miércoles, 5 de noviembre de 2014

NO LE TENGAS MIEDO A DIOS


No le tengas miedo a Dios
Nos asegura que nuestra vida es preciosa y que ni un pelo de nuestra cabeza se nos caerá sin su permiso. ¿De qué tener miedo?


Por: P. José Luis Richard | Fuente: Catholic.net



Cristo aparece en el Evangelio como el gran exorcista del miedo. Se hace hombre para librarnos de él. Nos enseña con el ejemplo de su vida, luminosa y sin angustias. Nos asegura que nuestra vida es preciosa a los ojos del Padre y que ni un pelo de nuestra cabeza se nos caerá sin su permiso. ¿De qué tener miedo, entonces? ¿Del mundo? El lo ha vencido (Jn 16, 23). ¿A quiénes temer? ¿A los que matan, hieren, injurian o roban? Tranquilos: no tienen poder para más; al alma ningún daño le hacen (Mt 10, 28). ¿Al demonio? Cristo nos ha hecho fuertes para resistirle (1 Pe 5, 8) ¿Quizás al lujurioso o al déspota latente en cada uno de nosotros? Contamos con la fuerza de la gracia de Cristo, directamente proporcional a nuestra miseria (2 Cor 12, 10).

En el pasaje en el que camina sobre agua, Cristo avanza un paso más: tampoco debemos tenerle miedo a Dios.

Jesús se acercó caminando sobre las aguas a la barca de los discípulos. ¿Para darles un susto o con la intención de asombrarles? No. Se proponía solamente manifestarles su poder, la fuerza sobrenatural del Maestro al que estaban siguiendo.

Pero su milagro, en vez de suscitar una confianza ciega en el poderoso amigo, provoca los gritos de los aterrados apóstoles. Es un fantasma -decían temblando y corriendo seguramente al extremo de la barca-.

San Pedro es el único que domina su papel. Escucha la voz de Cristo: Soy yo, no temáis, comprende y aprovecha para proponerle un reto inaudito: caminar él también sobre las aguas. Y de lejos, traída por el fuerte viento, le llega claramente la inesperada respuesta: Ven.

Muy similar a aquella que todos los cristianos escuchamos en algunos momentos de nuestra vida. Después de haber conocido un poco a Cristo -aun entre brumas-, comenzamos a seguirle y, de repente, recibimos boquiabiertos la invitación de Cristo: Ven.

Ven: sé consecuente, sé fiel a esa fe que profesas.
Ven: el mundo está esperando tu testimonio de profesional cristiano.
Ven: tu hermano necesita tu ayuda, tu tiempo... tu dinero.
Ven: tus conocidos desean, aunque no te lo pidan, que les des razón de tu fe, de tu alegría.

Y la petición de Cristo sobrepasa, como en el caso de Pedro, nuestra capacidad. No vemos claramente la figura de Cristo. O dirigimos la mirada hacia otro sitio. El viento sopla. Las dificultades se agigantan... y estamos a punto de hundirnos o de regresar a la barca. Sentimos miedo de Cristo.

¡Miedo de Cristo! Sin atrevernos a confesarlo abiertamente, ¿cuántas veces no lo hemos sentido?

¡Miedo de Cristo! Esa sensación de quererse entregar pero sin abandonarse por temor al futuro...
¡Miedo de Cristo! Ese temor a afrontar con generosidad mi pequeña cruz de cada día.
¡Miedo de Cristo! Esa fuente de desazón y de intranquilidad porque, claro, el tiempo pasa, y ni realizo los planes de Dios ni llevo a cabo los míos.

¿Cómo se explica ese miedo de Dios? ¿Dónde puede estar nuestra vida y nuestro futuro más seguros que en sus manos? ¿Es que la Bondad anda maquinándonos el mal cuando nos pide algo? ¿Es que Él no es un Padre? ¿Por qué, entonces, le tememos? ¿De dónde proviene ese miedo?

Sólo hay una respuesta: de nosotros mismos. El miedo no es a Dios. Es a perdernos, a morir en el surco. Amamos mucho la piel como para desgarrarla toda en el seguimiento completo de Cristo.

Y Cristo no es fácil. Duro para los amigos de la vida cómoda y para quienes no entienden las duras paradojas del Evangelio: morir para vivir, perder la vida para ganarla, salir de sí mismo para encontrarse.

No todos lo entienden. Se requiere sencillez, apertura de espíritu y, como Pedro, pedir ayuda a Cristo.

Quiero confiar en Ti, Señor, para estar seguro de que en Ti encontraré la plenitud y felicidad que tanto anhelo. Deseo esperar en Ti, estar cierto de que en Ti hallaré la fuerza para llegar hasta el final del camino, a pesar de todas las dificultades. Aumenta mi confianza para que esté convencido de que Tú nunca me dejarás si yo no me aparto de Ti.

MANTÉN LA VELA ENCENDIDA




Mantén la vela encendida



Pedí a Dios agua... Él me dio un océano. 

Pedí a Dios una flor, y me dio un jardín.

Pedí a Dios un árbol, y Él me dio un bosque.

Pedí a Dios un Amigo, y Él me dejó conocerte.

'No existe oscuridad en el Planeta Tierra 

que pueda apagar la luz de una vela.' 

La Vela del Amor, La Esperanza, La Amistad. 

Esta vela fue encendida. 

Alguien que te ama la ha mantenido viva. 

enviándola a sus amigos... a Ti. 

¡No dejes que la Vela del Amor, 

La Esperanza, la Amistad se apague ! 

'Una Vela no pierde nada encendiendo otra.

Por favor... envíala a tus amigos... 

Que mi Dios te siga protegiendo y bendiga cada uno de tus días,

y permita que la felicidad inunde tu alma siempre. 

Que Dios te ilumine; 

y el amor incondicional sea tu característica más evidente.

Que tu esencia, esa verdad absoluta, desborde de ti.

Que  Dios me permita seguir manteniendo el regalo de tu amistad.

No olvides... la más tenue luz puede con la más tremenda oscuridad. 

Mantén encendida la vela de la Esperanza, 

del Amor, de la Amistad !!!

Regresará a ti multiplicada en miles de bendiciones.....

HAMBRE DE DIOS


Hambre de Dios
Autora: Madre Teresa de Calcuta


Tiempo atrás las Hermanas tropezaron con una persona en circunstancias penosas. Era una de esas personas encerradas en sí mismas, sin contacto con la sociedad que las rodea. Ocurrió en Roma, donde las Hermanas están trabajando. Creo que las Hermanas no habían descubierto nada parecido. Le lavaron las ropas, limpiaron su habitación, le prpararon un poco de agua caliente, lo dejaron todo ordenado y limpio. Hasta le dejaron preparada un poco de comida. A todo esto, él parecía mudo.

No fue capaz de pronunciar palabra alguna. Las Hermanas tomaron la decisión de acudir a su casa dos veces al día. A los pocos días, aquel hombre rompió su silencio pare decir: "Hermanas, vosotras habéis traído a Dios a mi vida. Traedme también a un padre.

