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domingo, 8 de abril de 2018

PAPA FRANCISCO EN DIVINA MISERICORDIA: PECAS MUCHO? PIDE MUCHA MISERICORDIA Y VEREMOS QUIÉN GANA


El Papa en Divina Misericordia: ¿Pecas mucho? Pide mucha misericordia y veremos quién gana
POR ÁLVARO DE JUANA | ACI Prensa
 Foto: Daniel Ibáñez / ACI Prensa





En la Misa que el Papa Francisco presidió por el II Domingo de Pascua o también llamado Domingo de la Misericordia, afirmó que para conocer y tocar la misericordia de Jesús es necesario dejarse perdonar.

“¿Cómo saborear este amor, cómo tocar hoy con la mano la misericordia de Jesús?”, preguntó a los fieles presentes.

“Para experimentar el amor hay que pasar por allí: dejarse perdonar. Pero ir a confesarse parece difícil, porque nos viene la tentación ante Dios de hacer como los discípulos en el Evangelio: atrincherarnos con las puertas cerradas”.

Francisco habló de la vergüenza que se siente al haber pecado y aseguró que cuando ocurre esto “debemos estar agradecidos: quiere decir que no aceptamos el mal, y esto es bueno. La vergüenza es una invitación secreta del alma que necesita del Señor para vencer el mal. El drama está cuando no nos avergonzamos ya de nada. No tengamos miedo de sentir vergüenza. Pasemos de la vergüenza al perdón”.

El Papa comentó el Evangelio de la liturgia del día en el que se narra el momento en el que el discípulo Tomás se encentra con Jesús resucitado y necesita comprobar sus heridas para creer.


“A pesar de su incredulidad, debemos agradecer a Tomás que no se conformara con escuchar a los demás decir que Jesús estaba vivo, ni tampoco con verlo en carne y hueso, sino que quiso ver en profundidad, tocar sus heridas, los signos de su amor”.

“Para nosotros es suficiente saber que Dios existe; no nos llena la vida un Dios resucitado pero lejano; no nos atrae un Dios distante, por más que sea justo y santo. No, tenemos también la necesidad de 'ver a Dios', de palpar que él ha resucitado por nosotros”, reconoció Francisco.

El Papa dijo que para verlo hay que mirar a sus llagas: “Al mirarlas, ellos comprendieron que su amor no era una farsa y que los perdonaba, a pesar de que estuviera entre ellos quien lo renegó y quien lo abandonó. Entrar en sus llagas es contemplar el amor inmenso que brota de su corazón. Es entender que su corazón palpita por mí, por ti, por cada uno de nosotros”.

“Podemos considerarnos y llamarnos cristianos, y hablar de los grandes valores de la fe, pero, como los discípulos, necesitamos ver a Jesús tocando su amor. Solo así vamos al corazón de la fe y encontramos, como los discípulos, una paz y una alegría que son más sólidas que cualquier duda”.

Por otro lado, el Pontífice señaló que “Dios no se ofende de ser ‘nuestro', porque el amor pide intimidad, la misericordia suplica confianza”.

“Ellos lo hacían por miedo y nosotros también tenemos miedo, vergüenza de abrirnos y decir los pecados. Que el Señor nos conceda la gracia de comprender la vergüenza, de no considerarla como una puerta cerrada, sino como el primer paso del encuentro”.

“Existe, en cambio, una puerta cerrada ante el perdón del Señor, la de la resignación. La experimentaron los discípulos, que en la Pascua constataban amargamente que todo había vuelto a ser como antes”, alertó el Papa.


A este respecto, denunció que “también nosotros podemos pensar: ‘Soy cristiano desde hace mucho tiempo y, sin embargo, no cambia nada, cometo siempre los mismos pecados’. Entonces, desalentados, renunciamos a la misericordia”.

“Pero el Señor nos interpela: ‘¿No crees que mi misericordia es más grande que tu miseria? ¿Eres reincidente en pecar? Sé reincidente en pedir misericordia, y veremos quién gana’”.

“En cada perdón somos renovados, animados, porque nos sentimos cada vez más amados. Y cuando siendo amados caemos, sentimos más dolor que antes. Es un dolor benéfico, que lentamente nos separa del pecado. Descubrimos entonces que la fuerza de la vida es recibir el perdón de Dios y seguir adelante, de perdón en perdón”, añadió.

El Papa, antes de concluir, recordó que “Dios obra maravillas” y que “Él no decide jamás separarse de nosotros, somos nosotros los que le dejamos fuera”.

“Pero cuando nos confesamos acontece lo inaudito: descubrimos que precisamente ese pecado, que nos mantenía alejados del Señor, se convierte en el lugar del encuentro con Él. Allí, el Dios herido de amor sale al encuentro de nuestras heridas. Y hace que nuestras llagas miserables sean similares a sus llagas gloriosas. Porque Él es misericordia y obra maravillas en nuestras miserias”.

HOMILÍA DEL PAPA FRANCISCO EN LA MISA DEL DOMINGO DE LA DIVINA MISERICORDIA


Homilía del Papa Francisco en la Misa del Domingo de la Divina Misericordia
Redacción ACI Prensa
 Foto: Daniel Ibáñez / ACI Prensa




La Plaza de San Pedro albergó una Misa presidida por el Papa Francisco con motivo del II Domingo de Pascua o también llamado Domingo de la Divina Misericordia.

El Pontífice habló del pecado y señaló que “cuando nos confesamos acontece lo inaudito: descubrimos que precisamente ese pecado, que nos mantenía alejados del Señor, se convierte en el lugar del encuentro con él. Allí, el Dios herido de amor sale al encuentro de nuestras heridas”.

A continuación, el texto completo de la homilía:


En el Evangelio de hoy aparece varias veces el verbo ver: «Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor» (Jn 20,20); luego, dijeron a Tomás: «Hemos visto al Señor» (v. 25). Pero el Evangelio no describe al Resucitado ni cómo lo vieron; solo hace notar un detalle: «Les enseñó las manos y el costado» (v. 20). Es como si quisiera decirnos que los discípulos reconocieron a Jesús de ese modo: a través de sus llagas. Lo mismo sucedió a Tomás; también él quería ver «en sus manos la señal de los clavos» (v. 25) y después de haber visto creyó (v. 27).

A pesar de su incredulidad, debemos agradecer a Tomás que no se conformara con escuchar a los demás decir que Jesús estaba vivo, ni tampoco con verlo en carne y hueso, sino que quiso ver en profundidad, tocar sus heridas, los signos de su amor. El Evangelio llama a Tomás «Dídimo» (v. 24), es decir, mellizo, y en su actitud es verdaderamente nuestro hermano mellizo. Porque tampoco para nosotros es suficiente saber que Dios existe; no nos llena la vida un Dios resucitado pero lejano; no nos atrae un Dios distante, por más que sea justo y santo. No, tenemos también la necesidad de “ver a Dios”, de palpar que él ha resucitado por nosotros.

¿Cómo podemos verlo? Como los discípulos, a través de sus llagas. Al mirarlas, ellos comprendieron que su amor no era una farsa y que los perdonaba, a pesar de que estuviera entre ellos quien lo renegó y quien lo abandonó. Entrar en sus llagas es contemplar el amor inmenso que brota de su corazón. Es entender que su corazón palpita por mí, por ti, por cada uno de nosotros. Queridos hermanos y hermanas: Podemos considerarnos y llamarnos cristianos, y hablar de los grandes valores de la fe, pero, como los discípulos, necesitamos ver a Jesús tocando su amor. Solo así vamos al corazón de la fe y encontramos, como los discípulos, una paz y una alegría (cf. vv. 19- 20) que son más sólidas que cualquier duda.

Tomás, después de haber visto las llagas del Señor, exclamó: «¡Señor mío y Dios mío!» (v. 28). Quisiera llamar la atención sobre este adjetivo que Tomás repite: mío. Es un adjetivo posesivo y, si reflexionamos, podría parecer fuera de lugar atribuirlo a Dios: ¿Cómo puede Dios ser mío? ¿Cómo puedo hacer mío al Omnipotente? En realidad, diciendo mío no profanamos a Dios, sino que honramos su misericordia, porque él es el que ha querido “hacerse nuestro”. Y como en una historia de amor, le decimos: “Te hiciste hombre por mí, moriste y resucitaste por mí, y entonces no eres solo Dios; eres mi Dios, eres mi vida. En ti he encontrado el amor que buscaba y mucho más de lo que jamás hubiera imaginado”.

Dios no se ofende de ser “nuestro”, porque el amor pide intimidad, la misericordia suplica confianza. Cuando Dios comenzó a dar los diez mandamientos ya decía: «Yo soy el Señor, tu Dios» (Ex 20,2) y reiteraba: «Yo, el Señor, tu Dios, soy un Dios celoso» (v. 5). He aquí la propuesta de Dios, amante celoso que se presenta como tu Dios. Y la respuesta brota del corazón conmovido de Tomás: «¡Señor mío y Dios mío!». Entrando hoy en el misterio de Dios a través de las llagas, comprendemos que la misericordia no es una entre otras cualidades suyas, sino el latido mismo de su corazón. Y entonces, como Tomás, no vivimos más como discípulos inseguros, devotos pero vacilantes, sino que nos convertimos también en verdaderos enamorados del Señor.


¿Cómo saborear este amor, cómo tocar hoy con la mano la misericordia de Jesús? Nos lo sugiere el Evangelio, cuando pone en evidencia que la misma noche de Pascua (cf. v. 19), lo primero que hizo Jesús apenas resucitado fue dar el Espíritu para perdonar los pecados. Para experimentar el amor hay que pasar por allí: dejarse perdonar. Pero ir a confesarse parece difícil, porque nos viene la tentación ante Dios de hacer como los discípulos en el Evangelio: atrincherarnos con las puertas cerradas. Ellos lo hacían por miedo y nosotros también tenemos miedo, vergüenza de abrirnos y decir los pecados. Que el Señor nos conceda la gracia de comprender la vergüenza, de no considerarla como una puerta cerrada, sino como el primer paso del encuentro. Cuando sentimos vergüenza, debemos estar agradecidos: quiere decir que no aceptamos el mal, y esto es bueno. La vergüenza es una invitación secreta del alma que necesita del Señor para vencer el mal. El drama está cuando no nos avergonzamos ya de nada. No tengamos miedo de sentir vergüenza. Pasemos de la vergüenza al perdón.

