domingo, 26 de abril de 2020

LA HUMILDAD


LA HUMILDAD





Se acercaba mi cumpleaños y quería ese año pedir un deseo especial al apagar las velas de mi pastel.

Caminando por el parque me senté al lado de un mendigo que estaba en uno de los bancos, el más retirado, viendo dos palomas revolotear cerca del estanque y me pareció curioso ver a un hombre de aspecto abandonado, mirar las avecillas con una sonrisa en la cara que parecía eterna.

Me acerqué a él con la intención de preguntarle por qué estaba tan feliz.

Quise también sentirme afortunado al conversar con él para sentirme más orgulloso de mis bienes, por que yo era un hombre al que no le faltaba nada. Tenía mi trabajo, que me producía mucho dinero. Claro que... ¿cómo no iba a producírmelo trabajando tanto?. Tenía mis hijos a los que, gracias a mi esfuerzo, tampoco les faltaba nada y tenían todos los juguetes que quisiesen tener. En fin, gracias a mis interminables horas de trabajo no le faltaba nada a mi familia.

Me acerqué entonces al hombre y le pregunté:

- Caballero, ¿qué pediría usted como deseo en su cumpleaños?

Pensaba yo que el hombre me contestaría que pediría dinero. Así, de paso, yo le daría unos billetes que tenía y realizaría la obra de caridad del año.

No sabe usted mi asombro cuando el hombre me contesta lo siguiente, con la misma sonrisa en su rostro que no se le había borrado y nunca se le borró:

-Amigo, si pidiese algo más de lo que tengo sería muy egoísta, yo ya he tenido de todo lo que necesita un hombre en la vida y más. Vivía con mis padres y mi hermano antes de perderlos una tarde de junio. Hace mucho, conocí el amor de mi padre y mi madre, que se desvivían por darme todo el amor que les era posible dentro de nuestras limitaciones económicas. Al perderlos, sufrí muchísimo pero entendí que hay otros que nunca conocieron ese amor, yo sí y me sentí mejor.

De joven, conocí una chica de la cual me enamoré perdidamente. Un día la besé y estalló en mí el amor hacia aquella joven tan bella. Cuando se marchó, mi corazón sufrió tanto... Recuerdo ese momento y pienso que hay personas que nunca han conocido el amor y me siento mejor.

Un día en este parque, un niño correteando cayó al suelo y comenzó a llorar. Yo fui, lo ayudé a levantarse, le sequé las lágrimas con mis manos y jugué con él por unos instantes más y aunque no era mi hijo, me sentí padre y me sentí feliz porque pensé que muchos no han conocido ese sentimiento.

Cuando siento frío y hambre en el invierno, recuerdo la comida de mi madre y el calor de nuestra pequeña casita y me siento mejor porque hay otros que nunca lo han sentido y tal vez no lo sentirán nunca. Cuando consigo dos piezas de pan comparto una con otro mendigo del camino y siento el placer que da compartir con quien lo necesita, y recuerdo que hay unos que jamás sentirán esto.

Mi querido amigo, ¡qué más puedo pedir a Dios o a la vida cuando lo he tenido todo, y lo más importante es que soy consciente de ello!

Puedo ver la vida en su más simple expresión, como esas dos palomitas jugando. ¿Qué necesitan ellas? Lo mismo que yo, nada... Estamos agradecidos al Cielo de esto, y sé que usted pronto lo estará también.

Miré hacia el suelo un segundo como perdido en la grandeza de las palabras de aquel sabio que me había abierto los ojos en su sencillez. Cuando miré a mi lado ya no estaba, sólo las palomitas y un arrepentimiento enorme de la forma en que había vivido sin haber conocido la vida. Pensé que aquel mendigo era tal vez un ángel enviado por Dios, que me daría el regalo más precioso que se le puede dar a un ser humano... la humildad.

QUÉDATE CON NOSOTROS EN EL CAMINAR DE LA FE


Quédate con nosotros en el caminar de la fe
Este será un artículo diferente, en el que meditaremos juntos el contenido de uno de los pasajes de la Palabra de Dios.


Por: Ernesto Martínez | Fuente: http://catolicosconaccion.com/




“Siempre hay una Palabra de Dios que nos guía en nuestra desorientación; y a través de nuestros cansancios y decepciones hay siempre un Pan partido que nos hace ir adelante en el camino”. Papa Francisco (Regina Coeli, 4 de Mayo de 2014)

Recientemente, escuchando la homilía dominical en la que el sacerdote reflexionaba sobre el pasaje de los discípulos que iban por el camino hacia la aldea de Emaús, recordando tal escena del Evangelio, reconocí interiormente que esta historia también era – a su manera – mi historia… claro, también es tú historia y la de muchos cristianos. Que bien nos hace en esta época volver nuestro corazón hacia la profundidad de este pasaje tan peculiar y único que el evangelista San Lucas quiso transmitirnos a todos los cristianos de todas las épocas, con especial atención a aquellos que han olvidado la alegría del encuentro con Cristo.

Este será un artículo diferente, en el que meditaremos juntos el contenido de uno de los pasajes de la Palabra de Dios. Para que puedas hacerlo de mejor manera, te recomiendo iniciar con una pequeña oración, en la que con tus propias palabras le pidas a Dios que ilumine tu mente y tu corazón con su Palabra, invocando la acción del Espíritu Santo; luego, lee en tu Biblia el pasaje del Evangelio de San Lucas 24,13-35. Sabes, siempre he pensado que para comprender el mensaje de Jesús, escrito según San Lucas debe prestarse atención a los detalles (San Lucas, como buen médico, es cuidadoso en los detalles); en este pasaje, cada palabra, cada escena y descripción es un susurro de corazón a corazón por parte de Dios. Así, siguiendo la dinámica de reflexión previamente propuesta, escudriñemos el Evangelio de la forma siguiente:

1. “Aquel mismo día dos discípulos se dirigían a una aldea llamada Emaús…” (San Lucas 24, 13)

El Evangelio inicia presentándonos nuestra vida misma, es el día a día de todos, es nuestro caminar constante y es también el regresar a las realidades temporales: Dirigirnos al trabajo, a la escuela, universidad e inclusive a nuestra misma casa, nuestros propios “Emaús”. Estos discípulos habían presenciado atónitos los acontecimientos de la pasión y aunque les había sido anunciada ya la Resurrección de Jesús, ellos simplemente decidieron regresar a su aldea de Emaús; ante esa Buena Nueva, no buscaron al Señor como María Magdalena en el sepulcro, pareciese que el anuncio de la Resurrección no les causo alegría como a las mujeres, tampoco sintieron la curiosidad de averiguar sobre lo ocurrido, más bien fue indiferencia y nada detuvo su regreso.

