Mostrando entradas con la etiqueta MEDITACIONES SOBRE EL EVANGELIO. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta MEDITACIONES SOBRE EL EVANGELIO. Mostrar todas las entradas

lunes, 9 de noviembre de 2015

CONTRASTE - MEDITACIÓN DEL EVANGELIO DEL DOMINGO 8 DE NOVIEMBRE DEL 2015


Lectura del santo Evangelio según San Marcos 12, 38-44

En aquel tiempo enseñaba Jesús a la multitud y les decía:
–¡Cuidado con los letrados! Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en la plaza, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y devoran los bienes de las viudas con pretexto de largos rezos. Esos recibirán una sentencia más rigurosa.
Estando Jesús sentado enfrente del cepillo del templo, observaba a la gente que iba echando dinero: muchos ricos echaban en cantidad; se acercó una viuda pobre y echó dos reales. Llamando a sus discípulos les dijo:
–Os aseguro que esa pobre viuda ha echado en el cepillo más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero esta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir.

Palabra del Señor

Evangelio Comentado por:
José Antonio Pagola
Mc, 12, 38-44

CONTRASTE

El contraste entre las dos escenas es total. En la primera, Jesús pone a la gente en guardia frente a los escribas del templo. Su religión es falsa: la utilizan para buscar su propia gloria y explotar a los más débiles. No hay que admirarlos ni seguir su ejemplo. En la segunda, Jesús observa el gesto de una pobre viuda y llama a sus discípulos. De esta mujer pueden aprender algo que nunca les enseñarán los escribas: una fe total en Dios y una generosidad sin límites.

La crítica de Jesús a los escribas es dura. En vez de orientar al pueblo hacia Dios buscando su gloria, atraen la atención de la gente hacia sí mismos buscando su propio honor. Les gusta«pasearse con amplios ropajes» buscando saludos y reverencias de la gente. En la liturgia de las sinagogas y en los banquetes buscan «los asientos de honor» y «los primeros puestos».

Pero hay algo que, sin duda, le duele a Jesús más que este comportamiento fatuo y pueril de ser contemplados, saludados y reverenciados. Mientras aparentan una piedad profunda en sus «largos rezos» en público, se aprovechan de su prestigio religioso para vivir a costa de las viudas, los seres más débiles e indefensos de Israel según la tradición bíblica.

Precisamente, una de estas viudas va a poner en evidencia la religión corrupta de estos dirigentes religiosos. Su gesto ha pasado desapercibido a todos, pero no a Jesús. La pobre mujer solo ha echado en el arca de las ofrendas dos pequeñas monedas, pero Jesús llama enseguida a sus discípulos pues difícilmente encontrarán en el ambiente del templo un corazón más religioso y más solidario con los necesitados.

Esta viuda no anda buscando honores ni prestigio alguno; actúa de manera callada y humilde. No piensa en explotar a nadie; al contrario, da todo lo que tiene porque otros lo pueden necesitar. Según Jesús, ha dado más que nadie, pues no da lo que le sobra, sino «todo lo que tiene para vivir».

No nos equivoquemos. Estas personas sencillas, pero de corazón grande y generoso, que saben amar sin reservas, son lo mejor que tenemos en la Iglesia. Ellas son las que hacen el mundo más humano, las que creen de verdad en Dios, las que mantienen vivo el Espíritu de Jesús en medio de otras actitudes religiosas falsas e interesadas. De estas personas hemos de aprender a seguir a Jesús. Son las que más se le parecen.

domingo, 20 de septiembre de 2015

SI UNO QUIERE SER EL PRIMERO - MEDITACIÓN DEL EVANGELIO DE HOY DOMINGO 20 DE SEPTIEMBRE 2015


Si uno quiere ser el primero…


«Entonces se sentó, llamó a los Doce y les dijo: “Si uno quiere ser el primero, sea el último de todos y el servidor de todos”». ¿Es que Jesús condena, con estas palabras, el deseo de sobresalir, de hacer grandes cosas en la vida, de dar lo mejor de uno, y privilegia en cambio la dejadez, el espíritu abandonista, a los negligentes? Así lo pensaba el filósofo Nietzsche, quien se sintió en el deber de combatir ferozmente el cristianismo, reo, en su opinión, de haber introducido en el mundo el «cáncer» de la humildad y de la renuncia. En su obra ‘Así hablaba Zaratustra’ él opone a este valor evangélico el de la «voluntad de poder», encarnado por el superhombre, el hombre de la «gran salud», que quiere alzarse, no abajarse.

Puede ser que los cristianos a veces hayan interpretado mal el pensamiento de Jesús y hayan dado ocasión a este malentendido. Pero no es ciertamente esto lo que quiere decirnos el Evangelio. «Si uno quiere ser el primero...»: por lo tanto, es posible querer ser el primero, no está prohibido, no es pecado. No sólo Jesús no prohíbe, con estas palabras, el deseo de querer ser el primero, sino que lo alienta. Sólo que revela una vía nueva y diferente para realizarlo: no a costa de los demás, sino a favor de los demás. Añade, de hecho: «...sea el último de todos y el servidor de todos».

¿Pero cuáles son los frutos de una u otra forma de sobresalir? La voluntad de poder conduce a una situación en la que uno se impone y los demás sirven; uno es «feliz» (si puede haber felicidad en ello), los demás infelices; sólo uno sale vencedor, todos los demás derrotados; uno domina, los demás son dominados.