Existe, en cambio, una puerta cerrada ante el perdón del Señor, la de la resignación. La experimentaron los discípulos, que en la Pascua constataban amargamente que todo había vuelto a ser como antes. Estaban todavía allí, en Jerusalén, desalentados; el “capítulo Jesús” parecía terminado y después de tanto tiempo con él nada había cambiado. También nosotros podemos pensar: “Soy cristiano desde hace mucho tiempo y, sin embargo, no cambia nada, cometo siempre los mismos pecados”. Entonces, desalentados, renunciamos a la misericordia. Pero el Señor nos interpela: “¿No crees que mi misericordia es más grande que tu miseria? ¿Eres reincidente en pecar? Sé reincidente en pedir misericordia, y veremos quién gana”. Además —quien conoce el sacramento del perdón lo sabe—, no es cierto que todo sigue como antes. En cada perdón somos renovados, animados, porque nos sentimos cada vez más amados. Y cuando siendo amados caemos, sentimos más dolor que antes. Es un dolor benéfico, que lentamente nos separa del pecado. Descubrimos entonces que la fuerza de la vida es recibir el perdón de Dios y seguir adelante, de perdón en perdón.

Además de la vergüenza y la resignación, hay otra puerta cerrada, a veces blindada: nuestro pecado. Cuando cometo un pecado grande, si yo —con toda honestidad— no quiero perdonarme, ¿por qué debe hacerlo Dios? Esta puerta, sin embargo, está cerrada solo de una parte, la nuestra; que para Dios nunca es infranqueable. A él, como enseña el Evangelio, le gusta entrar precisamente “con las puertas cerradas”, cuando todo acceso parece bloqueado. Allí Dios obra maravillas. Él no decide jamás separarse de nosotros, somos nosotros los que le dejamos fuera. Pero cuando nos confesamos acontece lo inaudito: descubrimos que precisamente ese pecado, que nos mantenía alejados del Señor, se convierte en el lugar del encuentro con él. Allí, el Dios herido de amor sale al encuentro de nuestras heridas. Y hace que nuestras llagas miserables sean similares a sus llagas gloriosas. Porque él es misericordia y obra maravillas en nuestras miserias. Pidamos hoy como Tomás la gracia de reconocer a nuestro Dios, de encontrar en su perdón nuestra alegría, en su misericordia nuestra esperanza.

sábado, 7 de abril de 2018

PAPA FRANCISCO DESAFÍA A JÓVENES: ¿ESTOY DISPUESTO A HACER MÍOS LOS SUEÑOS DE JESÚS?


El Papa desafía a jóvenes: ¿Estoy dispuesto a hacer míos los sueños de Jesús?
POR WALTER SÁNCHEZ SILVA | ACI Prensa
Foto: Daniel Ibáñez / ACI Prensa




El Papa Francisco recibió este sábado a unos 3 mil jóvenes de la diócesis italiana de Brescia, a quienes desafío a hacerse una importante pregunta: “¿Estoy dispuesto a hacer míos los sueños de Jesús?”

En el Aula Pablo VI en el Vaticano y en medio de un ambiente de fiesta, el Santo Padre explicó que los obispos, que en octubre se reunirán para un Sínodo sobre los jóvenes, si están escuchando realmente a las nuevas generaciones.

El Papa cuestionó luego a los presentes si “¿Están dispuestos a escuchar a Jesús y cambiar cualquier cosa de ustedes mismos? Dejo esta pregunta para que entre en vuestro corazón”.

“Cada uno reflexione dentro de sí, en el propio corazón: ¿Estoy dispuesto a hacer míos los sueños de Jesús? ¿O tengo miedo de que sus sueños puedan ‘perturbar’ mis sueños? ¿Y cuáles son los sueños de Jesús? El sueño de Jesús es aquel que en los Evangelios es llamado el Reino de Dios”.

El Papa explicó que “el Reino de Dios significa el amor a Dios y el amor entre nosotros, formar una gran familia de hermanos y hermanas con Dios como Padre, que ama a todos sus hijos y se llena de alegría cuando uno que estaba lejos vuelve a casa. Este es el sueño de Jesús”.

“Les pregunto: ¿Están dispuestos a hacerlo suyo? ¿Están dispuestos también a cambiar para abrazar este sueño? (Los jóvenes responden ¡Sí!) Está bien”.

Francisco indicó que “Jesús es muy claro. Dice: ‘Si alguno quiere seguirme –conmigo, detrás de mí– que se niegue a sí mismo’. ¿Por qué usa esta palabra que suena un poco fea ‘negarse a sí mismo’? ¿Cómo así? ¿En qué forma debe entenderse? No quiere decir despreciar lo que Dios mismo nos ha dado: la vida, los deseos, el cuerpo, las amistades… No, todo esto Dios lo ha querido y lo quiere para nuestro bien”.

Entonces, precisó el Pontífice, “lo que Jesús pide a quien quiere seguirlo es ‘negarse a sí mismo’ porque en cada uno de nosotros hay algo que la Biblia llama el ‘hombre viejo’: es un ‘hombre viejo’, un yo egoísta que no sigue la lógica de Dios, la lógica del amor, sino que sigue la lógica opuesta, la del egoísmo, la de hacer el propio interés, disfrazado con frecuencia de una cara buena para esconderlo”.

“Ustedes conocen todas estas cosas, son cosas de la vida. Jesús ha muerto en la cruz para liberarnos de esta esclavitud del hombre viejo, que no es externa sino interna. Cuántos de nosotros somos esclavos del egoísmo, del apego a las riquezas, de los vicios. Son estas esclavitudes internas, es el pecado que nos hacer morir dentro”.

El Pontífice resaltó luego que solo “Jesús puede salvarnos de este mal, pero es necesaria nuestra colaboración, que cada uno de nosotros diga: ‘Jesús, perdóname, dame un corazón como el tuyo, humilde y lleno de amor’. Así era el corazón de Jesús. Así amaba Jesús. Así vivía Jesús”.

“¿Saben? ¡Una oración así Jesús la toma en serio! Sí, y a quien se confía en Él le regala experiencias sorprendentes” como “sentirse atraído a participar en la Misa, que no es algo común para un joven, ¿cierto?” o “estar en silencio ante la Eucaristía”.

“Piensen en lo que sintieron cuando hicieron algo bueno para ayudar a otro. ¿No es cierto que experimentaron algo bello? Esto lo da Jesús. Y es Él quien nos cambia” y también “nos da el coraje de hacer su voluntad yendo contracorriente, pero sin orgullo, sin presunción, sin juzgar a los otros”.

Como ejemplo de esta entrega al Señor, el Santo Padre recordó a San Francisco de Asís, que siendo joven “abrazó el sueño de Jesús, se despojó de su hombre viejo, se negó a su yo egoísta y acogió el yo de Jesús, humilde, pobre, sencillo, misericordioso, lleno de alegría y de admiración por la belleza de las criaturas”.

El Papa luego les dejó como “tarea” averiguar cómo era el Beato Papa Pablo VI cuando era joven: “nos hemos acostumbrado a recordarlo como Papa, pero antes fue un joven, un muchacho como ustedes, de vuestra tierra”.

Para concluir, el Pontífice deseó a todos que “la Virgen los acompañe en el camino. ¡La vida es un camino y es necesario caminar! Y les pido que no se olviden de rezar por mí. ¡Gracias!”

jueves, 5 de abril de 2018

PAPA FRANCISCO PIDE DAR TESTIMONIO DE DIOS AL SALIR DE MISA, Y NO MURMURAR UNOS DE OTROS


El Papa pide dar testimonio de Dios al salir de Misa, y no murmurar unos de otros
Redacción ACI Prensa
Foto: Daniel Ibáñez / ACI Prensa




El Papa Francisco pidió, durante la Audiencia General celebrada en la Plaza de San Pedro del Vaticano este miércoles 4 de abril, que al salir de Misa los fieles salgan como cristianos renovados cercanos a la Eucaristía que den testimonio de Dios en sus vidas cotidianas, y que no se dediquen a murmurar unos de otros nada más cruzar el umbral de la iglesia.

En esta última catequesis dedicada a la Misa, el Santo Padre reflexionó sobre la conclusión de la liturgia. “Finalizada la oración de después de la Comunión, la Misa concluye con la bendición impartida por el sacerdote y la aceptación del pueblo”.

Francisco destacó que la Misa, “igual que comenzó con el signo de la cruz en el nombre del Padre y del Hijo y el Espíritu Santo, también ahora la liturgia se sella en nombre de la Trinidad”.

Además, recordó que, aunque la Misa finaliza, “se abre el compromiso al testimonio cristiano. Salimos de la iglesia para ir en paz a llevar la bendición de Dios en nuestras actividades cotidianas, en nuestras casas, en nuestros trabajos, entre nuestras ocupaciones de la ciudad terrena, glorificando al Señor en nuestra vida”.

Por el contrario “si nosotros salimos de la iglesia murmurando unos de otros, la Misa no ha entrado en nosotros. Cada vez que salgo de la Misa debo salir mejor de lo que he entrado, con más ganas de dar testimonio cristiano”.

“Por medio de la Eucaristía, el Señor Jesús entra en nosotros, en nuestro corazón y en nuestra carne para que podamos experimentar en la vida el sacramento recibido en la fe”, explicó.

En su catequesis, Francisco afirmó que “la Misa encuentra su cumplimiento en las decisiones concretas de quien se involucra en primera persona en los misterios de Cristo. No debemos olvidarnos de que celebramos la Eucaristía para aprender a ser hombres y mujeres eucarísticos”.

“¿Qué significa esto?”, planteó el Papa. “Significa dejar actuar a Cristo en nuestras obras, que sus pensamientos sean nuestros pensamientos, que sus sentimientos sean nuestros, que sus decisiones sean también nuestras decisiones”.

El Obispo de Roma señaló que la “presencia real de Cristo en el Pan consagrado no termina con la Misa, la Eucaristía se custodia en el Sagrario para la Comunión de los enfermos y para la adoración silenciosa del Señor en el Santísimo Sacramento, el culto eucarístico fuera de la Misa, ya sea de forma privada o comunitaria, nos ayuda a permanecer en Cristo”.

Por lo tanto, los frutos de la Misa están destinados a madurar en la vida de cada día. En verdad, aumentando nuestra unión con Cristo, la Eucaristía actualiza la gracia que el Espíritu nos ha dado en el Bautismo y en la Confirmación, con el fin de que sea creíble nuestro testimonio cristiano”.

