lunes, 7 de noviembre de 2011

EL ÁRBOL QUE DABA MANZANAS


El árbol que daba manzanas

Hace mucho tiempo existía un enorme árbol de manzanas. Un pequeño niño lo amaba mucho y todos los días jugaba alrededor de él. Trepaba al árbol hasta el tope y el le daba sombra. El amaba al árbol y el árbol amaba al niño.

Pasó el tiempo y el pequeño niño creció y el nunca más volvió a jugar alrededor del enorme árbol.
Un día el muchacho regresó al árbol y escuchó que el árbol le dijo triste:

"¿Vienes a jugar conmigo?" pero el muchacho contestó "Ya no soy el niño de antes que jugaba alrededor de enormes árboles. Lo que ahora quiero son juguetes y necesito dinero para comprarlos".

"Lo siento, dijo el árbol, pero no tengo dinero... Te sugiero que tomes todas mis manzanas y las vendas. De esta manera tú obtendrás el dinero para tus juguetes".

El muchacho se sintió muy feliz.
Tomó todas las manzanas y obtuvo el dinero y el árbol volvió a ser feliz.

Pero el muchacho nunca volvió después de obtener el dinero y el árbol volvió a estar triste.

Tiempo después, el muchacho regresó y el árbol se puso feliz y le preguntó:

"¿Vienes a jugar conmigo?" "No tengo tiempo para jugar. Debo de trabajar para mi familia. Necesito una casa para compartir con mi esposa e hijos.

ALMA DE CRISTO


LA CONFESIÓN, LA IMPORTANCIA QUE MERECE

Autor: P. Fernando Pascual L.C. | Fuente: Catholic net
Darle a la confesión la importancia que merece
Para el cristiano un tema central, decisivo, del cual depende la vida eterna de miles y miles de personas, es el de la confesión.
 
Darle a la confesión la importancia que merece
Darle a la confesión la importancia que merece
Puede ocurrir que en corazones católicos haya más preocupación por el fútbol, por la marcha de la bolsa, por los accidentes de tráfico, por las obras que crean desorden en la propia ciudad, por la muerte de un famoso actor de cine, y por muchos otros temas... que por la confesión.

Cine, fútbol, economía, tráfico, obras públicas: son argumentos que tocan nuestra vida, que interesan a unos más y a otros menos, que incluso exigen una reflexión seria a la luz de los auténticos principios éticos.

Pero para el cristiano un tema central, decisivo, del cual depende la vida eterna de miles y miles de personas, es el de la confesión.

Porque el sacramento de la penitencia, o confesión, es un encuentro que permite a Dios derramar su misericordia en el corazón arrepentido. Se trata, por lo tanto, de la medicina más profunda, más completa, más necesaria para todo ser humano que ha sido herido por la desgracia del pecado.

Por eso, precisamente por eso, la confesión debe ocupar un puesto muy importante en las reflexiones de los bautizados. ¿Valoramos este sacramento? ¿Reconocemos que viene de Cristo? ¿Apreciamos la doctrina de la Iglesia católica sobre la confesión? ¿Conocemos sus “etapas”, los actos que corresponden al penitente, la labor que debe realizar el sacerdote confesor?

San Juan María Vianney sabía muy bien, después de miles y miles de confesiones, lo que ocurría en este magnífico sacramento, por lo que pudo decir: “No es el pecador el que vuelve a Dios para pedirle perdón, sino Dios mismo quien va tras el pecador y lo hace volver a Él”.

Uno de los objetivos del Año sacerdotal (2009-2010) convocado por el Papa Benedicto XVI era precisamente promover entre los sacerdotes un mayor aprecio por este sacramento, para que dedicasen más tiempo al mismo, y acogiesen a los penitentes con competencia y entusiasmo, desde la identificación con el mismo Corazón de Cristo que busca cada una de sus ovejas, que desea celebrar una gran fiesta por la conversión de cada pecador (cf. Jn 10; Lc 15).

La crisis que ha llevado en muchos lugares al abandono de este importante sacramento ha de ser superada, lo cual exige que los sacerdotes “se dediquen generosamente a la escucha de las confesiones sacramentales; que guíen el rebaño con valentía, para que no se acomode a la mentalidad de este mundo (cf. Rm 12,2), sino que también sepa tomar decisiones contracorriente, evitando acomodamientos o componendas” (Benedicto XVI, 11 de marzo de 2010).

En este día, miles de personas se presentarán ante el tribunal de Dios. ¿Qué mejor manera de prepararse al encuentro con un Dios que es Amor que hacerlo a través de una buena confesión?

También en este día, miles de personas sucumbirán al mal; dejarán que la avaricia, la soberbia, la pereza, les ciegue; actuarán desde odios o envidias muy profundas; acogerán las caricias engañosas de las pasiones de la carne o de la gula desenfrenada. ¿Qué mejor remedio para borrar el pecado en la propia vida y para reemprender la lucha cristiana hacia el bien que una confesión sincera, concreta, valiente y llena de esperanza en la misericordia divina?

Si los católicos damos, de verdad, a nuestra fe el lugar que merece en la propia vida, dejaremos de lado gustos, pasatiempos o incluso algunas ocupaciones sanas y buenas, para encontrar ese momento irrenunciable que nos lleva al encuentro con Alguien que nos espera y nos ama.

Dios perdona, si se lo pedimos con la humildad de un pecador arrepentido (cf. Lc 18,13). En la sencillez de una cita envuelta por el misterio de la gracia, un sacerdote dirá entonces palabras que tienen el poder que sólo Dios le ha dado: tus pecados quedan perdonados, vete en paz.

Preguntas o comentarios al autor

sábado, 5 de noviembre de 2011

VUELVE A EMPEZAR....


ALÉGRATE....

Alégrate
Autor: Amado Nervo

Si eres pequeño, alégrate;
porque tu pequeñez sirve de contraste
a otros en el universo; porque esa pequeñez
constituye la razón esencial de su grandeza;
porque para ser ellos grandes,
han necesitado que tu seas pequeño,
como la montaña para culminar
necesita alzarse entre colinas, lomas y cerros.

Si eres grande, alégrate, porque lo inevitable se manifestó en ti
de manera excelente, porque eres un éxito del artista eterno.