Sabemos con qué resultados se puso por obra el ideal del superhombre por Hitler. Pero no se trata sólo del nazismo; casi todos los males de la humanidad provienen de esta raíz. En la segunda lectura de este domingo Santiago se plantea la angustiosa y perenne pregunta: «¿De dónde proceden las guerras?». Jesús, en el Evangelio, nos da la respuesta: ¡del deseo de predominio! Predominio de un pueblo sobre otro, de una raza sobre otra, de un partido sobre los demás, de un sexo sobre el otro, de una religión sobre otra...

En el servicio, en cambio, todos se benefician de la grandeza de uno. Quien es grande en el servicio, es grande él y hace grandes a los demás; más que elevarse por encima de los demás, eleva a los demás consigo. Alessandro Manzoni concluye su evocación poética de las empresas de Napoleón con la pregunta: «¿Fue verdadera gloria? En la posteridad la ardua sentencia». Esta duda, acerca de si se trató de verdadera gloria, no se plantea para la Madre Teresa de Calcuta, Raoul Follereau y todos los que diariamente sirven a la causa de los pobres y de los heridos de las guerras, frecuentemente con riesgo para su propia vida.

Queda sólo una duda. ¿Qué pensar del antagonismo en el deporte y de la competencia en el comercio? ¿También estas cosas están condenadas por la palabra de Cristo? No; cuando están contenidas dentro de límites de corrección deportiva y comercial, estas cosas son buenas, sirven para aumentar el nivel de las prestaciones físicas y... para bajar los precios en el comercio. Indirectamente sirven al bien común. ¡La invitación de Jesús a ser el último no se aplica, ciertamente, a las carreras ciclistas o a las de Fórmula 1!

Pero precisamente el deporte sirve para aclarar el límite de esta grandeza respecto a la del servicio. «En las carreras del estadio todos corren, más uno solo recibe el premio», dice San Pablo (1 Co 9,24). Basta con recordar lo que ocurre al término de una final de 100 metros lisos: el vencedor exulta, es rodeado de fotógrafos y llevado triunfalmente en volandas; todos los demás se alejan tristes y humillados. «Todos corren, más uno solo recibe el premio».

San Pablo extrae, sin embargo, de las competiciones atléticas, también una enseñanza positiva: «Los atletas -dice- se privan de todo; y eso ¡por una corona corruptible!; nosotros en cambio [para recibir de Dios la] corona incorruptible [de la vida eterna]». Luz verde, por lo tanto, a la nueva carrera inventada por Cristo en la que el primero es quien se hace último de todos y siervo de todos.


P. Raniero Cantalamessa

domingo, 6 de septiembre de 2015

CURAR NUESTRA SORDERA - MEDITACIÓN DEL EVANGELIO DE HOY DOMINGO 6 DE SEPTIEMBRE 2015


Curar nuestra sordera



Los profetas de Israel usaban con frecuencia la «sordera» como una metáfora provocativa para hablar de la cerrazón y la resistencia del pueblo a su Dios. Israel «tiene oídos pero no oye» lo que Dios le está diciendo. Por eso, un profeta llama a todos a la conversión con estas palabras: «Sordos, escuchad y oíd».

En este marco, las curaciones de sordos, narradas por los evangelistas, pueden ser leídas como "relatos de conversión" que nos invitan a dejarnos curar por Jesús de sorderas y resistencias que nos impiden escuchar su llamada al seguimiento. En concreto, Marcos ofrece en su relato matices muy sugerentes para trabajar esta conversión  en las comunidades cristianas.

El sordo vive ajeno a todos. No parece ser consciente de su estado. No hace nada por acercarse a quien lo puede curar. Por suerte para él, unos amigos se interesan por él y lo llevan hasta Jesús. Así ha de ser la comunidad cristiana: un grupo de hermanos y hermanas que se ayudan mutuamente para vivir en torno a Jesús dejándose curar por él.

La curación de la sordera no es fácil. Jesús toma consigo al enfermo, se retira a un lado y se concentra en él. Es necesario el recogimiento y la relación personal. Necesitamos en nuestros grupos cristianos un clima que permita un contacto más íntimo y vital de los creyentes con Jesús. La fe en Jesucristo nace y crece en esa relación con él.

Jesús trabaja intensamente los oídos y la lengua del enfermo, pero no basta. Es necesario que el sordo colabore. Por eso, Jesús, después de levantar los ojos al cielo, buscando que el Padre se asocie a su trabajo curador, le grita al enfermo la primera palabra que ha de escuchar quien vive  sordo a Jesús y a su Evangelio: «Ábrete».

Es urgente que los cristianos escuchemos también hoy esta llamada de Jesús. No son momentos fáciles para su Iglesia. Se nos pide actuar con lucidez y responsabilidad. Sería funesto vivir hoy sordos a su llamada, desoír sus palabras de vida, no escuchar su Buena Noticia,  no captar los signos de los tiempos, vivir encerrados en nuestra sordera. La fuerza sanadora de Jesús nos puede curar.


José Antonio Pagola

domingo, 23 de agosto de 2015

PALABRAS DE VIDA ETERNA - REFLEXIÓN DEL EVANGELIO DE HOY DOMINGO 23 DE AGOSTO 2015


Palabras de vida eterna



En estos domingos pasados se nos presentaba el “discurso de vida” de Jesús en que proclama lo que será la Eucaristía: su presencia real por amor a nosotros; una presencia tan real que le podemos comer, como el abrazo más íntimo que pudiéramos pensar. Y no sólo que le podemos comer, sino que lo debemos hacer si queremos tener la vida eterna. Esto es difícil entender cuando no se tiene fe o cuando se quieren entender los mensajes de Jesús según nos convenga a nosotros, con todos nuestros intereses materialistas, de orgullo, de poder, de comodidad, de egoísmo.