“Encendiendo en nuestros corazones la caridad divina, la Eucaristía nos separa del pecado”, aseguró. “Acercarse regularmente al convite eucarístico renueva, fortifica y profundiza el vínculo con la comunidad cristiana a la cual pertenecemos, según el principio de la Eucaristía hace la Iglesia”.

En fin, “participar en la Eucaristía nos compromete para con los pobres, educándonos a pasar de la carne de Cristo a la carne de los hermanos en los que espera ser reconocido por nosotros, servido, honrado y amado”.

“Portando el tesoro de la unión con Cristo en vasos de barro, tenemos una necesidad continua de regresar al santo altar, hasta que, en el paraíso, gocemos plenamente la santidad del banquete de bodas del Cordero”, concluyó el Papa Francisco.

domingo, 1 de abril de 2018

HOMILÍA DEL PAPA FRANCISCO EN LA VIGILIA PASCUAL


Homilía del Papa Francisco en la Vigilia Pascual
Redacción ACI Prensa
Foto: Daniel Ibáñez / ACI Prensa





El Papa Francisco presidió la Vigilia pascual en la Basílica de San Pedro y bautizó a 8 catecúmenos. En su homilía aseguró que “celebrar la Pascua, es volver a creer que Dios irrumpe y no deja de irrumpir en nuestras historias desafiando nuestros «conformantes» y paralizadores determinismos. Celebrar la Pascua es dejar que Jesús venza esa pusilánime actitud que tantas veces nos rodea e intenta sepultar todo tipo de esperanza”.

A continuación, el texto completo de la homilía:

Esta celebración la hemos comenzado fuera... inmersos en la oscuridad de la noche y en el frío que la acompaña. Sentimos el peso del silencio ante la muerte del Señor, un silencio en el que cada uno de nosotros puede reconocerse y cala hondo en las hendiduras del corazón del discípulo que ante la cruz se queda sin palabras.

Son las horas del discípulo enmudecido frente al dolor que genera la muerte de Jesús: ¿Qué decir ante tal situación? El discípulo que se queda sin palabras al tomar conciencia de sus reacciones durante las horas cruciales en la vida del Señor: frente a la injusticia que condenó al Maestro, los discípulos hicieron silencio; frente a las calumnias y al falso testimonio que sufrió el Maestro, los discípulos callaron. Durante las horas difíciles y dolorosas de la Pasión, los discípulos experimentaron de forma dramática su incapacidad de «jugársela» y de hablar en favor del Maestro. Es más, no lo conocían, se escondieron, se escaparon, callaron (cfr. Jn 18,25-27).

Es la noche del silencio del discípulo que se encuentra entumecido y paralizado, sin saber hacia dónde ir frente a tantas situaciones dolorosas que lo agobian y rodean. Es el discípulo de hoy, enmudecido ante una realidad que se le impone haciéndole sentir, y lo que es peor, creer que nada puede hacerse para revertir tantas injusticias que viven en su carne nuestros hermanos.

Es el discípulo atolondrado por estar inmerso en una rutina aplastante que le roba la memoria, silencia la esperanza y lo habitúa al «siempre se hizo así». Es el discípulo enmudecido que, abrumado, termina «normalizando» y acostumbrándose a la expresión de Caifás: «¿No les parece preferible que un solo hombre muera por el pueblo y no perezca la nación entera?» (Jn 11,50).

Y en medio de nuestros silencios, cuando callamos tan contundentemente, entonces las piedras empiezan a gritar (cf. Lc 19,40)[1] y a dejar espacio para el mayor anuncio que jamás la historia haya podido contener en su seno: «No está aquí ha resucitado» (Mt 28,6). La piedra del sepulcro gritó y en su grito anunció para todos un nuevo camino. Fue la creación la primera en hacerse eco del triunfo de la Vida sobre todas las formas que intentaron callar y enmudecer la alegría del evangelio. Fue la piedra del sepulcro la primera en saltar y a su manera entonar un canto de alabanza y admiración, de alegría y de esperanza al que todos somos invitados a tomar parte.

Y si ayer, con las mujeres contemplábamos «al que traspasaron» (Jn 19,36; cf. Za 12,10); hoy con ellas somos invitados a contemplar la tumba vacía y a escuchar las palabras del ángel: «no tengan miedo… ha resucitado» (Mt 28,5-6). Palabras que quieren tocar nuestras convicciones y certezas más hondas, nuestras formas de juzgar y enfrentar los acontecimientos que vivimos a diario; especialmente nuestra manera de relacionarnos con los demás. La tumba vacía quiere desafiar, movilizar, cuestionar, pero especialmente quiere animarnos a creer y a confiar que Dios «acontece» en cualquier situación, en cualquier persona, y que su luz puede llegar a los rincones menos esperados y más cerrados de la existencia. Resucitó de la muerte, resucitó del lugar del que nadie esperaba nada y nos espera —al igual que a las mujeres— para hacernos tomar parte de su obra salvadora. Este es el fundamento y la fuerza que tenemos los cristianos para poner nuestra vida y energía, nuestra inteligencia, afectos y voluntad en buscar, y especialmente en generar, caminos de dignidad. ¡No está aquí…ha resucitado! Es el anuncio que sostiene nuestra esperanza y la transforma en gestos concretos de caridad. ¡Cuánto necesitamos dejar que nuestra fragilidad sea ungida por esta experiencia, cuánto necesitamos que nuestra fe sea renovada, cuánto necesitamos que nuestros miopes horizontes se vean cuestionados y renovados por este anuncio! Él resucitó y con él resucita nuestra esperanza y creatividad para enfrentar los problemas presentes, porque sabemos que no vamos solos.

Celebrar la Pascua, es volver a creer que Dios irrumpe y no deja de irrumpir en nuestras historias desafiando nuestros «conformantes» y paralizadores determinismos. Celebrar la Pascua es dejar que Jesús venza esa pusilánime actitud que tantas veces nos rodea e intenta sepultar todo tipo de esperanza.

La piedra del sepulcro tomó parte, las mujeres del evangelio tomaron parte, ahora la invitación va dirigida una vez más a ustedes y a mí: invitación a romper las rutinas, renovar nuestra vida, nuestras opciones y nuestra existencia. Una invitación que va dirigida allí donde estamos, en lo que hacemos y en lo que somos; con la «cuota de poder» que poseemos. ¿Queremos tomar parte de este anuncio de vida o seguiremos enmudecidos ante los acontecimientos?

¡No está aquí ha resucitado! Y te espera en Galilea, te invita a volver al tiempo y al lugar del primer amor y decirte: No tengas miedo, sígueme.

PAPA FRANCISCO EN LA VIGILIA: LA RESURRECCIÓN NOS INVITA A ROMPER LA RUTINA Y RENOVARNOS


El Papa en la Vigilia Pascual: La resurrección nos invita a romper la rutina y renovarnos
POR ÁLVARO DE JUANA | ACI Prensa
Foto: Daniel Ibáñez / ACI Prensa



La Vigilia Pascual es la noche por excelencia, y el Papa Francisco en la de este año invitó a romper con la rutina y tomar parte en el “anuncio de vida” que es la resurrección.

“Celebrar la Pascua, es volver a creer que Dios irrumpe y no deja de irrumpir en nuestras historias desafiando nuestros ‘conformantes’ y paralizadores determinismos. Celebrar la Pascua es dejar que Jesús venza esa pusilánime actitud que tantas veces nos rodea e intenta sepultar todo tipo de esperanza”, aseguró.

Por ello animó a “romper las rutinas, renovar nuestra vida, nuestras opciones y nuestra existencia”.

La celebración comenzó a las 20.30 horas de Roma. Como siempre, inició con el rito del lucernario y del fuego, que fue bendecido por el Papa. De este último se encendió el cirio pascual que presidirá todas las celebraciones de este tiempo litúrgico.

Después se cantó el Pregón Pascual y se dio paso a la liturgia de la Palabra, en la que se proclamaron siete lecturas con sus respectivos salmos responsoriales.

Tras la proclamación del Evangelio, el Pontífice tomó la palabra y comenzó su homilía. Lo primero que hizo fue hablar de la reacción de los discípulos cuando Jesús fue apresado y crucificado: “durante las horas difíciles y dolorosas de la Pasión, los discípulos experimentaron de forma dramática su incapacidad de ‘jugársela’ y de hablar en favor del Maestro. Es más, no lo conocían, se escondieron, se escaparon, callaron”.

En este sentido, explicó que se trata del discípulo “enmudecido ante una realidad que se le impone haciéndole sentir, y lo que es peor, creer que nada puede hacerse para revertir tantas injusticias que viven en su carne nuestros hermanos”. Pero también es el discípulo “atolondrado” por” estar inmerso en una rutina aplastante que le roba la memoria, silencia la esperanza”.

Ya sobre la resurrección, manifestó que “la tumba vacía quiere desafiar, movilizar, cuestionar, pero especialmente quiere animarnos a creer y a confiar que Dios «acontece» en cualquier situación, en cualquier persona, y que su luz puede llegar a los rincones menos esperados y más cerrados de la existencia”.

“Resucitó de la muerte, resucitó del lugar del que nadie esperaba nada y nos espera —al igual que a las mujeres— para hacernos tomar parte de su obra salvadora”.

Y por ello invitó a tomar parte del anuncio de la resurrección porque “este sostiene nuestra esperanza y la transforma en gestos concretos de caridad”.  “Él resucitó y con él resucita nuestra esperanza y creatividad para enfrentar los problemas presentes, porque sabemos que no vamos solos”.

“¡Cuánto necesitamos dejar que nuestra fragilidad sea ungida por esta experiencia, cuánto necesitamos que nuestra fe sea renovada, cuánto necesitamos que nuestros miopes horizontes se vean cuestionados y renovados por este anuncio!”, reconoció.

Antes de continuar con la ceremonia, Francisco preguntó: “¿Queremos tomar parte de este anuncio de vida o seguiremos enmudecidos ante los acontecimientos?”.

sábado, 31 de marzo de 2018

ESTAS ES LA EMOTIVA ORACIÓN QUE REZÓ EL PAPA FRANCISCO AL FINALIZAR EL VÍA CRUCIS 2018


Esta es la emotiva oración que rezó el Papa Francisco al finalizar el Vía Crucis
Redacción ACI Prensa
 Foto: Vatican News / ACI Prensa.