¿No te suena? ¿Cuántas veces nosotros “los que conocemos al Señor” preferimos “regresar” a nuestras “aldeas”? ¿Cuántas veces hemos decidido caminar sin Jesús? La indiferencia parece invadir nuestra vida toda y tal pareciese, incluso, que el Señor nos interpela nuevamente en el silencio “ya no me amas como me amabas antes” (Apocalipsis2, 4). El caminar del cristiano, ese es el punto de inicio de este pasaje del Evangelio, tenemos que caminar, claro que sí, es la misión del discípulo, ir adelante, no quedarse estancado, pero no indiferentes y sin propósito de vida, el cómo caminamos o con quién caminamos, es lo que debemos evaluar hoy.

2. “… Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se les acercó y se puso a caminar con ellos…” (San Lucas 24, 15)

Y es que muchas veces nos olvidamos de caminar con el Señor, pero Él no se olvida de caminar con nosotros; caminamos solos o caminamos con amigos (buenos o malos), pero no invitamos al recorrido al “Amigo que nunca falla”… y cuando ya hemos avanzado algún trecho, el Señor Jesús aligera el paso y se pone a caminar con nosotros. ¿Curioso no? El Señor “en persona” se acercó a aquellos discípulos y se puso a caminar con ellos, sin importar el ánimo con el que estos iban o si estos le reconocían o no.

Hoy también Jesús aligera el paso porque quiere caminar con nosotros, no importa si corremos o si desviamos el camino, igual Él quiere caminar con nosotros y acompañarnos “en persona”, como a aquellos discípulos, de forma total y no a medias; no importan nuestros ánimos, aunque si nuestra actitud, dejemos que Él nos acompañe y nos guíe siempre, porque, al final de cuentas, Él es “el camino, la verdad y la vida” (San Juan 14, 6).

3. “… pero algo impedía que sus ojos lo reconocieran.” 
(San Lucas 24, 16)

¿Qué nos impide reconocer a Jesús como compañero de camino? ¿Por qué no queremos dejar que Él camine junto a nosotros? Algo impide que nuestros ojos de discípulos le reconozcan, aunque lo tengamos cara a cara, no le vemos, más bien, no le queremos ver… en realidad es nuestro corazón el que está cerrado (cegado) por el pecado, por el odio y los resentimientos, por el vacío de Dios. A veces nos pasa como a los discípulos de Emaús, que estaban más enfocados en el problema o en las “malas noticias” de lo sucedido en aquellos días, que en la “Buena Nueva” de la resurrección de Cristo que les había sido anunciada y de su salvación misma.

No cerremos nuestro corazón, quitemos nuestros propios impedimentos, abramos sus puertas de par en par para reconocer a Cristo que camina con nosotros; y si, no obstante esto, no le vemos, pidámosle a Él más fe para verle y para reconocerle. Hoy Jesús pasa en el camino de nuestras vidas, va con nosotros y parece preguntarnos “en qué te puedo ayudar”, más bien, “¿qué quieres que yo haga por ti?”… como el ciego Bartimeo, digámosle hoy también a Jesús “Maestro, quiero ver” (San Marcos 10, 51), es decir, quiero reconocerte en mi vida, para también recuperar la vista y seguir en el camino (San Marcos 10, 52).

4. “Él les dijo: «¿De qué van discutiendo por el camino?» Se detuvieron, y parecían muy desanimados…” (San Lucas 24, 17)

Cualquier encuentro con Cristo implica un nuevo comenzar; de cualquier forma que esto ocurra, el encuentro con Jesús siempre causa una pausa en nuestras vidas. Nos detenemos y nos presentamos ante Él tal y como somos, tal y como estamos en ese momento, discutiendo, desanimados, sucios, cansados… Estos discípulos, como nosotros, conocían a Jesús y le amaban, pero cuando las “cosas no ocurrieron como ellos querían”, en vez de buscar reencontrarse con su Maestro, decidieron alejarse de la comunidad cristiana, regresar a sus vidas anteriores y simplemente pasar la página. La Cruz no era de su agrado y la Resurrección les parecía algo tan increíble como para verdaderamente ser cierto.

¡Qué fácil es desanimarse ante la prueba! ¡Qué fácil es huir del dolor!… Pero ese no es el propósito del cristiano, estamos llamados a ser extraordinarios, a ser valientes, a ser auténticos, a tener coraje… A no huir ni desanimarnos en la prueba, porque “¿Adónde iremos lejos de su espíritu, a dónde huiremos lejos de su rostro?”(Salmo 139 7-10). No podemos huir del amor y de la misericordia de Dios, el encuentro con Cristo hoy a través de su Palabra también nos interpela.

5. “… «¿Qué pasó?»… «¡Todo el asunto de Jesús Nazareno!» Era un profeta poderoso en obras y palabras, reconocido por Dios y por todo el pueblo… Nosotros pensábamos que Él sería el que debía liberar a Israel…” (San Lucas 24, 19-21)

¿Cómo estimamos a Cristo? ¿Qué tanto nos importa en nuestra vida? ¿Cómo le conocimos y le recordamos?… Los discípulos de Emaús recordaban perfectamente a Jesús, sus obras y palabras, le reconocían como un profeta ungido por Dios y sabían de su “popularidad” ante el pueblo, pero no le reconocían aún como EL SEÑOR. Aún siendo testigos de su propia salvación, Jesús seguía siendo para ellos un “profeta poderoso”, más no el Señor de sus vidas… Esto sucede en la vida del discípulo cuando el primer encuentro con Jesús parece eclipsarse por las formas vacías, los problemas cotidianos, cuánto más por cuestiones vanas.