Esto es lo que pasó cuando Jesús hablaba. La gente se decía: “Duras son estas palabras”. Yo creo que no era sólo por lo de comer el Cuerpo de Jesús. Este comer su cuerpo llevaba consigo la entrega de nuestro ser en El y para bien de los hermanos. Llevaba consigo el aceptar una vida de servicio, no de triunfalismo, el buscar no sólo comer el Cuerpo de Jesús, sino dejarnos comer por los demás. Esto requería todo un desprendimiento de muchas cosas, pero sobre todo del egoísmo y del afán de riquezas, de poder, de lujo, de comodidades, para el bien de los demás. Por eso, cuando Jesús se dio cuenta de lo que pasaba, el murmullo y las primeras decepciones, lo explicó diciendo que en nosotros se da esa lucha entre la carne y el espíritu; y hay muchos que se dejan llevar por las tendencias de la carne despreciando al espíritu. Uno de ellos era uno de sus mismos discípulos, Judas. El evangelista lo expresa con claridad diciendo que estas palabras las había dicho Jesús por causa del traidor.

Entonces Jesús tuvo que plantearles claramente a sus discípulos: “También vosotros queréis marcharos?” Fue san Pedro, más voluntarioso, como otras veces, quien le responde: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna”. Esto se parece a lo que nos cuenta hoy la primera lectura, en tiempos de Josué, el sucesor de Moisés. Eran momentos difíciles para el servicio de Dios, porque muchos en el pueblo se habían dejado seducir del culto de los dioses en la tierra que conquistaban. Era un culto más atractivo, porque dejaba que la persona tuviera muchos vicios apetitosos a los sentidos, pero contrarios a la ley de Dios. Hasta que Josué tuvo que plantarse y con decisión decir al pueblo: “¿A qué dios queréis servir? Yo con mi familia serviremos al Señor”. Entonces el pueblo aceptó servir al Señor Dios que les había sacado de Egipto, no tanto por convicción de razones, sino por la energía y el ejemplo de aquel hombre que desgastaba su vida por el servicio a Dios y al bien del pueblo.

La comunión no es sólo un acto que puede ser más o menos bonito, un acto para quedar bien ante los demás o ante el mismo Dios. Es sobre todo un acto de fe. Al terminar la consagración, el sacerdote nos dice: “Este es el sacramento de nuestra fe”. Y cuando vamos a comulgar nos dice: ”El Cuerpo de Cristo”, y nosotros respondemos: “Amén”. Este amén es un acto de fe, diciendo que es verdad, que así lo creemos. Pero, como hemos visto otras veces, la fe no es sólo una creencia intelectual, sino que es sobre todo una entrega en las manos de Jesús. Es ponerse a su disposición para que vaya aceptando nuestro ser, de modo que nos asimilemos a su manera de ser.

En nuestro seguimiento a Cristo habrá muchos momentos en que nos parece todo bastante fácil y tranquilo; pero habrá otros momentos en que, sea por las pasiones internas o por las dificultades externas, todo se nos hace difícil y quizá hasta nos haga clamar: “Son muy difíciles los mensajes de Jesús”. Pero tengamos confianza especialmente cuando le recibimos en la comunión. No es que haya que ser santos para comulgar; basta que tengamos fe y mucha humildad para arrojarnos en los brazos de Cristo. Él tiene palabras de vida eterna. Es decir, que sus mensajes y su gloria no son para un instante, sino para siempre. Si le recibimos con esta fe, iremos viendo que nuestra vida cada vez un poco más se irá transformando en su vida y nos costará menos el servir a los demás, haciéndolo con el gozo y la libertad de Cristo Jesús.


P. Silverio Velasco (España)

jueves, 20 de agosto de 2015

LOS SÍMBOLOS DE LOS CUATRO EVANGELIOS





Los símbolos de los cuatro evangelistas
¿Por qué a los cuatro evangelistas se les representan como a un ángel, un león, un buey y un águila? 


Por: Redacción | Fuente: www.diocesisdecanarias.es 



Tradicionalmente se suele representar a los cuatro evangelistas mediante cuatro símbolos.
El orden en el que aparecen en el Nuevo Testamento son:
- El ángel (un hombre con alas): Mateo.
- El león: Marcos.
- El buey: Lucas.
- El águila: Juan.

Mateo se simbolizó con un ángel (un hombre con alas) porque su evangelio comienza con la lista de los antepasados de Jesús, el Mesías: Mt 1,1-16. Esta lista es de gran valor para este evangelio porque presenta a Jesús como hijo de David (el más importante de los reyes) e hijo de Abrahán (el padre del pueblo de Dios). Mateo quiere afirmar que Jesús lleva a su perfección la historia del pueblo. Esta lista de mensajes tiene tres períodos de generaciones (3=número perfecto), y cada uno de los períodos se compone de catorce generaciones (14=7+7, número perfecto). Las mujeres también juegan un papel importante en esta genealogía; se trata de Tamar, Rajab, la mujer de Urías (Betsabé) y María. Son mujeres comprometidas con la justicia. Por eso Mateo las incluye en la lista.