 Las hermanas acudieron a un sacerdote. Aquel hombre se confesó, después de 60 años al día siguiente murió. Esto es algo hermoso. La ternura de las jóvenes Hermanas llevó a Dios a la vida de aquel hombre que a lo largo de tantos años había permanecido olvidado de lo que es el amor de Dios, el amor de uno hacia otro, de lo que significa sentirse amados. Lo había olvidado, porque su corazón se había cerrado todo. El trabajo humilde, sencillo, lleno de ternura de as jóvenes Hermanas fue el vehículo de que se sirvió Dios para penetrar en la vida de aquel pobre hombre. Pero lo que más me impresionó fue la grandeza y dignidad de la vocaci{on sacerdotal: aquel pobre hombre tuvo necesidad del sacerdote para entrar en contacto con Dios.

Creo que es esto lo que podemos aprender de nuestra Señora: su ternura. Todos, vosotros y yo, tenemos que hacer uso de lo que Dios nos ha dado, de aquello para lo cual nos ha creado Dios. Porque Dios nos ha creado para cosas más grandes: para amar y para ofrecer amor, para que experimentemos una profunda ternura hacia los demás, como la tuvo él. Y para que sepamos ofrecer a Jesús a los demás.

La gente no tiene hambre de nosotros. La gente tiene hambre de Dios. Tiene hambre de Jesús, de la eucaristía.

EL PAPA FRANCISCO HABLA SOBRE LOS OBISPOS HOY MIÉRCOLES 5 DE NOVIEMBRE DEL 2014


EL PAPA FRANCISCO: SER OBISPO ES UN SERVICIO, NO UNA HONORIFICENCIA CON LA QUE VANAGLORIARSE


El Papa Francisco, en su catequesis sobre la dimensión jerárquica de la Iglesia, afirmó que el Señor se hace presente en la Iglesia, la guía y la cuida mediante el servicio del ministerio episcopal: “En la persona y el ministerio del Obispo se expresa la maternidad de la Iglesia, que nos engendra, alimenta y conforta con los sacramentos”.

El Sucesor en la Cátedra de Pedro dijo que “como sucesores de los Apóstoles, también los obispos son enviados a anunciar el Evangelio y apacentar el rebaño de Cristo. No se trata, por tanto, de un cargo honorífico, sino de un servicio que se ha de realizar siguiendo el ejemplo de Jesús, el Buen Pastor.” 

Texto completo de la catequesis del Santo Padre: La Iglesia, Santa Madre Iglesia Jerárquica

"Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hemos escuchado las cosas que el Apóstol Pablo dice al Obispo Tito. ¡Cuántas virtudes debemos tener los obispos! ¿Hemos oído todos, no? No es fácil. No es fácil porque nosotros somos pecadores. Pero nos confiamos a sus oraciones para que al menos nos acerquemos a esas cosas que el apóstol Pablo aconseja a todos los obispos. ¿De acuerdo? ¿Rezarán por nosotros?

Ya hemos tenido ocasión de señalar, en las catequesis precedentes, cómo el Espíritu Santo colma siempre la Iglesia de sus dones, con abundancia. Ahora, en el poder y en la gracia de su Espíritu, Cristo no deja de suscitar ministerios, con el fin de construir las comunidades cristianas como su cuerpo. Entre estos ministerios, se distingue el episcopal. En el Obispo, coadyuvado por los presbíteros y diáconos, es Cristo mismo quien se hace presente y continúa cuidando a su Iglesia, asegurando su protección y guía.

En la presencia y en el ministerio de los Obispos, Sacerdotes y Diáconos, podemos reconocer el verdadero rostro de la Iglesia: es la Santa Madre Iglesia Jerárquica. 

Y realmente a través de estos hermanos elegidos por el Señor y consagrados con el sacramento del Orden, la Iglesia ejerce su maternidad: nos engendra en el Bautismo como cristianos, haciéndonos nacer de nuevo en Cristo; vigila nuestro crecimiento en la fe; nos acompaña entre los brazos del Padre para recibir su perdón; prepara para nosotros la mesa Eucarística, donde nos alimenta con la palabra de Dios y el Cuerpo y la Sangre de Jesús; invoca sobre nosotros la bendición de Dios y la fuerza de su Espíritu, sosteniéndonos en todo el transcurso de nuestra vida y envolviéndonos con su ternura y su calor, sobre todo en los momentos más delicados de prueba, de sufrimiento y de muerte.

Esta maternidad de la Iglesia se expresa en particular en la persona del Obispo y en su ministerio. De hecho, como Jesús eligió a los apóstoles y los envió a predicar el Evangelio y apacentar su rebaño, así los obispos, sus sucesores, están colocados a la cabeza de las comunidades cristianas, como garantes de su fe y como un signo vivo de la presencia del Señor en medio de ellos. Comprendemos, por lo tanto, que no se trata de una posición de prestigio, de un cargo honorífico. 

El episcopado no es una condecoración, es un servicio. Jesús lo ha querido así. No debe haber lugar en la Iglesia para la mentalidad mundana. La mentalidad mundana dice: “Este hombre ha hecho la carrera eclesiástica, se ha convertido en Obispo…” No. En la Iglesia no debe haber lugar para esta mentalidad. El episcopado es un servicio, no es una condecoración con la que jactarse. Ser Obispos quiere decir tener siempre ante los ojos el ejemplo de Jesús, que como Buen Pastor no vino a ser servido, sino a servir (cf. Mt 20, 28; Mc 10,45), y para dar su vida por las ovejas (cf. Jn 10,11). 

Los santos Obispos - y hay muchos en la historia de la Iglesia, muchos obispos santos - nos muestran que este ministerio no se busca, no se pide, no se compra, sino que se recibe en obediencia, no para elevarse, sino para abajarse, al igual que Jesús que “se humilló, se hizo obediente hasta la muerte, y una muerte en cruz “ (Flp 2,8). Es triste cuando se ve un hombre que busca este oficio y que hace tantas cosas para llegar hasta allí, y cuando llega allí, no sirve, se pavonea, vive solamente para su vanidad.

Hay otro elemento precioso que merece ser resaltado. Cuando Jesús escogió y llamó a los apóstoles, los pensó no separados el uno del otro, cada uno por su cuenta, sino juntos, para que estuvieran con Él, unidos como una sola familia. También los Obispos constituyen un único colegio, reunidos en torno al Papa, que es el custodio y garante de esta profunda comunión, tan querida por Jesús y por sus mismos apóstoles. ¡Qué bello es, entonces, cuando los obispos junto con el Papa expresan esta colegialidad y buscan ser más servidores de los fieles, más servidores de la Iglesia! Lo hemos experimentado recientemente en la Asamblea del Sínodo sobre la familia.

Pero pensemos en todos los Obispos desparramados en el mundo que, aun viviendo en localidades, culturas, sensibilidades y tradiciones diferentes y distantes entre sí, de una parte a la otra, - el otro día un obispo me decía que para llegar a Roma se necesitaban, desde donde él está, más de 30 horas de avión…- tan lejos unos de otros y se convierten en expresión de la unión íntima, en Cristo, y entre sus comunidades . Y en la oración común eclesial, todos los Obispos se colocan juntos en escucha del Señor y del Espíritu, pudiendo de este modo poner atención en profundidad al hombre y a los signos de los tiempos (cf. Conc. Concilio Ecuménico. Vat. II, Const. Gaudium et spes, 4 ).

