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viernes, 6 de abril de 2018

EL RESUCITADO COCINANDO


El resucitado cocinando
La prueba que podemos dar todos, de que Cristo ha resucitado es ésta: demostrar que su amor vive en nosotros y nos inspira.


Por: Padre Nicolás Schwizer | Fuente: Homilías del Padre Nicolás Schwizer 




Después de esto, se manifestó Jesús otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Se manifestó de esta manera. Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los de Zebedeo y otros dos de sus discípulos. Simón Pedro les dice: “Voy a pescar.” Le contestan ellos: “También nosotros vamos contigo.” Fueron y subieron a la barca, pero aquella noche no pescaron nada. Cuando ya amaneció, estaba Jesús en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Díceles Jesús: “Muchachos, ¿no tenéis pescado?” Le contestaron: “No” Él les dijo: “Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis.” La echaron, pues, y ya no podían arrastrarla por la abundancia de peces. El discípulo a quien Jesús amaba dice entonces a Pedro: “Es el Señor”, se puso el vestido - pues estaba desnudo - y se lanzó al mar. Los demás discípulos vinieron en la barca, arrastrando la red con los peces; pues no distaban mucho de tierra, sino unos doscientos codos. Nada más saltar a tierra, ven preparadas unas brasas y un pez sobre ellas y pan. Díceles Jesús: “Traed algunos de los peces que acabáis de pescar.” Subió Simón Pedro y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y, aun siendo tantos, no se rompió la red. Jesús les dice: “Venid y comed.” Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: “¿Quién eres tú?”, sabiendo que era el Señor. Viene entonces Jesús, toma el pan y se lo da; y de igual modo el pez. Esta fue ya la tercera vez que Jesús se manifestó a los discípulos después de resucitar de entre los muertos. Después de haber comido, dice Jesús a Simón Pedro: “Simón de Juan, ¿me amas más que éstos?” Le dice él: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero.” Le dice Jesús: “Apacienta mis corderos.” Vuelve a decirle por segunda vez: “Simón de Juan, ¿me amas?” Le dice él: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero.” Le dice Jesús: “Apacienta mis ovejas.” Le dice por tercera vez: “Simón de Juan, ¿me quieres?” Se entristeció Pedro de que le preguntase por tercera vez: “¿Me quieres?” y le dijo: “Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero.” Le dice Jesús: “Apacienta mis ovejas. “En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías, e ibas adonde querías; pero cuando llegues a viejo, extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará adonde tú no quieras.” Con esto indicaba la clase de muerte con que iba a glorificar a Dios. Dicho esto, añadió: “Sígueme.”

Reflexión
“Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan”. Una nueva sorpresa del Resucitado: les ha preparado el desayu-no. Los apóstoles habían trabajado toda la noche sin pescar nada. Por la mañana los pobres tenían que sentirse cansados y hambrientos. Y entonces vemos a Cristo tan humano, tan humilde y servicial: “estoy en medio de ustedes como el que sirve”. Y con ese espíritu se puso a cocinar para ellos. A los discípulos de Emaús, Jesús se dio a conocer en la fracción del pan. Pero esta vez, no sólo lo ha partido, sino que hasta lo ha cocido.

La prueba que podemos dar todos, de que Cristo ha resucitado es ésta: demostrar que su amor vive en nosotros y nos inspira. Una buena comida preparada con mucho amor puede ser para el marido, para los hijos o para los hermanos, una aparición de Cristo resucitado.

Muchas veces me he encontrado con matrimonios que sentían tener que realizar tareas profanas y materiales y no poder dedicase más a Dios. Pero yo pienso que las suyas no son tareas materiales, si son santificadas por el amor. Los esposos cristianos están viviendo una vida de amor y de entrega. Están al servicio uno del otro, y ambos al servicio de sus hijos. Están en medio de su hogar como Cristo, como uno que sirve. Es un excelente parecido con Cristo. Es un seguro contra la comodidad, la tibieza y el egoísmo.

Para amar como Cristo a los que están mas cerca de nosotros, necesitamos un milagro, una gracia, un sacramento. Tenemos que hacernos alimentar por el Señor resucitado, para que los demás puedan venir a comer nuestro pan, el pan de nuestro corazón. Dios se revela a los hermanos por medio del amor que ellos reciben de nosotros y por medio de nosotros.