Si eres sano, alégrate; porque en ti las fuerzas de la naturaleza
han llegado a la ponderación y a la armonía.

Si eres enfermo, alégrate; porque luchan en tu organismo
fuerzas contrarias que acaso buscan una resultante de belleza
porque en ti se ensaya ese divino alquimista que se llama el dolor.

Si eres rico, alégrate, por toda la fuerza que el Destino
ha puesto en tus manos para que la derrames...

Si eres pobre, alégrate; porque tus alas serán más ligeras;
porque la vida te sujetará menos; porque el Padre realizara en ti
más directamente que en el rico, el amable prodigio periódico del pan cotidiano...

Alégrate si amas; porque eres más semejante a Dios que los otros.

Alégrate si eres amado;  porque hay en esto  una predestinación maravillosa.

Alégrate si eres pequeño,
alégrate si eres grande;
alégrate si tienes salud;
alégrate si la has perdido;
alégrate si eres rico;
si eres pobre, alégrate;
alégrate si te aman;
si amas, alégrate;
¡alégrate, siempre,
siempre, siempre!

COMENZAR...

Comenzar...

Que tiene de importante el comienzo de un nuevo año?

Muchos piensan que es un nuevo comienzo, es el dejar atrás las cosas viejas y empezar otras nuevas. Pero yo te digo... no pienses que el comenzar requiere un nuevo año.

No importa la estación... No importa el dia o la hora... No
importa si te perdiste en el camino... lo que tienes que hacer es bajar tu cabeza y pedirle al Padre que perdone tus pecados...

Entonces puedes comenzar de nuevo. Un nuevo comienzo... una nueva vida. No te preocupes si tropiezas y caes porque el Señor siempre te recogerá cuando le llames.

Olvida las resoluciones de año nuevo... haz un compromiso de caminar en la luz de Cristo, entonces te regocijaras cada dia de tu vida.

Así que recuerda, amigo/a, no esperes por las campanadas de medianoche, sino que coge tu Biblia hoy y lee Su Santa Palabra y simplemente comienza...

viernes, 4 de noviembre de 2011

PIENSA BIEN Y ACERTARÁS

Piensa bien y acertarás
Autor: Padre Eusebio Gómez Navarro OCD

 
En nuestras manos está el ser libres o esclavos. Nosotros mismos nos hacemos señores o dependientes de lo que somos y tenemos. Los pensamientos, según sean, hacen de nosotros personas libres o esclavas. “Nuestras vidas son el producto de nuestros pensamientos” (Marco Aurelio).
 
Indudablemente que cada uno es lo que piensa. Si se piensa en cosas tristes, se vivirá tristemente; si se piensa en positivo, se vivirá alegremente. Si el miedo al fracaso se ha apoderado de nuestra mente y nuestro corazón, no tardaremos en ver cómo toda nuestra existencia se arruina. Es, pues, necesario acostumbrarse a pensar bien. El que la vida sea bella o trágica depende, muchas veces, de cómo se piense, de cómo se oriente. Si se mejora el pensamiento sobre las cosas y personas, todo mejorará en la vida. “Lo que amarga nuestra vida es que pensamos muy poco en lo bueno que tenemos y vivimos pensando en lo que nos falta” (Schopenhauer). La felicidad está en disfrutar lo que se tiene y no vivir quejándose de lo que falta.

        Para cambiar los pensamientos, los dolores y los problemas, se tiene que actuar como si no existieran. Hay personas que ponen peros a todo. Son profetas de lamentaciones, de aguar cualquier fiesta y matar hasta las ilusiones más puras. Es necesario reemplazar los pensamientos y palabras tristes por pensamientos, palabras y obras positivas y entusiastas. “La acción logra cambiar los sentimientos. Así que si alguien siente que ha perdido alegría y entusiasmo, que se dedique a obrar como si tuviera entusiasmo y alegría, y verá cómo la acción transforma su sentimiento” (W. James).
 
“Al mal tiempo, buena cara”, dice el refrán popular. Buena cara pedía San Francisco de Asís a  sus frailes: “Tengan cuidado para no aparecer jamás como melancólicos, con semblante hosco y cabizbajo”. El alegre no se queja por nada; en cambio, el triste se queja de todo. “Las personas más desdichadas que he conocido no son las más enfermas, ni las más pobres, ni las más ignorantes, sino las que no sienten amor a Dios y las que no tienen alegría” (Madre Teresa de Calcuta).
 
 Hay una receta mágica que obra milagros hasta en el corazón más herido y endurecido: dejar los problemas a Dios y darle gracias por todo. Hay un buen negocio al alcance de cualquiera: cambiar quejas por acción de gracias.
 
Nunca tenemos que angustiarnos, aunque el problema sea enorme. Hay que hacer lo que se pueda y el resto dejárselo a Dios. “Descarga en Yahvé tu peso, y él te sustentará” (Sal 55,23). Cada día hay que renovar fuerzas y energías, olvidándose de las espinas de ayer, confiando en Jesús. “En el mundo tendréis dificultades. Pero, ¡ánimo!: yo he vencido al mundo” (Jn 16,33).
                    Hay que agradecer a Dios todo lo que nos ha dado. Hay que acostumbrarse a ver con los ojos de Dios, a creer profundamente que de todo lo que acontece se puede sacar provecho...

El hombre «light»

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El hombre «light»
 
El adjetivo inglés «light» en su sentido originario viene referido a cierto tipo de productos alimenticios: la coca-cola light sin cafeína ya no será la «chispa de la vida», la cerveza light sin alcohol, la mantequilla light sin grasa, la sacarina light o azúcar sin glucosa.
Al decir hombre «light» queremos definir a ese tipo de hombre sin sustancia, ligero, casi vacío, hueco por dentro, con mucha fachada y escaso fondo, que vive de impresiones, de fogonazos, sin ninguna resonancia interior, sin brío y sin brillo. Esta palabra se puso de moda en USA hacia los años ochenta y después llegó a Europa y a todo el mundo.
 
