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sábado, 26 de diciembre de 2015

CURIOSIDADES DE NAVIDAD


Curiosidades de Navidad




•Las tarjetas navideñas fueron inventadas por Sir Henry Cole, quien en el año 1843 encargó a un amigo pintor que le dibujara y pintara una escena navideña, que luego mandaría a reproducir en una imprenta, para después escribirle unos breves deseos de felicidad, firmarlas y enviarlas a los amigos y familiares.

•El árbol navideño es una costumbre proveniente de los países nórdicos, donde éstos son símbolo de vida. Por ello, para conmemorar la Navidad en estos países, adornan los árboles con guirnaldas, regalos y adornos de colores; costumbre que rápidamente se ha extendido por todo el mundo.

•Los villancicos son cantos que se entonan en Navidad para celebrar el nacimiento del Niño Jesús. Esta costumbre tiene su origen en la edad media y se mantiene en recuerdo de los muchos profetas que anunciaban el nacimiento del Salvador.

•La tradición de poner el Belén (Pesebre) en el mundo se remonta al año 1223, en una Navidad de la villa italiana de Grecio. En esta localidad, San Francisco de Asís reunió a los vecinos de Grecio para celebrar la misa de medianoche. En derredor de un pesebre, con la figura del Niño Jesús, moldeado por las manos de San Francisco, se cantaron alabanzas al Misterio del Nacimiento; en el momento más solemne de la misa, aquella figura inmóvil adquirió vida, sonrió y extendió sus brazos hacia el Santo de Asís. El milagro se había producido ante la vista de todos, y desde entonces la fama de los "Nacimientos" y su costumbre se extendió por todo el mundo.

•¿Por qué se llama «Misa del Gallo» la misa que se celebra el 24 de diciembre como término de la vigilia de Navidad? Porque esa misa solía caer «ad galli cantus» al canto del gallo, de donde le quedó su sugestivo nombre que nada tiene que ver con el hecho de que en algunos países acostumbraran comer gallo al horno en la cena de Nochebuena.

viernes, 25 de diciembre de 2015

¿POR QUÉ CELEBRAMOS LA NAVIDAD EL 25 DE DICIEMBRE?


¿Por qué celebramos la Navidad el 25 de diciembre?
No conocemos la fecha exacta del nacimiento de Jesucristo, pero es seguro que vino al mundo
Por: P. Pinto



La confusión acerca del origen de la Navidad parte de la dificultad para precisar cuándo comenzó a celebrarse esta fiesta tal como hoy la conocemos.

No conocemos la fecha exacta del nacimiento de Jesucristo, pero es seguro que vino al mundo entre finales del reinado de Herodes el Grande, rey de Judea, y la muerte de éste, acaecida en lo que hoy designamos el año 4 a.C. Siglos después de la muerte de Jesucristo, diferentes fechas, que van de abril a diciembre, se propusieron para celebrar su nacimiento. El 6 de enero, día en que algunas comunidades creen que Jesucristo fue bautizado, se celebraba como el día de Navidad, y todavía hay grupos cristianos ortodoxos que conmemoran esa fecha.

A mediados del siglo IV, en el Imperio Romano de Occidente se adoptó el 25 de diciembre como el día del nacimiento de Jesucristo; esta fecha confirmaba la que hacía dos siglos habían señalado los cristianos romanos como su más solemne celebración.

A finales del siglo IV, los líderes cristianos de Roma determinaron que debía ser observada la Fiesta de Epifanía, un periodo de 12 días desde el 25 de diciembre al 6 de enero.

Con el tiempo, los cristianos de casi todas partes aceptaron el 25 de diciembre como el día de Navidad; esta fecha casi coincide con las celebraciones del solsticio de invierno, el Yule y las Saturnales. También existe un festival judío, la consagración del templo o Hanuka, que se lleva a cabo a mediados de diciembre.



El dies natalis

Al parecer los primeros cristianos no celebraban su cumpleaños (cf., por ej., Orígenes, PG XII, 495), por lo contrario celebraban su dies natalis, el día de su entrada en la patria definitiva (por ej., Martirio de Policarpo 18,3), como participación en la salvación obrada por Jesús al vencer a la muerte con su pasión gloriosa. Recuerdan con precisión el día de la glorificación de Jesús, el 14/15 de Nisán, pero no la fecha de su nacimiento, de la que nada nos dicen los datos evangélicos.

Hasta el siglo III no tenemos noticias sobre la fecha del nacimiento de Jesús. Los primeros testimonios de Padres y escritores eclesiásticos señalan diversas fechas.

El primer testimonio indirecto de que la natividad de Cristo fuese el 25 de diciembre lo ofrece Sexto Julio Africano el año 221.

La primera referencia directa de su celebración es la del calendario litúrgico filocaliano del año 354 (MGH, IX,I, 13-196): VIII kal. Ian. natus Christus in Betleem Iudeae (“el 25 de diciembre nació Cristo en Belén de Judea”).

A partir del siglo IV los testimonios de este día como fecha del nacimiento de Cristo son comunes en la tradición occidental, mientras que en la oriental prevalece la fecha del 6 de enero.

Una explicación bastante difundida

Una explicación bastante difundida es que los cristianos optaron por día porque, a partir del año 274, el 25 de diciembre se celebraba en Roma eldies natalis Solis invicti, el día del nacimiento del Sol invicto, la victoria de la luz sobre la noche más larga del año. Esta explicación se apoya en que la liturgia de Navidad y los Padres de la época establecen un paralelismo entre el nacimiento de Jesucristo y expresiones bíblicas como «sol de justicia» (Ma 4,2) y «luz del mundo» (Jn 1,4ss.).

Sin embargo, no hay pruebas de que esto fuera así y parece difícil imaginarse que los cristianos de aquel entonces quisieran adaptar fiestas paganas al calendario litúrgico, especialmente cuando acababan de experimentar la persecución.

Hay pruebas del Este griego y del Oeste latino donde los cristianos intentaban averiguar la fecha del nacimiento de Cristo mucho antes de que lo empezaran a celebrar de una forma litúrgica, incluso en los siglos II y III.

Otra explicación más plausible

Otra explicación más plausible hace depender la fecha del nacimiento de Jesús de la fecha de su encarnación, que a su vez se relacionaba con la fecha de su muerte. En un tratado anónimo sobre solsticios y equinoccios se afirma que “nuestro Señor fue concebido el 8 de las kalendas de Abril en el mes de marzo (25 de marzo), que es el día de la pasión del Señor y de su concepción, pues fue concebido el mismo día que murió” (B. Botte, Les Origenes de la Noël et de l’Epiphanie, Louvain 1932, l. 230-33).

En la tradición oriental, apoyándose en otro calendario, la pasión y la encarnación del Señor se celebraban el 6 de abril, fecha que concuerda con la celebración de la Navidad el 6 de enero. La relación entre pasión y encarnación es una idea que está en consonancia con la mentalidad antigua y medieval, que admiraba la perfección del universo como un todo, donde las grandes intervenciones de Dios estaban vinculadas entre sí.

