miércoles, 7 de noviembre de 2012

¿Cómo está mi fe?

Autor: Ma Esther De Ariño | Fuente: Catholic.net
¿Cómo está mi fe? La fe que es luz... se puede apagar
Pedirla cada día pues es un relalo de Dios y sostenerla y aumentarla, no es cosa fácil, pero tenemos un ejemplo a seguir.
 
¿Cómo está mi fe?  La fe que es luz... se puede apagar

La puerta de la fe (cf.Hch,14,27) que introduce en la vida de comunicación con Dios y permite la entrada en su Iglesia, está siempre abierta para nosotros. Se cruza ese umbral cuando la Palabra de Dios se anuncia y el corazón se deja plasmar por la gracia que transforma. Atravesar esa puerta supone emprender un camino que dura toda la vida. Éste empieza con el Bautismo (cf.Rm 6,4), con el que podemos llamar a Dios con el nombre de Padre, y se concluye con el paso de la muerte a la vida eterna, fruto de la resurrección del Señor Jesús que, con el don del Espíritu Santo, ha querido unir en su misma gloria a cuantos creen en Él ( cf.Jn 17,22 ). Profesar la fe en la Trinidad- Padre, Hijo y Espíritu Santo- equivale a creer en un solo Dios que es amor. (cf.Jn 4,8 ) El Padre, que en la plenitud de los tiempos envió a su Hijo para nuestra salvación; Jesucristo, que en el misterio de su muerte y resurrección redimió al mundo, eñ Espíritu Santo, que guía a la Iglesia a través de los siglos en la espera del retorno glorioso del Señor. (Benedicto XVI para el Año de la fe)


Las virtudes teologales son tres: Fe, Esperanza y Caridad. Hoy ante la crisis de Fe en el mundo actual nos podemos preguntar: ¿cómo es mi fe?.

Cuando nos sentimos plenos, alegres, felices o cuando hay sufrimiento, cuando hay enfermedad, cuando hay dolor de la índole que sea... ¿cómo está mi fe?. La fe que es luz se puede apagar. El que conoce y ama a Cristo se identifica con Él, en cualquiera de esa circunstancias, y se convierte en apóstol, siendo parte de esa luz y esa fe.

Tener fe y vivir la fe es un riesgo. Un riesgo que nos obliga a dejar el egoísmo que ha hecho nido en el fondo de nuestro corazón, a dejar la pereza, el engaño, los gustos hedonistas, frívolos y llenos de vanidad. Una vida vacía solo llena de cosas perecederas.

Sostener y aumentar la fe no es cosa fácil, pero tenemos un ejemplo a seguir. Jesús es el mejor ejemplo para ayudarnos pues El vino por eso y para eso. En El encontraremos todo lo que nuestro corazón nos pide y desea. La amistad con el Hijo de Dios, es el resultado de una vida sostenida, iluminada y confortada por nuestra fe en El. Y ante todo tenemos que pedirla en la oración de cada día, porque la fe es un regalo de Dios.

Este mundo está necesitado de que seamos portadores de esa FE como miembros de la Iglesia, instituida por Cristo hace más de veinte siglos y tenemos y debemos dar testimonio al mundo de nuestra fe.

No podemos decir que vivimos esa fe si no pedimos perdón o si no sabemos perdonar. Esa humildad y ese perdonar nos identifican como personas de fe, de verdadera y auténtica FE.

El mensaje del Señor resuena en toda la tierra: Los cielos proclaman la gloria de Dios y el firmamento anuncia la obra de sus manos. Un día comunica su mensaje al otro día y una noche se lo transmite a la otra noche. Sin que pronuncien una palabra, sin que resuene su voz, a toda la tierra llega su sonido y su mensaje hasta el fin del mundo. El mensaje del Señor resuena en toda la tierra. (Salmo 18)


  • Preguntas o comentarios al autor
  • Ma. Esther de Ariño

    martes, 6 de noviembre de 2012

    LA PAZ ... CONTIGO

    BROTARÁ LA ESPERANZA


            Brotará la esperanza
            Autor: Padre Eusebio Gómez Navarro OCD


            Durante la Segunda Guerra Mundial, Victor Frank llegó al campo de concentración. La secreta razón por la que él no quería suicidarse era que tenía dos metas específicas: encontrarse con su familia y escribir un libro.

                        “El error de la gente, dice Frank, es preguntarse: ¿Qué puedo esperar de la vida? Cuando el acierto está en preguntarse: ¿Qué está esperando la vida de mí?”.

                        Vivimos de rentas. A veces almacenamos esperanza, pero poco a poco vamos agotándola y no la reponemos en nuestro caminar. Es preciso, pues, soñar; pero es, sobre todo, necesario renovar nuestra esperanza en Dios y seguir trabajando.

                        Isaías fue un profeta soñador. Soñó que todas las naciones se dejarían instruir por Dios y desde ahí podrían caminar por las sendas de la paz y del amor. Soñó que todas las personas se podrían dar la mano, podrían hacer de las lanzas podaderas, que a los niños se les enseñaría a cuidar y defender la paz y no a adiestrarse para la guerra.

                        La historia ha tenido grandes soñadores. También cuentan los pequeños, los que con su vida purifican el aire de odio, rencor, violencia... Estos soñadores esperan un presente y un futuro mejor. Así, hay madres que esperan ver al niño que llevan en las entrañas, jóvenes enamorados que se desean y se buscan, enfermos que anhelan una buena noticia del médico...

            Si hay gente y lugares de esperanza, también hay rostros que de alguna forma proclaman con sus vidas que no es posible la esperanza. Son personas abatidas, destrozadas, sin ganas de respirar ni de vivir. Se han cansado de caminar, de luchar y, por supuesto, de soñar. Hay infinidad de rostros como el del ludópata que se ha arruinado, el del padre de familia que perdió el trabajo, el del hincha que contempla la derrota de su equipo, el del enfermo que no tiene cura, el del drogadicto que, a pesar de las promesas, no logra salir de la adicción. Toda esta gente manifiesta una angustiosa búsqueda de sentido, necesidad de interioridad, deseo de aprender nuevas formas y de encontrar esperanza.

            La esperanza es gozosa, paciente y confiada. Gozosa por el bien que se espera y por la ilusión con que se espera. La alegría y la paciencia son dos alas que nos permiten volar por encima de todas las dificultades.

            La esperanza cristiana tiene un fundamento último en Dios que no nos puede fallar, porque “es imposible que Dios mienta” (Hb 6,18), porque “Él permanece fiel” (2 Tm 2,13).

            Debemos esperar con paciencia y confianza un mundo mejor, y debemos hacerlo con una espera activa y colectiva. Debemos esperar como la madre, el enfermo, el preso... como tanta gente que vive de esperanza. Es necesario que brote la esperanza en nuestras vidas. “Dios, difiriendo su promesa, ensancha el deseo; con el deseo, ensancha el alma, y, ensanchándola, la hace capaz de sus dones. Deseemos, pues, hermanos, ya que hemos de ser colmados” (San Agustín).

                        Y junto a esos deseos hay que pedir, también, al Señor, que fortifique los corazones, que haga fuertes las rodillas de los débiles, que cure las heridas de los enfermos, que devuelva la alegría y la esperanza a los tristes y deprimidos.

                        Si abrimos la puerta a la esperanza, todo recobra luz y color; todo se llena de sentido y la vida brota en pleno invierno. Cada día se nos repite: Brotará un renuevo del tronco de Jesé. Sobre él se posará el Espíritu del Señor. Y Él podrá llenarlo todo de espíritu nuevo, de ideales nuevos, de valores nuevos, de gracia

    GRACIAS SEÑOR!!


    Gracias Señor

    Gracias, Señor, por ese espacio lleno de cielo que sale a nuestro
    paso para llenar el corazón con su belleza. Gracias por el pan que
    nos das para aplacar el hambre. Por la risa del niño que se vuelve
    caricia. Por el mar y la nube. Por el don de sentir a plenitud la
    vida.

    Gracias por cada hora, aún cuando no todas sean iguales de buenas.
    Gracias por el valor de la mariposa que enciende sin conciencia de su milagro, un pabilo de ensueño. Gracias, Señor, por los espejos
    maravillosos del mirar de nuestros padres y nuestras mentes. Por la
    amistad que prolonga ese sereno privilegio de ser hermanos.

    Gracias por la lluvia fuerte, por la llovizna bienhechora, por haber
    puesto trinos y alas en las ramas. Gracias por cada gota de rocío y
    por el arco y por el árbol que madruga su júbilo en el fruto.

    Gracias, Señor, por el ayer que se prendió al recuerdo. Por el hoy
    que vivimos y por el mañana que nos espera con sus brazos repletos de misterio. Gracias, a través de mis labios, desde mi alma, en nombre de aquellos que se olvidaron de dártelas, en nombre de los que somos y los que seremos.

    Gracias por toda la eternidad

    Amen

    TE DESEO QUE TENGAS...


    Te deseo que tengas...

