jueves, 10 de marzo de 2016

EL EVANGELIO DE HOY: JUEVES 10 DE MARZO DEL 2016



¡Hay que buscar a Cristo para que Él nos dé la vida!
Cuaresma y Semana Santa


Juan 5, 31-47. Cuaresma. Es Dios quien confirma que todo lo que Cristo dice es verdad.


Por: Pedro Queiroz, L.C. | Fuente: Catholic.net 



Del santo Evangelio según san Juan 5, 31-47
En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: Si yo diera testimonio de mí mismo, mi testimonio no sería válido. Otro es el que da testimonio de mí, y yo sé que es válido el testimonio que da de mí. Vosotros mandasteis enviados donde Juan, y él dio testimonio de la verdad. No es que yo busque testimonio de un hombre, sino que digo esto para que os salvéis. Él era la lámpara que arde y alumbra y vosotros quisisteis recrearos una hora con su luz. Pero yo tengo un testimonio mayor que el de Juan; porque las obras que el Padre me ha encomendado llevar a cabo, las mismas obras que realizo, dan testimonio de mí, de que el Padre me ha enviado. Y el Padre, que me ha enviado, es el que ha dado testimonio de mí. Vosotros no habéis oído nunca su voz, ni habéis visto nunca su rostro, ni habita su palabra en vosotros, porque no creéis al que Él ha enviado. Vosotros investigáis las escrituras, ya que creéis tener en ellas vida eterna; ellas son las que dan testimonio de mí; y vosotros no queréis venir a mí para tener vida. La gloria no la recibo de los hombres. Pero yo os conozco: no tenéis en vosotros el amor de Dios. Yo he venido en nombre de mi Padre, y no me recibís; si otro viene en su propio nombre, a ése le recibiréis. ¿Cómo podéis creer vosotros, que aceptáis gloria unos de otros, y no buscáis la gloria que viene del único Dios? No penséis que os voy a acusar yo delante del Padre. Vuestro acusador es Moisés, en quién habéis puesto vuestra esperanza. Porque, si creyerais a Moisés, me creeríais a mí, porque él escribió de mí. Pero si no creéis en sus escritos, cómo vais a creer en mis palabras?

Oración introductoria
Señor y Dios mío, que eres tan bueno y que me has dado tantas gracias,heme aquí, a mí a quien muchas veces ni me acuerdo de Ti. Me pongo en tu presencia en este pequeño momento de oración. Lo único que quiero es recibirte en mi corazón, mas sabiendo que no te puedo recibir sacramentalmente, quiero acogerteal menos espiritualmente. Ayúdame a encontrar la verdadera felicidad.

Petición
Señor, Tú que lo puedes todo, aumenta mi confianza para que pueda creer con una fe más desinteresada. Ayúdame aolvidarme de mí mismo y a lanzarme a encontrar tu voluntad.

Meditación del Papa Francisco
Creer no es añadir una opinión a otras. Y la convicción, la fe en que Dios existe, no es una información como otras. Muchas informaciones no nos importa si son verdaderas o falsas, pues no cambian nuestra vida. Pero, si Dios no existe, la vida es vacía, el futuro es vacío. En cambio, si Dios existe, todo cambia, la vida es luz, nuestro futuro es luz y tenemos una orientación para saber cómo vivir.
Por eso, creer constituye la orientación fundamental de nuestra vida. Creer, decir: "Sí, creo que tú eres Dios, creo que en el Hijo encarnado estás presente entre nosotros", orienta mi vida, me impulsa a adherirme a Dios, a unirme a Dios y a encontrar así el lugar donde vivir, y el modo como debo vivir. Y creer no es sólo una forma de pensamiento, una idea; como he dicho, es una acción, una forma de vivir. Creer quiere decir seguir la senda señalada por la palabra de Dios. (Homilía Benedicto XVI 15 de agosto de 2006). 
Reflexión 
Creer no es añadir una opinión a otras. Nosotros tenemos muchas opiniones de Dios en nuestras vidas. Pasa con mucha frecuencia que pensamos que Dios es un juez, el omnipotente dictador de los cielos que gobierna con suprema autoridad.Algomuy diferente de lo que es realmente Dios.Por eso, nos cuesta aceptar, creer y hacer Su voluntad.¡Dios no es así! Dios es misericordia, perdón, amor. Dios no se porta como dictador, sino, más bien, como un Padre que corrige para señalar el camino correcto, porque ama y quiere lo mejor para su hijo. Actúa sabiendo que va a doler, pero es para que todo salga adelante.

En esta verdadera orientación, encontramos a Dios, y surge naturalla confianza de que creemos en Dios, porque hemos hecho la experiencia del verdadero Dios, aquel que comprende, entiende y ayuda. Y es lógico que, después de esta experiencia tan fuerte y viva, nuestro creer se transforme en acción. Un creer que va más allá de lo que es aceptar el amor de Dios de forma pasiva; un creer que se compromete a entregarse totalmente a Él, en lo que me pida.

Jesús en este evangelio nos dirige un reproche. Cristo intenta defender su nombre, no porque le interesara en sí, sino para que mayor número de personas creyeran en Él. Hace un esfuerzo por presentarse ante los judíos, siguiendo su mentalidad de confiar en el testimonio de otros.

Hace y dice todo cuanto puede. Sin embargo, parece que sus palabras chocan y resbalan, ante la incredulidad de los corazones soberbios.

Jesús apela al testimonio mismo del Padre, manifestado en los escritos de Moisés y en Juan Bautista. Al primero, Dios lo había elegido para liberar y guiar a su pueblo a través del desierto hacia la tierra prometida. ¿No es Jesús mismo que nos guía en medio del desierto de nuestra vida hasta la patria eterna? El segundo, Juan, proclamó la llegada del Mesías y propuso un bautismo de penitencia. Jesús, en otro pasaje afirma, que era Elías, señalado como su predecesor, que allanaría montes y rellenaría valles para el paso del Señor. ¿No es Jesús la voz que sigue gritando en el desierto de las conciencias de tantos hombres, llamándoles a la conversión, atrayéndolos a su amor? Pero los judíos no le entendieron. ¿Le entenderemos hoy nosotros?

