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viernes, 20 de mayo de 2016

QUÉ SIGNIFICA PONERSE DE RODILLAS CUANDO SE REZA?


¿Qué significa ponerse de rodillas cuando se reza?
Rezar significa sentir el sentido del mundo fuera del mundo, hacerlo de rodillas es declarar nuestro límite.


Por: Papa emérito Benedicto XVI, audiencia general de 11 de Mayo de 2011 | Fuente: PildorasDeFe.net 




Rezar de rodillas no es un símbolo de esclavitud ni indigencia sino una manera de reconocer los propios límites y la necesidad de Dios. 

El hombre por naturaleza es religioso

Así es, es homo religiosus, como es homo sapiens y homo faber. El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre.

Los hombres de todas las épocas, desde la era digital hasta las cavernas, han buscado a Dios en la oración para dar sentido a sus vidas.

El hombre lleva en sí una sed de infinito, una nostalgia de eternidad, una búsqueda de belleza, un deseo de amor, una necesidad de luz, que lo empuja hacia lo Absoluto; el hombre lleva en sí mismo el deseo de Dios.

¿Cómo definimos la oración?

La oración, antes que una práctica o fórmula, es una postura interior, antes un acto de culto o unas palabras, es un modo de ser ante Dios... Rezar significa sentir el sentido del mundo fuera del mundo.

"La dinámica de orar de rodillas significa postrarse declarando nuestro límite y manifestando la necesidad de Dios."

En la experiencia de la oración, la criatura humana expresa toda su conciencia de sí mismo y a la vez dirige toda su persona hacia el Ser delante el cual se está.

La oración, que es apertura y elevación del corazón de Dios, se convierte en relación personal con el Señor

martes, 17 de mayo de 2016

CÓMO ORAR CUANDO SIENTES MIEDO?


¿Cómo orar cuando sientes miedo?
Cuando un hijo se dirige a su padre con humildad y absoluta confianza, lo obtiene todo de él.


Por: P Evaristo Sada LC 




Todos queremos seguridad y buscamos seguridades. Nos da miedo cuando no hay seguridad, cuando perdemos nuestras seguridades o cuando se ven amenazadas o reducidas.

Te da seguridad un buen empleo, la aceptación de los demás, las cosas que posees, los amigos que te respaldan, un entorno conocido, tus habilidades, tu formación profesional, tus títulos, el dinero, recibir reconocimientos y dignidades, ser consultado, recibir atenciones, tu hogar, una buena salud, etc.

Cuando se ponen en riesgo nuestras seguridades nos entra miedo. Se derrumban o disminuyen nuestras seguridades y corremos el riesgo de desmoronarnos. Cuando esto sucede nos encontramos en la posición del pobre, del que nunca ha tenido nada o del que lo ha perdido todo y depende totalmente de la gratuidad del amor de Dios.

Es humano tener miedo. No nos extraña que hasta los Papas sientan miedo cuando son elegidos. Tengo a la mano una oración del Cardenal Eduardo Pironio, argentino, en que se presenta ante Dios con mucho miedo. Tuve la gracia de tratar mucho con él y hablaba con frecuencia de la confianza, de la virtud de la esperanza; tal vez por el miedo que sentía. Extraigo partes de una de sus oraciones:



Señor,
Hoy necesito hablar contigo con sencillez de pobre, con corazón quebrantado pero enteramente fiel.

Sufro, Señor, porque tengo miedo,
mucho miedo, más que nunca.
Yo no sé por qué, o mejor, sí se por qué:
porque Tú, Señor, adorablemente lo quieres.
Y yo lo acepto.
Pero también escucho tu voz de amigo:
"No tengas miedo, no se turbe tu corazón.
Soy yo. Yo estaré contigo hasta el final."
Repítemelo siempre Señor,
y en los momentos más difíciles,
suscita a mi alrededor almas muy simples
que me lo digan en tu nombre.

Tengo miedo, Señor, mucho miedo.
Miedo de no comprender a mis hermanos
y decirles las palabras que necesitan.
Miedo de no saber dialogar,
de no saber elegir bien a mis colaboradores,
de no saber organizar la diócesis,
de no saber planear,
de dejarme presionar por un grupo o por el otro,
de no ser suficientemente firme
como corresponde a un Buen Pastor,
de no saber corregir a tiempo,
de no saber sufrir en silencio,
de preocuparme excesivamente por las cosas al modo humano,
y entonces, estoy seguro de que me irá mal.
Por eso, Señor, te pido que me ayudes.

Me hace bien sentirme pobre,
muy pobre, muy inútil y pecador.
Ahora siento profundamente mis pecados.
He pecado mucho en mi vida
y tú me sigues buscando y amando.
Pero te repito, sigo teniendo miedo, mucho miedo.
No lo tendría si fuera más humilde.
Yo creo que me asusta la posibilidad del fracaso.
Temo fracasar, sobre todo, después de que me esperaron tanto.
Pero no pienso que Tú también fracasaste,
que no todos aceptaron tu enseñanza.
Hubo muchos que te dejaron porque "les resultaba dura" y absurda tu doctrina.

Nunca te fue bien, Señor:
te criticaron siempre y quisieron despeñarte.
Si no te mataron antes fue por miedo al pueblo que te seguía.
Pero te rechazaron los sacerdotes; te traicionó Judas; te negó Pedro;
te abandonaron todos tus discípulos
¿y no sufrías entonces?
Y yo, ¿quiero ser más que el Maestro y tener más fortuna que mi Señor?
Jesús, enséñame a decir que sí y a no dejarme aplastar por el miedo.

___________________

El Cardenal Pironio sabía ver en el sufrimiento la mano providente de Dios Padre. En su testamento espiritual escribe: Que nadie se sienta culpable de haberme hecho sufrir, porque han sido instrumento providencial de un Padre que me amó mucho.