Tras el Vía Crucis del Viernes Santo presidido por el Papa Francisco en el Coliseo de Roma, donde muchos de los primeros cristianos murieron martirizados, el Santo Padre rezó una larga y emotiva oración dirigida a Jesús “llena de vergüenza, arrepentimiento y esperanza” frente a los 20 mil asistentes.


A continuación, el texto completo de la oración:

Señor Jesús, nuestra mirada está dirigida a ti, llena de vergüenza, de arrepentimiento y de esperanza.

Ante tu amor supremo, la vergüenza nos impregna por haberte dejado sufrir en soledad nuestros pecados:

La vergüenza de haber huido ante la prueba a pesar de haber dicho miles de veces “incluso si todos te abandonan, yo no te abandonaré jamás”.

La vergüenza de haber elegido a Barrabás y no a ti, el poder y no a ti, la apariencia y no a ti, el dinero y no a ti, la mundanidad y no la eternidad.

La vergüenza por haberte tentado con la boca y con el corazón cada vez que nos hemos encontrado ante una prueba, diciéndote: “si tú eres el Mesías, sálvate y creeremos”.


La vergüenza por tantas personas, incluso algunos de tus ministros, que se han dejado engañar por la ambición y por la vana gloria perdiendo su dignidad y su primer amor.

La vergüenza porque nuestras generaciones están dejando a los jóvenes un mundo fracturado por las divisiones y por las guerras; un mundo devorado por el egoísmo donde los jóvenes, los pequeños, los enfermos, los ancianos son marginados.

La vergüenza de haber perdido la vergüenza.

¡Señor Jesús, danos siempre la gracia de la santa vergüenza!

Nuestra mirada está llena también de un arrepentimiento que, delante de tu silencio elocuente, suplica tu misericordia:

Un arrepentimiento que germina ante la certeza de que sólo tú puedes salvarnos del mal, sólo tú puedes cura nuestra lepra de odio, de egoísmo, de soberbia, de codicia, de venganza, de codicia, de idolatría, sólo tú puedes abrazarnos devolviéndonos la dignidad filiar y alegrarte por nuestro regreso a casa, a la vida.

El arrepentimiento que surge de sentir nuestra pequeñez, nuestra nada, nuestra vanidad y que se deja acariciar por su dulce y poderosa invitación a la conversión.

El arrepentimiento de David que, desde el abismo de su miseria, encuentra en ti su única fuerza.

El arrepentimiento que nace de nuestra vergüenza, que nace de la certeza de que nuestro corazón permanecerá siempre inquieto hasta que no te encuentre y encuentre en ti su única fuente de plenitud y de quietud.

El arrepentimiento de Pedro que, cruzando su mirada con la tuya, llora amargamente por haberte negado delante de los hombres.

Señor Jesús, ¡danos siempre la gracia del santo arrepentimiento!

Ante tu suprema majestad se enciende, en la tenebrosidad de nuestra desesperación, la chispa de la esperanza para que sepamos que tu única medida de amarnos es la de amarnos sin medida.


La esperanza de que tu mensaje continúe a inspirar, todavía hoy, a tantas personas y pueblos a que solo el bien puede derrotar el mal y la maldad, sólo el perdón puede derrotar el rencor y la venganza, sólo el abrazo fraterno puede dispersar la hostilidad y el miedo del otro.

La esperanza de que tu sacrificio continúa, todavía hoy, a emanar el perfume del amor divino que acaricia los corazones de tantos jóvenes que continúan consagrándote sus vidas convirtiéndose en ejemplos vivos de caridad y de gratuidad en este mundo devorado por la lógica del beneficio y de la ganancia fácil.

La esperanza de que tantos misioneros y misioneras continúen hoy a desafiar la adormecida conciencia de la humanidad arriesgando sus vidas para servirte en los pobres, en los descartados, en los inmigrantes, en los invisibles, en los explotados, en los hambrientos en los encarcelados.

La esperanza de que tu Iglesia santa, y constituida por pecadores, continúe, incluso hoy, a pesar de todos los intentos de desacreditarla, a ser una luz que ilumine, anime, alivie y testimonie tu amor ilimitado por la humanidad, un modelo de altruismo, un arca de salvación y una fuente de certeza y de verdad.

La esperanza de que, de tu cruz, fruto de la codicia y de la cobardía de tantos doctores de la Ley y de los hipócritas, surja la Resurrección transformando las tinieblas de la tumba en el resplandor del alba del Domingo sin atardecer, enseñándonos que tu amor es nuestra esperanza.

Señor Jesús, ¡danos siempre la gracia de la santa esperanza!

Ayúdanos, Hijo del Hombre, a despojarnos de la arrogancia del ladrón puesto a tu izquierda, y de los miopes y de los corruptos que han visto en ti una oportunidad de explotar, un condenado al que criticar, un derrotado del que burlarse, otra ocasión para atribuir a los demás, e incluso a Dios, las propias culpas.

Te pedimos, en cambio, Hijo de Dios, que nos identifiquemos con el buen ladrón que te miró con ojos llenos de vergüenza, de arrepentimiento y de esperanza; que con ojos de fe vio en tu aparente derrota la victoria divina, y así, arrodillados delante de tu misericordia, y con honestidad, ganó el paraíso. Amén.

jueves, 29 de marzo de 2018

PAPA FRANCISCO: HAY CRISTIANOS FALSOS QUE TIENEN EL ALMA MUERTA Y EL CORAZÓN PODRIDO


Hay cristianos falsos que tienen el alma muerta y el corazón podrido, advierte el Papa
POR ÁLVARO DE JUANA | ACI Prensa
 Foto: Vatican Media




Un mafioso no puede ser cristiano. Lo ha vuelto a decir el Papa Francisco durante su catequesis en la Audiencia General de este miércoles.

Francisco habló de la Semana Santa, y más en concreto, del Triduo pascual. “Pensemos, para no irnos muy lejos de casa, en los considerados cristianos mafiosos: estos de cristiano no tienen nada”, afirmó con contundencia.

“Se dicen cristianos, pero llevan la muerte en el alma y a los otros. Oremos por ellos”, añadió.

El Pontífice reconoció que “existen falsos cristianos, esos que dicen: ‘Jesús ha resucitado, yo he sido justificado por Jesús y estoy en la vida nueva’, pero después viven una vida corrupta”.

“Y estos cristianos falsos terminarán mal. El cristiano es un pecador, todos lo sabemos, yo lo soy, pero tenemos la seguridad del perdón. El corrupto hace como que es una persona honrada, pero en el fondo tiene su corazón podrido”. Y esto es una realidad “triste y dolorosa”.

Francisco destacó que la Pascua “no termina con la paloma (un dulce típico italiano que se come en este tiempo), con los huevos (de chocolate también tradicionales)”. “Es hermoso, en familia”, pero con la Pascua “comienza el anuncio a la misión. El anuncio es el centro, es el kerygma, una palabra difícil pero que dice todo”.

También recordó que en muchos países es tradición saludarse estos días diciendo “Cristo ha resucitado”. “El único que justifica, que nos hace renacer de nuevo, es Jesucristo, ningún otro, y para esto no se debe pagar nada porque la justificación, el hacerse justos, es gratuito”.

Francisco anunció además que en la noche de Pascua bautizará "en San Pedro a ocho personas adultas que comenzarán la vida cristiana”.

HOMILÍA DEL PAPA FRANCISCO EN LA MISA CRISMAL DEL JUEVES SANTO


Homilía del Papa Francisco en la Misa Crismal del Jueves Santo
Redacción ACI Prensa
Foto: Daniel Ibáñez / ACI Prensa




En la Misa Crismal celebrada este Jueves Santo, 29 de marzo, el Papa Francisco pidió sacerdotes cercanos que sean, como Jesús, predicadores callejeros.

El Santo Padre destacó la importancia de la cercanía en la misión pastoral y en la labor sacerdotal. “La cercanía es más que el nombre de una virtud particular, es una actitud que involucra a la persona entera, a su modo de vincularse, de estar a la vez en sí mismo y atento al otro”, afirmó el Pontífice.

A continuación el texto completo de la homilía del Papa Francisco:

Queridos hermanos, sacerdotes de la diócesis de Roma y de las demás diócesis del mundo:

 Leyendo los textos de la liturgia de hoy me venía a la mente, de manera insistente, el pasaje del Deuteronomio que dice: «Porque ¿dónde hay una nación tan grande que tenga unos dioses tan cercanos como el Señor, nuestro Dios, siempre que lo invocamos?» (4,7). La cercanía de Dios... nuestra cercanía apostólica.

En el texto del profeta Isaías contemplamos al enviado de Dios ya «ungido y enviado», en medio de su pueblo, cercano a los pobres, a los enfermos, a los prisioneros... y al Espíritu que «está sobre él», que lo impulsa y lo acompaña por el camino.

En el Salmo 88 vemos cómo la compañía de Dios, que ha conducido al rey David de la mano desde que era joven y que le prestó su brazo, ahora que es anciano, toma el nombre de fidelidad: la cercanía mantenida a lo largo del tiempo se llama fidelidad.

El Apocalipsis nos acerca, hasta que podemos verlo, al «Erjómenos», al Señor que siempre «está viniendo» en Persona. La alusión a que «lo verán los que lo traspasaron» nos hace sentir que siempre están a la vista las llagas del Señor resucitado, siempre está viniendo a nosotros el Señor si nos queremos «hacer próximos» en la carne de todos los que sufren, especialmente de los niños.


En la imagen central del Evangelio de hoy, contemplamos al Señor a través de los ojos de sus paisanos que estaban «fijos en él» (Lc 4,20). Jesús se alzó para leer en su sinagoga de Nazaret. Le fue dado el rollo del profeta Isaías. Lo desenrolló hasta que encontró el pasaje del enviado de Dios. Leyó en voz alta: «El Espíritu del Señor está sobre mí, me ha ungido y enviado...» (61,1). Y terminó estableciendo la cercanía tan provocadora de esas palabras: «Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír» (Lc 4,21).

Jesús encuentra el pasaje y lee con la competencia de los escribas. Él habría podido perfectamente ser un escriba o un doctor de la ley, pero quiso ser un «evangelizador», un predicador callejero, el «portador de alegres noticias» para su pueblo, el predicador cuyos pies son hermosos, como dice Isaías (cf. 52,7).

