miércoles, 30 de septiembre de 2015

!DAME CALMA, SEÑOR¡


¡Dame calma, Señor!



Déjame sentir la honda paz presente en cada experiencia, la armonía de vivir.

Dame calma, Señor, de manera que pueda entrar en la honda paz dentro de mi corazón.

Dame paz de manera que vea la bendición escondida en todas las cosas.

Guárdame de palabras ociosas y vanas fantasías. Calma la carrera de mi mente para que mis pensamientos tengan la claridad y movimiento fácil del fresco aire que respiro. Busco la serenidad de un lago tranquilo, la fuerza de un roble, el incambiable sólido poder de las montañas.

Dame calma, Señor, para que pueda emplear tiempo en gozar la paz, en la belleza que has creado a mi alrededor.

Necesito tiempo para pensar, tiempo para considerar soluciones a problemas; tiempo para confortar mi interno ser y mi vida en amor y divino 

ALUMBRA TU CAMINO



Alumbra tu camino



Había una vez, hace cientos de años, en una ciudad de Oriente, un hombre que una noche caminaba por las oscuras calles  llevando una lámpara de aceite encendida.

La ciudad era muy oscura en las noches sin luna como aquella.

En determinado momento, se encuentra con un amigo.

El amigo lo mira y de pronto lo reconoce.

Se da cuenta de que es Guno, el ciego del pueblo.

Entonces, le dice:

- ¿Qué haces Guno, tú ciego, con una lámpara en la mano?
Si tú no ves...

Entonces, el ciego le responde:

- Yo no llevo la lámpara para ver mi camino.
Yo conozco la oscuridad de las calles de memoria.
Llevo la luz para que otros encuentren su camino  cuando me vean a mi...
No solo es importante la luz que me sirve a mí,  sino también la que yo uso para que otros puedan también servirse de ella.

Cada uno de nosotros puede alumbrar el camino  para uno y para que sea visto por otros, aunque uno aparentemente no lo necesite.

Alumbrar el camino de los otros no es tarea fácil... muchas veces en vez de alumbrar oscurecemos mucho más el camino de los demás...

¿Cómo?

A través del desaliento, la crítica, el egoísmo, el desamor, el odio, el resentimiento...

¡Qué hermoso sería si todos ilumináramos  los caminos de los demás! Sin fijarnos si lo necesitan o no...

Llevar luz y no oscuridad...

Si toda la gente encendiera una luz el mundo entero estaría iluminado  y brillaría día a día con mayor intensidad...

Todos pasamos por situaciones difíciles a veces... todos sentimos el peso del dolor en determinados momentos de nuestras vidas... todos sufrimos en algunos momentos... lloramos en otros...

Pero no debemos proyectar nuestro dolor cuando alguien desesperado busca ayuda en nosotros...

No debemos exclamar como es costumbre:
-La vida es así... llenos de rencor, llenos de odio...No debemos...

Al contrario ayudemos a los demás  sembrando esperanza en ese corazón herido...

Nuestro dolor es y fue importante pero se minimiza si ayudamos a otros a soportarlo, si ayudamos a otro a sobrellevarlo...

Luz...demos luz...

Tenemos en el alma el motor que enciende cualquier lámpara, la energía que permite iluminar en vez de oscurecer...

Está en nosotros saber usarla...

EL SILENCIO DE LA MEMORIA


El silencio de la memoria
Del silencio exterior al silencio interior


Por: P. Juan Carlos Ortega, L.C. | Fuente: Catholic.net 




El silencio exterior es la capacidad de ser libres frente a las cosas que quieren seducirnos. Para ello, es necesario el silencio de los sentidos que implica sensibilidad a las cosas y personas pero sin perder la propia libertad e identidad en cuanto dueños de nuestro cuerpo. Esto exige el silencio psicológico, dado que los ruidos exteriores a nosotros no nos afectarían si nuestro interior no vibrara con ellos.