Se trata de una concepción que también encuentra sus raíces en el judaísmo, donde creación y salvación se relacionaban con el mes de Nisán. El arte cristiano ha reflejado esta misma idea a lo largo de la historia al pintar en la Anunciación de la Virgen al niño Jesús descendiendo del cielo con una cruz. Así pues, es posible que los cristianos vincularan la redención obrada por Cristo con su concepción, y ésta determinara la fecha del nacimiento.

“Lo más decisivo fue la relación existente entre la creación y la cruz, entre la creación y la concepción de Cristo” (J. Ratzinger, El espíritu de la liturgia, 131).



!SE QUEDÓ SIN NADA!



¡Se quedó sin nada!
Detente un momento ante esa cueva.¿Ves ese niño indefenso? Es Dios, es el único Redentor.
Por: P Mariano de Blas LC 




Quienquiera que seas,
detente un momento ante esa cueva.
¿Ves ese niño indefenso?
Es Dios, es el único Redentor.


Es para ti.
Si te sientes muy pecador…
É1 te dice que tienes perdón.
Si estás muy desesperado…
Él te ofrece la alegría de vivir.
Si eres pobre…
piensa que Él es más pobre que tú
y que es pobre por ti.

Si crees que no hay camino para encontrar la paz…
El es el Camino.
Si crees que todo es farsa y mentira
en la vida y en la sociedad…
Él es la Verdad.
Si crees que la vida no tiene sentido ni valor…
Recuerda que Él es la Vida.

Tú que te has detenido ante muchos palacios,
y tiendas, y salas de fiestas,
sin encontrar lo que buscas…
nada pierdes con intentar
comprar a ese Niño el amor,
la vida y la paz.
Y Él a cambio te pide
una pequeña limosna de amor.

Se quitó los rayos, se quitó la fuerza
y se quedó sólo con el amor.

Si te hacen un pequeño favor,
das las gracias.
Si el favor es muy grande,
sientes la obligación de agradecerlo muchísimo más.

El favor que Dios te hace volviéndose hombre por ti,es mayor que el mar, mayor que el cielo,
mayor que todo.

Pero dime si alguna vez le has dicho ¡gracias!,
como a los que te hacen pequeños favores.

Nadie te ha amado como Él.
Nadie te amará como Él.
Mucho ama el que mucho perdona.
El te ha perdonado lo que nadie te perdonaría.

Pedir una limosna de amor para Él, ¿es mucho pedir?
Vivir la Navidad en paz con Dios,
¿es mucho pedir?

Me atrevería a sugerirte una cosa:
Si tú, como adulto, no sabes amar a ese Niño-Dios,
deja a tus hijos que lo amen,
diles que lo amen por ti,
que disfruten la Navidad por ti.

Se quitó los rayos, se quitó la fuerza
y se quedó sólo con el amor.
Yo me quito la careta de hipocresía,
mi coraza de pecador
y me quedo sólo con la gratitud.

DIME, NIÑO, DE QUIÉN ERES


Dime, Niño, de quién eres…
El misterio santo que hoy celebramos es afirmar que Jesucristo es Dios, es el Verbo hecho carne.
Por: José Ignacio Munilla, obispo de San Sebastián





Alguien dijo que los Evangelios fueron escritos para formular una pregunta e iluminar su respuesta. La pregunta no es otra que la siguiente: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?” (cfr. Mt 16, 15; Mc 8, 29; Lc 9, 20). Mientras que la respuesta se sintetiza en las palabras de San Pedro: “Tu eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16, 16). Por su parte, la fe popular, con tanta intuición como belleza, ha situado esta pregunta y esta respuesta, en el mismo momento del nacimiento de Jesús: “Dime, Niño, de quién eres, todo vestidito de blanco… Soy de la Virgen María y del Espíritu Santo”. Esta fe popular expresada en los villancicos, no es sino un eco de la liturgia de Navidad, en la que se ilumina de forma maravillosa el misterio de Jesucristo: “Porque  en el misterio santo que hoy celebramos, Cristo, el Señor, sin dejar la gloria del Padre, se hace presente entre nosotros de un modo nuevo: el que era invisible en su naturaleza se hace visible al adoptar la nuestra; el eterno, engendrado antes del tiempo, comparte nuestra vida temporal para asumir en sí todo lo creado, para reconstruir lo que estaba caído y restaurar de este modo el universo”.

A lo largo de estos dos mil años, la Iglesia ha hecho frente a tres tipos de errores cristológicos, por entender que dan una respuesta equivocada a la pregunta sobre la identidad de Jesucristo: La primera de las herejías cristológicas, conocida como “gnosticismo” o “docetismo”, consistió en negar o minusvalorar la humanidad de Jesús. Jesucristo sería Dios con apariencia humana, pero no verdadero hombre como nosotros. La segunda de las herejías cristológicas, conocida con el nombre de “arrianismo”, negaba —más o menos explícitamente— la divinidad de Jesucristo: Jesús sería considerado Dios solamente en un sentido metafórico, pero no ontológico. Y, finalmente, el tercer tipo de herejía cristológica, conocida como “nestorianismo”, consiste en entender equivocadamente la conjunción de la humanidad y la divinidad de Jesucristo, comprendiendo a Jesús como mitad hombre y mitad dios, como si en él hubiese dos personas: una humana y otra divina.

Una pregunta que procede hacer en este día de Navidad sería la siguiente: ¿cuál de estos errores cristológicos es el que está más presente en nuestros días? O dicho de otro modo, ¿qué aspecto del misterio de Cristo es el que corre el riesgo de quedarse arrinconado, desdibujado, cuando no negado? Sin duda alguna, en el momento presente son más frecuentes las desviaciones ligadas al segundo y al tercero de los errores señalados: la negación o el oscurecimiento de la divinidad de Jesucristo (creer en Jesús como hombre, pero no como Dios); y al mismo tiempo, la incorrecta formulación del misterio de Cristo, refiriéndonos a la humanidad de Jesucristo sin tener en cuenta suficientemente su singularidad. Analicemos algunos indicios de la presencia de estos errores:

En primer lugar, es sintomático el desuso hoy en día, de los títulos cristológicos presentes en la misma Sagrada Escritura y en la Tradición de la Iglesia: “Cristo”, “Jesucristo”, “Señor”, “Hijo de Dios”, etc.  Corremos el riesgo de sustituir la “Cristología” por una mera “Jesusología”. Incluso, en ocasiones, escuchamos expresiones del tipo “Jesús es un hombre que llegó a ser Dios” o “un hombre en quien Dios habita de una forma especial”, en vez de afirmar explícitamente la divinidad del Señor: Jesucristo es Dios, es el Verbo hecho carne, es el Hijo único del Padre, etc.

Al mismo tiempo, hoy no son infrecuentes las referencias a Jesús como una persona humana, olvidando que en Jesús no hay dos personas (humana y divina), sino una única persona divina. La experiencia nos dice que no debemos prescindir de los términos “persona” y “naturaleza”, utilizados por los concilios cristológicos, so pena de desdibujar nuestra fe en Jesús de Nazaret. Él es una de las personas divinas, la segunda persona de la Santísima Trinidad (el Hijo), y tiene dos naturalezas: divina y humana. Por ello, le confesamos como verdadero Dios y verdadero hombre. Así lo proclama el Credo de la liturgia dominical de la Iglesia. Y no está de más recordar que esta formulación de la fe en Jesucristo nos une tanto a las iglesias protestantes como a las ortodoxas, que están también plenamente adheridas a la fe cristológica de los concilios del primer milenio de la Iglesia.



