lunes, 17 de diciembre de 2018

IMÁGENES DE CLIPART DE NAVIDAD


































































PARA QUÉ TE LEVANTASTE?


¿Para qué te levantaste?



El Evangelio es la “gran noticia” que sigue necesitando el hombre. Jesús es la única respuesta a tus más íntimas aspiraciones. Él es el Camino, la Verdad y la Vida. La ciencia y la tecnología hacen más confortable la vida diaria, pero no alivian el corazón del que sufre ni liberan de la angustia de la muerte. Nadie se engañe, no se puede vivir sin fe, sin Dios.

¿Alguna vez te levantas por la mañana como un autómata, sin saber por qué vives? ¿Alguna vez has dejado de lado tus sueños, para vivir el acelerado ritmo de hoy, sin detenerte a pensar? Tal vez hoy te levantaste sin tiempo, sin dar gracias o encomendar tu día a Dios. Tal vez porque sientes que no tienes motivos para vivir, fuera de cumplir tus obligaciones. Hay una razón más allá de la responsabilidad. Cada minuto es único e irrepetible. Pasar por la vida sin vivir, puede sucederte a ti. Por eso, toma tu tiempo, mira el cielo, disfruta de las aves, de tus amigos, hasta incluso de lo que te saque de casillas, sabiendo que, a fin de cuentas, el motivo principal por el que estás aquí... se llama: Jesús.

Sólo a través de Cristo puedes vislumbrar el rostro de Dios: él te aclara la verdad de Dios y la verdad del hombre; él da sentido a tu vida terrena y a la vida que te espera conquistada por él en la cruz para ti. Nada reemplaza el amor de Jesús iluminando tu vida. Acércate pues al Señor y bebe en abundancia del agua de la salvación.



* Enviado por el P. Natalio

QUÉ DEBEMOS HACER? - MEDITACIÓN DE ADVIENTO 2018


¿Qué debemos hacer?



Juan Bautista es la figura dominante este domingo, así como lo fue el domingo anterior. El texto del evangelio nos permite avanzar en el conocimiento de su mensaje de preparación para la venida del Mesías.

El Bautista, cuya vida tuvo como escenario el desierto, no conoce el protocolo de los salones de la alta sociedad. Por eso su estilo personal es directo, sin las sutilezas diplomáticas frecuentes en ambientes sofisticados. Por eso Juan dice sin rodeos lo que tiene que decir; ha venido para preparar los caminos del Mesías y denuncia las incoherencias que veía a su alrededor. De ahí que sea implacable con las injusticias y denuncia la corrupción de los poderosos; esto lo llevó a enfrentarse a Herodes y finalmente le costó la vida.

Para preparar el terreno del Mesías, Juan acompañaba sus exhortaciones a la conversión con un rito de gran valor simbólico, que consistía en sumergirse en las aguas del río Jordán. Los que escuchaban sus palabras y reconocían sus pecados eran sometidos a este bautismo de agua. Esta inmersión tenía un doble significado: por una parte, expresaba limpieza espiritual, en cuanto el agua purifica lo que está sucio; y también significaba un nuevo comienzo, en cuanto las personas que vivían esta experiencia dejaban atrás las injusticias, renaciendo así a un nuevo estilo de vida. Las multitudes que lo seguían acogían su llamado a la conversión, reconocían sus pecados y se sumergían en el Jordán para expresar de esta manera su transformación interior. 

Otro aspecto muy interesante del evangelio de hoy es poner de manifiesto la modestia de Juan, quien plantea con total transparencia el alcance de su ministerio: él no es el Mesías sino quien prepara su venida. A pesar de los rumores que circulaban entre el pueblo, que lo identificaban como el Mesías, Juan no cayó en la trampa y no se atribuyó una identidad y unas funciones que no le correspondían. Por eso afirma con transparencia y sencillez: “viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias”.