“Y entonces Jesús les dice: Venid, desayunad… Se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado”.

¡Qué así sea!
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Padre Nicolás Schwizer
Instituto de los Padres de Schoenstatt

jueves, 5 de abril de 2018

ES VERDAD QUE JESÚS RESUCITÓ?



¿Es verdad que Jesús resucitó?
6 acontecimientos que lo demuestran


Por: Sebastián Campos | Fuente: Catholic-link.com 




Es de los acontecimientos más importantes (sino el más) de la historia universal y que da origen a toda la cultura occidental, pues con su existencia, la influencia y cosmovisión judía avanza por occidente llegando incluso hasta América. Hablamos de la Resurrección de Jesús.

Yo nací en una familia católica y en un país católico, por lo que durante los primeros años de mi infancia, acepté a ciegas este asunto de la Resurrección de Jesús en cuerpo y alma y todo lo que ocurrió luego de ella, incluyendo apariciones, milagros y mensajes finales. Ya en mi juventud, se me hizo más difícil aceptar el cuento (y me imagino que a alguno de ustedes les habrá pasado lo mismo) pues mis únicos argumentos eran mi “fe” que por cierto era muy frágil y algunos datos bíblicos que siguen teniendo olor a fantasía y leyenda.

Pero tranquilos, la idea es poder ir un paso más allá del “lo creo por fe”, pues la fe en Dios tiene su argumento, no es solo ciega, sino que se sustenta, dentro muchas otras cosas, en evidencias históricas (mínimos) y testimonios de personas que complementan los relatos de los evangelistas.

Entonces, vamos a revisar algunos acontecimientos desde los últimos momentos de Jesús hasta su ascensión. Verás que tienes más razones para creer.

1. Fue realmente sepultado
José de Arimatea, el hombre bueno y justo del que habla el evangelista San Juan y quien según San Mateo era rico y que pagó por la sepultura de Jesús al bajarlo de la Cruz, era un reconocido personaje en Jerusalén, miembro del consejo y quien se atrevió a pedir el cuerpo de Jesús a Pilato. Mencionarlo no deja de ser un dato importante, pues al ser alguien conocido por todos, de ser mentira la historia, habría sido fácilmente desmentida, pero no; los cuatro evangelistas lo mencionan. Visto así, sería un escándalo que uno de los fariseos se preocupara por pagar por una sepultura digna para Jesús, tanto porque es una ofensa para los perseguidores de Jesús, como al mismo tiempo una bofetada para sus seguidores más cercanos, quienes tampoco hicieron mucho. Este dato, nos ayuda a mirar la veracidad de los hechos y del relato bíblico.


2. La tumba realmente estaba vacía
Sabemos que los miembros del consejo estaban preocupados porque los seguidores de Jesús podrían robar su cuerpo luego hablar de la Resurrección por lo que se preocuparon de pedirle a Pilato que pusiera guardias en la entrada. Siendo así, en el momento era sencillo desmentir el testimonio de los apóstoles, pues al decir que Jesús había resucitado, bastaba con ir a la tumba y verla custodiada y cerrada, haciendo que la historia se cayera a pedazos, pero no. El testimonio luego de la Resurrección de Jesús no se puede contradecir pues realmente, la tumba estaba vacía.


3. La masiva aparición del Resucitado
San Pablo se juega la vida en la primera carta a los Corintios y da como evidencia de la resurrección datos estadísticos que dicen así: 

«Se apareció a Pedro y luego a los Doce, después se apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales todavía la mayor parte viven y otros murieron»(1 Cor 15, 5-6). 

Un testimonio así de masivo descarta cualquier hipótesis de alucinación y de hecho, tales apariciones fueron las que convirtieron y llenaron de valor los corazones de los primeros cristianos que se atrevieron a fundar la Iglesia primitiva a pesar de la persecución. De hecho, este aspecto es clave para creer en la Resurrección, pues si no, ¿por qué un grupo de personas derrotadas y con su líder asesinado pública y cruelmente habrían querido masificar un mensaje que les costaría la vida a ellos también? La respuesta es sencilla: porque la resurrección fue un hecho real.


4. Sus apariciones, motivo de conversión
Gracias al libro de los Hechos de los Apóstoles, que es algo así como la continuación del Evangelio de San Lucas, sabemos que Jesús estuvo cuarenta días apareciéndose a sus discípulos hasta que luego ascendió a los cielos. Estas apariciones son el sustento que impulsó a los primeros discípulos. Nada más imagina que hoy en día nosotros nos jugamos la vida por Jesús y no se nos ha aparecido resucitado, ¡Cuánto más sería si lo viéramos en persona!

