayudando a refrescar y a ser actual la presencia viva de Jesús, de acuerdo al momento histórico en que estamos viviendo y a la coyuntura social, política, económica por la que estamos pasando.
No entenderemos el espíritu de Pentecostés, mientras no creamos en la verdad y condenemos a los demás, creyéndonos superiores a ellos en las cosas de religión. En la iglesia no hay un grupo que lo sabe todo y otro que no sabe nada. Y que lo único que tiene que hacer es oír y callar. En la iglesia todos tenemos algo que enseñar y que aportar. Todos podemos ayudarnos y servirnos, pero si es verdad que viven todos el Espíritu de Dios, hagámoslo cierto. Así nos lo asegura Cristo cuando dice: "les enviaré un defensor que estará siempre con ustedes y él les recordará todas mis palabras".
Luego el que no está abierto y atento a todas las manifestaciones del Espíritu de Dios, difícilmente puede aprender más o mejor. Es imposible que haga real y presente la salvación de Dios entre nosotros.
La conclusión de todo esto, yo creo que es sencilla y es trascendental. Desde Pentecostés, todas las lenguas, todas las culturas, todos los ritos, todos los pueblos, todas las épocas, cada persona, tiene que ser desde entonces, tiene que ser signo de la presencia y de la acción de Dios. No pensemos que esta acción de Dios es exclusiva de una cultura, de una lengua o de un rito. Dios es gratis y da su espíritu abundante y generosamente para que todos nos sintamos quemados, transformados, animados y motivados por ese espíritu.
Tengan todos mucha paz y mucho bien.
Autor: Padre José Luis Hernando
Paz y bien para todos.
Dice el Libro de los Hechos de los Apóstoles en el Capítulo 2, versos del 1 al 11, que el día de Pentecostés estaban todos los discípulos juntos reunidos y de repente un ruido del cielo, como de un viento recio resonó en la casa. Y vieron aparecer sobre sus cabezas unas lenguas en forma de llama y todos se llenaron del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en lenguas extranjeras.
Yo quisiera hablarles por un ratico, pues lleno del Espíritu Santo. Y quisiera sentirme lleno de este Espíritu para transmitirles todo lo que supone saber y sentir que el Espíritu de Dios nos acompaña, nos anima, nos ilumina, nos reanima, enciende en nosotros el ánimo y la ilusión con el fuego de su amor. Les quisiera hablar de tal manera que todos nos enamorásemos de este ilustre huésped que por tanto tiempo ha sido un huésped desconocido.
Sabemos mucho de Dios Creador, de Dios Padre. Conocemos cantidad de cosas Cristo Redentor, del hijo, de Jesús. Pero ¿qué sabemos del Espíritu Santo? Somos tan ignorantes o tan ingratos, que desconocemos al Maestro que ha hecho posible que hoy tengamos fe, o que nos ha ayudado a descubrir la presencia de Dios en nuestra vida y en nuestro mundo.
Invocarle diciendo que venga sobre mí, sobre los oyentes de este espacio radial, que venga sobre todos nosotros, sobre sus familias. Ven, Espíritu Santo, sé tú nuestro mejor perfume, nuestra alegría secreta, nuestra fuente inagotable, nuestro sol y nuestra hoguera, nuestro aliento y nuestro viento, nuestro huésped y consejero, que venga sobre nosotros, que se quede a nuestro lado. Que le aceptemos y le tratemos como nuestro amigo, nuestro fiel compañero, defensor y abogado.
Podemos trasladarnos por unos momentos al mismo día en que el Espíritu de Dios irrumpe históricamente, visiblemente sobre su iglesia. Dice el Libro de los Hechos de los Apóstoles que aquellos discípulos estaban juntos y en medio de ellos estaba la Madre de Jesús. Tal vez el miedo les hace unirse, apretujarse, buscando el calor de la presencia. Lo importante es que están unidos. Se han quedado solos, se sienten medio huérfanos. Jesús ha muerto. Es de noche, no hay luna y el viento parece que se llevó las palabras de vida y de esperanza. Parece que han perdido la ilusión por el reino del que tanto les habló Jesús. Y así con miedo, pero juntos, aguardan la mañana que les alumbre el camino de vuelta al pueblo, a la familia, a la rutina, a la tarea.