¿Es Jesús verdaderamente nuestro Señor? A veces pasa que sabemos mucho de Dios, de Jesús, de la Biblia y de la Iglesia, le decimos “Señor”, más no le reconocemos como tal en nuestras vidas; inclusive, lastimosamente, para muchos cristianos, Jesús es: Un personaje importante, respondemos “sí”; que cambio la historia de la humanidad, decimos “también”; un revolucionario de su época, pensamos “puede ser”… si existe Él, es de vez en cuando y solo en los templos o en el lugar en que yo decida ponerlo para invocarlo. En fin, creemos en Cristo, conocemos sus palabras, nos maravillamos con su obra, más no vivimos como sus discípulos. Por eso San Pablo nos pide “confesar con la boca y creer con el corazón que Jesús es el Señor” (Romanos 10, 9); por eso, lo que Jesús quiere de nosotros, los nuevos discípulos de Emaús, es que cambiemos de rumbo, no que regresemos, sino que le reconozcamos como NUESTRO SEÑOR es decir, que recorramos el camino de la CONVERSIÓN.

6. “… Y les explicó lo que se decía de Él en todas las Escrituras…” (San Lucas 24, 27)

La Palabra de Dios es viva, actual, eterna y tiene poder; Jesús sabía que debía (en cierta forma) comenzar desde cero, ellos no le habían reconocido, no podía simplemente decir “aquí estoy y ya resucité”, porque no era una noticia que ellos habrían aceptado tan fácilmente. Aprovecha el caminar, para explicarles las escrituras, el “camino de la salvación”; imagínate esa escena, el Divino Maestro explicando mientras caminaban, ellos escuchando atentamente, sobre Moisés, los profetas, el pueblo de Israel… Su propia vida.

La Palabra de Dios siempre está en el caminar del cristiano, aún y cuando tratemos de apartarla de nuestra cotidianidad. Hoy como siempre, Dios “desciende” para hablar con el hombre a través de su Palabra, por eso su efecto no es una lectura histórica, poética o intelectiva, más bien viva, que toca el corazón, transforma, renueva y convierte. En tal sentido, hasta las formas más sencillas de revelación de Su Palabra no son desapercibidas por el corazón humano, sino, recordemos, aún en nuestra época, aquel momento en que nosotros también sentimos desánimo y vimos publicada una imagen con algún versículo bíblico en el muro de Facebook y nos sentimos reconfortados; cuando tu hermano(a) te compartieron el “Evangelio del Día” o qué tal cuando un amigo nos consoló con algún Salmo en medio de una situación triste; o aquella vez que acudiste a la Misa dominical y el párroco cito un versículo de las lecturas con el que te sentiste identificado…

Es Jesús en realidad quien en ese momento se puso a caminar a nuestro lado y lo sigue haciendo, nos explica las Escrituras, como a los discípulos de Emaús; nosotros debemos escucharle atentamente, porque es Palabra de Dios, misma que es Palabra de vida y Palabra de Salvación; en todo caso, a quién podríamos ir “solo Él tiene palabras de vida eterna” (San Juan 6, 68).

7. “… Quédate con nosotros, ya está cayendo la tarde y se termina el día…” (San Lucas 24, 29a)

¿No te ha pasado que cuando disfrutas de una buena conversación con un amigo, el tiempo se alarga y no quisieras que terminara? Pues algo similar les ocurrió a los discípulos que, llegando a su destino no querían dejar ir a un gran compañero de camino. ¿Qué había ocurrido en ese caminar tan inesperado que, aquellos que iban “discutiendo” y estaban “desanimados”, aún no pudiendo reconocer del todo a tan singular caminante, en su interior sabían que era alguien especial? Y, todos sabemos que, cuando estás con alguien especial, no quieres separarte de él o de ella.

“Quédate con nosotros Señor” (San Lucas 24, 29), esta es la frase que cada cristiano guarda en su corazón como respuesta eterna al encuentro con Cristo; es como el desahogo del alma que se siente amada y salvada por Dios, como primera aceptación de su misericordia en la vida misma. Cuando estamos con Dios, cuando caminamos con Él, cuando estamos frente a Cristo, el alma se siente atraída a su unión perfecta en la santidad con Él, aún y cuando humanamente no comprendamos su amor y no le reconozcamos por completo, somos del Señor, porque “hemos sido comprados con Su Sangre” (Efesios 1, 7), a un precio muy alto y desde la Cruz.

8. “… Entró, pues, para quedarse con ellos…”
 (San Lucas 24, 29b)

Si invitamos a Jesús a quedarse, Él nos toma la palabra, entra en nuestra vida y se queda verdaderamente con nosotros, por eso es el Emmanuel, el Dios con nosotros (San Mateo 1, 23). Fijémonos bien en las palabras del Evangelio de San Lucas, no dice que Jesús se asomó o simplemente “entró” un rato y ya, más bien dice “entró para quedarse con ellos”; ojo, Jesús no quiere ser un invitado cualquiera, sino un eterno compañero. No quiere hacerte visita de vecino o de vendedor, más bien es amigo, familia… es el Señor y quiere que lo hagas Señor de tu vida. Por eso, a pesar de las épocas y los lugares, Él sigue diciéndonos hoy como siempre “mira que estoy a la puerta y llamo: si alguno escucha mi voz y me abre, entraré en su casa y comeré con él y él conmigo” (Apocalipsis 3, 20).

Jesús quiere que le entregues todo, no solo lo aparente o lo más visible, quiere entrar en toda tu existencia: Familia, amigos, trabajo, estudios, diversiones, descanso… absolutamente todo. Es difícil esa entrega total e incondicional hacia Jesús, pero no es imposible de lograrla, sino, mira el testimonio de tantos Santos cuyo sí a Dios fue total hasta la eternidad. Piensa que esta invitación de Jesús a tu vida, en contrapartida, también es una invitación de Él hacia la eternidad en el Reino de los cielos. Deja que Jesús entre a tu casa, a tu vida, que arregle lo que tenga que arreglar, que te ayude a limpiar y sanar aquellos huecos hasta dónde tú por tus propios medios no has podido llegar y veras como sí podrás sentarte a la mesa con el Maestro y compartir su banquete eterno.

9. “… Mientras estaba en la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se los dio, y en ese momento se les abrieron los ojos y lo reconocieron…” 
(San Lucas 24, 30-31)

El encuentro con Cristo por excelencia siempre será la Eucaristía y esta es verdadero signo de comunión del discípulo con su Señor. Los discípulos de Emaús invitaron a su compañero de camino a la mesa para compartir su pan, más no sabían que sería Jesús mismo el que iba a compartir su “Pan de Vida” con ellos. Y precisamente le reconocieron en la fracción del pan. Es que no se puede decir que se ha encontrado a Jesús sin haberle encontrado en la Eucaristía; Palabra y Eucaristía, ambos, no solos, son presencia eterna de Dios que quiere permanecer con nosotros “todos los días, hasta el fin de los tiempos” (San Mateo 28, 20).