    Alivio en los días difíciles ..Sonrisas cuando haya amenaza de tristeza...Arcoiris después de las nubes...Risas que besen tu boca... Atardeceres que entibien tu corazón... Tiernos abrazos, cuando decaiga tu espíritu....Amistades que alumbren tu vida... Belleza para tus ojos...Confianza cuando te embargue la duda...Fe para que puedas creer...Valor para conocerte de verdad...Paciencia para aceptar la verdad...Amor para llenar tu vida.

    EL PENSAMIENTO DEL DÍA


    POR QUÉ CREER

    Autor: P. Alejandro Ortega LC | Fuente: www.la-oracion.com
    Por qué creer
    Nuestro corazón no puede conformarse con el limitado horizonte de este mundo. Las expectativas de esta vida le quedan chicas; y sus motivaciones, también.
     
    Por qué creer

    Por qué un Año de la fe

    Este 11 de octubre pasado inició el Año de la fe. El motivo histórico de este año especial dedicado a la fe, convocado por el Papa Benedicto XVI, es el quincuagésimo aniversario del inicio del Concilio Vaticano II, que el Papa Juan XXIII inauguró en 1962; y el vigésimo aniversario de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica.

    Ahora bien, el Año de la fe no es un evento sólo conmemorativo. Es una invitación a redescubrir el tesoro de la fe y a renovar la fe misma, en un mundo que sufre cada vez más una "desertificación espiritual". Es una invitación a una nueva primavera de la fe.

    Las dos dimensiones de la fe

    El Papa, en su carta Porta fidei ("La puerta de la fe") con la que convocó este Año de la fe, nos recuerda que la fe tiene dos dimensiones: Una es el contenido de la fe; y otra, el acto de la fe.

    El contenido de la fe es, en cierto modo, lo que creemos, y que está sintetizado en el Credo. El acto de la fe, en cambio, es nuestra adhesión personal a ese Credo. Es preciso que cada uno crea de nuevo, con una fe más personal, más viva y más consciente. O, para decirlo con otras palabras del mismo Papa, es preciso pasar de una fe de segunda mano a una fe de primera mano.

    Los desafíos para la fe hoy

    La celebración de un Año de la fe en los comienzos del tercer milenio cristiano es providencial. Creer se ha vuelto cada vez más difícil. Muchas certezas han caído y muchas confianzas han sido defraudadas. No pocos dicen: "Ya no sé qué creer".

    Por otra parte, el mundo de hoy nos ha hecho sentir, como nunca, la necesidad del control y la seguridad; del dominio sobre todas las variables de la existencia. En cierto modo, el hombre del siglo XXI ha aprendido a "cuidarse solo", al margen de Dios.

    Creer, en cambio, es un acto en dirección opuesta. Creer supone "perder el control" y aceptar que Alguien más lleva nuestra vida. Creer es abandonarse en manos de una Providencia que desafía nuestras certezas.

    Por qué creer

    En el fondo, ¿por qué creemos? Creemos, ante todo, porque Dios se nos ha revelado. Él tomó la iniciativa de salirnos al encuentro y dársenos a conocer. Él es el garante de nuestra fe. «Dios -como dice el Concilio Vaticano II- habla a los hombres como amigos, movido por su gran amor, y mora con ellos para invitarlos a la comunicación consigo y recibirlos en su compañía» (Dei Verbum, n. 2).

    Creemos porque Dios nos reveló que Él es Dios Creador y que nosotros somos sus creaturas; nos reveló que Él es Amor y nosotros somos sus hijos muy amados; nos reveló que Él es el nuestro Origen y nuestra Meta, y nosotros somos viajeros en tránsito hacia Él. Nuestra fe, por tanto, más que una pregunta por Dios, es una respuesta a Dios.

    La fe se vuelve así el acto más "razonable" del hombre. Porque más que buscar a Dios es dejarse encontrar por Él. Lo expresó Pascal con admirable agudeza: «Solo conozco dos tipos de personas razonables: las que aman a Dios de todo corazón porque le conocen y las que le buscan de todo corazón porque no le conocen».

    Nuestro corazón no puede conformarse con el limitado horizonte de este mundo. Las solas expectativas de esta vida le quedan chicas; y sus motivaciones, también. La fe es, en definitiva, la apertura al Amor que le da pleno sentido, consistencia y comprensión a toda nuestra vida.

    Tres consignas prácticas para el Año de la fe

  • Conoce tu fe. Retoma, sobre todo, el Catecismo de la Iglesia Católica. No como un "compendio teórico" de nuestra fe, sino como un encuentro personal con Cristo (cfr. Porta fidei, n. 11). Estudia de nuevo los Documentos del Concilio Vaticano II. Te recomiendo, en particular, la Constitución Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual. Te sorprenderás de la actualidad de sus planteamientos y propuestas.
  • Celebra tu fe. Especialmente a través de una práctica sacramental y de oración más intensa. La fe no es sólo algo "personal". Es también una fe "comunitaria". Por eso se recomienda tanto la participación viva y fervorosa en las celebraciones litúrgicas de la Iglesia.
  • Comunica tu fe. El Año de la fe constituye un nuevo compromiso apostólico para todos. Es una oportunidad para compartir el tesoro de nuestra fe. No podemos olvidar que la fe se transmite por el oído (fides ex auditu), como decía san Pablo. Por eso, no "compartimentalices" tu fe. No la dejes en la Iglesia. Llévala a todas partes. Que tu palabra y testimonio de vida sean un anuncio vivo y eficaz que toque a muchos corazones (Cfr. Randy Hain, The Catholic Briefcase).

    "Feliz la que ha creído"

    María es el más grande modelo de fe que conocemos. Ella fue "feliz por haber creído", aunque su vida fue un continuo caminar por el "claroscuro" de la fe. Su fe fue puesta a prueba muchas veces. Pero Ella se mantuvo firme, y su fe no la defraudó. Ella nos alcance la gracia de redescubrir y renovar el tesoro de nuestra fe. Y así experimentemos también la felicidad de creer en un Dios que es Amor y que sólo nos pide la apertura suficiente para dejarnos encontrar.

    ______

    La Palabra de Dios debe ser la materia fundamental de nuestros diálogos con Dios en la oración personal. Ojalá que este comentario a la liturgia te sirva para la meditación durante la semana. Agradecemos esta aportación al P. Alejandro Ortega LC




    Para escribir tus comentarios entra a Por qué creer
    Esperamos tus comentarios, participa. Comparte tu sed y tu experiencia de Dios con apertura y humildad, para ayudarnos entre todos en un clima de amistad.
  • lunes, 5 de noviembre de 2012


    TE HICE A TI


    Te hice a tí

            En la calle vi a una niñita temblando de frío con un vestidito ligero, con poca esperanza de encontrar una comida decente.

            Me enojé y le dije a Dios:

            - "¿Por qué permites esto? ¿Por qué no haces algo para remediar esto?

            Por un rato Dios no dijo nada y esa noche, El respondió de pronto diciendo:

            - "Ya hice algo para remediarlo... Te hice a ti"

            Muchas veces culpamos a Dios por todas las cosas que pasan, y le recriminamos que permite que pasen, y no pensamos en que realmente Dios confía en nosotros para hacer de este un mundo mejor.

            Dios no nos anula, nos permite ser parte de su creación, demostrando al mismo tiempo que tenemos la capacidad para ayudar a los demás.

            La próxima vez que veas una injusticia, no digas "Pobre!" o "¿Por qué Dios permite esto?", sino actúa, pues tu Fe se demuestra con tus actos según lo dice Santiago en una de sus cartas.

            Vamos, demuestra a otros que Dios se acuerda de ellos... por medio de tí.

    AMOR HACIA LOS ENEMIGOS


            El amor hacia los enemigos
    Autor: María Cruz


            En nuestra sociedad, amamos a los que nos aman; hacemos el bien a quienes
            nos lo hacen y prestamos a quienes sabemos nos lo van a devolver. Una conducta muy razonada, que no compromete en nada. Pero obrando así, ¿qué es
            lo que nos distingue de los que no tienen fe?. Al cristiano se le pide un "plus" en su vida: amar al prójimo, hacer el bien y prestar sin esperar recompensa, pues eso es lo que hace Dios con nosotros, que nos ama primero para que nosotros le amemos.

            Tenemos que adelantarnos a hacer el bien, para despertar en el corazón de los otros sentimientos de perdón, de entrega, de generosidad, paz y gozo; así nos vamos pareciendo al Padre del cielo y vamos formando en la tierra la familia de los hijos.

            Señor, Dios Todopoderoso, rico en misericordia y perdón, mira nuestra torpeza para amar, nuestra poca generosidad en la entrega y nuestra dificultad a la hora de perdonar. Te pedimos nos concedas un corazón misericordioso que se compadezca de las necesidades de nuestros hermanos.

    BIOGRAFÍA DE SAN CARLOS BORROMEO, ARZOBISPO DE MILAN, 04 DE NOVIEMBRE


    San Carlos Borromeo
    Arzobispo de Milán y Cardenal
    Fiesta: 4 de noviembre
    Patrón de: Catequistas, Seminaristas
    "Carlos" significa "hombre prudente"


    Vida de San Carlos Borromeo

    San Carlos Borromeo, un santo que tomó muy en serio las palabras de Jesús; "Quien ahorra su vida, la pierde, pero el que gasta su vida por Mí, la ganará".