Y ya ven la esperanza ha quedado enterrada. Y es entonces cuando llega Dios, cuando irrumpe su espíritu. Pues estar todos juntos, bien apretados, se sienten generosos y pobres, para dejar espacio para Dios. Y siente el ruido que golpea la casa y notan que hay un viento huracanado que quiere entrar por puertas y ventanas. Y ven que hay lenguas de fuego en sus cabezas, son tres signos de la presencia de Dios en el Antiguo Testamento. El viento huracanado, el ruido como de un terremoto y el fuego.
Así lo experimenta el Profeta Elías en el Monte Orep, pero Dios esta vez no está ni en el viento, ni en el temblor de la tierra, ni en el fuego. Dios está en el misterio del silencio que les hace sentirse llenos de su presencia, de su fuego, de su espíritu, de su fuerza. Les hace proclamar las maravillas que Jesús les había dicho anteriormente y que ahora las están haciendo vida en sus personas. Se sienten llenos de la presencia divina y se lanzan a las calles. Abren las puertas y ventanas, abren sus corazones y abren sus bocas y se lanzan al mundo decididos a anunciar las buenas noticias, convencidos de que lo que predican es la verdad. Y lo hacen con tal amor, con tal pasión, con tal respeto, que la gente les presta atención y les entienden, cada cual en su lengua y en su cultura.
Conviene leer despacio los diez primeros versículos del Capítulo 2 de Los Hechos, para ver la variedad de pueblos, de culturas, de lenguas, que participan en la Pascua de Pentecostés. Hoy la iglesia tiene que sentirse llena del espíritu de Pentecostés, para anunciar su futura catolicidad, abriéndose a todo el mundo.
Juan XXIII, el Papa bueno, convocó un día en el año 1962 el Segundo Concilio Vaticano con un sólo propósito, el de provocar en el mundo un nuevo Pentecostés, una nueva primavera de cristiandad. Sólo esto será posible si nos dejamos guiar por el espíritu que vivifica. Si somos capaces de superar la letra que muchas veces mata y nos angilosa. Hay muchos encerrados en ritos y tradiciones y en rutinas de las que no quieren salir por miedo a perder su falsa seguridad. Y sin darse cuenta están cerrados al espíritu de Dios, que en cada momento nos va a recordando, nos va ayudando a refrescar y a ser actual la presencia viva de Jesús, de acuerdo al momento histórico en que estamos viviendo y a la coyuntura social, política, económica por la que estamos pasando.
No entenderemos el espíritu de Pentecostés, mientras no creamos en la verdad y condenemos a los demás, creyéndonos superiores a ellos en las cosas de religión. En la iglesia no hay un grupo que lo sabe todo y otro que no sabe nada. Y que lo único que tiene que hacer es oír y callar. En la iglesia todos tenemos algo que enseñar y que aportar. Todos podemos ayudarnos y servirnos, pero si es verdad que viven todos el Espíritu de Dios, hagámoslo cierto. Así nos lo asegura Cristo cuando dice: "les enviaré un defensor que estará siempre con ustedes y él les recordará todas mis palabras".
Luego el que no está abierto y atento a todas las manifestaciones del Espíritu de Dios, difícilmente puede aprender más o mejor. Es imposible que haga real y presente la salvación de Dios entre nosotros.
La conclusión de todo esto, yo creo que es sencilla y es trascendental. Desde Pentecostés, todas las lenguas, todas las culturas, todos los ritos, todos los pueblos, todas las épocas, cada persona, tiene que ser desde entonces, tiene que ser signo de la presencia y de la acción de Dios. No pensemos que esta acción de Dios es exclusiva de una cultura, de una lengua o de un rito. Dios es gratis y da su espíritu abundante y generosamente para que todos nos sintamos quemados, transformados, animados y motivados por ese espíritu.
Tengan todos mucha paz y mucho bien.
viernes, 10 de junio de 2011
ESPÍRITU SANTO: DULCE HUÉSPED DEL ALMA
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martes, 7 de junio de 2011
LOS DONES DEL ESPÍRITU SANTO
Dones del Espíritu Santo
Los dones del Espíritu Santo son hábitos sobrenaturales infundidos por Dios en las potencias del alma para recibir y secundar con facilidad las mociones del propio Espíritu Santo al modo divino o sobrehumano.