La conocida “ley del péndulo” tiene también su incidencia en lo que se refiere a la percepción de la figura de Jesucristo. Si en el preconcilio se corría el peligro opuesto de la tendencia “monofisita”, en la que la confesión de la divinidad de Jesucristo anula en la práctica la riqueza de la humanidad de Jesús; posteriormente hemos pasado al riesgo contrario. Cito un párrafo de la conferencia pronunciada en 1995 por Joseph Ratzinger en los Cursos de Verano de El Escorial: “Nuestro peligro actual es el de una cristología unilateral de la separación (nestorianismo), donde la atención centrada en la humanidad de Jesucristo va haciendo desaparecer la divinidad, la unidad de la persona se disgrega y dominan las reconstrucciones de Jesús como mero hombre, que reflejan más las ideas de nuestro tiempo que la verdadero figura de nuestro Señor”.

La superación de esta ley del péndulo, que responde a una falsa dialéctica entre la humanidad y la divinidad, solo la han podido lograr los enamorados del Señor Jesús, es decir, los santos. Estamos celebrando los 500 años del nacimiento de Santa Teresa de Jesús, una auténtica enamorada de la humanidad de Jesucristo, que entendió perfectamente que esa humanidad temblorosa que se nos muestra en el pesebre de Belén, es la puerta para penetrar en el misterio trinitario.

¡Os deseo una feliz y santa Pascua de Navidad, y un próspero Año Nuevo!

TAREA DE NAVIDAD


Tarea de Navidad



Jesús aparece en medio de nosotros en Navidad. Quiere sacudir nuestro letargo y ayudarnos a tomar conciencia de las semillas que están dormidas en nuestro corazón. Ellas aguardan que tú les des oportunidad de desplegar su fuerza germinativa y producir abundantes frutos en tu vida. Jesús te visitó con su amor. Él espera que tú lo hagas con los que están a tu lado.

Cuando se termina el canto de los ángeles, cuando se apaga la estrella del firmamento, cuando los reyes vuelven a sus palacios, cuando los pastores se reúnen con sus rebaños, entonces empieza la tarea de Navidad: encontrar al perdido, curar al decaído, alimentar al hambriento, liberar al prisionero, reconstruir las naciones, llevar la paz a los hermanos, hacer música con el corazón.

Si Navidad es amor, la fuerza de esta celebración anual, te motiva y dinamiza para que intentes de nuevo ser, como Jesús, fuente de bondad, consuelo, alegría y paz. Vale la pena volver a intentarlo y permanecer firmes en la tarea asignada. Jesús te acompaña.


Enviado por el P. Natalio

UNA LUZ DE ESPERANZA


Una luz de esperanza




En diciembre de 1914, se acercaba un durísimo día de Navidad, y las tropas británicas y alemanas se enfrentaban a través de un angosto trecho de suelo europeo. Las condiciones imperantes en ambas trincheras eran espantosas, el tronar de los cañones incesante, y el ruido, ensordecedor.

La oficialidad británica había tomado escasas prevenciones para celebrar la Navidad. Tenía órdenes de tratar esa jornada como cualquier otra y seguir peleando. Lo poco que pudieron hacer las cansadas tropas, fue recoger unos restos de ramas secas como patético recordatorio de las festividades que con seguridad, se estarían celebrando en sus lejanos hogares.

Los alemanes estaban mucho mejor organizados. Para elevar la moral de sus tropas, habían hecho enviar canastas con comida y árboles de Navidad a las líneas del frente para estimularlos a pelear mejor.

Pero esta bien planeada estrategia tuvo precisamente un efecto contrario. En lugar de aumentar la agresiva lealtad de los soldados, detuvo por completo las hostilidades. La verdad es que el común de los soldados alemanes no odiaban a sus pares ingleses, y viceversa, y si procuraban matarse unos a otros era pura y exclusivamente por respeto a las órdenes de sus generales.

El espectáculo de todos esos arbolitos afectó muy hondo a los alemanes. Las congeladas tropas británicas escondidas en sus trincheras sintieron alarma y desconcierto ante el repentino y extraño silencio seguido por los acordes de un villancico.

Al asomarse comprobaron asombrados que los soldados alemanes había emergido de sus escondites y ocupaban en actitud pasiva la tierra de nadie. Con cierto temor los ingleses se les sumaron y tuvo lugar una improvisada tregua.

Los villancicos duraron toda la noche, los enemigos cantaron juntos, y a medida que pasaron las horas tuvo lugar un extraordinario intercambio de regalos. Enemigos mortales se estrecharon las manos, e incluso, se abrazaron y mostraron fotografías de sus respectivas familias y durante un breve interludio, la idea de matar se borró de sus mentes.

A la mañana siguiente, día de la Navidad, ocurrió algo aún más insólito. Poniéndose de acuerdo sobre un punto intermedio entre ambas posiciones, ingleses y alemanes protagonizaron lo que debe ser el más raro partido de fútbol en la historia de ese deporte.

jueves, 24 de diciembre de 2015

ZAPATOS PARA ESTAR CON JESÚS


ZAPATOS PARA ESTAR CON JESÚS




Sólo faltaban cinco días para la Navidad. Aún no me había atrapado el espíritu de estas fiestas. Los estacionamientos llenos, y dentro de las tiendas, el caos era mayor. No se podía ni caminar por los pasillos. ¿Por qué vine hoy?, me pregunté.

Me dolían los pies lo mismo que mi cabeza. En mi lista estaban los nombres de personas que decían no querer nada, pero yo sabía que si no les compraba algo se resentirían. Llené rápidamente mi carrito con compras de último minuto y me dirigí a las colas de las cajas registradoras. Escogí la más corta, calculé que serían por lo menos 20 minutos de espera.

Frente a mí había dos niños, uno de 10 años y su hermana de 5. Él iba mal vestido con un abrigo raído, zapatos deportivos muy grandes, probablemente 3 tallas más grande. Los jeans le quedaban cortos. Llevaba en sus sucias manos unos cuantos billetes arrugados. Su hermana iba vestida parecido a él, sólo que su pelo estaba enredado. Ella llevaba un par de zapatos de mujer dorados y resplandecientes.

Los villancicos navideños resonaban por toda la tienda y yo podía escuchar a la niñita tararearlos. Al llegar a la caja registradora, la niña le dio los zapatos cuidadosamente a la cajera, como si se tratara de un tesoro. La cajera les entregó el recibo y dijo: son $16.09. El niño puso sus arrugados billetes en el mostrador y empezó a rebuscarse los bolsillos. Finalmente contó $13.12. Bueno, creo que tendremos que devolverlos, volveremos otro día y los compraremos, añadió. Ante esto la niña dibujó un puchero en su rostro y dijo: "Pero a Jesús le hubieran encantado estos zapatos". Volveremos a casa trabajaremos un poco más y regresaremos por ellos. No llores, vamos a volver.
Sin tardar, yo le completé los tres dólares que faltaban a la cajera. Ellos habían estado esperando en la cola durate un buen rato y después de todo, era Navidad. Y en eso un par de bracitos me rodearon con un tierno abrazo y una voz me dijo, muchas gracias señor.