Esta lección de Juan Bautista debería ser aprendida por tantos “mandos medios” que se apropian indebidamente de porciones de poder y hacen demostraciones insoportables de prepotencia… En contraposición, Juan Bautista, pariente muy cercano de Jesús, deja constancia  de su papel secundario, sin protagonismos.

¿Qué anuncia Juan Bautista desde la simplicidad extrema de su forma de vida? Juan invita a la conversión, la cual no se puede confundir con los sentimientos de culpa, sino que conduce a la firme decisión de cambiar la  manera como se piensa y actúa. No se trata de simples cambios cosméticos sino que modifican sustancialmente la manera como se ejerce un trabajo o profesión.

En el evangelio de hoy, Juan Bautista da unas respuestas muy concretas a tres grupos de seguidores que le preguntaban qué debían hacer:

- Ante la pregunta ¿qué debemos hacer? hecha por la multitud, responde: “el que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, que haga lo mismo”.
- Ante la misma pregunta hecha por los publicanos, que eran recaudadores de impuestos, les dice: “no cobren más de lo que deben cobrar”.
- Igualmente unos militares que lo habían escuchado le preguntan qué debían hacer; Juan les responde: “no le quiten nada a nadie, ni con amenazas ni acusándolo de algo que no haya hecho y confórmense  con su sueldo”.
- Estos tres casos nos muestran que, en la predicación de Juan Bautista, la conversión se manifiesta en acciones concretas frente a las personas que nos rodean. La conversión no consiste en inútiles golpes de pecho sino en acciones concretas de justicia en el ejercicio de nuestras responsabilidades diarias.

Juan Bautista hace referencia al bautismo con agua que llevaba a cabo con sus seguidores, y al bautismo con el Espíritu Santo y fuego que realizará Jesús:

- Ya vimos que el bautismo con agua significaba purificación y nacimiento a una vida nueva.
- Veamos qué alcance tienen estas referencias al Espíritu Santo y al fuego.
- En la Biblia, la salvación es representada por un viento o soplo  divino -eso significa la palabra “espíritu”-; los profetas también comparan la acción de Dios con el fuego que genera luz y calor (recordemos que Yahvé se manifestó a Moisés en la zarza que ardía sin consumirse). En Pentecostés también encontramos esos dos elementos, el viento y el fuego.
- El bautismo de Jesús tiene la capacidad de transformar radicalmente nuestras vidas ya que, en virtud de la acción del Espíritu Santo, nos convertimos en hijos de Dios y coherederos con Cristo.

Es hora de terminar nuestra meditación dominical, en la cual hemos profundizado en el mensaje de conversión que proclama  Juan Bautista. Que este Adviento sea una preparación para la celebración de los misterios de la Navidad, de manera que vivamos una profunda renovación interior.


Padre Jorge Humberto Peláez S. J.

LOS CINCO MINUTOS DE JESÚS, 17 DE DICIEMBRE


LOS CINCO MINUTOS DE JESÚS
17 de Diciembre



Mujer, en ese tu niño al que debes limpiar y cambiar los pañales todos los días, tienes que ver a Dios; en ese otro, más grandecito, al que ya mandas al colegio, lo mismo que en la gripe que retiene tu esposo en la cama sin poder ir al trabajo, debes ver a Dios.

Hermano, en ese cliente que atiendes en el mostrador de tu oficina, en ese corredor de comercio que te ofrece su mercadería, en ese del torno de tu fábrica, en ese colectivero que cierra tu camino en plena avenida, en ese deudor moroso al que te resulta dan difícil cobrarle lo que te debe, en la tardanza del amigo que no se presenta a la cita concertada... en todo, absolutamente en todo, debes acostumbrarte a ver a Dios.

Y es que Dios, te repito, está en todas partes y en todas partes lo tienes que descubrir, para poderlo vivir.


P. Alfonso Milagro

LOS CINCO MINUTOS DE JESÚS, 16 DE DICIEMBRE


LOS CINCO MINUTOS DE JESÚS
16 de Diciembre



La vida de Jesús fue humildad. Fue Dios en la aldea. En la aldea hay humildes y pudientes: Él nació entre los humildes. Él nos dijo que nos daba ejemplo, para que nosotros los imitáramos.


