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sábado, 23 de enero de 2016

MADRE, DANOS TU MIRADA


¡Madre, danos tu mirada!
Tenemos necesidad de su mirada de ternura, de su mirada materna que nos conoce, de su mirada llena de compasión y cuidado.


Por: SS Francisco | Fuente: Catholic.net 




Fragmento de la homilía del Papa Francisco en la Santa Misa en el Santuario de Nuestra Señora de Bonaria. 22 septiembre 2013 

En (Cfr. Hc 1, 12-14) nos muestra a María en oración en el Cenáculo, junto a los Apóstoles, en espera de la efusión del Espíritu Santo (Cfr. Hc 1, 12-14). María reza, reza junto a la Comunidad de los Discípulos y nos enseña a tener plena confianza en Dios, en su misericordia. ¡La potencia de la Oración! No nos cansemos de llamar a la puerta de Dios. ¡Llevemos al corazón de Dios a través de María, toda nuestra vida, cada día!

Jesús nos confía a la custodia materna de su Madre, en cambio, en el Evangelio, acogemos sobre todo la última mirada de Jesús hacia su Madre. Desde la cruz, Jesús mira a su Madre y a ella le confía el Apóstol Juan, diciendo: "Éste es tu Hijo". En Juan estamos todos, también nosotros, y la mirada de Amor de Jesús nos confía a la custodia materna de su Madre. María habrá recordado otra mirada de Amor, cuando era una jovencita: la mirada de Dios Padre, que había mirado su humildad, su pequeñez. María nos enseña que Dios no nos abandona, puede hacer grandes cosas también con nuestra debilidad. ¡Tengamos confianza en Él! Llamemos a la puerta de su corazón.

Encontremos la mirada de María, porque allí está el reflejo de la mirada del Padre que la hace Madre de Dios, y la mirada del Hijo desde la cruz, que la hace Madre nuestra. Y con aquella mirada hoy María nos mira.

Tenemos necesidad de su mirada de ternura, de su mirada materna que nos conoce mejor que cualquier otro, de su mirada llena de compasión y de cuidado. María, hoy queremos decirte: ¡Madre, danos tu mirada! Tu mirada nos lleva a Dios, tu mirada es un don del Padre bueno, que nos espera en cada encrucijada de nuestro camino. Es un don de Jesucristo en la cruz, que carga sobre sí nuestros sufrimientos, nuestras fatigas, nuestros pecados. Y para encontrar este Padre, lleno de amor, hoy le decimos: ¡Madre, danos tu mirada! Lo decimos todos juntos: ¡Madre, danos tu mirada!

En el camino, muchas veces difícil, no estamos solos, somos tantos, somos un pueblo, y la mirada de la Virgen, nos ayuda a mirarnos entre nosotros de modo fraterno. ¡Mirémonos de un modo más fraterno! María nos enseña a tener esa mirada que busca acoger, acompañar, proteger. ¡Aprendamos a mirarnos, los unos a los otros, bajo la mirada materna de María! Hay personas que instintivamente no tenemos en cuenta, y que sin embargo tienen más necesidad: los más abandonados, los enfermos, aquellos que no tienen de qué vivir, aquellos que no conocen a Jesús, los jóvenes que están en dificultad, que no tienen trabajo. No tengamos miedo de salir y mirar a nuestros hermanos y hermanas con la mirada de la Virgen. Ella nos invita a ser verdaderos hermanos. Y no permitamos que alguna cosa o alguno se interponga entre nosotros y la mirada de la Virgen.

¡Madre, danos tu mirada! ¡Que ninguno nos esconda tu mirada! Nuestro corazón de hijos sepa defenderla de tantas palabras que prometen ilusiones; de aquellos que tienen una mirada ávida de vida fácil, de promesas que no se pueden cumplir. Que no nos roben la mirada de María, que está llena de ternura. Que nos da fuerza, que nos hace solidarios entre nosotros. Digamos todos: ¡Madre, danos tu mirada!

viernes, 22 de enero de 2016

OFRENDA DE CARIÑO


Ofrenda de cariño


San Juan Bosco decía a los jóvenes: “Amad, honrad, servid a María. Procurad hacerla conocer, amar y honrar por los demás. No sólo no perecerá un hijo que haya honrado a esta madre, sino que podrá aspirar también a una gran corona en el cielo”. Aquí tienes la cariñosa letra de una canción mariana.

¡Oh Señora y Madre mía!, con filial cariño vengo
a ofrecerte, en este día, cuanto soy y cuanto tengo:
mis ojos para mirarte, mi voz para bendecirte,
mi vida para servirte, mi corazón para amarte.

Acepta, Madre, este don que te ofrenda mi cariño,
y guárdame como a un niño cerca de tu corazón.
Aunque el dolor me taladre y haga de mí un crucifijo,
que yo sepa ser tu hijo, que sienta  que eres mi Madre.

En la dicha, en la aflicción, en mi vida, en mi agonía,
mírame con compasión, no me dejes, Madre mía. Amén.

“María nos asegura –dice Don Bosco- que si somos devotos suyos, nos tendrá como hijos suyos, nos cubrirá con su manto, nos colmará de bendiciones en este mundo para obtenernos después el Paraíso. Si la amamos como hijos, ella nos defenderá como madre potente y llena de misericordia”. Que vivas cada día cercano a María con filial afecto.


* Enviado por el P. Natalio

lunes, 21 de diciembre de 2015

MARÍA, UN MISTERIO


María, un misterio
¿Cómo decirlo todo sin inventar nada, cuando sabemos tan poco de ella, pero ese poco que sabemos es tan vertiginoso?


Por: José Luis Martín Descalzo | Fuente: Vida y misterio de Jesús de Nazaret 




Sí, un misterio que invita más a llorar de alegría que a hablar. ¿Cómo hablar de María con la suficiente ternura, con la necesaria verdad? ¿Cómo explicar su sencillez sin retóricas y su hondura sin palabrerías? ¿Cómo decirlo todo sin inventar nada, cuando sabemos tan poco de ella, pero ese poco que sabemos es tan vertiginoso? Los evangelios -y es lo único que realmente conocemos con certeza de ella- no le dedican más allá de doce o catorce lineas. ¡Pero cuántos misterios y cuánto asombro en ellas!

Sabemos que se llamaba María (Mirjam, un nombre al que la piedad ha buscado más de sesenta interpretaciones, pero que probablemente significa sólo «señora»); sabemos que era virgen y deseaba seguir siéndolo, y que -primera paradoja- estaba, sin embargo, desposada con un muchacho llamado José: sabemos que estaba «llena de gracia» y que vivió permanentemente en la fe... Es poco, pero es ya muchísimo.

Estaba «llena de gracia». Más: era «la llena de gracia». El ángel dirá «llena de gracia» como quien pronuncia un apellido, como si en todo el mundo y toda la historia no hubiera más "llena de gracia" que ella. Y hasta los escrituristas insisten en el carácter pasivo que ahí tiene el verbo llenar y piensan que habría que traducirlo -con perdón de los gramáticos- «llenada de gracia». Era una mujer elegida por Dios, invadida de Dios, inundada por Dios. Tenia el alma como en préstamo, requisada, expropiada para utilidad pública en una gran tarea.