Aproveché la oportunidad para preguntarle qué había querido decir cuando dijo que a Jesús le encantarían esos zapatos. Y la niña, con sus grandes ojos redondos, me respondió:
"Mi mamá está enferma y yéndose al cielo. Mi papá nos dijo que se iría antes de Navidad para estar con Jesús. Mi maestra de catecismo dice que las calles del cielo son de oro reluciente tal como estos zapatos. ¿No se le verá a mi mamá hermosa caminando por esas calles con estos zapatos?"
Mis ojos se inundaron al ver una lágrima bajar por su rostro radiante. Por supuesto que sí, le respondí. Y en silencio, le di gracias a Dios por usar a estos niños para recordarme el verdadero valor de las cosas.

POR TU NACIMIENTO JESÚS


POR TU NACIMIENTO JESÚS...



Estamos a pocas horas del acontecimiento más dulce y sublime de la cristiandad: el nacimiento de Jesús. Es un buen momento para que recemos así:



Por tu nacimiento, Jesús, haz que la Iglesia sea la gran familia de Dios que lleve a todos la Buena Nueva de la salvación.

Por tu nacimiento, Jesús, haz que todos los pueblos y razas encuentren la paz, don de Dios, fruto del amor y de la justicia.

Por tu nacimiento, Jesús, haz que todos los pobres, enfermos, emigrantes, presos, los que son mal mirados y los que lloran a sus seres queridos, se sientan amados por Dios.

Por tu nacimiento, Jesús, haz que esta familia viva unida, nos comprendamos y nos queramos como Tú nos amas.

Por nuestros amigos y sus familias, para que pueden celebrar felices la Navidad.

Estamos agradecidos, Padre Dios, a Ti que lo iluminas todo, por eso te decimos: Padre nuestro...

EL GRAN REGALO DE DIOS


El gran regalo de Dios



En cada Navidad nos maravillamos de la bondad de Dios, nuestro Padre, que nos regaló a su mismo Hijo Unigénito, hecho niño en Belén. Ese día, inspirados por el ejemplo de la generosidad de Dios, acostumbramos a prodigar regalos a nuestro alrededor, a parientes y amigos. Pero hay dones más valiosos  —¡y tan necesarios!— que podemos hacernos sin gastar un centavo.

Esboza una sincera sonrisa... y regálala a quien nunca la ha tenido. Recoge un rayo de sol en tu corazón... y hazlo volar allá en donde reina la noche. Descubre una fuente... y permite bañarse en ella a quien vive en el barro. Vierte una lágrima... y ponla en el rostro de quien nunca ha llorado. Enciende el valor en tu pecho... y ponlo en el ánimo de quien no sabe luchar. Descubre la vida... y alienta a quien se arrastra por ella. Cultiva la esperanza... e irradia su luz a tu alrededor. Imprégnate de bondad... y dónala a quien la desconoce. Descubre el amor... y comunica su fuego al mundo.

Amigo/a: ¡Qué hermoso es hacer de tu vida una Navidad! Anímate a esparcir a manos llenas en el hogar, en el barrio, en tu ambiente de trabajo, el fuego del amor, la luz de la alegría y la fuerza de la esperanza. Que esta celebración cristiana te ayude a meditar y proyectar a tu vida la sorprendente bondad que Dios tiene con nosotros.



Enviado por el P. Natalio

ALEGRÍA SIN NOSTALGIAS

Alegría sin nostalgias
¡Alegría, alegría para todos!
Pero ¿quién es capaz de odiar en Navidad? Habría que tener muy corrompido el corazón para hacerlo...


Por: José Luis Martín Descalzo | Fuente: Días grandes de Jesús 




El mensaje en Navidad no puede ser otro que éste: Alegría, alegría, alegría.

- Alegría para los niños que acaban de nacer, y para los ancianos que en estos días se preguntan si llegarán a las navidades del año que viene.

- Alegría para los que tienen esperanza y para los que ya la han perdido.

- Alegría para los abandonados por todos y para las monjas de clausura que estas noches bailarán como si se hubieran vuelto repentinamente locas.

- Alegría para las madres de familia que en estos días estarán más cansadas de lo habitual y para esos hombres que a lo mejor en estos días se olvidan un poquito de ganar dinero y descubren que hay cosas mejores en el mundo.



- ¡Alegría, alegría para todos!

- Alegría, porque Dios se ha vuelto loco y ha plantado su tienda en medio de nosotros.

- Alegría, porque Él, en Navidad, trae alegría suficiente para todos.

Con frecuencia oigo a algunos amigos que me dicen que a ellos no les gusta la Navidad, que la Navidad les pone tristes. Y, mirada la cosa con ojos humanos, lo entiendo un poco. La Navidad es el tiempo de la ternura y la familia y, desgraciadamente, todos los que tenemos una cierta edad, vemos cómo en estos días sube a los recuerdos la imagen de los seres queridos que se fueron. Uno recuerda las navidades que pasó con sus padres, con sus hermanos, con los que se fueron, y parece que dolieran más esos huecos que hay en la mesa familiar.

Sin embargo, creo que mirando la Navidad con ojos cristianos son infinitamente más las razones para la alegría que esos rastros de tristeza que se nos meten por las rendijas del corazón. Por de pronto en Navidad descubrimos más que en otras épocas del año que Dios nos ama.

La verdad es que para descubrir ese amor de Dios hacia nosotros en cualquier fecha del año basta con tener los ojos limpios y el corazón abierto. Pero también es verdad que en Navidad el amor de Dios se vuelve tan apabullante que haría falta muchísima ceguera para no descubrirlo. Y es que en Navidad Dios deja la inmensidad de su gloria y se hace bebé para estar cerca de nosotros.

Se ha dicho que los hombres podemos admirar y adorar las cosas grandes, pero que amarlas, lo que se dice amarlas, sólo podemos amar aquello que podemos abrazar. Por eso al Dios de los cielos podemos adorarle, al pequeño Dios de Belén nos es fácil amarle, porque nos muestra lo mejor que Dios tiene, su pequeñez, su capacidad de hacerse pequeño por amor a los pequeños.

Y éste sí que es un motivo de alegría: un Dios hermano nuestro, un Dios digerible, un Dios vuelto calderilla, un hermoso tipo de Dios que los hombres nunca hubiéramos podido imaginar si Él mismo no nos lo hubiera revelado y descubierto. Y si en Navidad descubrimos que Dios nos ama y que podemos amarle, podemos también descubrir cómo podemos amarnos los unos a los otros.

Lo mejor de la Navidad es que en esos días todos nos volvemos un poco niños y, consiguientemente, se nos limpian a todos los ojos. Durante el resto del año todos miramos con los ojos cubiertos por las telarañas del egoísmo. Nuestros prójimos se vuelven nuestros competidores. Y vemos en ellos, no al hermano, sino al enemigo potencial o real.

Pero ¿quién es capaz de odiar en Navidad? Habría que tener muy corrompido el corazón para hacerlo. La Navidad nos achica, nos quita nuestras falsas importancias y, por lo mismo, nos acerca a los demás. ¿Y qué mayor alegría que redescubrir juntos la fraternidad?