Queridos amigos, todo esto nos hace comprender por qué las comunidades cristianas reconocen en el Obispo un gran don, y están llamadas a alimentar una comunión sincera y profunda con él, empezando por los presbíteros y diáconos. La Iglesia no está sana allí donde los fieles, los diáconos y los presbíteros no están unidos al obispo. Esta Iglesia no unida al obispo es una Iglesia enferma. 

Jesús ha querido la unión de todos los fieles con el obispo, también de los diáconos y de los presbíteros. Y esto lo hacen conscientes de que es justamente en el Obispo en quien se hace visible la relación de cada Iglesia con los Apóstoles y con todas las otras comunidades, unidas con sus Obispos y con el Papa en la única Iglesia del Señor Jesús, que es nuestra Santa Madre Iglesia jerárquica. Gracias".

(Traducción del italiano: Griselda Mutual, Radio Vaticana)

ESCUCHA


Escucha
Autor: Madre Teresa de Calcuta


Siempre ten presente que la piel se arruga, el pelo se vuelve blanco,
los días se convierten en años...

Pero lo importante no cambia; tu fuerza y tu convicción no tienen edad.

Tu espíritu es el plumero de cualquier tela de araña.

Detrás de cada línea de llegada, hay una de partida.

Detrás de cada logro, hay otro desafío.

Mientras estés vivo, siéntete vivo.

Si extrañas lo que hacías, vuelve a hacerlo.

No vivas de fotos amarillas...

Sigue aunque todos esperen que abandones.

No dejes que se oxide el hierro que hay en ti.

Haz que en vez de lástima, te tengan respeto.

Cuando por los años no puedas correr, trota.

Cuando no puedas trotar, camina.

Cuando no puedas caminar, usa el bastón.

 ¡Pero nunca te detengas!

ADICTOS A LA TECNOLOGÍA


Adictos a la tecnología
Uso excesivo de Internet y redes sociales

La persona humana es un ser para el encuentro y la comunicación personal


Por: Carlota Sedeño Martínez | Fuente: Catholic.net



“Sufrir ansiedad por olvidar el móvil en casa y no estar conectado, pasar varias horas conectados a WhatsApp, evitar el contacto personal y referir siempre a WhatsApp sea cual sea el contenido de la conversación, y escuchar alertas de WhatsApp sin que se haya recibido ningún mensaje, son claros signos de lo que recientemente se acuña con el término WhatsAppitis”. Son palabras de la psicóloga Amaya Terrón.  Quizá ésta no sea una situación general entre adultos pero es bastante frecuente ver a personas que caminan por la calle mirando su móvil, olvidando lo que ocurre a su lado. Se trata de un uso excesivo de Internet y redes sociales.
Es verdaderamente llamativo que una tecnología que es tan útil pueda llegar a convertirse en algo nocivo y que produzca incomunicación en muchos casos. Pero, por otra parte, se comprende ya que, por su abuso, como en tantas otras cosas, puede apartar de la vida. En ocasiones, las horas en Internet se restan al contacto personal con familia y amigos.
Aldous Huxley, el autor de “Un mundo feliz”, ya habló en su época de “condicionamiento infantil” y de “narco-hipnosis”. La pequeña pantalla táctil puede llegar a producir la ilusión de estar eligiendo libremente cuando, en muchos casos, lo que produce es individuos pasivos que no saben realmente elegir sino que son conducidos a elecciones y situaciones borreguiles.  Las encuestas ya van haciendo ver que el uso de las aplicaciones de mensajería móvil y de las redes sociales son causa de peleas para un tanto por ciento alto de parejas que continúan usando sus correspondientes artilugios mientras cenan o toman algo en un bar. Seis de cada diez usuarios manifiestan estar enganchados a la red. Se produce un cierto desinterés por la vida real. En la vida diaria se da frecuentemente el corte de una conversación entre dos personas que es interesante para las dos o, al menos, para una de ellas, debido a que ha sonado una musiquilla o un Beep, y el diálogo se corta bruscamente. La usuaria del móvil inicia una nueva conversación al margen de la persona que tiene a su lado. El asunto no podía esperar. Y sí, podía esperar ya que ni era urgente ni importante. Al hilo de estas consideraciones, me viene a la cabeza algo que me llama mucho la atención: los cientos de fotos que cada poseedor de un móvil realiza durante un viaje, fotos que no serán vistas en su mayoría pero que están acumuladas en el móvil o en el ordenador personal.
La persona humana es un ser para el encuentro y la comunicación personal. Hoy, se da la paradoja de que muchas personas dicen encontrarse muy solas en medio de este mundo intercomunicado a través de móviles, redes sociales, correos electrónicos, etc. ¿Por qué se vive en una actitud individualista y egoísta? ¿Por qué es tan difícil prestar atención, hacer silencio y escuchar, saber escuchar de verdad? Creo que es algo absurdo mantener una tertulia continua “on line” que obliga a fingir, en algunos casos, que se está atento y a poner, de vez en cuando, un “jajajaja” para hacer notar que se está participando. Lo cierto es que el silencio es uno de los grandes “pecados” en este tipo de tertulias que no cesan. Con mucha razón oí, hace pocos días, a una profesional de la enseñanza una exclamación que manifestaba el hartazgo de estas tertulias continuas y su decisión de apagar el móvil una vez llegada a su casa para prestar atención a su familia. Había llegado a la saturación por atender a estos círculos de “amigos” que no cesan de hablar y enviar curiosidades, chistes y críticas malévolas sobre otras personas.
Las cifras de la amistad en las redes sociales chocan con el llamado “número Dunbar” establecido por el antropólogo inglés Robin Dunbar quien afirma la imposibilidad de mantener más de 150 relaciones sociales estables.  Y en Estados Unidos, donde nació el fenómeno Facebook, miles de usuarios están ya en la siguiente fase ya que se jactan de haber abandonado Facebook.  Surgen iniciativas para contactar con posibles amigos para luego tratarles personalmente, o sea, para tener unas relaciones verdaderamente personales. La creciente adicción tecnológica ha llevado a muchos norteamericanos a optar por la “desintoxicación” de pantallas, alarmas y vibraciones durante unos días. En Nueva York ha tenido lugar el llamado “Retiro de Desintoxicación Digital” para que los “desenchufados” exploren modos de vida más consciente, con más significado y más equilibrada.
Es interesante saber que algunos de los “padres” de las empresas que dominan nuestra vida digital alejan a sus hijos de las pantallas. Por ejemplo, Steve Jobs, fundador de Apple, no dejaba a sus hijos jugar con el iPad. Y muchos de ellos limitan su tiempo en Internet. El tema es grave con los adolescentes si sus padres no ponen límites desde que son niños. Como es bien sabido ya, se producen intercambios de archivos comprometidos, propagación de bulos y cotilleos dañinos, acosos, etc. El origen está en la gran inmadurez de chicos y chicas y en la ausencia de límites por parte de los padres. A veces, se contempla toda la problemática a distancia sin ser conscientes de la adicción de sus hijos que, a veces, copian la conducta de sus mayores, esa es la realidad.