I. Perfil espiritual del hombre light:

1) Horizontalista: sin esa verticalidad que dan las virtudes teologales que oxigenan el espíritu y conectan inmediatamente con Dios, que nos ponen en su misma onda y sintonía hertziana. El hombre light vive la hipertrofia de lo material, de lo inmediato para satisfacer las necesidades más elementares y primarias (comer, divertirse, dormir, vestirse) y no busca satisfacer las necesidades íntimas: su hambre de Dios, de eternidad, de sentido. Ya su mente no busca la verdad suprema... ni su voluntad se adhiere al bien supremo... ni su corazón se enamora del amor supremo. Es una flota sin asideros, una casa sin cimientos, un piso sin columnas.
 
2) Desorientado: no sabe a dónde va, qué quiere, qué anhela en la vida de consagración. Va a la caza de espejismos que encuentra en la cuneta de la vida, cuando camina por la vereda de su egoísmo. Cuando lo urgente sería ponerse en el camino de Dios y de su voluntad santísima. Hombre sin orientación clara: no sabe exactamente a dónde va, qué pretende con esta formación que está recibiendo. Ha perdido el rumbo. No tiene a Dios como última referencia de su pensar, querer, obrar.
 
3) Desorganizado: Hombre sin programas serios, comprometidos que camina a la deriva; no se ha sentado para hacerse su mapa de ruta: no tiene programa de meditaciones, ni de exámenes prácticos, ni de lecturas espirituales, ni programa de primavera ni de verano ni de otoño ni de invierno. Vive al «ahí se va», «a lo que se tercie».
 
4) Desmotivado: La motivación en general siempre es energía, fuerza, resorte, incentivo, estímulo interno, impulso para reaccionar frente a una situación determinada. Por ejemplo, ante la sed se siente uno movido a buscar algo que le sacie esa sed. Por tanto la motivación viene a ser como un mecanismo interno de defensa, de autoconservación en la vida. El hombre light es un hombre sin motivaciones espirituales: no estudia por motivos espirituales, sino por motivos espúreos: acrecentar su ciencia y fama, sus intereses y curiosidades intelectuales. No trabaja sino para conseguir más dinero.
 
5) Descrucificado: el hombre light ha tirado a la cuneta la cruz. Y cuando no puede, la ha dulcificado, amortigua la aspereza de esa cruz: el hombre light pone cojines, terciopelo, algodón de su comodidad. Ya la cruz no pesa, no raspa, no hiere, no se hunde en nuestra carne, no corta nuestras pasiones, no purifica nuestro corazón, no nos madura, no nos da peso interior, no nos convierte en corredentores junto con Cristo. Me contaba ayer un señor que él no entiende lo del sufrimiento y que está dispuesto a hacer que sus hijos no sufran, como él ha tenido que sufrir en esta vida.
 
Autor: Antonio Rivero, L.C.
 
 

jueves, 3 de noviembre de 2011

ORACIÓN A SAN CARLOS BORROMEO


SAN CARLOS BORROMEO - 4 DE NOVIEMBRE

Autor: P. Ángel Amo. | Fuente: Catholic.net
Carlos Borromeo, Santo
Arzobispo de Milán, Noviembre 4
Carlos Borromeo, Santo

Cardenal Arzobispo de Milán

Martirologio Romano: Memoria de san Carlos Borromeo, obispo, que nombrado cardenal por su tío materno, el papa Pío IV, y elegido obispo de Milán, fue en esta sede un verdadero pastor fiel, preocupado por las necesidades de la Iglesia de su tiempo, y para la formación del clero convocó sínodos y erigió seminarios, visitó muchas veces toda su diócesis con el fin de fomentar las costumbres cristianas y dio muchas normas para bien de los fieles. Pasó a la patria celeste en la fecha de ayer (1584)

Etimología: Carlos = Aquel que es dotado de noble inteligencia, es de origen germánico

La gigantesca estatua que sus conciudadanos le dedicaron en Arona, sobre el Lago Mayor en el norte de Italia, expresa muy bien la gran estatura humana y espiritual de este santo activo, bienhechor y comprometido en todos los campos del apostolado cristiano.
Había nacido en 1538. Sobrino del Papa Pío IV, fue creado cardenal diácono cuando sólo tenía 21 años. El mismo Papa lo nombró secretario de Estado, siendo el primero que desempeñó este cargo en el sentido moderno. Aún permaneciendo en Roma para dirigir los asuntos, tuvo el privilegio de poder administrar desde lejos la arquidiócesis de Milán.

Cuando murió su hermano mayor, renunció definitivamente al título de conde y a la sucesión, y prefirió ser ordenado sacerdote y obispo a los 24 años de edad. Dos años después, muerto el Papa Pío IV, Carlos Borromeo dejó definitivamente Roma y fue recibido triunfalmente en la sede episcopal de Milán, en donde permaneció hasta la muerte, cuando tenía sólo 46 años.

En una diócesis que reunía a los pueblos de Lombardía, Venecia, Suiza, Piamonte y Liguria, Carlos estaba presente en todas partes. Su escudo llevaba un lema de una sola palabra: “Humilitas”, humildad. No era una simple curiosidad heráldica, sino una elección precisa: él, noble y riquisimo, se privaba de todo y vivía en contacto con el pueblo para escuchar sus necesidades y confidencias. Fue llamado “padre de los pobres”, y lo fue en el pleno sentido de la palabra. Empleó todos sus bienes en la construcción de hospitales, hospicios y casas de formación para el clero.

Se comprometió en llevar adelante las reformas sugeridas por el concilio de Trento, del que fue uno de los principales actores. Animado por un sincero espíritu de reforma, impuso una rígida disciplina al clero y a los religiosos, sin preocuparse por las hostilidades que se iban formando en los que no querían renunciar a ciertos privilegios que brindaba la vida eclesiástica y religiosa. Fue blanco de un atentado mientras rezaba en la capilla, pero salió ileso, perdonando generosamente a su atacante.

Durante la larga y terrible epidemia que estalló en 1576, viajó a todos los rincones de su diócesis. Empleó todas las energías y su caridad no conoció límites. Pero su robusta naturaleza tuvo que ceder ante el peso de tanta fatiga. Murió el 3 de noviembre de 1584. Fue canonizado en 1610 por el Papa Pablo V.

Si quieres saber más consulta corazones.org

TELÉFONOS DE EMERGENCIA


¿ME REGLAS UNA SONRISA?

