jueves, 17 de septiembre de 2015

IMÁGENES DE JESÚS EUCARISTÍA





¡QUÉ BUENO QUE HOY NO PASÉ DE LARGO!


¡Qué bueno que hoy no pasé de largo !
Yo soy una de esas personas que el otro día pasó de largo, si esa, la que tu esperabas, la que no entró y se alejó... pero con la soledad y el peso de la cruz.


Por: Ma Esther De Ariño | Fuente: Catholic.net 




Las puertas están cerradas.... es porque hace frío. Hago el intento de que se abran y una de las hojas cede y en silencio me invita a entrar...

Hoy es jueves pero en la Capilla no hay nadie, pero TÚ si estás. Tu siempre estás.

Yo soy una de esas personas que el otro día pasó de largo... si esa, la que tu esperabas, la que no entró y se alejó perdiéndose en el ir y venir de la gente... entre mucha gente, entre mucho tráfico, pero con mi soledad y el peso de mi cruz.

Y ahora que estoy frente a Ti... no es fácil....no siento nada. Una frialdad que me llena de incertidumbre porque mi corazón se ha endurecido, porque no valgo nada y tu no me puedes amar porque estoy muy lejos de Ti y nada puedo ofrecerte. Todo un abismo.... entre tú y yo, Señor. Mis pensamientos se diluyen y mi corazón está helado, tanto o más como la tarde que está afuera... ¿qué me pasa? ¿para qué vine?... no sé qué decirte y sin embargo se que estás ahí...que te quedaste por mi y porque sabías que HOY no iba a pasar de largo....¿no será demasiada presunción?.

Tengo el alma enferma, no soy persona buena...¡te olvido y ofendo tantas veces, Señor!

Dime, ¿qué tenía Mateo? que le dijiste: ¡Sígueme!- y él dejándolo todo, se levantó y te siguió. Sigo recordando este pasaje de tu vida "cuando habitaste entre nosotros" y Mateo te ofreció un gran banquete y fuiste. Allí estaban los fariseos y los escribas y te criticaban diciendo: ¿Por qué come y bebe con publicanos y pecadores?. Y tú, Jesús, les respondiste: No son los sanos lo que necesitan médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores, para que se conviertan. Lc 5,27-32

Tu hablabas de mi, tu pensabas en mi, en los que te olvidamos, en los que tú querías y quieres curar como el médico a los enfermos y dijiste: no vengo por los justos sino por los pecadores, para que se conviertan ¡Qué gran amor el tuyo, Jesús!.

Yo, que hace un momento no sabía cómo orar, no sabía que decirte, ahora siento la humedad del llanto en los ojos y con tus palabras has hecho latir fuerte mi corazón, antes como dormido, al reclamo de tu voz que me dice:

Yo estoy aquí para curar tus males, esos males que te avasallan y te aniquilan, para darte la paz de mi amor, para decirte que vine por ti y por todos los que se sienten hoy como tú. Mira, un día estuve muriendo en una cruz y fue por ti y por ti me quedé con los brazos abiertos para esperarte diciéndole al Padre: ¡perdónalos porque no saben lo que hacen. 

Sí, Señor, tu eres mi Dios y entregaste tu vida para que por tu muerte tenga un día un lugar en el Cielo y sé lo que valgo para ti, que hasta la vida diste por mí. ¡ Qué bueno que entré, Señor, para hacerte compañía buscando tu ayuda, tu perdón y consuelo!.

¡ Qué bueno que HOY no pasé de largo !

miércoles, 16 de septiembre de 2015

EL EVANGELIO DE HOY: MIÉRCOLES 16 DE SEPTIEMBRE DEL 2015


Actitud de los publicanos y fariseos
Tiempo Ordinario


Lucas 7, 31-35. Tiempo Ordinario. Ellos no creen en la misericordia ni en el perdón: creen en los sacrificios. Misericordia quiere, no sacrificios. 


Por: P . Clemente González | Fuente: Catholic.net 



Del santo Evangelio según san Lucas 7, 31-35 
En aquel tiempo dijo el Señor: ¿Con quién, pues, compararé a los hombres de esta generación? Y ¿a quién se parecen? Se parecen a los chiquillos que están sentados en la plaza y se gritan unos a otros diciendo: Os hemos tocado la flauta, y no habéis bailado, os hemos entonando endechas, y no habéis llorado. Porque ha venido Juan el Bautista, que no comía pan ni bebía vino, y decís: Demonio tiene. Ha venido el Hijo del hombre, que come y bebe, y decís: Ahí tenéis un comilón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores. Y la Sabiduría se ha acreditado por todos sus hijos. 

Oración Introductoria
Señor Jesús, acércate a mi vida, quiero tu sabiduría para poder tener un auténtico encuentro con Dios en esta oración, creo, espero y te amo. Ven Señor, ¡no tardes!

Petición
Jesús, te quiero, te pido que pueda gozarte en esta oración.