Es triste, pero es verdad. En este evangelio Jesús nos reprocha no haber comprendido su mensaje. Vamos en busca de la gloria que da el mundo a quienes obran según el slogan del momento. Corremos tras la vanidad del tener más y más; sin compartir lo que Él mismo nos ha dado: amor, cariño y comprensión. Esto es leer las escrituras y no entender el mensaje de Cristo: ir a misa y después no vivir el evangelio; llamarse cristiano y apenas conocer a Jesús. Pero Jesús es paciente. Nos espera. Y si nos reprocha algo en nuestra conciencia, es porque nos ama y nos quiere cerca de su amantísimo Corazón. Podemos corresponderle, acercándonos a la parroquia, viviendo y compartiendo nuestra fe. Regalando al mundo sonrisa que da la alegría de la esperanza y la confianza en Jesús.

Propósito
Hoy amaré más al Señor en mi familia, ayudando a todos en los que necesiten de mí.

Diálogo con Cristo
Los momentos que reservo para tus cosas, Señor, son muy pocos y pasan rapidísimos. ¿Qué más puedo hacer por ti? No quiero dejar pasar este momento de oración, como muchos que ya se han ido, sin dejar en mí una verdadera experiencia de ti, Señor. No puedo salir sin comprometerme de verdad contigo.Ya he contemplado tu amor, cómo eres Túen verdad; ahora, falta mi parte. Tú me conoces, soy débil, pero sé que con tu gracia puedo; en ti, está mi fuerza; contigo, no vacilo.

... ninguna prueba de la caridad divina hay tan patente como el que Dios, creador de todas las cosas, se hiciera criatura, que nuestro Señor se hiciera hermano nuestro, que el Hijo de Dios se hiciera hijo de hombre.(Sto. Tomás, Sobre el Credo 1.c 59).
Preguntas o comentarios al autor  Pedro Queiroz, L.C 

LOS CINCO MINUTOS DE DIOS: JUEVES 10 DE MARZO DEL 2016


LOS CINCO MINUTOS DE DIOS
Marzo 10


Es muy común dividir la humanidad en dos grupos: los buenos y los malos.

Sería interesante que analizáramos en qué grupo nos incluimos, del mismo modo que instintivamente colocamos a los otros entre los malos.

Nos sentimos mejores de lo que somos y, por el contrario, juzgamos a los otros peores de lo que son; pensamos que los otros tienen que cambiar, mientras que nosotros no tenemos ni de qué, ni por qué cambiar.

Pero será bueno que te detengas a pensar: ¿cómo sería el mundo si todos fueran como tú? Deberías analizarlo con toda sinceridad; no te des fácilmente el "certificado de buena conducta" siendo como eres tan rígido y exigente en dárselo a los que te rodean, no sea que Dios te invierta los papeles y te juzgue a tí con la exigencia con la que tú juzgas a los demás.

“No juzguen y no serán juzgados; con la misma medida con que midan serán medidos”: norma justísima establecida por Cristo para los suyos “Tú que pretendes ser juez de los demás -no importa quien seas- no tienes excusa, porque al juzgar a otros te condenas a ti mismo, ya que haces las mismas cosas que condenas” (Rom 2,1). Nuestra vida aunque humana, Cristo ya divinizó; y con Él por todo el mundo vamos difundiendo amor.


* P. Alfonso Milagro

LOS SILENCIOS MALOS Y SILENCIOS BUENOS


Silencios malos y silencios buenos 
Escrito por  P. Juan Carlos Ortega, L.C. 


Los silencios negativos


Silencio por timidez
Entre los silencios, que podríamos denominar negativos, uno que se advierte con frecuencia en el apóstol, o entre religiosos y religiosas, es el provocado por la timidez. Nos quedamos callados por considerarnos incapaces, sin cualidades, no aptos para tantas posibles encomiendas. El miedo de hacer algo mal, de equivocarnos, de fracasar, de errar, de que los demás nos puedan señalar como incapaces, de poca valía… nos atenaza y amedrenta. Paraliza nuestra lengua, nuestro pensar. No nos atrevemos a hablar. Hacemos silencio. Indudablemente éste no es un silencio virtuoso, no es un silencio que proceda de virtud alguna, sino que hunde su raíz, precisamente en una falta de virtud. Ya Cristo nos lo advirtió en sus sentidas palabras a los apóstoles al afirmar que los hijos de las tinieblas y de mal son más astutos que los hijos de la luz y al invitar a ser sagaces a la vez que sencillos como palomas.


Silencio por miedo
Un parecido silencio es el provocado por el miedo. Si la timidez era fruto de la visión que uno tiene de sí mismo, el miedo, en cambio es generado por elementos externos que fungen como amenazas para nuestra vida. Un ejemplo evangélico típico de miedo es el silencio de Pilatos ante las amenazas de los sumos sacerdotes. En nuestras comunidades ocurren escenas similares. No son pocos los católicos que interesados por la verdad, como el procurador romano, callan y silencian para no ser malinterpretados o para que no piensen de él que es demasiado piadoso, u ocultan su pensar y dudas interiores para no ser acusado de rebeldía o de poco fervor.
Silencio por envidia

Pero hay silencios peores. Uno de ellos es el que tiene por origen la envidia. Este vicio capital silencia las cualidades ajenas, no sabe alabar, ponderar ni reconocer los méritos de los demás. Las personas envidiosas no pueden admirar y reconocer el bien que hay en el otro. Nuestras comunidades no están exentos de esta debilidad, como lo experimentaron también los discípulos de Jesús cuando impidieron predicar y hacer milagros en nombre del Mesías a aquellos que no eran de los suyos. Jesús, con la bondad que le caracterizaba, invitó a sus seguidores a reconocer que todo lo que es bueno procede de uno modo u otro del Padre.


Silencio por orgullo
La pasión del orgullo es también padre de silencios negativos. Uno de sus hijos más común es el silencio de la indiferencia, perfectamente descrita por el Señor en aquel sacerdote y levita que, antes del buen samaritano, pasaron junto al peregrino herido por los ladrones. La persona orgullosa se considera más que los demás, los mira por encima del hombro, no se interesan de las necesidades ajenas, no les importa la situación del hermano. En ocasiones así nos pasa en la comunidad o ante la sociedad: somos fríos, indiferentes, guardamos silencio ante el mal de nuestros compañeros.