Por eso, amigos míos, déjenme que les pida que en estos días no se refugien ustedes en la nostalgia. No miren hacia atrás. Contemplen el presente. Descubran que a su lado hay gente que les ama y que necesita su amor. Si lo hacen, el amor de Dios no será inútil. Y también en sus corazones será Navidad.

EL INVENTARIO DE LAS COSAS PERDIDAS

El inventario de las cosas perdidas
Sembrando Esperanza I. En nuestra sociedad hay muchos sufrimientos y situaciones muy difíciles…, ¿qué hago yo por ellos?


Por: P. Dennis Doren LC | Fuente: Catholic.net 





La vida puede ser vivida o transformarse en un simulacro. Puede ser serena, puede ser competitiva, puede ser alegre, puede ser triste, pero siempre es irrecuperable. El ser humano, eternamente insatisfecho, padece cuando no tiene nada y también padece cuando tiene demasiado. No quiere conservar sus bienes para disfrutarlos, sino mantenerlos para acrecentarlos. Si alguien es demasiado amado, se siente atosigado; si nadie lo ama, se siente desgraciado; cuando está con una persona, añora otra presencia; cuando está en alguna parte, quisiera estar en otra. Tantas veces el valor lo obtiene de lo que se ha perdido; tantas veces lo largamente anhelado aburre y desespera. ¿Hasta cuándo?, ¿hasta cuándo dejaremos escapar lo que tenemos buscando lo que tampoco disfrutaremos?, ¿y hasta cuándo seguiremos pensando que es tarde, que ya no hay oportunidad?

Vivamos el momento, disfrutemos lo que tenemos, y nunca, pero nunca, olvidemos que el único tiempo que podemos perder es el que todavía no ha llegado. El resto es pasado, ¡no sigamos perdiendo el tiempo! 

Aquel día lo vi distinto, tenía la mirada enfocada en lo distante, casi ausente. Pienso ahora que tal vez presentía que ese era el último día de su vida. Me aproximé y le dije: ¡Buen día, abuelo! Y él extendió su silencio. Me senté junto a su sillón y luego de un misterioso instante, exclamó: ¡Hoy es día de inventario, hijo! -¿Inventario? -pregunté sorprendido. - Sí. ¡El inventario de las cosas perdidas!- me contestó con cierta energía y no sé si con tristeza o alegría. Y prosiguió: -Del lugar de donde yo vengo, las montañas quiebran el cielo como monstruosas presencias constantes. Siempre tuve deseos de escalar la más alta. Nunca lo hice, no tuve el tiempo ni la voluntad suficientes para sobreponerme a mi inercia existencial. 

Recuerdo también a Mara, aquella chica que amé en silencio por cuatro años; hasta que un día se marchó del pueblo, sin yo saberlo. ¿Sabes algo? también estuve a punto de estudiar ingeniería, pero mis padres no pudieron pagarme los estudios. Además, el trabajo en la carpintería de mi padre no me permitía viajar. ¡Tantas cosas no concluídas, tantos amores no declarados, tantas oportunidades perdidas! 

Luego, su mirada se hundió aún más en el vacío y se humedecieron sus ojos y continuó: -En los treinta años que estuve casado con Rita, creo que sólo cuatro o cinco veces le dije "te amo". 
Luego de un breve silencio, regresó de su viaje mental y mirándome a los ojos me dijo: -Este es mi inventario de cosas perdidas, la revisión de mi vida, a mí ya no me sirve, a tí sí. Te lo dejo como regalo para que puedas hacer tu inventario a tiempo. Luego, con cierta alegría en el rostro, continuó con entusiasmo y casi divertido: -¿Sabes qué he descubierto en estos días? -¿Qué, abuelo? Aguardó unos segundos y no contestó, sólo me interrogó nuevamente: -¿Cuál es el pecado más grave en la vida de un hombre? La pregunta me sorprendió y sólo atiné a decir con inseguridad: -No lo había pensado. Supongo que matar a otros seres humanos, odiar al prójimo y desearle el mal. ¿Tener malos pensamientos, tal vez? Su cara reflejaba negativa. Me miró intensamente, como remarcando el momento, y en tono grave y firme me señaló: -El pecado más grave en la vida de un ser humano es el pecado por omisión. Y lo más doloroso es descubrir las cosas perdidas sin tener tiempo para encontrarlas y recuperarlas.
Al día siguiente regresé temprano a casa, luego del entierro del abuelo, para realizar en forma urgente mi propio inventario de las cosas perdidas.

El pecado de omisión puede ser considerado como el pecado del mundo. Continuamente oímos hablar de hambre (de Dios), de sufrimientos, de enfermedades, injusticias, de envidias, de críticas, etc..., ahora bien, ¿no formamos nosotros parte de esta sociedad consumista que al mismo tiempo se lamenta de lo que sucede en el mundo, de la miseria espiritual y humana de tantos seres humanos?, ¿comparto los sufrimientos de los demás?, ¿pongo de mi parte todo lo humanamente posible por aliviar las necesidades de los que viven a mi alrededor?, ¿no hay en mi vida amigos, familiares y conocidos a los que podría echar una mano y llevarlos a Dios, compañeros con las que podría ser más amable y servicial?, ¿busco el interés de los demás, o solamente estoy preocupado por mis propias cosas? 

En nuestra sociedad hay muchos sufrimientos y situaciones muy difíciles…, ¿qué hago yo por ellos?, ¿soy para los demás?, ¿tengo tiempo para escuchar, para sonreír, para dar una palabra de ánimo...?, ¿transmito optimismo a aquellos que se encuentran deprimidos y sin ilusión?, ¿qué hago por mis hermanos los hombres?, ¿soy constructor de esperanza? 

Les propongo: ¡hagamos nuestro inventario... antes de que las cosas ya estén perdidas!

TODOS LOS DÍAS PUEDE SER NAVIDAD


Todos los días puede ser Navidad
El optimismo es la tarjeta de identificación del cristiano. Este optimismo nace de la certeza de que Dios nació y puso su morada entre nosotros. En esta Navidad Cristo quiere nacer de nuevo en el corazón de los hombres con una condición: dejarlo entrar.


Por: Jorge Enrique Mújica | Fuente: Virtudes y valores 




A veces somos medio miopes y vemos lo blanco, negro y lo negro, blanco. ¿Cuestión de perspectivas? No, cuestión de no engañarnos ni dejarnos engañar; cuestión de equilibrio. A veces nos pasamos de negativos y nos ponemos pesimistas hasta la médula de los huesos. Otras veces nos pasamos de optimistas que nos desubicamos de la realidad. Lo correcto es la mesura, la moderación, la sensatez.


Que si este año se atacó la Navidad más que el otro; que si esta vez menos escuelas la festejaron; que si este año el ayuntamiento prohibió el Belén; que si ahora vetaron los adornos cristianos en lugares públicos; que si se está despojando a la Navidad de su razón y sentido; que si… Sí, no es para hacer fiesta pero tampoco para hundirnos en la tristeza. “Ya para qué celebro la Navidad”, pensará alguno. El pesimismo es una actitud tentativa a elegir en estos casos, pero hay otra más noble y elevada: el optimismo, la actitud por la que el cristiano siempre debería optar.