ZACARÍAS E ISABEL, SANTOS, PADRES DE JUAN EL BAUTISTA, 5 DE NOVIEMBRE


Zacarías e Isabel, Santos
Padres de Juan el Bautista, 5 de noviembre y 23 de septiembre


Por: | Fuente: Arquidiócesis de Madrid



Padres de Juan el Bautista

Martirologio Romano: Conmemoración de los santos Zacarías e Isabel, padres de san Juan Bautista, Precursor del Señor. Isabel, al recibir a su pariente María en su casa, llena de Espíritu Santo saludó a la Madre del Señor como bendita entre todas las mujeres, y Zacarías, sacerdote lleno de espíritu profético, ante el hijo nacido alabó a Dios redentor y predicó la próxima aparición de Cristo, Sol de Oriente, que procede de lo Alto.

La alabanza más sintética, autorizada y profunda que se ha dicho de este matrimonio es que "ambos eran justos ante Dios". Fue nada menos que el evangelista san Lucas quien la hizo.

Se sabe que él era sacerdote del templo de Jerusalén y que su esposa Isabel era pariente —puede ser que prima— de la Virgen María. Se sabe, también por el testimonio evangélico y por sus propias palabras, que eran ya mayores y que no habían logrado tener descendencia por más deseada que fuera.

Un día, cumple Zacarías el oficio sacerdotal y, mientras ofrece el incienso, ve un ángel —se llama Gabriel— que le dice: "Tu oración ha sido escuchada; Isabel, tu mujer, te dará a luz un hijo al que pondrás por nombre Juan".

Aunque Zacarías es un hombre piadoso y de fe, no da crédito a lo que está pasando. Cierto que los milagros son posibles y que Dios es el Todopoderoso, cierto que se cuenta en la historia un repertorio extenso de intervenciones divinas, cierto que conoce obras portentosas del Dios de Israel, pero que "esto" de tener el hijo tan deseado le pueda pasar a él y que su buena esposa "ahora" que es anciana pueda concebir un hijo... en estas circunstancias... vamos que no se lo cree del todo por más que a un ángel no se le vea todos los días.

El castigo por la debilidad de su fe será la mudez hasta que lo prometido de parte de Dios se cumpla. Cuando nace Juan —el futuro Bautista— Zacarías recupera el habla, bendice a Dios y entona un canto de júbilo, profetizando. También Isabel prorrumpió en una exclamación sublime —que repetimos al rezar cada Avemaría— cuando estaba encinta y fue visitada por la Virgen: "Bendita tú entre todas las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre". Añadiendo: "¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte de Dios!".

Con Zacarías e Isabel la fe es aclamada con exultación y reconocida en su inseparable oscuridad.

En algunos santorales su celebración está marcada para el 23 de septiembre, en otros el 5 de noviembre.

ORACIÓN POR LOS ENFERMOS


Oración por los enfermos 

Señor Jesús Tú tienes un cariño muy especial por los enfermos. 
En tu evangelio apareces sanando consolando, fortaleciendo y perdonando a muchos enfermos graves. 

Ten compasión de estas familias tan preocupada por su salud 
Haz sentir en esta casa el amor que Tú le tienes.

Dale paciencia en su enfermedad y si es para mayor bien de esta familia y mayor gloria tuya, alíviale de sus dolores y molestias y sánala lo más pronto posible. 

Te lo pedimos a ti por la intercesión de María la Madre de Jesús. Amén .

martes, 4 de noviembre de 2014

EL EVANGELIO DE HOY: MARTES 4 DE NOVIEMBRE DEL 2014




La parábola de los invitados que se excusan
Parábolas
Lucas 14, 15-24, Tiempo Ordinario. Dichosos somos, pues Nuestro Señor, nos invita a su banquete cada día.


Por: Catholic.net | Fuente: Catholic.net



Del santo Evangelio según san Lucas 14, 15-24
Habiendo oído esto, uno de los comensales le dijo: «¡Dichoso el que pueda comer en el Reino de Dios!» Él le respondió: «Un hombre dio una gran cena y convidó a muchos; a la hora de la cena envió a su siervo a decir a los invitados: "Venid, que ya está todo preparado." Pero todos a una empezaron a excusarse. El primero le dijo: "He comprado un campo y tengo que ir a verlo; te ruego me dispenses." Y otro dijo: "He comprado cinco yuntas de bueyes y voy a probarlas; te ruego me dispenses." Otro dijo: "Me he casado, y por eso no puedo ir." «Regresó el siervo y se lo contó a su señor. Entonces, airado el dueño de la casa, dijo a su siervo: "Sal en seguida a las plazas y calles de la ciudad, y haz entrar aquí a los pobres y lisiados, y ciegos y cojos." Dijo el siervo: "Señor, se ha hecho lo que mandaste, y todavía hay sitio." Dijo el señor al siervo: "Sal a los caminos y cercas, y obliga a entrar hasta que se llene mi casa." Porque os digo que ninguno de aquellos invitados probará mi cena».

Oración introductoria
Señor, creo en Ti, espero y te amo. No soy digno de acercarme a Ti porque te he fallado, pero confío en tu misericordia. Quiero responder con prontitud a tu invitación, participando con toda mi mente y mi corazón en el banquete de la oración.

Petición
Jesús, que en mi vida seas Tú lo primero y lo más importante.

Meditación del Papa Francisco
Es la Iglesia de los invitados, estamos invitados a participar en una comunidad con todos. Pero en la parábola narrada por Jesús leemos que los invitados, uno tras otro, empiezan a encontrar excusas para no ir a la fiesta.
¡No aceptan la invitación! Dicen que sí, pero no lo hacen. Ellos son los cristianos que se conforman sólo con estar en la lista de los invitados: cristianos enumerados. Pero esto no es suficiente, porque si no se entra en la fiesta no se es cristiano. ¡Tú estarás en la lista, pero esto no sirve para tu salvación! Entrar en la Iglesia es una gracia; entrar en la Iglesia es una invitación. Y este derecho, no se puede comprar. Entrar en la Iglesia es hacer comunidad, comunidad de la Iglesia; entrar en la Iglesia es participar de todo aquello que tenemos, de las virtudes, de las cualidades que el Señor nos ha dado, en el servicio del uno para el otro. Además entrar en la Iglesia significa estar disponible para aquello que el Señor Jesús nos pide. En definitiva entrar en la Iglesia es entrar en este Pueblo de Dios, que camina hacia la eternidad. Ninguno es protagonista en la Iglesia: pero tenemos Uno que ha hecho todo. ¡Dios es el protagonista! Todos nosotros vamos detrás de Él y quien no va detrás de Él, es uno que se excusa y no va a la fiesta. (Cf. S.S. Francisco, 5 de noviembre de 2013, homilía en Santa Marta).
Reflexión
En múltiples ocasiones Jesús utiliza la imagen del banquete para hablarnos de la Patria celestial. Nuestro Padre no se cansa de invitarnos a su casa. No le basta con invitarnos una vez, cuando todo está ya listo, vuelve a enviar a un criado para recordárnoslo. Impresionan estas palabras, "sal por los caminos y senderos e insísteles hasta que entren y se me llene la casa", pues denotan el auténtico interés de Dios que nos busca desesperadamente.

Tiene sitio en su casa y no quiere que se queden plazas vacías. Realmente Jesús nos trae una imagen del Padre totalmente novedosa. Atrás se queda el Dios justiciero, celoso e incluso vengativo, un Dios que nunca fue así, un Dios de corte demasiado humano. A través de Jesús conocemos al Padre hasta el punto de convertirse en un amoroso "Papá" (Abba) que perdona, que sale a nuestro encuentro, un Padre que se regocija enormemente ante cualquier pequeño paso que damos hacia Él.