Los dones son infundidos por Dios. El alma no podría adquirir los dones por sus propias fuerzas ya que transcienden infinitamente todo el orden puramente natural. Los dones los poseen en algún grado todas las almas en gracia. Es incompatible con el pecado mortal.
El Espíritu Santo actúa los dones directa e inmediatamente como causa motora y principal, a diferencia de las virtudes infusas que son movidas o actuadas por el mismo hombre como causa motora y principal, aunque siempre bajo la previa moción de una gracia actual.
Los dones perfeccionan el acto sobrenatural de las las virtudes infusas.
Por la moción divina de los dones, el Espíritu Santo, inhabitante en el alma, rige y gobierna inmediatamente nuestra vida sobrenatural. Ya no es la razón humana la que manda y gobierna; es el Espíritu Santo mismo, que actúa como regla, motor y causa principal única de nuestros actos virtuosos, poniendo en movimiento todo el organismo de nuestra vida sobrenatural hasta llevarlo a su pleno desarrollo.
Los dones son infundidos por Dios. El alma no podría adquirir los dones por sus propias fuerzas ya que transcienden infinitamente todo el orden puramente natural. Los dones los poseen en algún grado todas las almas en gracia. Es incompatible con el pecado mortal.
El Espíritu Santo actúa los dones directa e inmediatamente como causa motora y principal, a diferencia de las virtudes infusas que son movidas o actuadas por el mismo hombre como causa motora y principal, aunque siempre bajo la previa moción de una gracia actual.
Los dones perfeccionan el acto sobrenatural de las las virtudes infusas.
Por la moción divina de los dones, el Espíritu Santo, inhabitante en el alma, rige y gobierna inmediatamente nuestra vida sobrenatural. Ya no es la razón humana la que manda y gobierna; es el Espíritu Santo mismo, que actúa como regla, motor y causa principal única de nuestros actos virtuosos, poniendo en movimiento todo el organismo de nuestra vida sobrenatural hasta llevarlo a su pleno desarrollo.
El Catecismo nos habla escuetamente, simplemente los enumera y dice:
1º DON DE SABIDURíA: No es para que sepamos muchísimo de muchas cosas; sino para perfeccionar en nosotros ni más ni menos que el amor, la caridad. Las almas privilegiadas que de manera habitual han recibido ese don han amado a Dios como no tenemos ni idea; han aparecido ante el mundo como unos loquitos que eran capaces de hacer por Dios y por la gente gestos heroicos. Díganme si un misionero no necesita de este don del Espíritu Santo, cuando las exigencias de la Misión casi siempre, de manera habitual, han de ser heroicas.
2º DON DE ENTENDIMIENTO: Potencia y cómo que dispara la virtud de la fe. Con él se entienden de manera admirable lo más profundos misterios; se comprende por ejemplo la santidad de la Virgen María; la grandeza de la Santa Misa, y su valor infinito... por medio de ese admirable don se ilumina nuestro entendimiento y nos confiere una fuerza y una eficacia santificadora, tal como la necesita el evangelizador, el que se entrega a la causa estupenda de dar a conocer al mundo a Cristo el Señor, su Vida y su Evangelio; al que deja su vida en los campos de las Misiones.
3º DON DE CIENCIA: Se trata de la ciencia verdadera, de la que viene y va a Dios en directo. Por supuesto que también perfecciona la fe que debemos transmitir a los demás, como el mejor servicio que se le puede prestar a los hombres, de acuerdo con Juan Pablo II. Esta ciencia nos enseña “a juzgar rectamente de las cosas creadas”. El “hermano sol y la hermana luna” se las inventó el corazón de San Francisco de Asís con esta ciencia, que merece la vida entera por conocerla y gustarla. El misionero vive en pleno contacto con la naturaleza y sus maravillas; y todo le ayuda para entender mejor el amor de Dios y explicárselo con fuego a quienes nunca supieron que tenían en los cielos un Padre bondadoso que es puro Amor.