No quiere esto decir que su vida hubiera estado hasta entonces llena de milagros, que las varas secas florecieran de nardos a su paso o que la primavera se adelgazara al rozar su vestido. Quiere simplemente decir que Dios la poseía mucho más que el esposo posee a la esposa. El misterio la rodeaba con esa muralla de soledad que circunda a los niños que viven ya desde pequeños una gran vocación. No hubo seguramente milagros en su infancia, pero sí fue una niña distinta, una niña «rara». O más exactamente: misteriosa. La presencia de Dios era la misma raíz de su alma. Orar era, para ella, respirar, vivir.

Seguramente este mismo misterio la torturaba un poco. Porque ella no entendía. ¿Cómo iba a entender? Se sentía guiada, conducida. Libre también, pero arrastrada dulcemente, como un niño es conducido por la amorosa mano de la madre. La llevaban de la mano, eso era.



Muchas veces debió de preguntarse por qué ella no era como las demás muchachas, por qué no se divertía como sus amigas, por qué sus sueños parecían venidos de otro planeta. Pero no encontraba respuesta. Sabía, eso sí, que un día todo tendría que aclararse. Y esperaba.

Esperaba entre contradicciones. ¿Por qué -por ejemplo- había nacido en ella aquel «absurdo» deseo de permanecer virgen? Para las mujeres de su pueblo y su tiempo ésta era la mayor de las desgracias. El ideal de todas era envejecer en medio de un escuadrón de hijos rodeándola «como retoños de olivos» (Sal 127, 3), llegar a ver «los hijos de los hijos de los hijos» (Tob 9, 11). Sabía que «los hijos son un don del Señor y el fruto de las entrañas una recompensa» (Sal 126, 3). Había visto cómo todas las mujeres bíblicas exultaban y cantaban de gozo al derrotar la esterilidad. Recordaba el llanto de Jefté y sus lamentos no por la pena de morir, sino por la de morir virgen, como un árbol cortado por la mitad del tronco.

Sabía que esta virginidad era aún más extraña en ella. ¿No era acaso de la familia de David y no era de esta estirpe de donde saldría el Salvador? Renunciando a la maternidad, renunciaba también a la más maravillosa de las posibilidades. No, no es que ella se atreviera siquiera a imaginarse que Dios podía elegirla para ese vertiginoso prodigio -"yo, yo» pensaba asustándose de la simple posibilidad- pero, aunque fuera imposible, ¿por qué cerrar a cal y canto esa maravillosa puerta?

Sí, era absurdo, lo sabía muy bien. Pero sabía también que aquella idea de ser virgen la había plantado en su alma alguien que no era ella. ¿Cómo podría oponerse? Temblaba ante la sola idea de decir «no» a algo pedido o insinuado desde lo alto. Comprendía que humanamente tenían razón en su casa y en su vecindario cuando decían que aquel proyecto suyo era locura. Y aceptaba sonriendo las bromas y los comentarios. Sí, tenían razón los suyos: ella era la loca de la familia, la que habla elegido el «peor» partido. Pero la mano que la conducía la había llevado a aquella extraña playa.

Por eso tampoco se opuso cuando los suyos decidieron desposarla con José. Esto no lo entendía: ¿Cómo quien sembró en su alma aquel ansia de virginidad aceptaba ahora que le buscasen un esposo? Inclinó la cabeza: la voluntad de Dios no podía oponerse a la de sus padres. Dios vería cómo combinaba virginidad y matrimonio. No se puso siquiera nerviosa: cosas más grandes había hecho Dios. Decidió seguir esperando.

El saber que era José el elegido debió de tranquilizarla mucho. Era un buen muchacho.

Ella lo sabía bien porque en Nazaret se conocían todos. Un muchacho «justo y temeroso de Dios», un poco raro también, como ella. En el pueblo debieron de comentarlo: «Tal para cual». Hacían buena pareja: los dos podían cobijarse bajo un mismo misterio, aquel que a ella la poseía desde siempre.

¿Contó a José sus proyectos de permanecer virgen? Probablemente no. ¿Para qué? Si era interés de Dios el que siguiera virgen, él se las arreglarla para conseguirlo. En definitiva, aquel asunto era más de Dios que suyo. Que él lo resolviera. Esperó...

domingo, 20 de diciembre de 2015

MEDITACIÓN SOBRE LA VISITA DE MARÍA SANTÍSIMA A SU PRIMA SANTA ISABEL

En el misterio de la Visitación, 
el preludio de la misión del Salvador
Catequesis mariana
Santo Padre Juan Pablo II
2 de octubre de 1996



En el relato de la Visitación, san Lucas muestra cómo la gracia de la Encarnación, después de haber inundado a María, lleva salvación y alegría a la casa de Isabel. El Salvador de los hombres oculto en el seno de su Madre, derrama el Espíritu Santo, manifestándose ya desde el comienzo de su venida al mundo.

El evangelista, describiendo la salida de María hacia Judea, use el verbo anístemi, que significa levantarse, ponerse en movimiento. Considerando que este verbo se use en los evangelios pare indicar la resurrección de Jesús (cf. Mc 8, 31; 9, 9. 31; Lc 24, 7.46) o acciones materiales que comportan un impulso espiritual (cf. Lc 5, 27¬28; 15, 18. 20), podemos suponer que Lucas, con esta expresión, quiere subrayar el impulso vigoroso que lleva a María, bajo la inspiración del Espíritu Santo, a dar al mundo el Salvador.

El texto evangélico refiere, además, que María realice el viaje "con prontitud" (Lc 1, 39). También la expresión "a la región montañosa" (Lc 1, 39), en el contexto lucano, es mucho más que una simple indicación topográfica, pues permite pensar en el mensajero de la buena nueva descrito en el libro de Isaías: "¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae buenas nuevas, que anuncia salvación, que dice a Sión: 'Ya reina tu Dios'!" (Is 52, 7).

Así como manifiesta san Pablo, que reconoce el cumplimiento de este texto profético en la predicación del Evangelio (cf. Rom 10, 15), así también san Lucas parece invitar a ver en María a la primera evangelista, que difunde la buena nueva, comenzando los viajes misioneros del Hijo divino.

La dirección del viaje de la Virgen santísima es particularmente significativa: será de Galilea a Judea, como el camino misionero de Jesús (cf. Lc 9, 51).

En efecto, con su visita a Isabel, María realiza el preludio de la misión de Jesús y, colaborando ya desde el comienzo de su maternidad en la obra redentora del Hijo, se transforma en el modelo de quienes en la Iglesia se ponen en camino para llevar la luz y la alegría de Cristo a los hombres de todos los lugares y de todos los tiempos.

El encuentro con Isabel presenta rasgos de un gozoso acontecimiento salvífico, que supera el sentimiento espontáneo de la simpatía familiar. Mientras la turbación por la incredulidad parece reflejarse en el mutismo de Zacarías, María irrumpe con la alegría de su fe pronta y disponible: "Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel" (Lc 1, 40).