No nos referimos al mero optimismo humano, al que se queda en la naturalidad de un temperamento. Vamos más allá, al optimismo cristiano, ese que ante las realidades difíciles no se arredra ni achicopala; ese que trasciende temperamentos y no conoce más frontera que la de la libertad del ser humano.



Esperanza es el nombre cristiano del optimismo: si el optimismo es nuestra acta de nacimiento, la esperanza es la de bautismo. ¿Y esto que tiene que ver con la Navidad? ¡Todo! Porque Navidad, además de un periodo donde festejamos el cumpleaños del mero, mero, es también un estado del alma, una actitud de vida. Y como la vida se puede afrontar negativa o positivamente, con pesimismo o con optimismo, debemos aprender a vivirla como cristianos.



Solemos entristecernos a la primera. Vemos el cielo nublado y se nos olvida que detrás está el sol, que sólo hace falta atravesar las nubes, ir más allá de ellas. Y para eso es la vida, para eso es el optimismo cristiano. Nuestras vidas deben ser el gran motor de un avión que nos lleve a atravesar los cielos en búsqueda de esa luz que nos da alegría, serenidad y consuelo. Dependen de nosotros, de si queremos un motorcito de aviones vejestorios que nos pueden dejar a medio camino, que no nos garantizan alcanzar la plenitud de nuestra meta, o uno moderno que tiene la potencia y concede la seguridad de conseguir nuestro destino. Cada día fabricamos ese motor. La fe nos dice que arriba hay luz; la caridad que queremos lograrla; la esperanza que podemos conseguirla.


El optimismo cristiano nace de la conciencia de saber que Dios nació y puso su morada entre nosotros. Nace del hecho de que Dios quiere nacer no sólo cada año sino todos los días de la vida en nuestros corazones. ¡Si supiéramos lo que es bueno! Y ni nos pide mansiones, ni hoteles de primera clase, ni chalets en zonas residenciales exclusivas; sigue queriendo anidar en la humildad, en el silencio, en lo oculto. Únicamente pide un corazón dispuesto, un alma preparada, preñada del optimismo que de un ánima así se desprende.


Todos los días puede ser Navidad. Ahora que lo sabemos no podemos dejar pasar la oportunidad de aprovecharla. Con optimismo, con amor, con obras. Es tan fácil: reconciliarse con aquel con quien me enemisté, recordar los detalles hacia el esposo o esposa (como cuando eran novios), agradecer a los abuelos, manifestarles el cariño; si somos hijo, ofrecerse a cocinar la cena, estar disponible a ayudar en lo que se ofrezca…


Cristo nació y murió aparentemente como un fracasado. Y es que Dios aparenta arruinarse pero luego triunfa; sus “fracasos”, siempre son aparentes, son una oportunidad de probar nuestra fe, nuestra confianza en Él. Ahora que lo sabemos no podemos decepcionarle. El hecho de que se minusvalore la Navidad o que algunos la hayan empezado a vaciar de sentido no puede ser motivo para abandonarnos en la melancolía; ¡es la mejor oportunidad para demostrar con obras nuestro amor, para declararnos abiertamente cristianos! Un corazón que ha construido un Belén para Dios puede lograr esto y mucho más porque ya es de Cristo, porque está bañado por el optimismo cristiano.

A un día del nacimiento del Salvador, conviente prepararse para el gran acontecimiento. Como recordaba el Papa Benedicto XVI : «Que el Niños Jesús, al nacer entre nosotros, no nos encuentre distraídos o dedicados simplemente a decorar de luces nuestras casas. Decoremos más bien en nuestro espíritu y en nuestras familias una digna morada en la que Él se sienta acogido con fe y amor. Que nos ayuden la Virgen y san José a vivir el Misterio de la Navidad con una nueva maravilla y una serenidad pacificadora». La preparación exterior es reflejo de la preparación interior. Las fiestas son manifestaciones del gozo por el nacimiento del Salvador. Sólo así tendremos unas navidades completas y autenticamente felices.

¡Feliz Navidad!

CRISTO JESÚS ESTÁ CON NOSOTROS ESTA NOCHE


Cristo Jesús está con nosotros esta noche
El Dios de los cielos, queriendo ponerse en nuestras manos, se hace pequeño, indefenso, niño, en el portal de Belén, donde podremos adorarle.


Por: P. Alberto Ramírez Mozqueda | Fuente: Catholic.net 




Natividad del Señor

"Como el joven se desposa con una doncella, se desposará contigo tu hacedor: como el esposo se alegra con la esposa, así se alegrará tu Dios contigo".

Como en un magnífico exordio, con la alegría de los esposos que conviven juntos, así anuncia el Profeta Isaías la venida de Cristo el Salvador que colmará los deseos de los hombres de una muy estrecha solidaridad con el autor de los siglos, de los continentes y de los hombres.

Cristo Jesús está con nosotros esta noche, este día y todos los siglos, y aunque personajes extraños tratan de acaparar las miradas y atraerlas hacia sí, Cristo Jesús tendrá que ser el único centro de atención, de amor, de paz y de solidaridad.

Benedicto XVI lo expresa magníficamente: "En la gruta de Belén, la soledad del hombre está vencida, nuestra existencia ya no está abandonada a las fuerzas impersonales de los procesos naturales e históricos, nuestra casa puede ser construida en la roca: nosotros podemos proyectar nuestra historia, la historia de la humanidad, no en la utopía sino en la certeza de que el Dios de Cristo Jesús está presente y nos acompaña".

No cabe duda que todos los hombres se preguntan, unos para acogerlo y otros para rechazarlo, cómo es Dios y qué rostro tiene. Los que han intentado acercarse a él, nos han dado su propia versión, y nos han reflejado su experiencia, pero ha sido la suya propia que muchas veces no refleja definitivamente el rostro del verdadero Dios. Ni los profetas, ni los sacerdotes, ni Moisés siquiera, han logrado darnos una versión total del Dios del Universo, e incluso, muchos quisieron hacerse un Dios a su imagen y semejanza, para sostener la precariedad de sus vidas e incluso tratando de encontrar en él, justificación para su estrecha o torcida manera de vivir, justificando sus injusticias, su avaricia, su tremenda avaricia, que deja a muchos sin comer, mientras ellos se permiten disfrutarlo todo.

Todas esas versiones que nos han dejado de Dios, han sido o incompletas o falsas, y podría haber desconcierto, cuando San Juan, en el prólogo de su Evangelio, afirma tajantemente que a Dios nadie lo ha visto. ¿Entonces qué hacer? ¿Está el Señor jugando a las escondiditas? No definitivamente no, pero tendríamos que decir al llegar a este punto, que el verdadero Dios es tan grande, que nunca lo entenderíamos ni podríamos poseerlo con nuestra débil inteligencia y con la cortedad de nuestra manos.