Lo que más aprendo de esta oración es la humildad y la confianza con que se dirige a Dios. Cuando un hijo se dirige a su padre con humildad y absoluta confianza, lo obtiene todo de él. El padre es protector y proveedor. Si el hijo expone a su padre su debilidad, su miseria, sus faltas, su condición vulnerable, y se dirige a él pidiendo ayuda con absoluta confianza, un buen padre siempre responde.

Cuando sentimos miedo al perder nuestras seguridades o al no tener seguridad alguna, podemos tener la certeza de que si lo aceptamos con humildad y acudimos con confianza a Dios Padre, el amor de Dios vendrá en nuestro auxilio. La confianza filial lo obtiene todo de Dios.

Cuando sentimos miedo también podemos orar con la ayuda del Salmo 23: Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque Tú vas conmigo. Tu vara y tu cayado me sosiegan y del Salmo 30 En ti, Señor, me cobijo, nunca quede defraudado. Sé mi roca de refugio, alcázar donde me salve; pues tú eres mi peña y mi alcázar.

Cuando sentimos miedo, la roca firme del amor misericordioso de Dios es nuestra seguridad.

lunes, 1 de febrero de 2016

SIN ORACIÓN NO HAY CONVERSIÓN


Sin oración no hay conversión



La oración es necesaria para convertirnos y para convertir a las personas, porque la conversión es una gracia que da Dios, y Él la da porque es obtenida mediante la oración.

Efectivamente si rezamos por los pecadores, obtendremos su conversión. Y si queremos convertirnos, debemos rezar nosotros, o alguien debe rezar por nosotros.

Si estamos en amistad con Dios y vamos por el buen camino, es porque alguien ha rezado por nuestra conversión alguna vez, ya sea un alma de la tierra, o del Purgatorio o del Cielo.

De modo que si buscamos la salvación del mundo, o al menos de nuestras familias y seres más queridos, no tenemos otra alternativa sino rezar mucho. Entonces sí que veremos verdaderos milagros a nuestro alrededor, y el verdadero y completo fruto de nuestra oración recién lo veremos en el Cielo.

¿Es que no nos preguntamos nunca por qué la Virgen, en todas sus apariciones, nos pide con tanta insistencia que oremos, y mucho? Ella sabe muy bien que la salvación individual y colectiva sólo puede venir por la oración.

Dejemos de lado, entonces, tantas cosas que nos hacen perder un precioso tiempo inútilmente, y dediquemos más tiempo a la oración, en especial el Santo Rosario, y preparémonos a ver cosas admirables en nuestras vidas y en las vidas de aquellos que amamos.

La oración es la solución a todo, porque si está bien hecha, la oración lo obtiene todo de Dios.

Pero aunque nuestra oración no sea perfecta, oremos igualmente, y mucho, porque a orar se aprende orando, y con el paso del tiempo iremos mejorando nuestro trato personal, de amor y amistad con Dios, su Madre, los Ángeles, los Santos y las Benditas Almas, pues no otra cosa es la oración, sino un diálogo con Dios, la Virgen y los Santos.

Seguramente las cosas quizás no nos van del modo que querríamos que nos vayan. Pues bien, tenemos una solución a ello: Rezar. Y si las cosas se complican, recemos más aún, porque la perseverancia en la oración obtiene infaliblemente dones del Señor, que si no son los que esperamos, sí en cambio serán aquellos que necesitamos.


© Sitio Conviértanse

jueves, 21 de enero de 2016

¿CÓMO ORAR CUANDO SIENTES MIEDO?


¿Cómo orar cuando sientes miedo?
Cuando un hijo se dirige a su padre con humildad y absoluta confianza, lo obtiene todo de él.

Por: P Evaristo Sada LC 




Todos queremos seguridad y buscamos seguridades. Nos da miedo cuando no hay seguridad, cuando perdemos nuestras seguridades o cuando se ven amenazadas o reducidas.

Te da seguridad un buen empleo, la aceptación de los demás, las cosas que posees, los amigos que te respaldan, un entorno conocido, tus habilidades, tu formación profesional, tus títulos, el dinero, recibir reconocimientos y dignidades, ser consultado, recibir atenciones, tu hogar, una buena salud, etc.

Cuando se ponen en riesgo nuestras seguridades nos entra miedo. Se derrumban o disminuyen nuestras seguridades y corremos el riesgo de desmoronarnos. Cuando esto sucede nos encontramos en la posición del pobre, del que nunca ha tenido nada o del que lo ha perdido todo y depende totalmente de la gratuidad del amor de Dios.

Es humano tener miedo. No nos extraña que hasta los Papas sientan miedo cuando son elegidos. Tengo a la mano una oración del Cardenal Eduardo Pironio, argentino, en que se presenta ante Dios con mucho miedo. Tuve la gracia de tratar mucho con él y hablaba con frecuencia de la confianza, de la virtud de la esperanza; tal vez por el miedo que sentía. Extraigo partes de una de sus oraciones:



Señor,
Hoy necesito hablar contigo con sencillez de pobre, con corazón quebrantado pero enteramente fiel.

Sufro, Señor, porque tengo miedo,
mucho miedo, más que nunca.
Yo no sé por qué, o mejor, sí se por qué:
porque Tú, Señor, adorablemente lo quieres.
Y yo lo acepto.
Pero también escucho tu voz de amigo:
"No tengas miedo, no se turbe tu corazón.
Soy yo. Yo estaré contigo hasta el final."
Repítemelo siempre Señor,
y en los momentos más difíciles,
suscita a mi alrededor almas muy simples
que me lo digan en tu nombre.