En ese período de tiempo, se registran varias apariciones, las que se repiten en algunos Evangelios, dándole aún más veracidad a ellas porque los autores no se contradicen.

Aparición a María Magdalena: Mateo 28, 9-10; Marcos 16, 9; Juan 20, 11-18.

Aparición a los once discípulos: Marcos 16, 14; Lucas 24, 36-53; 1 Corintios 15, 5.

Peregrinos de Emaús: Marcos 16, 12;  Lucas 24, 13-32.

A Pedro en solitario: Lucas 24, 34; 1 Corintios 15, 5.

Aparición a los discípulos sin Tomás: Juan 20, 19-23.

A los once incluido Tomás: Juan 20, 24-29.

A orillas del Lago Tiberíades a los discípulos: Juan 21, 1-23.

A Santiago el menor: 1 Corintios 15, 7.

Aparición a los once en Galilea: Mateo 28, 16-20.

Una última aparición en Jerusalén terminando en Betania: Lucas 24, 36-50; Hechos 1, 4-11.


5. Testimonios desinteresados
Era de esperarse el que los primeros cristianos hubiesen intentado argumentar la Resurrección dando testimonios creíbles, de gente reconocida y llenos de detalles; después de todo la idea era despejar las dudas y convencer a los incrédulos. Pero no, el primer testimonio de la Resurrección es el de María Magdalena y la otra María, dos mujeres. Para la sociedad judía y helénica, no podría haber algo de menor peso que el testimonio de dos mujeres, sobre todo relatando algo sobre lo cual no hay más testigos que ellas. No obstante los autores sagrados comienzan a hablar del Resucitado mencionando la experiencia de las mujeres.


6. María, testigo privilegiado de la Resurrección
Es un poco contradictorio que ningún autor bíblico haya narrado ninguna aparición de Jesús a su Madre, pero es comprensible, pues haberlo descrito, no habría dado peso al argumento. El testimonio de una madre, hasta hoy en día, es un testimonio cargado al amor y la poca objetividad, aun conociendo los méritos de Santa María. Sabemos de ella que Jesús encargó su cuidado a San Juan antes de morir y también sabemos que estaba en el Cenáculo junto a los apóstoles el día de Pentecostés. Es decir, el silencioso camino pascual de nuestra Madre Celestial, fue el de siempre, en silencio, caminando en fe y por sobre todo perseverando.

Ella, testigo de la Resurrección desde mucho antes que todos, desde la Anunciación, cuando el ángel del Señor la visita para pedirle ser la Madre del Salvador. Luego, con las palabras proféticas de Simeón, donde le adelantaba que una espada atravesará su corazón, convierten a la Virgen María en la primera en esperar la resurrección.

«No es una ideología, no es un sistema filosófico, sino es un camino de fe que parte de un advenimiento, testimoniado por los primeros discípulos de Jesús» (Papa Francisco. Catequesis sobre la Resurrección, 19 de abril 2017).

IMÁGENES DE GIFS DE JESÚS RESUCITADO













TIEMPO PASCUAL


Tiempo Pascual
Los cincuenta días que van desde el domingo de resurrección hasta el domingo de Pentecostés


Por: Teresa Vallés | Fuente: Catholic.net 




El Domingo de Resurrección o de Pascua es la fiesta más importante para todos los católicos, ya que con la Resurrección de Jesús es cuando adquiere sentido toda nuestra religión.

Cristo triunfó sobre la muerte y con esto nos abrió las puertas del Cielo. En la Misa dominical recordamos de una manera especial esta gran alegría. Se enciende el Cirio Pascual que representa la luz de Cristo resucitado y que permanecerá prendido hasta el día de la Ascensión, cuando Jesús sube al Cielo.

La Resurrección de Jesús es un hecho histórico, cuyas pruebas entre otras, son el sepulcro vacío y las numerosas apariciones de Jesucristo a sus apóstoles.

Cuando celebramos la Resurrección de Cristo, estamos celebrando también nuestra propia liberación. Celebramos la derrota del pecado y de la muerte.