Esta es la gran opción de Dios: el Señor eligió ser alguien cercano a su pueblo. ¡Treinta años de vida oculta! Después comenzará a predicar. Es la pedagogía de la encarnación, de la inculturación; no solo en las culturas lejanas, también en la propia parroquia, en la nueva cultura de los jóvenes...

La cercanía es más que el nombre de una virtud particular, es una actitud que involucra a la persona entera, a su modo de vincularse, de estar a la vez en sí mismo y atento al otro. Cuando la gente dice de un sacerdote que «es cercano» suele resaltar dos cosas: la primera es que «siempre está» (contra el que «nunca está»: «Ya sé, padre, que usted está muy ocupado», suelen decir). Y otra es que sabe encontrar una palabra para cada uno. «Habla con todos», dice la gente: con los grandes, los chicos, los pobres, con los que no creen... Curas cercanos, que están, que hablan con todos... Curas callejeros.

Uno que aprendió bien de Jesús a ser predicador callejero fue Felipe. Dicen los Hechos que recorría anunciando la Buena Nueva de la Palabra predicando en todas las ciudades y que estas se llenaban de alegría (cf. 8,4.5-8). Felipe era uno de esos a quienes el Espíritu podía «arrebatar» en cualquier momento y hacerlo salir a evangelizar, yendo de un lado para otro, uno capaz hasta de bautizar gente de buena fe, como el ministro de la reina de Etiopía, y hacerlo ahí mismo, en la calle (cf. Hch 8,5; 36-40).

La cercanía es la clave del evangelizador porque es una actitud clave en el Evangelio (el Señor la usa para describir el Reino). Nosotros tenemos incorporado que la proximidad es la clave de la misericordia, porque la misericordia no sería tal si no se las ingeniara siempre, como «buena samaritana», para acortar distancias.

Pero creo que nos falta incorporar más el hecho de que la cercanía es también la clave de la verdad. ¿Se pueden acortar distancias en la verdad? Sí se puede. Porque la verdad no es solo la definición que hace nombrar las situaciones y las cosas a distancia de concepto y de razonamiento lógico. No es solo eso. La verdad es también fidelidad (emeth), esa que te hace nombrar a las personas con su nombre propio, como las nombra el Señor, antes de ponerles una categoría o definir «su situación».

Hay que estar atentos a no caer en la tentación de hacer ídolos con algunas verdades abstractas. Son ídolos cómodos que están a mano, que dan cierto prestigio y poder y son difíciles de discernir. Porque la «verdad-ídolo» se mimetiza, usa las palabras evangélicas como un vestido, pero no deja que le toquen el corazón. Y, lo que es mucho peor, aleja a la gente simple de la cercanía sanadora de la Palabra y de los sacramentos de Jesús.

En este punto, acudimos a María, Madre de los sacerdotes. La podemos invocar como «Nuestra Señora de la Cercanía»: «Como una verdadera madre, ella camina con nosotros, lucha con nosotros, y derrama incesantemente la cercanía del amor de Dios» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 286), de modo tal que nadie se sienta excluido. Nuestra Madre no solo es cercana por ir a servir con esa «prontitud» (ibíd., 288) que es un modo de cercanía, sino también por su manera de decir las cosas.

En Caná, el momento oportuno y el tono suyo con el cual dice a los servidores «Hagan todo lo que él les diga» (Jn 2,5), hará que esas palabras sean el molde materno de todo lenguaje eclesial. Pero para decirlas como ella, además de pedirle la gracia, hay que saber estar allí donde «se cocinan» las cosas importantes, las de cada corazón, las de cada familia, las de cada cultura. Solo en esta cercanía uno puede discernir cuál es el vino que falta y cuál es el de mejor calidad que quiere dar el Señor.

Les sugiero meditar tres ámbitos de cercanía sacerdotal en los que estas palabras: «Hagan todo lo que Jesús les diga» deben resonar ?de mil modos distintos pero con un mismo tono materno? en el corazón de las personas con las que hablamos: el ámbito del acompañamiento espiritual, el de la confesión y el de la predicación.

La cercanía en la conversación espiritual, la podemos meditar contemplando el encuentro del Señor con la Samaritana. El Señor le enseña a discernir primero cómo adorar, en Espíritu y en verdad; luego, con delicadeza, la ayuda a poner nombre a su pecado y, por fin, se deja contagiar por su espíritu misionero y va con ella a evangelizar a su pueblo. Modelo de conversación espiritual es el del Señor, que sabe hacer salir a la luz el pecado de la Samaritana sin que proyecte su sombra sobre su oración de adoradora ni ponga obstáculos a su vocación misionera.

La cercanía en la confesión la podemos meditar contemplando el pasaje de la mujer adúltera. Allí se ve claro cómo la cercanía lo es todo porque las verdades de Jesús siempre acercan y se dicen (se pueden decir siempre) cara a cara. Mirando al otro a los ojos ?como el Señor cuando se puso de pie después de haber estado de rodillas junto a la adúltera que querían apedrear, y puede decir: «Yo tampoco te condeno» (Jn 8,11), no es ir contra la ley. Y se puede agregar «En adelante no peques más» (ibíd.), no con un tono que pertenece al ámbito jurídico de la verdad-definición ?el tono de quien siente que tiene que determinar cuáles son los condicionamientos de la Misericordia divina? sino que es una frase que se dice en el ámbito de la verdad-fiel, que le permite al pecador mirar hacia adelante y no hacia atrás. El tono justo de este «no peques más» es el del confesor que lo dice dispuesto a repetirlo setenta veces siete.


Por último, el ámbito de la predicación. Meditamos en él pensando en los que están lejos, y lo hacemos escuchando la primera prédica de Pedro, que debe incluirse dentro del acontecimiento de Pentecostés. Pedro anuncia que la palabra es «para los que están lejos» (Hch 2,39), y predica de modo tal que el kerigma les «traspasó el corazón» y les hizo preguntar: «¿Qué tenemos que hacer?» (Hch 2,37). Pregunta que, como decíamos, debemos hacer y responder siempre en tono mariano, eclesial.

La homilía es la piedra de toque «para evaluar la cercanía y la capacidad de encuentro de un Pastor con su pueblo» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 135). En la homilía se ve qué cerca hemos estado de Dios en la oración y qué cerca estamos de nuestro pueblo en su vida cotidiana.

La buena noticia se da cuando estas dos cercanías se alimentan y se curan mutuamente. Si te sientes lejos de Dios, acércate a su pueblo, que te sanará de las ideologías que te entibiaron el fervor. Los pequeños te enseñarán a mirar de otra manera a Jesús. Para sus ojos, la Persona de Jesús es fascinante, su buen ejemplo da autoridad moral, sus enseñanzas sirven para la vida.

Si te sientes lejos de la gente, acércate al Señor, a su Palabra: en el Evangelio, Jesús te enseñará su modo de mirar a la gente, qué valioso es a sus ojos cada uno de aquellos por los que derramó su sangre en la Cruz. En la cercanía con Dios, la Palabra se hará carne en ti y te volverás un cura cercano a toda carne. En la cercanía con el pueblo de Dios, su carne dolorosa se volverá palabra en tu corazón y tendrás de qué hablar con Dios, te volverás un cura intercesor.

Al sacerdote cercano, ese que camina en medio de su pueblo con cercanía y ternura de buen pastor (y unas veces va adelante, otras en medio y otras veces va atrás, pastoreando), no es que la gente solamente lo aprecie mucho; va más allá: siente por él una cosa especial, algo que solo siente en presencia de Jesús.

Por eso, no es una cosa más esto de «discernir nuestra cercanía». En ella nos jugamos «hacer presente a Jesús en la vida de la humanidad» o dejar que se quede en el plano de las ideas, encerrado en letras de molde, encarnado a lo sumo en alguna buena costumbre que se va convirtiendo en rutina.

Le pedimos a María, «Nuestra Señora de la Cercanía», que «nos acerque» entre nosotros y, a la hora de decirle a nuestro pueblo que «haga todo lo que Jesús le diga», nos unifique el tono, para que en la diversidad de nuestras opiniones, se haga presente su cercanía materna, esa que con su «sí» nos acercó a Jesús para siempre.

miércoles, 28 de marzo de 2018

MEDITACIONES DEL PAPA FRANCISCO PARA EL VÍA CRUCIS 2018


Estas son las meditaciones del Vía Crucis 2018 que presidirá el Papa Francisco
Redacción ACI Prensa





La Santa Sede dio a conocer las meditaciones del Vía Crucis que el Papa Francisco presidirá el 30 de marzo, Viernes Santo, en el Coliseo Romano, y que fueron escritas por quince jóvenes de entre 16 y 27 años.

A continuación el texto publicado por la Santa Sede:

Introducción

Los textos de las meditaciones sobre las catorce estaciones del Vía Crucis de este año han sido escritos por quince jóvenes, de una edad comprendida entre los 16 y 27 años. Las principales novedades son dos: la primera no tiene comparación con las ediciones del pasado debido a la edad de los autores: jóvenes y adolescentes (nueve de ellos son estudiantes del Liceo de Roma Pilo Albertelli); la segunda consiste en la dimensión «coral» de este trabajo, sinfonía de muchas voces con tonos y sellos diferentes. No existen «los jóvenes», sino Valerio, María, Margarita, Francisco, Clara, Greta...

Con el entusiasmo típico de su edad aceptaron el reto que les propuso el Papa en este año 2018, dedicado principalmente a las jóvenes generaciones. Lo han hecho con una metodología precisa. Se reunieron en torno a una mesa y leyeron los textos de la Pasión de Cristo según los cuatro Evangelios. Se pusieron, por lo tanto, ante la escena del Vía Crucis y la «vieron». Después de la lectura y dando el tiempo necesario, cada uno de los chicos manifestó qué detalle de la escena lo había impresionado. De este modo fue más fácil y natural asignar las distintas estaciones.

Tres palabras clave, tres verbos, marcan el desarrollo de estos textos: en primer lugar, como ya se ha mencionado, ver, después encontrar, por último rezar.