Tengo miedo, Señor, mucho miedo.
Miedo de no comprender a mis hermanos
y decirles las palabras que necesitan.
Miedo de no saber dialogar,
de no saber elegir bien a mis colaboradores,
de no saber organizar la diócesis,
de no saber planear,
de dejarme presionar por un grupo o por el otro,
de no ser suficientemente firme
como corresponde a un Buen Pastor,
de no saber corregir a tiempo,
de no saber sufrir en silencio,
de preocuparme excesivamente por las cosas al modo humano,
y entonces, estoy seguro de que me irá mal.
Por eso, Señor, te pido que me ayudes.

Me hace bien sentirme pobre,
muy pobre, muy inútil y pecador.
Ahora siento profundamente mis pecados.
He pecado mucho en mi vida
y tú me sigues buscando y amando.
Pero te repito, sigo teniendo miedo, mucho miedo.
No lo tendría si fuera más humilde.
Yo creo que me asusta la posibilidad del fracaso.
Temo fracasar, sobre todo, después de que me esperaron tanto.
Pero no pienso que Tú también fracasaste,
que no todos aceptaron tu enseñanza.
Hubo muchos que te dejaron porque "les resultaba dura" y absurda tu doctrina.

Nunca te fue bien, Señor:
te criticaron siempre y quisieron despeñarte.
Si no te mataron antes fue por miedo al pueblo que te seguía.
Pero te rechazaron los sacerdotes; te traicionó Judas; te negó Pedro;
te abandonaron todos tus discípulos
¿y no sufrías entonces?
Y yo, ¿quiero ser más que el Maestro y tener más fortuna que mi Señor?
Jesús, enséñame a decir que sí y a no dejarme aplastar por el miedo.



El Cardenal Pironio sabía ver en el sufrimiento la mano providente de Dios Padre. En su testamento espiritual escribe: Que nadie se sienta culpable de haberme hecho sufrir, porque han sido instrumento providencial de un Padre que me amó mucho.

Lo que más aprendo de esta oración es la humildad y la confianza con que se dirige a Dios. Cuando un hijo se dirige a su padre con humildad y absoluta confianza, lo obtiene todo de él. El padre es protector y proveedor. Si el hijo expone a su padre su debilidad, su miseria, sus faltas, su condición vulnerable, y se dirige a él pidiendo ayuda con absoluta confianza, un buen padre siempre responde.

Cuando sentimos miedo al perder nuestras seguridades o al no tener seguridad alguna, podemos tener la certeza de que si lo aceptamos con humildad y acudimos con confianza a Dios Padre, el amor de Dios vendrá en nuestro auxilio. La confianza filial lo obtiene todo de Dios.

Cuando sentimos miedo también podemos orar con la ayuda del Salmo 23: Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque Tú vas conmigo. Tu vara y tu cayado me sosiegan y del Salmo 30 En ti, Señor, me cobijo, nunca quede defraudado. Sé mi roca de refugio, alcázar donde me salve; pues tú eres mi peña y mi alcázar.

Cuando sentimos miedo, la roca firme del amor misericordioso de Dios es nuestra seguridad.

martes, 29 de diciembre de 2015

CÓMO ORAR CUANDO TE SIENTES SOLO


Cómo orar Cuando te sientes solo
Para orar. Jesús siempre será en nuestra vida en mejor de los amigos
Por: Centro de Hospitalidad y Misericordia 



Padre, en tus manos pongo mi espíritu
Lucas 23, 46


PALABRA DE DIOS
Jesús siempre será en nuestra vida en mejor de los amigos

Jesús “habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”.
Juan 13,1

“Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos”
Juan 15, 13


Jesús da consuelo al triste

Jesús comprende nuestra soledad. El mismo la ha vivido, pues cuando más triste se encontraba, fue abandonado por todos sus discípulos; y sin embargo, nos ha dejado un remedio poderoso:
“Velad y orad, para que no caigáis en tentación; que el espíritu está pronto, pero la carne es débil”.
Mateo 26,41


Dios, refugio y fortaleza de los
que esperan en él

“Porque así dice el Señor: seréis alimentados, en brazos seréis llevados, sobre las rodillas seréis acariciados.
Como aquel a quien su madre consuela, así yo os consolaré”. Isaías 66, 12-13

“¿Acaso olvida una mujer a su niño de pecho, sin compadecerse del hijo de sus entrañas? Pues aunque ésas llegasen a olvidar, yo no te olvido.
Míralo, en las palmas de mis manos te tengo tatuada, tus muros están ante mí perpetuamente.”
Isaías 49, 15-16

“«No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios: creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas mansiones; si no, os lo habría dicho; porque voy a prepararos un lugar. Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros.”
Juan 14, 1-3

“Al que venga a mi no lo echaré fuera; porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado. Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite el último día.”
Juan 6, 37-39


Jesús cuida de nosotros

“Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas. Pero el asalariado, que no es pastor, a quien no pertenecen las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye, y el lobo hace presa en ellas y las dispersa, porque es asalariado y no le importan nada las ovejas.
Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí, como me conoce el Padre y yo conozco a mi Padre y doy mi vida por las ovejas.”
Juan 10, 11-15


Jesús nos quiere con Él

Jesús dijo: “Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él.”
Juan 14, 23


Jesús oro al Padre por nosotros

“Padre, los que tú me has dado, quiero que donde yo este estén también conmigo, para que contemplen mi gloria, la que me has dado, porque me has amado antes de la creación del mundo.” Juan 17, 24

“Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno como nosotros somos uno: yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectamente uno, y el mundo conozca que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí.”
Juan 17, 22-23

“Yo les he dado a conocer tu nombre y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que tú me has amado esté en ellos y yo en ellos.»”
Juan 17, 26


Como cristianos, ¡Pertenecemos a una comunidad!