Silencio por la culpa
Otro silencio, hijo también del orgullo, es el sentido de culpa. El sentirse culpables, con o sin razón, produce uno de los silencios más peligros. Si la indiferencia es el silencio ante las necesidades de los demás, la culpabilidad produce algo mucho más grave: el silencio con Dios. Ese fue el gran defecto de Judas. Él fue consciente del error que había cometido y por ello devolvió las monedas al sinedrio. Pero su orgullo, en vez de invitarle a hablar, arrepentido, con el Maestro, lo llevó al silencio de la culpabilidad y de ahí a la desesperación. Evitemos este falso silencio ante los propios errores, debilidades, caídas y pecados.


El odio por rencor
Pero el silencio más negativo, el más atroz, es el que vive constantemente el demonio. Es el silencio calculador del odio y del rencor. En el demonio estas pasiones se convierten en silencio. Él vive, como tradicionalmente se dice, escondido, silencioso, camuflado entre las rendijas de los conventos, monasterios y casas religiosas. Su silencio no deja de maquinar tentaciones, observa callado las diversas circunstancias. Espera con un silencio paciente el momento más débil de cada alma; calcula, acecha y actúa, ordinariamente escondido en circunstancias y personas que no podíamos imaginarnos. Y tras cada tentación superada por el hombre, se retira al silencio de su cólera hasta un momento más propicio. Así actúa también el religioso o religiosa que no domina la pasión de la ira, del odio, del rencor… enmudece con el corazón lleno de amargura y calcula el momento más oportuno para salirse con la suya.



Mencionamos anteriormente todo un conjunto de silencios negativos. Sin embargo, también existen silencios positivos, que proceden y son consecuencia de la vivencia plena de alguna virtud cristiana.

¿Quién, por ejemplo, no se conmueve al ver a una mamá ante la cuna de su hijo? Mira el don de su hijo en absoluto silencio y su mirada expresa todo el amor que lleva en el corazón. Lo mismo ocurre con esos ancianos que tras años de fidelidad matrimonial están el uno junto al otro en silencio pero con una aureola de amor que es admiración de tantos jóvenes. En la medida que el amor se convierte en comunión, surge el silencio, ámbito que respeta, protege y asegura el amor mutuo.


Silencio de Jesús
El amor, además de crear unión con el amado, genera paz interior y armonía en las relaciones con los demás. Y esta paz se convierte también en silencio. Así lo vivió Cristo ante las acusaciones falsas que padeció durante los juicios con los sumos sacerdotes. Su paz y serenidad interior, aunadas al amor hacia todos los hombres, incluso a sus enemigos y a quienes le hacían mal, se convierte en silencio paciente, en silencio que intercede por aquellos que le culpan falsamente.


Silencio de asombro
Otro silencio, quizá más sencillo pero que el mundo va olvidando, es el que procede del asombro, de la admiración, de la alegría ante las cosas, las circunstancias y las personas. ¡Quién no se queda extasiado, en silencio, ante la grandeza y belleza de un paisaje natural, ante la calma e inmensidad de un mar, ante la variedad de líneas, fruto de la alternancia de valles y montañas con su rica vegetación, ante los variados colores que forman las sombras de las nubes y la luminosidad del sol! ¡Quién no admira, también, embelesado en su silencio, el buen obrar de una persona! Era el silencio de Jesús que descubría en todas las criaturas -en las flores del campo, en las aves del cielo- el guiño cariñoso de su Padre de Dios. Y su admiración ante la hermosura espiritual de aquel joven que había cumplido siempre los mandamientos se convierte en mirada silenciosa y llena de amor.


Silencio de fe
Si el silencio es fruto de la admiración ante la grandeza de la creación y de las personas, la virtud de la fe es el asombro ante el misterio de Dios. Por eso, la fe y el contacto con Dios generan silencio. Fue el silencio en la fe de María de Nazaret ante el misterio de que todo un Dios se hiciera morada en su seno; el silencio en la fe de María del Calvario ante el amor inmenso que veía en su Hijo Dios ante las injusticias del pueblo y del mundo. Es el silencio del alma creyente al percibir el insondable amor que Dios la tiene.


Silencio de humildad
En fin, hablemos también del silencio de la humildad. Es decir, del silencio que produce la propia verdad, inmensa por ser don de Dios pero mísera al lado de Dios mismo. Es el silencio que esconde toda la grandeza divina en un corazón humano como el de María. Es el silencio de un Dios amor que se oculta en la sonrisa del Niño de Belén. Es el silencio de la misericordiosa humilde y divina de Dios en el momento abominable de la cruz. Es el silencio del anonadamiento total de un Dios mismo cuando es puesto en la oscuridad del sepulcro.

Ejercitemos los silencios positivos pero, para ello, cultivemos las virtudes cristianas del amor, de la paz, del asombro, de la fe, de la humildad. Huyamos del mal, en sus manifestaciones silenciosas y nocivas para nuestra vida cristiana.
¡Virgen del silencio, ayúdanos!

VUELA MÁS ALTO


¡Vuela más alto!



 Encontré a un hombre de buenas cualidades que casi las maldecía. Le pregunté por qué y me respondió: “Porque hacen sombra, y eso no me lo perdonan”. Eso es la envidia, un sentimiento de aguda incomodidad al ver a otro que tiene lo que deseamos. Una anécdota que viene al caso.

Enseguida después de la 2a Guerra Mundial, un joven piloto inglés probaba un frágil avión monomotor en una peligrosa aventura alrededor del mundo. Poco después de despegar de uno de esos pequeños e improvisados aeródromos de la India, oyó un ruido extraño que venía de atrás de su asiento y se dio cuenta que había una rata a bordo y que si roía la cobertura de lona, podía destruir su frágil avión. Podía volver al aeropuerto para librarse de su incómodo y peligroso pasajero. De repente recordó que las ratas no resisten las grandes alturas. Volando cada vez más alto, poco a poco cesaron los ruidos que ponían en peligro su viaje. Si amenazan destruirte por envidia, calumnia o maledicencia, vuela más alto…

Protégete de la envidia orando así: “Señor, a los que quieren dañarme o desprestigiarme, muéstrales la fealdad de la envidia, y toca sus corazones para que me miren con buenos ojos. Sánalos de todo mal sentimiento, cura sus heridas más profundas, y bendícelos en abundancia, para que sean felices, y ya no necesiten dañarme”. ¡Vuela más alto!