En la resurrección encontramos la clave de la esperanza cristiana: si Jesús está vivo y está junto a nosotros, ¿qué podemos temer?, ¿qué nos puede preocupar?

Cualquier sufrimiento adquiere sentido con la Resurrección, pues podemos estar seguros de que, después de una corta vida en la tierra, si hemos sido fieles, llegaremos a una vida nueva y eterna, en la que gozaremos de Dios para siempre.

San Pablo nos dice: “Si Cristo no hubiera resucitado, vana seria nuestra fe” (I Corintios 15,14)

Si Jesús no hubiera resucitado, sus palabras hubieran quedado en el aire, sus promesas hubieran quedado sin cumplirse y dudaríamos que fuera realmente Dios.

Pero, como Jesús sí resucitó, entonces sabemos que venció a la muerte y al pecado; sabemos que Jesús es Dios, sabemos que nosotros resucitaremos también, sabemos que ganó para nosotros la vida eterna y de esta manera, toda nuestra vida adquiere sentido.

La Resurrección es fuente de profunda alegría. A partir de ella, los cristianos no podemos vivir más con caras tristes. Debemos tener cara de resucitados, demostrar al mundo nuestra alegría porque Jesús ha vencido a la muerte.

La Resurrección es una luz para los hombres y cada cristiano debe irradiar esa misma luz a todos los hombres haciéndolos partícipes de la alegría de la Resurrección por medio de sus palabras, su testimonio y su trabajo apostólico.

Debemos estar verdaderamente alegres por la Resurrección de Jesucristo, nuestro Señor. En este tiempo de Pascua que comienza, debemos aprovechar todas las gracias que Dios nos da para crecer en nuestra fe y ser mejores cristianos. Vivamos con profundidad este tiempo.

Con el Domingo de Resurrección comienza un Tiempo pascual, en el que recordamos el tiempo que Jesús permaneció con los apóstoles antes de subir a los cielos, durante la fiesta de la Ascensión.

La fiesta de la Pascua es tan importante, que un solo día no nos alcanza para festejarla. Por eso la Iglesia ha fijado una octava de Pascua (ocho días) para contemplar la Resurrección y un Tiempo Pascual (cincuenta días) para seguir festejando la Resurrección del Señor.


¿Cómo se celebra el Domingo de Pascua? 

Se celebra con una Misa solemne en la cual se enciende el cirio pascual, que simboliza a Cristo resucitado, luz de todas las gentes.
En algunos lugares, muy de mañana, se lleva a cabo una procesión que se llama “del encuentro”. En ésta, un grupo de personas llevan la imagen de la Virgen y se encuentran con otro grupo de personas que llevan la imagen de Jesús resucitado, como símbolo de la alegría de ver vivo al Señor.

En algunos países se acostumbra celebrar la alegría de la Resurrección escondiendo dulces en los jardines para que los niños pequeños los encuentren, con base en la leyenda del “conejo de pascua”.

La costumbre más extendida alrededor del mundo, para celebrar la Pascua, es la regalar huevos de dulce o chocolate a los niños y a los amigos.

A veces, ambas tradiciones se combinan y así, el buscar los huevitos escondidos simboliza la búsqueda de todo cristiano de Cristo resucitado.


La tradición de los “huevos de Pascua”

El origen de esta costumbre viene de los antiguos egipcios, quienes acostumbraban regalarse en ocasiones especiales, huevos decorados por ellos mismos. Los decoraban con pinturas que sacaban de las plantas y el mejor regalo era el huevo que estuviera mejor pintado. Ellos los ponían como adornos en sus casas.

Cuando Jesús se fue al cielo después de resucitar, los primeros cristianos fijaron una época del año, la Cuaresma, cuarenta días antes de la fiesta de Pascua, en la que todos los cristianos debían hacer sacrificios para limpiar su alma. Uno de estos sacrificios era no comer huevo durante la Cuaresma. Entonces, el día de Pascua, salían de sus casas con canastas de huevos para regalar a los demás cristianos. Todos se ponían muy contentos, pues con los huevos recordaban que estaban festejando la Pascua, la Resurrección de Jesús.

Uno de estos primeros cristianos se acordó un día de Pascua de lo que hacían los egipcios y se le ocurrió pintar los huevos que iba a regalar. A los demás cristianos les encantó la idea y la imitaron. Desde entonces, se regalan huevos de colores en Pascua para recordar que Jesús resucitó.
Poco a poco, otros cristianos tuvieron nuevas ideas, como hacer huevos de chocolate y de dulce para regalar en Pascua. Son esos los que regalamos hoy en día.