4º DON DE CONSEJO: Gracias, en buena parte, a este regalo del Espíritu los misioneros fueron a parar a territorios que ni sabían dónde quedaban en la geografía de los continentes o países. Allí fueron a dar con sus huesos y con su enorme carga de fe y de amor, guiados, quizá sin saberlo, por el consejo sutil y cierto del Espíritu Santo. Ayuda mucho, pero mucho, a esa virtud tan rara y muy pocas veces tomada en cuenta que es la prudencia, virtud casi desconocida y raras veces empleada en nuestro vivir y en nuestro actuar. Nuestras grandes determinaciones en la vida están o deben estar signadas por el don de Consejo, si es que no queremos fracasar con nuestras propias loqueras o nuestros criterios personales.
5º DON DE PIEDAD: No es expresamente para formar monaguillos piadosos –que tampoco debe ser cosa fácil- sino que con este don, el Espíritu nos hace descubrir a Dios como Padre y quererle con todas nuestras fuerzas; de paso nos estimula a querer a nuestros hermanos, como Teresa de Calcuta quería a los leprosos. Es la vida ordinaria del misionero. Gentes que no conocen de nada ni la entienden en su cultura, ni saben de su idioma, y se fajan, sin embargo, a conocer, amar y ayudar en cuerpo y alma, a pequeños Cristos que se le han cruzado en el camino de su vocación misionera. El don de piedad actúa como un auténtico milagro en el corazón del misionero. (Cuando se habla del misionero, se entiende por igual de la misionera, de la persona consagrada o del laico comprometido. Los dones no tienen género. Son del Espíritu Santo y basta).
6º DON DE FORTALEZA: Se trata de una fuerza del Espíritu Santo que resiste y acomete según la necesidad del momento. Es bueno recordar que la fortaleza es una de las virtudes cardinales ¿Se acuerda usted por dónde anda eso en el catecismo que estudió? Pues aunque no se acuerde nadie, ni lo tome demasiado en serio, el Espíritu Santo, sí; él concede una fuerza y un valor increíble a quienes asiste en los trances más difíciles de la vida. Necesitamos todos urgentemente y casi en cada momento, de esta fuerza única que resiste el mal; el que sacude al mundo y a sus gentes como un huracán y tiende a destruirlo y borrarlo del mapa de la vida.
Resistir el mal y hacer siempre el bien, sin cansarnos como nos enseña San Pablo. Las causas de Dios son empinadas, costosas; exigen muchas veces la vida misma. Por algo la Iglesia creció con la sangre de sus mártires. Pura fortaleza de Dios; don bellísimo y absolutamente necesario en nuestros tiempos.
7º DON DE TEMOR A DIOS: También el temor es necesario; pero es un temor pleno de amor; es un susto justificado de perder la amistad de nuestro Padre Dios y de nuestro Hermano Jesús. Un enamorado tiembla sólo con pensar en que puede perder a su amor; a la persona que es razón de su vida. Se trata de un temor filial, el temor de Dios. Por supuesto que, si al perder al Dios se pierde el cielo donde él habita con sus santos, se puede uno imaginar lo terrible que tiene que ocurrir en el corazón de un misionero, si después de una entrega heroica y sin límites se queda del lado de afuera. San Pablo lo sintió y debió temblar como la hoja en el árbol. Temía que predicando a los demás, él mismo pudiera ser borrado del libro de la vida. El don de temor es sano, muy digno de que lo tomemos en cuenta y de pedírselo al Espíritu Santo junto con los demás dones y regalos que él nos hace.
Es bueno que hablemos del Espíritu Santo; descubramos su presencia en nuestros corazones y agradezcamos el milagro amoroso de revivir dentro de nosotros, con esa suavidad y fortaleza, solo perceptible cuando nos entregamos a El como Abogado nuestro ante el Padre, que no cesa de interceder por nosotros “con gemidos inefables”.
¡VEN ESPIRITU SANTO Y LLENA NUESTROS CORAZONES CON EL FUEGO DE TU AMOR!
1º DON DE SABIDURíA: No es para que sepamos muchísimo de muchas cosas; sino para perfeccionar en nosotros ni más ni menos que el amor, la caridad. Las almas privilegiadas que de manera habitual han recibido ese don han amado a Dios como no tenemos ni idea; han aparecido ante el mundo como unos loquitos que eran capaces de hacer por Dios y por la gente gestos heroicos. Díganme si un misionero no necesita de este don del Espíritu Santo, cuando las exigencias de la Misión casi siempre, de manera habitual, han de ser heroicas.
