domingo, 21 de mayo de 2023

¿QUÉ HACES MIRANDO AL CIELO?



«¿Qué hacéis mirando al cielo?»


En la primera lectura, un ángel dice a los discípulos: «Galileos, ¿qué hacéis mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo volverá como le habéis visto marcharse». Es la ocasión para aclararnos las ideas sobre qué entendemos por «cielo». En casi todos los pueblos, por cielo se indica la morada de la divinidad. También la Biblia usa este lenguaje espacial: «Gloria a Dios en lo alto del cielo y paz en la tierra a los hombres».

 

Con la llegada de la era científica, todos estos significados religiosos de la palabra «cielo» entraron en crisis. El cielo es el espacio en el que se mueve nuestro planeta y todo el sistema solar, y nada más. Conocemos la ocurrencia atribuida a un astronauta soviético, al regreso de su viaje por el cosmos: «¡He recorrido el espacio y no he encontrado por ninguna parte a Dios!».

 

Así que es importante que intentemos aclarar qué entendemos nosotros, los cristianos, cuando decimos «Padre nuestro que estás en los cielos», o cuando decimos que alguien «se ha ido al cielo». La Biblia se adapta, en estos casos, al modo de hablar popular (también lo hacemos actualmente, en la era científica, cuando decimos que el sol «sale» o «se pone»); pero ella bien sabe y enseña que Dios «está en el cielo, en la tierra y en todo lugar», que es Él quien «ha creado los cielos», y si los ha creado no puede estar «encerrado» en ellos. Que Dios esté «en los cielos» significa que «habita en una luz inaccesible»; que dista de nosotros «cuanto el cielo se eleva sobre la tierra».

 

Asimismo nosotros, los cristianos, estamos de acuerdo en decir que el cielo, como lugar de la morada de Dios, es más un estado que un lugar. Cuando se habla de él, carece de sentido alguno decir en lo alto o abajo. Con esto no estamos afirmando que el paraíso no existe, sino sólo que a nosotros nos faltan las categorías para poderlo representar.

 

Pidamos a una persona completamente ciega de nacimiento que nos describa qué son los colores: el rojo, el verde, el azul... No podrá decir absolutamente nada, ni otro será capaz de explicárselo, pues los colores se perciben sólo con la vista. Así nos ocurre respecto al más allá y la vida eterna, que están fuera del espacio y del tiempo.

 

A la luz de lo que hemos dicho, ¿qué significa proclamar que Jesús «subió al cielo»? La respuesta la encontramos en el Credo: «Subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre». Que Cristo haya subido al cielo significa que «está sentado a la derecha del Padre», esto es, que también como hombre ha entrado en el mundo de Dios; que ha sido constituido, como dice san Pablo en la segunda lectura, Señor y cabeza de todas las cosas. En nuestro caso, «ir al cielo» o «al paraíso» significa ir a estar «con Cristo» (Fil 1,23). Nuestro verdadero cielo es Cristo resucitado, con quien iremos a encontrarnos y a hacer «cuerpo» después de nuestra resurrección, y de modo provisional e imperfecto inmediatamente después de la muerte.

 

Se objeta a veces que sin embargo nadie ha vuelto del más allá para asegurarnos que existe de verdad y que no se trata sólo de una piadosa ilusión. ¡No es verdad!

Hay alguien que cada día, en la Eucaristía, regresa del más allá para darnos garantías y renovar sus promesas, si sabemos reconocerle.

 

Las palabras del ángel: «Galileos, ¿qué hacéis mirando al cielo?», contienen también un reproche velado: no hay que quedarse mirando al cielo y especulando sobre el más allá, sino más bien vivir en espera del retorno [de Jesús], proseguir su misión, llevar su Evangelio hasta los confines de la tierra, mejorar la vida misma en la tierra. Él ha subido al cielo, pero sin dejar la tierra. Sólo ha salido de nuestro campo visual.

 

Precisamente en el pasaje evangélico Él mismo nos asegura: «He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo».

* P. Raniero Cantalamessa 

JESÚS ESTÁ CON NOSOTROS - MEDITACIÓN DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR


 

JESÚS ESTÁ CON NOSOTROS


Mateo no ha querido terminar su narración evangélica con el relato de la Ascensión. Su evangelio, redactado en condiciones difíciles y críticas para las comunidades creyentes, pedía un final diferente al de Lucas.

Una lectura ingenua y equivocada de la Ascensión podía crear en aquellas comunidades la sensación de orfandad y abandono ante la partida definitiva de Jesús. Por eso Mateo termina su evangelio con una frase inolvidable de Jesús resucitado: «Sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo».

Esta es la fe que ha animado siempre a las comunidades cristianas. No estamos solos, perdidos en medio de la historia, abandonados a nuestras propias fuerzas y a nuestro pecado. Cristo está con nosotros. En momentos como los que estamos viviendo hoy los creyentes es fácil caer en lamentaciones, desalientos y derrotismo. Se diría que hemos olvidado algo que necesitamos urgentemente recordar: él está con nosotros.


Los obispos, reunidos con ocasión del Concilio Vaticano II, constataban la falta de una verdadera teología de la presencia de Cristo en su Iglesia. La preocupación por defender y precisar la presencia del Cuerpo y la Sangre de Cristo en la eucaristía ha podido llevarnos inconscientemente a olvidar la presencia viva del Señor resucitado en el corazón de toda la comunidad cristiana.

Sin embargo, para los primeros creyentes, Jesús no es un personaje del pasado, un difunto a quien se venera y se da culto, sino alguien vivo, que anima, vivifica y llena con su espíritu a la comunidad creyente.

Cuando dos o tres creyentes se reúnen en su nombre, allí esta él en medio de ellos. Los encuentros de los creyentes no son asambleas de hombres huérfanos que tratan de alentarse unos a otros. En medio de ellos está el Resucitado, con su aliento y fuerza dinamizadora. Olvidarlo es arriesgarnos a debilitar de raíz nuestra esperanza.

Todavía hay algo más. Cuando nos encontramos con un hombre necesitado, despreciado o abandonado, nos estamos encontrando con aquel que quiso solidarizarse con ellos de manera radical. Por eso nuestra adhesión actual a Cristo en ningún lugar se verifica mejor que en la ayuda y solidaridad con el necesitado. «Cuanto hicisteis a uno de estos pequeños, a mí me lo hicisteis».

El Señor resucitado está en la eucaristía alimentando nuestra fe. Está en la comunidad cristiana infundiendo su Espíritu e impulsando la misión. Está en los pobres moviendo nuestros corazones a la compasión. Está todos los días, hasta el fin del mundo.


Evangelio Comentado por:

José Antonio Pagola

Gruposdejesus.com

Mt (28,16-20)

¿QUÉ ES EL DETENTE DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS?






 

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