Del silencio exterior al silencio interior
El silencio exterior es una predisposición indispensable en el difícil camino hacia la virtud del silencio auténtico, pero no es suficiente. Hay que acallar, sobre todo el ruido interior de los sentimientos, de las ideas y del corazón, dominando las facultades humanas y penetrando siempre más profundamente en uno mismo como dueño de la propia existencia. Ahora reflexionemos en el silencio interior, es decir, el silencio de la mente y de la voluntad. Iniciamos con el silencio de la mente.

Todos nosotros experimentamos que, aunque nuestros sentidos y nuestro cuerpo estén callados, en nuestra mente se pueden estar produciendo muchos ruidos con recuerdos, imágenes, ideas y juicios. Es necesario, por lo tanto, silenciar también nuestra mente.

No es parálisis mental

Entendemos por mente el mundo de los recuerdos, imaginaciones, ideas, pensamientos, juicios y demás actividades de la inteligencia, de la memoria y de la imaginación. El silencio de la mente no es parálisis mental ni pobreza de ideas, sino capacidad de escuchar todo y seleccionar lo que se desea. Silenciar una idea, recuerdo o imaginación, no es negarlos ni condenarlos, sino tomar conciencia de ellos, reconocerlos, aceptar su realidad y luego darles su lugar.

Hemos enumerado tres actividades de la mente: la memoria o recuerdo del pasado, la imaginación o proyección del futuro, y la inteligencia que organiza y elabora el pensamiento en el presente. Empecemos por el silencio de la memoria.

¿Cómo formar y vivir el silencio de la mente?
¿Qué entendemos por memoria? La memoria es la capacidad del alma, para conservar contenidos de vivencias más allá del ahora y aquí en que fueron vividos, con la posibilidad de actualizarlos en momentos posteriores. En dos palabras, la memoria es la conservación del pasado.


¿Qué función tiene aquí el silencio? No es fácil el silencio de la memoria, dado que esta facultad ejerce su influjo en los hombres antes de que nos demos cuenta. Solamente es buena aquella memoria del pasado que ayuda a vivir el presente con realismo. Debemos refrescar la memoria con estímulos positivos para revivir las buenas experiencias pasadas y, por otra parte, debemos borrar de la memoria los estímulos negativos hasta que las malas experiencias caigan en el olvido. Para ello se requiere una verdadera educación de la memoria. ¿En qué consiste dicha educación?

La educación de la memoria
Por una parte se exige un esfuerzo activo por no recordar aquellas experiencias que han marcado negativamente la propia vida. Nosotros hemos conocido cosas que para poco o para nada nos sirven, ¿para qué recordarlas?, ¿qué necesidad tenemos de ellas? Por tanto, el silencio de la memoria es olvidar lo que no nos conviene o lo que nos perjudica.

Olvidar el mal

Silencio de la memoria es olvidar el mal realizado. Los propios errores y pecados debilitan la vida espiritual pero ¡cuánto más se debilita el espíritu cuando traemos a la memoria esos hechos! Cada vez que recordamos nuestros pecado, la psicología revive y sufre el desorden como en el momento que fue realizado. Lo que podría ser sufrido solamente en el momento en que se hizo el mal, es multiplicado por la memoria que lo revive en el presente.

Perdonar

Silencio de la memoria es también saber perdonar a los demás y a uno mismo. El perdón supera los males recibidos y los sentidos de culpa. Perdonar a los demás y perdonarse a sí mismo es enterrar un mal pasado de modo que el hecho sufrido no se traiga más veces a la memoria.