Meditación del Papa Francisco
Y así se entienden los diálogos fuertes de Jesús, con la clase dirigente de su tempo: se pelean, lo ponen a la prueba, le ponen trampas para ver si cae, porque se trata de la resistencia a ser salvados. Jesús les dice: “Pero yo no les entiendo” y señala que ellos “son como aquellos niños: hemos sonado la flauta y no han bailado; hemos cantado un lamento y no han llorado. ¿Pero qué quieren? ¡Queremos salvarnos como nos gusta!”. Es siempre este el cierre al mundo de Dios.
Por el contrario, el 'pueblo creyente' el cual entiende y acepta la salvación traída por Jesús. Salvación que al contrario, para los jefes del pueblo se reducía en sustancia a cumplir los 613 preceptos creados por su fiebre intelectual y teológica.
Ellos no creen en la misericordia ni en el perdón: creen en los sacrificios. Misericordia quiere, no sacrificios. Quieren que todo esté bien acomodado, bien ordenado, todo claro. Este es el drama de la resistencia para la salvación. También nosotros, cada uno de nosotros tiene este drama dentro de sí.
Pero nos hará bien preguntarnos: ¿Cómo quiero ser salvado? ¿A mi manera? ¿Con una espiritualidad que es buena, que me hace bien, pero que está fija, tiene todo claro y no hay riesgo? O del modo divino, o sea en la vía de Jesús, que siempre nos sorprende, que siempre nos abre las puertas a aquel misterio de la omnipotencia de Dios, que es la misericordia y el perdón. Nos hará bien pensar que este drama está en nuestro corazón. (Cf Homilía de S.S. Francisco, 3 de octubre 2014, en Santa Marta).
Reflexión
Las sectas se aprovechan de la indecisión de muchos cristianos para derrumbarles su fe y para incorporarlos en sus organizaciones. Por eso hemos de estar vigilantes, afianzando cada vez más los principios de nuestra fe católica.

Jesús compara a los indecisos con unos chiquillos que han perdido la capacidad de reaccionar ante las invitaciones de sus amigos, pues ni bailan ni lloran. Es como cuando vemos el telediario y, después de una noticia trágica, pasamos a la información deportiva como si nada. Nos conmovimos unos segundos y luego nos olvidamos.

Lo mismo sucede cuando entramos en una iglesia y vemos un crucifijo. Ya no nos llama la atención. ¿Y si viéramos a un hermano nuestro retorciéndose de dolor, colgado en el madero por cuatro terribles clavos? ¿No haríamos todo lo posible por bajarle de ahí?

Cristo espera que nuestro corazón vuelva a palpitar y reaccione ante nuestra realidad y la del mundo. Si nuestra fe está marchita, es hora de que rejuvenezca. Si Jesús sigue clavado en la cruz por nosotros, es tiempo de aprovechar la redención.

Porque si no abrimos los ojos, vendrá alguien a tocar a nuestra puerta y nos arrebatará lo más valioso que tenemos, sin darnos cuenta.

Propósito
Buscar en Dios, y en la oración, la respuesta a mis inquietudes y conocer la palabra de Dios.

Diálogo con Cristo
Jesús, no quiero que lleguen los problemas, las enfermedades o el momento de la muerte para saber reconocer la gran necesidad que tengo de tu presencia en mi vida. Por eso, a raíz de este encuentro contigo en la oración, me propongo valorar mi fe y luchar por conocer más Tu Palabra y la Iglesia.

EL MEJOR MAÍZ


EL MEJOR MAÍZ




Un agricultor participaba todos los años en la principal feria de agricultura de su comarca, y lo más extraordinario es que ya llevaba varios años en que siempre ganaba en primer lugar y se llevaba el trofeo al “Maíz del año”.

Cada año llegaba con el maíz cosechado y salía vencedor portando una faja azul, recubriendo su pecho, que indicaba que su maíz era el mejor de todos. Y no solo eso, sino que iba superando a sus cosechas pasadas. Todos estaban asombrados.

Al final de la entrega de premios, los periodistas lo entrevistaron. Uno de ellos, perteneciente a la televisión, le hizo la pregunta que a todos les interesaba: ¿Cómo acostumbraba cultivar su valioso producto? ¿Cuál era su secreto?

Al agricultor no le importó revelarle su secreto: su método consistía en compartir buena parte de sus mejores semillas con sus vecinos, para que ellos también las sembraran. El periodista quedó sorprendido:

- “¿Cómo es posible que les comparta sus semillas cuando ellos están compitiendo directamente con usted?” Pero el agricultor le confirmó:

- “Bueno, es muy simple. Usted sabrá que el viento recoge el polen del maíz maduro y lo lleva de campo en campo, y eso ayuda a que sea mejor el producto. Si mis vecinos cultivaran un maíz de baja calidad, la polinización degradaría continuamente la calidad de mi maíz. Si yo quiero cultivar maíz bueno, tengo que ayudarles a cultivar el mejor maíz, y por ello les doy a ellos mis mejores semillas. A fin de cuentas es como todo: uno cosecha lo que siembra. 

Moraleja: Preocuparse de los demás es el mejor modo de preocuparnos de nosotros mismos, pues pensar en el prójimo es el mejor modo de pensar en nosotros mismos”. Si decidimos estar en paz, no solo hemos de estar en paz con nosotros mismos, sino hemos de hacer que los demás consigan estar en paz. Y si queremos vivir felices, hemos de procurar que los demás sean felices también. 

FRASES CÉLEBRES DE SAN PÍO DE PIETRELCINA


FRASES CÉLEBRES DEL 
PADRE PÍO DE PIETRELCINA




Reza, espera y no te preocupes. La preocupación es inútil. Dios es misericordioso y escuchará tu oración... 

La oración es la mejor arma que tenemos; es la llave al corazón de Dios. Debes hablarle a Jesús, no solo con tus labios sino con tu corazón. En realidad, en algunas ocasiones debes hablarle solo con el corazón... 

Solo quiero ser un fraile que reza... 

El tiempo transcurrido en glorificar a Dios y en cuidar la salud del alma, no será nunca tiempo perdido. 

No hay tiempo mejor empleado que el que se invierte en santificar el alma del prójimo. 
Una sola cosa es necesaria: consolar tu espíritu y amar a Dios.

Dulce es el yugo de Jesús, liviano su peso, por lo tanto, no demos lugar al enemigo para insinuarse en nuestro corazón y robarnos la paz. 

La clave de la perfección es el amor. Quien vive de amor, vive en Dios, pues Dios es amor, como dice el Apóstol. 

No amar es como herir a Dios en la pupila de Su ojo. ¿Hay algo mas delicado que la pupila? 

Haré más desde el Cielo, de lo que puedo hacer aquí en la Tierra. 