"¡Dichoso el que coma en el banquete del Reino de Dios!" ¿Qué esperamos para hacer nuestras estas palabras? ¡Dichosos somos, pues Nuestro Señor, nos invita a su banquete cada día, Él viene a nuestro encuentro, se nos ofrece en la Eucaristía, Él es Pan de Vida, Pan que sacia el hambre, primicia del banquete definitivo en el Reino de Dios! Así es, somos privilegiados frente al comensal que le dijo a Jesús las expresivas palabras con las que hemos iniciado este párrafo. Nosotros, a diferencia de Él, ya hemos compartido, en cierta manera, la mesa con el Señor.

¡Cuántas veces se queda también Él esperándonos en el altar! ¡Cuántas veces nos excusamos en nuestras múltiples ocupaciones! El Señor hace todo lo posible por acercarnos a Él, se vuelca hacia nosotros, Él siempre es fiel, sólo espera que le correspondamos. ¿Dónde se ha visto que un anfitrión invite al mismo banquete dos veces? Si nosotros ya hemos avisado a nuestros invitados una vez, no salimos a buscarlos cuando todo está preparado, contamos con que vengan y, si no, ¡ellos se lo pierden! Demos gracias a Dios, que no conoce la soberbia ni el respeto humano, y en su generosa providencia nos espera y nos insiste. Que nuestras pequeñeces materiales, nuestros asuntos, nuestras comodidades, nuestros apegos, no nos impidan acudir a su llamada.

Propósito
Como muestra de agradecimiento por el don de la Eucaristía, llegar siempre puntual y correctamente vestido a la celebración de la Eucaristía.

Diálogo con Cristo 
Señor, ¿quién soy yo para que Tú, Dios omnipotente y dueño del universo, me busque y me invite a participar en la oración, en la Eucaristía? Respetas mi libertad cuando me hago sordo e indiferente. Me acoges cuando me acerco, porque nunca me dejas solo en la lucha por mi santificación. Gracias, Señor, por tanto amor y por estar siempre a mi lado. Contigo lo tengo todo y por Ti quiero darlo todo.

LA VIDA Y SUS PROBLEMAS


La vida y sus problemas


Muchas veces nos desesperamos por la cantidad de problemas que tenemos que afrontar diariamente: en el trabajo, en la casa, en cualquier otro lado. Parecería que fuéramos de problema en problema; no terminamos de salir de uno cuando ya aparece otro.

En esos momentos solemos decir: "¡Qué feliz sería si no tuviera tantos problemas!" Sin embargo, este es un enfoque equivocado Mientras vivamos, la vida nos presentará inevitablemente problemas para resolver, y el hecho de ser feliz no está relacionado con la existencia o no de problemas, sino con la manera en que los enfrentas.

Piensa un poco en qué es una situación problemática. Se dice que tenemos un problema cuando algo no se produce de la manera que nos gustaría. No ganamos lo que nos gustaría, los hijos no se portan como nos gustaría, o simplemente el tránsito no avanza tan rápidamente cómo nos gustaría. ¿Sería posible que todo ocurriera de la manera en que a ti te viene bien? Obviamente que no, aunque más no fuera por la razón de que muchas veces lo que es el beneficio de uno es el perjuicio del otro.

Entonces vemos que los problemas son una parte ineludible de la vida. Si queremos vivir, tenemos que enfrentar problemas. Pero no debes verlo como un mal irremediable, sino como una oportunidad para superarte. Cada problema es una oportunidad para ejercer tu razonamiento, que es la manera de crecer.

Ejercer tu razonamiento con un problema no significa necesariamente tener que resolverlo. Tal vez lo que debas hacer es ignorarlo. Con cada problema que se te presenta, tienes las dos opciones: resolverlo o ignorarlo. Existen distintos tipos de problemas, y a menudo se presentan varios simultáneamente. Sería una cuestión sin sentido, tratar de resolver todos sin que falte uno.

Cuando tenemos que enfrentar varios problemas al mismo tiempo, lo primero que tenemos que hacer es jerarquizar los mismos. Habrá algunos más importantes y otros que lo son menos. Tus recursos no son ilimitados, y es probable que al tratar de solucionar los menos importantes, comprometas la solución de los más urgentes. Entonces sería una decisión sabia ignorar aquellos problemas que en el momento no te son tan importantes.

Una vez establecida una jerarquía de problemas y determinado cuáles vamos a tratar de resolver y cuáles vamos a dejar para más adelante o para nunca, no nos queda otra alternativa que comenzar a tratar de resolverlos. Es en este momento cuando realmente está en juego la posibilidad de ser feliz; la diferencia entre ser feliz o no, radica en la actitud con que afrontas tus problemas.

Hay tres actitudes con las que puedes encarar la resolución de tus problemas: "Soy incapaz de solucionar nada", "Nada es demasiado difícil para mí" y "Algunas cosas podré resolver y otras no". La última opción es la única que te puede ayudar a tener más felicidad en tu vida.

Si desde el comienzo supones que eres incapaz de resolver cualquier problema que se te presente, estarás constantemente dependiendo de alguna otra persona para poder vivir. Llevar una vida dependiente no es la manera de vivir feliz. Para poder serlo debes tratar de ser tan autónomo como te sea posible, dentro de los límites que implica seguir siendo un ser humano. Vivir encadenado a los otros para que te solucionen tus problemas, es condenarte a la infelicidad.

Si partes de la base de que no hay nada que esté más allá de tus posibilidades, también vas camino a la infelicidad, sencillamente porque esa afirmación no es cierta. No existe ningún ser humano todopoderoso, todos tenemos nuestras limitaciones. Si piensas que todo lo puedes, estás equivocado, y en algún momento la realidad se encargará de demostrártelo. Cuando ello ocurra, el golpe puede ser muy fuerte y ciertamente no serás una persona feliz.

Si tienes una apreciación realista de tus posibilidades y reconoces que algunas cosas podrás resolver y otras no, estás mucho mejor preparado para ser feliz. Es importante darse cuenta de que hay hechos que escapan a nuestra decisión y que, por más buena intención que pongamos, no lograremos cambiarlos. Esto no significa que dejes de hacer todo lo que puedas, si no para solucionar, al menos para tratar de mejorar en lo que se pueda la situación.

Siempre tenemos que ponderar hasta donde llegan nuestras posibilidades, y tratar de llegar hasta el límite de las mismas, pero no pretender ir más allá. Si eternamente estás tratando de hacer lo que no puedes, eternamente serás infeliz.

Para que los problemas no te impidan tener toda la felicidad que puedas en tu vida, debes tener fe en tu capacidad para resolverlos, pero tampoco creerte omnipotente. Debes alegrarte por los que has podido resolver y no amargarte por aquellos que quedaron sin solución, descansando siempre en la tranquilidad que te da el saber que has hecho todo lo que has podido.

CREER EN EL AMOR


Creer en el amor


La religión cristiana les resulta a no pocos un sistema religioso difícil de entender y, sobre todo, un entramado de leyes demasiado complicado para vivir correctamente ante Dios. ¿No necesitamos los cristianos concentrar mucho más nuestra atención en cuidar antes que nada lo esencial de la experiencia cristiana?