    Era de familia muy rica. Su hermano mayor, a quien correspondía la mayor parte de la herencia, murió repentinamente al caer de un caballo. El consideró la muerte de su hermano como un aviso enviado por el cielo, para estar preparado porque el día menos pensado llega Dios por medio de la muerte a pedirnos cuentas. Renunció a sus riquezas y fue ordenado sacerdote y mas tarde Arzobispo de Milán. Aunque no faltan las acusaciones de que su elección fue por nepostismo (era sobrino del Papa), sus enormes frutos de santidad demuestran que fue una elección del Espíritu Santo.

    Como obispo, su diócesis que reunía a los pueblos de Lombardía, Venecia, Suiza, Piamonte y Liguria. Los atendía a todos. Su escudo llevaba una sola palabra: "Humilitas", humildad.  El, siendo noble y riquísimo, vivía cerca del pueblo, prívandose de lujos. Fue llamado con razón "padre de los pobres"

    San Carlos BorromeoDecía que un obispo demasiado cuidadoso de su salud no consigue llegar a ser santo y que a todo sacerdote y a todo apóstol deben sobrarle trabajos para hacer, en vez de tener tiempo de sobra para perder.

    Para con los necesitados era supremamente comprensivo. Para con sus colaboradores era muy amigable y atento, pero exigente. Y para consigo mismo era exigentísimo y severo.

    Fue el primer secretario de Estado del Vaticano (en el sentido moderno).

    Fue blanco de un vil atentado, mientras rezaba en su capilla, pero salió ileso, perdonando generosamente al agresor.

    Fundó seminarios para formar sacerdotes bien preparados, y redactó para esos institutos unos reglamentos tan sabios, que muchos obispos los copiaron para organizar según ellos sus propios seminarios.

    Fue amigo de San Pío V, San Francisco de Borja, San Felipe Neri, San Félix de Cantalicio y San Andrés Avelino y de varios santos más.

    Murió joven y pobre, habiéndo enriquecido enormemente a muchos con la gracia. ……murió diciendo: "Ya voy, Señor, ya voy". En Milán casi nadie durmió esa noche, ante la tremenda noticia de que su queridísimo Cardenal arzobispo, estaba agonizando.



    Vida de San Carlos Borromeo
    -Fuente: Vidas de los Santos, de Butler, IV

    Entre los grandes hombres de la Iglesia que, en los días turbulentos del siglo XVI, lucharon por llevar a cabo la verdadera reforma que tanto necesitaba la Iglesia y trataron de suprimir, mediante la corrección de los abusos y malas costumbres, los pretextos que aprovechaban en toda Europa los promotores de la falsa reforma, ninguno fue, ciertamente, más grande ni más santo que el cardenal Carlos Borromeo. Junto con San Pío V, San Felipe Neri y San Ignacio de Loyola, es una de las cuatro figuras más grandes de la contrareforma. Era un noble de alta alcurnia. Su padre, el conde Gilberto Borromeo, se distinguió por su talento y sus virtudes. Su madre, Margarita, pertenecía a la noble rama milanesa de los Médicis. Un hermano menor de su madre llegó a ceñir la tiara pontificia con el nombre de Pío IV. Carlos era el segundo de los varones entre los seis hijos de una familia. Nació en el castillo de Arona, junto al lago Maggiore, el 2 de octubre de 1538. Desde los primeros años, dió muestras de gran seriedad y devoción. A los doce años, recibió la tonsura, y su tío, Julio Cesar Borromeo, le cedió la rica abadía benedictina de San Gracián y San Felino, en Arona, que desde tiempo atrás estaba en manos de la familia. Se dice que Carlos, aunque era tan joven, recordó a su padre que las rentas de ese beneficio pertenecían a los pobres y no podían ser aplicadas a gastos seculares, excepto lo que se emplease en educarle para llegar a ser, un día, digno ministro de la Iglesia. Despúes de estudiar el latín en Milán, el joven se trasladó a la Universidad de Pavía, donde estudió bajo la dirección de Francisco Alciati, quien más tarde sería promovido al cardenalato a petición del santo. Carlos tenía cierta dificultad de palabra y su inteligencia no era deslumbrante, de suerte que sus maestros le consideraban como un poco lento; sin embargo, el joven hizo grandes progresos en sus estudios. La dignidad y seriedad de su conducta hicieron de él un modelo de los jóvenes universitarios, que tenían la reputación de ser muy dados a los vicios. El conde Gilberto sólo daba a su hijo una parte mínima de las rentas de su abadía y, por las cartas de Carlos, vemos que atravesaba frecuentemente por periodos de verdadera penuria, pues su posición le obligaba a llevar un tren de vida de cierto lujo. A los veintidós años, cuando sus padres ya habían muerto, obtuvo el grado de doctor. En seguida retornó a Milán, donde recibió la noticia de que su tío el cardenal de Médicism había sido elegido Papa en el cónclave de 1559, a raíz de la muerte de Pablo IV.

     A principio de 1560, el nuevo Papa hizo a su sobrino cardenal diácono y, el 8 de febrero, le nombró administrador de la sede vacante de Milán, pero, en vez de dejarle partir, le retuvo en Roma y le confió numerosos cargos. En efecto, Carlos fue nombrado, en rápida sucesión, legado de Bolonia, de la Romaña y de la Marca de Ancona, así como protector de Portugal, de los países bajos, de los cantones católicos de Suiza y además, de las órdenes de San Francisco, del Carmelo, de los Caballeros de Malta y otras más. Lo extraordinario es que todos esos honores y responsabilidades recaían sobre un joven que no había cumplido aún veintitrés años y era simplemente clérigo de órdenes menores. Es increíble la cantidad de trabajo que san carlos podía despachar sin apresurarse nunca, a base de una actividad regular y metódica. Además, encontraba todavía tiempo para dedicarse a los asuntos de su familia, para oír música y para hacer ejercicio. Era muy amante del saber y lo promovió mucho entre el clero, para lo que fundó en el Vaticano, con el objeto de instruir y deleitar a la corte pontificia, una academia literaria compuesta de clérigos y laicos, algunas de cuyas conferencias y trabajos fueron publicados entre las obras de San Carlos con el título de Noctes Vaticanae. Por entonces, juzgó necesario atenerse a la costumbre renacentista que obligaba a los cardenales a tener un palacio magnífico, una servidumbre muy numerosa, a recibir constantemente a los personajes de importancia y a tener una mesa a la altura de las circunstancias. Pero en su corazón, estaba profundamente desprendido de todas esas cosas. Había logrado mortificar perfectamente sus sentidos y su actitud era humilde y paciente. Muchas almas se convierten a Dios en la adversidad; San Carlos tuvo el mérito de saber comprobar la vanidad de la abundancia al vivir en ella y, gracias a eso, su corazón se despegó cada vez más de las cosas terrenas. Había hecho todo lo posible por preveer al gobierno de la diócesis de Milán y remediar los desórdenes que había en ella; en este sentido, el mandato del Papa de que se quedase en Roma le dificultó la tarea. El Venerable Bartolomé de Martyribus, arzobispo de Braga, fue por entonces a la ciudad Eterna y San Carlos aprovechó la oportunidad para abrir su corazón a ese fiel siervo de Dios, a quien indicó: "Ya veis la posición que ocupo. Ya sabéis lo que significa ser sobrino y sobrino predilecto de un Papa y no ignorais lo que es vivir en la corte romana. Los peligros son inmenso. ¿Qué puedo hacer yo, joven inexperto? Mi mayor penitencia es el fervor que Dios me ha dado y, con frecuencia, pienso en retirarme a un monasterio a vivir como si sólo Dios y yo existiésemos". El arzobispo disipó las dudas del cardenal, asegurándole que no debía soltar el arado que Dios le había puesto en las manos para el servicio de la Iglesia, sino que debía, más bien, tratar de gobernar personalmente su diócesis en cuanto se le ofreciese oportunidad. Cuando San Carlos se enteró de que Bartolomé de Martyribus había ido a Roma precisamente con el objeto de renunciar a su arquidiócesis, le pidió explicaciones sobre el consejo que le había dado, y el arzobispo hubo de usar de todo su tacto en tal circunstancia.


    Pío IV había anunciado poco después de su elección que tenía la intención de volver a reunir el Concilio de Trento, suspendido en 1552. San Carlos empleó toda su influencia y su energía para que el Pontífice llevase a cabo su proyecto, a pesar de que las circunstancias políticas y eclesásticas eran muy adversas. Los esfuerzos del cardenal tuvieron éxito, y el Concilio volvió a reunirse en enero de 1562. Durante los dos años que duró la sesión, el santo tuvo que trabajar con la misma diplomacia y vigilancia que había empleado para conseguir que se reuniese. Varias veces estuvo a punto de disolverse la asamblea, dejando la obra incompleta, pero, con su gran habilidad y con el constante apoyo que prestó a los legados del Papa, logró que la empresa siguiese adelante. Así pues, en las nueve reuniones generales y en las numerosísimas reuniones particulares se aprobaron muchísimo de los decretos dogmáticos y disciplinarios de mayor importancia. El éxito se debió a San Carlos más que a cualquier otro de los personajes que participaron en la asamblea, de suerte que puede decirse que él fue director intelectual y el espíritu rector de la tercera y última sesión del Concilio de Trento.