San Lucas refiere que "cuando oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno" (Lc 1, 41). El saludo de María suscita en el hijo de Isabel un salto de gozo: la entrada de Jesús en la casa de Isabel, gracias a su Madre, transmite al profeta que nacerá la alegría que el Antiguo Testamento anuncia como signo de la presencia del Mesías.

Ante el saludo de María, también Isabel sintió la alegría mesiánica y "quedó llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: 'Bendita tu entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno'" (Lc 1, 41¬42).
En virtud de una iluminación superior, comprende la grandeza de María que, más que Yael y Judit, quienes la prefiguraron en el Antiguo Testamento, es bendita entre las mujeres por el fruto de su seno, Jesús, el Mesías.

La exclamación de Isabel "con gran voz" manifiesta un verdadero entusiasmo religioso, que la plegaria del Avemaría sigue haciendo resonar en los labios de los creyentes, como cántico de alabanza de la Iglesia por las maravillas que hizo el Poderoso en la Madre de su Hijo.

Isabel, proclamándola "bendita entre las mujeres" indica la razón de la bienaventuranza de María en su fe: "¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!" (Lc 1, 45). La grandeza y la alegría de María tienen origen en el hecho de que ella es la que cree.

Ante la excelencia de María, Isabel comprende también qué honor constituye pare ella su visita: "De dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?" (Lc 1, 43). Con la expresión "mi Señor", Isabel reconoce la dignidad real, más aun, mesiánica, del Hijo de María. En efecto, en el Antiguo Testamento esta expresión se usaba pare dirigirse al rey (cf. IR 1, 13, 20, 21, etc.) y hablar del rey-mesías (Sal 110, 1). El ángel había dicho de Jesús: "EI Señor Dios le dará el trono de David, su padre" (Lc 1, 32). Isabel, "llena de Espíritu Santo", tiene la misma intuición. Más tarde, la glorificación pascual de Cristo revelará en qué sentido hay que entender este título, es decir, en un sentido trascendente (cf. Jn 20, 28; Hch 2, 34-36).

Isabel, con su exclamación llena de admiración, nos invita a apreciar todo lo que la presencia de la Virgen trae como don a la vida de cada creyente.

En la Visitación, la Virgen lleva a la madre del Bautista el Cristo, que derrama el Espíritu Santo. Las mismas palabras de Isabel expresan bien este papel de mediadora: "Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo saltó de gozo el niño en mi seno" (Lc 1, 44). La intervención de María produce, junto con el don del Espíritu Santo, como un preludio de Pentecostés, confirmando una cooperación que, habiendo empezado con la Encarnación, esta destinada a manifestarse en toda la obra de la salvación divina.

LA SONRISA DE DIOS ES LA SONRISA DE MARÍA

La sonrisa de Dios es la sonrisa de María
María, nos invita a imitarla en un complaciente abandono a la palabra de Dios, que puede decirnos desde su obediencia,


Por: P. Alberto Ramírez Mozqueda | Fuente: Catholic.net 




Domingo cuarto de Adviento
Virgilio, el gran poeta latino, pagano, que ha tenido una gran influencia en la literatura universal, dice que el “niño comienza a conocer a su madre por la sonrisa”, anunciado proféticamente que la sonrisa de Dios es la sonrisa de María después del pecado, una vez que ella aceptó convertirse en la Madre de su Hijo Jesucristo, proporcionándole su Cuerpo precioso, un cuerpo necesario para realizar en los hombres y para los hombres la redención y la salvación de todo el genero humano.

Y hoy nos encontramos, ya en las inmediaciones de la Navidad, dejando atrás a Isaías y a San Juan Bautista, con el personaje central del Adviento, a María la Madre de Jesús, que nos dejará a las plantas del mismísimo Hijo de Dios encarnado.

Por eso, hoy queremos asistir embelezados al encuentro de dos mujeres pobres, gente del pueblo, las dos embarazadas, una de edad avanzada y la otra apenas una jovencita que tuvieron un papel destacado en la historia de la Salvación de nuestros pueblos.

Se trata de Isabel, la anciana, la que concibió en su seno prodigiosamente, ya en su ancianidad y María, que apenas en su adolescencia ofreció su cuerpo para que Dios realizara entre los hombres el prodigio inaudito de enviar para estar entre los hombres y para siempre a su mismísimo Hijo.

El encuentro no podía ser más agradable y simpático: “En aquellos días, María se encaminó presurosa a un pueblo en las montañas de Judea, y entrando, saludó a Isabel”. 

Fue ese viaje, el primer recorrido eucarístico, la primera vez que Cristo aún en el seno de su Madre, como el mejor tabernáculo, sagrario o manifestador pudo acercarse a los hombres y llevarles la presencia, la fuerza y la alegría del Espíritu Santo que lo había encarnado precisamente en el seno de aquella mujer singular.

Esa presencia y ese abrazo, hicieron que Juan Bautista, santificado en ese momento con la presencia del Espíritu Santo, saltara de gozo en el seno de su propia madre, que no escatimó la alabanza y la ternura a la mujercita que venía a atenderla en su propio parto:

“¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre... Dichosa tú que has creído, porque se cumplirá cuanto te fue anunciado de parte del Señor!”.

Esas solas palabras, en las inmediaciones de la Navidad, nos sugieren muchas preguntas que no podemos dejar de contestar, porque ahí va implicada nuestra propia alegría, nuestra felicidad y en última instancia, nuestra propia salvación: ¿En qué creyó María, y qué le fue anunciado de parte del Señor?.

Podemos aventurar las respuestas diciendo que María le creyó al Padre que con un profundo respeto, una entrañable ternura, se acerca a la criatura, se abaja casi, para “pedirle”, hay que subrayarlo, para pedirle que se dignara ser la madre del Salvador. No se le impone la maternidad, no se la violenta, aunque se trate del Señor de Cielos y Tierra, dueño de todo.

Eso es ya una primera lección para los machistas, para los hombres que se creen superiores y con derecho a tratar a la mujer como su esclava, como simple objeto de placer y como una máquina de hacer hijos y criaturas muchas veces infelices.

María le creyó al Padre, y desde entonces se convierte en mujer “eucarística” toda la vida, dedicada en cuerpo y alma a su Hijo que con su Cuerpo logrará la santificación para todos los hombres.

La actitud de María, nos obliga entonces a imitarla en un complaciente abandono a la palabra de Dios, que puede decirnos desde su obediencia, “Hagan lo que él les diga”, no duden, pueden fiarse de la palabra de mi Hijo que pudo cambiar el agua en vino y que puede hacer del pan sencillo de los hombres nada menos que su propio Cuerpo y su propia Sangre, haciéndose para todos los hombres “pan de vida”.

A María le fue anunciada la presencia del Hijo de Dios que sería también hijo de María, a quien recibe amorosamente, anunciando a todos los bautizados la necesidad de recibir así como ella recibió la carne mortal, de Cristo, recibamos nosotros las especies sacramentales, las especies de pan y de vino, el Cuerpo y la Sangre del Señor.