Los evangelios han recogido la respuesta de Jesús a un sector de fariseos que le preguntan cuál es el mandamiento principal de la Ley. Así resume Jesús lo esencial: lo primero es “amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu ser”; lo segundo es “amarás a tu prójimo como a ti mismo”.

La afirmación de Jesús es clara. El amor es todo. Lo decisivo en la vida es amar. Ahí está el fundamento de todo. Lo primero es vivir ante Dios y ante los demás en una actitud de amor. No hemos de perdernos en cosas accidentales y secundarias, olvidando lo esencial. Del amor arranca todo lo demás. Sin amor todo queda pervertido.

Al hablar del amor a Dios, Jesús no está pensando en los sentimientos o emociones que pueden brotar de nuestro corazón; tampoco nos está invitando a multiplicar nuestros rezos y oraciones. Amar al Señor, nuestro Dios, con todo el corazón es reconocer a Dios como Fuente última de nuestra existencia, despertar en nosotros una adhesión total a su voluntad, y responder con fe incondicional a su amor universal de Padre de todos.

Por eso añade Jesús un segundo mandamiento. No es posible amar a Dios y vivir de espaldas a sus hijos e hijas. Una religión que predica el amor a Dios y se olvida de los que sufren es una gran mentira. La única postura realmente humana ante cualquier persona que encontramos en nuestro camino es amarla y buscar su bien como quisiéramos para nosotros mismos.

Todo este lenguaje puede parecer demasiado viejo, demasiado gastado y poco eficaz. Sin embargo, también hoy el primer problema en el mundo es la falta de amor, que va deshumanizando, uno tras otro, los esfuerzos y las luchas por construir una convivencia más humana.

Hace unos años, el pensador francés, Jean Onimus escribía así: “El cristianismo está todavía en sus comienzos; nos lleva trabajando solo dos mil años. La masa es pesada y se necesitarán siglos de maduración antes de que la caridad la haga fermentar”. Los seguidores de Jesús no hemos de olvidar nuestra responsabilidad. El mundo necesita testigos vivos que ayuden a las futuras generaciones a creer en el amor pues no hay un futuro esperanzador para el ser humano si termina por perder la fe en el amor.


José Antonio Pagola

EN LAS MANOS DE DIOS


En las manos de Dios


Los hombres de hoy no sabemos qué hacer con la muerte. A veces, lo único que se nos ocurre es ignorarla y no hablar de ella. Olvidar cuanto antes ese triste suceso, cumplir los trámites religiosos o civiles necesarios y volver de nuevo a nuestra vida cotidiana.

Pero tarde o temprano, la muerte va visitando nuestros hogares arrancándonos nuestros seres más queridos. ¿Cómo reaccionar entonces ante esa muerte que nos arrebata para siempre a nuestra madre? ¿Qué actitud adoptar ante el esposo querido que nos dice su último adiós? ¿Qué hacer ante el vacío que van dejando en nuestra vida tantos amigos y amigas?

La muerte es una puerta que traspasa cada persona en solitario. Una vez cerrada la puerta, el muerto se nos oculta para siempre. No sabemos qué ha sido de él. Ese ser tan querido y cercano se nos pierde ahora en el misterio insondable de Dios. ¿Cómo relacionarnos con él?

Los seguidores de Jesús no nos limitamos a asistir pasivamente al hecho de la muerte. Confiando en Cristo resucitado, lo acompañamos con amor y con nuestra plegaria en ese misterioso encuentro con Dios. En la liturgia cristiana por los difuntos no hay desolación, rebelión o desesperanza. En su centro solo una oración de confianza: “En tus manos, Padre de bondad, confiamos la vida de nuestro ser querido”

¿Qué sentido pueden tener hoy entre nosotros esos funerales en los que nos reunimos personas de diferente sensibilidad ante el misterio de la muerte? ¿Qué podemos hacer juntos: creyentes, menos creyentes, poco creyentes y también increyentes? 

A lo largo de estos años, hemos cambiado mucho por dentro. Nos hemos hecho más críticos, pero también más frágiles y vulnerables; somos más incrédulos, pero también más inseguros. No nos resulta fácil creer, pero es difícil no creer. Vivimos llenos de dudas e incertidumbres, pero no sabemos encontrar una esperanza.

A veces, suelo invitar a quienes asisten a un funeral a hacer algo que todos podemos hacer, cada uno desde su pequeña fe. Decirle desde dentro a nuestro ser querido unas palabras que expresen nuestro amor a él y nuestra invocación humilde a Dios:

“Te seguimos queriendo, pero ya no sabemos cómo encontrarnos contigo ni qué hacer por ti. Nuestra fe es débil y no sabemos rezar bien. Pero te confiamos al amor de Dios, te dejamos en sus manos. Ese amor de Dios es hoy para ti un lugar más seguro que todo lo que nosotros te podemos ofrecer. Disfruta de la vida plena. Dios te quiere como nosotros no te hemos sabido querer. Un día nos volveremos a ver”.

José Antonio Pagola

SAN CARLOS BORROMEO, ARZOBISPO DE MILÁN, NOVIEMBRE 4


Carlos Borromeo, Santo
Arzobispo de Milán, Noviembre 4


Por: P. Ángel Amo. | Fuente: Catholic.net



Cardenal Arzobispo de Milán

Martirologio Romano: Memoria de san Carlos Borromeo, obispo, que nombrado cardenal por su tío materno, el papa Pío IV, y elegido obispo de Milán, fue en esta sede un verdadero pastor fiel, preocupado por las necesidades de la Iglesia de su tiempo, y para la formación del clero convocó sínodos y erigió seminarios, visitó muchas veces toda su diócesis con el fin de fomentar las costumbres cristianas y dio muchas normas para bien de los fieles. Pasó a la patria celeste en la fecha de ayer (1584)

Etimología: Carlos = Aquel que es dotado de noble inteligencia, es de origen germánico

La gigantesca estatua que sus conciudadanos le dedicaron en Arona, sobre el Lago Mayor en el norte de Italia, expresa muy bien la gran estatura humana y espiritual de este santo activo, bienhechor y comprometido en todos los campos del apostolado cristiano. 
Había nacido en 1538. Sobrino del Papa Pío IV, fue creado cardenal diácono cuando sólo tenía 21 años. El mismo Papa lo nombró secretario de Estado, siendo el primero que desempeñó este cargo en el sentido moderno. Aún permaneciendo en Roma para dirigir los asuntos, tuvo el privilegio de poder administrar desde lejos la arquidiócesis de Milán.

Cuando murió su hermano mayor, renunció definitivamente al título de conde y a la sucesión, y prefirió ser ordenado sacerdote y obispo a los 24 años de edad. Dos años después, muerto el Papa Pío IV, Carlos Borromeo dejó definitivamente Roma y fue recibido triunfalmente en la sede episcopal de Milán, en donde permaneció hasta la muerte, cuando tenía sólo 46 años. 

En una diócesis que reunía a los pueblos de Lombardía, Venecia, Suiza, Piamonte y Liguria, Carlos estaba presente en todas partes. Su escudo llevaba un lema de una sola palabra: “Humilitas”, humildad. No era una simple curiosidad heráldica, sino una elección precisa: él, noble y riquisimo, se privaba de todo y vivía en contacto con el pueblo para escuchar sus necesidades y confidencias. Fue llamado “padre de los pobres”, y lo fue en el pleno sentido de la palabra. Empleó todos sus bienes en la construcción de hospitales, hospicios y casas de formación para el clero.