“Así también el cuerpo no se compone de un solo miembro, sino de muchos. Si dijera el pie: «Puesto que no soy mano, yo no soy del cuerpo?» ¿dejaría de ser parte del cuerpo por eso? Y si el oído dijera: «Puesto que no soy ojo, no soy del cuerpo» dejaría de ser parte del cuerpo por eso? Si todo el cuerpo fuera ojo, ¿dónde quedaría el oído? Y si fuera todo oído, ¿dónde quedaría el olfato?”
1ª. Corintios 12, 14-17 

“Si un miembro sufre, todos los miembros sufren con él; si un miembro es honrado, todos los miembros se alegran con él”.”
1ª. Corintios 12, 26

“Todos los bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo: Ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”.
Gálatas 3, 27-28


Jesús con nosotros

Jesús se acerco a sus discípulos antes de subir al cielo y les dijo: “Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo.”
Mateo 28,20

“Quién come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él”. Juan 6, 56


ORACIÓN

Estate, Señor conmigo

Estate, Señor conmigo
siempre, sin jamás partirte, y cuando decidas irte, llévame contigo;
porque el pensar que te irás
me causa un terrible miedo
de si yo sin ti me quedo,
de si tú sin mí te vas.
Llévame en tu compañía
donde tu vayas, Jesús,
porque bien sé que eres tú
la vida del alma mía;
si tu vida no me das
yo sé que vivir no puedo,
ni si yo sin ti me quedo,
ni si tú sin mí te vas.
Por eso, más que a la muerte
temo, Señor, tu partida,
y quiero perder la vida
mil veces más que perderte;
pues la inmortal que tú das,
sé que alcanzarla no puedo,
cuando yo sin ti me quedo,
cuando tú sin mi te vas.
Himno de la Liturgia de las Horas


REFLEXIÓN

“Nadie se sienta sin familia en este mundo: la Iglesia es casa y familia de todos, especialmente para cuantos están ‘fatigados y agobiados’.”
Catecismo de la Iglesia Católica, 1658.

“Hacerse discípulo de Jesús es aceptar la invitación a pertenecer a la familia de Dios, a vivir en conformidad con su manera de vivir: ”El que cumpla la voluntad de mi Padre Celestial, éste es mi hermano, mi hermana y mi madre” (Mateo 10, 37).”
Catecismo de la Iglesia Católica, 2233.


TESTIMONIO DE LOS SANTOS

La solicitud fraterna de los santos ayuda mucho a nuestra debilidad, pues por el hecho de estar más íntimamente unidos con Cristo no dejan de interceder por nosotros ante el Padre. Presentan por medio del único Mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, los méritos que adquirieron en la tierra.
Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 956.

“No lloréis os seré más útil después de mi muerte y os ayudaré más eficazmente que durante mi vida”.
Santo Domingo de Guzmán

“Pasaré mi cielo haciendo el bien sobre la tierra”.
Santa Teresita del niño Jesús 

jueves, 10 de diciembre de 2015

¿CÓMO ORAR CUANDO ALGUIEN TE HACE SUFRIR?


¿Cómo orar cuando alguien te hace sufrir?
Al rezar por quienes te hacen sufrir, te das la oportunidad de desahogarte y de hacerlo con quien es todopoderoso y puede remediar las cosas.


Por: P Evaristo Sada LC | Fuente: www.la-oracion.com 




Hay personas que nos hacen sufrir. Sabiéndolo o no, queriéndolo o no, pero nos hacen pasar malos ratos. Nos duelen sus palabras hirientes, sus actitudes humillantes, sus tratos despóticos, su falta de responsabilidad, sus infidelidades, sus prontos temperamentales, sus olvidos y negligencias...

Ante personas así podemos reaccionar siendo con ellos de la misma manera que sonellos con nosotros: "para que se enteren", "para que vean lo que se siente". O bien podemos enfrentarlos, decirles sus verdades y ponerles un alto. O incluso evadir el problema ignorándolo y dejándolo a su suerte. Pero sabemos que estos recursos pocas veces funcionan.

Sin embargo, podemos también buscar el momento y las palabras más adecuadas para hacerle ver lo que está sucediendo. Podemos poner amor: "Donde no hay amor, pon amor y encontrarás amor" (San Juan de la Cruz). Y por fin, orar por ellos.
Orar por una persona querida es fácil, pero orar por una persona que te hace daño es difícil. Apenas lo traes a la memoria en la oración y se te retuerce el estómago. Y si llegas a formular una oración, lo más probable es que ésta sea para pedirle a Dios que lo parta un rayo, que le dé una buena lección o que lo cree de nuevo. Aún si te salen estos sentimientos, intenta de nuevo. Verás que la oración irá ablandando tu corazón, pues en la oración se hace presente el Espíritu de Dios que es amor, y Él, el Amor en persona, irá renovando tu corazón. Y te dirás: "pero de lo que se trataba era de que el otro cambiara". Sí, pero al orar por quien te hace sufrir te darás cuenta de que el primero que comienza a cambiar eres tú mismo.

Al rezar por quienes te hacen sufrir:

- Te das la oportunidad de desahogarte y de hacerlo con quien es todopoderoso y puede remediar las cosas. Desahogarse con Dios sana y libera. Poner en manos de Dios aquello que no puedes controlar ni remediar es de personas sensatas.

- Dios te hace ver que el rencor, la venganza, la falta de perdón, el resentimiento, el odio, no son virtudes cristianas, y que más bien debes aprender a ser como es Dios con nosotros: rico en misericordia, dispuesto aperdonarme siempre (aunque no lo merezca), tolerante, paciente, compasivo. “Perdónales, Padre, porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34) “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”. (Lc 23, 43)

- Rezas con coherencia y sinceridad el padrenuestro y le das a tu Padre celestial excusa suficiente para perdonarte. “Perdónanos nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”.

- El Espíritu Santo comienza a modelar tu corazón conforme al Suyo. Verás que todo ese rencor que llevas dentro es veneno que intoxica, vinagre que amarga la vida, y que a medida que te purificas de él y lo suples con la miel de la caridad cristiana, la vida se te hace mucho más llevadera. Ya bastante mal te lo pasas con el sufrimiento que el otro te impone como para que lo amplifiques con el reflujo de tu propia amargura.