    En el curso de las reuniones murió el conde Federico Borromeo, con lo cual, San Carlos quedó como jefe de su noble familia y su posición se hizo más dificil que nunca. Muchos supusieron que iba a abandonar el estado clerical para casarse, pero el santo ni siquiera pensó en ello. Renunció a sus derechos en favor de su tío Julio y se ordenó sacerdote en 1563. Dos meses más tarde, recibió la consagración episcopal, aunque no se le permitió trasladarse a su diócesis. Además de todos sus cargos, se le confió la supervisión de la publicación del Catecismo del Concilio de Trento y la reforma de los libros litúrgicos y de la música sagrada; él fue quien encomendó a Palestrina la composición de la Missa Papae Maecelli. Milán que había estado durante ochenta años sin obispo residente, se hallaba en un estado deplorable. El vicario de San Carlos había hecho todo lo posible por reformar la diócesis con la ayuda de algunos jesuitas, pero sin gran éxito. Finalmente, San Carlos consiguió permiso para reunir un concilio provicional y visitar su diócesis. Antes de que partiese, el Papa le nombró legado a latere para toda Italia. El pueblo de Milán le recibió con el mayor gozo y el santo predicó en la catedral sobre el texto "Con gran deseo he deseado comer esta Pascua con vosotros". Diez Obispos sufragáneos asistieron al sínodo, cuyas decisiones sobre la observancia de los decretos del Concilio de Trento, sobre la diciplina y la formación del Clero, sobre la celebración de los divinos oficios, sobre la administración de los sacramentos, sobre la enseñanza dominical del catecismo y sobre muchos otros puntos, fueron tan atinados que el Papa escribió a San Carlos para felicitarle. Cuando el santo se hallaba en el cumplimiento del oficio como legado de Toscana, fue convocado a Roma para asistir a Pío IV en su lecho de muerte, donde también le asistió San Felipe Neri. El nuevo Papa Pío V, pidió a San Carlos que se quedase algún tiempo en Roma para desempeñar los oficios que su predecesor le había confiado, pero el santo aprovechó la primera oportunidad para rogar al Papa que le dejase partir y, supo hacerlo con tal tino, que Pío V le despidió con su bendición.

    San Carlos llegó a Milán en abril de 1556 y, en seguida empezó a trabajar enérgicamente en la reforma de su diócesis. Su primer paso fue la organización de su propia casa. Puesto que consideraba el episcopado como un estado de perfección, se mostró sumamente severo consigo mismo. Sin embargo, supo siempre aplicar la discreción a la penitencia para no desperdiciar las fuerzas que necesitaba en el cumplimiento de su deber, de suerte que aun en las mayores fatigas conservaba toda su energía. Las rentas de que disfrutaba eran pingües, pero dedicaba la mayor parte de las obras de caridad y se oponía decididamente a la ostentación y al lujo. En cierta ocasión en que alguien ordenó que le calentasen el lecho, el santo dijo, sonriendo: "La mejor manera de no encontrar el lecho demasiado frío es ir a él más frío de lo que pueda estar". Francisco Panigarola, arzobispo de Asti, dijo en la oración fúnebre por San Carlos: "De sus rentas no empleaba para su propio uso más que lo absolutamente indispensable. En cierta ocasión en que le acompañé a una visita del valle de Mesolcina, que es un sitio muy frío, le encontré por la noche estudiando, vestido únicamente con una sotana vieja. Naturalmente le dije que, si no quería morir de frío, tenía que cubrirse mejor y él sonrió al responderme: 'No tengo otra sotana. Durante el día estoy obligado a vestir la púrpura cardenalicia, pero ésta es la única sotana realmente mía y me sirve lo mismo en el verano que en el invierno' ". Cuando San Carlos se estableció en Milán, vendió la vajilla de plata y otros objetos preciosos en 30,000 coronas, suma que consagró íntegramente a socorrer a las familias necesitadas. Su limosnero tenía orden de repartir entre los pobres 200 coronas mensuales, sin contar las limosnas extraordinarias, que eran muy numerosas. La generosidad de San Carlos dejó un recuerdo inperecedero. Por ejemplo, supo ayudar tan liberalmente al Colegio Inglés de Douai, que el cardenal Allen solía llamar a San Carlos, fundador de la institución. Por otra parte, el santo organizó retiros para su clero. El mismo hacía los Ejercicios Espirituales dos veces al año y tenía por regla confesarse todos los días antes de celebrar la misa. Su confesor ordinario era el Dr. Griffith Roberts, de la diócesis de Bangor, autor de la famosa gramática galesa. San Carlos nombró a otro galés (el Dr. Qwen, quien más tarde llegó a ser obispo de Calabria) vicario general de su diócesis, y llevaba siempre consigo una imagen de San Juan Fisher. Tenía el mayor respeto por la liturgia, de suerte que jamás decía una oración ni administraba ningun sacramento apresuradamente, por grande que fuese su prisa o por larga que resultase la función.


    Su espíritu de oración y su amor de Dios dejaban en los otros un gran gozo espiritual, le ganaban los corazones, e infundían en todos el deseo de perseverar en la virtud y de sufrir por ella. Tal fue el espíritu que San Carlos aplicó a la reforma de su diócesis, empezando por la organización de su propia casa. Su casa estaba compuesta de cien personas; la mayor parte eran clérigos, a lo que el santo pagaba generosamente para evitar que recibiesen regalos de otros. En la diócesis se conocía mal la religión y se la comprendía aún menos; las prácticas religiosas estaban desfiguradas por la supertición y profanadas por los abusos. Los sacramentos habían caído en el abandono, porque muchos sacerdotes apenas sabían cómo administrarlos y eran indolentes, ignorantes y de mala vida. Los monasterios se hallaban en el mayor desorden. Por medio de concilios provinciales, sínodos diocesanos y múltiples instrucciones pastorales, San Carlos aplicó progresivamente las medidas necesarias para la reforma del clero y del pueblo. Aquellas medidas fueron tan sabias, que una gran cantidad de prelados las consideran todavía como un modelo y las estudian para aplicarlas. San Carlos fue uno de los hombres más eminentes en teología pastoral que Dios enviara a su Iglesia para remediar los desórdenes producidos por la decadencia espiritual de la Edad Media y por los exesos de los reformadores protestantes. Empleando por una parte la ternura paternal y las ardientes exhortaciones y, poniendo rigurosamente en práctica, por la otra, los decretos de los sínodos, sin distinción de personas, ni clases, ni privilegios, doblegó poco a poco a los obstinados y llegó a vencer dificultades que habrían desalentado aun a los más valientes. San Carlos tuvo que superar su propia dificultad de palabra, a base de paciencia y atención, pues tenía un defecto en la lengua. A este propósito, decía su amigo Aquiles Gagliardi: "Muchas veces me he maravillado de que, aun sin poseer elocuencia natural alguna, sin tener ningún atractivo especial en su persona, haya conseguido obrar tales cambios en el corazón de sus oyentes. Hablaba brevemente, con suma seriedad y apenas se poda oir su voz; sin embargo, sus palabras producían siempre efecto". San Carlos ordenó que se atendiese especialmente a la instrucción cristiana de los niños. No contento con imponer a los sacerdotes la obligación de enseñar públicamente el catecismo todos los domingos y días de fiesta, estableció la Cofradía de la Doctrina Cristiana, que llegó a contar, según se dice, con 740 escuelas, 3.000 catequistas y 40.000 alumnos. Así pues, San Carlos fundó las "escuelas dominicales" dos siglos antes de que Roberto Raikes las introdujese en Inglaterra para los niños protestantes. San Carlos se valió particularmente de los clérigos regulares de San Pablo ("barnabitas"), cuyas constituciones él mismo había ayudado a revisar y, en 1578, fundó una congregación de sacerdotes seculares, llamados Oblatos de San Ambrosio que, por un voto simple de obediencia a su obispo, se ponían a disposición de éste para que los emplease a su gusto en la obra de la salvación de las almas. Pío XI formó parte más tarde de esa congregación, cuyos miembros se llaman actualmente Oblatos de San Ambrosio y de San Carlos.