Así, hoy también nosotros somos invitados por Jesús a la mesa de nuestros Templos para que, en el caminar de nuestra vida, Él nos parta y comparta el pan, para que Él sea nuestro alimento. Para que permanezca con nosotros y para que abra nuestros ojos ante su presencia, para que le podamos reconocer cuando se ponga a nuestro lado a caminar, para que podamos llenarnos de su Palabra, para que podamos compartir con el hermano. Hoy como siempre los cristianos somos invitados al Banquete del Altar de Cristo, cada vez que vayas a Misa no seas espectador, se adorador y testigo, se discípulo, allí está Jesús, “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (San Juan 1, 29), el “Pan vivo que ha bajado del cielo” (San Juan 6, 51), su cuerpo y su sangre son “verdadera comida, verdadera bebida” (San Juan 6, 55).

Si estamos alejados de Jesús Eucaristía en este momento, es una buena oportunidad para tomar la decisión de acudir a su encuentro en la Santa Misa y/o en las Capillas de Adoración Perpetua, allí, postrados ante Él reconocernos necesitados de su alimento; recuerda que Jesús está allí siempre en el Sagrario de cada Templo por pequeño que sea, porque así lo prometió (San Mateo 28, 20) y porque hace unos miles de años unos discípulos caminantes le pidieron que se quedara con ellos y pues ¡EL QUISO QUEDARSE CON NOSOTROS REAL Y VERDADERO!

10. “… ¿No sentíamos arder nuestro corazón cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?..” 
(San Lucas 24, 32)

Ya lo decíamos un par de líneas antes, cualquier encuentro con Cristo no es indiferente al corazón humano y sí, le hace arder porque enciende la fe, inflama la caridad y calienta la esperanza del cristiano. Muertos con Cristo, nos ha sido dada la Vida Nueva en su Resurrección, por eso el cristiano predica la vida, transmite vida con su ser entero, transmite a Cristo para que los corazones de otros también se inflamen como sucedió a los discípulos de Emaús.

Arde nuestro corazón porque Él “nos habla al corazón” (Oseas 2, 16) y porqué es en el corazón que se obra la conversión. Dejemos que Dios haga arder nuestro corazón con su Palabra eterna, el verbo encarnado, su Palabra de Amor porque Él es el AMOR. “Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único” (San Juan 3, 16), su don más preciado, como mensaje de amor a toda la humanidad; porque Jesús nos ha acompañado en nuestro camino para decirnos luego que salgamos a otros caminos a donde Él también quiere llegar (San Mateo 28, 19). Nosotros que hemos sentido arder nuestro corazón ante el encuentro con Cristo, debemos ser mensajeros de su amor al mundo, buscar a los que andan por el camino errado y llevarlos al encuentro de Jesús para que también haga arder sus corazones; buscar aquellas esquinas oscuras de nuestra existencia y poner la Palabra Eterna del Padre como lámpara que alumbra la existencia con el fuego de su amor… Y así, que cada camino, cada metro o milla recorrida, quede impregnada de la alegría de sentirse amados por Dios.

11. “De inmediato se levantaron y volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once y a los de su grupo…” 
(San Lucas 24, 33)

Ardiendo nuestro corazón con el amor de Dios, llenos de fe, ahora debemos hacer que ese fuego no se extinga; Benedicto XVI decía a los jóvenes que “la fe crece cuando es compartida”, pues bien, ese es el efecto del Camino de Emaús, compartir la fe para que no se apague, para que siga creciendo en nosotros, para que nuestro corazón siga ardiendo. Y no hablamos acá únicamente del sentido misionero de testimoniar la fe y anunciar el Evangelio a otros para que crean también en Jesús, sino también, no menos importante, la fe vivida y compartida en la comunidad cristiana, a través de la oración, la Palabra y los sacramentos, a través del caminar juntos como Pueblo de Dios.

Necesariamente, tarde o temprano, el encuentro con Cristo siempre nos impulsará al encuentro con los hermanos en la comunidad; no somos islas de fe, porque tenemos una misma identidad, somos “UN SOLO CUERPO, UN SOLO ESPÍRITU, UNA SOLA ESPERANZA… UN SOLO SEÑOR, UNA SOLA FE, UN SOLO BAUTISMO, UN SOLO DIOS Y PADRE…” (Efesios 4, 4-6). Porque Jesús no quería que camináramos solos, sino en comunidad, para apoyarnos, levantarnos los unos a los otros ante cada caída, darnos aliento cuando estamos desanimados y hacernos crecer también a partir de la experiencia cristiana de otros. Esto es lo hermoso de la fe cristiana, por eso, si estamos alejados de nuestras parroquias y comunidades, hoy también como aquellos discípulos, regresemos a nuestras propias “Jerusalén” donde encontraremos la riqueza de la comunidad cristiana: “La multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola alma…” (Hechos 4, 32)

12. “… Ellos, por su parte, contaron lo sucedido en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.” (San Lucas 24, 35)

Dar testimonio. El propósito del cristiano es testimoniar el Amor eterno de Dios al mundo, que entrego a su hijo único, “para que todo aquel que crea, no se pierda, más bien tenga vida eterna” (San Juan 3, 16); debemos de ser capaces de compartir las maravillas de Dios con otros, contagiarles la alegría de ser cristianos, ser embajadores de Cristo y misioneros de su misericordia (2ª Corintios 5, 18-20). Capaces y dispuestos por el Bautismo a “ir por todo el mundo y anunciar el Evangelio, haciendo que todos sean Sus discípulos” (San Mateo 28, 19).

No tengamos miedo de compartir con otros cómo nos encontramos con Cristo cada día a través de su Palabra y de que, verdaderamente le reconocemos en la Eucaristía. No tengamos miedo de mostrar al mundo como el amor de Dios ha hecho arder nuestros corazones, que Él es nuestro Señor y de que mi vida es diferente porque Jesús camina a mi lado siempre.