¿Me regalas una sonrisa?

Un día, un niño se adentró en la selva, y después de haber caminado mucho, vio una pobre cabaña. Creyendo que la cabaña no estaba habitada, se acercó con toda cautela y miró por las rendijas. Vio a un anciano con una larga barba blanca, echado sobre una cama.

–– “Pasa niño –le dijo–. ¡Ven, acércate! Te sentí llegar cuando estabas a un kilómetro de distancia. ¡Ven!”.

El niño entró, se acercó, y preguntó:

–– “¿Cómo es posible que tú me hayas sentido desde tan lejos?”.

–– “Ves, mi querido amigo –replicó el anciano–, cuando se llega a esta edad es tan grande el deseo de tener a alguien cerca, que es como si prestara su oído al nuestro, para así poder oírle desde lejos. Después de haber visto tantas cosas tengo la nostalgia de una sonrisa, ¿puedes regalarme una sonrisa tuya?”.

SABER AGRADECER...

Saber agradecer

Siempre es buen momento de tener un recuerdo agradecido...
Son muchos quienes a lo largo del tiempo han dejado su huella en ti.
Experiencias sobre las que puedes recordar nombres.
Quizá algunos te hayan lanzado a una aventura para sacar algo de ti y  despertar tu "yo dormido", conseguir aquello que te parecía imposible,  cambiar, crecer y madurar.

Descubrir en ti las huellas de "otros amigos" encontrados a lo largo
del camino, todo esto es motivo de alegría y gratitud. Es motivo de
gratitud el que hayas podido experimentar a Dios, creer en la vida
y en tu capacidad de encuentro, creer que alguien haya podido ayudarte a descubrir lo mejor que existe dentro de ti.

Agradece a:
Aquellos que desde su manera de ser, te ayudaron a ser
más humano, mas sencillo, mas sensible a las cosas de Dios.
Aquel que inesperado y oportuno supo escucharte comprensivo.
Aquellos con quienes compartiste tus ratos de juego.
Aquel que te ayuda a develar tu riqueza interior.
Aquel que con su gran bondad te hizo ser sencillo.
Aquel que descubriste un día y "se quedo en ti".
Aquel que corrigiéndote con cariño te hizo caminar.
Aquel que con su vida incansable te animó a luchar.
Aquel que sin cansancio siempre espero lo mejor de ti.
Aquel que te exigía siempre haciéndote crecer en la grandeza.
Aquel que te hace sentir importante cuando necesita de ti.
Aquel que estando lejos lo sentiste cerca.
Aquel que con su desacuerdo te hace descubrir tu verdad.
Aquel que sabes que te quiere y siempre te espera.
Aquel que siempre te anima a ver lo positivo.
Aquel que te quiere como eres animándote a crecer.
Aquel que con su necesidad de ti hizo que te sintieras "único".
Aquellos que con su experiencia interior
te ayudaron a conocer a Dios...



ORACIONES A SAN MARTÍN DE PORRES




SAN MARTÍN DE PORRES, 3 DE NOVIEMBRE

Autor: . | Fuente: Archidiócesis de Madrid
Martín de Porres, Santo
Religioso dominico, noviembre 3



Martín de Porres, Santo
Religioso dominico, peruano

El racismo, esa distinción que hacemos los hombres distinguiendo a nuestros semejantes por el color de la piel es algo tan sinsentido como distinguirlos por la estatura o por el volumen de la masa muscular. Y lo peor no es la distinción que está ahí sino que ésta lleve consigo una minusvaloración de las personas -necesariamente distintas- para el desempeño de oficios, trabajos, remuneraciones y estima en la sociedad. Un mulato hizo mayor bien que todos los blancos juntos a la sociedad limeña de la primera mitad del siglo XVII.

Fue hijo bastardo del ilustre hidalgo -hábito de Alcántara- don Juan de Porres, que estuvo breve tiempo en la ciudad de Lima. Bien se aprecia que los españoles allá no hicieron muchos feos a la población autóctona y confiemos que el Buen Dios haga rebaja al juzgar algunos aspectos morales cuando llegue el día del juicio, aunque en este caso sólo sea por haber sacado del mal mucho bien. Tuvo don Juan dos hijos, Martín y Juana, con la mulata Ana Vázquez. Martín nació mulato y con cuerpo de atleta el 9 de diciembre de 1579 y lo bautizaron, en la parroquia de San Sebastián, en la misma pila que Rosa de Lima.

La madre lo educó como pudo, más bien con estrecheces, porque los importantes trabajos de su padre le impedían atenderlo como debía. De hecho, reconoció a sus hijos sólo tardíamente; los llevó a Guayaquil, dejando a su madre acomodada en Lima, con buena familia, y les puso maestro particular. 

Martín regresó a Lima, cuando a su padre lo nombraron gobernador de Panamá. Comenzó a familiarizarse con el bien retribuido oficio de barbero, que en aquella época era bastante más que sacar dientes, extraer muelas o hacer sangrías; también comprendía el oficio disponer de yerbas para hacer emplastos y poder curar dolores y neuralgias; además, era preciso un determinado uso del bisturí para abrir hinchazones y tumores. Martín supo hacerse un experto por pasar como ayudante de un excelente médico español. De ello comenzó a vivir y su trabajo le permitió ayudar de modo eficaz a los pobres que no podían pagarle. Por su barbería pasarán igual labriegos que soldados, irán a buscar alivio tanto caballeros como corregidores.

Pero lo que hace ejemplar a su vida no es sólo la repercusión social de un trabajo humanitario bien hecho. Más es el ejercicio heroico y continuado de la caridad que dimana del amor a Jesucristo, a Santa María. Como su persona y nombre imponía respeto, tuvo que intervenir en arreglos de matrimonios irregulares, en dirimir contiendas, fallar en pleitos y reconciliar familias. Con clarísimo criterio aconsejó en más de una ocasión al Virrey y al arzobispo en cuestiones delicadas.

Alguna vez, quienes espiaban sus costumbres por considerarlas extrañas, lo pudieron ver en éxtasis, elevado sobre el suelo, durante sus largas oraciones nocturnas ante el santo Cristo, despreciando la natural necesidad del sueño. Llamaba profundamente la atención su devoción permanente por la Eucaristía, donde está el verdadero Cristo, sin perdonarse la asistencia diaria a la Misa al rayar el alba.