Pero precisamente el Dios de los cielos, queriendo ponerse en nuestras manos, se hace pequeño, indefenso, niño, en el portal de Belén, y en él podremos adorar al Dios que los hombres buscan para tener una respuesta a todas sus inquietudes. Es la respuesta del verdadero Dios, un Dios que se hace niño y se hace hombre, para que el hombre se haga Dios. Y esa realidad se realiza en la persona de Cristo Jesús, que es todo Dios y es al mismo tiempo todo hombre. Qué admirable descubrimiento del Dios de los cielos, creador de cuanto existe. En el Divino Niño podemos adorar la grandeza de Dios, sin olvidarnos que cuando el Hijo de Dios se encarna, ya lleva presente con él la salvación para todos los hombres con su muerte y resurrección.

Es el momento de la adoración, es el momento del amor. a Cristo mismo no lo entenderemos sin amor, y sin amor tampoco comprenderíamos el designio de Dios de hacerse cercano a los hombres. Mientras prendemos luces y más luces en al árbol de Navidad, esforcémonos más por encender el corazón en la luz del corazón de Cristo para que todo el mundo se convierta en una hoguera de amor, de paz, de consuelo y de solidaridad para todos los hombres.


Esta es la VERDADERA Y FELIZ NAVIDAD.

miércoles, 23 de diciembre de 2015

PALABRAS PARA NAVIDAD


Palabras para Navidad




Cuando era chica iba a ver el pesebre de la iglesia Santa Ana, con su vaquita echada, su pastor dando un paso detrás de las ovejas, un lago de agua celeste sobre un redondo espejo (allí metía mis manos cuando nadie miraba, esperando un milagro de ese frescor sagrado). Y el Jesús Niño con los brazos abiertos y mirándome… Sólo a mí me miraba. Eso creía. Sólo a mí, porque Él y yo manteníamos un diálogo cada noche, cuando con mis hermanitas le rezábamos para : "Que el alma de mamita descanse en paz y el Niñito Jesús nos haga buenas y felices. Amén".

Todo el año lo imaginaba durante la oración, pero en Navidad Él estaba allí, con su pañal y sus pies desnudos, con su padre tan serio y su madre hermosísima. Yo le decía que hiciéramos un trato: no me comería más las uñas, no robaría dulce de leche ni galletas de la alacena, y Él me traía de nuevo a mi mamá. Pero no. Mi mamá ya era un lucero de un cielo y los luceros no andan arrastrando su túnica de luz por las veredas…

Pasaron tantas navidades como pétalos tiene una margarita. No, no volví a Santa Ana; no le pedí imposibles a mi amigo chiquito, acepté los designios de un Dios grande que tiene sus razones para dar y quitar. Aprendí a resignarme, a esperar, a llorar sin que nadie me vea; traté de comprender y de aprender que el amor no pide explicaciones… Y aquí estoy, acercándome a esta Navidad…

A mí siempre me gustaron las fiestas, su gusto a mazapán, su ruido de cohetes, sacarle el brillo con un lienzo a las copas, ponerle una campana al pino y lucecitas que se encienden y se apagan como el parpadeo mágico de un gnomo, reunirnos alrededor de la mesa fragante y llevar en el corazón a los que ya partieron para hacerlos brindar con nuestro vino y sonreír desde nuestra sonrisa. Pero este año, un poco triste o nostálgica, he buscado a mi antiguo amiguito: sobre el aparador un Niño Dios pequeñísimo de un pesebre de terracota que me hizo una amiga; lo pongo en la palma de mi mano y tiembla, como yo. Una lágrima entibia su cuerpecito leve, y le ruego, le ruego, le pido:

"Señor, no quiero grandes cosas, no me des los océanos, sino un vaso de agua cada vez que tenga sed. No me des los sembrados de la tierra, sino una rebanada de pan cada vez que tenga hambre. No me des la extensión de las praderas, sino una parcelita verde donde echarme cara al cielo a mirar las estrellas, el vuelo de los pájaros, los rayos amarillos conque el sol me hace cerrar los párpados. No me des un vergel: quiero una flor tan sólo, un jazmín infinito que perfume mis días. Y una sonrisa que no se gaste como la cuentas del rosario. Y ganas de hacer lo que hago, para que no me convierta en una autómata o en una rutinaria.

Dame esa cuota de amor que le permite al corazón latir sin sobresaltos, latir seguro y suave, con ese movimiento de vaivén con que la brisa mueve las ramas de los álamos. No me des una importante enciclopedia… dame una sencilla palabra para decir a cada una personas que se acercan a mí y hacerlas más dichosas. Niño de luz: que mis dolores no me nublen los ojos impidiéndome ver los dolores de los demás.

Dale a mi mano, casi siempre extendida, una mano que la apriete con cariño. Pero por sobre todas las cosas, pequeño amigo mío, quiero pedirte algo muy especial. No me digas que no. No le digas que no a la niñita que visitaba tu pesebre en Santa Ana, a la que dejaba terrones de azúcar debajo del pasto amarillento para que comieran los camellos de los tres Reyes Magos. No le digas que no a la niñita que suplicaba que le devolvieras a su mamá y corría desaforadamente cada vez que tocaban el timbre de la puerta de calle… porque creía que era ella, la ausente, la que llamaba para estrecharla otra vez contra su pecho… Porque es un poco ella la que te pide, y un poco yo. Somos las dos que te rogamos que borres para siempre, para siempre, la palabra 'soledad ' en nuestra vida. Amén"



© Poldy Bird

ALEGRÍAS SIN NOSTALGIAS


Alegría sin nostalgias
¡Alegría, alegría para todos!
Pero ¿quién es capaz de odiar en Navidad? Habría que tener muy corrompido el corazón para hacerlo...


Por: José Luis Martín Descalzo | Fuente: Días grandes de Jesús 




El mensaje en Navidad no puede ser otro que éste: Alegría, alegría, alegría.

- Alegría para los niños que acaban de nacer, y para los ancianos que en estos días se preguntan si llegarán a las navidades del año que viene.

- Alegría para los que tienen esperanza y para los que ya la han perdido.

- Alegría para los abandonados por todos y para las monjas de clausura que estas noches bailarán como si se hubieran vuelto repentinamente locas.

- Alegría para las madres de familia que en estos días estarán más cansadas de lo habitual y para esos hombres que a lo mejor en estos días se olvidan un poquito de ganar dinero y descubren que hay cosas mejores en el mundo.



- ¡Alegría, alegría para todos!

- Alegría, porque Dios se ha vuelto loco y ha plantado su tienda en medio de nosotros.

- Alegría, porque Él, en Navidad, trae alegría suficiente para todos.

Con frecuencia oigo a algunos amigos que me dicen que a ellos no les gusta la Navidad, que la Navidad les pone tristes. Y, mirada la cosa con ojos humanos, lo entiendo un poco. La Navidad es el tiempo de la ternura y la familia y, desgraciadamente, todos los que tenemos una cierta edad, vemos cómo en estos días sube a los recuerdos la imagen de los seres queridos que se fueron. Uno recuerda las navidades que pasó con sus padres, con sus hermanos, con los que se fueron, y parece que dolieran más esos huecos que hay en la mesa familiar.

Sin embargo, creo que mirando la Navidad con ojos cristianos son infinitamente más las razones para la alegría que esos rastros de tristeza que se nos meten por las rendijas del corazón. Por de pronto en Navidad descubrimos más que en otras épocas del año que Dios nos ama.