    Pero en todas partes se acogió bien la obra reformadora del santo, quien en ciertos casos tuvo que hacer frente a una oposición violenta y sin escrúpulos. En 1567, tuvo una dificultad con el senado. Ciertos laicos que llevaban abiertamente una vida poco edificante y se negaban a prestar oídos a las exortaciones del santo, fueron aprisionados por orden suya. El senado amenazó, con ese motivo, a los funcionarios de la curia del arzobispo, y el asunto llegó hasta el Papa y Felipe II de España. Entre tanto, el alguacil episcopal fue golpeado y expulsado de la ciudad. San Carlos, después de considerar la cosa maduramente, excomulgó a los que habían participado en el ataque. Finalmente, el fallo sobre este conflicto de juridicción favoreció a San Carlos, ya que en la antigua ley un arzobispo gozaba de cierto poder ejecutivo; pero el gobernador de Milán se negó a aceptar esa decisión. San Carlos partió por entonces a visitar tres valles alpinos: el de Levantina, el de Bregno y La Riviera, que los anteriores arzobispos habían dejado completamente abandonados y donde la corrupción del clero era todavía mayor que la de los laicos, con los resultados que pueden imaginarse. El santo predicó y catequizó por todas partes, destituyó a los clérigos indignos y los reemplazó por hombres capaces de restaurar la fe y las costumbres del pueblo y de resistir a los ataques de los protestantes zwinglianos. Pero sus enemigos de Milán no le dejaron mucho tiempo en paz. Como la conducta de algunos de los canónigos de la colegiata de Santa María della Scala (que pretendían estar exentos de la jurisdicción del ordinario) no correspondiese a su dignidad, San Carlos consultó a San Pío V, quien le contestó que tenía derecho a visitar dicha iglesia y a tomar contra los canónigos las medidas que juzgase necesarias. San Carlos se presentó entonces en la iglesia a hacer la visita canónica; pero los canónigos le dieron con la puerta en las narices y alguien hizo un disparo contra la cruz que el santo había alzado con la mano durante el tumulto. El senado se puso en favor de los canónigos y presentó a Felipe II de España las más virulentas acusaciones contra el arzobispo, diciendo que se había arrogado los derechos del rey, porque la colegiata estaba bajo el patronato regio. Por otra parte, el gobernador de Milán escribió al Papa, amenazando con desterrar al cardenal Borromeo por traidor. Finalmente, el rey escribió al gobernador para que apoyase al arzobispo y los canónigos ofrecieron resistencia algún tiempo, pero acabaron por doblegarse.

    Antes de que ese asunto se solucionase, la vida de San Carlos corrió un peligro todavía mayor. La orden religiosa de los humiliati, que contaba ya con muy pocos miembros pero poseía aún muchos monasterios y tierras, se había sometido a las medidas reformadoras del arzobispo, pero los humiliati estaban totalmente corrompidos y su sumisión había sido aparente. En efecto, intentaron por todos los medios conseguir que el Papa anulase las disposiciones de San Carlos y, al fracasar sus intentos, tres priores de la orden tramaron un complot para asesinar a San Carlos. Un sacerdote de la orden, llamado Jerónimo Donati Farina, aceptó hacer el intento de matar al santo por veinte monedas de oro. Se obtuvo esa suma con la venta de los ornamentos de una iglesia. El 26 de octubre de 1569, Farina se apostó a la puerta de la capilla de la casa de San Carlos, en tanto que éste rezaba las oraciones de la noche con los suyos. Los presentes cantaban un himno de Orlando di Lasso y, precisamente en el momento en que entonaban las palabras, "Ya es tiempo de que vuelva a Aquél que me envió", el asesino descargó su pistola contra el santo. Farina consiguió escapar en el tumulto que se produjo, en tanto que San Carlos, pensando que estaba herido de muerte, encomendaba su vida a Dios. En realidad la bala sólo había tocado sus ropas y su manto cardenalicio había caído al suelo, pero el santo estaba ileso. Después de una solemne procesión de acción de gracias, San Carlos se retiró unos días a un monasterio de la Cartuja para consagrar nuevamente su vida a Dios.

    Al salir de su retiro, visitó otra vez los tres valles de los Alpes y aprovechó la oportunidad para recorrer también los cantones suizos católicos, donde convirtió a cierto número de zwinglianos y restauró la disciplina en los monasterios. La cosecha de aquel año se perdió y, al siguiente, Milán atravesó por un periodo de carestía. San Carlos pidió ayuda para procurar alimentos a los necesitados y, durante tres meses, dió de comer diariamente a tres mil pobres con sus propias rentas. Como había estado bastante mal de salud, los médicos le ordenaron que modificase su régimen de vida, pero el cambio no produjo ninguna mejoría. Después de asistir en Roma al cónclave que eligió a Gregorio XIII, el santo volvió a su antiguo régimen y así, pronto se recuperó. Al poco tiempo, tuvo un nuevo conflicto con el poder civil de Milán, pues el nuevo gobernador, Don Luis de Requesens, trató de reducir la juridicción local de la Iglesia y de poner en mal al arzobispo con el rey. San Carlos no vaciló en excomulgar a Requesens quien, para vengarse, envió un pelotón de soldados a patrullar las cercanías del palacio episcopal y prohibió que las cofradías se reuniesen cuando no estuviera presente un magistrado. Felipe II acabó por destituir al gobernador. Pero esos triunfos públicos no fueron, por cierto, la parte más importante del "cuidado pastoral" que ensalza el oficio de la fiesta de San Carlos. Su tarea principal consistió en formar un clero virtuoso y bien preparado. En cierta ocasión en que un sacerdote ejemplar se hallaba gravemente enfermo, las gentes comentaron que el arzobispo se preocupaba demasiado por él. El santo respondió: "¡Bien se ve que no sabéis lo que vale la vida de un buen sacerdote!" Ya mencionamos arriba la fundación de los oblatos de San Ambrosio, que tanto éxito tuvieron. Por otra parte, San Carlos reunió cinco sínodos provinciales y once diocesanos. Era infatigable en la visita a las parroquias. Cuando uno de sus sufragáneos le dijo que no tenía nada que hacer, el santo le mandó una larga lista de las obligaciones episcopales, añadiendo después de cada punto: "¿Cómo puede decir un obispo que no tiene nada que hacer?" El santo fundó tres seminarios en la arqudiócesis de Milán, para otros tantos tipos de jóvenes que se preparaban al sacerdocio y exigió en todas partes que se aplicasen las disposiciones del Concilio Tridentino acerca de la formación sacerdotal. En 1575, fue a Roma a ganar la indulgencia del jubileo y, al año siguiente, la instituyó en Milán. Acudieron entonces a la ciudad grandes multitudes de peregrinos, algunos de los cuales estaban contaminados con la peste, de suerte que la epidemia se propagó en Milán con gran virulencia.

    El gobernador y muchos de los nobles abandonaron la ciudad. San Carlos se consagró enteramente al cuidado de los enfermos. Como su clero no fuese suficientemente numeroso para asistir a las víctimas, reunió a los superiores de las comunidades religiosas y les pidió ayuda. Inmediatamente se ofrecieron como voluntarios muchos religiosos, a quien San Carlos hospedó en su propia casa. Después escribió al gobernador, Don Antonio de Guzmán, echándole en cara su cobardía, y consiguió que volviese a su puesto, con otros magistrados, para esforzarse en poner coto al desastre. El hospital de San Gregorio resultaba demasiado pequeño y siempre estaba repleto de muertos, moribundos y enfermos a quienes nadie se encargaba de asistir. El espectáculo arrancó lágrimas a San Carlos, quien tuvo que pedir auxilio a los sacerdotes de los valles alpinos, pues los de Milán se negaron, al principio, a ir al hospital. La epidemia acabó con el comercio, lo cual produjo la carestía. San Carlos agotó literalmente sus recursos para ayudar a los necesitados y contrajo grandes deudas. Llegó al extremo de transformar en vestidos para los pobres, los toldos y doseles de colores que solían colgarse desde el palacio episcopal hasta la catedral, durante las precesiones. Se colocó a los enfermos en las casas vacias de las afueras de la ciudad y en refugios improvisados; los sacerdotes organizaron cuerpos de ayudantes laicos, y se erigieron altares en las en las calles para que los enfermos pudiesen asistir a misa desde las ventanas. Pero el arzobispo no se contentó con orar, hacer penitencia, organizar y distribuir, sino que asistió personalmente a los enfermos, a los moribundos y acudió en socorro de los necesitados. Los altibajos de la peste duraron desde el verano de 1576 hasta principios de 1578. Ni siquiera en ese período dejaron los magistrados de Milán de hacer intentos para poner en mal a San Carlos con el Papa. Tal vez algunas de sus quejas no eran del todo infundadas, pero todas ellas revelaban, en el fondo, la ineficacia y estupidez de quienes las presentaban. Cuando terminó la epidemia, San Carlos decidió reorganizar el capítulo de la catedral sobre la base de la vida común. Los canónigos se opusieron y el santo determinó entonces fundar sus oblatos.