Cuando se pasa ante una imagen de la Virgen hay que decir: Te saludo, María. Saluda a Jesús de mi parte.

El demonio es como un perro rabioso atado a la cadena; no puede herir a nadie más allá de lo que le permite la cadena. Mantente, pues, lejos. Si te acercas demasiado, te atrapará.

El sufrimiento de los males físicos y morales es la ofrenda más digna que puedes hacer a aquel que nos ha salvado sufriendo.

Los ángeles sólo nos tienen envidia por una cosa: ellos no pueden sufrir por Dios. Sólo el sufrimiento nos permite decir con toda seguridad: Dios mío, mirad cómo os amo.

Salvar las almas orando siempre.

Con el estudio de los libros se busca a Dios; con la meditación se le encuentra.

¡Piensa siempre que Dios lo ve todo!

Es terrible la justicia de Dios. Pero no olvidemos que también su misericordia es infinita.

El ser tentado es signo de que el alma es muy grata al Señor.

Cuando el alma sufre y teme ofender a Dios, no le ofende y está muy lejos de pecar.

ROSARIO A SAN JOSÉ





UN CRIMINAL ENTRE 56 INOCENTES


Un criminal entre 56 inocentes 
Se cuenta que en el antiguo reino de Nápoles...

Necesito tu valioso auxilio para re­solver una compleja materia: ser severo y misericordioso al mismo tiempo


Por: Redacción | Fuente: salvadmereina.co.cr 




Se cuenta que en el antiguo reino de Nápoles, mucho antes de la invasión de las tropas francesas, había muerto el gran consejero, en cuya sabiduría se apoyaba el soberano para gobernar la nación, y ahora este último vacilaba en nombrar al que debía sustituirlo.

Se inclinaba por un amigo suyo llamado Jenaro, un juez experimen­tado y hombre íntegro que no titu­beaba en dar público testimonio de su fe. Pero el importante cargo era codiciado también por otros persona­jes de la corte, y el rey debía evitar los choques entre partidos. Buscando la manera de nombrar a Jenaro sin he­rir susceptibilidades, tuvo por fin una idea brillante: “Jenaro es sin duda el magistrado más competente de todo el reino. Voy a plantearle un caso muy in­trincado, y doy por hecho que lo resol­verá. Con una demostración pública de su capacidad, nadie podrá discutir su nombramiento…”

Una vez tomada la decisión, el so­berano envió una carta a Jenaro:

“Necesito tu valioso auxilio para resolver una compleja materia. A menudo llegan hasta mí quejas de la justicia napolitana, a la que se acusa de dura e inflexible. Con el propósito de verificar si estas quejas tienen fundamento, quiero que se examine el procesamiento de algunos condenados. Para ello, he elegido la prisión de Castel dell'Ovo, donde están confinados los peores criminales de Nápoles.

“Por lo tanto, te envío a dicho lugar para revisar el proceso de cada reo. Me confío a la agudeza de tu inteligencia y a tu amplio conocimiento jurídico. Sé que ofrecerás una pública demos­tración de misericordia, sin lastimar la justicia ni la ley que imperan desde ha­ce siglos en nuestro reino".

“Acompaña a esta carta un Decre­to Real que te otorga facultades pa­ra administrar justicia en nombre mío ante los encarcelados de Castel dell'Ovo”.

* * *

La lectura de la carta dejó al ma­gistrado sumido en graves pensa­mientos. ¡Qué difícil encargo le ha­cía el rey! Ser severo y misericordioso al mismo tiempo, ¡y para colmo en la prisión de Castel dell'Ovo! Pero Je­naro no era hombre que huyera de los problemas. Invocó la protección de San Ivo, patrono de los abogados, se despidió de su esposa y partió a la fortaleza-prisión.

Los medios de transporte de aquel tiempo no eran tan rápidos como los actuales; y cuando Jenaro llegó al mal afamado presidio, ya ha­bía corrido por todas partes la noti­cia del desafío jurídico que lo aguar­daba.

Las reacciones eran dispares: mientras algunos consideraban im­posible emplear misericordia con al­guno de tales criminales, otros te­mían que el juez, en un arranque de liberalidad, dejara la justicia a un la­do para soltar a unos pocos. Pero to­dos concordaban en la complejidad del caso, que ponía en juego la com­petencia profesional de Jenaro tanto como la bondad que se espera de un magistrado católico.

* * *

La primera medida tomada por Jenaro fue reunir en el patio a todos los reclusos, un total de 57. ¡Qué as­pecto! Cada rostro era una estampa del vicio.

Sobre su mesa se acumulaban los procesos: asesinatos, robos, secues­tros y otros crímenes tan viles que no cabe mencionarlos. Los reclusos ha­blaban entre sí en un dialecto propio. Un bandido con un ojo con un parche y la nariz torcida comentó:

– Mo'… Este juez es un beato… ¡Si sigue lo que dice la Biblia tiene que soltarnos!

Otro delincuente, con el rostro mar­cado por una gran cicatriz, agregó:

–¡Miren!, no hay nada más que ver su cara para saber que esta tarde es­taremos en la calle.

Viéndolos a todos reunidos, Jena­ro los llamó uno a uno, debidamente escoltados, para tomarles declaración. Al llegar el primero le preguntó:

–Y bien, ¿por qué estás aquí?

El criminal, mejorando su cara has­ta donde podía, se declaró inocente, víctima de calumnias y de tribunales injustos, para concluir con cinismo:

–Estoy seguro que ahora recibiré la libertad que merezco por derecho, como hombre honesto que soy.

El juez escuchó con atención y pidió al escribano registrar la declaración en su libro. A continuación vino el segun­do, luego el tercero, el cuarto… hasta llegar a 56 reos. Todos declaraban su inocencia alegando los más variados motivos, y Jenaro se mostraba com­padecido por las injusticias que aque­llos hombres decían haber sufrido. Los guardias comentaban entre sí: “¿Será posible que el juez crea las mentiras de estos bandidos? ¡Ni el hombre más in­genuo les daría crédito!”

