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jueves, 23 de abril de 2015

COMO TOCAR EL CORAZÓN DE DIOS CON LA ORACIÓN


Cómo tocar el corazón de Dios con la oración
La oración es acercarse a Jesús con humildad y tocarlo desde la fe.


Por: P. Guillermo Serra, LC | Fuente: Catholic.net




La oración es acercarse a Jesús con humildad y tocarlo desde la fe. La oración llena de fe es "la debilidad" de Dios y la fuerza del hombre. Jesús no se resiste a hacer milagros cuando percibe una gran fe. No basta con tocar a Jesús, sino tocarlo con fe y experimentar cómo muchas virtudes, gracias, salen de Él para curar nuestro corazón y cuerpo.

"Entonces, una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años, y que no había podido ser curada por nadie, se acercó por detrás y tocó la orla de su manto, y al punto se le paró el flujo de sangre. Jesús dijo: «¿Quién me ha tocado?» Como todos negasen, dijo Pedro: «Maestro, las gentes te aprietan y te oprimen». Pero Jesús dijo: «Alguien me ha tocado, porque he sentido que una fuerza ha salido de mí». Viéndose descubierta la mujer, se acercó temblorosa, y postrándose ante él, contó delante de todo el pueblo por qué razón le había tocado, y cómo al punto había sido curada. Él le dijo: «Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz". (Lucas 8,43-48)

Nuestra propia enfermedad debe ser presentada con fe y esperanza

La mujer hemorroisa sufría desde hacía 12 años esta enfermedad. No había encontrado remedio, se había gastado todo en doctores. Sólo le quedaba una esperanza, ese Jesús del que toda la gente hablaba. Debido a su enfermedad era impura y todo lo que tocase automáticamente se convertía en impuro. Vivía en una soledad total, separada de la sociedad, de su familia, 12 años queriendo "volver a vivir". Esta soledad, necesidad de vivir, de ser alguien, hizo que sin temor se acercase a Jesús. Percibía en Él alguien que podría devolverle la vida, que podría dar sentido a esta enfermedad y poder ser curada.

En la oración nos presentamos también enfermos, débiles, con temores, resistencias, profundas heridas que todavía sangran. Con facilidad buscamos en el mundo diversos “doctores” que nos puedan curar, distracciones, pasatiempos que en el fondo nos dejan igual y nos vamos desgastando. En la oración nos presentamos conscientes de esta debilidad, pero a la vez llenos de fe porque estamos ante el único que nos puede curar de raíz, el que puede devolvernos la vida, dar un sentido profundo y nuevo a nuestra existencia, a nuestra soledad. Este acto de fe y confianza son los pasos necesarios para llegar hasta el Maestro: "Creo en ti Señor, espero en tu amor, confío en ti, quiero amarte para vivir". Presentamos nuestra vida ante Él, nuestra debilidad, enfermedad, con fe y confianza para que Él nos cure.

Acercarse a Jesús con humildad, con la mirada siempre fija en su Amor y ternura

Con gran fe, se acercó a Jesús por detrás, y con delicadeza, consciente de su impureza, se atrevió a tocarle con fe la orla de su manto.

Cuando hay fe y amor, la oración se convierte en un buscar el bien de la otra Persona: acogerle, cuidarlo, amarlo. Esto es lo que hace la hemorroisa. No piensa en sí misma. No quiere "molestar" al Señor: con humildad se acerca por detrás y busca tocar tan sólo el borde de su manto. Esto sería suficiente. La fe no busca evidencia, no quiere tocar a toda costa, palpar como lo hizo Santo Tomás. Basta con un detalle, un gesto cercano y tierno. Es un decirle a Jesús: "no te quiero molestar, sé que me amas y con tocarte el borde del manto, te darás cuenta que te necesito, que estoy aquí, que te amo y que quiero poderte abrazar… pero soy impura, mi alma es impura, necesito que tu amor me purifique y me haga digna de Ti".

Así la hemorroisa buscando el bien de Jesús, el no "hacerle" impuro, logra su propio bien. La oración es buscar al otro para encontrarse con el otro. Es dejarse encontrar buscando. Es rozar su Corazón para encontrase dentro de él.

La fe mueve el Corazón de Jesús y fija su mirada en la humildad

La mujer queda curada al instante. Jesús no espera a que la mujer le diga qué necesita. Así es el Buen Pastor, conoce a sus ovejas, nos conoce y sabe lo que necesitamos incluso antes de que se lo pidamos. Por eso, muchas veces la oración es ponerse en su presencia, quizás experimentando un silencio que no es indiferencia por parte de Jesús, sino un querer expresar ternura, contemplar a su creatura tan amada y admirarla con amor.