Así, a manera de resumen, recordemos ahora en nuestra reflexión lo que dice el Papa Francisco “el camino de Emaús se convierte así, en símbolo de nuestro camino de fe: las Escrituras y la Eucaristía son indispensables para el encuentro con el Señor… La vida a veces nos hiere y nos marchamos tristes, hacia nuestro «Emaús», dando la espalda al proyecto de Dios. Nos alejamos de Dios. Pero nos acoge la Liturgia de la Palabra: Jesús nos explica las Escrituras y vuelve a encender en nuestros corazones el calor de la fe y de la esperanza, y en la Comunión nos da fuerza. Palabra de Dios, Eucaristía… Así sucedió con los discípulos de Emaús: acogieron la Palabra; compartieron la fracción del pan, y, de tristes y derrotados como se sentían, pasaron a estar alegres. Siempre, queridos hermanos y hermanas, la Palabra de Dios y la Eucaristía nos llenan de alegría. Recordadlo bien. Cuando estés triste, toma la Palabra de Dios. Cuando estés decaído, toma la Palabra de Dios y ve a la misa del domingo a recibir la comunión, a participar del misterio de Jesús. Palabra de Dios, Eucaristía: nos llenan de alegría…” (Regina Coeli, 4 de Mayo de 2014)

Ahora, para finalizar nuestra reflexión, así como iniciamos, terminamos en oración. Te proponemos la siguiente, agrégale a esta oración lo que en tu corazón quieras decirle a Jesús Resucitado:

Quédate con nosotros Señor porque el día acaba, el sol cae y en la oscuridad no sabemos hacia donde caminar; si te quedas con nosotros Señor, siempre tendremos luz para seguir y nuestro corazón será inflamado en la fe por tu Palabra. Quédate con nosotros Señor, queremos reconocerte en la Eucaristía y participar de tu entrega; quédate en nosotros, camina a nuestro lado, porque andando de tu mano la vida es diferente. No queremos caminar sin ti, si nos faltas Tú nos perdemos en los caminos del mundo, contigo en cambio caminamos hacia la eternidad. Quédate Jesús y guíanos hacia el encuentro también con nuestra comunidad cristiana, que ellos también sean signo vivo de tu presencia en nuestras vidas… Quédate en mi vida Señor, quiero caminar contigo, cansarme por causa de tu Evangelio, ser misionero de tu Misericordia y reposar cerca de tu corazón cuando me falten fuerzas, para siempre estar junto a ti Señor Jesús. Amén.

DOS EXPERIENCIAS CLAVE - REFLEXIÓN DEL EVANGELIO DE HOY


DOS EXPERIENCIAS CLAVE


Al pasar los años, en las comunidades cristianas se fue planteando espontáneamente un problema muy real. Pedro, María Magdalena y los demás discípulos habían vivido experiencias muy «especiales» de encuentro con Jesús vivo después de su muerte. Experiencias que a ellos los llevaron a «creer» en Jesús resucitado. Pero los que se acercaron más tarde al grupo de seguidores, ¿cómo podían despertar y alimentar esa misma fe?

Este es también hoy nuestro problema. Nosotros no hemos vivido el encuentro con el Resucitado que vivieron los primeros discípulos. ¿Con qué experiencias podemos contar nosotros? Esto es lo que plantea el relato de los discípulos de Emaús.

Los dos caminan hacia sus casas, tristes y desolados. Su fe en Jesús se ha apagado. Ya no esperan nada de él. Todo ha sido una ilusión. Jesús, que los sigue sin hacerse notar, los alcanza y camina con ellos. Lucas expone así la situación: «Jesús se puso a caminar con ellos, pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo». ¿Qué pueden hacer para experimentar su presencia viva junto a ellos?

Lo importante es que estos discípulos no olvidan a Jesús; «conversan y discuten» sobre él; recuerdan sus «palabras» y sus «hechos» de gran profeta; dejan que aquel desconocido les vaya explicando lo ocurrido. Sus ojos no se abren enseguida, pero «su corazón comienza a arder».

Es lo primero que necesitamos en nuestras comunidades: recordar a Jesús, ahondar en su mensaje y en su actuación, meditar en su crucifixión… Si, en algún momento, Jesús nos conmueve, sus palabras nos llegan hasta dentro y nuestro corazón comienza a arder, es señal de que nuestra fe se está despertando.

No basta. Según Lucas es necesaria la experiencia de la cena eucarística. Aunque todavía no saben quién es, los dos caminantes sienten necesidad de Jesús. Les hace bien su compañía. No quieren que los deje: «Quédate con nosotros». Lucas lo subraya con gozo: «Jesús entró para quedarse con ellos». En la cena se les abren los ojos.

Estas son las dos experiencias clave: sentir que nuestro corazón arde al recordar su mensaje, su actuación y su vida entera; sentir que, al celebrar la eucaristía, su persona nos alimenta, nos fortalece y nos consuela. Así crece en la Iglesia la fe en el Resucitado.



Evangelio Comentado por:
José Antonio Pagola
Lc (24,13-35)


LECTURAS BÍBLICAS DE HOY TERCER DOMINGO DE PASCUA, 26 DE ABRIL DE 2020


Lecturas de hoy Domingo 3º de Pascua - Ciclo A
Hoy, domingo, 26 de abril de 2020



Primera lectura
Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles (2,14.22-33):

EL día de Pentecostés Pedro, poniéndose en pie junto a los Once, levantó su voz y con toda solemnidad declaró:
«Judíos y vecinos todos de Jerusalén, enteraos bien y escuchad atentamente mis palabras.
A Jesús el Nazareno, varón acreditado por Dios ante vosotros con los milagros, prodigios y signos que Dios realizó por medio de él, como vosotros mismos sabéis, a este, entregado conforme al plan que Dios tenía establecido y previsto, lo matasteis, clavándolo a una cruz por manos de hombres inicuos. Pero Dios lo resucitó, librándolo de los dolores de la muerte, por cuanto no era posible que esta lo retuviera bajo su dominio, pues David dice, refiriéndose a él:
“Veía siempre al Señor delante de mí,
pues está a mi derecha para que no vacile.
Por eso se me alegró el corazón,
exultó mi lengua,
y hasta mi carne descansará esperanzada.
Porque no me abandonarás en el lugar de los muertos,
ni dejarás que tu Santo experimente corrupción.
Me has enseñado senderos de vida,
me saciarás de gozo con tu rostro”.
Hermanos, permitidme hablaros con franqueza: el patriarca David murió y lo enterraron, y su sepulcro está entre nosotros hasta el día de hoy. Pero como era profeta y sabía que Dios “le había jurado con juramento sentar en su trono a un descendiente suyo”, previéndolo, habló de la resurrección del Mesías cuando dijo que “no lo abandonará en el lugar de los muertos” y que “su carne no experimentará corrupción”. A este Jesús lo resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos.
Exaltado, pues, por la diestra de Dios y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, lo ha derramado. Esto es lo que estáis viendo y oyendo».