La verdad es que para descubrir ese amor de Dios hacia nosotros en cualquier fecha del año basta con tener los ojos limpios y el corazón abierto. Pero también es verdad que en Navidad el amor de Dios se vuelve tan apabullante que haría falta muchísima ceguera para no descubrirlo. Y es que en Navidad Dios deja la inmensidad de su gloria y se hace bebé para estar cerca de nosotros.

Se ha dicho que los hombres podemos admirar y adorar las cosas grandes, pero que amarlas, lo que se dice amarlas, sólo podemos amar aquello que podemos abrazar. Por eso al Dios de los cielos podemos adorarle, al pequeño Dios de Belén nos es fácil amarle, porque nos muestra lo mejor que Dios tiene, su pequeñez, su capacidad de hacerse pequeño por amor a los pequeños.

Y éste sí que es un motivo de alegría: un Dios hermano nuestro, un Dios digerible, un Dios vuelto calderilla, un hermoso tipo de Dios que los hombres nunca hubiéramos podido imaginar si Él mismo no nos lo hubiera revelado y descubierto. Y si en Navidad descubrimos que Dios nos ama y que podemos amarle, podemos también descubrir cómo podemos amarnos los unos a los otros.

Lo mejor de la Navidad es que en esos días todos nos volvemos un poco niños y, consiguientemente, se nos limpian a todos los ojos. Durante el resto del año todos miramos con los ojos cubiertos por las telarañas del egoísmo. Nuestros prójimos se vuelven nuestros competidores. Y vemos en ellos, no al hermano, sino al enemigo potencial o real.

Pero ¿quién es capaz de odiar en Navidad? Habría que tener muy corrompido el corazón para hacerlo. La Navidad nos achica, nos quita nuestras falsas importancias y, por lo mismo, nos acerca a los demás. ¿Y qué mayor alegría que redescubrir juntos la fraternidad?

Por eso, amigos míos, déjenme que les pida que en estos días no se refugien ustedes en la nostalgia. No miren hacia atrás. Contemplen el presente. Descubran que a su lado hay gente que les ama y que necesita su amor. Si lo hacen, el amor de Dios no será inútil. Y también en sus corazones será Navidad.

EL PESEBRE QUE ACOGERÍA AL NIÑO DIOS



El pesebre que acogería al Niño Dios
Aquel pesebre, pobre y viejo, no había pensado en su vida que acogería al Niño Dios entre sus pajas. Nosotros, en cambio, sabemos que el Niño Jesús llegará el 24 en la noche.


Por: Gustavo Velázquez Lazcano, LC | Fuente: Catholic.net 




En las faldas de un monte, por encima de Belén, hay una cueva. Es pequeña y algo tosca, pero acogedora; refresca en los días de calor, y abriga, en los de frío. Durante el año, los animales se resguardan en ella.

Los bueyes y las vacas acuden a pastar allí. Sacian su hambre con las frescas pajas que un mozo deposita a diario en un rústico pesebre, formado por resistentes ramas.

- ¡Vaya existencia la mía! -se decía el pesebre-. ¡¿No se podría haber empleado de mejor modo mi madera?!

El ganado acudía a él por necesidad, porque gusto no lo había. La mayoría de los desayunos, cenas y comidas, terminaban en indigestión. Porque, ¿a quién le gusta escuchar quejas mientras come?
Una noche fría de invierno, entre los aullidos del viento y la respiración profunda de los animales que ahí dormían, llegaron dos personas a la cueva. Venían arropados de arriba abajo. El hombre jalaba con cuidado de su borriquillo, mientras la mujer que lo montaba, soportaba con paciencia los dolores del parto.

- Aquí está bien -dijo el hombre apesadumbrado-. Hemos caminado bastante -suspiró-. Me gustaría ofrecerte algo mejor, María, pero tú sabes que hoy no ha sido un buen día…

- No te aflijas, José -le respondió María, consolándole-. Hágase Su voluntad -y señaló con el dedo al cielo-.

Ambos se establecieron lo mejor que pudieron en la cueva, agradeciendo el calor de los animales.
El pesebre, que jamás dormía, se enterneció al ver la situación de aquella agotada pareja.
Y sucedió que, mientras ellos estaban allí, María dio a luz a su hijo primogénito. Los gemidos del recién nacido resonaron en la cueva, rompiendo el silencio. Los animales se despertaron agitados en un primer momento; pero después de desperezarse, lo contemplaron con respeto.

José tenía al niño en sus brazos y lo había envuelto en pañales. Su corazón latía con fuerza: estaba nerviosísimo. Cuando por fin tuvo oportunidad de ver al niño, se topó con unos grandes y preciosos ojos grises que lo miraban con curiosidad; entonces, sintió cómo una gran emoción llenaba su alma.

María permanecía recostada sobre unas gruesas cobijas que habían traído de Nazaret, y no le quitaba la vista a su hijo. Con un notable esfuerzo, cambió de postura y le pidió a José que le mostrase al Niño. Cuando él se lo dio, Ella lo cargó durante un largo rato, estrechando al niño contra su corazón.

Cuando María acabó de contemplarlo, se lo entregó a José, quien lo paseó maravillado. Y tras una larga y silenciosa adoración, lo depositó dormido en el pesebre.

Sonó, entonces, un redoblar de pasos, y a acto seguido entraron unos pastores en la cueva.
- En hora buena -exclamaron al ver al Niño. Y les contaron cuanto les había dicho el ángel-.
Cuando llegaron a la señal que les había dado el ángel: “encontrarán al niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre”, el pesebre estuvo a punto de dar un brinco de asombro, pero recordó que el Niño Jesús aún dormía plácidamente sobre él.

Su nombre había aparecido en los labios de los ángeles. No lo podía creer. Lo ocurrido estaba preestablecido por Dios.

Cuando los pastores terminaron su relato, con gran admiración de los padres de Jesús y del mismo pesebre, sacaron sus humildes regalos y se los ofrecieron al Niño de corazón.
Una vez que los pastores se fueron y que el Niño se hubo vuelto a dormir, María y José también se entregaron al descanso, rendidos de cansancio.

Cuando el silencio llenó de nuevo la cueva con su majestad, el pesebre se quedó pensativo. Aún no acababa de entender lo que habían dicho los pastores.

- ¿Cómo es posible que sea Dios? -pensaba para sus adentros-.

Tras mucho repetir: «Tengo entre mis pajas a Dios», comprendió porqué no le pesaba aquel niño.
Aquel pesebre, pobre y viejo, no había pensado en su vida que acogería al Niño Dios entre sus pajas. Sabía que algún día vendría el Mesías -como todo el mundo-, pero jamás habría imaginado que nacería en aquella tosca cueva de aquel remoto poblado, y precisamente en aquella época del año. Y mucho menos que él sería el primer depositario.

Cuando Dios vino al mundo, no pasó inadvertido sólo para los hombres. También llegó de sorpresa para aquel pesebre de Belén. Ningún ángel le anunció que sobre él se recostaría el Hijo de Dios.

Nosotros, en cambio, sabemos que el Niño Jesús llegará el 24 en la noche. Tenemos tiempo para vivir con entusiasmo este Adviento. Regalémosle un corazón amable, quitando cada día una paja de nuestro áspero carácter. Ofrezcámosle el calor de nuestro corazón.

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