- Y no te quede la menor duda de que si rezas con fe y caridad por quienes tehacen sufrir, Dios actuará. No esperes resultados inmediatos, simplemente espera con absoluta confianza en que Dios obrará en el momento y de la manera que considere oportunas.




Tal vez te pueda servir esta oración de intercesión y sanación del P. Emiliano Tardif:

Padre de bondad, Padre de amor, te bendigo, te alabo y te doy gracias porque por amor nos diste a Jesús.

Gracias Padre porque a la luz de tu Espíritu
comprendemos que él es la luz, la verdad y el buen pastor, que ha venido para que tengamos vida y la tengamos en abundancia.

Hoy, Padre, quiero presentarte a este hijo(a). Tú lo(a) conoces por su nombre. Te lo(a) presento, Señor, para que Tú pongas tus ojos de Padre amoroso en su vida.

Tú conoces su corazón y conoces las heridas de su historia.
Tú conoces todo lo que él ha querido hacer y no ha hecho.
Conoces también lo que hizo o le hicieron lastimándolo.
Tú conoces sus limitaciones, errores y su pecado.

Conoces los traumas y complejos de su vida.
Hoy, Padre, te pedimos que por el amor que le tienes a tu Hijo, Jesucristo,derrames tu Santo Espíritu sobre este hermano(a) para que el calor de tu amor sanador, penetre en lo más íntimo de su corazón.

Tú que sanas los corazones destrozados y vendas las heridas, sana a este hermano, Padre.
Entra en ese corazón, Señor Jesús, como entraste en aquella casa donde estaban tus discípulos llenos de miedo. Tú te apareciste en medio de ellos y les dijiste: "paz a vosotros". Entra en este corazón y dale tu paz. Llénalo de amor.

Sabemos que el amor echa fuera el temor.
Pasa por su vida y sana su corazón.
Sabemos, Señor, que Tú lo haces siempre que te lo pedimos, y te lo estamos pidiendo con María, nuestra madre, la que estaba en las bodas de Caná cuando no había vino y Tú respondiste a su deseo, transformando el agua en vino.

Cambia su corazón y dale un corazón generoso, un corazón afable, un corazón bondadoso, dale un corazón nuevo.

Haz brotar, Señor, en este hermano(a) los frutos de tu presencia. Dale el fruto de tu Espíritu que es el amor, la paz y la alegría. Haz que venga sobre él el Espíritu de las bienaventuranzas, para que él pueda saborear y buscar a Dios cada día viviendo sin complejos ni traumas junto a su esposo(a), junto a su familia, junto a sus hermanos.

Te doy gracias, Padre, por lo que estás haciendo hoy en su vida.
Te damos gracias de todo corazón porque Tú nos sanas, porque tu nos liberas, porque Tú rompes las cadenas y nos das la libertad.

Gracias, Señor, porque somos templos de tu Espíritu y ese templo no se puede destruir porque es la Casa de Dios. Te damos gracias, Señor, por la fe. Gracias por el amor que has puesto en nuestros corazones.

¡Qué grande eres Señor!

Bendito y alabado seas, Señor

miércoles, 25 de noviembre de 2015

DIEZ FORMAS DE ORACIÓN QUE NO PUEDE FALTAR EN TU VIDA CRISTIANA



10 formas de oración que no pueden faltar en tu vida cristiana
Oración Cristiana



Uno siempre encuentra tiempo para todo, incluso para las cosas más banales (qué decir si se trata de algo que se considera de vital importancia para nuestra vida). ¿Por qué no pasará lo mismo con la oración?