P. Alfonso Milagro

QUIÉN SOY YO PARA JUZGAR?


¿Quién soy yo para juzgar?
La pregunta más bien debería ser: ¿Quién te crees que eres para no juzgar?


Por: Álvaro Molina | Fuente: CatolicoDefiendeTuFe.org 




Caso hipotético, aunque lamentablemente muy real en muchos casos: «Mi sobrina tiene sexo con hombres casados a cambio de dinero o cosas como celulares, zapatos o ropa nueva. Pero ¿quién soy yo para juzgar? No soy quien para andar viendo la paja en el ojo ajeno. Total que Dios es amor.» 

Cuando se trata de corregir a alguien que está haciendo mal, muchos prefieren callar y, para aquietar sus conciencias, recurren al ya muy conocido y siempre muy mal entendido «no juzgar» que encontramos en San Lucas 6,37. 

"No juzgar" se ha convertido en el tapabocas favorito que el mundo usa para silenciar cualquier opinión que señale alguna situación reñida con la moral, y sobre todo cuando se trata de situaciones de pecado, que ofenden a Dios. De esa forma, "no juzgar" se usa para proponer silencio, y hasta inacción cómplice de parte nuestra ante cualquier tipo de situación. Muchas veces la combinación de mordaza/atadura con que pretenden matizar el no juzgar, va acompañada de otros elementos como "no mirar la paja en el ojo ajeno", o el "respeto humano", el cual intentan usar como barrera para que se permitan toda clase de situaciones, sin que haya el menor cuestionamiento. También está el caso de pretender disfrazar situaciones cuestionables como "derechos". 

Un ejemplo no muy hipotético. «Mi primo, que está casado, tiene una amante diferente cada quince días. Son mujeres hermosas que él conquista con regalos caros. Pero no debo decirle nada porque ¿quién soy yo para juzgar? Total que yo también tengo mis defectos, y además debo respetar su vida privada. Esas son cosas que él debe arreglar con su esposa y uno debe respetar a los demás. Además que él tiene derecho a gastarse el dinero que el gana como a el mejor le parezca.» 

Quienes recurren a «no juzgar» casi siempre desconocen lo que Jesús dice en San Juan 7,24. Algunos, incluso cuando finalmente leen ese pasaje, se cierran totalmente a la razón y huyen a esconderse en su habitación del pánico, que está rotulada con «no juzgar». También recurren al famoso “respeto humano”. Siempre argumentan que hay que respetar, que el respeto es la paz, respeto, respeto y más respeto. El santo cura de Ars, San Juan María Vianney, se refirió al respeto humano con estas palabras: «Maldito respeto humano, que arrastras tantas almas al infierno.» Esas actitudes “respetuosas”, que algunos adoptan ante el pecado, ya sea por cobardía o por complicidad, no son más que parte del arsenal de pretextos para condonar el pecado. Muchos incluso hacen llamado a la tolerancia, perdiéndose por completo en el asunto, ya que el pecado no debe recibir tolerancia alguna. Los cristianos debemos ser siempre tolerantes con todos nuestros hermanos, pero tenemos que ser implacablemente intolerantes contra el pecado. 


Una cosa es el ladrón y otra cosa es el pecado de robar. Una cosa es el homosexual y otra cosa es el pecado del acto homosexual. Una cosa es el adúltero y otra cosa es el pecado del adulterio. El ladrón, el homosexual, el adúltero, y todos los demás pecadores, tenemos las puertas de la Iglesia abiertas, para que cambiemos, para que trabajemos por abandonar el pecado, para que perseveremos en alcanzar la salvación. La Iglesia recibe siempre a los actores, o sea a los pecadores, por muy malos que sean, pero le cierra las puertas a los malos actuares, o sea al pecado. 