* Enviado por el P. Natalio

CAMINOS DE PENITENCIA


Caminos de penitencia
¿Quieren que les recuerde los diversos caminos de penitencia? Hay ciertamente muchos, distintos y diferentes, y todos ellos conducen al cielo.

Por: San Juan Crisóstomo 



Quieren que les recuerde los diversos caminos de penitencia? Hay ciertamente muchos, distintos y diferentes, y todos ellos conducen al cielo.


El primer camino de penitencia consiste en la acusación de los pecados: Confiesa primero tus pecados, y serás justificado. Por eso dice el profeta: Propuse: «Confesaré al Señor mi culpa», y tú perdonaste mi culpa y mi pecado. Condena, pues, tú mismo, aquello en lo que pecaste, y esta confesión te obtendrá el perdón ante el Señor, pues, quien condena aquello en lo que faltó, con más dificultad volverá a cometerlo; haz que tu conciencia esté siempre despierta y sea como tu acusador doméstico, y así no tendrás quien te acuse ante el tribunal de Dios.

Éste es un primer y magnífico camino de penitencia; hay también otro, no inferior al primero, que consiste en perdonar las ofensas que hemos recibido de nuestros enemigos, de tal forma que, poniendo a raya nuestra ira, olvidemos las faltas de nuestros hermanos; obrando así, obtendremos que Dios perdone aquellas deudas que ante él hemos contraído; he aquí, pues, un segundo modo de expiar nuestras culpas Porque si ustedes perdonan al prójimo sus faltas -dice el Señor-, también su Padre celestial perdonará las de ustedes.
¿Quieres conocer un tercer camino de penitencia? Lo tienes en la oración ferviente y continuada, que brota de lo íntimo del corazón.

Si deseas que te hable aún de un cuarto camino, te diré que lo tienes en la limosna: ella posee un grande y extraordinario poder.

También, si eres humilde y obras con modestia, en este proceder encontrarás, no menos que en cuanto hemos dicho hasta aquí, un modo de destruir el pecado: De ello tienes un ejemplo en aquel publicano, que, si bien no pudo recordar ante Dios su buena conducta, en lugar de buenas obras presentó su humildad y se vio descargado del gran peso de sus muchos pecados.

Te he recordado, pues, cinco caminos de penitencia: primero, la acusación de los pecados; segundo, el perdonar las ofensas de nuestro prójimo; tercero, la oración; cuarto, la limosna; y quinto, la humildad.

No te quedes, por tanto, ocioso, antes procura caminar cada día por la senda de estos caminos: ello, en efecto, resulta fácil, y no te puedes excusar alegando tu pobreza, pues, aunque vivieres en gran penuria, podrías renunciar a tu ira y mostrarte humilde, podrías orar de manera constante y confesar tus pecados; la pobreza no es obstáculo para dedicarte a estas prácticas. Pero, ¿qué estoy diciendo? La pobreza no impide de ninguna manera el andar por aquel camino de penitencia que consiste en seguir el mandato del Señor, distribuyendo los propios bienes -hablo de la limosna- pues esto lo realizó incluso aquella viuda pobre que dio sus dos pequeñas monedas.

Ya que has aprendido con estas palabras a sanar tus heridas, decídete a usar de estas medicinas, y así, recuperada ya tu salud, podrás acercarte confiado a la mesa santa y salir con gran gloria al encuentro del Señor, rey de la gloria, y alcanzar los bienes eternos por la gracia, la misericordia y la benignidad de nuestro Señor Jesucristo.

NO JUZGUÉIS... ¿Y QUÉ HAGO YO DE LA MAÑANA A LA NOCHE?


¡No juzguéis...! ¿Y qué hago yo de la mañana a la noche?


Jesús Sacramentado ¿por qué tu Corazón nunca me ha juzgado tan severamente como yo acostumbro a juzgar a mis semejantes?


Por: Ma Esther De Ariño | Fuente: Catholic.net 




No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzguéis seréis juzgados, y con la medida con que midáis se os medirá a vosotros. ¿Cómo es que miras la brizna en el ojo de tu hermano, y no reparas en la viga que hay en tu ojo?. ¿O cómo vas a decir a tu hermano: Deja que te saque esa brizna del ojo, teniendo la viga en el tuyo?. Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces podrás ver para sacar la brizna del ojo de tu hermano. (Mateo 7, 1-5)

Señor, acabamos de leer tus palabras según el evangelista San Mateo. Con qué claridad nos está hablando el Maestro, con qué claridad nos llega tu mandato, Señor: ¡NO JUZGUÉIS!...

¿Y qué hago yo de la mañana a la noche? Juzgar, criticar, murmurar... voy de chisme en chisme sin detenerme a pensar que lo que traigo y llevo entre mis manos, mejor dicho en mi lengua, es la fama, la honestidad, el buen nombre de las personas que cruzan por mi camino, por mi vida. Y no solo eso, me erijo en juez de ellos y ellas sin compasión, sin caridad y como Tu bien dices, sin mirar un poco dentro de mí.

Señor, en este momento tengo la dicha inmensa e inmerecida de estar frente a Ti, Jesús, ¡qué pena tengo de ver esa viga que no está precisamente en mi ojo, sino en mi corazón...! ¿Por qué en este momento me siento tan pequeña, tan sin valor, con todas esas "cosas" que generalmente critico de los demás y que veo en mí son mayores y más graves?

Jesús Sacramentado ¿por qué tu Corazón nunca me ha juzgado tan severamente como yo acostumbro a juzgar a mis semejantes?
Solo hay una respuesta: ¡porque me amas!

Ahora mismo me estás mirando desde esa Sagrada Hostia con esos ojos de Dios y Hombre, con los mismos que todos los días miras a todos los hombres y mujeres, como miraste a María Magdalena, como miraste al ladrón que moría junto a ti y por esa mirada te robó el corazón para siempre... y así me estás mirando a mí esta mañana, en esta Capilla me estás hablando de corazón a corazón: "Ámame a mi y ama a los que te rodean, no juzgues a los que cruzan por tu camino, por tu vida... ámalos como me amas a mi, porque todos, sean como sean, son mis hijos, son mis criaturas y por ellos y por ti estuve un día muriendo en una Cruz... Te quiero a ti, los quiero a ellos, a TODOS...¡NO LOS JUZGUES!"