Palabra de Dios


Salmo
Sal 15,1-2.5.7-8.9-10.11

R/. Señor, me enseñarás el sendero de la vida

Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti.
Yo digo al Señor: «Tú eres mi Dios».
El Señor es el lote de mi heredad y mi copa,
mi suerte está en tu mano. R/.

Bendeciré al Señor, que me aconseja,
hasta de noche me instruye internamente.
Tengo siempre presente al Señor,
con él a mi derecha no vacilaré. R/.

Por eso se me alegra el corazón,
se gozan mis entrañas,
y mi carne descansa esperanzada.
Porque no me abandonarás en la región de los muertos,
ni dejarás a tu fiel ver la corrupción. R/.

Me enseñarás el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha. R/.


Segunda lectura
Lectura de la primera carta del apóstol san Pedro (1,17-21):

QUERIDOS hermanos:
Puesto que podéis llamar Padre al que juzga imparcialmente según las obras de cada uno, comportaos con temor durante el tiempo de vuestra peregrinación, pues ya sabéis que fuisteis liberados de vuestra conducta inútil, heredada de vuestros padres, pero no con algo corruptible, con oro o plata, sino con una sangre preciosa, como la de un cordero sin defecto y sin mancha, Cristo, previsto ya antes de la creación del mundo y manifestado en los últimos tiempos por vosotros, que, por medio de él, creéis en Dios, que lo resucitó de entre los muertos y le dio gloria, de manera que vuestra fe y vuestra esperanza estén puestas en Dios.

Palabra de Dios


Evangelio de hoy
Lectura del santo evangelio según san Lucas (24,13-35):


AQUEL mismo día (el primero de la semana), dos de los discípulos de Jesús iban caminando a una aldea llamada Emaús, distante de Jerusalén unos sesenta estadios;
iban conversando entre ellos de todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo.
Él les dijo:
«¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?».
Ellos se detuvieron con aire entristecido, Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le respondió:
«Eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabes lo que ha pasado allí estos días?».
Él les dijo:
«¿Qué?».
Ellos le contestaron:
«Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él iba a liberar a Israel, pero, con todo esto, ya estamos en el tercer día desde que esto sucedió. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado, pues habiendo ido muy de mañana al sepulcro, y no habiendo encontrado su cuerpo, vinieron diciendo que incluso habían visto una aparición de ángeles, que dicen que está vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron».
Entonces él les dijo:
«¡Qué necios y torpes sois para creer lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria?».
Y, comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras.
Llegaron cerca de la aldea adonde iban y él simuló que iba a seguir caminando; pero ellos lo apremiaron, diciendo:
«Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída».
Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron.
Pero él desapareció de su vista.
Y se dijeron el uno al otro:
«¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?».
Y, levantándose en aquel momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo:
«Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón».
Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

Palabra del Señor




Comentario al Evangelio de hoy domingo, 26 de abril de 2020
Fernando Torres cmf


De como unos que iban a Emaús volvieron a Jerusalén

      Para todo cristiano que quiera vivir seriamente su fe, Emaús ha sido en algún momento de su vida el destino de sus pasos. ¿Quién no ha sentido el fracaso en su vida? ¿Quién no ha tenido la tentación de dejarlo todo y de buscar otros caminos? Son muchas las razones que nos han podido llevar a querer abandonar, a dejar Jerusalén, para buscarnos un lugar más cómodo y menos comprometido para vivir. Pero, y ésa es también una experiencia común, de algún modo en el camino de Emaús nos hemos encontrado con el Señor, hemos sentido que nuestro corazón ardía con su Palabra y le hemos terminado reconociendo al partir el pan. Y hemos vuelto a Jerusalén. 

      La historia de los discípulos que, desesperanzados, dejan Jerusalén y se vuelven a sus casas es nuestra historia. Cada uno podría contar su propia experiencia. Las veces que hemos experimentado el desamor, el egoísmo, incluso la traición, y totalmente abatidos hemos pensado que lo mejor era abandonar, retirarnos, dejarlo todo. Nos hemos dicho: “¡Qué luchen los otros, yo ya he tenido bastante!” Pero también podemos contar cómo en ese mismo camino del abandono, del dejarlo todo, nos hemos encontrado con la fuerza que nos ha invitado a empezar de nuevo, a volver a Jerusalén y creer que, con la ayuda del Señor, todo es posible. Muchos matrimonios han vuelto así a vivir con renovada ilusión su amor, muchos cristianos han descubierto de esa manera la fuerza y el poder de la oración, muchos que no esperaban ya nada de la vida se han levantado y han vuelto a caminar.

      El camino de Jerusalén a Emaús y de Emaús a Jerusalén es, pues, nuestro mismo camino. Pero hay algunos elementos en este relato que nos pueden ayudar a reconocer mejor a Jesús en nuestros próximos Emaús –los momentos de abandono, de huida, de pocos ánimos–, que vendrán. Primero, hay que estar atentos a los caminantes desconocidos. En ellos, puede estar presente el Señor. De ellos nos puede llegar la Palabra que ilumine nuestro corazón, que lo haga arder con nueva ilusión. 

      Segundo, la Eucaristía es el momento privilegiado para reconocer al Señor y descubrir el sentido de nuestra vida como cristianos. En torno al altar nos sabemos hermanos que compartimos el mismo pan. No en vano el momento de partir el pan fue cuando a los discípulos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. ¿No tenemos muchos de nosotros una experiencia parecida de la Eucaristía?

      Y, tercero, no hay que tener miedo en compartir con los demás nuestras experiencias de Emaús tal y como hicieron estos dos discípulos. Todos estamos en camino y todos experimentamos cansancio, desilusión y desesperanza. Quizá, en más de una ocasión, simplemente compartiendo nuestra experiencia y ayudando al que está cansado y a punto de abandonar, podemos ser el caminante desconocido que ilusione de nuevo el corazón de un hombre o de una mujer. ¿No es eso ser misionero?