María acertó a decir a Dios que aceptaba el compromiso de dedicarse totalmente a su Hijo con un famosísimo “Fíat”, hágase, realícese, consúmese en mí todo lo que tu palabra quiera, para enseñarnos a decir reverente y alegremente el “Amén” cada que recibimos presente con todo su ser humano-divino a Cristo en las especies de pan y de vino.

Ese fíat de María hizo que pronto pudiera recibir en sus brazos y arropar con todo cariño a Jesús, el Salvador de los hombres:

"Y la mirada embelezada de María al contemplar el rostro de Cristo recién nacido y al estrecharlo en sus brazos, ¿no es acaso el inigualable modelo de amor en el que ha de inspirarse cada comunión eucarística?” (Juan Pablo II).

Ese fíat de María le bastó y la fortaleció internamente, para prepararse a acompañar a su Hijo en todo momento, sin reparar en subir hasta cerca de él en alto de la cruz, correspondiendo a lo que el profeta le había anunciado:

“Y a ti una espada traspasará tu propia alma."

Pero si María tuvo que pasar por el Calvario y la cruz para acompañar a su Hijo, tuvo también la dicha de estar entre los apóstoles de su Hijo, acompañándoles en la oración y sosteniendo su esperanza en la resurrección de su hijo.

El Papa San Juan Pablo II, de quien estoy tomando todas estas ideas, de su encíclica sobre la Eucaristía, la cual recomiendo encarecidamente que lean todos mis cristianos catoliquísimos, nos hace asistir al momento sublime cuando María pudo escuchar en labios de los apóstoles “éste es mi cuerpo que es entregado por vosotros.

Aquel Cuerpo entregado como sacrificio y presente en los signos sacramentales, ¡era el mismo cuerpo concebido en su seno! Recibir la Eucaristía debía significar para María como si acogiera de nuevo en su seno el corazón que había latido al unísono con el suyo y revivir lo que había experimentado en primera persona al pie de la cruz”.

Todo esto ha sido necesario para que nosotros podamos pasar una Navidad muy especial, acompañados de María, preparando no una cena ni unos vinos ni unos regalos, ni siquiera unos abrazos, a menos que se parezcan al abrazo de María a su prima Isabel, sino a preparar nuestros corazones para abrazarnos a Cristo hecho Carne y Sangre en el Sacramento Eucarístico, y recibirlo reverentemente como lo hizo María en la cuna de Belén. Será así la mejor de las Navidades.

Sonriendo con María, recibamos al Hijo de Dios hecho carne.

viernes, 6 de noviembre de 2015

EL SANTO ROSARIO

El SANTO ROSARIO




Paseaba un día el apóstol Santo Tomás por los jardines del cielo, cuando vio pasar un alma que no resplandecía tanto como las demás... y luego vio otra... y una más... De inmediato fue a reclamarle a San Pedro...Oye, Pedro, ¿por qué andan por ahí algunas almas que luego se ve que no tienen tantas cualidades y virtudes como las demás? Pedro le contestó un tanto nervioso, ya que Tomás era capaz de armarle un escándalo que hasta el puesto le podía costar. ¿Dime por dónde, Tomás? Por todos lados, indicó el quejoso. Vamos a ver -dijo Pedro-, y saliendo de la portería se dirigieron a los jardines.

En efecto, por doquier se veían almas que no resplandecían tanto. Sin embargo se veían felices de estar ahí.

Pues mira, esos no han pasado por la puerta. Yo no los hubiera dejado entrar... puntualizó Pedro. Pues entonces aquí está pasando algo raro, y más nos vale que investiguemos -dijo con determinación Tomás, el cual necesitaba ver el origen de la situación. Decidieron recorrer las vallas del Paraíso, y para su sorpresa encontraron un gran agujero en una de las vallas, la que quedaba más cerca de la Tierra.

¡ Caramba ! Es por aquí por donde se están colando -dijo con aire triunfal Tomás-. El que hizo esto, lo va a pagar caro con nuestro Dios, que aunque bueno, es muy justo... sentenció Pedro. Se acercaron ambos al agujero, y con sorpresa descubrieron que había atado de ahí un inmenso rosario que llegaba hasta la Tierra, y muchas almas por ahí venían subiendo.

Ambos apóstoles se giraron con cara de sorpresa y consternación... Tras un silencio, Pedro dijo: Ay, María no ha cambiado nada. Desde que la conocí en Caná supe que era de esas personas que no dejan de ayudar... (Jn 2, 1-11) Tomás resignado dijo: Si ni su Hijo se le escapa. ¿Te acuerdas de que no quería hacer el milagro de las bodas de Caná y con una sola mirada de Ella accedió? Pedro concluyó diciendo: Mira, Tomás, tú y yo no hemos visto nada... .

¿Vosotros también?, resonó una voz que los sobresaltó... Con cara de asustados se volvieron hacia el Señor y percibieron una grata sonrisa. Él les dijo: "No os preocupéis... Son cosas de Mamá".

Este es un simple cuentecillo, pero que sin duda refleja una gran verdad. Una vida Espiritual sólida se debe basar en el rezo diario del Rosario. Es habitual escuchar frases como "Tengo mucho que hacer, no tengo tiempo para el Rosario, etc." Nuestro principal deber es alcanzar la vida eterna... ¿De qué nos serviría ganar el mundo entero si perdemos nuestra alma?

martes, 3 de noviembre de 2015

ACTITUDES QUE LA VIRGEN MARÍA VIVIÓ PARA IMITAR HOY Y SIEMPRE


Actitudes que la Virgen María 
vivió para imitar hoy y siempre

Hay que pedir a nuestra Madre que nos ayude a tener sus mismas actitudes para acoger con plena disponibilidad el misterio de Dios en nuestras vidas.
Por: Luisa Restrepo | Fuente: Catholic-link.com 




Los sábados recordamos a la Virgen María, celebramos su sí, ese sí que trajo al mundo la salvación. Hoy es un día grande porque Ella nos ha enseñado que gracias a la cooperación humana se han abierto las puertas del cielo para nosotros. Hoy nos dejamos maravillar por el misterio de un Dios que quiso hacerse hombre en el seno de María para darnos la vida.

De generación en generación sigue vivo el asombro ante este misterio inefable. San Agustín, imaginando que se dirigía al ángel de la Anunciación, pregunta: “¿Dime, oh ángel, por qué ha sucedido esto en María?”. La respuesta, dice el mensajero, está contenida en las mismas palabras del saludo: “Alégrate, llena de gracia” (cf. Sermo 291, 6). De hecho, el ángel, “entrando en su presencia”, no la llama por su nombre terreno, María, sino por su nombre divino, tal como Dios la ve y la califica desde siempre:  “Llena de gracia (gratia plena)”, y la gracia no es más que el amor de Dios; por eso, en definitiva, podríamos traducir esa palabra así:  “amada” por Dios (cf. Lc 1, 28). Benedicto XVI
Por eso hemos querido hacer una lista para pedirle a nuestra Madre, hoy que la celebramos, nos ayude a tener sus mismas actitudes para acoger con plena disponibilidad el misterio de Dios en nuestra vida y ser capaces de amar como Ella lo hizo.