Por: Daniel Prieto | Fuente: Catholic-link.com 



“No tengo tiempo para rezar” −porfían algunos. −“No es verdad” –replico yo. Me dan miles de excusas y se van. Luego pasan las horas, y yo los observo. Largas horas invertidas en series de televisión, en facebook, en juegos, en youtube, en música, en algún hobby… en fin, todo justificable, pues en el fondo uno siempre encuentra tiempo para todo, incluso para las cosas más banales (qué decir si se trata de algo que se considera de vital importancia para nuestra vida). ¿Por qué no pasará lo mismo con la oración? Repito, no me creo eso de no tener tiempo para rezar. El problema es otro. ¿Quieres rezar? −Sí −debes responder ¿Tienes tiempo? −Sí −ahora nos estamos entendiendo. Pero antes necesitamos responder: ¿qué es la oración?
No faltan definiciones elocuentes, de grandes santos, que responden con profundidad a la pregunta. Santa Teresita por ejemplo decía: «Para mí, la oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada hacia el cielo, un grito de reconocimiento y de amor tanto desde dentro de la prueba como en la alegría». O San Agustín: «La oración, sepámoslo o no, es el encuentro de la sed de Dios y de la sed del hombre. Dios tiene sed de que el hombre tenga sed de Él». Sin embargo, no faltan personas insatisfechascon tales definiciones. Y no les falta razón.
Sabemos que estas respuestas no abarcan todos los aspectos y matices que la palabra implica. En realidad este tampoco era el afán de los santos citados, ni el nuestro. Ni siquiera un tratado sería suficiente para describir y explicar los numerosos tipos (alabanza, perdón, acción de gracias, súplica), métodos (liturgia de las horas, lectio, rosario, oración del nombre de Jesús), experiencias (personales, liturgicas, sacramentales), que existen y en los cuales se puede vivir, enmarcar  y comprender la oración.
Aun así, debemos intentar llegar a describir su fundamento último, es decir, tratar de definir lo que está a la base y constituye su esencia respecto al hombre. En ese sentido creo que podemos afirmar que la oración es relación. Relación de amor entre Dios y el hombre. Relación de amor entre el hombre y Dios. Relación que lleva a la reconciliación. Re-conciliación que es la dinámica de reunificación entre lo humano y lo divino. Me explico mejor. El hombre fue creado no solo a través de la Palabra, sino también a imagen y semejanza de Ella, por ello es el la única creatura visible capaz de entablar un diálogo de amor con su Creador (GS 12,3). Como decía Ratzinger comentando el Génesis: “El aliento de Dios le ha sido insuflado, por lo cual la divinidad ha literalmente entrado en él, su barro adquiere el ser-imagen-de-Dios”.Imagen que es capacidad de desplegarse en el amor y puede alcanzar la semejanza divina. Por eso el respiro del hombre va más allá de ser un mecanismo necesario para la conservación de su vida terrena, en su caso, lo decisivo es su capacidad de respirar la vida del Espíritu, que es la vida de Dios. El hombre es capaz de Dios. Su corazón (entendido como toda su persona), puede albergar la vida Trinitaria y así la materia de su cuerpo puede convertirse en auténtico santuario (templo) del  Espíritu Santo. Con ello glorifica a Dios (1 Cor. 6, 19-20), porque es portador de la gloria de Dios.  Sí, San Ireneo tenía razón, “la gloria de Dios es el hombre viviente”.
La naturaleza del hombre de oración, al entrar en comunión con Dios, se transfigura y diviniza, al participar de la naturaleza divina (de su amor, porque Dios es amor). En la oración  lo decisivo es esta relación de comunión. Es en este marco que se entiende cómo toda la existencia del hombre puede convertirse en oración. Orígenes sobre esto decía: «Solamente podemos poner en práctica el precepto de “Orar siempre” (1Tes 5,17) si consideramos toda la existencia cristiana como una única y gran oración, de la que eso que solemos llamar “oración” es tan solo una parte» (Sobre la oración 12,2). La relación de amor con Dios caracteriza toda nuestra existencia, y desde esta se forja una nueva modalidad operativa que transforma toda nuestra actividad.
Esta relación obviamente depende en primera instancia de Dios. Dios nos amó primero (1 Jn 4,19) y nunca ha dejado de amarnos y llamarnos, incluso después del pecado. Si bien es cierto que  pecado original tuvo y sigue teniendo graves consecuencias (la privación de la santidad y de la justicia original, la naturaleza herida, la desarmonía del cosmos, etc.) Dios no nos abandona, y nos confirma su fidelidad. Su relación hacia nosotros no se interrumpe, más bien se reconstituye con una novedad inaudita: Cristo, el nuevo y definitivo Dia-logo entre el Padre y el hombre es la Palabra que se hace carne. Encarnación, pasión, muerte y resurrección, se convierten en el movimiento de reconciliación que nos devuelve la vida del Espíritu. Ese respiro de vida eterna que habíamos perdido, se nos dona nuevamente. Dios sopla de nuevo en nuestro barro herido. La divinidad ha literalmente entrado en nosotros otra vez haciéndonos revivir, resucitar. Esto es el bautismo: morir para renacer a la vida en Cristo. Y vivir con coherencia este dinamismo bautismal es la fuente de la vida de oración. Quien se conforma con Cristo, no puede más que tender como Él a la sincera entrega de sí mismo a los demás. Esta entrega encuentra su fuente y culmen en la Eucaristía, que es la fuente y culmen de la entrega de Cristo, y por ende la fuente y culmen de la vida y de la misión de la Iglesia.
El hombre de oración es aquel que viviendo su bautismo se convierte en un hombre eucarístico. Por Cristo, con Él y en Él, toda su actividad (y con ella el cosmos) se vuelven ofrenda (oración) agradable, dirigida y elevada al Padre. Desde esta perspectiva podemos decir que el corazón de la oración es esta comunión y reconciliación en Cristo, quien nos une a través del Espíritu al Padre. Esta es la esencia de la vida cristiana: el amor de la Trinidad que germina en nuestros corazones, llevándonos a donarnos a los demás en un constante y cotidiano gesto litúrgico, «presentando nuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios; éste es nuestro culto razonable» (Cfr. Rom 12,1-2).  Entonces experimentaremos aquello que describía Isaac de Nínive:
«Cuando el Espíritu establece su morada en el hombre, este no puede ya dejar de orar, porque el Espíritu no deja de orar en él: duerma o vele, la oración no cesa en él; coma o beba, duerma o trabaje, el perfume de la oración exhala espontáneamente de su corazón. También el silencio en él es oración, y los movimientos de su corazón son como una voz silenciosa y secreta que canta, canta para Dios».

viernes, 24 de julio de 2015

SABER ORAR CON MIS PREOCUPACIONES



Saber orar con mis preocupaciones
Autor: P. Juan Antonio Ruiz J., L.C. 

Si nuestro corazón está lleno de inquietudes por preocupaciones,¡qué mejor que platicarlo con Dios! 
La oración no es el efecto de una actitud exterior, sino que procede del corazón. No se reduce a unas horas o momentos determinados, sino que está en continua actividad, lo mismo de día que de noche. No hay que contentarse con orientar a Dios el pensamiento cuando se dedica exclusivamente a la oración; sino que, aun cuando se encuentre absorbida por otras preocupaciones (...) hay que sembrarlas de deseo y el recuerdo de Dios. San Juan Crisóstomo, Homilía 6 sobre la oración. 

El corazón es, tal vez, la parte del cuerpo a la que más hacemos referencia. Frases como «sigue los impulsos de tu corazón» o «me has roto el corazón» se han convertido ya en clichés para describir ciertos aspectos de nuestra existencia. Y no importa qué diga la razón: si "el corazón está sano", creemos que todo va viento en popa en nuestra vida. Incluso llegamos a dar valor moral a acciones que "sentimos" que están bien, sin importarnos lo objetivamente mal que esté. 