Señor, ¡ayúdame!

Arranca de mi corazón ese orgullo, esa soberbia, ese amor propio que no sabe pedir perdón y aún peor, ese sentimiento que me roe el alma y que no me deja perdonar... No perdones mis ofensas, mis desvíos, mi frialdad, mi alejamiento como yo perdono a los que me ofenden - así decimos en la oración que tu nos enseñaste, el Padrenuestro - a los que me dañan, a los que me lastiman, porque mi perdón suele ser un "perdón limitado", lleno de condiciones.... ¡Enséñame Señor, a dar ese perdón como es el tuyo: amplio, cálido, total, INFINITAMENTE TOTAL!

Hoy llegué a esta Capilla siendo la de siempre, con mi pereza, con mis rencillas muy mías y mis necedades, mi orgullo, mi intransigencia para los demás, sin paz, con mis labios apretados, sin sonrisa, como si el mundo estuviera contra mi...

Pero Tu me has mirado, Señor, desde ahí, desde esa humildad sin límites, desde esa espera eterna a los corazones que llegan arrepentidos de lo que somos... y he sabido y he sentido que me amas como nadie me puede amar y mi alma ha recobrado la paz.

Ya no soy la misma persona y de rodillas me voy a atrever a prometerte que quiero ser como esa custodia donde estás guardado y que donde quiera que vaya, en mi hogar, en mi trabajo, en la calle, donde esté, llevar esa Luz que he visto en tus ojos, en los míos, y mirar a todos y al mundo entero con ese amor con que miras Tu y perdonar como perdonas Tu....

¡Ayúdame, Señor, para que así sea!

EL PENSAMIENTO DEL DÍA


miércoles, 9 de marzo de 2016

EL EVANGELIO DE HOY: MIÉRCOLES 9 DE MARZO DEL 2016



Jesús siempre en unión con el Padre
Cuaresma y Semana Santa


Juan 5, 17-30. Cuaresma. El evangelio tiene el poder de hablarnos de Dios, de darnos a conocer su rostro, mejor aún, su corazón. 


Por: Jesús Valencia | Fuente: Catholic.net 



Del santo Evangelio según san Juan 5, 17-30
En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: Mi Padre trabaja hasta ahora, y yo también trabajo. Por eso los judíos trataban con mayor empeño de matarle, porque no sólo quebrantaba el sábado, sino que llamaba a Dios su propio Padre, haciéndose a sí mismo igual a Dios. Jesús, pues, tomando la palabra, les decía: En verdad, en verdad os digo: el Hijo no puede hacer nada por su cuenta, sino lo que ve hacer al Padre: lo que hace él, eso también lo hace igualmente el Hijo. Porque el Padre quiere al Hijo y le muestra todo lo que él hace. Y le mostrará obras aún mayores que estas, para que os asombréis. Porque, como el Padre resucita a los muertos y les da la vida, así también el Hijo da la vida a los que quiere. Porque el Padre no juzga a nadie; sino que todo juicio lo ha entregado al Hijo, para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo no honra al Padre que lo ha enviado. En verdad, en verdad os digo: el que escucha mi Palabra y cree en el que me ha enviado, tiene vida eterna y no incurre en juicio, sino que ha pasado de la muerte a la vida. En verdad, en verdad os digo: llega la hora (ya estamos en ella), en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que la oigan vivirán. Porque, como el Padre tiene vida en sí mismo, así también le ha dado al Hijo tener vida en sí mismo, y le ha dado poder para juzgar, porque es Hijo del hombre. No os extrañéis de esto: llega la hora en que todos los que estén en los sepulcros oirán su voz y saldrán los que hayan hecho el bien para una resurrección de vida, y los que hayan hecho el mal, para una resurrección de juicio. Y no puedo hacer nada por mi cuenta: juzgo según lo que oigo; y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado. 

Oración introductoria
Jesús, amigo íntimo, a quien ninguna puerta de mi alma está cerrada. Tú te paseas por ella, conociéndolo todo…sabes que te necesito. ¡Ven en mi ayuda y sacia con tu gracia la sed de mi alma! Porque has dicho: “vengan a mí todos los que están fatigados, que yo les daré descanso” (Mt. 11,28). Por eso acudo a ti, puro manantial de gracias, para que alivies mi alma sedienta. «Señor, dame de esa agua, » (Jn 4,15), y, así, no ya busque saciarme de las charcas del mundo.

Petición
Jesús, te pido que me ayudes a comprender con mi mente y mi corazón que Dios es mi Padre.

Meditación del Papa Francisco
¿Cómo es mi fe en Jesucristo? ¿Creo que Jesucristo es Dios, el Hijo de Dios? ¿Esta fe me cambia la vida? ¿Hace que mi corazón se renueve en este año de gracia, este año de perdón, este año de acercamiento al Señor?
Se trata de una invitación a descubrir la calidad de la fe, conscientes de que esta es un don. Nadie merece la fe. Nadie la puede comprar. Háganse la pregunta: ¿Mi fe en Jesucristo me lleva a la humillación? No digo a la humildad: a la humillación, al arrepentimiento, a la oración que pide: Perdóname, Señor, y que es capaz de dar testimonio:
Tú eres Dios. Tú puedes perdonar mis pecados.
Que el Señor nos haga crecer en la fe para que nos hagamos como quienes habiendo oído a Jesús y visto sus obras se maravillaban y alababan a Dios. De hecho, es la alabanza la prueba de que yo creo que Jesucristo es Dios en mi vida, que fue enviado a mí para perdonarme. Y la alabanza es gratuita. Es un sentimiento que da el Espíritu Santo y que te lleva a decir: Tú eres el único Dios. (Cf Homilía de S.S. Francisco, 15 de enero de 2016, en Santa Marta).