Estar en el presente

También es silencio de la memoria hacer el justo silencio de las añoranzas del pasado, de modo especial cuando éstas comportan una queja por su ausencia en el presente. No se puede ser creativo si no se silencia lo que ya poseemos, de manera que podamos escuchar nuevas voces interiores y exteriores, que enriquezcan. ¡Cuántas veces lo bueno del pasado, vivido como añoranza, impide acoger la riqueza del presente! Ejemplos claros es cuando añoramos etapas anteriores de la vida, o funciones y actividades que antes tuvimos, o juventud y salud física…

Ordinariamente, al hablar de la memoria se hace hincapié en olvidar el pasado. Esto tiene una lógica que trataré de explicar. ¿Por qué recordamos ciertos hechos del pasado de un modo muy vivo y en cambio hay tantos otros hechos de la vida que pasan desapercibidos? A bote pronto, la respuesta es sencilla: la memoria o el recuerdo dependen de la fuerza del estímulo o excitación vividos: un accidente es algo que se vive con intensidad; una mala experiencia con un miembro de la familia o un superior puede quedar fuertemente presente en el recuerdo.

Pero la memoria o recuerdo depende de un segundo elemento: la repetición de un mismo acto facilita el recuerdo del mismo. Si durante varios años hemos transitado por el mismo trayecto o hemos orado en la misma capilla, nuestra memoria recordará con relativa facilidad todos los detalles de las calles recorridas y de la capilla visitada. La memoria funciona como en un niño que, al olvidar el inicio de la lección aprendida, queda mudo, pero cuando le dicen las primeras palabras sale disparado repitiendo la lección.

Traer a la mente lo positivo
En consecuencia, para frenar los estímulos negativos es necesario traer a la memoria, de modo consciente, hechos positivos de nuestra vida, para revivir las buenas vivencias del pasado. Debemos reconocer que podemos saturar la memoria con el recuerdo de eventos positivos que han ocurrido en la vida y de tantas misericordias que el Señor ha tenido con nosotros: la toma de hábito o la profesión son acontecimientos que se fijan fuertemente en nuestra memoria; el día de nuestra boda o el nacimiento de los hijos, una buena conversación con un amigo o un sacerdote puede marcar la propia vida; y un largo etcétera.

Recordemos que la memoria de las vivencias positivas no debe ser a modo de añoranza sino como garantía del presente. Es decir, si ocurrió ayer, también puede ocurrir hoy. En ese sentido, María nos ofrece un ejemplo maravilloso y profundo de silencio de la memoria en su canto del Magnificat. En gran medida, la joven virgen creyó en las palabras del ángel ayudada por el recuerdo de las misericordias divinas. María recuerda las maravillas realizadas por Dios en el pueblo de Israel. Ese silencioso recuerdo se convierte en certeza de que también el Señor puede hacer las mismas maravillas en ella. En consecuencia, surge la acción de gracias y no duda que todas las generaciones la llamarán dichosa.

En resumen
El silencio de la memoria no es parálisis u olvido del pasado. Silencio significa acallar la memoria de las experiencias negativas del pasado y recordar todas aquellas que estimulan positivamente nuestra entrega y fidelidad. Es decir, la virtud del silencio comporta un dinamismo interior que conserva en la memoria solamente aquellas vivencias del pasado que pueden ayudar a vivir el presente según los designios de Dios.

Ejercitémonos en practicar el silencio de la memoria. Dejemos atrás las malas experiencias y hagamos memoria de todo lo bueno que el Señor nos ha regalado, seguros que Él seguirá siendo siempre fiel.

El contenido de este artículo puede ser reproducido total o parcialmente en internet siempre y cuando se cite su autor y fuente originales: http://www.la-oracion.com y no se haga con fines de lucro.

SAN JERÓNIMO, TRADUCTOR DE LA BIBLIA Y DOCTOR DE LA IGLESIA, 30 DE SEPTIEMBRE


Jerónimo, Santo
Doctor de la Iglesia, 30 de septiembre


Por: P. Ángel Amo | Fuente: Catholic.net 




Doctor de la Iglesia

Martirologio Romano: Memoria de san Jerónimo, presbítero y doctor de la Iglesia, que, nacido en Dalmacia, estudió en Roma, cultivando con esmero todos los saberes, y allí recibió el bautismo cristiano. Después, captado por el valor de la vida contemplativa, se entregó a la existencia ascética yendo a Oriente, donde se ordenó de presbítero. Vuelto a Roma, fue secretario del papa Dámaso, hasta que, fijando su residencia en Belén de Judea vivió una vida monástica dedicado a traducir y explicar las Sagradas Escrituras, revelándose como insigne doctor. De modo admirable fue partícipe de muchas necesidades de la Iglesia y, finalmente, llegando a una edad provecta, descansó en la paz del Señor (420).