Marcos se simboliza con un león porque su evangelio comienza con la predicación del Bautista en el desierto, donde había animales salvajes. Su evangelio fue el primero en escribirse (en la década de los años 60 después de Cristo) y sirvió como texto de catequesis para los que se preparaban para recibir el bautismo. Es el evangelio más corto y el hecho de que comience presentando a Juan Bautista en el desierto es muy importante. Para el pueblo de la Biblia, el desierto representaba, entre otras cosas, el lugar donde se fraguan los nuevos proyectos. Esto es lo que hizo el pueblo de Dios cuando salió de la esclavitud de Egipto. Juan Bautista se da a conocer en el desierto, lo que pone de manifiesto que está preparando al pueblo para la gran novedad que supone la vida y las prácticas de liberación de Jesús. Partiendo de Am 3,8, podemos afirmar que la voz del león simboliza la voz de los profetas que denuncian la violación de los planes de Dios Ap 10,3. Por tanto, Juan Bautista es el profeta que denuncia la injusticia y que apunta a la novedad que aportará Jesús.

Lucas se ha simbolizado mediante un buey o un toro porque su evangelio comienza con la visión de Zacarías en el Templo, donde se sacrificaban animales como bueyes, terneros y ovejas. El evangelio de Lucas comienza y termina en el Templo; los Hechos de los apóstoles constituyen la segunda parte del evangelio de Lucas. Si en el evangelio encontramos el camino de Jesús, en los Hechos tenemos el camino de las comunidades que siguieron a Jesús. El libro de los Hechos termina llegando Pablo a Roma, ciudad que, para Lucas, representa "los confines del mundo".

Juan es representado por un águila, la mirada dirigida al sol, porque su evangelio se abre con la contemplación del Jesús-Dios: Jn 1,1. El evangelio de Juan fue el último en aparecer, y no se escribió en pocos días. Lo escribieron los discípulos de Juan. Una de las características del Jesús del evangelio de Juan es esta: el Maestro nos conoce a cada uno de nosotros mejor de lo que nos conocemos nosotros mismos: Jn 1,48. Poco más adelante dice que Jesús "no necesitaba que le informasen de nadie, pues él conocía muy bien el interior del hombre." (Jn 2,25). Los símbolos de cuatro evangelistas surgieron a partir de Ez 1,10. En Ap 4,6-10 hay cuatro vivientes con ese aspecto, pero no se refieren a los evangelistas.

viernes, 31 de julio de 2015

JESÚS CON LA SAMARITANA, UN ENCUENTRO MISERICORDIOSO


Jesús con la samaritana, un encuentro misericordioso
La samaritana andaba sedienta de paz, de felicidad, de vida. Había buscado, pero no había encontrado. 


Por: P. Eusebio Gómez Navarro | Fuente: Catholic.net 




Un hombre se perdió en el desierto. Estaba a punto de perecer de sed, cuando aparecieron algunas mujeres donde él. Él les pidió agua, pero ellas discutían entre sí en qué darle el agua, si en jarra de plata o de oro. Mientras discutían las mujeres, el hombre agonizaba por falta de agua.

En la vida nos ocurre con frecuencia lo mismo. Mientras hay muchas personas que mueren de hambre o de sed, hablamos de cosas que no tienen importancia y lo más trágico es que nosotros mismos desfallecemos sin saberlo.

La vida está amasada de encuentros y desencuentros. El Evangelio está lleno de encuentros de Jesús con distintas personas: Nicodemo, Jairo, Zaqueo, la hemorroísa, el centurión, la mujer cananea, la pecadora, el ciego de Jericó, los pescadores del lago, los doce, los 72 discípulos, los hermanos de Betania, la gente.

También acompaña al grupo de los 72 discípulos para prepararlos para la misión.

Jesús y la Samaritana (Jn 4, 42). Jesús toma la iniciativa y enfrenta a la mujer con su verdad. No la condena y la invita a una adhesión personal a Cristo. Me quiero detener en una reflexión de este encuentro.

La Samaritana es una mujer. Cincuenta años después de Cristo, el historiador judío Flavio Josefo, que vivió en ambiente romano, afirma que, en general, el pensamiento hebreo acerca de la unión matrimonial: “La mujer es inferior al hombre en todo". En las plegarias de los hebreos el hombre daba gracias a Dios por no haber nacido infiel, mujer, esclavo o ignorante.
Jesús se relaciona con la mujer con una atención afectuosa y la ennoblece haciéndola, en alguna forma, protagonista de sus enseñanzas de salvación. Habla con la Samaritana (Jn 4, 1-42); cuando los discípulos de regreso de buscar alimentos en la aldea vecina, encuentran a Jesús sentado en el pozo hablando con una mujer de Samaria,"se sorprendieron de que hablara con una mujer”.

San Juan (4,5-42) nos relata el encuentro de la samaritana con el Señor. Llegó una mujer samaritana a sacar agua del pozo de Jacob. Esta mujer se sentía sin horizonte, sola, angustiada, sin saber por qué vivía, sufría, buscaba felicidad y no la encontraba. Acudía cada día al pozo para saciar su sed y la de los suyos. Bebían, pero volvían a tener sed. La sed de la samaritana es búsqueda e insatisfacción. La samaritana andaba sedienta de paz, de felicidad, de vida. Había buscado, pero no había encontrado; había perdido sus raíces, no sabía de dónde venía ni a dónde iba. No se resignaba a seguir bebiendo del agua turbia.