2º DON DE ENTENDIMIENTO: Potencia y cómo que dispara la virtud de la fe. Con él se entienden de manera admirable lo más profundos misterios; se comprende por ejemplo la santidad de la Virgen María; la grandeza de la Santa Misa, y su valor infinito... por medio de ese admirable don se ilumina nuestro entendimiento y nos confiere una fuerza y una eficacia santificadora, tal como la necesita el evangelizador, el que se entrega a la causa estupenda de dar a conocer al mundo a Cristo el Señor, su Vida y su Evangelio; al que deja su vida en los campos de las Misiones.
3º DON DE CIENCIA: Se trata de la ciencia verdadera, de la que viene y va a Dios en directo. Por supuesto que también perfecciona la fe que debemos transmitir a los demás, como el mejor servicio que se le puede prestar a los hombres, de acuerdo con Juan Pablo II. Esta ciencia nos enseña “a juzgar rectamente de las cosas creadas”. El “hermano sol y la hermana luna” se las inventó el corazón de San Francisco de Asís con esta ciencia, que merece la vida entera por conocerla y gustarla. El misionero vive en pleno contacto con la naturaleza y sus maravillas; y todo le ayuda para entender mejor el amor de Dios y explicárselo con fuego a quienes nunca supieron que tenían en los cielos un Padre bondadoso que es puro Amor.
4º DON DE CONSEJO: Gracias, en buena parte, a este regalo del Espíritu los misioneros fueron a parar a territorios que ni sabían dónde quedaban en la geografía de los continentes o países. Allí fueron a dar con sus huesos y con su enorme carga de fe y de amor, guiados, quizá sin saberlo, por el consejo sutil y cierto del Espíritu Santo. Ayuda mucho, pero mucho, a esa virtud tan rara y muy pocas veces tomada en cuenta que es la prudencia, virtud casi desconocida y raras veces empleada en nuestro vivir y en nuestro actuar. Nuestras grandes determinaciones en la vida están o deben estar signadas por el don de Consejo, si es que no queremos fracasar con nuestras propias loqueras o nuestros criterios personales.
5º DON DE PIEDAD: No es expresamente para formar monaguillos piadosos –que tampoco debe ser cosa fácil- sino que con este don, el Espíritu nos hace descubrir a Dios como Padre y quererle con todas nuestras fuerzas; de paso nos estimula a querer a nuestros hermanos, como Teresa de Calcuta quería a los leprosos. Es la vida ordinaria del misionero. Gentes que no conocen de nada ni la entienden en su cultura, ni saben de su idioma, y se fajan, sin embargo, a conocer, amar y ayudar en cuerpo y alma, a pequeños Cristos que se le han cruzado en el camino de su vocación misionera. El don de piedad actúa como un auténtico milagro en el corazón del misionero. (Cuando se habla del misionero, se entiende por igual de la misionera, de la persona consagrada o del laico comprometido. Los dones no tienen género. Son del Espíritu Santo y basta).
6º DON DE FORTALEZA: Se trata de una fuerza del Espíritu Santo que resiste y acomete según la necesidad del momento. Es bueno recordar que la fortaleza es una de las virtudes cardinales ¿Se acuerda usted por dónde anda eso en el catecismo que estudió? Pues aunque no se acuerde nadie, ni lo tome demasiado en serio, el Espíritu Santo, sí; él concede una fuerza y un valor increíble a quienes asiste en los trances más difíciles de la vida. Necesitamos todos urgentemente y casi en cada momento, de esta fuerza única que resiste el mal; el que sacude al mundo y a sus gentes como un huracán y tiende a destruirlo y borrarlo del mapa de la vida.
Resistir el mal y hacer siempre el bien, sin cansarnos como nos enseña San Pablo. Las causas de Dios son empinadas, costosas; exigen muchas veces la vida misma. Por algo la Iglesia creció con la sangre de sus mártires. Pura fortaleza de Dios; don bellísimo y absolutamente necesario en nuestros tiempos.