Por el ejercicio de su trabajo y por su sensibilidad hacia la religión tuvo contacto con los monjes del convento dominico del Rosario donde pidió la admisión como donado, ocupando la ínfima escala entre los frailes. Allí vivían en extrema pobreza hasta el punto de tener que vender cuadros de algún valor artístico para sobrevivir. Pero a él no le asusta la pobreza, la ama. A pesar de tener en su celda un armario bien dotado de yerbas, vendas y el instrumental de su trabajo, sólo dispone de tablas y jergón como cama.

Llenó de pobres el convento, la casa de su hermana y el hospital. Todos le buscan porque les cura aplicando los remedios conocidos por su trabajo profesional; en otras ocasiones, se corren las voces de que la oración logró lo improbable y hay enfermos que consiguieron recuperar la salud sólo con el toque de su mano y de un modo instantáneo.

Revolvió la tranquila y ordenada vida de los buenos frailes, porque en alguna ocasión resolvió la necesidad de un pobre enfermo entrándolo en su misma celda y, al corregirlo alguno de los conventuales por motivos de clausura, se le ocurrió exponer en voz alta su pensamiento anteponiendo a la disciplina los motivos dimanantes de la caridad, porque "la caridad tiene siempre las puertas abiertas, y los enfermos no tienen clausura".

Pero entendió que no era prudente dejar las cosas a la improvisación de momento. La vista de golfos y desatendidos le come el alma por ver la figura del Maestro en cada uno de ellos. ¡Hay que hacer algo! Con la ayuda del arzobispo y del Virrey funda un Asilo donde poder atenderles, curarles y enseñarles la doctrina cristiana, como hizo con los indios dedicados a cultivar la tierra en Limatombo. También los dineros de don Mateo Pastor y Francisca Vélez sirvieron para abrir las Escuelas de Huérfanos de Santa Cruz, donde los niños recibían atención y conocían a Jesucristo.

No se sabe cómo, pero varias veces estuvo curando en distintos sitios y a diversos enfermos al mismo tiempo, con una bilocación sobrenatural.

El contemplativo Porres recibía disciplinas hasta derramar sangre haciéndose azotar por el indio inca por sus muchos pecados. Como otro pobre de Asís, se mostró también amigo de perros cojos abandonados que curaba, de mulos dispuestos para el matadero y hasta lo vieron reñir a los ratones que se comían los lienzos de la sacristía. Se ve que no puso límite en la creación al ejercicio de la caridad y la transportó al orden cósmico.

Murió el día previsto para su muerte que había conocido con anticipación. Fue el 3 de noviembre de 1639 y causada por una simple fiebre; pidiendo perdón a los religiosos reunidos por sus malos ejemplos, se marchó. El Virrey, Conde de Chinchón, Feliciano de la Vega -arzobispo- y más personajes limeños se mezclaron con los incontables mulatos y con los indios pobres que recortaban tantos trozos de su hábito que hubo de cambiarse varias veces.

Lo canonizó en papa Juan XXIII en 1962.

Desde luego, está claro que la santidad no entiende de colores de piel; sólo hace falta querer sin límite.


¿Qué nos enseña su vida?

La vida de San Martín nos enseña:

A servir a los demás, a los necesitados. San Martín no se cansó de atender a los pobres y enfermos y lo hacía prontamente. Demos un buen servicio a los que nos rodean, en el momento que lo necesitan. Hagamos ese servicio por amor a Dios y viendo a Dios en las demás personas.

A ser humildes. San Martín fue una persona que vivió esta virtud. Siempre se preocupó por los demás antes que por él mismo. Veía las necesidades de los demás y no las propias. Se ponía en el último lugar. 
A llevar una vida de oración profunda. La oración debe ser el cimiento de nuestra vida. Para poder servir a los demás y ser humildes, necesitamos de la oración. Debemos tener una relación intima con Dios

A ser sencillos. San Martín vivió la virtud de la sencillez. Vivió la vida de cara a Dios, sin complicaciones. Vivamos la vida con espíritu sencillo.

A tratar con amabilidad a los que nos rodean. Los detalles y el trato amable y cariñoso es muy importante en nuestra vida. Los demás se lo merecen por ser hijos amados por Dios.

A alcanzar la santidad en nuestra vidas. Por alcanzar esta santidad, luchemos...

A llevar una vida de penitencia por amor a Dios. Ofrezcamos sacrificios a Dios.

San Martín de Porres se distinguió por su humildad y espíritu de servicio, valores que en nuestra sociedad actual no se les considera importantes. Se les da mayor importancia a valores de tipo material que no alcanzan en el hombre la felicidad y paz de espíritu. La humildad y el espíritu de servicio producen en el hombre paz y felicidad.

Oración
Virgen María y San Martín de Porres, ayúdenme este día a ser más servicial con las personas que me rodean y así crecer en la verdadera santidad.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

ORACIONES POR NUESTROS FIELES DIFUNTOS


Oraciones por los fieles difuntos
Alfonso Méndiz

La Iglesia Católica, que quiere ser Madre de todos los hombres, anima en este día a sus hijos a rezar por los difuntos. Los fieles difuntos son asimismo miembros del Cuerpo Místico de Cristo y forman parte de la Iglesia. Constituyen la Iglesia Purgante y viven en solidaridad con los demás miembros –los de la Iglesia Militante en la tierra y los de la Iglesia Triunfante en el Paraíso– y en comunión con Dios, aunque de diverso modo. Así como las almas de los fieles que alcanzaron ya su meta definitiva en el Cielo, viven en una perfecta intimidad con la Trinidad Beatísima, y los que aún vivimos en el mundo nos sentimos y somos hijos de Dios y batallamos contra nuestras pasiones por ser fieles al Creador mientras nos dura el tiempo de merecer, las almas de los fieles difuntos en el Purgatorio, pasaron ya por el mundo, pero todavía no gozan de Dios.
 