Etimología: Jerónimo = Aquel que lleva nombre santo, viene del griego

El IV siglo después de Cristo, que tuvo su momento importante en el 380 con el edicto del emperador Teodosio que ordenaba que la fe cristiana tenía que ser adoptada por todos los pueblos del imperio, está repleto de grandes figures de santos: Atanasio, Hilario, Ambrosio, Agustín, Crisóstomo, Basilio y Jerónimo.

Este último nació en Estridón (Dalmacia) hacia el año 340; estudió en Roma y allí fue bautizado. Su espíritu es enciclopédico: su obra literaria nos revela al filósofo, al retórico, al gramático, al dialéctico, capaz de pensar y escribir en latín, en griego, en hebreo; escritor rico, puro y robusto al mismo tiempo. A él se debe la traducción al latín del Antiguo y del Nuevo Testamento, que llegó a ser, con el titulo de Vulgata, la Biblia oficial del cristianismo.

Jerónimo es de una personalidad fortísima: en cualquier parte a donde va suscita entusiasmos o polémicas. En Roma fustiga los vicios y las hipocresías y también preconiza nuevas formas de vida religiosa, atrayendo a ellas a algunas mujeres influyentes patricias de Roma, que después lo siguen en la vida eremítica de Belén.

La huída de la sociedad de este desterrado voluntario se debió a su deseo de paz interior, no siempre duradero, porque de vez en cuando reaparecía con algún nuevo libro. Los rugidos de este “león del desierto” se hacían oír en Oriente y en Occidente. Sus violencias verbales iban para todos. Tuvo palabras duras para Ambrosio, para Basilio y hasta para su amigo Agustín que tuvo que pasar varios tragos amargos. Lo prueba la correspondencia entre los dos grandes doctores de la Iglesia, que se conservan casi en su totalidad. Pero sabía suavizar sus intemperancias de carácter cuando el polemista pasaba a ser director de almas.

Cuando terminaba un libro, iba a visitar a las monjas que llevaban vida ascética en un monasterio no lejos del suyo. El las escuchaba, contestando sus preguntas. Estas mujeres inteligentes y vivas fueron un filtro para sus explosiones menos oportunas y él les pagaba con el apoyo y el alimento de una cultura espiritual y biblica. Este hombre extraordinario era consciente de sus limitaciones y de sus propias faltas. Las remediaba dándose golpes de pecho con una piedra. Pero también se daba cuenta de sus méritos, tan es así que la large lista de los hombres ilustres, de los que hizo un breve pero precioso resumen (el De viris illustribus) termina con un capítulo dedicado a él mismo. Murió a los 72 años, en el 420, en Belén.

PREPÁRATE EN OCTUBRE, NO DEJES DE REZAR EL ROSARIO



¡Prepárate! en Octubre, no dejes de rezar el Rosario


Hagamos un alto en nuestro diario vivir. Quince minutos tan solo... El mundo necesita de muchos rosarios.


Por: Ma Esther de Ariño | Fuente: Catholic.net 



Durante el mes de Octubre, Mes del Rosario, en esta sección, meditaremos cada día un misterio, y así poder "guardar y meditar en  nuestro corazón" la Vida de Jesús.
Mañana empezaremos Octubre y lo celebramos como el mes del rosario.

Rezar el rosario para algunas personas es un tiempo desperdiciado en una letanía de repetidas oraciones, que en la gran mayoría, están dichas de una manera distraída y maquinalmente. Pero no es así. El hecho de ponernos a rezarle ya es un acto de amor a la Madre de Dios. Es una súplica constante y repetida para pedir perdón y rogarle por nosotros y por todos los hombres en el presente y también en la hora de la muerte.