Reflexión 
Quien escucha a Jesús y se deja tocar por su gracia, siente el deber, más aún, la necesidad de transmitir a voz llena esta experiencia de Cristo en su alma. El cristiano auténtico, que conoce a Jesús en la oración, en los sacramentos y en la escritura, irradia entusiasmo, y contagia a los que están en torno suyo de esa alegría de ser hijo de Dios. Luchemos por entrar en nosotros mismos y encontrar al Dios que ya habita en nosotros y, una vez hallado, démoslo al prójimo con palabras y con obras. ¡Ha llegado la hora de ser testigos apasionados de Cristo, y salir de las mazmorras en que nos ha querido encerrar el príncipe de este mundo!

Propósito
Comentar el evangelio de hoy brevemente con un familiar o amigo.

Diálogo con Cristo
Jesús, sabes que a veces me da pena hablar de ti. No me pagues con la misma moneda, que estaría perdido--- ¡perdona mi debilidad! Tú has hablado de mí a tu Padre y me has donado la vida que Él ha puesto en tus manos. Ayúdame a transmitir este mensaje de esperanza a los míos, a los que amo y los que debería amar más, para que ellos te conozcan, y conociéndote te amen, y amándote, también ellos te den a conocer a nuestros hermanos los hombres. Porque tu no me enseñaste a decir Padre mío, sino Padre nuestro.

Mi vida es un instante, una efímera hora, momento que se evade y que huye veloz. Para amarte, Dios mío, en esta pobre tierra no tengo más que un día: ¡sólo el día de hoy!(Santa Teresita del Niño Jesús)

Preguntas o comentarios al autor   Jesús Valencia
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LA DIFERENCIA ENTRE UN ÁNGEL Y UN AMIGO



LA DIFERENCIA
 ENTRE UN ÁNGEL Y UN AMIGO



Un ángel no nos escoge, Dios nos lo asigna.

Un amigo nos toma de la mano y nos acerca a Dios.

Un ángel tiene la obligación de cuidarnos.

Un amigo, nos cuida por amor.

Un ángel, te ayuda evitando que tengas problemas,

Un amigo te ayuda a resolverlos.

Un ángel, te ve sufrir sin poderte abrazar.

Un amigo te abraza, porque no quiere verte sufrir.

Un ángel, te ve sonreír y observa tus alegrías.

Un amigo, te hace sonreír y te hace parte de sus alegrías.

Un ángel, sabe cuando necesitas que alguien te escuche.

Un amigo te escucha, sin decirle que lo necesitas.

Un ángel, en realidad, es parte de tus sueños.

Un amigo, comparte y lucha porque tus sueños, sean una realidad.

Un ángel, siempre esta contigo ahí, no sabe extrañarnos.

Un amigo, cuando no esta contigo, no solo te extraña sino que también, piensa en ti.

Un ángel, vela tu sueño.

Un amigo, sueña contigo.

Un ángel, aplaude tus triunfos.

Un amigo, te ayuda a que triunfes.

Un ángel, se preocupa cuando estás mal.

Un amigo, se desvive porque estés bien.

Un ángel, recibe una oración tuya.

Un amigo, hace una oración por tí.

Un ángel, te ayuda a sobrevivir.

Un amigo, vive por tí.

Para un ángel, eres una misión que cumplir.

Para un amigo, eres un tesoro que defender.

Un ángel, es algo celestial.

Un amigo, es la oportunidad de conocer lo más hermoso que hay en la vida

Un ángel, quisiera ser tu amigo.

Un amigo, sin proponérselo, ¡TAMBIÉN ES TU ÁNGEL!

¿QUIÉN ES CRISTO PARA MI?


¿Quién es Cristo para mi?
Miércoles cuarta semana de Cuaresma. La conversión cristiana pasa primero por la experiencia de Cristo.


Por: P. Cipriano Sánchez LC | Fuente: Catholic.net 




La dimensión interior del hombre debe ser buscada insistentemente en nuestra vida. En esta reflexión veremos algunos de los efectos que debe tener esta dimensión interior en nosotros. No olvidemos que todo viene de un esfuerzo de conversión; todo nace de nuestro esfuerzo personal por convertir el alma a Dios, por dirigir la mente y el corazón a nuestro Señor.

¿Qué consecuencias tiene esta conversión en nosotros? En una catequesis el Papa hablaba de tres dimensiones que tiene que tener la conversión: la conversión a la verdad, la conversión a la santidad y la conversión a la reconciliación.

¿Qué significa convertirme a la verdad? Evidentemente que a la primera verdad a la que tengo que convertirme es a la verdad de mí mismo; es decir, ¿quién soy yo?, ¿para qué estoy en este mundo? Pero, al mismo tiempo, la conversión a la verdad es también una apertura a esa verdad que es Dios nuestro Señor, a la verdad de Cristo.

Convertirme a Cristo no es solamente convertirme a una ideología o a una doctrina; la conversión cristiana tiene que pasar primero por la experiencia de Cristo. A veces podemos hacer del cristianismo una teoría más o menos convincente de forma de vida, y entonces se escuchan expresiones como: “el concepto cristiano”, “la doctrina cristiana”, “el programa cristiano”, “la ideología cristiana”, como si eso fuese realmente lo más importante, y como si todo eso no estuviese al servicio de algo mucho más profundo, que es la experiencia que cada hombre y cada mujer tienen que hacer de Cristo.

Lo fundamental del cristianismo es la experiencia que el hombre y la mujer hacen de Jesucristo, el Hijo de Dios. ¿Qué experiencia tengo yo de Jesucristo? A lo mejor podría decir que ninguna, y qué tremendo sería que me supiese todo el catecismo pero que no tuviese experiencia de Jesucristo. Estrictamente hablando no existe una ideología cristiana, es como si dijésemos que existe una ideología de cada uno de nosotros. Existe la persona con sus ideas, pero no existe una ideología de una persona. Lo más que se puede hacer de cada uno de nosotros es una experiencia que, evidentemente como personas humanas, conlleva unas exigencias de tipo moral y humano que nacen de la experiencia. Si yo no parto de la reflexión sobre mi experiencia de una persona, es muy difícil que yo sea capaz de aplicar teorías sobre esa persona.

¿Es Cristo para mí una doctrina o es alguien vivo? ¿Es alguien vivo que me exige, o es simplemente una serie de preguntas de catecismo? La importancia que tiene para el hombre y la mujer la persona de Cristo no tiene límites. Cuando uno tuvo una experiencia con una persona, se da cuenta, de que constantemente se abren nuevos campos, nuevos terrenos que antes nadie había pisado, y cuando llega la muerte y dejamos de tener la experiencia cotidiana con esa persona, nos damos cuenta de que su presencia era lo que más llenaba mi vida.