Nos enseña la Iglesia, por el Catecismo de la Iglesia Católica, que los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo. Estos son los fieles difuntos y forman parte de la misma Iglesia de Jesucristo, como los santos del cielo y como los hijos de Dios todavía en la tierra, que anhelamos la misma salvación que los santos ya tienen garantizada. La Iglesia llama Purgatorio a esta purificación final de los elegidos que es completamente distinta del castigo de los condenados, continúa el Catecismo.

        Afirmó Jesús, según recoge san Mateo en su Evangelio, que a quien comete cierto tipo pecados –el rechazo expreso del perdón o pecado contra el Espíritu Santo– no se le perdonará ni en este mundo ni en el venidero. Algunos Padres de la Iglesia, como san Gregorio, han entendido, a partir de esa frase del Señor, que otros pecados pueden ser personados mientras vivimos en la tierra, o bien después, en un momento posterior. Con razón aparece, ya en el Antiguo Testamento, la práctica de ofrecer oraciones y sacrificios en expiación por los pecados de los muertos. En el segundo libro de los Macabeos se recuerda la colecta recaudada entre los fieles para ofrecer un sacrificio expiatorio en favor de los muertos para que quedaran liberados del pecado.

        En el día de hoy se nos recuerda la práctica multisecular de los sufragios. Ese modo de vivir la caridad con los que nos han precedido en el camino hacia la santidad, tal vez sea una de las manifestaciones más delicadas de amor entre nosotros. En efecto, quienes ofrecen esos sufragios –oraciones y sacrificios por los difuntos– ejercitan de modo admirable, no solamente la fe en la eficacia de la oración, sino que hacen asimismo actos espléndidos de amor generoso y desprendido, para ayudar a quienes sufren viéndose aún detenidos en su tránsito a la Bienaventuranza Eterna de intimidad con Dios. También son los sufragios actos de esperanza, pues conocemos que nada de esa plegaria se pierde, que redunda en eternidad gozosa para los que han muerto encaminados hacia Dios. Y ¿acaso podrán olvidarnos, estando tan cerca de Dios y con tanta fuerza intercesora, a quienes desde aquí les impulsamos al Cielo? ¿Acaso no serán nuestros entusiastas valedores cuando finalmente alcancen la morada celestial?
 
Es admirable con cuánta vehemencia hablaba san Juan Crisóstomo a sus fieles, de los que murieron leales a Jesucristo, pero necesitados todavía de alguna purificación: llevémosles socorros y hagamos su conmemoración. Si los hijos de Job fueron purificados por el sacrificio de su padre, ¿por qué habríamos de dudar de que nuestras ofrendas por los muertos les lleven un cierto consuelo? No dudemos, pues, en socorrer a los que han partido y en ofrecer nuestras plegarias por ellos. La Santa Misa, sacrificio de Jesucristo en el Calvario, el sacrificio por antonomasia, es sin duda el mejor de los sufragios ofrecido por los fieles difuntos. Desde los primeros tiempos, nos recuerda en Catecismo de la Iglesia Católica, la Iglesia ha honrado la memoria de los difuntos y ha ofrecido sufragios en su favor, en particular el sufragio eucarístico, para que, una vez purificados, puedan llegar a la visión beatífica de Dios.
 
Tendríamos que incorporar a nuestra piedad habitual la oración por los fieles del Purgatorio. Así lo recomienda san Josemaría: Las ánimas benditas del purgatorio. —Por caridad, por justicia, y por un egoísmo disculpable —¡pueden tanto delante de Dios!— tenlas muy en cuenta en tus sacrificios y en tu oración.
        Ojalá, cuando las nombres, puedas decir: "Mis buenas amigas las almas del purgatorio..."
 
Por lo demás, como venimos diciendo, el Purgatorio es lugar de padecimiento tras esta vida, si quedan en nuestra alma impurezas del pecado que todavía desdicen de la limpieza absoluta del Paraíso. Por eso, ante el dolor y la persecución, decía un alma con sentido sobrenatural: "¡prefiero que me peguen aquí, a que me peguen en el purgatorio!" Esta consideración, también del Fundador del Opus Dei, puede servirnos para soportar de buena gana algunos momentos –inevitables muchas veces– de cansancio, de dolor, de injusticia, de adversidad en general, con el íntimo pensamiento de que merecemos limpiarnos más profundamente de nuestras faltas y pecados.
 
Nuestra Madre del Cielo, que no conoció pecado, nos puede aficionar a esa limpieza completa del alma, que podemos conseguir también, con oración y sacrificios, para las almas del Purgatorio.

FIELES DIFUNTOS, 02 DE NOVIEMBRE

Autor: Tere Fernández | Fuente: Catholic.net
Fieles difuntos
2 de noviembre, conoce el significado de las costumbres y tradiciones relacionadas con esta fiesta.
 
Fieles difuntos

Un poco de historia

La tradición de rezar por los muertos se remonta a los primeros tiempos del cristianismo, en donde ya se honraba su recuerdo y se ofrecían oraciones y sacrificios por ellos.

Cuando una persona muere ya no es capaz de hacer nada para ganar el cielo; sin embargo, los vivos sí podemos ofrecer nuestras obras para que el difunto alcance la salvación.

Con las buenas obras y la oración se puede ayudar a los seres queridos a conseguir el perdón y la purificación de sus pecados para poder participar de la gloria de Dios.

A estas oraciones se les llama sufragios. El mejor sufragio es ofrecer la Santa Misa por los difuntos.

Debido a las numerosas actividades de la vida diaria, las personas muchas veces no tienen tiempo ni de atender a los que viven con ellos, y es muy fácil que se olviden de lo provechoso que puede ser la oración por los fieles difuntos. Debido a esto, la Iglesia ha querido instituir un día, el 2 de noviembre, que se dedique especialmente a la oración por aquellas almas que han dejado la tierra y aún no llegan al cielo.

La Iglesia recomienda la oración en favor de los difuntos y también las limosnas, las indulgencias y las obras de penitencia para ayudarlos a hacer más corto el periodo de purificación y puedan llegar a ver a Dios. "No dudemos, pues, en socorrer a los que han partido y en ofrecer nuestras plegarias por ellos".

Nuestra oración por los muertos puede no solamente ayudarles, sino también hacer eficaz su intercesión a nuestro favor. Los que ya están en el cielo interceden por los que están en la tierra para que tengan la gracia de ser fieles a Dios y alcanzar la vida eterna.