Rezar el rosario es meditar en los Misterios de la Vida de Cristo, de suerte que el rosario es una especie de resumen del Evangelio, un recuerdo de la vida, los sufrimientos, los momentos luminosos y transcendentales y glorificación del Señor, siempre acompañado de los momentos de grandeza de la Santísima Virgen, su Madre, siendo así una síntesis de su obra Redentora.

Rezar el rosario es un método fácil y adaptable a toda clase de personas, aún las menos instruidas y una excelente manera de ejercitar los actos más sublimes de fe y contemplación. El Padrenuestro con el que se empieza cada Misterio es la oración que Cristo nos enseñó y quienes lo han penetrado a fondo no pueden cansarse de repetirlo. En cuanto el Avemaría, toda ella está centrada en el Misterio de la Encarnación y es la oración más apropiada para honrar dicho Misterio. Aunque en el Avemaría hablamos directamente a la Santísima Virgen e invocamos su intercesión, esa oración es sobre todo una alabanza y una acción de gracias a su Hijo por la infinita misericordia que nos mostró al encarnarse en Ella y hacerse hombre para su Misión redentora.

La Santísima Virgen en sus repetidas apariciones , siempre ha sido la súplica más importante que en sus mensajes nos ha dado. Ella nos ha pedido que recemos el rosario. Ella nos lo pide insistentemente porque tiene su rezo un GRAN VALOR. Quiere que repitamos una y otra vez la súplica, la alabanza, con la esperanza puesta en su gran amor por toda la Humanidad.

Tal vez, por lo repetitivo del rezo, como decía Santa Teresa, la "loca de la casa", nuestra mente, se nos vaya de aquí para allá en pertinaz distracción, pero aún así nuestro corazón y nuestra voluntad está puesto a los pies de la Madre de Dios, y esas Avemarías son como el incienso que sube en oscilantes volutas hasta el corazón de nuestra Madre la Virgen Santísima.

Nuestro mundo se está olvidando de rezar. Tenemos fe, creemos en Dios pero no hablamos con El. El mundo actual, ahora más que nunca, necesita de muchos rosarios.

Hagamos un alto en nuestro diario vivir. Quince minutos tan solo...y con seguridad que el mundo y "nuestro mundo" será mejor.

IMÁGENES DE OCTUBRE, MES DEL SANTO ROSARIO


















































martes, 29 de septiembre de 2015

EL EVANGELIO DE HOY: MARTES 29 DE SEPTIEMBRE DEL 2015


Los ángeles, mensajeros de Dios
Solemnidades y Fiestas


Juan 1, 47-51. Fiesta Santos Arcángeles. Siempre nos traen la alegría y esperanza en Dios. De los tres hemos de aprender a saber servir más que ser servidos. 


Por: P. Clemente González | Fuente: Catholic.net 



Te adelantamos las Reflexiones del Evangelio de la Semana 26o. del Tiempo Ordinario, del domingo 27 de septiembre al sábado 3 de octubre 2015.
Durante el mes de Octubre, Mes del Rosario, meditaremos cada día un misterio, y así poder "guardar y meditar en  nuestro corazón" la Vida de Jesús. ¡Suscribete a la Meditación diaria!
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Del santo Evangelio según san Juan 1, 47-51
Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él: Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño. Le dice Natanael: ¿De qué me conoces? Le respondió Jesús: Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi. Le respondió Natanael: Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel. Jesús le contestó: ¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Has de ver cosas mayores. Y le añadió: En verdad, en verdad os digo: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre.

Oración introductoria
Señor, como Natanael, quiero ser sincero y auténtico, en mi mente y en mi corazón, para tener la posibilidad real de tener un encuentro de amor contigo en esta oración. Tú sabes que trato de ser fiel a mi fe, que confío en tu providencia y misericordia, y que te amo con todo mi corazón. Envía tu Espíritu Santo para que ilumine y guíe esta meditación.

Petición
Ángel de mi guarda, ayúdame a ser un auténtico discípulo y misionero de Cristo.