Cuando se es joven se desea ver, ver el mundo, ver todo. La escena del Viernes Santo es poderosa, incluso en su atrocidad: verla puede provocar rechazo o misericordia y, por tanto, ir al encuentro. Precisamente como hace Jesús en el Evangelio todos los días, también este día, el último. Él encuentra a Pilato, Herodes, los sacerdotes, los guardias, su Madre, el Cireneo, las mujeres de Jerusalén, los dos ladrones, sus últimos compañeros de camino. Cuando se es joven se tiene la oportunidad de encontrar a alguien cada día, y cada encuentro es nuevo, sorprendente. Se envejece cuando no se quiere ver a nadie, cuando el miedo que va aislando vence a la apertura confiada: miedo de cambiar, porque encontrar quiere decir cambiar, estar dispuestos a ponerse en camino con ojos nuevos. Finalmente, ver y encontrar empuja a rezar porque la vista y el encuentro generan misericordia, también en un mundo que parece carente de piedad y en un día como este, abandonado a la ira absurda, a la cobardía y a la pereza distraída de los hombres.

Pero si seguimos a Jesús con el corazón, también a través del misterioso camino de la cruz, entonces pueden renacer el valor y la confianza y, después de haber visto y estar abiertos al encuentro, experimentaremos la gracia de rezar juntos, y nunca más solos.




VÍA CRUCIS

Primera estación: Jesús es condenado a muerte

Por tercera vez les dijo: «Pues ¿qué mal ha hecho este? No he encontrado en él ninguna culpa que merezca la muerte. Así que le daré un escarmiento y lo soltaré». Pero ellos se le echaban encima, pidiendo a gritos que lo crucificara; e iba creciendo su griterío. Pilato entonces sentenció que se realizara lo que pedían: soltó al que le reclamaban (al que había metido en la cárcel por revuelta y homicidio), y a Jesús se lo entregó a su voluntad (Lc 23,22-25).

Meditación

Te veo, Jesús, delante del Gobernador, que por tres veces intenta enfrentarse a la voluntad del pueblo, y al final elige no elegir; delante de la masa de gente, que es consultada por tres veces y siempre decide contra ti. La muchedumbre, es decir, todos y ninguno. El hombre pierde su propia personalidad escondido en la masa; es una voz entre otras mil voces. Antes de negarte, se niega a sí mismo, diluyendo la propia personalidad en aquella fluctuante multitud sin rostro. Y, sin embargo, es responsable. Es el hombre quien te condena, engañado por los agitadores, por el mal que se propaga con voz mentirosa y ensordecedora.

Hoy nos horroriza esa injusticia y nos gustaría distanciarnos de ella. Pero al hacerlo, nos olvidamos de todas las veces en que también nosotros hemos decidido salvar a Barrabás en vez de a ti. Cuando nuestro oído se ensordeció a la llamada del bien, cuando hemos preferido no ver la injusticia ante nosotros.

En esa plaza abarrotada, habría sido suficiente que un corazón solo hubiera dudado, con que una sola voz se hubiera alzado contra las mil voces del mal. Recordemos esa plaza y ese error cada vez que la vida nos pone ante una elección. Dejemos que nuestros corazones duden y hagamos que nuestra voz se alce.

Oración

Te pido, Señor, que veles por nuestras decisiones:
ilumínalas con tu luz,
cultiva en nosotros la semilla de una duda.
Sólo el mal no duda nunca.
Los árboles que hunden sus raíces en la tierra,
si están regados por el mal, se marchitan,
pero tú has puesto nuestras raíces en el Cielo
y las ramas sobre la tierra para reconocerte y seguirte.
Pater noster...



Segunda estación: Jesús con la cruz a cuestas

Y llamando a la gente y a sus discípulos les dijo: «Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga. Porque, quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará» (Mc 8,34-35).

Meditación

Te veo, Jesús, coronado de espinas, mientras tomas tu cruz. La recibes como siempre has recibido todo y a todos. Te cargan con el madero, pesado, áspero, pero tú no te rebelas, no rechazas ese instrumento de tortura injusto e innoble. Lo tomas sobre ti y comienzas a caminar llevándolo sobre los hombros. Cuántas veces me he rebelado y enfadado por los trabajos que he recibido, y que he considerado pesados e injustos. Tú no haces eso. Solo tienes algún año más que yo; hoy se diría que eres aún joven, pero eres dócil, y tomas en serio lo que la vida te ofrece, cada ocasión que se te presenta, como si quisieras llegar hasta el fondo de las cosas y descubrir que hay siempre algo más que lo que se ve, un significado escondido y sorprendente. Gracias a ti comprendo que esta es una cruz de salvación y de liberación, cruz de apoyo en el tropiezo, yugo ligero, carga que no pesa.

Del escándalo que representa la muerte del Hijo de Dios, muerte de pecador, muerte de malhechor, nace la gracia de descubrir en el dolor la resurrección, en el sufrimiento tu gloria, en la angustia tu salvación. La misma cruz, símbolo de humillación y dolor para el hombre, se manifiesta ahora, por la gracia de tu sacrificio, como una promesa: de cada muerte resurgirá una vida y en cada oscuridad resplandecerá una luz. Y podemos exclamar: «Ave, oh cruz, única esperanza».

Oración

Te ruego, Señor, que con la luz de la cruz, símbolo de nuestra fe,
aceptemos nuestros sufrimientos e, iluminados por tu amor,
abracemos nuestras cruces, que tu muerte y resurrección vuelven gloriosas.
Danos la gracia de mirar nuestras historias
y descubrir en ellas tu amor por nosotros.
Pater noster...



Tercera estación: Jesús cae por primera vez

Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado (Is 53,4).

Meditación

Te veo, Jesús, sufriendo mientras recorres el camino hacia el Calvario, cargado con nuestros pecados. Y te veo caer, con las manos y las rodillas en el suelo, lleno de dolores. ¡Con qué humildad has caído! ¡Cuánta humillación sufres ahora! Tu naturaleza de hombre verdadero se muestra claramente en este momento de tu vida. La cruz que llevas es pesada; necesitarías ayuda, pero cuando caes al suelo nadie te socorre, es más, los hombres se burlan de ti, ríen ante la imagen de un Dios que cae. Tal vez están decepcionados, quizás se hicieron una idea equivocada de ti. A veces creemos que tener fe en ti significa no caer nunca en la vida. Junto a ti caigo yo también, y conmigo mis ideas, las que tenía sobre ti: ¡Qué frágiles eran!

Te veo, Jesús, que aprietas los dientes y, completamente abandonado al amor del Padre, te levantas y retomas tu camino. Con estos primeros pasos hacia la cruz, tan vacilantes, me recuerdas, Jesús, a un niño que da sus primeros pasos en la vida y pierde el equilibrio, y cae y llora, pero luego continúa. Se confía en las manos de sus padres y no se detiene; él tiene miedo pero sigue adelante, porque el miedo deja paso a la confianza.

Con tu valentía nos enseñas que los fracasos y las caídas nunca deben parar nuestro camino y que siempre podemos elegir: rendirnos o levantarnos contigo.

Oración

Te pido, Señor, que despiertes en nosotros los jóvenes
la valentía de levantarnos después de cada caída
tal y como hiciste tú en el camino del Calvario.
Te pido que sepamos apreciar siempre
el don inmenso y precioso de la vida
y que los fracasos y las caídas
no sean nunca un motivo para despreciarla,
conscientes de que, si nos fiamos de ti,
nos levantaremos de nuevo y
encontraremos la fuerza para seguir siempre adelante.
Pater noster...



Cuarta estación: Jesús encuentra a su Madre

Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: «Este ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción —y a ti misma una espada te traspasará el alma—, para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones» (Lc 2,34-35).

Meditación

Te veo, Jesús, cuando encuentras a tu Madre. María está allí, camina por la calle llena de gente, hay muchas personas a su lado. Lo único que la distingue de los demás es que ella está allí para acompañar a su hijo. Una situación que se constata todos los días: las madres acompañan a sus hijos a la escuela o al médico o los llevan con ellas al trabajo. Pero María se distingue de las demás madres: está acompañando a su hijo a morir. Ver morir a un hijo es lo peor que se puede desear a una persona, la más antinatural; aún más atroz si el hijo, inocente, está muriendo a manos de la justicia. ¡Qué escena tan antinatural e injusta ante mis ojos! Mi madre me ha educado en el sentido de la justicia y a tener confianza en la vida, pero lo que mis ojos ven hoy no tiene nada de esto, no tiene sentido y está lleno de sufrimiento.

Te veo, María, que miras a tu pobre hijo: tiene las marcas de la flagelación en la espalda y se ve obligado a soportar el peso de la cruz, y probablemente muy pronto caerá bajo ella por el cansancio. Y tú sabías que tarde o temprano sucedería, te lo habían profetizado, pero ahora que ha acaecido todo es diferente; siempre ocurre así, no estamos preparados para la vida, para su crudeza. María, ahora estás triste, como lo estaría cualquier mujer en tu lugar, pero no estás desesperada. Tu mirada no se ha apagado, no está vacía, no caminas con la cabeza agachada. Eres luminosa también en tu tristeza, porque tienes esperanza, sabes que el viaje de tu hijo no es solo de ida, y sabes, lo sientes como solo las madres lo perciben, que pronto lo volverás a ver.

Oración

Te pido, Señor, que nos ayudes
a tener siempre presente el ejemplo de María,
que aceptó la muerte de su hijo
como un gran misterio de salvación.
Ayúdanos a vivir con la mirada orientada al bien de los otros
y a morir en la esperanza de la resurrección,
conscientes de no estar nunca solos,
ni abandonados por Dios, ni por María,
Madre buena que se preocupa siempre por sus hijos.
Pater noster...



Quinta estación: El Cireneo ayuda a Jesús a llevar la cruz

Mientras lo conducían, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que volvía del campo, y le cargaron la cruz, para que la llevase detrás de Jesús (Lc 23,26).

Meditación

Te veo, Jesús, aplastado bajo el peso de la cruz. Veo que tú solo no puedes; precisamente en el momento de más dificultad, te has quedado solo, ya no están los que se decían amigos tuyos: Judas te ha traicionado, Pedro te ha renegado, los otros te han abandonado. Pero de repente sucede un encuentro imprevisto, alguien, un hombre cualquiera que tal vez te escuchó hablar pero no te siguió, ahora está aquí, a tu lado, hombro con hombro, para compartir tu yugo. Se llama Simón y es un extranjero que viene de lejos, de Cirene. Hoy, para él, es algo inesperado, que se le revela como un encuentro.

Son infinitos los encuentros y desencuentros que vivimos cada día, sobre todo para nosotros, los jóvenes, que entramos continuamente en contacto con realidades nuevas, con nuevas personas. Y en el encuentro inesperado, en lo accidental, en la sorpresa desconcertante, es donde se esconde la oportunidad para amar, para reconocer lo mejor del prójimo, aun cuando nos parezca diferente.