Para aumentar las ventajas de esta fiesta litúrgica, la Iglesia ha establecido que si nos confesamos, comulgamos y rezamos el Credo por las intenciones del Papa entre el 1 y el 8 de noviembre, “podemos ayudarles obteniendo para ellos indulgencias, de manera que se vean libres de las penas temporales debidas por sus pecados”. (CEC 1479)

Costumbres y tradiciones.

El altar de muertos

Es una costumbre mexicana relacionada con el ciclo agrícola tradicional. Los indígenas hacían una gran fiesta en la primera luna llena del mes de noviembre, para celebrar la terminación de la cosecha del maíz. Ellos creían que ese día los difuntos tenían autorización para regresar a la tierra, a celebrar y compartir con sus parientes vivos, los frutos de la madre tierra.

Para los aztecas la muerte no era el final de la vida, sino simplemente una transformación. Creían que las personas muertas se convertirían en colibríes, para volar acompañando al Sol, cuando los dioses decidieran que habían alcanzado cierto grado de perfección.

Mientras esto sucedía, los dioses se llevaban a los muertos a un lugar al que llamaban Mictlán, que significa “lugar de la muerte” o “residencia de los muertos” para purificarse y seguir su camino.

Los aztecas no enterraban a los muertos sino que los incineraban.
La viuda, la hermana o la madre, preparaba tortillas, frijoles y bebidas. Un sacerdote debía comprobar que no faltara nada y al fin prendían fuego y mientras las llamas ardían, los familiares sentados aguardaban el fin, llorando y entonando tristes canciones. Las cenizas eran puestas en una urna junto con un jade que simbolizaba su corazón.

Cada año, en la primera noche de luna llena en noviembre, los familiares visitaban la urna donde estaban las cenizas del difunto y ponían alrededor el tipo de comida que le gustaba en vida para atraerlo, pues ese día tenían permiso los difuntos para visitar a sus parientes que habían quedado en la tierra.

El difunto ese día se convertía en el "huésped ilustre" a quien había de festejarse y agasajarse de la forma más atenta. Ponían también flores de Cempazúchitl, que son de color anaranjado brillante, y las deshojaban formando con los pétalos un camino hasta el templo para guiar al difunto en su camino de regreso a Mictlán.

Los misioneros españoles al llegar a México aprovecharon esta costumbre, para comenzar la tarea de la evangelización a través de la oración por los difuntos.

La costumbre azteca la dejaron prácticamente intacta, pero le dieron un sentido cristiano: El día 2 de noviembre, se dedica a la oración por las almas de los difuntos. Se visita el cementerio y junto a la tumba se pone un altar en memoria del difunto, sobre el cual se ponen objetos que le pertenecían, con el objetivo de recordar al difunto con todas sus virtudes y defectos y hacer mejor la oración.

El altar se adorna con papel de colores picado con motivos alusivos a la muerte, con el sentido religioso de ver la muerte sin tristeza, pues es sólo el paso a una nueva vida.

Cada uno de los familiares lleva una ofrenda al difunto que se pone también sobre el altar. Estas ofrendas consisten en alimentos o cosas que le gustaban al difunto: dulce de calabaza, dulces de leche, pan, flores. Estas ofrendas simbolizan las oraciones y sacrificios que los parientes ofrecerán por la salvación del difunto.

Los aztecas fabricaban calaveras de barro o piedra y las ponían cerca del altar de muertos para tranquilizar al dios de la muerte. Los misioneros, en vez de prohibirles esta costumbre pagana, les enseñaron a fabricar calaveras de azúcar como símbolo de la dulzura de la muerte para el que ha sido fiel a Dios.

El camino de flores de cempazúchitl, ahora se dirige hacia una imágen de la Virgen María o de Jesucristo, con la finalidad de señalar al difunto el único camino para llegar al cielo.

El agua que se pone sobre el altar simboliza las oraciones que pueden calmar la sed de las ánimas del purgatorio y representa la fuente de la vida; la sal simboliza la resurrección de los cuerpos por ser un elemento que se utiliza para la conservación; el incienso tiene la función de alejar al demonio; las veladoras representan la fe, la esperanza y el amor eterno; el fuego simboliza la purificación.

Los primeros misioneros pedían a los indígenas que escribieran oraciones por los muertos en los que señalaran con claridad el tipo de gracias que ellos pedían para el muerto de acuerdo a los defectos o virtudes que hubiera demostrado a lo largo de su vida.

Estas oraciones se recitaban frente al altar y después se ponían encima de él. Con el tiempo esta costumbre fue cambiando y ahora se escriben versos llamados “calaveras” en los que, con ironía, picardía y gracia, hablan de la muerte.

La Ofrenda de Muertos contiene símbolos que representan los tres “estadios” de la Iglesia:

1) La Iglesia Purgante,
conformada por todas las almas que se encuentran en el purgatorio, es decir aquéllas personas que no murieron en pecado mortal, pero que están purgando penas por las faltas cometidas hasta que puedan llegar al cielo. Se representa con las fotos de los difuntos, a los que se acostumbra colocar las diferentes bebidas y comidas que disfrutaban en vida.

2) La Iglesia Triunfante, que son todas las almas que ya gozan de la presencia de Dios en el Cielo, representada por estampas y figuras de santos.

3) La Iglesia Militante, que somos todos los que aún estamos en la tierra, y somos los que ponemos la ofrenda.
En algunos lugares de México, la celebración de los fieles difuntos consta de tres días: el primer día para los niños y las niñas; el segundo para los adultos; y el tercero lo dedican a quitar el altar y comer todo lo que hay en éste. A los adultos y a los niños se les pone diferente tipo de comida.

ORACIONES POR LOS DIFUNTOS







ORACIONES POR LOS DIFUNTOS

ORACIONES
POR LOS DIFUNTOS

 
Se devoto de las almas del Purgatorio. Si no ruegas por ellas, Dios permitirá que los demás se olviden después de ti.
Reza por lo menos, tres Padrenuestros por las siguientes intenciones:
 
1. Por el alma más abandonada del Purgatorio.
2. Por el alma que más padece en el Purgatorio.
3. Por el alma que más tiempo ha de estar en el Purgatorio.
Reza ahora alguna de las oraciones que siguen:

 

Por los padres
Oh Dios, que nos mandasteis honrar a nuestro padre y a nuestra madre, sed clemente y misericordioso con sus almas; perdonadles sus pecados y haced que un día pueda verlos en el gozo de la luz eterna. Amén.