CORONAVIRUS: LA IGLESIA TIENES UN SANTO PARA LOS TIEMPOS DE DESEMPLEO


Coronavirus: La Iglesia tiene un santo para los tiempos de desempleo
Redacción ACI Prensa






Frente estos tiempos, donde la tasa de desempleo ha aumentado, la Iglesia Católica tiene a San Cayetano, el santo patrono de los desempleados que experimentó la pobreza y la peste.

A nivel mundial, la economía ha sufrido un duro golpe a causa de la paralización del comercio, debido a las cuarentenas que muchos gobiernos han declarado para frenar los contagios de coronavirus.

Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), se estima un aumento del desempleo a escala mundial, llegando a superar la crisis financiera del 2008 – 2009.

La OIT indicó que para 2019 existían 188 millones de desempleados a nivel mundial, cifra que aumentaría a más de 24 millones de personas si la pandemia del coronavirus sigue impidiendo la reactivación del comercio.

Como en la mayoría de los casos, la Iglesia Católica tiene un santo para estos tiempos. San Cayetano era hijo de un noble, trabajó para un Papa, se convirtió en sacerdote, realizó curaciones milagrosas, fundó un banco y fue amigo de los pobres.

San Cayetano nació el 1 de octubre de 1487 en Vicenza (Italia). Era el menor de tres hijos nacidos de Gaspar, Conde de Thiene, y María Porto, una mujer devota que consagró a Cayetano a la Santísima Virgen María a una temprana y se ocupó de que recibiera educación religiosa.

A los 20 años, Cayetano recibió títulos en Derecho Civil y Canónico de la Universidad de Padua, y poco después se mudó a Roma, donde trabajó en la corte del Papa Julio II y asistió al Quinto Concilio de Letrán.

Cuando el Papa murió, Cayetano renunció a su cargo para estudiar para el sacerdocio y fue ordenado en 1516 a la edad de 36 años.


Poco después de convertirse en sacerdote, con un pequeño grupo de sacerdotes fundó la Congregación de Clérigos Regulares, una comunidad que buscaba vivir como los apóstoles.

Al igual que su contemporáneo Martín Lutero, Cayetano y sus compañeros buscaban reformar la Iglesia, y especialmente al clero, pero a diferencia de Lutero, creían que esta reforma podría tener lugar dentro de la misma Iglesia.

San Cayetano pidió que la orden viva la pobreza tan estrictamente que ni siquiera pedían limosna, sino que confiaban totalmente en la providencia de Dios.

El sacerdote fue particularmente severo consigo mismo, observó el P. Francis Xavier Weninger en sus escritos de 1876, siempre vistiendo una camisa de pelo y participando en oraciones y devociones a altas horas de la noche y temprano en la mañana con un breve descanso en una cama de paja.

También se sabía que tenía visiones de la Virgen María. En particular en una víspera de Navidad, Cayetano tuvo una visión de la Madre de Dios llevando al Niño Jesús y colocándolo en los brazos del santo.

Cayetano también era conocido por algunas curaciones milagrosas, incluida la sanación del pie que iba a ser amputado de un sacerdote de su orden.

A los 42 años, Cayetano fundó un hospital para “incurables” en Venecia, y trabajó para consolar y sanar a los enfermos en tiempos de la peste, escribió el P. Weninger.

Probablemente, muchos de los enfermos que atendió fueron víctimas de la peste bubónica, que resurgió con frecuencia en la ciudad de Venecia, un centro de comercio internacional.

En 1533, el Papa envió a Cayetano a Nápoles, donde fundó otro oratorio. La iglesia San Paolo Maggiore se convirtió en un importante centro de reforma católica.

Mientras estaba en Nápoles, Cayetano se enfermó gravemente y ofreció sus sufrimientos por la conversión de la gente de Nápoles. Al parecer se negó a ser transferido de las tablas de madera que servían como cama, de modo que tenía más sufrimiento que ofrecer. Murió el 6 de agosto de 1547, en la fiesta de la Transfiguración, y está enterrado en la Basílica de San Paolo Maggiore en Nápoles.

Según algunos relatos, la lucha espiritual, política y social en la ciudad de Nápoles cesó poco después de la muerte de Cayetano, lo que confirma a muchos la santidad de su vida.

Antes de ser un santo canonizado, fue invocado cuando la peste golpeó con fuerza a Nápoles en 1656.

Según un testimonio escrito por el líder de un hospital en Nápoles en ese momento, entre 600 y 700 personas morían de la peste diariamente en la ciudad. Por lo que se celebró la fiesta del entonces Beato Cayetano, que logró que ese día no se registraran muertes, y la peste pronto desapareció de la ciudad.

San Cayetano fue canonizado por el Papa Clemente X en 1671. Es el santo patrono de los que buscan empleo y los desempleados, así como de múltiples países, incluidos Italia, Argentina, Brasil y El Salvador.

En Argentina, Cayetano es muy querido y desde 1970 miles de devotos acuden a su fiesta en el Santuario de Liniers, Buenos Aires. Muchos cambian las tradicionales velas y flores, por alimentos y ropa para ser distribuidos en las regiones más necesitadas del país.



Oración a San Cayetano:

Glorioso San Cayetano, aclamado por todos los pueblos padre de providencia porque socorres con grandes milagros a cuantos te invocan en sus necesidades: acudo a tu altar, suplicando que presentes al Señor los deseos que confiadamente deposito en tus manos.

(Aquí se expresan las gracias que se desea obtener)

Haz que estas gracias, que ahora te pido, me ayuden a buscar siempre el Reino de Dios y su Justicia, sabiendo que Dios (que viste de hermosura las flores del campo y alimenta con largueza las aves del cielo) me dará las demás cosas por añadidura.

Amén


EL PAPA FRANCISCO INVITA A DEJAR DE PENSAR EN UNO MISMO Y RECORDAR QUE DIOS CAMINA A MI LADO


El Papa invita a dejar de pensar en uno mismo y recordar que Dios "camina a mi lado"
Redacción ACI Prensa
 Foto: Vatican Media




El Papa Francisco invitó a dejar de pensar en uno mismo “en las decepciones del pasado”, en los “problemas de la vida”, y pensar en Dios, en que “Jesús camina a mi lado”, y en “qué puedo hacer para que la gente sea más feliz".