¿De dónde viene lo del “conejo de Pascua”?

Su origen se remonta a las fiestas anglosajonas pre-cristianas, cuando el conejo era el símbolo de la fertilidad asociado a la diosa Eastre, a quien se le dedicaba el mes de abril. Progresivamente, se fue incluyendo la imagen del conejo a la Semana Santa y, a partir del siglo XIX, se empezaron a fabricar en Alemania conejos y huevos de chocolate y azúcar para regalar en la Pascua.

Los alemanes, para justificar "cristianamente" la mezcla de símbolos paganos y cristianos, inventaron una muy curiosa leyenda, cuento o fábula, que se ha ido transmitiendo de generación en generación y que dice así:

Había una vez un conejo que vivía en el sepulcro que pertenecía a José de Arimatea donde depositaron el cuerpo de Jesús después de su muerte en la cruz.
El conejo estaba presente cuando lo sepultaron y vio cómo la gente lloraba y estaba triste porque Jesús había muerto.
Cuando pusieron la piedra que cerró la entrada, el conejo se quedó ahí mirando el cuerpo de Jesús y preguntándose quien sería ese Señor a quien querían tanto todas las personas. Pasó todo un día y toda una noche mirándolo, cuando de pronto Jesús se levantó y dobló las sábanas con las que lo habían envuelto. Un ángel quitó la piedra que tapaba la entrada y Jesús salió de la cueva ¡más vivo que nunca! El conejo entonces comprendió que Jesús era el Hijo de Dios y se sintió obligado a avisar al mundo y a todas las personas que lloraban que ya no tenían que estar tristes, pues Jesús no estaba muerto, sino que había resucitado. Como los conejos no pueden hablar, se le ocurrió que si les llevaba un huevo, símbolo de la vida, los hombres entenderían el mensaje de resurrección y alegría. Desde entonces el conejo sale cada Domingo de Pascua a dejar huevos de colores en todas las casas para recordarle al mundo que Jesús resucitó y hay que vivir alegres.


Algunas ideas para vivir el Tiempo Pascual en Familia:

¿Cómo celebramos en familia cualquier fiesta importante? El cumpleaños de nuestros hijos, nuestros aniversarios, un casamiento...

¿Por qué no invertimos el mismo tiempo, dedicación y recursos para celebrar la gran fiesta de la Pascua? ¿Por qué contentarnos solo con repartir huevitos de Pascua?

A ver abuelas y madres.... ¡A preparar la fiesta de la Pascua en familia !!! Para que realmente, todos los signos y gestos durante los 8 días de la Pascua, sean signos de fiesta, que ayuden a todos a comprender el misterio profundo que celebramos !!!

El cirio Pascual de la familia: Una vela grande, más grande que lo común. La decoramos con papelitos de colores, corazones que representen a cada uno de los miembros de la familia. Le ponemos una cruz en el centro. Y en cada uno de los lados de la cruz, el número que representa el año.
Arriba de la cruz la letra Alfa y por debajo de la cruz la letra Omega. Este cirio lo encendemos la noche de la Pascua, y puede acompañar nuestra mesa familiar a lo largo de toda la octava de Pascua.

Signos de fiesta: Globos, guirnaldas, carteles en la puerta de casa, letreros, etc.

La mesa familiar: Durante 8 días se viste de fiesta. Con las mejores cosas, las que ponemos para cuando vienen invitados importantes: manteles, flores, copas...

Huevitos de Pascua: No hace falta "indigestar" a nuestros niños el Domingo de Pascua. La Pascua dura 8 días, y sería muy lindo poder comer algo bien rico en cada una de las comidas de esos días: Huevos de chocolate, postres especiales, golosinas, etc.. Nuestros hijos saben que cuando hay fiesta hay cosas ricas en la mesa. Seamos creativos en preparar algo rico para cada día de esta fiesta!

Saludos y bendiciones: Para cada día, podemos preparar tarjetitas, con algún saludo o bendición especial para cada uno. Las ponemos en la canasta del cirio Pascual, o en el plato de cada uno. Pueden ser deseos, o textos cortos de los evangelios de la resurrección. También pueden ser intenciones, deseos o propósitos a cumplir en este tiempo Pascual.