    En la primavera de 1580, hospedó durante una semana a una docena de jóvenes ingleses que iban de paso hacia la misión de Inglaterra y uno de ellos predicó ante él: era el Beato Rodolfo Sherwin, quien un año y medio más tarde había de morir por la fe en Londres. Poco después, San Carlos le dio la primera comunión a Luis Gonzaga, que tenía entonces doce años. Por esa época viajó mucho y las penurias y fatigas empezaron a afectar su salud. Además, había reducido las horas de sueño y el Papa hubo de recomendarle que no llevase demasiado lejos el ayuno cuaresmal. A fines de 1583, San Carlos fue enviado a Suiza como visitador apostólico y en Grisons tuvo que enfrentarse no sólo contra los protestantes, sino también contra un movimiento de brujas y hechiceros. En Roveredo, el pueblo acusó al párroco de practicar la magia y el santo se vio obligado a degradarle y entregarle al brazo secular. No se avergonzaba de discutir pacientemente sobre puntos teológicos con las campesinas protestantes de la región y, en cierta ocasión, hizo esperar a su comitiva hasta que consiguió hacer aprender el Padrenuestro y el Avemaría a un ignorante pastorcito. Habiendose enterado de que el duque Carlos de Saboya había caído enfermo en Vercelli, fue a verle inmediatamente y le encontró agonizante. Pero, en cuanto entró en la habitación del duque, éste exclamó: "¡Estoy curado!" El santo le dió la comunión al día siguiente. Carlos de Saboya pensó siempre que había recobrado la salud gracias a las oraciones de San Carlos y, después de la muerte de éste, mandó colgar en su sepulcro una lámpara de plata.

    En el año de 1584, decayó más la salud del santo. Después de fundar en Milán una casa de convalecencia, San Carlos partió en octubre, a Monte Varallo para hacer su retiro annual, acompañado por el P. Adorno, S. J. Antes de partir, había predicho a varias personas que le quedaba ya poco tiempo de vida. En efecto, el 24 de octubre se sintió enfermo y, el 29 del mismo mes, partió de regreso a Milán, a donde llegó el día de los fieles difuntos. La víspera había celebrado su última misa en Arona, su ciudad natal. Una vez en el lecho, pidió los últimos sacramentos "inmediatamente" y los recibió de manos del arcipreste de su catedral.

    Al principio de la noche del 3 al 4 de noviembre, murió apaciblemente, mientras pronunciaba las palabras "Ecce venio". No tenía más que cuarenta y seis años de edad. La devoción al santo cardenal se propagó rápidamente. En 1601, el cardenal Baronio, quien le llamó "un segundo Ambrosio", mandó al clero de Milán una orden de Clemente VIII para que, en el aniversario de la muerte del arzobispo, no celebrasen misa de requiem, sino una misa solemne.

    San Carlos fue oficialmente canonizado por Paulo V el 1ro de noviembre de 1610.

    CANCIÓN DEL CORAZÓN

     
     CANCIÓN DEL CORAZÓN...

    Había una vez un gran hombre que se casó con la mujer de sus sueños. De su amor procrearon una bebita. La niña era hermosa y alegre, y el hombre la amaba mucho.

            Cuando era muy pequeña, él la cargaba, tarareaba una melodía y bailaba con ella por toda la habitación, para decirle luego: "Te quiero, mi pequeña".

            Cuando la pequeña niña creció, su padre la abrazaba y le decía: "Te quiero, pequeña". La niña se ponía seria y decía: "Ya no soy pequeña". Entonces el hombre reía y decía: "Sin embargo, para mí siempre serás mi pequeñita".

            La niña pequeña -que ya no era pequeña- dejó su hogar y se fue por el mundo. Mientras aprendía más de sí misma, aprendía más del hombre. Vio que en verdad él era grande y fuerte; para esa época reconoció sus virtudes. Una de ellas era su capacidad de expresar amor por su familia. Sin importar dónde estuviera ella en el mundo, el hombre la llamaba por teléfono y le decía: "Te quiero, pequeña".

            Llegó el día en que la pequeña niña -que ya no era pequeña- recibió una llamada. El gran hombre estaba enfermo. Había sufrido un ataque. Estaba sin habla, le explicaron a la muchacha. No podría hablar nunca más, y no estaban seguros de que podía entender lo que le hablaban. No podía sonreír, reír, caminar, abrazar, bailar o decirle a la pequeña niña -que ya no era pequeña- cuánto la amaba.

            Y así ella fue al lado del gran hombre. Cuando entró en la habitación y lo vio, le pareció pequeño y de ninguna manera fuerte. Él la miró y trató de hablar, pero no pudo.

            La pequeña niña hizo lo único que podía hacer. Se reclinó sobre la cama cerca del hombre. Las lágrimas que brotaron de sus ojos corrieron por las mejillas, mientras ponía los brazos alrededor de los hombros inútiles de su padre.

            Con la cabeza en su pecho, pensaba muchas cosas. Recordaba los maravillosos momentos juntos, y cómo siempre se había sentido protegida y querida por él. Sintió dolor por la pérdida que tendría que soportar: las palabras de amor que siempre la habían consolado.

            Y entonces oyó en su interior el latido de su corazón. El corazón donde la música y la letra siempre habían estado vivas. El corazón continuaba latiendo firmemente, sin preocuparse del daño que tenía el resto del cuerpo. Mientras ella descansaba allí, sucedió lo mágico. Escuchó lo que necesitaba oír.

            El corazón latía las palabras que su boca no podía decir nunca más...

            Te quiero.
            Te quiero.
            Te quiero.
            Pequeña Pequeña Pequeña.

            Y ella se consoló.

    UN RATO DE LIBERTAD

    Autor: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net
    Un rato de libertad
    ¿Qué haría si se me concediese ahora un poco de tiempo libre? ¿Qué ideas ocuparían mi mente? ¿Qué deseos surgirían en mi corazón? ¿Qué planes y proyectos?
     
    Un rato de libertad

    Las prisas cubren nuestras vidas. Tenemos mil cosas que hacer en cada instante. Sentimos por momentos agobios que asfixian. Buscamos entonces pequeños oasis de libertad para serenar el alma.

    En otras ocasiones vivimos más serenos, tocamos instantes de paz. Nadie nos pide acciones urgentes. Nadie nos interpela sobre lo que hagamos o dejemos de hacer. Tenemos ante nosotros tiempo disponible para ocuparlo solo en aquello que deseamos desde lo más íntimo del alma.

    Si encuentro un rato de libertad, ¿qué viene a mi mente y a mi corazón? ¿Qué escojo si la decisión de lo que voy a hacer depende por completo de mí?

    Habrá quien tome un libro y empiece a leer una novela tantas veces programada y dejada una y otra vez para más tarde. Otro buscará en Internet una música que le hará volver a su infancia. Otro abrirá el armario de los recuerdos y releerá cartas y cartas de familiares y amigos. En la era electrónica, más de uno buceará en la famosa carpeta de "asuntos pendientes" que lleva demasiado tiempo sin ser "desempolvada".

    Un cristiano, un seguidor de Jesucristo, ¿qué desearía hacer si contase con un rato de libertad? Sería hermoso que pensase en su Amigo, que dedicase algo de tiempo a la oración, que abriese una Biblia y pudiera releer palabras que Dios ofrece a los hombres. De este modo, recordaría "lo único necesario", lo que vale la pena más allá de las prisas de nuestro mundo desquiciado.

    También sería "lógico" que un cristiano, en un rato de libertad, mirase a su alrededor y dedicase lo mejor de esos instantes "libres" para ayudar al hambriento, al sediento, a quien busca un poco de consuelo y de esperanza.

    Yo, ¿qué haría si se me concediese ahora un poco de tiempo libre? ¿Qué ideas ocuparían mi mente inquieta? ¿Qué deseos surgirían en mi corazón? ¿Qué planes y proyectos nacerían desde mi voluntad?

    Si tuviese un rato de libertad... Tal vez sea difícil encontrar momentos así, disponibles para llevar a cabo lo que más anhela mi alma. Pero si llegase un momento así, desvelaría dimensiones profundas de mi vida que no aparecen por culpa de las prisas que me agobian.

    Sería triste si un rato de libertad me hiciera descubrir que vivo de modo egoísta, sin dejar espacio ni a Dios ni a mis hermanos. Sería hermoso si un momento así desvelase que en mi existencia Cristo no es sólo un nombre del pasado, sino un Amigo que me indica el Camino y que me invita a avanzar hacia la fe y hacia el amor sincero a los hermanos.


  • Preguntas o comentarios al autor
  • P. Fernando Pascual LC

    lunes, 29 de octubre de 2012

    EL PENSAMIENTO DEL DÍA


    UNA FORTUNA SIN SABERLO


    UNA FORTUNA SIN SABERLO 
    (Para Reflexionar)

    Un día bajó el Señor a la tierra en forma de mendigo y se acercó a casa de un zapatero pobre y le dijo: "Hermano, hace tiempo que no como y me siento muy cansado, aunque no tengo ni una sola moneda quisiera pedirte que me arreglaras mis sandalias para poder seguir caminando". El zapatero le respondió: "¡Yo soy muy pobre y ya estoy cansado que todo el mund
    o viene a pedir y nadie viene a dar!".