Por fin llegó el último. Era un mu­chacho flaco e imberbe, que no supe­raba los 19 años. No tenía la arrogan­cia del resto, más bien se acercaba tí­mido y cabizbajo. Sentía vergüen­za de presentarse ante el juez, repre­sentante de la justicia y del rey. Tan­to desentonaba con los demás, que el magistrado consultó al respecto con el comisario de policía.

–¿Ése? El pobre chico es huérfa­no, un labrador sin empleo. Fue cap­turado ayer robando legumbres y fru­tas en la feria. Si está aquí es porque cometió el delito en las cercanías, pe­ro en breve será trasladado a una cár­cel de baja peligrosidad, antes que le den aquí la “bienvenida”…

El juez frunció el ceño, miró fija­mente al muchacho y le preguntó:

–Y tú, joven bellaco, ¿qué me di­ces a tu favor?

Inclinando todavía más la cabeza, el pobre muchacho dijo con un hilo de voz:

–Nada señor… Robé, y eso es pe­cado. Manché el nombre de mi difun­to padre y desobedecí la enseñanza de mi madre sobre los mandamien­tos. Merezco pagar en la cárcel lo que hice, porque fue malo.

El magistrado se mostró todavía más serio y sentenció:

–¡Basta! Con este caso conclu­yo mi misión en nombre del rey. En cuanto a los 56 declarantes anterio­res, todos afirmaron su más comple­ta inocencia. Cosa muy admirable en una sociedad tan corrupta como la nuestra.

Y dando un fuerte golpe con el martillo de madera, proclamó:

–En nombre de Su Majestad, de­claro inocentes a los otros 56.

Los criminales sonrieron satisfe­chos mientras los guardias se mira­ban de reojo, incrédulos y abismados. El juez prosiguió:

–Decido también que el Estado napolitano ha de asumir la custodia de vuestra inocencia contra la mal­dad imperante allá afuera. Así pues, todos habréis de seguir en esta cárcel por tiempo indefinido bajo protec­ción policial.

Se volvió de inmediato hacia el chico que había prestado la última declaración:

–Y tú, pérfido, que tan descara­damente reconoces tus crímenes, yo te expulso de aquí para evitar que tu malicia contamine a 56 inocen­tes. Huérfano, hambriento y des­empleado… te condeno a ser con­tratado como jardinero en el Tribu­nal de Nápoles. Búscame después para concertar el cumplimiento de tu pena. ¡Guardias! Llévenselo has­ta la iglesia más cercana por si quie­re confesarse, y castíguenlo con una buena merienda antes de nuestra partida.

* * *

¡Vaya giro! Estupefactos, los cri­minales quedaron sin habla mien­tras los guardias sonreían de satis­facción.

La noticia del espectacular jui­cio corrió por todo el reino, y Jena­ro fue nombrado gran consejero. El rey se mostró muy complacido al ver que su amigo no lo había decepciona­do y, naturalmente, nadie se atrevió a cuestionar el nombramiento de un juez tan justo y sagaz.

En cuanto al “pérfido” muchacho, fue contratado como jardinero del Tribunal, bendiciendo al magistrado que lo consideró el único criminal en­tre 56 inocentes…

JESÚS, UN HOMBRE COMO NOSOTROS


Jesús, un hombre como nosotros.
Dios no ha podido descender más abajo, y el hombre no ha podido subir más arriba.


Por: Pedro García, Misionero Claretiano | Fuente: Catholic.net 




Yo no sé si encontraremos unas palabras sobre Jesucristo tan grandiosas, y tan sencillas a un tiempo, como las que trae el Catecismo de la Iglesia Católica tomándolas del Concilio, cuando nos dice:

El Hijo de Dios trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de nosotros, en todo semejante a nosotros, menos en el pecado.

Todo esto lo sabemos desde siempre y lo confesamos continuamente en el Credo, cuando decimos que el Hijo de Dios se hizo hombre. Es la verdad fundamental de nuestra fe.

Pero, ¿nos hemos puesto a pensar en lo que significa que Dios se haya hecho hombre? Pues significa esto precisamente: que el Hijo de Dios, una de las Tres Personas de la Santísima Trinidad, al hacerse hombre, y quedando Dios verdadero, ahora va a ser uno igual que nosotros.

Nos va a conocer como conocemos nosotros.
Nos va a querer como queremos nosotros.
Nos va a amar como amamos nosotros.
Va a trabajar con manos encallecidas como trabajamos nosotros.

Dios va a hacer todo lo nuestro con manos nuestras, va a entender con cerebro nuestro, va a amar con corazón nuestro...

Si este Dios no se gana nuestra voluntad, nuestro cariño, nuestro amor, nuestra adhesión, y si lo dejamos de lado no haciéndole caso ninguno, entonces Dios ha fracaso del todo con nosotros; pero también nosotros habremos fracasado del todo en la vida, y nos perderíamos sin excusa alguna. Porque Dios no ha podido hacer por nosotros más de lo que ha hecho.

Un científico alemán protestante, aunque lo llamaríamos mejor un descreído, profesor en la universidad, lanza en una reunión de gente sabia esta atrevida pregunta:
-¿Que Dios existe? No lo creo, porque, de existir, se cuidaría un poco más de los hombres.

Un caballero católico acepta el desafío y le contesta:
-Falso, señor profesor. Es usted quien no se ocupa de Dios, ya que Dios se ha preocupado bien de usted. Porque, para salvar a los hombres, el mismo Dios se ha hecho hombre.
El profesor reconoce su atrevimiento y empieza a pensar. No mucho después abrazaba el catolicismo.