Jesús estaba siendo oprimido por la multitud, sin embargo, sintió que una virtud salía de Él y gritó: « ¿Quién me ha tocado? » Los discípulos, asombrados, no entienden esta pregunta. Decenas de personas están agolpadas, se empujan y estrujan a Jesús y sólo una "le ha tocado", aquella que apenas ha rozado el borde de su manto.

Aquí Jesús nos dice con claridad que tocarle es amarle, es tener la humildad de confiar en Él, de tratarle con ternura y fe. De acercarse a Él como un niño a su Padre y estar, sí, estar junto a Él. Muchos estaban más cerca que la mujer, pero no tenían fe, era quizás más bien curiosidad, rutina.

La oración nunca puede ser curiosidad o rutina. No es una actividad para llenarme de ideas o repetir fórmulas aprendidas de memoria. Esto sería como empujar y estrujar a Jesús, como aquel grupo que lo seguía. No, esta mujer nos enseña que para tocar a Jesús hay que tener fe, hay que acudir con confianza, presentarse con humildad y tener ternura hacia Dios. ¡Ah!, y sobre todo, hay que dejarse querer por el Maestro que nos conoce, nos espera y al instante nos abraza con amor.

Queremos tocarte Jesús. Ayúdanos Señor a tocarte con fe.

domingo, 19 de abril de 2015

¿CÓMO REZAR CUANDO HAS PECADO?


¿Cómo rezar cuando has pecado? 
Cuando has pecado la mejor oración es un espíritu contrito, humillado y confiado a los pies de Cristo crucificado


Por: P. Evaristo Sada LC | Fuente: Catholic.net




Señor, he pecado. 
Con el corazón hecho pedazos vengo a pedirte perdón. 
Sé que no hay maldad tan mala capaz de impedirte amarme.
Me da vergüenza verte crucificado y encima pedirte favores, 
pero, te necesito, Señor:
por tu inmensa compasión ¡borra mi culpa!

Mírame, soy débil, vulnerable, pecador.
Yo, miseria. Tú, misericordia. 
Tú que puedes sacar bien del mal, levántame, Señor. 
Sáname. Restáurame. Hazme un hombre nuevo.
Desde la altura del cielo nos viste sufrir
y con el estandarte del amor 
viniste al encuentro del hombre que sufre. 

Una y otra vez he comprobado que lo que atrae tu mirada misericordiosa sobre mí es mi estado de miseria.
No son mis méritos los que me hacen agradable a tus ojos, sino la omnipotencia de tu misericordia.
La incomprensible gratuidad de tu amor.
No debe haber pecado capaz de tenerme alejado de ti.
Por más vergüenza y dolor que sienta, 
siento también la confianza de venir a pedirte perdón
con la certeza de que siempre, siempre, encontraré la mirada del Buen Pastor.
Tus ojos están puestos en los que esperan en tu misericordia
 (Sal 32)
Por eso estoy aquí, una vez más de rodillas ante ti, 
Cristo crucificado.
Vengo a declararme débil, miserable, pecador. 
Vengo a pedirte perdón.

(Guarda silencio, escucha que te absuelve y que te dice: Te sigo amando igual. Déjate amar.)

Gracias, Jesús. 
Cuando hago oración contemplándote en la cruz
te me revelas como Misericordia. 
Tu amor crucificado es una invitación a la confianza.

Te lo suplico, Señor, que hoy y cuando tenga la desgracia de perder la gracia, no olvide jamás que tú, Dios, moriste crucificado para salvarme; que no pierda nunca la esperanza de tu misericordia.
Como el ladrón que paga sus culpas en el Calvario, 
también yo te suplico: acuérdate de mí a la hora de mi muerte
y consérvame a tu lado para siempre.
Y luego, con el espíritu bien dispuesto, acudir al sacramento del perdón.

Una buena práctica que aprendí al entrar a la vida religiosa es el rezo del Salmo 50 todas las noches, de rodillas junto a la cama, ante Cristo crucificado, tratando de adoptar las actitudes del Rey David:

Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión, borra mi culpa, lava del todo mi delito, limpia mi pecado.
Pues yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado,
contra ti, contra ti solo pequé, cometí la maldad que aborreces.
En la sentencia tendrás razón, en el juicio resultarás inocente.
Mira, en la culpa nací, pecador me concibió mi madre.