7º DON DE TEMOR A DIOS: También el temor es necesario; pero es un temor pleno de amor; es un susto justificado de perder la amistad de nuestro Padre Dios y de nuestro Hermano Jesús. Un enamorado tiembla sólo con pensar en que puede perder a su amor; a la persona que es razón de su vida. Se trata de un temor filial, el temor de Dios. Por supuesto que, si al perder al Dios se pierde el cielo donde él habita con sus santos, se puede uno imaginar lo terrible que tiene que ocurrir en el corazón de un misionero, si después de una entrega heroica y sin límites se queda del lado de afuera. San Pablo lo sintió y debió temblar como la hoja en el árbol. Temía que predicando a los demás, él mismo pudiera ser borrado del libro de la vida. El don de temor es sano, muy digno de que lo tomemos en cuenta y de pedírselo al Espíritu Santo junto con los demás dones y regalos que él nos hace.
Es bueno que hablemos del Espíritu Santo; descubramos su presencia en nuestros corazones y agradezcamos el milagro amoroso de revivir dentro de nosotros, con esa suavidad y fortaleza, solo perceptible cuando nos entregamos a El como Abogado nuestro ante el Padre, que no cesa de interceder por nosotros “con gemidos inefables”.
¡VEN ESPIRITU SANTO Y LLENA NUESTROS CORAZONES CON EL FUEGO DE TU AMOR!
lunes, 6 de junio de 2011
¿QUIÉN ES EL ESPÍRITU SANTO?
¿Quién es el Espíritu Santo?
Pregunta: "¿Quién o qué es el Espíritu Santo? He visto este nombre en vuestra web y en unos cuantos sitios mas"
Nuestra respuesta: El Espíritu Santo es una persona real que vino a vivir dentro de los verdaderos seguidores de Jesucristo después de que Jesús resucitara de la muerte y subió a los cielos (Hechos 2). Jesús dijo a sus discípulos...
"Y yo pediré al Padre que os envíe otro Defensor, el Espíritu de la verdad, para que esté siempre con vosotros. Los que son del mundo no lo pueden recibir, porque no lo ven ni lo conocen; pero vosotros lo conocéis, porque él está con vosotros y permanecerá siempre en vosotros. No voy a dejaros abandonados: volveré para estar con vosotros." (Juan 14:16-18)
El Espíritu Santo no es superficial ni una sombra celestial, tampoco una fuerza impersonal. Es una persona igual del mismo modo que Dios el Padre y Dios el Hijo. Es considerado el tercer miembro de la trinidad. Jesús dijo a sus apóstoles...
"Dios me ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced mis discípulos a todos los habitantes del mundo; bautizadlos en el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo, y enseñadles a cumplir todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estaré todos los días, hasta el fin del mundo." (Mateo 28: 18-20)
Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Y todas las cualidades divinas atribuidas al Padre y al Hijo, son igualmente atribuidas al Espíritu Santo. Cuando una persona nace de nuevo por creer y recibir a Jesús (Juan 1:12-13; Juan 3:3-21), Dios habita en esa persona a través del Espíritu Santo (1ª Corintios 3:16). El Espíritu Santo tiene intelecto (1ª Corintios 2:11), emoción (Romanos 15:30), y voluntad propia (1ª Corintios 12:11)
La función principal del Espíritu Santo es ser el testigo de Jesús (Juan 15:26; 16:14). Él habla a los corazones de la gente la verdad de Jesús. El Espíritu Santo además actúa como maestro de los cristianos (1ª Corintios 2: 9-14). Les revela la voluntad de Dios y la verdad de Dios. Jesús dijo a sus discípulos...