Tener con nosotros a Dios hecho hombre, es la condescendencia suma a que Dios ha podido llegar. El Hombre Jesús nos descubre a Dios tal como es Dios con nosotros, porque es Dios quien actúa en Jesús para decirnos cómo Dios nos ama, cómo quiere que seamos, cómo quiere que actuemos en la vida, cómo vamos a ser después para siempre.

Dios ha hecho todas las cosas y en ellas ha dejado la huella de su propio ser, sobre todo de su amor. Por eso la creación entera es una revelación manifiesta de Dios. Dentro de la creación, el hombre es la criatura más excelsa, pues ha sido hecho como varón y como mujer a imagen y semejanza de Dios. Pero en Jesús, Dios ha manifestado toda su gloria en la máxima expresión. El Dios hecho Hombre ha revelado al hombre todo lo que Dios es, lo que ama, lo que promete y lo que va a ser para el hombre glorificado.
Si examinamos esas cuatro palabras clave del párrafo del Concilio y del Catecismo, descubrimos en ellas todo el abismo de la bondad de Dios.

¿Que Dios, en Jesús, trabaja con manos de hombre?... Entonces nosotros amamos nuestra fatiga, nuestro esfuerzo, nuestro deber diario. Si Dios ha hecho lo que hago yo, ¿por qué no voy a hacer yo lo que ha hecho Dios?...

¿Que Dios, en Jesús, piensa con inteligencia de hombre?... Entonces, ¿no veo cómo mis pensamientos pueden ser un cielo límpio, bello, que refleje toda la hermosura del alma preciosa de Jesús?

¿Que Dios, en Jesús, quiso y se determinó con voluntad de hombre?... Entonces, ¿cómo debo yo abrazarme con todo el querer de Dios, si Dios mismo me enseña a hacerlo como Él?
¿Que Dios, en Jesús, amó y ama con corazón de hombre?... Entonces, ¿no veo cómo el amor mío es un amor como el del mismo Dios?...

El hecho de la Encarnación del Hijo de Dios no ha podido ser invento nuestro. No hay hombre que pueda imaginarse algo semejante. Lo sabemos por revelación de Dios, y no es extraño que esta verdad cristiana tan fundamental haya sido objeto, desde la antigüedad hasta hoy, de discusiones acaloradas. Antiguamente se decían algunos herejes:
- ¿Dios unido a la materia? ¡Imposible!...
Hoy se han dicho algunos:
- ¿El hombre necesita a Dios? ¡No nos hace falta!...

Pero la verdad cristiana se mantiene firme: Dios, en Jesús, se hace hombre; y el hombre, en Jesús, llega a ser Dios.

Dios no ha podido descender más abajo, y el hombre no ha podido subir más arriba.

Todo ha sido obra del amor de Dios para ganarse el amor del hombre y darle la salvación. ¿Cabe ahora en el hombre negar a Dios el amor y no aceptar la salvación que Dios le ofrece?... Algunos, harán lo que quieran. Otros, nos apegamos a ese Dios, que, en Jesús, lo es todo para nosotros...

¿HONRADO?


¿Honrado? 



En un centro comercial en un lugar de los Estados Unidos una pareja se acercó a comprar un artículo. La empleada les atendió solícita y no se percató que al darles el cambio, se le fue la mano y les dio mucho dinero de más. Ellos, que tenían prisa, tampoco se dieron cuenta del error.

Ya fuera del centro comercial fueron a un restaurante. Al revisar su billetera, el hombre se percata de que había recibido mucho dinero como cambio; ¡Unas cincuenta veces más de lo que pagó! Se había dado una confusión de la denominación de los billetes. Él dijo a su pareja que debían ir de inmediato a devolver lo que no era suyo, y retornaron al centro comercial enseguida.

Al acercarse hacia la empleada, la llamaron aparte para no avergonzarla ante otros ni complicarle la vida:
- Señorita, usted me dio dinero de más como cambio de la compra que le hice hace unos minutos. Aquí le devuelvo su dinero y deme lo que es correcto y tenga más cuidado la próxima vez. La mujer se quedó boquiabierta y, siendo responsable, llamó a su jefe de sección y le explicó de qué se trataba.

El hombre se acercó presto a la pareja, asombrado también, y le explicó al honrado caballero:
- Señor, ¿ve esa cámara de TV? Allí se ha grabado todo, desde que usted hizo la compra, cuando se le dio cambio de más y ahora que usted ha retornado ese dinero que por error se le dio. Nuestra compañía quiere honrarle y pedirle que nos permita publicar este hecho ejemplar que ya casi no se da en estos días.

Un tanto nervioso, el aludido tomó del brazo al jefe de sección de ese centro comercial y, en voz baja le dijo:
- Señor, olvídese de lo ofrecido; si usted hace eso me pondría en problemas. Yo soy casado, y la mujer que está conmigo no es mi esposa. !!!

Sí, se trataba de un caso extraordinario de honradez; pero no había integridad en aquel hombre. Puede haber honradez sin integridad, pero nunca integridad sin honradez. Dios quiere que tú y yo seamos íntegros; luego la honradez y los demás valores vendrán como lenguaje natural del corazón limpio. Los que somos de Cristo… ¡Hagamos la diferencia!

ORACIÓN A SAN JOSÉ

martes, 15 de septiembre de 2015

EL EVANGELIO DE HOY: MARTES 15 DE SEPTIEMBRE DEL 2015 - NUESTRA SEÑORA DE LOS DOLORES


Ahí tienes a tu madre
Solemnidades y Fiestas


Juan 19, 25-27. Tiempo Ordinario. María, Nuestra Señora de los Dolores, fiel como siempre, a los pies de la cruz. 


Por: P . Clemente González | Fuente: Catholic.net 



Te adelantamos las Reflexiones del Evangelio de la 24a. Semana del Tiempo Ordinario,  del domingo 13 al sábado 19 de septiembre 2015.
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Del santo Evangelio según san Juan 19, 25-27 
Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: Mujer, ahí tienes a tu hijo. Luego dice al discípulo: Ahí tienes a tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa.