Tal vez esta es la razón por la cual muchos, al leer el texto de San Juan Crisóstomo de arriba, sienten algo de desánimo. En su tristeza, esas personas pueden argumentar algo así: ¿Cómo puedo orar bien si la verdadera oración es la que procede del corazón? El mío está lleno de preocupaciones, debilidades; incluso de pecado. ¡Nunca podré orar bien!. 

Permítanme dar un paso atrás y hacer un pequeño experimento. Supongamos que te llaman de la policía citándote en la comisaría, dado que alguien te ha denunciado por ciertas acciones penales. ¡Vas a ir a juicio! Más aún: ¡¡puedes ir a la cárcel!! ¿Cuál es tu primera reacción? O mejor: ¿a quién llamas para contárselo? Tu esposo o esposa, alguno de tus padres, hermanos. Tal vez un amigo… Siempre hay alguien ahí en quien confías plenamente y con el que vas para desahogarte. 

Pues bien, la oración puede y debe ser justamente esto. Si nuestro corazón está lleno de inquietudes por diversas preocupaciones de nuestra vida, ¡qué mejor que platicarlo con Dios! ¿O es que Dios sólo escucha padrenuestros y avemarías? ¿Ésa es la única oración que me sé? 

Volvamos al ejemplo. Imagínense que llamas a tu amigo de toda la vida para platicar. Todos tus pensamientos están cargados de la preocupación del posible juicio. Llegas a la cafetería en donde te están ya esperando… y en vez de confiarle todo esto, empiezas a hablar del último coche que ha sacado la Ferrari. ¿No es algo ridículo? 

Pues nuestra oración a veces se vuelve así de ridícula: teniendo mil preocupaciones, forzamos nuestro interior meditando tal vez pasajes del Evangelio bellísimos… pero que ¡nada tienen que ver por lo que mi alma está pasando en ese momento! Y así sí que estaría de acuerdo con la objeción: ¡nunca se podrá orar! 

«La oración no es el efecto de una actitud exterior, sino que procede del corazón», dice San Juan Crisóstomo. Y por eso, las preocupaciones que lo llenan pueden ser una excelente oportunidad para crecer en mi oración. Después de todo, ¡quién mejor que Dios para confiarle nuestras inquietudes, nuestros propósitos! ¿Voy a hacer un examen en la Universidad? Se lo confió a Dios. ¿Empiezo a salir con una chica muy guapa y que no sé si puede ser mi futura esposa? Se lo platico a Dios para que nos ilumine a los dos. ¿Mi hijo está teniendo problemas en la escuela y no sé qué hacer? Le pido luz a Dios. ¿Voy a ver un partido de fútbol? Invito a Dios a que venga a disfrutarlo conmigo... 

Todo puede ser oración si a cada etapa de mi vida sé sembrarla, con sencillez y cariño, de ese «deseo y recuerdo de Dios» de los que habla San Juan Crisóstomo. Es lograr, a fin de cuentas, que Él sea un Amigo íntimo: Alguien en quien siempre puedo confiar, con quien siempre puedo platicar de lo bueno y lo malo. En resumen, el centro de mi corazón…

lunes, 27 de abril de 2015

7 MEDIOS PRÁCTICOS PARA FORMAR EL HÁBITO DE LA PRESENCIA DE DIOS


7 medios prácticos para formar el hábito de la presencia de Dios 
A Jesús no le vemos y tocamos como a cualquier otra persona, pero por la fe sabemos que Cristo Resucitado está vivo y nos acompaña en el camino de la vida


Por: P. Evaristo Sada LC | Fuente: Catholic.net



En las últimas dos notas he hablado sobre el hábito más importante la vida espiritual: el hábito de la presencia de Dios. Allí he explicado en qué consiste. Ahora propongo algunos medios prácticos para vivir en la presencia de Dios.


1. Cree e imagina que Jesús está junto a ti.

A Jesús no le vemos y tocamos como a cualquier otra persona, pero por la fe sabemos que Cristo Resucitado está vivo y nos acompaña en el camino de la vida. Como el ciego percibe la presencia de otra persona a su lado, así, por la fe, siento y estoy seguro de la presencia de Dios junto a mí. Yo sé que Él me escucha. Creo que siempre lo he tenido a mi lado y dentro de mí, y que ahora mismo está aquí. Puedo "llevarlo conmigo" a todas partes, conversar familiarmente con Él, pedirle luz y fuerza, disfrutar de su compañía. 

Presencia de Dios
Una de las oraciones más bellas que conocemos y que celebran esta presencia omnipresente de Dios es el Salmo 139:

"Señor, tú me examinas y conoces,
sabes si me siento o me levanto, tú conoces de lejos lo que pienso.
Ya esté caminando o en la cama me escudriñas, eres testigo de todos mis pasos.

Aún no está en mi lengua la palabra cuando ya tú, Señor, la conoces entera.

Me aprietas por detrás y por delante y colocas tu mano sobre mí.

Me supera ese prodigio de saber, son alturas que no puedo alcanzar.

¿Adónde iré lejos de tu espíritu, adónde huiré lejos de tu rostro?

Si escalo los cielos, tú allí estás, si me acuesto entre los muertos, allí también estás.

Si le pido las alas a la Aurora para irme a la otra orilla del mar,
también allá tu mano me conduce y me tiene tomado tu derecha.

Si digo entonces: "¡Que me oculten, al menos, las tinieblas y la luz se haga noche sobre mí!"

Mas para ti ni son oscuras las tinieblas y la noche es luminosa como el día.

Pues eres tú quien formó mis riñones, quien me tejió en el seno de mi madre.

Te doy gracias por tantas maravillas, admirables son tus obras y mi alma bien lo sabe.