Silencio en su interior

María se sobrecoge ante la visita del ángel pero puede recibir y comprender el mensaje que él le comunica por el profundo silencio que llena su interior. Ella está acostumbrada a meditar las palabras del Señor, está acostumbrada al lenguaje Divino y lo capta con profundo recogimiento. Aprendamos de María a tener ese silencio interior que nos permita estar en sintonía con El Señor aún en medio de nuestras actividades cotidianas.

Escucha atenta

María escucha reverentemente al ángel. No está pensando en ella misma, ni en lo que tiene que hacer, ni en qué cosas va a tener que dejar para ser la Madre de Jesús. Ella se dispone, escucha, se deja tocar por las palabras y las medita en su corazón. Aprendamos de María a escuchar a Dios en el silencio y en medio de las circunstancias concretas de nuestra vida, y pidámosle que nos ayude a mantener nuestro corazón abierto a su palabra.


Acogida generosa

María después de escuchar acoge. Las palabras dan fruto en su interior, no pasan como el viento sino que se quedan y echan raíces en su corazón. Aprendamos de María a vivir una acogida humilde del Plan de Dios en nuestra vida. Que ella nos enseñe a aceptar con amor los designios Divinos y a no querer otra para nuestra vida.

Búsqueda

Esta actitud es la que lleva a María a preguntarse sobre el sentido profundo de las palabras del Mensajero de Dios en el momento de la Anunciación: “¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?”. Y su pregunta no es fruto de la duda, sino fruto de un anhelo de mayor luz para poder descubrir la profundidad del su misión. En ella esta el deseo de responder con mayor fidelidad y generosidad. Aprendamos de María a tener un corazón inquieto que no descanse hasta dar gloria a Dios con nuestra vida.

Disponibilidad al Plan de Dios

María se muestra totalmente disponible para hacer lo que Dios le pide. Esta actitud es la de un corazón que se ha educado en decir sí en cada cosa pequeña, un corazón que se ha educado en pensar primero en los demás que en sí mismo. Aprendamos de María a tener esa apertura, esa generosidad sin medida que se entrega por completo y por amor a Dios y a los demás.

Confianza en Dios y en sus promesas

María ha meditado desde pequeña las promesas hechas por Dios al pueblo de Israel. Ella las conoce y sabe que Él siempre ha sido fiel a pesar de la debilidad del pueblo. Su confianza no es ciega, está basada en las acciones de Dios. Ella ha dejado que Él sea el centro de su vida, se ha abierto a su amor. En ella están representados los anhelos y las luchas de un pueblo que aunque frágil ha creído en Dios. Aprendamos de María a confiar en que Dios siempre cumple sus promesas y que con nosotros no va a hacer una excepción porque Él es infinitamente Bueno y fiel.

Valentía

María no se achica frente a la misión excepcionalmente grande que le anuncia el ángel. Tiene miedo sí, pero se lanza con valentía a cumplir el Plan de Dios. Aunque sea una niña, ella confía profundamente en la gracia de Dios que agiganta sus pequeños esfuerzos y es capaz de reconocer el valor de su sí, el valor que Dios le da a la entrega libre de nuestra humanidad. Aprendamos de María a confiar en que Dios puede hacer cosas grandes con nuestra pequeñez cuando se la entregamos totalmente.

miércoles, 7 de octubre de 2015

MEDITANDO EL SALVE REGINA


Meditando el Salve Regina
Meditemos esta hermosa oración a María para disfrutar más el Rosario.



Dios te salve
Te saludamos con sonrisas, flores, y canciones. Oh María, la mujer más digna del amor. Desde niño me enseñaron esta oración mis padres queriendo que yo te amara y venerara como ellos lo hacían. Y desde entonces sigo rezando y cantando esta bella plegaria todos los sábados y a la hora del rosario cotidiano. Dios te salve, maravilla de mujer y de Madre, lirio hermoso de los valles y praderas. Pensando en Ti me vuelvo poeta me dan ganas de cantar. Mis versos son para Ti, mis canciones te las canto a Ti.

Reina y Madre de misericordia
Lo que más necesitamos es misericordia, porque somos infinitamente miserables. Tu amor inmenso hacia tus hijos se convierte en océano de bondad, de misericordia, y de piedad. Te agradecemos tu amor, tu virtud excelsa, veneramos tu grandeza incomparable pero sobre todo agradecemos la misericordia de tu rostro y de tu corazón. Tienes ojos y corazón hechos de bondad. Dios te salve, Reina y Madre de misericordia…

Vida nuestra
Nos animas a vivir. Haces feliz nuestra vida. Nos otorgas calidad de vida, porque contigo vale la pena vivir. No vamos solos por la vida. ¿No estoy yo aquí que soy tu Madre? Tú lo dijiste. Y cumples las promesas.

Dulzura
Suavidad, serenidad, paz. Contigo estamos al abrigo de tormentas y huracanes. Tu corazón es refugio montañero, es brisa de primavera, es cantar de pajarillos, es cristalina fuente, dulzura de la vida, de mi vida.

Y esperanza nuestra
Todo lo espero de Dios por medio de Ti, porque Dios te ama muchísimo y Tú me amas muchísimo. Contigo no cabe la desesperanza y la tristeza. En las orillas de tu manso río crecen los pastos y las flores en toda estación. Tú eres una eterna primavera, rosal florido, perfumado, digno de contemplarse. De Ti lo espero todo y más de lo que esperan todos los niños de sus mamás. Espero que me lleves al cielo. Espero que me hagas feliz. Espero contemplarte en el cielo en un éxtasis de amor. Eres hermosísima paloma blanca que vuelas en mi jardín. Alegras mis días y mis noches. Me haces sonreír y mirar hacia delante con ilusión y entusiasmo. La vida sin Ti no tendría sabor ni sentido. Pero contigo sí quiero vivir. Quiero contemplarte en el lirio del campo, en la rosa perfumada, en el blanco clavel, en todas las flores de las praderas, en las estrellas de la noche.

Dios te salve
Te saludamos, te cantamos, te llevamos mañanitas. Oh dulce madre. Dios te salve.

A Ti llamamos los desterrados hijos de Eva
Fuimos hijos de Eva para desgracia nuestra. Pero somos hijos tuyos para completa felicidad. Si triste y dura fue la herencia de nuestra madre Eva, inmensamente rica es la herencia que nos viene de Ti. El destierro se dulcifica porque Tú nos acompañas cada día. Así nuestro desierto florece y se vuelve llevadero. ¡Qué dura sería la vida sin tu dulce compañía! ¡Qué cardos, qué espinas no produciría! Pero entre los cardos y espinas tu mano amorosa ha plantado muy bellas rosas.