    El Señor le contestó: "Yo puedo darte lo que tu quieras". El zapatero le pregunto: "¿Dinero inclusive?". El Señor le respondió: "Yo puedo darte 10 millones de dólares, pero a cambio de tus piernas". "¿Para qué quiero yo 10 millones de dólares si no voy a poder caminar, bailar, moverme libremente?", dijo el zapatero. Entonces el Señor replicó: "Está bien, te podría dar 100 millones de dólares, a cambio de tus brazos". El zapatero le contestó: "¿Para qué quiero yo 100 millones de dólares si no voy a poder comer solo, trabajar, jugar con mis hijos?".

    Entonces el Señor le dijo: "En ese caso, yo te puedo dar 1000 millones de dólares a cambio de tus ojos". El zapatero respondió asustado: "¿Para qué me sirven 1000 millones de dólares si no voy a poder ver el amanecer, ni a mi familia y mis amigos, ni todas las cosas que me rodean?".
    Entonces el Señor le dijo: "Ah hermano mío, ya ves qué fortuna tienes y no te das cuenta".













    Vuelo del Alma (Reflexión)




    Vuelo del Alma (Reflexión)

    Cuando el camino se hace cuesta arriba…
    NO LO DEJES

    Cuando las cosas andan mal…
    NO ABANDONES

    Cuando no consigas resultados y se sumen los problemas…
    NO TE RINDAS

    Cuando quieras sonreír y sólo puedas suspirar…
    NO DECAIGAS

    Cuando la suerte, te sea adversa y no encuentres fuerzas para seguir…
    NO RENUNCIES

    Cuando no encuentres compañeros de lucha…
    NO TE APURES

    ¡Hay manos que sostienen las tuyas!
    Cree y siente cada minuto de tu vida, deja que tu alma "vuele libre" por los jardines hermosos de la confianza en Dios, que llega donde nuestra visión no puede alcanzar, pero sí donde nuestro corazón puede sentir.


    ¡Tu alma desea estar libre para darte fuerza y estímulo!
    INTENTALO....Cierra los ojos por algunos minutos y deja que tus pensamientos se llenen de Amor.


    No podemos cambiar el mundo, ni quitar todo el dolor de la tierra, ni tener resueltos todos nuestros problemas, pero podemos aprender a mirar las cosas, con ojos de Amor. Si pensamos que todo es pasajero, miremos también con Amor todo lo que nos parece negativo. De esta manera observaremos con felicidad como poco a poco el mal se transforma en bien y las tristezas en alegrías.
    Lo que hoy nos hace sonreír fueron las cosas que nos hicieron llorar ayer.


    Nuestras necesidades de hoy, también pueden ser las alegrías de mañana. Las personas se van, los amores se pierden en el tiempo, los problemas se solucionan, hasta el mismo sol se va cada noche para renacer al día siguiente... no te quedes en el medio del camino porque un poco más adelante... ¡te espera la recompensa de Jesús!









    RIQUEZA O POBREZA


    RIQUEZA O POBREZA
    Un día un padre de familia adinerado llevó a su hijo a un viaje con el firme propósito de mostrarle cuantas personas vivían de forma diferente a ellos, y que pobres eran algunas familias.

    Al llegar, pasaron todo un día y una noche en una humilde casa de una familia muy pobre.

    Cuando regresaron de esta experiencia, el padre preguntó a su hijo:

    - ¿Qué te pareció el viaje?

    - Muy bueno Papá!!!

    - Viste como viven los pobres?

    - Sí.

    - ¿Y que aprendiste?, le preguntó

    Su hijo, entonces, le respondió:

    Yo ví que nosotros tenemos un cachorro en casa, ellos tenían cuatro. Nosotros tenemos una piscina que ocupa medio jardín, ellos tienen un riacho que no tiene fin.

    Nosotros tenemos un solarium

    iluminado con luz, ellos tenían el cielo, con todas las estrellas y la luna.. Nosotros tenemos un jardín con portón de entrada, ellos tenían el bosque entero. Mientras que el pequeño respondía, el padre, del asombro, no podía articular palabra alguna. Su hijo agregó:

    - Gracias papá, por mostrarme lo pobre que somos.

    REFLEXIÓN...
    Nunca debemos olvidarnos que quien a DIOS tiene... nada le falta,
    y cuando medimos lo que tenemos, el resultado de la medición solo depende de cómo miremos las cosas.. Si tenemos amor, Fe , Solidaridad , Amigos, Salud, Buen humor y Actitudes Positivas para con la vida que el Padre Celestial no dió..y para con nuestro prójimo...¡¡¡tenemos todo!!!
    Si somos "pobres de espíritu", no tenemos nada.

    "Conocí a una persona tan pobre, pero tan pobre, ¡¡¡que solo tenía dinero!!!"...











    Evitar las enfermedades litúrgicas.




    Evitar las enfermedades litúrgicas. 


    Un conocido sacerdote de Zaragoza, que quiere mantener el anonimato, ha redactado para la publicación de la Hoja DioceSana un interesante articulo sobre las enfermedades liturgicas mas comunes.
    Sería muy bueno que ,intentáramos en nuestras parroquias y comunidades vacunarnos contra ellas… Durante mi ministerio sacerdotal he apreciado, en las diferentes comunidades a las que he servido, diferentes patologías durante las celebraciones litúrgicas que se agudizan en mayor o menor medida dependiendo de las circunstancias y de las cuales paso a describir sus síntomas:


    LA AFASIA LITÚRGICA:

    Es la primera de ellas. Es un súbito bloqueo que observamos de las personas que entran por la puerta del templo y que bloquea totalmente los órganos vocales durante los cantos y las respuestas al final de las oraciones e incluso a la hora de contestar “amén” al recibir la comunión. Es un mal que ataca más a los hombres que a las mujeres. Es totalmente virulento en la celebración de las bodas y bautizos, ya que suele paralizar totalmente los mecanismos de la fonación. Suele curarse en seguida, en el momento que se toma un café o una cerveza en el bar de la esquina más cercana a la iglesia.

    LA DELANTERO-FOBIA: 

    Es la segunda enfermedad que aprecio muchas veces en los feligreses. Se produce nada más entrar por la puerta del atrio, los síntomas no tardan en aparecer: temblores en las piernas y un miedo irremediable a ponerse en los primeros bancos de la iglesia. Otra acepción de esta enfermedad es “humildad litúrgica”, el que padece este mal suele tener un ataque apenas entra por la puerta. Es un mal muy útil para casos de incendio o evacuación precipitada del local. Sirve también para no sentirse aludidos con los reproches de Jesús en el evangelio a los fariseos soberbios acusados de ocupar los primeros bancos.

    LA DOBLE CORRIENTE AURICULAR:

    Esta enfermedad todavía es más grave. Es un mal que se debe a la apertura de ambos conductos auriculares, que permite que el sonido que entra por uno, salga libremente por el opuesto, sin pasar por el cerebro ni el corazón. En sus orígenes fue descubierta por un antiguo párroco de Santa Engracia llamado Don Mariano Carilla, que subía al púlpito, sin notar que estaban abiertos los recién inaugurados micrófonos: “Predica, predica, Mariano, que para el caso que te hacen…” Los síntomas de esta enfermedad se vuelven agudos cuando se dan avisos, recomendaciones, o se convoca a algún acto a celebrar.

    SÍNDROME HOMILÉTICO:

    Es un estado de semi-trance (no producido por el incienso, como algunos creían) que se resuelve, en algún caso, en cabezadas o hasta ronquidos. El paciente tiende a perder contacto con la realidad y a menudo padece una defectuosa percepción del paso del tiempo. Se manifiesta sólo cuando el sacerdote comienza a predicar la homilía. Los estudiosos del tema nos comunican, que incluso hay personas que en ese momento les da por comenzar a rezar el Rosario. En casos agudos se puede caer hasta en la total inconsciencia, que sólo desaparece cuando los demás, se ponen en pie tras la homilía y comienzan a rezar el credo.

    Iglesia en Zaragoza. Núm. 1.621-
     abril 2012

    lunes, 22 de octubre de 2012

    ORA Y CONFIA


    Ora y confía

    Padre, escucha mi oración, atiende mi plegaria, porque en ti confío.

    Padre alargo a tí mis manos, porque en ti confió.

    Padre, escúchame pronto, porque me falta el aliento y en ti confío.

    Padre hazme sentir desde la mañana tu gracia, puesto que confío en ti.

    Padre señálame el camino que debo andar, ya que levanto a ti mi alma porque en ti confío.

    Padre, enséñame a cumplir tu voluntad, ya que tú eres mi Dios y en ti confío.

    Padre que tu buen espíritu me guíe y me conduzca por buenos caminos porque en ti confío.

    Padre, por tu Nombre guardarás mi vida; por tu gran compasión me sacarás de las angustias.

    Porque en ti confío y confiare por siempre.

    Tu hijo/a .

    NO PREGUNTES.. COMPARTE!!


    No preguntes. ¡Comparte! 
                      Autor: Padre Eusebio Gómez Navarro OCD

      Estaba pacíficamente sentado un derviche a la orilla de un río, cuando un transeúnte que pasó por allí, al ver la parte posterior de su cuello desnudo no pudo resistir la tentación de darle un sonoro golpe. Y quedó encantado del sonido que su golpe había producido en el cuello del derviche, pero éste se dolía del escozor y se levantó para devolverle el golpe.