Meditación del Papa Francisco
Volviendo a la escena de la vocación, el evangelista nos dice que, cuando Jesús ve que Natanael se acerca, exclama: “Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño”. Se trata de un elogio que recuerda al texto de un Salmo: “Dichoso el hombre […] en cuyo espíritu no hay fraude”, pero que suscita la curiosidad de Natanael, quien replica sorprendido: “¿De qué me conoces?”. La respuesta de Jesús no se entiende en un primer momento. Le dice: “Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi”.
 Hoy es difícil darse cuenta con precisión del sentido de estas últimas palabras. Según dicen los especialistas, es posible que, dado que a veces se menciona a la higuera como el árbol bajo el que se sentaban los doctores de la ley para leer la Biblia y enseñarla, está aludiendo a este tipo de ocupación desempeñada por Natanael en el momento de su llamada. (Homilía de Benedicto XVI, 4 de octubre de 2006).

Reflexión
Los grandes arcángeles de Dios testimonian para nosotros la fidelidad y la pasión y celo con que los hijos de Dios han de alabar a su Creador. Ellos, lejos de ser seres desconocidos y “mitológicos” representan los mejores compañeros de viaje, los mejores sanadores del corazón, los mejores defensores de los intereses de Dios en el mundo.

San Miguel es el fiero defensor de Dios. La narración del Apocalipsis nos lo muestra expulsando a satanás de los dominios de Dios, al gran traidor y padre de la mentira que osó rebelarse contra un Dios tan bondadoso. Encendido de celo por el Señor blandió la espada y arrojó a todos los obradores de iniquidad al único lugar en donde pudiesen soportar su soberbia y su rebelión. Por eso san Miguel es en quien el cristiano halla el mejor baluarte para defenderse de las asechanzas demoníacas y gran modelo de fidelidad a Dios. De él hemos de aprender el celo por las cosas de Dios, celo que consume de pasión y que lleva a una acción inmediata, tajante, sobre todo cuando Dios se está viendo ofendido por sus enemigos que incitan sin cesar a la rebelión y desunión.

San Gabriel quizás fue el más afortunado de entre todas las criaturas celestes. A él siempre lo mandaron a dar mensajes. A él le tocó dar el mensaje más hermoso jamás oído a la criatura más hermosa jamás vista. Hablar de él lleva irremediablemente a la contemplación de la Toda Pura, Nuestra Madre de cielo, María. Su ejemplo nos debe enseñar a predicar sin miedos los designios de Dios a nuestros hermanos en la fe y, sobre todo, a testimoniar las maravillas obradas por Dios en Ella. Levantemos confiados la mirada a la Madre y pidamos auxilio al arcángel mensajero para ser fieles a la palabra de Dios en el mundo.

San Rafael representa la mano providente de Dios que no se olvida de sus hijos que sufren en el mundo. A él le tocó sanar muchas heridas del cuerpo y, sobre todo, del alma. Por eso es el arcángel que cura, que alivia las penas del alma, que sabe confortar y comprender al que sufre. De él hemos de aprender a ser un consuelo más que un horrible peso, para el hermano que lo necesita. De él, la confianza inamovible en la acción cierta de Dios en el mundo.

De los tres hemos de aprender a saber servir más que ser servidos. Porque los ángeles son ministros de Dios. Y de los tres a estar pendientes de su cierta acción en favor nuestro. ¿Quién sabe si un día cualquiera hemos sido ayudados por un ángel del Señor?

No cerremos las puertas a nadie, no sea que se las estemos cerrando a uno de estos mensajeros, o más terriblemente, al mismo Señor de la vida y de la historia.

Propósito
Aprender de los Arcángeles, el deseo de servir siempre.

Diálogo con Cristo
Jesús, no quiero aparecer ni hacer más, mi aspiración es amarte más, y como consecuencia, a los demás. No pretendo conocer más, sino tener una relación íntima contigo. Por ello quiero ofrecerte mi esfuerzo de perseverar en la oración, de acrecentar mi vida sacramental y de meditar más tu Palabra, sólo así lograré mi anhelo y podré dar un testimonio que atraiga a los demás.