A Ti suspiramos, gimiendo y llorando en este valle de lágrimas
Siempre nos quedas Tú. En medio de los peligros eres refugio, pararrayos contra la justa ira de Dios. En medio de las lágrimas, eres consuelo. Tus hijos pueden sufrir, pero nunca desesperan. Saben mirar a través de las lágrimas tu rostro materno que les llena de esperanza.

Ea, pues, Señora, abogada nuestra…
El nombre de abogada significa defensora. Tú nos defiendes del maligno, del que atacó a nuestra madre Eva en el Paraíso, y la hirió pasándonos la herida. Tú nos libras de peligros y tentaciones que nos pudieran hacer perecer. Contigo llevamos la frente alta por la vida, hasta el destino final que es el cielo. Desde allí intercede ante tu Hijo por cada uno de tus hijos, por mí también.

Vuelve a nosotros tus ojos misericordiosos
Sí, tus ojos... Yo quiero asomarme a tus ojos, contemplarlos, porque sólo de mirarlos me curo de mis tristezas, su alegría se me contagia, su pureza infinita se me participa. Tus ojos, Madre Virgen, son océano de gracia y de pureza. Por eso necesito mirarlos, contemplarlos, para que la bienaventuranza de los puros de corazón me toque a mí también. Nos miras con amor y misericordia. Necesitamos de ambas realidades a morir. Porque somos débiles y miserables en abundancia. Misericordia es lo que suplicamos. Suplicamos a la misericordiosa Virgen. Suplicamos a la más amorosa Madre. A través de tus ojos aspiramos esa misericordia y ese amor. Es lo mejor que nos puedes regalar. Eres misericordia y eres amor, dos realidades que heredaste de Dios, para regalarlas a tus hijos.

Y, después de este destierro…
Destierro, porque la patria no está aquí. Porque la tierra, que es en sí hermosa, se nos vuelve inhóspita y agraz, al pensar en el cielo. Destierro, porque aquí te tenemos y tenemos a Dios, pero todavía no es del todo y para siempre. Podemos perderte, podemos perder a Dios… ¡Oh terrible posibilidad! En el cielo Tú serás nuestra y nosotros tuyos del todo y por toda la eternidad. ¡Qué inmensa beatitud!

Muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre
Lo más grande que Tú tienes es Jesús. Muéstranoslo, queremos verlo, conocerlo, amarlo entrañablemente. Desde que fuiste Madre de Jesús, nunca podrás separarte de Él, es tu hijo. Pero lo mismo que a Él, nos has engendrado a cada uno de nosotros. Somos por eso sus hermanos y tus hijos. Ser hijo no siempre es bien valorado por éste pero ser madre es muy bien conocido por ella. Yo no conozco bien lo que significa ser tu hijo, pero Tú sí sabes lo que significa ser mi madre. Jesús es el hermano mayor y especial. Debemos asemejarnos a Él. Danos la gracia de conocerlo como Tú lo conoces: Un Dios amor que nos quiere hasta la muerte de cruz, que nos dio a su Madre, a Ti, para cada uno. Déjanos ver su rostro, déjanos conocer su corazón, concédenos amarlo con todas nuestras fuerzas.

Oh clemente, Oh piadosa, Oh dulce Virgen María
Clemente, piadosa y dulce: la trilogía de la misericordia encarnada en Ti. Permítenos beber en tu fuente el agua dulce de tu piedad. Estamos tan necesitados de clemencia, dulzura y piedad. Pero tu fuente rebosa de esa agua pura. Virgen María dulce: Eres el rosal sin espinas, belleza de rosas perfumadas: corremos al olor de tus perfumes. Virgen María clemente: De Dios lo aprendiste… Oh Madre del hijo pródigo. Si algo sabes hacer con excelencia, es el arte de la misericordia con tus hijos pecadores. Necesitamos tanto tu capacidad de compasión, porque somos pecadores maltratados por Satanás. Virgen María piadosa: Te compadeces del pecador, de sus heridas purulentas, no queriendo ver su culpa. Respondes con piedad y misericordia a la negra ingratitud, como tu Hijo. Misericordia del Hijo, misericordia de su Madre. Gracias por ser dechados de piedad para nosotros, que, si algo necesitamos, es misericordia y piedad.



Autor: P. Mariano de Blas LC | Fuente: Catholic.net

sábado, 19 de septiembre de 2015

CON MARÍA Y LA ENSEÑANZA DE LA HEMORROÍSA


Con María, y la enseñanza de la hemorroísa
El manto de Jesús, tiene unos flecos que esperan el roce de tus dedos. No temas, confía. Jesús tiene para ti Palabras de vida eterna.


Por: María Susana Ratero | Fuente: Ctholic.net 




En la Parroquia está comenzando la Misa. Mi corazón sabe que escuchas mis súplicas, más, mi impaciencia se adelanta siempre y pregunta más de lo que escuchar.

La Lectura de la Palabra trae a mi corazón tu respuesta, María, a través de la experiencia vivida por una simple mujer, tan sencilla e ignorada que su nombre no quedó en el corazón de los testigos. La Iglesia la llamará “la hemorroísa”

Escucho que el sacerdote lee: “Había sufrido mucho en manos de numerosos médicos y gastado todos sus bienes sin resultado; al contrario, cada vez estaba peor”

Y antes de que las preguntas broten en el alma, me invitas, María a la orilla del lago. Jesús desciende de la barca.

Uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, suplica al Maestro por su hijita. Jesús va con él. La multitud le rodea y lo aprieta por todos lados.

Caminamos entre la gente. Te escucho, Madre.

- Aunque veas muchos, no te inquietes. Para Jesús son “cada uno”…

A nuestro lado camina la hemorroísa. Una pobre mujer enferma y casi sin esperanza… Aún en medio de su dolor piensa “Con sólo tocar su manto quedaré curada”

- Mira tu propio corazón, hija mía- dices, mostrándome caminos.

Busco en mi interior y siento que mi corazón sangra tanto como el cuerpo de la enferma…

El viento de la tarde tiene compasión de mí y agita el manto del Maestro…

Y eso es lo que me presentas, María.

Un manto agitado por el viento. Unos flecos que rozan mis dedos suplicantes…

No me atrevo a aprisionar los flecos por temor a romper la tela.

- No temas, hija mía- siempre a mi lado, Madre, siempre atenta- yo lo he tejido, sé lo que alberga y lo que significa.

Estirar la mano y tomar los flecos es un paso que debe dar mi alma. Un paso de confianza serena y paciente espera.

Igual que la pobre mujer, yo también he gastado todo lo que tenía buscando curaciones fáciles. Y lo que tenía eran la gracia y la paz de Cristo. Mis bienes eran mis dones y los malgasté. Al igual que la pobre mujer, cada vez estaba peor…

Si el camino no me lleva a Jesús, Madrecita, es malgasto del alma.

Un manto y unos flecos. Pequeños milagros en espera. Estiro una mano, sólo una, pues la otra toma fuertemente la tuya, María

Y el alma respira el milagro y el Maestro torna su mirada y pregunta “¿Quién tocó mi manto?”