Oración
Dios mío, ¡qué gran misterio de amor me propones hoy para mi meditación! A pesar de que una espada atravesó el corazón de tu Madre Santísima, ella siempre se mantuvo firme en la fe y con gran amor hoy me acoge, me ama y me enseña las virtudes que me pueden llevar a la santidad.

Petición
María, intercede por mí para que pueda hacer una buena oración.

Meditación del Papa Francisco
Nuestro camino de fe está unido de manera indisoluble a María desde el momento en que Jesús, muriendo en la cruz, nos la ha dado como Madre diciendo: “He ahí a tu madre”. Estas palabras tienen un valor de testamento y dan al mundo una Madre. Desde ese momento, la Madre de Dios se ha convertido también en nuestra Madre. En aquella hora en la que la fe de los discípulos se agrietaba por tantas dificultades e incertidumbres, Jesús les confió a aquella que fue la primera en creer, y cuya fe no decaería jamás. Y la “mujer” se convierte en nuestra Madre en el momento en el que pierde al Hijo divino. Y su corazón herido se ensancha para acoger a todos los hombres, buenos y malos, y los ama como los amaba Jesús. La mujer que en las bodas de Caná de Galilea había cooperado con su fe a la manifestación de las maravillas de Dios en el mundo, en el Calvario mantiene encendida la llama de la fe en la resurrección de su Hijo, y la comunica con afecto materno a los demás. María se convierte así en fuente de esperanza y de verdadera alegría.
La Madre del Redentor nos precede y continuamente nos confirma en la fe, en la vocación y en la misión. Con su ejemplo de humildad y de disponibilidad a la voluntad de Dios nos ayuda a traducir nuestra fe en un anuncio del Evangelio alegre y sin fronteras. De este modo nuestra misión será fecunda, porque está modelada sobre la maternidad de María. A ella confiamos nuestro itinerario de fe, los deseos de nuestro corazón, nuestras necesidades, las del mundo entero, especialmente el hambre y la sed de justicia y de paz; y la invocamos todos juntos: ¡Santa Madre de Dios! (Homilía de S.S. Francisco, 1 de enero de 2014).
Reflexión
Cuando Dios había decidido venir a la tierra había pensado ya desde toda la eternidad en encarnarse por medio de la criatura más bella jamás creada. Su madre habría de ser la más hermosa de entre las hijas de esta tierra de dolor, embellecida con la altísima dignidad de su pureza inmaculada y virginal. Y así fue. Todos conocemos la grandeza de María.

Pero María no fue obligada a recibir al Hijo del Altísimo. Ella quiso libremente cooperar. Y sabía, además, que el precio del amor habría de ser muy caro. “Una espada de dolor atravesará tu alma” le profetizó el viejo Simeón. Pero, ¡cómo no dejar que el Verbo de Dios se entrañara en ella! Lo concibió, lo portó en su vientre, lo dio a luz en un pobre pesebre, lo cargó en sus brazos de huida a Egipto, lo educó con esmero en Nazaret, lo vio partir con lágrimas en los ojos a los 33 años, lo siguió silenciosa, como fue su vida, en su predicación apostólica...

Lo seguiría incondicionalmente. No se había arrepentido de haber dicho al ángel en la Anunciación: “Hágase”. A pesar de los sufrimientos que habría de padecer. ¡Pero si el amor es donación total al amado! Ahora allí, fiel como siempre, a los pies de la cruz, dejaba que la espada de dolor le desencarnara el corazón tan sensible, tan puro de ella, su madre. A Jesús debieron estremecérsele todas las entrañas de ver a su Purísima Madre, tan delicada como la más bella rosa, con sus ojos desencajados de dolor. Los dos más inocentes de esta tierra. Aquella única inocente, a la que no cargaba sus pecados. La Virgen de los Dolores. La Corredentora.

Ella nos enseña la gallardía con que el cristiano debe sobrellevar el dolor. El dolor no es ya un maldito hijo del pecado que nos atormenta tontamente; es el precio del amor a los demás. No es el castigo de un Dios que se regocija en hacer sufrir a sus criaturas, es el momento en que podemos ofrecer ese dolor por el bien espiritual de los demás, es la experiencia de la corredención, como María. Ella miró la cruz y a su Hijo y ofreció su dolor por todos nosotros.

¿No podríamos hacer también lo mismo cuando sufrimos? Mirar la cruz. Salvar almas. La diferencia con Nuestra Madre es que en esa cruz el sufrir de nuestra vida está cargado en las carnes del Hijo de Dios. Él sufrió por nuestros pecados. Él nos redimió sufriendo. Ella simplemente miró y ayudó a su Hijo a redimirnos.

Propósito
En este día rezar a la Virgen Dolorosa para que interceda por nosotros en los mometos de enfermedad y sufrimiento y encomendar a su cuidado a los enfermos o personas que sufren que están cerca de nosotros.

Diálogo con Cristo
Jesús, aunque experimente dificultades y problemas, situaciones de sufrimiento y dolor, momentos difíciles de comprender y de aceptar, siguiendo el ejemplo de María, tengo la seguridad que todo tendrá una razón y un sentido. Sin embargo soy débil para ofrecerte que quiero ser purificado en el dolor… simplemente sé y confío en que me darás lo que necesito para entrar un día en el cielo, ¡gracias Padre mío!

LOS JUICIOS HUMANOS


LOS JUICIOS HUMANOS



Había una vez un matrimonio con un hijo de doce años que tenían un burro. Decidieron viajar, trabajar y conocer el mundo. 

Así, al pasar por el primer pueblo, la gente comentaba: "¡Mira ese chico mal educado!. Él arriba del burro y los pobres padres, ya grandes, llevándolo de las riendas!".

Entonces, la mujer le dijo a su esposo: "No permitamos que la gente hable mal del niño." El esposo lo bajó y se subió él.