"Pero el Espíritu Santo, el Defensor que el Padre enviará en mi nombre, os enseñará todas las cosas y os recordará todo lo que os he dicho." (Juan 14:26)
"Cuando venga el Espíritu de la verdad, os guiará a toda la verdad, porque no hablará por su propia cuenta, sino que dirá todo lo que oye y os hará saber las cosas que van a suceder." (Juan 16:13)
El Espíritu Santo ha sido dado para vivir dentro de quienes creen en Jesús, con la función de reflejar el carácter de Dios en la vida de un creyente. De forma que no podamos hacerlo a nuestra manera, el Espíritu Santo impartirá en nuestras vidas amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio (Gálatas 5:22-23). Por encima de intentar ser amado, paciente, amable, Dios nos pide que dependamos en Él para que reflejemos estas cualidades en nuestras vidas. De esta manera, los Cristianos lo llaman vivir en el Espíritu (Gálatas 5:25) y ser llenados con el Espíritu Santo (Efesios 5:18). Y el Espíritu Santo da las fuerzas a los cristianos para cumplir los tareas o misiones ministeriales que dan lugar al crecimiento espiritual en los Cristianos (Romanos 12; 1ª Corintios 12; Efesios 4)
El Espíritu Santo además hace una función para los no son cristianos. Él los convence hablando directamente a los corazones de la gente de la verdad de Dios respecto a que son pecadores -y que necesitan el perdón de Dios; la honradez de Jesús - Él murió en nuestro lugar, por nuestros pecados; y que Dios juzgará al mundo y aquellos que no le conocen (Juan 16: 8-11). El Espíritu Santo habla directamente a los corazones y mentes, pidiéndonos que nos arrepintamos y nos volvamos a Dios para que nos perdone y nos dé nueva vida.
Pregunta: "¿Quién o qué es el Espíritu Santo? He visto este nombre en vuestra web y en unos cuantos sitios mas"
Nuestra respuesta: El Espíritu Santo es una persona real que vino a vivir dentro de los verdaderos seguidores de Jesucristo después de que Jesús resucitara de la muerte y subió a los cielos (Hechos 2). Jesús dijo a sus discípulos...
"Y yo pediré al Padre que os envíe otro Defensor, el Espíritu de la verdad, para que esté siempre con vosotros. Los que son del mundo no lo pueden recibir, porque no lo ven ni lo conocen; pero vosotros lo conocéis, porque él está con vosotros y permanecerá siempre en vosotros. No voy a dejaros abandonados: volveré para estar con vosotros." (Juan 14:16-18)
El Espíritu Santo no es superficial ni una sombra celestial, tampoco una fuerza impersonal. Es una persona igual del mismo modo que Dios el Padre y Dios el Hijo. Es considerado el tercer miembro de la trinidad. Jesús dijo a sus apóstoles...
"Dios me ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced mis discípulos a todos los habitantes del mundo; bautizadlos en el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo, y enseñadles a cumplir todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estaré todos los días, hasta el fin del mundo." (Mateo 28: 18-20)
Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Y todas las cualidades divinas atribuidas al Padre y al Hijo, son igualmente atribuidas al Espíritu Santo. Cuando una persona nace de nuevo por creer y recibir a Jesús (Juan 1:12-13; Juan 3:3-21), Dios habita en esa persona a través del Espíritu Santo (1ª Corintios 3:16). El Espíritu Santo tiene intelecto (1ª Corintios 2:11), emoción (Romanos 15:30), y voluntad propia (1ª Corintios 12:11)
La función principal del Espíritu Santo es ser el testigo de Jesús (Juan 15:26; 16:14). Él habla a los corazones de la gente la verdad de Jesús. El Espíritu Santo además actúa como maestro de los cristianos (1ª Corintios 2: 9-14). Les revela la voluntad de Dios y la verdad de Dios. Jesús dijo a sus discípulos...
"Pero el Espíritu Santo, el Defensor que el Padre enviará en mi nombre, os enseñará todas las cosas y os recordará todo lo que os he dicho." (Juan 14:26)
"Cuando venga el Espíritu de la verdad, os guiará a toda la verdad, porque no hablará por su propia cuenta, sino que dirá todo lo que oye y os hará saber las cosas que van a suceder." (Juan 16:13)
El Espíritu Santo ha sido dado para vivir dentro de quienes creen en Jesús, con la función de reflejar el carácter de Dios en la vida de un creyente. De forma que no podamos hacerlo a nuestra manera, el Espíritu Santo impartirá en nuestras vidas amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio (Gálatas 5:22-23). Por encima de intentar ser amado, paciente, amable, Dios nos pide que dependamos en Él para que reflejemos estas cualidades en nuestras vidas. De esta manera, los Cristianos lo llaman vivir en el Espíritu (Gálatas 5:25) y ser llenados con el Espíritu Santo (Efesios 5:18). Y el Espíritu Santo da las fuerzas a los cristianos para cumplir los tareas o misiones ministeriales que dan lugar al crecimiento espiritual en los Cristianos (Romanos 12; 1ª Corintios 12; Efesios 4)
El Espíritu Santo además hace una función para los no son cristianos. Él los convence hablando directamente a los corazones de la gente de la verdad de Dios respecto a que son pecadores -y que necesitan el perdón de Dios; la honradez de Jesús - Él murió en nuestro lugar, por nuestros pecados; y que Dios juzgará al mundo y aquellos que no le conocen (Juan 16: 8-11). El Espíritu Santo habla directamente a los corazones y mentes, pidiéndonos que nos arrepintamos y nos volvamos a Dios para que nos perdone y nos dé nueva vida.