Y allá estaba, Jesús, “cansado del camino, sentado junto al manantial”, esperando a la samaritana, pues siempre es Jesús el que salía al encuentro de los pecadores y sedientos. "Antes me muero de sed que pedirle un vaso de agua", se dice en algunos sitios. Sin embargo Jesús se adelanta y pide a una samaritana, de otra cultura enemiga: "Dame de beber". Jesús se hace el encontradizo con aquella mujer en la vida de cada día, junto al pozo, allí donde la mujer va a sacar agua para su casa. Y Jesús es el agua viva, esa que apaga la sed para siempre, comienza la conversación mendigando un sorbo de agua a la mujer. La mujer pone dificultades. Y Jesús dice: "el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna". La revelación progresiva del mismo Cristo: "yo soy", el Mesías, el que habla contigo. El que beba del agua que yo le daré...
En el diálogo con la samaritana, Jesús la va llevando del agua material al agua del Espíritu. Jesús habla a la samaritana de adorar al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que le den culto así. Dios es espíritu, y los que le dan culto deben hacerlo en espíritu y verdad (Jn, 4, 21-24).

Después del encuentro con Cristo, la samaritana se transforma, deja su cántaro y corre entusiasmada al pueblo y va diciendo a todos: “Venid a ver a un hombre”, que es el Hijo del hombre, el Mesías que esperamos. Muchos de los samaritanos fueron y creyeron en él por la palabra de la mujer, que daba testimonio. Y los samaritanos confesaron su fe: "Ya no creemos por lo que tú dices, nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es de verdad el Salvador del mundo" (Jn 4,42).

Lo sucedido con la samaritana se repite en nuestra vida. San Agustín también conocía la sed , hastiado al fin de tanta aventura tras el placer, la sabiduría y la belleza dijo : “Nos hiciste, Señor, para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti”. Porque tanto la sed de la samaritana como la de Agustín eran , inconscientemente, sed de Dios. Dice Cabodevilla: “Cualquier forma de sed es sed de Dios”.

También nosotros tenemos sed, sed de felicidad, de éxitos, de verdad, de amor, de plenitud, de vida; el que no tiene sed, no busca fuentes de agua. El doctor Alexis Carrel escribió: “El ser humano tiene necesidad de Dios, como del agua y del oxígeno”. Realmente tiene más necesidad aún, al menos en un orden ontológico. San Agustín, dirigiéndose a Dios, le dice: “Quiere alabarte el hombre, pequeña parte de tu creación. Tú mismo le provocas a ello, haciendo que se deleite en alabarte, porque nos has hecho para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti”.

Uno de los símbolos más frecuentes en la historia de la salvación es el agua. El agua es una necesidad vital y permanente, tanto para los hombres como para los animales y las plantas. El agua limpia, purifica, es vida, aunque en ocasiones es desgracia, destrucción y muerte, en las tormentas y las inundaciones… Desde el diluvio hasta el bautismo, pasando por la roca del Horeb, el agua se asocia en la Biblia a la presencia del Espíritu de Dios, que purifica, da vida y recrea, como el agua, elemento tanto más estimable en tierras cálidas y secas. El pueblo de Dios esperaba que en los tiempos mesiánicos se concedería en abundancia el don del Espíritu. En el Nuevo Testamento es el evangelio de san Juan el que insiste más en esta relación entre el agua y el Espíritu Santo.

domingo, 19 de julio de 2015

EL PASTOR NO DESCANSA


El Pastor no descansa



El domingo pasado veíamos cómo Jesús envía a sus apóstoles a predicar de dos en dos por aquellos pueblos cercanos. Hoy consideramos la vuelta. Vuelven contentos por la labor realizada. Han visto cómo los demonios se alejaban, especialmente por la conversión de muchos a quienes predicaban lo que ellos habían aprendido de las enseñanzas de Jesús. Pero también estaban cansados. Jesús, lleno siempre de bondad y misericordia les propone tener unas vacaciones. Para ello suben a la barca para pasar a la otra orilla, que era lugar más solitario a fin de poder examinar y evaluar todo lo que habían realizado en aquellos días de predicación.

Las vacaciones son muy buenas o, como podemos decir de todas las cosas de la tierra, pueden ser buenas, como también pueden desvirtuarse. Desgraciadamente hay cristianos que en tiempo de vacaciones se apartan de las cosas de Dios, porque se entregan al desenfreno y quizá a los vicios. Decía el papa San Juan Pablo II que las vacaciones sirven para “redescubrir los auténticos valores del espíritu”. Lo que pasa, decía, es que muchas veces “se quema el espíritu por la disipación y la simple diversión”. Pero, decía: “pueden convertirse en una ocasión propicia para volver a dar aliento a la vida interior”. Así que buena es una sana recreación y esparcimiento, pero dejando espacio para la oración, las buenas lecturas, sin olvidar la participación en los sacramentos, especialmente la Eucaristía en el día del Señor.

El caso es que la gente, que ansiaba escuchar la palabra de Jesús, cuando les vio marcharse en la barca, se fueron deprisa por la orilla, y cuando llegó Jesús con los apóstoles, vio que había una gran multitud deseando escucharle. Se terminaron las vacaciones. Una gran cosa es saber cambiar de planes, adaptándose a las nuevas circunstancias. A veces encontramos personas que o nunca pueden tener vacaciones por sus ocupaciones como pasa con muchas familias pobres, o no quieren tenerlas, como pasa con personas religiosas muy entregadas a su vida de convento o a labores apostólicas. De todas las maneras podemos considerar, como vacaciones necesarias para todos, los momentos que debemos tener de oración y tranquilidad con Dios, como Jesús que se solía retirar solo a orar. La misa del domingo podemos aceptarla como un pequeño retiro con Jesús para revisar nuestra vida.