    “Espera un momento”, dijo el agresor. “Puedes devolverme el golpe si quieres, pero responde primero a la pregunta que quiero hacerte: ¿Qué es lo que ha producido el ruido: mi mano o tu cuello?

    Y replicó el derviche: “Responde tú mismo. A mí, el dolor no me permite teorizar. Tú puedes hacerlo porque no sientes lo mismo que yo”.


                                          Anthony de Mello

    El dolor, cualquier clase de sufrimiento, no permite teorizar. El que sufre, o se queda en silencio o grita. La Biblia nos muestra al pueblo gritando ante el faraón para obtener el pan, y los profetas siguen gritando contra los tiranos.

    Jesús anunció a sus discípulos que El mismo tenía que sufrir: “El Hijo del Hombre debe sufrir mucho” (Mc 8.31). Desde pequeño se familiarizó con el dolor. Sufrió a causa de la muchedumbre incrédula, fue desechado por los suyos, conoció la negación de Pedro y la traición del otro discípulo. Pero fue en la pasión donde se concentró todo el sufrimiento, hasta sentirse abandonado por su Padre Dios (M. 27.46). El “Siervo de Yahvé” sudó sangre y suplicó con lágrimas en los ojos que el Padre le apartase el cáliz.

    La humanidad sigue sufriendo. La cruz sigue siendo para muchos escándalo, locura maldición. El dolor es un misterio que no exige explicación o comprensión, sino aceptación.

    El cristiano tiene que encajar las contrariedades, las cruces, como el Maestro. El papel de los cristianos no es comer, sino ser comidos (Bernanós). Es la finalidad del trigo y la de todo creyente, para que haya fruto en abundancia.

    Al que sufre, no se le hacen preguntas. No. Hay que solidarizarse con él y compartir el dolor como muestra de que se ha acercado uno también al Otro: a Dios.

    DAME TUS PECADOS...



            Dame tus pecados

            Una vez oí una historia respecto a un misionero que fue echado en la prisión por los oficiales comunistas rusos, por predicar el evangelio en lo que era la Unión Soviética. No le permitieron a este gran siervo de Dios ver a ningún otro ser humano, y le alimentaban pasándole la comida por debajo de la puerta. Años y años pasaron. Y un día el Señor se le apareció en la prisión.

            El hombre estaba tan agradecido con el Señor por haber venido a verle.

            - ¿Hay algo que pudiera darte para agradecerte? - le pregunto.

            - No, todo es Mío - respondió el Señor - . No hay nada que pudieras darme.

            - Pero, Señor, debe haber algo que pudiera darte para expresar mi gratitud.

            - No hay nada que puedas darme - repitió el Señor -. Hasta tu mismo cuerpo me pertenece. Tu misma vida es Mía.

            - Oh, por favor, debe haber alguna cosa que pudiera darte - el hombre volvió a preguntar.

            - La hay. Dame tus pecados. Eso es todo lo que quiero - dijo el Señor.

    PADRE NUESTRO DEL CATEQUISTA

    Padre Nuestro del Catequista



    Padre, Padre Dios.
    Que no es lo mismo que decir Supremo, Magnífico, Todopoderoso, Excelsísimo. Simplemente Padre, Papá. Papito.

    Y además, Padre Nuestro, de todos.
    No te decimos cada uno por su cuenta, "Padre Mío" expresión de uso exclusivo y egoísta.
    Te decimos Padre Nuestro porque nos reconocemos hermanos de todos los hombres e hijos privilegiados tuyos.
    Un Dios que eligió amarnos y darnos la vida por amor. Un Dios que quiso crearnos hijos. Ni súbditos, ni esclavos: Hijos.
    Por eso, te decimos: "Padre", Te decimos "Nuestro" y nos comprometemos a presentarte así ante nuestros hermanos; Que nuestra actividad catequística siempre ayude a mostrarte como Padre. A contar tus maravillas y a transmitir Tu Amor, a los que no saben de Él.

    Padre Nuestro que estás en el cielo.

    Reconocemos que son lo más grande que hay; Que estás en el cielo.
    Pero no un "cielo" lejano; un "cielo" que es Reino tuyo que ha sido anunciado a nosotros, tus hijos. Y que podemos empezar a vivir desde ya.

    Santificado sea Tu Nombre!
    Sí, que todos los hombres te conozcan y reconozcan Tu Nombre por sobre todo nombre. Que nadie hable blasfemia en nombre tuyo; que no se mate ni se robe, ni se censure, ni se discrimine en Tu Nombre, como muchos lo hacen.
    Que Tu Nombre sea Santificado. Respetado, Conocido por los hombres.
    Que nuestra labor como catequistas contribuya a difundir tu nombre y que podamos hacerlo con claridad y transparencia. Que nunca nos anunciemos "a nosotros mismos", buscando prestigio o ascendiente delante de los demás sino que siempre te anunciemos a Vos.

    Padre Nuestro, que Venga a nosotros Tu Reino.
    Tu Reino de justicia, paz, amor y libertad. Que venga a nosotros ya.
    Que seamos capaces de empezarlo a vivir en medio de los abatares cotidianos. Que nuestra catequesis sean verdadero anuncio del reino.
    Que hagamos una catequesis profética, en la que el anuncio y la denuncia aporten sabiduría a nuestra comunidad. Que sepamos leer tu paso por la historia.
    Padre Nuestro Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
    Te pedimos con insistencia, que se realice Tu Voluntad, en el mundo, entre nosotros, como ya se realiza en el Reino.
    Que seamos capaces de darnos cuenta que Tu Voluntad es, como dice Pablo: "Que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la Verdad". Que seamos capaces de comprender que Tu Voluntad es, como dice Jesús: "Que nos amemos los unos a los otros como Él nos amó". Ayúdanos a ser claros para contar a todos esta, la esencia de Tu Voluntad. Que nuestra catequesis permita descubrirla y sea el camino para vivirla.

    Danos hoy nuestro pan de cada día.
    Te lo pedimos con toda confianza. Danos el pan como nos diste la vida, danos el alimento material y espiritual de tu mano providente.
    Confiamos en Vos, aunque sabemos que debemos poner nuestro esfuerzo y nuestro trabajo para ganar ese pan. Padre, nuestra petición no es pasiva, es compromiso porque decimos con San Benito que te rezamos como si todo dependiese de Vos pero queremos hacer nuestro trabajo como si todo dependiese de nosotros. Que así sea en nuestra catequesis. Que nuestra dedicación y nuestro esmero sea como si
    todo dependiera de nosotros pero sin olvidar que la conversión de la persona siempre depende de Vos.

    Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden.
    Y también perdona esta audacia de pedirte que nos perdones de la misma manera que nosotros perdonamos, mejor, enséñanos a perdonar como sabemos que Vos perdonas. Enséñanos a amar como Vos nos amas.
    Enséñanos a ser misericordiosos como Vos sois misericordioso.
    Enséñanos a ser perfectos como Vos sois perfecto. Que nuestra catequesis sea verdadera escuela del perdón. Que aprendamos a arrepentirnos del mal que cometemos. Que aprendamos a dolernos de los males que provocamos. Que aprendamos a decir perdón por todas nuestras fallas.

    Padre Nuestro no nos dejes caer en la tentación.

    Sabemos que estamos rodeados de tentaciones y sabemos que no sois Vos quien nos tienta sino el Mal. No te pedimos que nos esquives las tentaciones, siempre van a estar pero danos tu espíritu para no "entrar en su juego".
    Los catequistas estamos tentados por muchas cosas. Las tentaciones comunes de cualquier mortal y las tentaciones propias de nuestro ministerio catequístico. Muchas veces nos creemos mejores que otros por ser catequistas o somos soberbios en nuestra fe o nos consideramos "superados" en nuestra relación con Vos. Es una gran tentación, Padre. Porque, muchas veces, no sabemos aprovechar como es debido Tu cercanía y tu confianza.

    Padre Nuestro, líbranos del mal.
    No te pedimos que nos saques del medio del mundo. Te pedimos que nos libres del mal aunque tengamos que convivir con Él. El horror, el hambre, los abusos y atropellos a las personas, el egoísmo, la mentira, el error, el pecado....
    El mal. Líbranos del mal.

    Padre Nuestro, nos ponemos en tus manos.

    Somos catequistas por obra de Tu Gracia y no por nuestros méritos.
    Que seamos dignos de anunciarte y encender la llamita del fuego sagrado en el corazón de los hombres.
    Necesitamos tenerte cerca para sentirnos seguros y andar por el camino de la vida teniéndote a Vos, por compañía.

    Amén.

    PENSAMIENTO DE JUAN PABLO II

    La familia está llamada a ser templo, o sea, casa de oración: una oración sencilla, llena de esfuerzo y ternura. Una oración que se hace vida, para que toda la vida se convierta en oración.

    Beato JUAN PABLO II

    FELIZ SEMANA


    Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...