Al llegar al segundo pueblo, la gente murmuraba: "¡Mira qué sinvergüenza es ese tipo!. Deja que la criatura y la pobre mujer tiren del burro, mientras él va muy cómodo encima!".

Entonces, tomaron la decisión de subirla a ella al burro mientras padre e hijo tiraban de las riendas.

Al pasar por el tercer pueblo, la gente comentaba: "¡Pobre hombre!. Después de trabajar todo el día, debe llevar a la mujer sobre el burro!. ¿Y el pobre hijo?. ¡Qué le espera con esa madre!".

Se pusieron de acuerdo y decidieron subir al burro los tres para comenzar nuevamente su peregrinaje.

Al llegar al pueblo siguiente, escucharon que los habitantes decían: 
"¡Son unas bestias, más bestias que el burro que los lleva, van a partirle la columna!".

Por último, decidieron bajarse los tres y caminar junto al burro. Pero al pasar por el pueblo siguiente no podían creer lo que las voces decían sonrientes: "¡Mira a esos tres idiotas: caminan, cuando tienen un burro que podría llevarlos!"

Moraleja:
Siempre te criticarán, hablarán mal de ti y será difícil que encuentres alguien a quien le conformen tus actitudes. Entonces: ¡Vive como creas!, haz lo que te parezca correcto a ti, lo que te dicte tu conciencia y tu corazón.

LA VIDA COMO ALGO DIVINO


La vida como algo divino 
Dios es la verdadera vida del hombre, que está hecho a imagen y semejanza de Dios. Cuanto más el hombre se da cuenta de cómo es esa Vida y más participa de ella conscientemente, más y mejor vive.


Por: Ramiro Pellitero | Fuente: Catholic.net 




Para la Biblia, la vida es algo de Dios, en sentido fuerte, es decir no solo pertenece a Dios como su autor y Señor, sino que en último término la vida es propiamente algo divino. También por eso la vida más perfecta es la consciente de sí misma.


La Vida es Dios

1. En su encíclica Evangelium vitae (1995), Juan Pablo II toma en serio la declaración del Evangelio de San Juan de que la vida es algo divino en sentido fuerte, es un atributo del ser divino: “En Él [el Verbo=el Hijo de Dios] estaba la vida y la vida era la luz de los hombres. Y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la recibieron” (Jn 1, 4-5).

     En ese texto se atribuye a Dios el ser vida. Para la Biblia, la vida es algo de Dios, en sentido fuerte, es decir no solo pertenece a Dios como su autor y Señor, sino que en último término la vida es propiamente algo divino.

     De ahí que cuando los cristianos hablamos de “vida divina o sobrenatural” –y de que la vida cristiana es participación de esa Vida que habría que escribir con mayúscula–, no lo hacemos en sentido meramente metafórico.

    En efecto, la vida divina sería “como” la vida humana si ésta fuera sin más la verdadera vida. Y esto sería así si la vida humana pudiera ser explicada simplemente desde abajo, desde su génesis (en cuanto originada en nuestros padres) y desde su pasado material.

    En ese caso la vida que recibimos “desde arriba” (como participación de la vida divina) y “desde abajo” (la vida terrena que a veces se organiza de espaldas a Dios), que el griego bíblico denomina respectivamente “zoë” y “bios”, designaría dos realidades opuestas por su origen. Como si dijéramos: bueno, la vida verdadera es la humana que recibimos de nuestros progenitores, que se desarrolla por su cuenta; y luego lo otro es cosa de la fe, o viene después a añadirse a la vida humana, para hacernos parecidos a lo divino o algo así.

    Pero es significativo –observa Spaemann al estudiar este tema– que estos dos conceptos que en su uso por San Juan expresan actitudes diferentes ante la vida– hayan sido traducidos a otras lenguas (latín, romance, lenguajes germanos y eslavos) con el mismo término: vida (*). O sea, que tan vida es la vida divina como la humana. Más aún: la vida divina es la vida en el sentido pleno, la vida por excelencia.

    Dicho brevemente: para San Juan, la vida es, sobre todo y sencillamente, algo divino, transcendente. Y, por tanto, ni se realiza ni se entiende plenamente sin Dios. En todo caso es un don divino. En esta perspectiva, quien vive al margen de Dios, propiamente no vive una vida verdadera.

    En esa línea la Evangelium vitae recoge esta cita de Dionisio el Pseudoareopagita, teólogo cristiano-bizantino de los siglos V-VI, que merece la pena citar aquí por entero:

     “Celebremos ahora la Vida eterna, fuente de toda vida. Desde ella y por ella se extiende a todos los seres que de algún modo participan de la vida, y de modo conveniente a cada uno de ellos. La Vida divina es por sí vivificadora y creadora de la vida. Toda vida y toda moción vital proceden de la Vida, que está sobre toda vida y sobre el principio de ella. De esta Vida les viene a las almas el ser inmortales, y gracias a ella vive todo ser viviente, plantas y animales hasta el grado ínfimo de vida. Además, da a los hombres, a pesar de ser compuestos, una vida similar, en lo posible, a la de los ángeles. Por la abundancia de su bondad, a nosotros, que estamos separados, nos atrae y dirige. Y lo que es todavía más maravilloso: promete que nos trasladará íntegramente, es decir, en alma y cuerpo, a la vida perfecta e inmortal. No basta decir que esta Vida está viviente, sino que es Principio de vida, Causa y Fundamento único de la vida. Conviene, pues, a toda vida el contemplarla y alabarla: es Vida que vivifica toda vida” (subrayado nuestro).

La vida es más perfecta cuanto más consciente de sí misma
    2. Nota Spaemann que para la perspectiva bíblica, la vida en sentido pleno es la vida consciente de sí misma. Para San Juan la vida divina es la referencia primera en una línea descendente de analogados (se llama analogado principal en una comparación al elemento del que todos dependen o al que todos se refieren). En la secuencia de los seres vivos, la vida vegetal es el “eco más débil”, y, por tanto, el menos accesible para nosotros.