Jesús se compadeció de la gente porque les vio “como ovejas sin pastor”. Jesús actúa como un verdadero pastor. No pierde la calma, sino que “con calma” se pone a predicar. No nos dice san Marcos qué es lo que predicaría. Cuando es así, se supone que principalmente expondría el “Reino de los cielos”, como dice al principio de su evangelio, Reino que ya se da aquí al aceptar el amor de nuestro Padre Dios y al realizar ese amor en la concordia y hermandad entre todos nosotros.

En la Iglesia es necesaria la formación de “pequeños grupos”, pero también la dedicación a la multitud. A veces es difícil el equilibrio y puede haber tensiones y problemas. Jesús predicaba a la multitud, pero muchas veces se reunía a solas con los discípulos, porque les tenía que enseñar más profundamente lo que hablaba para todos. Así nosotros aprovechemos lo que es para todos y los encuentros más íntimos.


P. Silverio Velasco (España)

viernes, 10 de julio de 2015

DIOS ESTÁ CERCA DEL DOLOR


Dios está cerca del dolor
El hombre puede afrontar su sufrimiento de diversas formas: desesperación, rabia, escepticismo, odio...


Por: P. José Luis Richard | Fuente: Catholic.net 




El Evangelio nos dice: Después de que llegaron al lugar llamado Calvario, ahí lo crucificaron... El laconismo no puede ser mayor. Pero ¡cuánto dolor hay detrás de estas palabras! Dolor de la humillación de ser el espectáculo del pueblo, el hazmerreír de la chusma. Dolor del pudor que siente que le arrancan los vestidos y la piel. Dolor de la sien que parece estallarle. Dolor de los clavos que penetran bajo sordos golpes del martillo y taladran hasta abrir hilos de sangre en las manos y en los pies. Dolor al ver a la Madre destrozada por la angustia. Dolor de ver la ingratitud a su amor. Dolor de conocer la esterilidad de su sacrificio en tantas almas...

Quien sufre -y a todo hombre le llega su momento, porque el dolor es la herencia del pecado- puede afrontar su sufrimiento de diversas formas: desesperación, rabia, escepticismo, odio... Otros sencillamente se resignan sin comprender jamás ni el porqué ni el para qué de su sufrimiento. Y Cristo nos deja clara la razón: el dolor por obediencia redentora.

Si miramos sin fe la cruz de Cristo, como si miramos el dolor humano desde un punto de vista meramente natural, sólo hallaremos como respuesta el absurdo.

Pero muy por encima del existencialismo desesperado de la vida, brilla la luz del misterio. Nadie me arrebata mi vida, sino que la entrego yo mismo... Éste es el mandato que recibí de mi Padre (Jn 10, 18). Ahí está la clave para comprender a Cristo crucificado y toda su doctrina y obra. Va al dolor y a la misma muerte con plena conciencia y con la más absoluta libertad. No ofrece una obediencia pasiva y resignada, "porque no hay otra alternativa", sino voluntaria y cumplida con perfección en el detalle: hasta sus últimas consecuencias. Y esto, a pesar de todo el dolor que le desgarra... Se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz (Fil 2, 8).

Sólo a la luz de esa obediencia amorosa se comprende la muerte de Cristo. Y porque ha obedecido, dirige la mirada a su Padre con confianza. Ha terminado su obra, ha llegado al final a pesar de todas las dificultades, a pesar de la cruz y de la muerte. Y en sus últimas palabras alcanzamos a percibir que es tal su amor, tanta la paz que invade su ser después de haber consumado la Redención, que el sufrimiento, el dolor y la muerte no tienen ya ningún poder sobre Él: En tus manos, Padre, encomiendo mi espíritu.

Dios está cerca del dolor, sea moral o físico, pues Él en Jesucristo también se quiso identificar con el sufrimiento humano, escogiendo la cruz para salvarnos. Por eso, el sufrimiento nos purifica, nos hace más agradables a Dios, nos educa en la recta apreciación de la vida humana y del sentido de la misma.

domingo, 21 de junio de 2015

DIOS NUNCA DUERME


Dios nunca duerme


Jesús había estado el día predicando y caminando, y estaba cansado. Subió a una barca con los discípulos para pasar a la otra orilla y se quedó dormido. Con ello nos muestra su humanidad. El estar dormido significa salud y que estaba cansado. Y siguió dormido a pesar de que se levantó una gran tempestad. Tan grande que los apóstoles, que sabían de barcas y de tormentas, estaban llenos de miedo. Quizá, si Jesús hubiese estado despierto, no hubieran tenido tanto miedo; pero ahora le gritan, y Jesús les pide calma, apaciguando la tempestad. Ya habían asistido a otros milagros de Jesús; pero este calmar a la naturaleza les llena de una nueva admiración.

A veces Jesús hace algunos, pocos, milagros sólo para los apóstoles, con el fin de confirmar su fe. Es lo mismo como cuando a ellos en particular les explicaba con mayor detalle algunas de las parábolas. Pues iban a ser ellos los que enseñarían la fe al mundo, en medio de dificultades y persecuciones.