Se comprometió en llevar adelante las reformas sugeridas por el concilio de Trento, del que fue uno de los principales actores. Animado por un sincero espíritu de reforma, impuso una rígida disciplina al clero y a los religiosos, sin preocuparse por las hostilidades que se iban formando en los que no querían renunciar a ciertos privilegios que brindaba la vida eclesiástica y religiosa. Fue blanco de un atentado mientras rezaba en la capilla, pero salió ileso, perdonando generosamente a su atacante.

Durante la larga y terrible epidemia que estalló en 1576, viajó a todos los rincones de su diócesis. Empleó todas las energías y su caridad no conoció límites. Pero su robusta naturaleza tuvo que ceder ante el peso de tanta fatiga. Murió el 3 de noviembre de 1584. Fue canonizado en 1610 por el Papa Pablo V.

¿ES CIERTO QUE MARTÍN LUTERO MURIÓ SIENDO CATÓLICO?

¿Es cierto que Martín Lutero murió siendo católico?
Reproduzco aquí un extracto de la obra Ricardo García Villoslada, Martín Lutero, Tomo II, En Lucha contra Roma


Por: José Miguel Arráiz | Fuente: ApologeticaCatolica.org



Es una pregunta que he escuchado en algunas ocasiones: ¿Se arrepintió Lutero al final de su vida de haberse apartado de la Iglesia Católica? ¿Expresó algún deseo de volver a su seno?  La verdad no he encontrado ninguna bibliografía seria (ni católica ni protestante) que narre tal cosa, por el contrario, todo indica que lamentablemente murió -según sus propias palabras- lleno de odio hacia el Papa y a la Iglesia Católica. Dios haya tenido piedad de su alma.
Reproduzco para los lectores un extracto de la obra Ricardo García Villoslada, Martín Lutero, Tomo II, En Lucha contra Roma, donde se narra lo ocurrido durante los últimos días de su vida.            
La víspera de la muerte de Martín Lutero
Poseemos varios relatos de las últimas horas de Martín Lutero, redactados inmediatamente después de su muerte por testigos presenciales, de suerte que nos es muy fácil reconstruir la escena final. Tal vez exageraron tendenciosamente el espíritu de piedad y la continua oración, como si pintaran la muerte de uno de aquellos santos a quienes tan poca devoción tenía el Reformador; pero sustancialmente parecen objetivos y exactos.
"Desde el día 29 de enero hasta el 17 de febrero inclusive -leemos en el relato de J. Jonas y M. Coelius-estuvo en Eisleben conferenciando (con los condes), y entre tanto predicó cuatro veces; una vez recibió públicamente la absolución de un sacerdote estando en el altar y dos veces comulgó. En la segunda de estas comuniones, o sea, el domingo 14, fiesta de San Valentín, ordenó y consagró dos sacerdotes según el uso de los apóstoles… Todos esos veintiún días, al anochecer, se levantaba de la mesa de la gran sala (en la planta baja) para subir a su cámara a eso de las ocho o antes. Y todas las noches pasaba un rato junto a la ventana, haciendo oración a Dios con tanta seriedad y diligencia, que nosotros, Dr. Joñas, M. Coelius, Ambrosio, su sirviente, y Juan Aurifaber Weimariense, que estábamos en silencio, le oíamos algunas palabras y nos admirábamos. Luego se volvía de la ventana alegremente como aliviado de un gran peso, y conversaba con nosotros la mitad de un cuarto de hora; y seguidamente se iba a la cama" (Bericht vom christlichen Abschied… D. Martini Lutheri: WA 54,488; STRIEDER, Authentische 25-26.).
"Todo el tiempo que estuvimos en Eisleben en estos negocios de los condes y señores fue normalmente a comer y cenar, y en la mesa comió y bebió bastante bien, y alabó la comida y la bebida, que tanto le gustaba siendo de su tierra. También durmió y descansó bastante todas las noches. Su criado Ambrosio, yo el Dr. Jonas, sus dos hijos menores, Martín y Pablo, juntamente con uno o dos sirvientes, nos quedábamos con él en su aposento, y, al ir a la cama, todas las noches le calentábamos los almohadones, según su costumbre"  (W. KAWERAU, Der Briefwechsel des J. Jonas II 177. Carta de Joñas a Juan Federico de Sajonia escrita el día 18 de febrero "umb vier Hor frue" (STRIEDER, 3))
Es de notar que el aposento era grande; medía, según Grisar, 8 X 2,58 metros. Según Paulus, 7,42 metros de longitud; de anchura, 2,45 metros en un extremo y 3,75 en el otro. En esta parte más ancha se abría otro aposentillo o alcoba, reservada a Lutero. El miércoles 17 de febrero ya no intervino en la pacificación de los condes, porque tanto estos señores como otros amigos, viéndolo muy fatigado, le rogaron que no viniese más a las reuniones, que se tenían en la planta baja, sino que se quedase en su habitación descansando. En efecto, ese día permaneció en su habitación, tendido en un sofá o camilla de cuero, quitados los calzones, o paseando y orando. Pero al mediodía y a la cena bajó a la sala grande y se sentó en su silla de siempre. "En la noche del mismo miércoles, antes de la cena, empezó a quejarse de una opresión en el pecho, no en el corazón, y pidió que le diéramos friegas con paños calientes, después de lo cual dijo: "La opresión disminuye un poco". Para la cena bajó a la gran sala inferior, porque decía: "El estar solo no causa alegría". En la cena comió bastante y estuvo de buen humor, contando chistes"  (KAWERAU, Der Briefwechsel 177; STRIEDER, 4.).
Se habló también de cosas serias, de la vida y de la muerte, y dijo Lutero que en la vida futura, eterna y bienaventurada, nos reconoceremos los que aquí fuimos amigos. A la pregunta cómo sería eso, respondió: "Como Adán, que, sin haber visto antes a Eva, la reconoció en seguida cuando el Señor se la presentó, pues no le interrogó: "¿Quién eres?, sino que dijo: Tú eres carne de mi carne" (Bericht vom christlichen Abschied: WA 54,489; STRIEDER, 26.). Terminada la cena, se levantó y subió a su aposentillo (inn sein Stüblin).
"En tus manos encomiendo mi espíritu"
Sigamos oyendo el relato más largo de los testigos presenciales. "Subieron tras él sus dos hijos, Martín y Pablo, y M. Coelius. Según su costumbre, se asomó a la ventana de su aposentillo, orando. Se fue Coelius y vino Juan Aurifaber Weimariense. Entonces dijo el Doctor: "Me viene un dolor y angustia, como antes, en torno al pecho". Observó Aurifaber: "Cuando yo era preceptor de los condesitos, vi que, si les dolía el pecho o sentían cualquier otro mal, la condesa les daba unicornio; si queréis, lo mandaré traer". "Sí" dijo el Doctor…