Mis huesos no te estaban ocultos cuando yo era formado en el secreto, o bordado en lo profundo de la tierra.

Tus ojos veían todos mis días, todos ya estaban escritos en tu libro y contados antes que existiera uno de ellos."

2. Mira con miradas de fe:

Aplicando una mirada de fe, todo es transparencia de Dios; todo: cosas, acontecimientos y personas. Dios está en toda la creación porque le da la existencia y porque la conserva. Las criaturas tienen los rasgos de su autor y podemos descubrir en ellas los atributos, las cualidades esenciales, de Quien las hizo. En las personas podemos reconocer a Dios porque las creó a su imagen y semejanza y porque la gracia santificante corre por sus venas.

Dios está allí, quiere revelarse, darse a conocer a nosotros, depende de cada uno abrir los ojos con una mirada de fe y reconocerle. Lo contrario sería una especie de ceguera o miopía.

3. Haz un examen diario lleno de gratitud:

Dios Providente está presente en la historia y en tu historia personal, la de cada día; que no te pase desapercibido.
Dios suele manifestarse a través de actos y palabras de otras personas, de gracias actuales que el Espíritu Santo te regale, de dones que recibas, de oportunidades para crecer, de los Sacramentos, etc. No tienen que ser grandes acontecimientos, Dios nos ofrece los dones de Su amor de manera bastante sencilla. Es cuestión de estar atento para captar su intervención Providente, ser receptivo, ser humilde, atribuirle el mérito, bendecirlo y darle las gracias.

Si todos los días, al final de la jornada, te reservas un tiempo para descubrir el modo en que Dios se hizo presente en tu vida y para darle las gracias, estarás aplicando un medio de gran eficacia para formar el hábito de la presencia de Dios.
oracion de gratitud

4. Echa mano de jaculatorias:

San Pedro de Alcántara, en su tratado de la oración y meditación, dice que las jaculatorias "ayudan para la memoria continua de Dios y el andar siempre en su presencia".

Las jaculatorias son oraciones breves, en forma de frases sencillas, que dirigimos a Dios en medio de las actividades cotidianas, poniendo toda la fuerza de nuestra fe y todo el afecto de nuestro corazón al pronunciarlas.

Algunos ejemplos:
- "Señor, tú lo sabes todo, tú bien sabes que te amo"
- "El Señor es mi Pastor, nada me falta"
- "Estoy en tus manos. Hágase tu voluntad"
- "Tú eres mi Roca y mi salvación"
- "Jesús, manso y humilde de corazón, haz mi corazón semejante al tuyo"
- "Espíritu Santo, ilumíname"
- "Señor, que vea"
- "Señor, aumenta mi fe"
- "Santa María de Guadalupe, ruega por nosotros"
- "María, soy todo tuyo"
- "Sagrado Corazón de Jesús, en ti confío"
- "Señor mío y Dios mío"
- "Señor, ten misericordia de mí"
5. Haz visitas eucarísticas y comuniones espirituales:

Si hablamos de la presencia de Dios, ¿qué mayor presencia que la de la Eucaristía?Cristo Eucaristía: la presencia fiel y cercana. Si hay una capilla en tu universidad, o cerca de tu trabajo o de tu casa, puedes ir a visitar a Cristo Eucaristía una vez al día. Tal vez pases, o puedas pasar, todos los días frente a una Iglesia y quieras formar el hábito de detenerte a saludarlo unos minutos. Lo mismo que haces con tu novia, con tu esposa o con tus padres. Es una forma de mantener fresco el amor.

También, hay ocasiones en que quisieras recibir la Eucaristía y no te es posible; entonces puedes hacer una comunión de deseo donde quiera que te encuentres. Consiste en hacer una pausa y manifestar a Jesucristo el deseo de recibirle en el Sacramento de la Eucaristía y pedirle la gracia de recibirlo espiritualmente.

Puedes imaginarte junto a Jesús en la última cena, recostarte espiritualmente sobre su pecho y decirle con tus propias palabras lo mucho que deseas recibirle. También puedes usar fórmulas como la de San Alfonso María de Ligorio:
Creo, Jesús mío, que estás realmente presente en el Santísimo Sacramento del Altar. Te amo sobre todas las cosas y deseo ardientemente recibirte dentro de mi alma. Pero como ahora no puedo recibirte sacramentado, ven a lo menos espiritualmente a mi corazón.

(Guarda silencio y expresa a Jesús el amor que le tienes)
Y ahora, como si ya te hubiese recibido, te abrazo y me uno todo a ti.
No permitas, Señor, que jamás me separe de ti. Amén.


6. Reza cuando realices tus actividades habituales:

Ayuda mucho para avivar la presencia de Dios adquirir el hábito de rezar antes de tus actividades habituales. Comes tres veces al día, puedes bendecir los alimentos antes de comer. Cuando sales de casa, puedes pedir la protección de Dios. Cuando vas a iniciar tu jornada laboral, puedes hacer la señal de la cruz. Cuando regresas todos los días a casa, puedes besar una Biblia, un crucifijo o una imagen de la Virgen María que coloques a la entrada. 

7. Enciende una veladora o lleva un crucifijo en tu bolsillo.

La llama de una veladora puede recordarte a Cristo Resucitado (como el cirio pascual) y Su presencia en tu corazón. Puedes tener un cirio en tu escritorio, en el taller, en la cocina, o en donde pases tiempos largos todos los días, y encenderlo ocasionalmente. El cirio encendido puede ayudarte a evocar la presencia de Cristo Resucitado a tu lado y dentro de ti.

Y hay otros medios prácticos que cada uno puede ir encontrando, como un amigo que desde hace tiempo tiene el hábito de llevar un crucifijo en el bolsillo de su pantalón: varias veces durante la jornada, mete la mano en la bolsa, aprieta fuerte el crucifijo y le dirige una palabra a Jesús.
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