Podemos aplicar este milagro a lo que nos sucede a nosotros y lo que sucede en la Iglesia. Somos como una barca que va en este mundo en medio de grandes  dificultades. Sabemos que esta vida no es la definitiva. Por eso hay dificultades que provienen de esa misma limitación y por lo tanto no son buenas ni malas. Todo dependerá de nuestra actitud. Hay otras dificultades que provienen de nuestra propia mala voluntad y muchas veces de otras malas voluntades. El hecho es que encontramos problemas que parecen superar nuestras fuerzas y  posibilidades, agitando nuestro espíritu y quitándonos la paz. A veces no son dificultades demasiado grandes, sino pequeñas y simples cosas de cada día, que nos quitan la calma o por lo menos no nos permiten tener el corazón suficientemente sereno para la oración.

Y Dios parece dormido. Aunque en realidad Dios nunca duerme, sino que somos nosotros los que nos dormimos en el caminar cristiano y no vemos la presencia de Dios, porque estamos demasiado apegados a lo material. La verdad es que a veces vemos todo demasiado oscuro. Y hasta creemos que Dios se porta mal con nosotros, que no es justo y hasta que nos trata con crueldad.

A veces es necesario algo grande en la vida, aunque creamos que nos hace daño, para acercarse a Dios. Jesús nos enseñó más la cara amable de Dios, el Padre bueno. Aun así muchas veces nos parece que está dormido. En esos casos debemos gritar, porque Dios siempre está despierto, nos quiere y está dispuesto para ayudarnos. Los salmos frecuentemente nos dicen que Dios atiende al clamor de los atribulados.

A través de las enseñanzas de los santos padres, la Iglesia que marcha en la historia hacia Dios, es representada por la barca agitada por las olas. Ya les había dicho Jesús a los apóstoles que iban a sufrir dificultades y persecuciones. Y cuando san Marcos escribió su evangelio, aunque fue el primero, la Iglesia ya era la barca agitada por persecuciones. Después, a través de la historia, ha habido profetas falsos que han vaticinado la ruina total o el hundimiento definitivo de la Iglesia. No sólo se debía a falta de fe en la presencia continua de Jesucristo, sino a cortedad de visión, porque la Iglesia es universal y suele suceder que, si se afloja por una zona, por otra se reafirma. Muchas veces sólo se fijan en los “escándalos” y los pecados, cuando en realidad hay muchísimos santos, que en lo oculto, sostienen y dan la gloria a Dios.

Cuando nos cueste encontrar respuestas a muchos interrogantes de la vida, vayamos a Dios Padre, que nos ama, a Jesús que siempre permanece bien despierto en la Iglesia y al Espíritu de Amor que con sus dones hará que no se pierda la paz del alma, que proviene del espíritu unido a Dios por la fe y el amor.


© P. Silverio Velasco (España)

viernes, 12 de agosto de 2011

LO QUE DIOS UNIÓ NO LO SEPARE EL HOMBRE


LO QUE DIOS UNIÓ, NO LO SEPARE EL HOMBRE 

¿Qué pensaría Jesús de todos los que hoy aprueban el divorcio? Como en aquella ocasión, les ayudaría a entender qué es realmente el matrimonio y luego les enseñaría a defenderlo contra todos los ataques.

El matrimonio cristiano no es sólo una convivencia entre un hombre y una mujer que se quieren. Es mucho más. Es un sacramento, es decir, algo sagrado y querido por Dios. Luego es compartir un proyecto de vida para alcanzar la felicidad en esta vida. Pero si no hay proyecto, si no hay amor verdadero, si los hijos son un estorbo y no una alegría... ¿qué tipo de matrimonio es ese? Seguramente conocerás alguna pareja que haya dejado morir el amor, por pura rutina, por no saber que el matrimonio es una experiencia cargada de pequeños detalles, de gestos: un regalo, una sonrisa, una comida inesperada, una oración en familia... ¡Hay tantos medios para caldear el amor en el matrimonio!

Lo que Dios ha unido no debe separarse, porque un divorcio, en lugar de traer paz, trae mayor amargura y dolor, destrozando también la felicidad que merecen los hijos. Es siempre mejor intentar sacar adelante los problemas familiares que sucumbir ante ellos. Además contamos con la ayuda de Dios y de los consejeros que ha puesto a nuestra disposición (un sacerdote, una religiosa, un catequista, etc.)

lunes, 11 de julio de 2011

CÓMO OFRECER EL EVANGELIO

Cómo ofrecer el Evangelio
Autor: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net
El mundo ha levantado mil barreras al Evangelio. No tienen ni tiempo ni deseos de escuchar la noticia que cambia: Cristo me amó y se entregó a sí mismo por mí.
 

Cómo ofrecer el Evangelio

La fe surge desde el don de Dios y desde la libertad de cada uno. No puede ser impuesta, ni se consigue por los méritos personales. No se  gana como un premio, ni se conserva gracias a las cualidades que uno tenga.

La fe, además, es dinámica. No podemos acoger un regalo tan grande sin sentir, dentro del alma, el deseo de compartirlo a otros. Quisiéramos que familiares, amigos, compañeros de trabajo, personas que conocemos, puedan abrir sus corazones, encontrar a Cristo, recibir el don de Dios, dar un sí que les introduzca en la familia de los creyentes. De este modo, llegarán a ser parte del Cuerpo de Cristo, de la Iglesia.

Pero el mundo ha levantado mil barreras al Evangelio. Unos simplemente no tienen ni tiempo ni deseos de escuchar la noticia que cambia: Cristo me amó y se entregó a sí mismo por mí (cf. Ga 2,20). Otros están aturdidos por los placeres, por las riquezas, por las preocupaciones de este mundo (cf. Lc 8,14).