Jesús, algunas veces nos sentimos como tú, abandonados por los que creíamos que eran nuestros amigos, bajo un peso que nos aplasta. Pero no debemos olvidar que hay un Simón de Cirene dispuesto para cargar con nuestra cruz. No debemos olvidar que no estamos solos, y esta certeza nos dará la fuerza para hacernos cargo de la cruz del que está a nuestro lado.

Te veo, Jesús: ahora parece que sientes un poco de alivio, ahora que ya no estás solo puedes respirar por un instante. Y veo a Simón: quién sabe si ha experimentado que tu yugo es ligero, quién sabe si se da cuenta de lo que significa ese imprevisto en su vida.

Oración

Señor, te pido que cada uno de nosotros
encuentre el valor para ser como el Cireneo,
que toma la cruz y sigue tus pasos.
Que cada uno de nosotros sea tan humilde y fuerte
para cargar con la cruz de los que encontramos.
Que cuando nos sintamos solos
podamos reconocer en nuestro camino un Simón de Cirene
que se detiene y carga con nuestro peso.
Concédenos que sepamos buscar lo mejor de cada persona,
y de abrirnos a cada encuentro incluso en la diversidad.
Te pido para que todos nosotros
podamos encontrarnos inesperadamente a tu lado.
Pater noster...



Sexta estación: La Verónica enjuga el rostro de Jesús

Sin figura, sin belleza. Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado de los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, ante el cual se ocultaban los rostros, despreciado y desestimado (Is 53, 2-3).

Meditación

Te veo, Jesús, digno de compasión, casi irreconocible, tratado como el último de los hombres. Caminas con dificultad hacia tu muerte con la cara ensangrentada y desfigurada, aunque como siempre mansa y humilde, dirigida hacia lo alto. Una mujer se abre camino entre la multitud para ver de cerca tu rostro que, quizá tantas veces, había hablado a su alma y ella había amado. Lo ve sufrir y lo quiere ayudar. No la dejan pasar, son muchos, demasiados, y armados. Pero a ella esto no le importa, está determinada a llegar a ti y consigue tocarte apenas un instante, acariciarte con su velo. Su fuerza es la de la ternura. Vuestros ojos se cruzan por un instante, el rostro de uno en el rostro del otro.

Esa mujer, Verónica, de la que no sabemos nada, de la que no conocemos la historia, se gana el Paraíso con un simple gesto de caridad. Se te acerca, observa tu rostro destrozado y lo ama todavía más que antes. Verónica no se queda en las apariencias, tan importantes hoy en nuestra sociedad de la imagen, sino que ama incondicionalmente un rostro feo, descuidado, sin maquillaje e imperfecto. Ese rostro, tu rostro, Jesús, precisamente en su imperfección muestra la perfección de tu amor por nosotros.

Oración

Te pido, Jesús, que me des la fuerza
de acercarme a los demás, a cada persona,
joven o anciana, pobre o rica, querida o desconocida,
y de ver en esos rostros tu rostro.
Ayúdame a socorrer con prontitud
al prójimo, en el que tú habitas,
como la Verónica corrió hacia ti en el camino del Calvario.
Pater noster...



Séptima estación: Jesús cae por segunda vez

Sin defensa, sin justicia, se lo llevaron, ¿quién se preocupará de su estirpe? Lo arrancaron de la tierra de los vivos, por los pecados de mi pueblo lo hirieron [...] El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento (Is 53, 8.10).

Meditación

Te veo, Jesús, caer una vez más ante mis ojos. Cayendo otra vez me demuestras que eres un hombre, un hombre auténtico. Y veo que te alzas de nuevo, más decidido que antes. No te alzas con soberbia; no hay orgullo en tu mirada, hay amor. Y al proseguir tu camino, levantándote después de cada caída, anuncias tu Resurrección, demuestras estar siempre preparado para volver a cargar sobre tus hombros ensangrentados el peso de los pecados del hombre. 

Al caer de nuevo, nos has mandado un claro mensaje de humildad, has caído en tierra, en ese humus del que hemos nacido los «humanos». Somos tierra, somos barro, somos nada en comparación contigo. Pero has querido ser como nosotros, y ahora te muestras cercano a nosotros, con nuestras mismas dificultades, las mismas debilidades, con el mismo sudor de la frente. Ahora tú, en este viernes, como nos ocurre también a nosotros, estás postrado por el dolor. Pero tienes la fuerza para seguir adelante, no tienes miedo a las dificultades que puedas encontrar, y sabes que al final del esfuerzo está el Paraíso; te levantas para dirigirte precisamente allí, para abrirnos las puertas de tu Reino. Eres un rey extraño, un rey en el polvo.

Siento un vértigo: nosotros no somos quienes para comparar nuestras dificultades y nuestras caídas con las tuyas. Las tuyas son un sacrificio, el sacrificio más grande que mis ojos y toda la historia jamás podrán ver.

Oración

Te pido, Señor, que estemos dispuestos a levantarnos de nuevo después de una caída,
que aprendamos de nuestros fracasos.
Recuérdanos que cuando nos toque equivocarnos y caer,
si estamos contigo y nos aferramos a tu mano,
podremos aprender a levantarnos.
Haz que los jóvenes llevemos a todos tu mensaje de humildad
y que las generaciones futuras abran los ojos para verte
y sepan comprender tu amor.
Enséñanos a ayudar a quien sufre y cae a nuestro lado,
a enjugar su sudor y a tender la mano para levantarlo.
Pater noster...



Octava estación: Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén

Lo seguía un gran gentío del pueblo, y de mujeres que se golpeaban el pecho y lanzaban lamentos por él. Jesús se volvió hacia ellas y les dijo: «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos, porque mirad que vienen días en los que dirán: “Bienaventuradas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado”. Entonces empezarán a decirles a los montes: “Caed sobre nosotros”, y a las colinas: “Cubridnos”; porque, si esto hacen con el leño verde, ¿qué harán con el seco?» (Lc 23,27-31).

Meditación

Te veo y te escucho, Jesús, mientras hablas con las mujeres que encuentras en tu camino hacia la muerte. A lo largo de tus jornadas has visto a muchas personas, has ido al encuentro y a hablar con todos. Ahora hablas con las mujeres de Jerusalén que te ven y lloran. También yo soy una de esas mujeres. Pero tú, Jesús, en tu amonestación usas palabras que me impresionan, son palabras concretas y directas; a primera vista, pueden parecer duras y severas porque son francas. De hecho, hoy estamos acostumbrados a un mundo de palabras ambiguas, una fría hipocresía oculta y filtra lo que realmente queremos decir; las advertencias se evitan cada vez más, se prefiere abandonar al otro a su propio destino, sin molestarse en exhortarlo por su propio bien.

En cambio tú, Jesús, hablas a las mujeres como un padre, también cuando las reprendes; tus palabras son palabras de verdad y llegan inmediatas con el único propósito de corregir, no de juzgar. Es un lenguaje diferente al nuestro, tú hablas siempre con humildad y llegas directamente al corazón.

En este encuentro, el último antes de la cruz, brota una vez más tu inmenso amor hacia los últimos y los marginados. De hecho, en aquel tiempo, las mujeres no eran consideradas dignas de ser interpeladas, mientras que tú, con tu amabilidad, eres verdaderamente revolucionario.

Oración

Te suplico, Señor, que yo,
junto con las mujeres y los hombres de este mundo,
seamos cada vez más caritativos
con los necesitados, tal como lo fuiste tú.
Danos la fuerza para ir contra corriente
y entrar en auténtica relación con los demás,
construyendo puentes y evitando cerrarnos en el egoísmo
que nos lleva a la soledad del pecado.
Pater noster...



Novena estación: Jesús cae por tercera vez

Pero él fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable cayó sobre él, sus cicatrices nos curaron. Todos errábamos como ovejas, cada uno siguiendo su camino; y el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes. (Is 53,5-6).

Meditación

Te veo, Jesús, mientras caes por tercera vez. Has caído ya dos veces y dos veces te has levantado. No hay ya límites para el cansancio y el dolor, pareces definitivamente derrotado con esta tercera y última caída. ¡Cuántas veces en la vida de cada día nos toca caer! Caemos tantas veces que perdemos la cuenta, pero siempre esperamos que cada caída sea la última, porque se necesita la fuerza de la esperanza para hacer frente al sufrimiento. Cuando uno cae tantas veces, las fuerzas al final colapsan y las esperanzas desaparecen definitivamente.

Me imagino a tu lado, Jesús, en el camino que te conduce a la muerte. Es difícil pensar que precisamente tú eres el Hijo de Dios. Alguno ha intentado ya ayudarte, pero estás agotado, inmóvil, paralizado y da la impresión de que no podrás continuar. Pero veo que de repente te levantas, enderezas las piernas y la espalda, todo lo que es posible llevando una cruz sobre los hombros, y empiezas a caminar de nuevo. Sí, te diriges hacia la muerte, y quieres hacerlo sin ahorrarte nada. Quizás es esto el amor. Lo que entiendo es que no importa cuántas veces caigamos, siempre habrá una última, quizás la peor, la prueba más terrible en la que estamos llamados a encontrar las fuerzas para llegar al final del camino. Para Jesús, el final es la crucifixión, el absurdo de la muerte, pero revela un significado más profundo, un propósito más elevado, el de salvarnos a todos.

Oración

Te suplico, Señor, que nos des cada día
la fuerza para seguir en nuestro camino.
Que mantengamos hasta el final
la esperanza y el amor que nos has dado.
Que todos puedan hacer frente a los desafíos de la vida
con la fuerza y la fe con la que tú has vivido
los últimos momentos de tu camino
hacia la muerte en cruz.
Pater noster...



Décima estación: Jesús es despojado de las vestiduras

Los soldados, cuando crucificaron a Jesús, cogieron su ropa, haciendo cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de una pieza de arriba abajo (Jn 19,23).

Meditación

Te contemplo, Jesús, desnudo, como nunca antes te había visto. Jesús, te han quitado tus vestiduras y se las están jugando a los dados. A los ojos de estos hombres has perdido el único jirón de dignidad que te quedaba, el único objeto que poseías en este camino de sufrimiento. Al principio de los tiempos, tu Padre había hecho vestidos para los hombres, para cubrirlos de dignidad; ahora los hombres te los quitan. Te contemplo, Jesús, y veo a un joven emigrante, un cuerpo destrozado que llega a una tierra muchas veces cruel, dispuesta a quitarle sus ropas, su único bien, y venderlas, dejándolo así solo con su cruz, como la tuya, solo con su piel maltratada, como la tuya, solo con sus ojos hinchados por el dolor, como los tuyos.