La pregunta no es comprendida por los demás, únicamente por quien ha recibido el milagro…

Y Jesús busca mis ojos. Y siento necesidad de arrojarme a sus pies ¿Cómo? ¿Dónde? Y te pregunto, Madre, y me respondes serenamente:

- La mujer, de rodillas, le confesó su verdad. Piensa, hija ¿Dónde está mi Hijo en espera de que le confieses la tuya?

Y mi alma ansía entonces el Sacramento de la Penitencia. El milagro se ha completado.

Terminada la Misa busco al sacerdote pidiéndole el Santo Sacramento.

Necesito escuchar, de Jesús, las mismas palabras que oyera aquella pobre mujer:”Vete en paz, quedas curada”

Con el alma serena miro a mi alrededor, buscando a mis amigas. Todas se han ido ya. La parroquia queda en silencio.

Y me viene el recuerdo de esa pobre mujer que mientras Jesús “todavía estaba hablando llegaron unas personas de la casa del Jefe de la Sinagoga ”

Todos partieron tras Jesús y la pobre se quedó sola… Necesitaba hablar con alguien, pero había quedado sola. Mi corazón te ve acercarte a ella, María, acercarte y escucharla. Ella te cuenta su historia, sus penas, hasta sus pensamientos, esos pensamientos que luego contarás a los discípulos.

Cuando quedamos solos, María, Tu estás allí, siempre… gracias… gracias… gracias…

Amigo, amiga que has compartido conmigo este momento. El manto de Jesús, tejido por María, tiene unos flecos que esperan el roce de tus dedos. No temas, confía. Jesús tiene para ti Palabras de vida eterna….



NOTA de la autora

"Estos relatos sobre María Santísima han nacido en mi corazón y en mi imaginación por el amor que siento por ella, basados en lo que he leído. Pero no debe pensarse que estos relatos sean consecuencia de revelaciones o visiones o nada que se le parezca. El mismo relato habla de "Cerrar los ojos y verla" o expresiones parecidas que aluden exclusivamente a mi imaginación, sin intervención sobrenatural alguna.

sábado, 12 de septiembre de 2015

SU MADRE, NUESTRA MADRE


Su Madre, nuestra Madre
María no es el Evangelio. No hay ningún evangelio de María. Pero sin María tampoco hay Evangelio. Y ella no falta en ninguno de los cuatro.


Por: Redacción Catholic.net | Fuente: Catholic.net 




Y henos aquí, llegados al término de estas meditaciones sobre la figura de María a través de los cuatro evangelistas. Es cierto que todos ellos nos hablan de María con la intención última de decir lo que desean acerca de Jesús. Sus discursos acerca de Cristo encuentran en ella luz y apoyo. Pero ninguno pudo prescindir de ella para hablar de Jesús y presentárnoslo como Evangelio, que es decir: como anuncio de salvación.

María no es el Evangelio. No hay ningún evangelio de María. Pero sin María tampoco hay Evangelio. Y ella no falta en ninguno de los cuatro.

Ella no sólo es necesaria para envolver a Jesús en pañales y lavarlos... No sólo es necesaria para sostener los primeros pasos vacilantes de su niño sobre nuestra tierra de hombres. Su misión no sólo es contemporanea a la del Jesús terreno, sino que va más allá de su muerte en la Cruz: acompaña su resurrección y el surgimiento de su Iglesia.

Vestida de sol, coronada de estrellas, de pie sobre la luna, María, como su Hijo, permanece. Y aunque el mundo y los astros se desgasten como un vestido viejo, para confusión de los que en estas cosas pusieron su seguridad y vanagloria, María permanecerá, como la Palabra de Dios de la que es Eco.

María, Madre de Jesús, pertenece al acervo de los bienes comunes a Jesús y a sus discípulos. Su Padre es nuestro Padre. Su hora, nuestra hora. Su gloria, nuestra gloria. Su Madre, nuestra Madre.

María en San Marcos: La figura de María según Marcos es, como nos muestra su comparación con los pasajes paralelos de Mateo y Lucas, la figura más primitiva que podemos rastrear a través de los escritos del Nuevo Testamento.

María en San Mateo: Mateo enriquece la figura de María manifestando dos rasgos de la Madre del Mesías: Virgen y esposa de José, hijo de David.

María en San Lucas: A Lucas debemos una serie de rasgos de María, detalles de su figura, que proviene de un interés por ella como testigo de la vida de Jesús.

María en San Juan: La importancia que la figura de la Madre de Jesús tiene en el evangelio según San Juan no la podemos inferir de la abundancia de referencias a ella, pues, como hemos visto, son pocas. La hemos de deducir de la sugestiva colocación, dentro del plan total del evangelio, de las dos únicas y breves escenas en que ella aparece: Caná y el Calvario.

lunes, 3 de agosto de 2015

INVOCA A LA VIRGEN MARÍA


Invoca a María



Si se levanta la tempestad de las tentaciones, si caes en el escollo de las tristezas, eleva tus ojos a la Estrella del Mar… ¡Invoca a María!

Si te golpean las olas de la soberbia, de la maledicencia, de la envidia, mira a la estrella… ¡Invoca a María!

Si la cólera, la avaricia, la sensualidad de tus sentidos quieren hundir la barca de tu espíritu, que tus ojos vayan a esa estrella… ¡Invoca a María!

Si ante el recuerdo desconsolador de tus muchos pecados y de la severidad de Dios, te sientes ir hacia el abismo del desaliento o de la desesperación, lánzale una mirada a la estrella, e invoca a la Madre de Dios.

En medio de tus peligros, de tus angustia, de tus dudas, piensa en María… ¡Invoca a María!

El pensar en Ella y el invocarla, sean dos cosas que no se aparten nunca ni de tu corazón ni de tus labios.

Y para estar más seguro de su protección no te olvides de imitar sus ejemplos.

¡Siguiéndola no te pierdes en el camino!

¡Implorándola no te desesperarás!

¡Pensando en Ella no te descarriarás!

Si Ella te tiene de la mano no te puedes hundir. Bajo su manto nada hay que temer.

¡Bajo su guía no habrá cansancio, y con su favor llegarás felizmente al Puerto de la Patria Celestial!


San Bernardo

sábado, 25 de julio de 2015

LA VIRGEN MARÍA Y EL SACRAMENTO DE LA PENITENCIA


La Virgen y el sacramento de la Penitencia
La Virgen acompaña a cada sacerdote que confiesa y a cada penitente que pide humildemente perdón.


Por: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net 




La Virgen María ocupa un lugar muy particular para los creyentes en Cristo. Ella fue concebida inmaculada. Ella aceptó plenamente la voluntad de Dios en su vida. Ella, como Puerta del cielo, dio permiso a Dios para entrar en la historia humana. Ella estuvo al pie de la Cruz de su Hijo. Ella oraba con la primera comunidad cristiana en la espera del Espíritu Santo.