Por los parientes y amigos
Oh Dios que concedéis el perdón de los pecados y queréis la salvación de los hombres, imploramos vuestra clemencia en favor de todos nuestros hermanos, parientes y bienhechores que partieron de este mundo, para que, mediante la intercesión de la bienaventurada Virgen María y de todos los Santos, hagáis que lleguen a participar de la bienaventuranza eterna; por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
 
Por un difunto
Haced, oh Dios omnipotente, que el alma de vuestro siervo (o sierva) N. que ha pasado de este siglo al otro, purificada con estos sacrificios y libre de pecados, consiga el perdón y el descanso eterno. Amén.

Por todos los difuntos
Oh Dios, Creador y Redentor de todos los fieles, conceded a las almas de vuestros siervos y siervas la remisión de todos sus pecados, para que por las humildes súplicas de la Iglesia, alcancen el perdón que siempre desearon; por nuestro Señor Jesucristo. Amén.



 VISITA AL CEMENTERIO  

Yo me postro sobre esta tierra donde reposan los restos mortales de mis queridos padres, parientes, amigos, y todos mis hermanos en la fe que me han precedido en el camino de la eternidad. Mas ¿que puedo hacer yo por ellos? ¡Oh divino Jesús, que padeciendo y muriendo por nuestro amor nos comprasteis con el precio de vuestra sangre la eterna vida; yo se que vivís y escuhais mis plegarias y que es copiosísima la gracia de vuestra redención. Perdonad, pues oh Dios misericordioso, a las almas de estos mis amados difuntos, libradlas de todas las penas y de todas las tribulaciones, y acogedlas en el seno de vuestra Bondad y en la alegre compañía de vuestros Ángeles y Santos para que, libres de todo dolor y de toda angustia, os alaben, gocen y reinen con Vos en el Paraíso de vuestra gloria por todos los siglos de los siglos. Amén.

DIA DE LOS FIELES DIFUNTOS - 02 DE NOVIEMBRE

Día de los fieles difuntos

Hablar de los difuntos es hablar primeramente del hecho de la muerte. La verdad es que todos estamos ciertos de que algún día tenemos que morir. A muchos este pensamiento les causa terror y prefieren no pensar en ello. Nosotros, como cristianos, sabemos que la muerte no es el final, sino un paso a una vida mejor. “La vida no termina, sino que se transforma”, se nos dice en el prefacio de la misa de difuntos. No se trata de un fácil consuelo para tranquilizarnos, sino de una gran verdad, que nos debe llenar de mucha paz y esperanza. A los santos el pensamiento de la muerte les llenaba de gozo y alegría, porque es el encuentro con nuestro Padre Dios. San Francisco de Asís la llamaba la “hermana muerte” y deseaba que llegara pronto. San Pablo nos dice que es ganancia el morir. Santa Teresa decía: “tan alta vida espero que muero porque no muero”. Para ellos el morir es el entrar en la Luz y en la Paz.

No suele ser ese nuestro anhelo, porque desgraciadamente estamos envueltos en muchas miserias espirituales. El que está envuelto en pecados tiene motivos para temer la muerte, porque después de la muerte está el juicio. Entonces la solución es fácil, aunque para ello se necesite energía y gracia de Dios: Hay que salir del pecado. Pero no nos tenemos que contentar con no tener pecado grave, porque sería como andar en la cuerda floja con gran peligro de caer. Por eso debemos aumentar la gracia, llenarnos del amor a Dios y hacer muchos actos de virtud, sobre todo de caridad.

Hoy nos invita la Iglesia a hacer muchos actos de virtud y adquirir méritos espirituales, no sólo para nosotros, sino pensando en los difuntos que los necesitan. Después de la muerte viene el juicio y el encuentro con Dios. Habrá personas para las que ese encuentro sea el comienzo de una felicidad sin fin. Pero la mayoría de nosotros, aunque no estemos muy apartados de Dios, nos encontraremos demasiado sucios por tantos pecadillos sin arrepentir y por tantas acciones religiosas hechas con muy poco amor a Dios. Por eso deberemos purificarnos. Es algo que querremos hacer con todo nuestro corazón para poderle mirar a Dios con toda limpieza y amor.

Pero Dios es tan bueno que nos permite unirnos de modo que nuestros méritos espirituales sirvan a los difuntos para que puedan antes entrar en la gloria eterna. Por esto la Iglesia en este día nos lo recuerda de una manera especial y nos presenta el modo de poder ganar méritos con las oraciones y sacrificios y especialmente con la participación en la Santa Misa. Esta es nuestra fe, que proviene de los tiempos más antiguos, cuando los cristianos ponían en sus primeras tumbas: “Ruega por mi”.

En la muerte lo importante no es ella en sí, sino lo que trae, que es otra vida. Vivamos en la gracia de Dios y nuestra esperanza será llena de felicidad, como se nos dice en el Apocalipsis de aquellos que siguen al Cordero, símbolo de Jesucristo: “Ya no tendrán hambre, ni tendrán ya sed, ni caerá sobre ellos el sol ni ardor alguno, porque el Cordero...los apacentará..., pues Dios enjugará toda lágrima de sus ojos”.

Lo bueno de estos méritos que ofrecemos para los difuntos es que les aprovecha a ellos sin que se nos quiten a nosotros. Para los difuntos ya se les ha terminado el tiempo de poder merecer, que para eso es esta vida mortal. Por eso nada más esperan nuestras súplicas y méritos, que luego ellos mismos nos agradecerán y devolverán cuando estén en el cielo gozando para siempre en la compañía de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Jesús dijo: “Yo soy la resurrección y la vida”. Nos quiere decir hoy que su última palabra no es de muerte sino de vida y vida eterna. Allí hay sitio para todos, como nos dice hoy Jesús en el evangelio.

Recibido de Silverio Velasco
 

 
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