Convertirme a Cristo significa hacer a Cristo alguien presente en mi existencia. Esa experiencia es algo muy importante, y tenemos que preguntarnos: ¿Está Cristo realmente presente en toda mi vida? ¿O Cristo está simplemente en algunas partes de mi vida? Cuando esto sucede, qué importante es que nos demos cuenta de que quizá yo no estoy siendo todo lo cristiano que debería ser. Convertirme a la verdad, convertirme a Cristo significa llevarle y hacerle presente en cada minuto.

Hay una segunda dimensión de esta conversión: la conversión a la santidad. Dice el Papa, “Toda la vida debe estar dedicada al perfeccionamiento espiritual. En Cuaresma, sin embargo, es más notable la exigencia de pasar de una situación de indiferencia y lejanía a una práctica religiosa más convencida; de una situación de mediocridad y tibieza a un fervor más sentido y profundo; de una manifestación tímida de la fe al testimonio abierto y valiente del propio credo.” ¡Qué interesante descripción del Santo Padre! En la primera frase habla a todos los cristianos, no a monjes ni a sacerdotes. ¿Soy realmente una persona que tiende hacia la perfección espiritual? ¿Cuál es mi intención hacia la visión cristiana de la virtud de la humildad, de la caridad, de la sencillez de corazón, o en la lucha contra la pereza y vanidad?

El Papa pinta unos trazos de lo que es un santo, dice: “El santo no es ni el indiferente, ni el lejano, ni el mediocre, ni el tibio, ni el tímido”. Si no eres lejano, mediocre, tímido, tibio, entonces tienes que ser santo. Elige: o eres esos adjetivos, o eres santo. Y no olvidemos que el santo es el hombre completo, la mujer completa; el hombre o la mujer que es convencido, profundo, abierto y valiente.

Evidentemente la dimensión fundamental es poner mi vida delante de Dios para ser convencido delante de Dios, para ser profundo delante de Dios, para ser abierto y valiente delante de Dios.

Podría ser que en mi vida este esfuerzo por la santidad no fuese un esfuerzo real, y esto sucede cuando queremos ser veleidosamente santos. Una persona veleidosa es aquella que tiene un grandísimo defecto de voluntad. El veleidoso es aquella persona que, queriendo el bien y viéndolo, no pone los medios. Veo el bien y me digo: ¡qué hermoso es ser santo!, pero como para ser santo hay que ser convencido, profundo, abierto y valiente, pues nos quedamos con los sueños, y como los sueños..., sueños son.

¿Realmente quiero ser santo, y por eso mi vida cristiana es una vida convencida, y por lo mismo procuro formarme para convencerme en mi formación cristiana a nivel moral, a nivel doctrinal? ¡Cuántas veces nuestra formación cristiana es una formación ciega, no formada, no convencida! ¿Nos damos cuenta de que muchos de los problemas que tenemos son por ignorancia? ¿Es mi cristianismo profundo, abierto y valiente en el testimonio?

Hay una tercera dimensión de esta conversión: la dimensión de la reconciliación. De aquí brota y se empapa la tercera conversión a la que nos invita la Cuaresma. El Papa dice que todos somos conscientes de la urgencia de esta invitación a considerar los acontecimientos dolorosos que está sufriendo la humanidad: “Reconciliarse con Dios es un compromiso que se impone a todos, porque constituye la condición necesaria para recuperar la serenidad personal, el gozo interior, el entendimiento fraterno con los demás y por consiguiente, la paz en la familia, en la sociedad y en el mundo. Queremos la paz, reconciliémonos con Dios”.

La primera injusticia que se comete no es la injusticia del hombre para con el hombre, sino la injusticia del hombre para con Dios. ¿Cuál es la primera injusticia que aparece en la Biblia? El pecado original. ¿Y del pecado de Adán y Eva qué pecado nace? El segundo pecado, el pecado de Caín contra Abel. Del pecado del hombre contra Dios nace el pecado del hombre contra el hombre. No existe ningún pecado del hombre contra el hombre que no provenga del pecado primero del hombre contra Dios. No hay ningún pecado de un hombre contra otro que no nazca de un corazón del cual Dios ya se ha ido hace tiempo. Si queremos transformar la sociedad, lo primero que tenemos que hacer es reconciliar nuestro corazón con Dios. Si queremos recristianizar al mundo, cambiar a la humanidad, lo primero que tenemos que hacer es transformar y recristianizar nuestro corazón. ¿Mis criterios son del Evangelio? ¿Mis comportamientos son del Evangelio? ¿Mi vida familiar, conyugal, social y apostólica se apega al Evangelio?
Ésta es la verdadera santidad, que sólo la consiguen las personas que realmente han hecho en su existencia la experiencia de Cristo. Personas que buscan y anhelan la experiencia de Cristo, y que no ponen excusas para no hacerla. No es excusa para no hacer la experiencia de Cristo el propio carácter, ni las propias obligaciones, ni la propia salud, porque si en estos aspectos de mi vida no sé hacer la experiencia de Cristo, no estoy siendo cristiano.

Cuaresma es convertirse a la verdad, a la santidad y a la reconciliación. En definitiva, Cuaresma es comprometerse. Convertirse es comprometerse con Cristo con mi santidad, con mi dimensión social de evangelización. ¿Tengo esto? ¿Lo quiero tener? ¿Pongo los medios para tenerlo? Si es así, estoy bien; si no es así, estoy mal. Porque una persona que se llame a sí misma cristiana y que no esté auténticamente comprometida con Cristo en su santidad para evangelizar, no es cristiana.

Reflexionen sobre esto, saquen compromisos y busquen ardientemente esa experiencia, esa santidad y ese compromiso apostólico; nunca digan no a Cristo en su vida, nunca se pongan a sí mismos por encima de lo que Cristo les pide, porque el día en que lo hagan, estarán siendo personas lejanas, indiferentes, tibias, mediocres, tímidas. En definitiva no estarán siendo seres humanos auténticos, porque no estarán siendo cristianos.