    En contraste con la visión científica actual según la cual lo que mejor entendemos son las formas inferiores de la vida y lo peor a nosotros mismos, Spaemann observa que más bien sucede lo que Heidegger describe en “Ser y Tiempo”:

     “Podemos entender la vida que no es consciente de sí misma sólo en analogía con la vida consciente, y, por tanto, como algo que de alguna manera, remotamente, se parece a nuestra propia vida”.

     Desde este punto de vista, conocemos menos lo que es un murciélago que lo que es un ser humano. Por eso, cabría decir, necesitamos de mayor estudio y mayor experiencia para conocer a los murciélagos y su vida, porque nos es externa, no tenemos sobre ella la conciencia que tenemos sobre la nuestra. Y a la vez la vida humana es mucho más compleja que la de un murciélago.

     “El Espíritu, la conciencia –deduce Spaemann–, no son opuestos a la vida, como sostenía cierta filosofía de la vida, sino que son más bien la más alta expresión de la vida. La vida en su pleno sentido es vida consciente”.

     Así lo dice Santo Tomás: “El que no entiende, no vive perfectamente, sino que tiene una vida a medias”.

    Se comprende también que el Evangelio de San Juan afirme: la luz es la vida del hombre; y sólo Dios es luz, sólo Él es la vida completamente transparente para sí misma.

     En definitiva, Dios es la verdadera vida del hombre, que está hecho a imagen y semejanza de Dios. Cuanto más el hombre se da cuenta de cómo es esa Vida y más participa de ella conscientemente, más y mejor vive.

    El valor de la vida humana–no solo frente al aborto y la eutanasia, sino también frente a la indiferencia ante el dolor y las necesidades de cualquier ser humano– y su relación con Dios pueden mostrarse simplemente por la razón.

    Ahora bien, la Revelación cristiana ilumina poderosamente el valor de la vida humana, en dependencia de Dios, y también el valor de los seres vivos, que en su belleza reflejan a su modo la belleza de Dios, que se identifica con su amor.

    De ahí la importancia ­–también desde el punto de vista profundamente biológico y ecológico, podríamos decir– de la formación cristiana y del estudio de la teología, de la oración –trato directo con Dios– y del examen de conciencia, y de la evangelización, que es anuncio gozoso de la fe.

MARÍA JUNTO A LA CRUZ


María junto a la cruz
La Virgen junto a la cruz nos da otro mensaje: la cruz vale, es absolutamente necesaria para ser feliz.


Por: P. Fintan Kelly | Fuente: Catholic.net 




La voluntad de Dios significó dolor, renuncia, humillación, obediencia, silencio, ocultamiento, insultos, desprecio, hasta el momento culminante de la cruz, cuando se consumó también para Ella su pasión junto a su Hijo amado. María no tuvo nunca voluntad propia, pues su vida, su ilusión, su gozo, su paz fue siempre lo que Dios le fue descubriendo como fruto de aquel sí generoso de la anunciación.

María junto a la cruz muestra más claramente el papel que juega María en la misión de su Hijo. Vimos antes que María, en su piedad, nunca fue una persona que se aislaba de su pueblo: al orar ella lo hacía como una hija de Israel. Ahora es miembro del nuevo "Israel" que es la Iglesia o nuevo pueblo de Dios fundado por su Hijo.

¿Cuál va a ser la función de María en este nuevo pueblo de Dios? Tenemos la gran ventaja de tener a nuestras espaldas más de 2000 años de reflexión teológica sobre esto. La Tradición de la Iglesia responde espontáneamente que es ser "Madre". La Iglesia tiene una Madre, pero ¿por qué era necesario que la Iglesia tuviera una Madre?

Con la ausencia visible de Jesús a través de su muerte, los discípulos iban a quedarse huérfanos. Para suplir esa orfandad forzada por la muerte de Jesús, Él mismo los encomendó a su Madre. Lo que cada uno tiene que hacer con María es "recibirla en su casa" al estilo de San Juan Evangelista.

Este recibir a María "en su casa" es sólo una imagen para indicar una realidad más profunda: hay que tener a María como Madre, como intercesora, como ejemplo... Esto es todo lo que viene a nuestra mente al pensar en la analogía de "Madre".

No podemos pasar por alto el hecho mismo de que María estaba junto a su cruz, acompañando a su Hijo. Aquí nos muestra una faceta que ya conocemos bastante bien de su personalidad: su gran fortaleza de espíritu. El hombre delante del sufrimiento se dobla fácilmente. No aguanta ver el sufrimiento, especialmente de sus seres queridos. Es común que la mujer se afecte ante escenas sangrientas y ciertamente es bien comprensible, tomando en cuenta la gran finura de alma de la mujer.

La imagen que nos da el Evangelio de María junto a la cruz ciertamente no es de una mujer histérica, maldiciendo a los verdugos y torturadores de su Hijo. Tiene dominio de sí misma, tratando de comprender el por qué su Hijo se dejaba tratar así. Es como si la madre de un soldado contemplara a su hijo dejándose torturar por personas muy inferiores a él en fuerza física, sin hacer nada por defenderse. María sabía que Él podía liberarse como supo que podía cambiar el agua en vino en Caná.

La fortaleza de María puede decir mucho al hombre moderno tan acostumbrado a lo fácil y lo muelle. El hombre trata de erradicar la cruz de su vida. No sólo desaparece de las paredes de las casas y de las escuelas, sino especialmente de los corazones de los hombres. Parece ser que para muchos es un símbolo de poco progreso, reminiscencias de la edad media, de tiempos superados... Sin embargo, la Virgen junto a la cruz nos da otro mensaje: la cruz todavía vale, es absolutamente necesaria para ser feliz.
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