Pero hay algo que los hombres a menudo olvidan sobre la dignidad: que esta se encuentra bajo tu piel, es parte de ti y siempre estará contigo, y más aún en este momento, en esta desnudez.

La misma desnudez con la que nacemos es la que la tierra nos acoge en el atardecer de la vida. De una madre a la otra. Y ahora aquí, en esta colina, está también tu madre, que de nuevo te ve desnudo.

Te veo y comprendo la grandeza y el esplendor de tu dignidad, de la dignidad de cada hombre, que nadie podrá jamás suprimir.

Oración

Te pido, Señor, que todos reconozcamos
la dignidad de nuestra naturaleza,
incluso cuando nos encontramos desnudos y solos ante los hombres.
Que sepamos ver siempre la dignidad de los demás,
y honrarla y protegerla.
Te pedimos que nos des la audacia necesaria
para conocernos a nosotros mismos por encima de lo que nos cubre;
y para aceptar la desnudez que nos pertenece
y nos recuerda nuestra pobreza,
de la que te enamoraste hasta dar la vida por nosotros.
Pater noster...



Undécima estación: Jesús es clavado en la cruz

Y cuando llegaron al lugar llamado «La Calavera», lo crucificaron allí, a él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Jesús decía: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lc 23,33-34).

Meditación

Te veo, Jesús, despojado de todo. Han querido castigarte a ti, inocente, clavándote en el madero de la cruz. ¿Qué hubiera hecho yo en su lugar, habría tenido el coraje de reconocer tu verdad, mi verdad? Tú has tenido la fuerza de soportar el peso de una cruz, de que no te creyeran, de ser condenado por tus palabras incómodas. Hoy no somos capaces de aceptar una crítica, como si cada palabra fuera pronunciada para herirnos.

Tú tampoco te detuviste ante la muerte, creíste profundamente en tu misión y te fiaste de tu Padre. Hoy, en el mundo de internet, estamos tan condicionados por todo lo que circula en la red que a veces dudo hasta de mis propias palabras. Pero tus palabras son distintas, son fuertes en tu debilidad. Tú nos perdonaste, no tuviste rencor, nos enseñaste a poner la otra mejilla y fuiste más allá, hasta el sacrificio total de tu propia vida.

Miro alrededor y veo ojos fijos en las pantallas del teléfono, entregados a las redes sociales para condenar cada error de los demás sin posibilidad de perdón. Hombres que, dominados por la ira, se gritan con odio por los motivos más insignificantes.

Miro tus heridas y soy consciente, ahora, de que yo no habría tenido tu fuerza. Pero estoy sentada aquí a tus pies, y me despojo yo también de toda duda, me levanto de la tierra para poder estar más cerca de ti, aunque solo sea por algunos centímetros.

Oración

Te pido, Señor, que ante el bien
tenga la disposición para reconocerlo;
que ante una injusticia tenga
la valentía de tomar las riendas de mi vida y actuar de otro modo;
que me libere de todos los miedos
que como clavos me paralizan y me alejan
de la vida que tú has esperado y preparado para nosotros.
Pater noster...



Duodécima estación: Jesús muere en la cruz

Era ya como la hora sexta, y vinieron las tinieblas sobre toda la tierra, hasta la hora nona, porque se oscureció el sol. El velo del templo se rasgó por medio. Y Jesús, clamando con voz potente, dijo: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu». Y, dicho esto, expiró. El centurión, al ver lo ocurrido, daba gloria a Dios, diciendo: «Realmente, este hombre era justo» (Lc 23,44-47).

Meditación

Te veo, Jesús, y esta vez no querría verte. Estás muriendo. Era hermoso contemplarte cuando hablabas a las multitudes, pero ahora todo ha terminado. Y yo no quiero ver el final; muchas veces he desviado la mirada hacia otra parte, casi me he habituado a huir del dolor y de la muerte, me he anestesiado.

Tu grito en la cruz es fuerte, desgarrador: no estábamos preparados para tanto tormento, no lo estamos, no lo estaremos nunca. Huimos por instinto, presos del pánico, ante la muerte y el sufrimiento, los rechazamos, preferimos mirar hacia otro lado o cerrar los ojos. En cambio, tú permaneces ahí, en la cruz, nos esperas con los brazos abiertos, abriéndonos los ojos.

Es un gran misterio, Jesús: nos amas muriendo, abandonado, dando tu espíritu, cumpliendo la voluntad del Padre, retirándote. Tú permaneces en la cruz, y nada más. No te pones a explicar el misterio de la muerte, de la conclusión de todas las cosas, haces más que eso: lo atraviesas con todo tu cuerpo y tu espíritu. Un misterio grande, que sigue interrogándonos e inquietándonos; nos desafía, nos invita a abrir los ojos, a descubrir tu amor también en la muerte, es más, a partir precisamente de la muerte. Es ahí donde nos amaste: en nuestra condición más verdadera, ineludible e inevitable. Es ahí donde comprendemos, aunque todavía de modo imperfecto, tu presencia viva, auténtica. De esto, siempre, tendremos sed: de tu cercanía, de tu ser Dios con nosotros.

Oración

Te pido, Señor, que abras mis ojos,
que te vea también en los sufrimientos,
en la muerte, en el final que no es el final verdadero.
Remueve mi indiferencia con tu cruz, sacude mi apatía.
Interrógame siempre con tu misterio desconcertante,
que supera la muerte y da la vida.
Pater noster...



Decimotercera estación: Jesús es bajado de la cruz y entregado a su Madre

Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús aunque oculto por miedo a los judíos, pidió a Pilato que le dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó. Él fue entonces y se llevó el cuerpo. Llegó también Nicodemo, el que había ido a verlo de noche, y trajo unas cien libras de una mixtura de mirra y áloe. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en los lienzos con los aromas, según se acostumbra a enterrar entre los judíos (Jn 19,38-40).

Meditación

Te veo, Jesús, todavía ahí, en la cruz. Un hombre de carne y hueso, con sus fragilidades, con sus miedos. ¡Cuánto has sufrido! Es una escena insoportable, tal vez justamente porque está impregnada de humanidad. Esta es la palabra clave, la cifra de tu camino, plagado de esfuerzo y sufrimiento. Precisamente esta humanidad que a menudo nos olvidamos de reconocer en ti y de buscar en nosotros mismos y en los demás, demasiado ocupados en una vida que aprieta el acelerador, ciegos y sordos ante las dificultades y los dolores de los otros.

Te veo, Jesús. Ahora no estás ya ahí, en la cruz; regresaste al lugar de donde viniste, colocado sobre el seno de la tierra, sobre el seno de tu Madre. Ahora el sufrimiento ha pasado, ha desaparecido. Esta es la hora de la piedad. En tu cuerpo sin vida se reverbera la fuerza con la que afrontaste el sufrimiento; el sentido que conseguiste darle se refleja en los ojos de quien está todavía ahí y ha permanecido a tu lado y siempre permanecerá a tu lado en el amor, dado y recibido. Se abre para ti, para nosotros, una nueva vida, la del cielo, bajo el signo de lo que resiste y no se quiebra por la muerte: el amor. Tú estás aquí, con nosotros, en cada instante, en cada paso, en cada incertidumbre, en cada oscuridad. Mientras la sombra del sepulcro se extiende sobre tu cuerpo que yace entre los brazos de tu Madre, yo te veo y tengo miedo, pero no desespero, tengo confianza que la luz, tu luz, volverá a brillar.

Oración

Te pido, Señor,
que tengamos siempre viva la esperanza y
la fe en tu amor incondicional.
Que sepamos mantener siempre viva y encendida
la mirada hacia la salvación eterna,
y que podamos encontrar descanso y paz en nuestro camino.
Pater noster...



Decimocuarta estación: Jesús es puesto en el sepulcro

Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto, un sepulcro nuevo donde nadie había sido enterrado todavía. Y como para los judíos era el día de la Preparación, y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús (Jn 19,41-42).

Meditación

No te veo ya, Jesús, ahora está oscuro. Caen sombras alargadas desde las colinas, y las lámparas del Shabbat inundan Jerusalén, fuera de las casas y en las habitaciones. Golpean las puertas del cielo, cerrado e impenetrable. ¿Para quién es tanta soledad? ¿Quién puede dormir en una noche así? Resuenan en la ciudad el llanto de los niños, los cantos de las madres, las rondas de los soldados. Muere el día, y solo tú te has dormido. ¿Duermes? ¿Y cuál es tu lecho? ¿Qué manta te oculta del mundo?

José de Arimatea ha seguido tus pasos desde lejos, y ahora sin hacer rumor te acompaña en el sueño, te quita de las miradas de los indignados y los malvados. Una sábana envuelve tu frío, seca la sangre y el sudor y las lágrimas. De la cruz desciendes, con ligereza, José te lleva sobre las espaldas, pero eres ligero: no cargas el peso de la muerte, ni del odio, ni del rencor. Duermes como cuando te envolvieron en la cálida paja y otro José te tenía en brazos. Igual que entonces no había lugar para ti, tampoco ahora tienes dónde reclinar la cabeza; pero en el Calvario, en la dura cerviz del mundo, crece ahí un jardín donde nadie ha sido sepultado aún.

¿A dónde te has ido, Jesús? ¿A dónde has descendido, si no es a lo más profundo? ¿A dónde, si no es a ese lugar todavía intacto, a la cámara más angosta? Estás atrapado en nuestros mismos lazos, en nuestra misma tristeza estás encerrado. Has caminado como nosotros sobre la tierra, y ahora, bajo tierra, como nosotros, encuentras espacio.

Querría correr lejos, pero tú estás dentro de mí; no debo salir a buscarte, porque tú llamas a mi puerta.

Oración

Te rezo a ti, Señor, que no te has manifestado en la gloria
sino en el silencio de una noche oscura.
Tú que no miras la superficie, sino que ves en lo secreto
y entras en lo más profundo,
desde lo hondo escucha nuestra voz:
que podamos, los que estamos cansados, descansar en ti,
reconocer en ti nuestro origen,
ver en el amor de tu rostro dormido
nuestra belleza perdida.
Pater noster...
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