Todo aquel que entre a la Iglesia, pero que no abandone el pecado, que no cambie ni busque cómo alcanzar la santidad, perderá su alma y se condenará. Si el ladrón no deja de robar, aunque llegue a misa todos los días, se condenará. A pesar de que la salvación es para todos, Jesús exige un cambio. Sin ese sincero cambio de corazón, no habrá salvación. A eso se refiere Jesús cuando nos dice que debemos volver a nacer, o sea que debemos descartar las cosas viejas que nos sirven de estorbo para alcanzar la salvación, y ser nuevas personas en Cristo (San Juan 3,5-7). 

El pecado es lo que no tiene cabida dentro de la Iglesia. Al pecado siempre se le cerrará la puerta. Además, el pecado siempre debe ser señalado, con caridad, para corregir al pecador de forma fraterna, a fin de ayudarle a salvarse. 

Si alguna vez te preguntaste «¿Quién soy yo para juzgar? Más bien pregúntate por qué no habrías de juzgar. Nosotros podemos y debemos juzgar las acciones y, de llegar a la conclusión de que se trata de pecados, debemos corregir fraternalmente a nuestros hermanos, y debemos llamar al pecado por su único nombre: pecado. Debemos evitar los eufemismos que pretenden presentarnos el pecado bajo la falsa protección del "respeto" o bajo el disfraz de "derechos". 

El único juicio que tenemos prohibido es el de condenar a un pecador. No tenemos la autoridad para excluir a nadie de la Iglesia, sin importar cuál sea su situación. No podemos cerrarle la puerta a un pecador solo porque nos escandaliza el tipo de pecado que lo tiene esclavizado. Debemos perdonar, una y otra vez, y debemos perseverar en la corrección. No podemos abstenernos de decirle a un alcohólico que embriagarse es pecado. Tenemos que decírselo, y tratar de ayudarle en lo que se pueda. No podemos simplemente callarnos y pensar «¡Es un borracho, irá directo al infierno!». En San Lucas 6,37 tenemos prohibido hacer esa clase de juicios en contra de nuestros hermanos. Y también tenemos prohibido contemplar de lejos a nuestros hermanos que estén sumergidos en pecado. En San Juan 7,24 tenemos la orden de juzgar el pecado, para salvar al pecador. 

Si te preguntas «¿Quién soy yo para juzgar?» Recuerda que la pregunta más bien debe ser: Y tú, ¿Quién te crees que eres para no juzgar? Recuerda estos pasajes: 

San Juan 7,24:
«Juzguen con juicio justo.» 

Ezequiel 33,7-9:
«A ti, también, hijo de hombre, te he hecho yo centinela de la casa de Israel. Cuando oigas una palabra de mi boca, les advertirás de mi parte. Si yo digo al malvado: «Malvado, vas a morir sin remedio», y tú no le hablas para advertir al malvado que deje su conducta, él, el malvado, morirá por su culpa, pero de su sangre yo te pediré cuentas a ti. Si por el contrario adviertes al malvado que se convierta de su conducta, y él no se convierte, morirá él debido a su culpa, mientras que tú habrás salvado tu vida.» 

Levítico 19,17:
«No odies en tu corazón a tu hermano, pero corrige a tu prójimo, para que no te cargues con pecado por su causa.» 

Santiago 5,20:
«Sepa que el que convierte a un pecador de su camino desviado, salvará su alma [la del pecador] de la muerte y cubrirá multitud de pecados» 

San Mateo 18,15:
«Si tu hermano llega a pecar, vete y repréndele, a solas tú con él. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano.» 

Gálatas 6,1:
«Hermanos, aun cuando alguno incurra en alguna falta, vosotros, los espirituales, corregidle con espíritu de mansedumbre, y cuídate de ti mismo, pues también tú puedes ser tentado.» 

Recuerda que tenemos terminantemente prohibido juzgar al pecador, pero tenemos la obligación ineludible de juzgar y condenar al pecado, y también tenemos el deber de usar la corrección fraterna, para salvar el alma del pecador.
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