Por eso María está presente, de un modo discreto pero no por ello menos importante, en el sacramento de la Eucaristía. Las distintas plegarias la mencionan, pues no podemos participar en el misterio pascual de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo sin recordar a la Madre del Redentor.

¿Está también presente la Virgen en el sacramento de la confesión? En el ritual de la Penitencia no hay menciones específicas de María. Ni en los saludos, ni en la fórmula de absolución, ni en la despedida.

En algunos lugares, es cierto, se conserva la devoción popular de iniciar la confesión con el saludo “Ave María purísima. Sin pecado concebida”. Pero se trata de un saludo no recogido por el ritual, y que muchos ya no utilizan.

Sin embargo, aunque el rito no haga mención explícita de la Virgen, Ella está muy presente en este sacramento.

En la tradición de la Iglesia María recibe títulos y advocaciones concretas que la relacionan con el perdón de los pecados. Así, la recordamos como Refugio de los pecadores, como Madre de la divina gracia, como Madre de la misericordia, como Madre del Redentor y del Salvador, como Virgen clemente, como Salud de los enfermos.

A lo largo del camino cristiano, Ella nos acompaña y nos conduce, poco a poco, hacia Cristo. La invitación en las bodas de Caná, “haced lo que Él os diga” (cf. Jn 2,5) se convierte en un estímulo para romper con el pecado, para acudir al Salvador, para abrirnos a la gracia, para iniciar una vida nueva en el Hijo.

Por eso, en cada confesión la Virgen está muy presente. Tal vez no mencionamos su nombre, ni tenemos ninguna imagen suya en el confesionario. Pero si resulta posible escuchar las palabras de perdón y de misericordia que pronuncia el sacerdote en nombre de Cristo es porque María abrió su corazón, desde la fe, a la acción del Espíritu Santo, para acoger el milagro magnífico de la Encarnación del Hijo.

La Virgen, de este modo, acompaña a cada sacerdote que confiesa y a cada penitente que pide humildemente perdón. Su presencia nos permite entrar en el mundo de Dios, que hizo cosas grandes en Ella, que derrama su misericordia de generación en generación (cf. Lc 1,48-50), hasta llegar a nosotros también en el sacramento de la Penitencia.

viernes, 17 de julio de 2015

7 PODEROSAS RAZONES DEL POR QUÉ LOS CATÓLICOS SOMOS DEVOTOS DE LA VIRGEN MARÍA


7 poderosas razones del por qué los católicos
 somos devotos a María
La verdadera devoción a María, no se queda en Ella, sino nos conduce hacia Dios


Por: Alejandra María Sosa 




Luego de haber realizado más de setenta mil exorcismos, el padre Gabrielle Amorth, fundador y presidente honorario de la Asociación Internacional de Exorcistas, exorcista oficial en Roma, afirma que el demonio le tiene odio feroz a la Virgen María.

El obispo de Nigeria declaró que Jesucristo le dejó ver que el rezo del Santo Rosario es un instrumento poderosísimo para terminar con la violencia de Boko Haram, un grupo islámico radical y sanguinario que se ha dedicado a perseguir, secuestrar, torturar, aterrorizar y asesinar miles y miles de cristianos de ése y otros países.

Scott Hahn, ex presbiteriano convertido al catolicismo, prolífico autor y actual profesor de teología en una universidad católica en EUA, cuenta que empezar a rezar el Rosario marcó una gran diferencia en su vida y lo ayudó en su conversión.

Tres testimonios muy distintos y una misma conclusión: A la Virgen María Dios le ha concedido un poder muy especial, capaz de vencer al demonio y de convertir los corazones. Los católicos lo sabemos y por ello nos acogemos confiados a su guía y protección. Pero hay muchas personas que no lo saben, y lamentablemente se pierden de su maternal intercesión.

Por eso, y aprovechando que vamos a iniciar el mes de mayo, mes tradicionalmente mariano, vale la pena recordar al menos siete razones de nuestra devoción a María.

1.- María es Madre de Jesucristo.

Lo dice en la Biblia (ver Mt 1,16.18;2,11; Lc 1, 42-43).

2.- María vive en el cielo, al lado de su Hijo.

Los católicos creemos que fue asunta al cielo en cuerpo y alma, pero para quienes no aceptan lo que no está en la Biblia (aunque la propia Biblia no pide eso), hay un argumento bíblico: Jesús afirma que “para Dios todos viven, porque no es un Dios de muertos sino de vivos” (Lc 20,38), así que María está viva y en el cielo.

3.- María nos comprende y nos ayuda.

Como ser humano, como mujer, nos comprende perfectamente. Y los Evangelios la muestran siempre atenta a las necesidades de los demás y siempre dispuesta a ayudar: por ej: en cuanto se entera de que su anciana prima está embarazada, va presurosa a apoyarla (ver Lc 1, 36.39-40), y en cuanto se da cuenta de que en cierta boda faltaba el vino, avisó a Jesús (ver Jn 2,3).

4.- María es nuestra Madre.

Desde la cruz, Jesús encomendó a María al discípulo amado (ver 19, 25-27), y en él, a todos nosotros.

5.- María intercede por nosotros.

No acudimos a Ella como si fuera diosa, nuestra devoción no es idolatría. Le pedimos, como en el Avemaría que ‘ruegue por nosotros’, a ¿quién? a Dios.

En revelaciones y apariciones como la de la Virgen de Guadalupe, María nos ha declarado su amor maternal y ofrecido su intercesión. En la Biblia dice que “hay un solo mediador entre Dios y los hombres: Cristo Jesús” (1 Tim 2,5), pero ello no quita que María pueda interceder por nosotros ante su Hijo, al igual que tú o yo podemos orar por otros, como pide la Biblia (ver St 5, 16; 1Tim 2,1)

6.- María obtiene de Jesús cuanto le pide.

En el Antiguo Testamento vemos que la mujer más poderosa de un reino no era la esposa del rey (solían tener muchas), sino su madre (ver, por ej: 1Re 1). En el Evangelio vemos que también María, Madre del Rey, tiene el poder de obtener de su Hijo lo que le pide. En la boda de Caná, Jesús acepta intervenir, sólo porque Su Madre se lo pidió (ver Jn 2,6-11).

Hay quien dice que Jesús no tenía consideración a María porque en dos ocasiones la llamó ‘mujer’ en lugar de ‘mamá’, a lo que cabe responder que, como judío, Jesús sin duda cumplió el mandamiento de honrar al padre y a la madre (ver Ex 20,12). Llamar a María ‘mujer’ no era señal de desprecio, todo lo contrario, era encumbrarla a una posición universal, expresar que Ella es la nueva Eva, y que si por una mujer, Eva, nos vino el pecado y la muerte, por otra ‘mujer’, María, nos viene la redención, por medio de su Hijo.

7.- María nos lleva hacia Dios.

La verdadera devoción a María, no se queda en Ella, sino nos conduce hacia Dios. María no quiere nada para sí, Ella nos presenta a Jesús y siempre nos pide: “hagan lo que Él les diga” (Jn 2,5). Acercarnos a Ella es acercarnos a Él, amarla para amarlo a Él.
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