Te gusta un corazón sincero, y en mi interior me inculcas sabiduría.
Rocíame con hisopo: quedaré limpio, lávame, quedaré más blanco que la nieve.
Hazme oír el gozo y la alegría, que se alegren los huesos quebrantados.

Aparta de mi pecado tu vista, borra en mí toda culpa.
Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme, no me arrojes de tu rostro, no me quites tu santo espíritu.

Devuélveme la alegría de tu salvación, afiánzame con espíritu generoso; enseñaré a los malvados tus caminos, los pecadores volverán a ti.

Líbrame de la sangre, oh Dios, Dios Salvador mío y cantará mi lengua tu justicia.

Señor, me abrirás los labios y mi boca proclamará tu alabanza.
Los sacrificios no te satisfacen; si te ofreciera un holocausto, no lo querrías.

Mi sacrificio es un espíritu quebrantado; un corazón quebrantado y humillado, tú no lo desprecias.

Señor, por tu bondad, favorece a Sión, reconstruye las murallas de Jerusalén; entonces aceptarás los sacrificios rituales, ofrendas y holocaustos, sobre tu altar se inmolarán novillos.

miércoles, 15 de abril de 2015

SABER ORAR




Saber orar



Cuentan que un humilde zapatero tenía la costumbre de hacer siempre sus oraciones en la mañana, al mediodía y en la tarde. Se servía de un libro de plegarias porque no se sentía capaz de dirigirse al Creador con sus pobres palabras. Un día, se sintió muy mal porque, estando de viaje, olvidó su libro.

Nuestro buen zapatero le dijo entonces a Dios: "Perdóname, Dios mío, porque necesito orar y no sé cómo. Ahora bien, ya que Tú eres un Padre de amor voy a recitar varias veces el alfabeto desde la a hasta la z, y Tú que eres sabio y bueno podrás juntar las letras y sabrás qué es lo que yo te quiero decir".

Cuenta la historia que ese día Dios reunió a sus ángeles en el cielo y les dijo conmovido que esa era la más sincera y la más bella de las oraciones que le habían hecho en mucho tiempo. Una oración con las cualidades de la plegaria que hace milagros, cierra heridas, ilumina, fortalece y acerca los corazones, es decir, una plegaria humilde, confiada, sincera y amorosa. ¡Cuánta necesidad tenemos de estas oraciones!

Todos debemos aprender a orar con el corazón, a alabar, a bendecir, a perdonar, a agradecer. Y, claro, a tener bien presente que la oración se ve en la acción, en los buenos frutos y en un compromiso por la justicia y por la paz. En efecto, actuar sin orar es desgastarse y orar sin actuar es engañarse. Por eso comparto con ustedes este comentario al Padre Nuestro, esperando deje valiosas inquietudes en su espíritu:

Di Padre, si cada día te portas como hijo y tratas a los demás como
hermanos.

Di Nuestro, si no te aíslas con tu egoísmo.

Di que estás en los cielos, cuando seas espiritual y no pienses sólo en lo material.

Di santificado sea tu Nombre, si amas a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con todas tus fuerzas.

Di venga a nosotros tu Reino, si de verdad Dios es tu rey y trabajas para que Él reine en todas partes.

Di hágase Tu voluntad, si la aceptas y no quieres que sólo se haga la tuya.

Di danos hoy nuestro pan, si sabes compartir con los pobres y con los que sufren.

Di perdona nuestras ofensas, si quieres cambiar y perdonar de corazón.

Di no nos dejes caer en tentación, si de verdad estás decidido a alejarte del mal

Di líbranos del mal, si tu compromiso es por el bien.

Y di Amén si tomas en serio las palabras de esta oración.

viernes, 23 de enero de 2015

UNA ORACIÓN ESPECIAL


Una oración especial


Que tus pies te lleven por el camino más largo hacia la felicidad, porque la felicidad son sólo puntos en el mapa de la vida, y el verdadero disfrute está en buscarlos.

Que tus ojos reconozcan la diferencia entre un colibrí y el vuelo que lo sostiene.  Aunque se detenga, seguirá siendo un colibrí, y es conveniente que sepas, para que no confundas el sol con la luz, ni el cielo con la voz que lo nombra.

Que tus manos se tiendan generosas en el dar y agradecidas en el recibir, y que su gesto más frecuente sea la caricia para reconfortar a los que te rodean.