ESTOS SON LOS ROSTROS DE LAS 4 MISIONERAS DE LA CARIDAD, MÁRTIRES DE YEMEN


Estos son los rostros de las 4 Misioneras de la Caridad, mártires de Yemen

 (ACI).- El Vicariato Apostólico de Arabia del Sur compartió con ACI Prensa las primeras fotos oficiales actualizadas de las cuatro Misioneras de la Caridad martirizadas en Yemen el 4 de marzo.

Este el rostro de la Hermana Anselm. Ella era de Ranchi, India, nació en 1956. El 8 de mayo habría cumplido 60 años de edad.


La Hermana Judith era de Kenia, nació el 2 de febrero de 1975. Tenía 41 años de edad.


La Hermana  Margarita era de Ruanda. Nació el 29 de abril de 1971. Tenía 44 años de edad.



La Hermana Reginette nació en 1983 en Ruanda. Era la más joven. Cumpliría 33 años el 29 de junio.



Ellas estaban a cargo del albergue con la hermana Sally, la superiora que se salvó y ya ha sido evacuada. Atendían a unos 60 pacientes ancianos. Todos muy pobres y de todas las religiones. Sus colaboradores eran de Yemen, Etopía y Eritrea.

El viernes 4 de marzo un grupo de terroristas musulmanes ingresaron al convento de las hermanas en Aden (Yemen) y asesinaron a cuatro de ellas, así como a doce trabajadores y voluntarios del albergue para ancianos y discapacitados. Según informó el Vicariato, el albergue está ahora a cargo del gobierno con la ayuda de voluntarios, estudiantes y jóvenes.

Mons. Paul Hinder, Vicario Apostólico de Arabia del Sur, afirmó que "no hay duda que las hermanas han sido víctimas de odio contra nuestra fe” y murieron como mártires. Yemen, país de inmensa mayoría musulmana y donde los católicos son menos de 4.000 personas, vive desde hace más de un año un guerra civil entre la guerrilla chiita de los hutíes y el gobierno sunita, apoyado por una coalición encabezada por Arabia Saudita.

TOMA MI CORAZÓN


Toma mi corazón



Toma mi corazón, hazlo pedazos, conviértelo en semilla de la espera, tórnalo seda ardiente, ardientes lazos... haz de su pulpa flor de primavera.

Haz de su sangre ríos de blancura, vuelve espuma sus venas... afluentes que recojan del mundo la amargura, que sumerjan el odio de las gentes...

Miles de ríos yendo a tu regazo cargados con el plomo de la guerra, camino de ser mar en que tu abrazo convierta el viejo mundo en nueva tierra.

Siémbrame el corazón en tus vergeles, que se renazca flor de tus abejas con la que labren laboriosas mieles y ceras nuevas de amarguras viejas...

Y si no basta el corazón mezquino para agostar los odios y las quejas, para ser luz de amor que abra el camino, Te ofreceré la vida, si me dejas...

NO TENGO TIEMPO


No tengo tiempo
Podemos caer en el riesgo de perdernos en las cosas que hacemos y olvidamos del por qué las hacemos.


Por: Juan Gerardo Fonseca, L.C. | Fuente: Virtudes y Valores 




Había un hombre serrando árboles en un bosque. Trabajaba con mucho entusiasmo y esfuerzo, sin embargo, se angustiaba por el bajo rendimiento que obtenía de su prolongado esfuerzo. Cada día le llevaba más tiempo acabar su tarea, de modo que con frecuencia le sorprendía la noche cuando aún le quedan bastantes troncos por serrar.

En su afán por trabajar cada día más, no se daba cuenta de que esa lentitud se debía a que filo de la sierra que usaba estaba muy desgastado. Un buen día se le acercó un compañero y le preguntó:

- Oye, ¿cuánto tiempo llevas intentando cortar ese árbol?
- Más de dos horas.
- Es raro que lleves tanto tiempo si trabajas a ese ritmo..., ¿por qué no descansas un momento y afilas la sierra?
- No puedo parar, llevo mucho retraso.
- Pero luego irás más deprisa y pronto recuperarás los pocos minutos que supone afilar la sierra.
- Lo siento, pero tengo mucho trabajo pendiente y no puedo perder ni un minuto.- Y así concluyó aquella conversación.

Esta historia me hizo recordar a una persona que conocí hace algunos años. Era un empresario que tenía mucho éxito, un buen coche, una casa muy hermosa, una esposa excelente y tres hijos estupendos. Pero desafortunadamente, con frecuencia le veía angustiado por su trabajo y no podía dedicar mucho tiempo a su familia. Era una persona muy responsable y dedicada; pasaba jornadas enteras trabajando. Creo que la principal motivación de su trabajo era dar lo mejor a su esposa y a sus hijos. Poco a poco, fueron surgiendo problemas con su esposa, no había mucha comunicación entre los dos. Con frecuencia, llegaba muy cansado a su casa y ya no tenía ganas ni para hablar con sus esposa. A sus hijos los veía a penas en algunos momentos durante el día, dado que muchas veces ya dormían cuando llegaba a casa por lo intenso del trabajo.

Cuando cumplió 50 años, por fin podía disponer de tiempo libre. Su empresa gozaba de una buen equipo de trabajo y no era necesario dedicarle tanto tiempo como antes. Sus hijos ya se habían casado y por razones de trabajo y estudio se fueron a vivir al extranjero. Apenas los podía ver una o dos veces al año.

Hacía algunos años que su mujer lo había abandonado por falta de comunicación y entendimiento. Al final de su vida cayó en una profunda crisis y depresión, se sentía angustiado. Ciertamente era un hombre rico, había triunfado en su empresa gracias a su extraordinaria capacidad de trabajo; pero perdió su principal riqueza que era su familia.
Creo que a este buen hombre le pasó lo mismo que al serrador: olvidó lo fundamental, a su familia. Se le olvidó afilar bien la sierra; tener siempre presente la verdadera motivación de su trabajo.

Muchas veces nos puede pasar lo mismo por tener la buena voluntad de ser responsables, cumplidores. Podemos caer en el riesgo de perdernos en las cosas que hacemos y olvidamos del por qué las hacemos. Que fácil es decir que no tenemos tiempo. Tenemos tantas cosas que hacer.
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