VISITAR Y CUIDAR A LOS ENFERMOS


Visitar y cuidar a los enfermos
Entre las obras de misericordia corporales, la primera invita a “visitar y cuidar a los enfermos”


Por: P. Fernando Pascual | Fuente: Catholic.net 




La enfermedad llega, con o sin tarjeta de visita. Un accidente, un día de viento, un bulto extraño en la espalda, un dolor de cabeza aparentemente inexplicable.

El enfermo empieza un camino difícil. Primero intenta conocer qué está pasando. Luego busca los remedios para curarse, si esto resulta posible, y para calmar los dolores. En ocasiones, hay esperanzas de sanación. Otras veces, recibe una noticia difícil: ha comenzado una enfermedad irreversible, que tal vez durará muchos años o que llevará pronto a la muerte.

En el camino de la enfermedad, ayuda y consuela encontrar manos amigas, consejos buenos, atenciones médicas adecuadas. Sufrir solos aumenta, para muchos, el sentimiento de pena. Sufrir acompañados por quienes nos aman de verdad alivia casi tanto o más que un calmante.

Por eso, entre las obras de misericordia corporales, la primera invita a “visitar y cuidar a los enfermos”. De este modo, quien está sano, y también quien está enfermo pero todavía puede hacer mucho, ofrecen su tiempo, su cercanía, sus palabras (cuando son oportunas), sus cuidados, a quienes conviven durante días o meses con la enfermedad.

La invitación de visitar a los enfermos viene del mismo Jesucristo. Primero, con su ejemplo: acogía y curaba a muchos enfermos que encontró a lo largo de su vida. Después, con sus palabras, al recordarnos que quien visita a un enfermo visita al mismo Cristo (cf. Mt 25,31-46).

Desde el ejemplo de Cristo, los bautizados sentimos la llamada a ser auténticos prójimos de nuestros hermanos enfermos. De modo especial, el domingo puede convertirse en un día dedicado a visitar a los enfermos. Así lo explica el “Catecismo de la Iglesia católica” (n. 2186):


“Los cristianos que disponen de tiempo de descanso deben acordarse de sus hermanos que tienen las mismas necesidades y los mismos derechos y no pueden descansar a causa de la pobreza y la miseria. El domingo está tradicionalmente consagrado por la piedad cristiana a obras buenas y a servicios humildes para con los enfermos, débiles y ancianos”.

Al cuidar y visitar a los enfermos actuamos según el buen samaritano del que nos habla Jesús en el Evangelio (cf. Lc 10,28-37), y vivimos el mensaje del amor y del servicio que se conmueve y que acompaña al otro, más allá de los propios miedos o de los planes personales. ¿No merece mi hermano gestos concretos de cariño y de ternura precisamente porque está ahora más necesitado a causa de sus sufrimientos?

Visitar y cuidar a los enfermos es la primera de las obras de misericordia corporales. Vale la pena recordarlo, para aprender a mirar a los demás “con los ojos de Cristo” (cf. Benedicto XVI, encíclica “Deus caritas est” n. 18), para acogerlos desde la perspectiva del Maestro que vino para servir y que atendió con tanta ternura a muchos enfermos encontrados a lo largo del camino.

LOS ÁNGELES INTERVIENEN EN NUESTRA VIDA


Los ángeles intervienen en nuestra vida
Servidores de Dios y amigos de los hombres: así son los ángeles.


Por: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net 



¿Qué son los ángeles? Espíritus que contemplan a Dios y que viven en medio del misterio. Espíritus que participan de la alegría divina y colaboran en sus planes sobre los hombres débiles y necesitados de ayuda y protección.

Por eso los ángeles sufrirán, de algún modo que no podemos imaginar, al ver que hay corazones que se cierran al amor o pierden la esperanza. O se alegrarán profundamente cuando vean que otros corazones lloran por sus pecados e inician el camino del regreso al Amor de Dios.