lunes, 30 de mayo de 2011
EL ESPÍRITU SANTO
EL ESPÍRTU SANTO
“Ven Espíritu Creador, manda tu luz desde el cielo. Padre amoroso del
pobre; don, en tus dones espléndido; luz que penetra las almas; fuente
del mayor consuelo. Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro
esfuerzo, tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego…”. (De
un himno al Espíritu Santo).
Es el Espíritu Santo quien cuida para que nuestra “fe no tropiece” y, al
mismo tiempo, es el “consuelo” en nuestras caídas y dificultades. No
nos tiene que resultar extraña una relación personal con el Espíritu
Santo, pues es la tercera persona de Santísima Trinidad. Es Él quien nos
lleva a dar un verdadero testimonio de nuestra fe, pues Él nos muestra a
Cristo (“Él dará testimonio de mí”) y nos lleva a testimoniarlo a todos
los que están a nuestro alrededor (“y ustedes también darán
testimonio”).
viernes, 15 de abril de 2011
EL ESPÍRITU SANTO
El Espíritu Santo
El Espíritu Santo, la tercera persona de la Santísima Trinidad, es Dios. Verdadero Dios como lo son el Padre y el Hijo. Es el Amor del Padre y el Hijo.
Cristo prometió que este Espíritu de Verdad iba a venir y moraría dentro de nosotros. "Yo rogaré al Padre y les dará otro Intercesor que permanecerá siempre con ustedes. Este es el Espíritu de Verdad que el mundo no puede recibir porque no lo ve ni lo conoce. Pero ustedes saben que él permanece con ustedes, y estará en ustedes" (Jn 14, 16-17)
El Espíritu Santo vino el día de Pentecostés y nunca se ausentará. Cincuenta días después de la Pascua, el Domingo de Pentecostés, los Apóstoles fueron transformados de hombres débiles y tímidos en valientes proclamadores de la fe; los necesitaba Cristo para difundir su Evangelio por el mundo.
El Espíritu Santo está presente de modo especial en la Iglesia, comunidad de quienes creen en Cristo como el Señor. Ayuda a su iglesia a que continúe la obra de Cristo en el mundo. Su presencia da gracia a los fieles para unirse más a Dios y entre sí en amor sincero, cumpliendo sus deberes con Dios y los demás. La gracia y vida divina que prodiga hacen a la Iglesia ser mucho más grata a Dios; la hace crecer con el poder del Evangelio; la renueva con sus dones y la lleva a unión perfecta con Jesús.
El Espíritu Santo guía al Papa, a los obispos y a los presbíteros de la Iglesia en su tarea de enseñar la doctrina cristiana, dirigir almas y dar al pueblo la gracia de Dios por medio de los Sacramentos. Orienta toda la obra de Cristo en la Iglesia: solicitud por los enfermos, enseñar a los niños, preparación de la juventud, consolar a los afligidos, socorrer a los necesitados.
Es nuestro deber honrar al Espíritu Santo amándole por ser nuestro Dios y dejarnos dócilmente guiar por Él en nuestras vidas. San Pablo nos lo recuerda diciendo: "¿No saben ustedes que son templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes?"(1 Cor 3, 16).
Conscientes de que el Espíritu Santo esta siempre con nosotros, mientras vivamos en estado de gracia santificante, debemos pedirle con frecuencia la luz y fortaleza necesarias para llevar una vida santa y salvar nuestra alma.
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