Así lo señaló antes del rezo del Regina Coeli desde la Biblioteca del Palacio Apostólico este domingo 26 de abril.

“El Evangelio de hoy, ambientado en el día de Pascua, narra el famoso episodio de dos discípulos de Emaús. Es una historia que inicia y termina en camino. De hecho, vemos el viaje de ida de los discípulos que, tristes por el epílogo de los acontecimientos de Jesús, dejan Jerusalén y regresan a casa, a Emaús, caminando cerca de once kilómetros. Es un viaje que se produce durante el día, con buena parte del trayecto en descenso”.

“Y está el viaje de regreso: otros once kilómetros, pero hechos al caer la noche, con parte del camino en subida después del cansancio del camino de ida”.

Por lo tanto, los discípulos de Emaús realizan dos viajes: “uno sencillo, de día, y otro agotador, de noche”.


Y, sin embargo, se da la paradoja de que el camino sencillo se realiza en medio de la tristeza, y el complicado en plena alegría. “En el primero, el Señor camina con ellos, pero no lo reconocen; en el segundo ya no lo ven, pero lo sienten cercano”.

En el primer viaje, “están descorazonados y sin esperanza; en el segundo corren a llevar a los demás la bella noticia del encuentro con Jesús Resucitado”.

El Papa explicó que “los dos caminos diferentes de aquellos primeros discípulos nos dicen a nosotros, discípulos de Jesús de hoy, que en la vida estamos ante dos direcciones opuestas: está la vía de quien, como aquellos dos a la ida, se dejan paralizar por las decepciones de la vida y avanzan tristes”.

“Y está el camino de quien no se pone a uno mismo y a sus problemas en primer lugar, sino a Jesús que nos visita, y a los hermanos que esperan su visita”.

Para el Santo Padre, esa actitud es la que marca la diferencia: “Dejas de orbitar sobre uno mismo, sobre las decepciones del pasado, los ideales no realizados, a tantas cosas malas que han sucedido en nuestras vidas, y muchas veces orbitamos y orbitamos alrededor de eso. Dejemos eso”.

Por el contrario, Francisco invitó a “avanzar mirando a la realidad más grande y verdadera de la vida: Jesús está vivo y me ama. Esa es la realidad más grande. Y yo puedo hacer algo por los demás. Es una bella realidad, positiva, soleada, bella”.

“El cambio de marcha es esta: pasar de pensar en mi ‘yo’, a la realidad de mi Dios. Pasar –ilustró el Papa con otro juego de palabras– del ‘si’ al ‘sí’. Del ‘si hubiese estado Él para liberarme, si Dios me hubiese escuchado, la vida habría ido como quería, si tuviese esto y aquello otro…’, en tono de lamento. Ese ‘si’ no ayuda, no es fecundo, no nos ayuda ni a nosotros ni a los demás”.

Se trata de un “’si’ parecido a aquel de los dos discípulos, los cuales pasan al ‘sí’: ‘Sí, el Señor está vivo, camina con nosotros. Sí, ahora, no mañana, nos ponemos en camino para anunciarlo”.

“‘Sí, yo puedo hacer esto para que la gente sea más feliz, para que la gente mejore, para ayudar a tanta gente. Sí, sí, puedo’. Del ‘si’ al ‘sí’, de las lamentaciones a la alegría y a la paz, porque cuando nos lamentamos, no estamos en la alegría, estamos en un gris, en ese gris de la tristeza. Y eso no nos ayuda ni nos hace crecer bien. Del ‘si’ al ‘sí’, del lamento a la alegría del servicio”.

“Este cambio de paso del yo a Dios, del ‘si’ al ‘sí’, ¿cómo se produce? Encontrando a Jesús: los dos de Emaús primero le abren su corazón; luego lo escuchan explicar las Escrituras; entonces lo invitan a casa”.

El Papa señaló que “son tres pasajes que podemos cumplir también nosotros en nuestras casas: primero, abrir el corazón a Jesús, confiarle nuestros pesos, las fatigas, las decepciones de la vida”.

Segundo, escuchar a Jesús, “tomar en las manos el Evangelio, leer hoy mismo ese fragmento, el capítulo 24 del Evangelio de Lucas”.

Tercer pasaje, “rezar a Jesús con las mismas palabras que los discípulos: ‘Señor, quédate con nosotros: con todos nosotros, porque tenemos necesidad de Ti para encontrar el camino’”.

El Papa Francisco concluyó su reflexión subrayando que “en la vida estamos siempre en camino”. “Elijamos el camino de Dios, no la del ‘yo’; el camino del ‘sí’, no la del ‘si’. Descubriremos que no hay imprevisto, no hay ascenso, no hay noche que no podamos afrontar con Jesús”.

SANTORAL DE HOY DOMINGO 26 DE ABRIL DE 2020

Domingo y Gregorio de Aragón, BeatosDomingo y Gregorio de Aragón, Beatos
Sacerdotes, 26 de abril
Ladislao (Wladyslaw) Goral, BeatoLadislao (Wladyslaw) Goral, Beato
Obispo y Mártir, 26 de abril
Ramón Oromí Sullà, BeatoRamón Oromí Sullà, Beato
Sacerdote y Mártir, 26 de abril
Estanislao Kubista, BeatoEstanislao Kubista, Beato
Sacerdote y mártir, 26 de Abril
Marcelino, SantoMarcelino, Santo
XXIX Papa, 26 de Abril
Julio Junyer Padern, BeatoJulio Junyer Padern, Beato
Sacerdote y Mártir, Abril 26
Anacleto (Cleto), SantoAnacleto (Cleto), Santo
III Papa, 26 de abril
Basilio de Amasea, SantoBasilio de Amasea, Santo
Obispo, Abril 26
Alda de Siena, SantaAlda de Siena, Santa
Viuda, 26 de abirl
Esteban de Perm, SantoEsteban de Perm, Santo
Obispo, Abril 26
Pascasio, SantoPascasio, Santo
Abad y Escritor, Abril 26
Ricario de Celles, SantoRicario de Celles, Santo
Sacerdote, 26 de abril
Fray María Rafael Arnáiz Barón, SantoFray María Rafael Arnáiz Barón, Santo
Religioso Cisterciense, 26 de abril

FELIZ DOMINGO!!!





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