Que tus oídos sea tan fieles a la hora del reproche, como debe serlo a la hora del halago, para que puedas mantener el equilibrio en cualquier circunstancia.

Que tus rodillas te sostengan con firmeza a la altura de tus sueños y se aflojen mansamente cuando llegue el tiempo de descanso.

Que tu espalda sea tu mejor soporte y no la carga más pesada.

Que tu boca refleje la sonrisa que hay adentro, para que sea una ventana del alma y no la vidriera de los dientes.

Que tus dientes te sirvan para aprovechar mejor el alimento, y no para conseguir la tajada más grande en menoscabo de los demás.

Que tu lengua encuentre las palabras más exactas, para expresarte sin que te malinterpreten.

Que tus uñas crezcan lo suficiente para protegerte, sin lastimar a nadie.

Que tu piel te sirva de puente y no de valla.

Que tu pelo le dé abrigo a tus ideas, para que siempre adornen más que un buen peinado.

Que tus brazos sean la cuna de los abrazos y no camisa de fuerza para nadie.

Que tu corazón toque su música con amor, para que tu vida sea un paso del universo hacia delante.

jueves, 8 de enero de 2015

NO TENGO GANAS DE ORAR


NO TENGO GANAS DE ORAR


Frecuentemente, querido amigo, no tengo ganas de orar. Si he de ser sincero, debo confesar que estas veces son más numerosas que las otras. Me ha ocurrido también el sentirme extraño, nervioso, disipado, fastidiado hasta de encontrarme con las personas, en cumplir un favor prometido, y por si fuera poco, encontrar un amigo que me va y me cuenta las consecuencias de su úlcera... ¿Orar? No quiero ni pensarlo. ¿Quién tiene ganas de orar? 

Después de vagabundear un poco, he entrado en una iglesia sin demasiada convicción, con el propósito de salir cuanto antes de allí; no tenía ganas de orar.

He realizado un esfuerzo inmenso para permanecer arrodillado en el banco durante cinco minutos; experimentaba un malestar indecible.

Al fin, para despedirme, en un clima de sinceridad, dije con toda franqueza: "Señor, no tengo ganas de orar, es inútil insistir, excúsame, me voy... dejémoslo para una ocasión más propicia..."

Lo repetí una vez más y luego otra y otra, al final perdí la cuenta... pues bien, salí de la iglesia al cabo de una hora. Estaba distensionado, sereno, contento como en raras ocasiones. Reconciliado conmigo mismo y con todos los inoportunos de este mundo.

Por eso te digo, querido amigo: si esperas para orar hasta que tengas ganas, estás perdido. Debes tener el coraje para orar incluso cuando no tengas ganas. Sobre todo en ese momento, "todo es gracia"... introdúcete por el corredor oscuro de la desgana, sigue adelante aunque tengas la impresión de que no llegarás nunca a la luz. Sigue adelante aunque te sientas frío, árido, seco y vacío. A fuerza de insistir, el túnel oscuro desembocará en un espectáculo de luz resplandeciente.

Di al Señor, cuando te encuentres delante de Él, todo lo que sientas, todo lo que lleves dentro, lo que te preocupa y lo que te alegra. Y si estás fastidiado, díselo también, que Él comprende todo, entiende mejor que tú el estado de ánimo que llevas. Más todavía, Él te dará lo que necesitas para comunicarte mejor, Él te enviara su Espíritu sin el cual no podemos decir "¡Padre!". Déjate amar por Él. Quédate un momento en silencio. No te desconcierte ni desaliente que a veces el Señor parece también guardar silencio.

Es preciso creer que Dios está presente en las largas noches, en los días negros, para tomarte de la mano y guiar tus pasos por sus sendas. Cuando digas "no tengo ganas de orar" es precisamente el momento oportuno... es cuando Dios actúa, por lo que es preciso, es urgente, que no esperes más; es el "tiempo favorable" para iniciar un encuentro con quien siempre te espera, con el Padre que continuamente piensa en ti y se hace el encontradizo para demostrarte su amor.

¿No has visto nunca en la montaña ciertas flores que nacen en las oscuras hendiduras de las rocas? 
La oración más espontánea puede despuntar después de una larga preparación de aridez, después de momentos de desolación.

En cada uno de nosotros hay un niño que lloriquea: "no tengo ganas..." Pero hay, asímismo, un adulto que suplica: "No te preocupes. Ora como si las tuvieras". 

¡Cuando las ganas decrecen, es el momento en el que debes tener el coraje de orar! 

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