El Evangelio nos habla de fiestas y gozo entre los ángeles por cada pecador convertido. Cada vida es importante para Dios, es observada por los ángeles, es bendecida de mil formas por compañeros celestes que nos invitan a soñar en el cielo que nos espera.

Dios desea que algunos ángeles intervengan en nuestras vidas. Por eso en la Biblia encontramos la narración de presencias angélicas. Especialmente bella resulta la salida de san Pedro de la cárcel, guiado por un ángel. Ya en la calle exclama fuera de sí: "Ahora me doy cuenta realmente de que el Señor ha enviado su ángel y me ha arrancado de las manos de Herodes y de todo lo que esperaba el pueblo de los judíos" (Hch 12,11).

Es muy conmovedora la historia de Tobit y de su hijo Tobías, a los que Dios envió el arcángel Rafael. Sólo al final, cuando Tobías ha podido contraer matrimonio con Sarra, y cuando Tobit ha recuperado la vista, los dos descubren que habían sido ayudados por un ángel.

El mismo Rafael les explica cómo había intervenido en sus vidas:

"Cuando tú y Sarra hacíais oración, era yo el que presentaba y leía ante la Gloria del Señor el memorial de vuestras peticiones. Y lo mismo hacía cuando enterrabas a los muertos. Cuando te levantabas de la mesa sin tardanza, dejando la comida, para esconder un cadáver, era yo enviado para someterte a prueba. También ahora me ha enviado Dios para curarte a ti y a tu nuera Sarra. Yo soy Rafael, uno de los siete ángeles que están siempre presentes y tienen entrada a la Gloria del Señor" (Tb 12,12-15).

Rafael añade inmediatamente, para tranquilizar a sus amigos, estas palabras llenas de afecto: "No temáis. La paz sea con vosotros. Bendecid a Dios por siempre. Si he estado con vosotros no ha sido por pura benevolencia mía hacia vosotros, sino por voluntad de Dios. A él debéis bendecir todos los días, a él debéis cantar. Os ha parecido que yo comía, pero sólo era apariencia. Y ahora bendecid al Señor sobre la tierra y confesad a Dios" (Tb 12,17-20).

Servidores de Dios y amigos de los hombres: así son los ángeles. Las palabras de Rafael nos llenan de alegría y esperanza. Con la ayuda angélica podemos descubrir el amor de Dios y recibir una fuerza concreta, oportuna, en tantas pruebas de la vida.

Por eso hemos de sentirnos invitados a dar gracias a Dios, porque no deja sin recompensa ningún gesto de amor que podamos ofrecer a los hermanos nuestros más necesitados. Porque nos envía, en ocasiones totalmente inesperadas, un ángel que rompa nuestras cadenas y nos lleve a descubrir lo inmensamente bello que es el Amor del Padre de los cielos.

COMPARTIENDO VIDA... SIN MIEDO


Compartiendo vida... Sin miedo



El miedo es la emoción que surge dentro de nosotros ante algo que nos asusta o creemos que nos puede hacer daño físico o moral.
El miedo ante lo desconocido provoca una sensación que se instala en nosotros de tal manera que a veces nos paraliza impidiéndonos actuar en libertad.

Hay miedos reales producidos por situaciones extremas... pero hay otros miedos que, sin darnos cuenta, nos los creamos nosotros mismos por temor al fracaso, a querer quedar bien ante los demás, por poner en juego nuestro ego queriendo aparentar aquello que no somos.

La novedad produce miedo porque nos crea inseguridad pero... debemos pensar que nadie es perfecto y que el temor a fracasar con frecuencia es fruto de nuestra imaginación, del concepto que tenemos de nosotros mismos y de la imagen que nos creamos con las respuestas que los demás nos ofrecen.
Afrontar la novedad, el cambio y los riesgos, sin miedo, depende de nosotros.

¡Vivamos sin miedo a la novedad... Dios es novedad siempre!

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