Otros tienen miedo: miedo a ser ridiculizados, relegados, criticados, incluso despedidos y castigados (cf. Lc 8,13). Para evitar problemas en este breve tiempo dejan de lado el ofrecimiento más importante: el bautismo que salva (cf. 1Pe 3,21).

Mientras, el tesoro sigue escondido en un campo, la perla no ha sido descubierta (cf. Mt 13,44-46). Miles de corazones siguen tras placeres de espejismo, tras drogas para los corazones o para los cuerpos. Se dejan atrapar por la avaricia o la soberbia.

¿Cómo podemos ofrecer el Evangelio? ¿Cómo conseguir que la luz que ilumina a todo hombre llegue a más corazones (cf. Jn 1,9)?

Ante nuestra pequeñez, ante la gran cantidad de dificultades, sentimos la urgencia de rezar a Dios para pedirle que nos haga mensajeros convencidos, enamorados, coherentes, de su Evangelio. Para suplicarle que nos permita hablar con nuestros actos, con nuestra integridad, con nuestra alegría, con nuestra justicia. Para que nos dé fuerzas para que el amor esté siempre encendido, como lámpara que brilla sobre los techos (cf. Mt 5,15-16).

Así será posible que pronto, muy pronto, otros hombres y mujeres puedan confesar que Cristo Jesús es el Señor, para gloria de Dios Padre (cf. Flp 2,11).

domingo, 3 de julio de 2011

SER MANSOS Y HUMILDES...


SER MANSOS Y HUMILDES...

Hoy nos trae el evangelio palabras muy hermosas de Jesús. Hay dos partes o dos temas: una oración agradecida y una invitación a seguirle en la humildad y en la  mansedumbre. Jesús pronuncia una oración; pero no es para pedir nada, sino para dar gracias a su Padre del cielo. Da gracias por algo que está constatando por experiencia: y es que los mensajes de salvación, que predica, lo captan los pobres y sencillos, mientras que los “sabios y entendidos” no lo llegan a entender. Estos son los que creen que no necesitan nada, que lo tienen todo solucionado, y sin embargo están aprisionados por el egoísmo, por los vicios, por la autosuficiencia.

Dios se revela principalmente a los sencillos, a los que tienen el corazón de pobre, porque no dejan que el egoísmo les prive la claridad de su mirada para percibir la naturaleza del Reino de Dios. No quiere decir que por el hecho de ser pobre u oprimido esté uno ya en el Reino de Dios; sino que las riquezas, sabiduría y grandeza, según el mundo, pueden constituir un grave obstáculo para el Reino de Dios, y que los pobres están en mejor condición de escuchar su mensaje.

Jesús da gracias a su Padre porque ve que hay muchas personas sencillas que captan en su corazón, con propósito de ponerlo en práctica, los mensajes del evangelio, mientras que la gente orgullosa se aparta. Cuando un predicador predica la palabra de Dios, si lo hace con humilde y sincero corazón, debería dar gracias a Dios, porque siempre hay alguna persona sencilla que está aceptando esa palabra.

Algo que los orgullosos judíos no querían comprender del mensaje de Jesús es sobre el sentido de Dios Amor y la salvación por medio de un Mesías sencillo y humilde. Los judíos siempre habían pensado que el Mesías debía ser triunfante y nacionalista, al estilo del rey David, o diplomático y rico como Salomón. Pero ya el profeta Zacarías, habla del Mesías, que se distingue por la humildad, la justicia y la paz. Esas características de Mesías humilde y pacífico se las atribuye Jesús a sí mismo y son signos del Reino de Dios, de modo que sus discípulos se deberán distinguir por esas virtudes, y el proyecto del Reino estará más al alcance de los pobres y de los excluidos.

Después Jesús hace una invitación para acoger a los que están fatigados y cargados. Y nos dice que su yugo es suave y su carga ligera. Para los que ven las opciones o exigencias evangélicas desde fuera, sin fe, es muy posible que estas cargas las vean abominables o insufribles; pero para quien tiene fe y se adentra en el mensaje de Jesús y lo acepta con amor, la paz y la mansedumbre se hacen más suaves, con la misma ayuda del Señor.

El yugo que Jesús impone no es ligero porque sea menos exigente, como si se tratase de una moralidad muy permisiva, sino porque El hace ligero el peso con su solidaridad y su participación. El es el primero entre los pobres, los sencillos y los mansos. Es el primero que carga con la cruz y hace más soportable al que le sigue en cercanía.

Ser manso significa ser violento con uno mismo, pero suave con los demás. Es saber vencer el egoísmo y odio que surge en el corazón para llenarlo de amor. Muchas veces echamos cargas sobre los demás. La actitud del discípulo de Cristo es ir quitando cargas o ayudando a sobrellevarlas. Es la ley del amor.

La misa del domingo debería ser como un descanso en Jesús. Es un acudir a Jesús en medio de las dificultades y cansancios de la semana para recibir paz en el alma. Hay ocasiones en que se pierde o disminuye el sentido de la vida. Nuestra fe nos dice que en la Eucaristía está Jesús presente. El es nuestra paz, es el descanso para el alma. No se trata de que se quiten los problemas, que quizá sigan, sino de poner amor en medio de esos problemas. Y al mismo tiempo que sirva para darle gracias a Dios por tantas cosas buenas que nos da continuamente.

Enviado por el P. Silverio Velasco (España)

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...