"Cuando nosotros subimos, se quejaba de fuerte dolor al pecho. Inmediatamente empezamos a darle friegas con paños calientes, según acostumbraba a hacerlo en casa. Sintiendo alivio, dijo: "Estoy mejor". Vino corriendo el conde Alberto con el maestro Juan (Aurifaber), trayendo unicornio. Habló el conde: "¿Cómo está, querido señor Doctor?" Respondió el Doctor: "No es necesario, ilustre señor; ya comienzo a estar mejor". El mismo conde raspó el unicornio, y, cuando el Doctor sintió mejoría, se marchó, dejando a uno de sus consejeros, Conrado de Wolfframsdorff, con nosotros, Dr. Jonas, M. Celio, Juan y Ambrosio. Por deseo del Doctor, se le administró dos veces polvo de unicornio en una cuchara con vino. A eso de las nueve se puso en su camilla o sofá (Rugebetlin), diciendo: "Si pudiera dormir media horita, creo que todo iría mejor". Durmió hora y media suave y naturalmente hasta las diez… Cuando a las diez en punto se despertó, dijo: " ¡Cómo! ¿Estáis aquí todavía? ¿Por qué no os vais a la cama?" Respondímosle: "No, señor Doctor; ahora tenemos que velar y cuidaros". Entonces quiso levantarse y anduvo un poco por la estancia… Al echarse de nuevo en la camilla, que estaba bien preparada con tablas calientes y almohadones, nos dio a todos la mano y las buenas noches, diciendo: "Doctor Jonas y maestro Coelius y demás, orad por nuestro Señor y por su Evangelio para que le vaya bien, pues el concilio de Trento y el miserable papa se embravecen duramente contra él". Pasaron la noche a su lado en su aposento el Dr. Jonas, los dos hijos, Martín y Pablo; el criado Ambrosio y otros sirvientes…
"Durmió bien con un resoplido natural, hasta que el reloj dio la una. Despertóse entonces y llamó a su criado Ambrosio, ordenándole que calentase el aposento… Preguntóle el Dr. Jonas si de nuevo sentía debilidad. Respondió:  "¡Ay, Señor Dios, qué mal me siento! ¡Ah, querido Dr. Jonas! Pienso que yo, nacido y bautizado en Eisleben, aquí quedaré"… Entonces él, sin apoyo ni ayuda de nadie, dio unos pasos por el aposento hasta la camarilla, exclamando en el umbral: "In manus tuas commendo spiritum meum. Redemisti me, Domine, Deus veritatis" (Ibid., 489-90; 26-28.)
Como la opresión del pecho no cesaba, se acostó en el sofá. Temiendo por su vida, se mandó aviso -no obstante lo avanzado de la hora- a algunos amigos. A toda prisa vinieron el secretario de la ciudad, Juan Albrecht, con su mujer y con dos médicos; poco después, el conde Alberto con su esposa, y el conde y la condesa de Schwarzburg. Esta última tuvo la precaución de traer ungüentos y otras medicinas, con las que pensaba poder aliviarlo y fortalecerlo. Jonas y Coelius, acercándose a la cabecera, le sugirieron: "Reverendo padre, invocad a vuestro amado Señor Jesucristo, nuestro sumo sacerdote y único mediador". Y como notaran que tenía la camisa empapada de sudor: "Mucho habéis sudado, lo cual es bueno; Dios os otorgará la gracia de recobrar la salud". El replicó: "Mi sudor es el sudor frío de la muerte". Y rezó esta plegaria, según la transmiten Jonas y Coelius, siempre de acuerdo en todo:
"¡Oh Padre mío celestial, Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Dios de toda consolación! Yo te agradezco el haberme revelado a tu amado Hijo Jesucristo, en quien creo, a quien he predicado y confesado, a quien he amado y alabado, a quien deshonran, persiguen y blasfeman el miserable papa y todos los impíos. Te ruego, señor mío Jesucristo, que mi alma te sea encomendada. ¡Oh Padre celestial! Tengo que dejar ya este cuerpo y partir de esta vida, pero sé cierto que contigo permaneceré eternamente y nadie me arrebatará de tus manos" (Ibid., 491; 28-29.)
Siguió recitando algunos versículos del Evangelio y de los Salmos. Luego repitió tres veces: Pater, in manus tuas commendo spiritum meum. Redemisti me, Deus veritatis. Y quedó tranquilo, inmóvil, silencioso. El descanso eterno ¿Conservaba aún el conocimiento? "Lo menearon un poco, lo frotaron, lo airearon, lo llamaron, pero él cerró los ojos sin responder. La esposa del conde Alberto y los médicos le frotaron el pulso con toda clase de aguas confortativas… Estando así tan quieto, le gritaron al oído el Dr. Joñas y el maestro Coelius: "Reverendo padre, ¿queréis morir constante en la doctrina y en el Cristo que habéis predicado?" Con voz claramente perceptible respondió: "". Volvióse entonces hacia el lado derecho y empezó a dormir, casi un cuarto de hora, tanto que los presentes, excepto los médicos, esperaban una mejoría…
"Entre tanto llegó el conde Juan Enrique de Schwartzenburg con su mujer.Pronto la cara del Doctor palideció completamente, la nariz y los pies se le pusieron fríos, y con una respiración profunda, pero suave, entregó su alma, con tanta paciencia y serenidad, que no movió un dedo ni meneó la pierna. Y nadie pudo notar -lo testificamos ante Dios y sobre nuestra conciencia- la menor inquietud, tortura del cuerpo o temor de la muerte, sino que se durmió pacífica y suavemente en el Señor, como cantó Simeón" (Ibid., 492; 29).
Era el 18 de febrero de 1546, jueves, a las tres menos cuarto de una mañana frígidísima. Martín Lutero había muerto. Aquella mano que había esgrimido incansablemente la pluma como una espada invencible, caía ahora lánguidamente sobre su cuerpo yerto. Aquellos labios de elocuencia torrencial quedaban cerrados para siempre. Aquellos ojos centelleantes se habían apagado, cubiertos por los grandes párpados. Aquel corazón que tan encendidas hogueras de odio había alimentado, ya no volvería a latir. La cara -según el dibujo que poco después le sacó Fortenagel- quedó muy abotagada, con su carnosa sotabarba, mas no repulsiva .
Afirma Ratzeberger que, terminada la cena del día 17, tomó Lutero en su mano un poco de tiza y escribió en la pared aquel conocido verso: "En vida fui tu peste; muerto seré tu muerte, ¡oh papa!" (Pestis eram vivus, mo riens ero mors tua, papa). Pero Ratzeberger no estaba presente, y ninguno de los testigos, que narran minuciosamente todo lo sucedido en aquellas últimas horas, refieren semejante hecho, aunque tanto Jonas como Coelius muestran conocer ese antiguo verso luterano. Por lo cual debemos pensar que Ratzeberger se equivocó de tiempo; Lutero no escribió ese verso en Eisleben poco antes de morir, sino en Altemburg en su viaje de regreso de Coburg, a principios de octubre de 1530. Verso que en su grave enfermedad de Esmalcalda (1537) dejó a sus amigos para que lo pusieran en su sepulcro como su mejor inscripción funeraria (M. RATZEBERGER, Die handschriftliche Geschichte 138).
"Yo muero en odio del malvado (es decir, del papa), que se alzó por encima de Dios" ("Ego morior in odio des Boswichts, qui extulit se supra Deum" (Tischr. 3543b III 393).).
Estas palabras las pronunció también en Esmalcalda, pero de igual modo las podía haber pronunciado en Eisleben a la hora de la muerte, porque no cabe duda que en su pecho alentó siempre toda la fuerza de su odio inveterado contra el "anticristo" de Roma.
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