Gesto solidario: aprovechemos este tiempo de Pascua para pensar en familia algún gesto solidario que podamos hacer en favor de los más necesitados, de Caritas Parroquial, o de algún vecino o miembro de la familia que está necesitando nuestra ayuda. La Pascua siempre nos pone en camino hacia el hermano, y es bueno que podamos concretar este festejo con un gesto de solidaridad.

Asamblea familiar: Sería buenísimo que dentro de la octava de Pascua, nos tomemos un tiempo para reunirnos en una Asamblea Familiar y reflexionar juntos sobre la vida que compartimos.


A modo de sugerencia les proponemos esta dinámica:

1 ¿Qué es lo que más me gusta de la vida? ¿Qué cosas dan sentido a mi vida?

2 ¿Qué es lo que más me está costando de mi vida de hoy? ¿Qué es lo que me hace sufrir o doler?

3 ¿Qué quiero decirle a Jesús resucitado en esta Pascua? ¿Qué es lo que necesito de la vida, para mi vida, para mi historia de hoy?

Seguramente, muchos tiene más ideas, relacionadas con la propia tradición familiar...

¡¡¡A CELEBRAR A CONTAGIARNOS LA ALEGRÍA DE LA VIDA QUE SE HACE PLENA POR EL MISTERIO DE LA PASCUA!!! Que no nos gane el apuro o la rutina... Detengamos el tiempo para celebrar el misterio que está más allá de todo tiempo...

Son fiestas Pascuales,
Son fiestas de la Vida,
Es el Misterio de la Eternidad presente en nuestras historias...
Es Jesús resucitado que sale a nuestro encuentro y quiere festejar su vida con nosotros!!!

martes, 3 de abril de 2018

LA ALEGRÍA DE LA PASCUA DE RESURRECCIÓN


La alegría de Pascua
Dios ocupa en nuestras vidas el mismo lugar que la alegría.


Por: Padre Nicolás Schwizer | Fuente: Retiros y homilías del Padre Nicolás Schwizer 




1. Ser cristiano, es creer en la resurrección de Cristo. No somos cristianos por el hecho de creer en la cruz, en el sufrimiento y en la muerte. Somos cristianos porque creemos en la resurrección, en la liberación, en la vida y en la alegría.

En el fondo de nuestro corazón hemos de tener la seguridad de que toda prueba se transforma en gracia, toda tristeza en alegría, toda muerte en resurrección.

Si queremos, no habrá un solo instante de nuestra existencia que pueda librarse de la alegría esplendorosa de Pascua. El verdadero cristiano es incapaz de vivir al margen de la alegría. Por Cristo se ha visto introducido e instalado en la alegría, entregado a la alegría. En su vida no puede ya existir el fracaso; ni el pecado, ni el sufrimiento, ni la muerte son para él obstáculos insuperables. Todo es materia prima de redención, de resurrección, ya que en el centro mismo de su pecado, de sus sufrimientos y de su muerte le espera Jesucristo vencedor. Por eso los mayores sufrimientos y las mejores alegrías pueden coexistir, íntimamente unidos en el lecho de una misma vida.

2. Pero sentimos tantas tentaciones de resistir. Aceptar creer en la alegría es casi aceptar a renunciar a nosotros mismos, a nuestra experiencia, a nuestra desconfianza, a nuestras quejas. Y nuestra alegría es la medida de nuestro apego a Dios, a la confianza, a la esperanza, a la fe. Nuestra negativa a la dicha es nuestra negativa a Dios. Dios ocupa en nuestras vidas el mismo lugar que la alegría.

3. Los padres de la Iglesia decían que no hay más que un solo medio para curar la tristeza: dejar de amarla. Creer en Dios es creer que Él es capaz de hacernos felices, de darnos a conocer una vida que deseamos prolongar por toda la eternidad. Porque, para muchos de nosotros, la cuestión difícil no está en saber si tienen fe en la resurrección, sino en saber si sienten ganas de resucitar, no en esta pequeña vida nuestra, egoísta, dolorosa y ciega. Si esto hiciera, el prolongar indefinidamente esa vida, sería más un castigo que una recompensa.

4. Por eso, la fe en la resurrección no puede brotar más que de un amor verdadero. Cristo nos ha dado a conocer ese amor que no pasa: “La fe y la esperanza pasarán, pero la caridad vive para siempre”.
Nuestra fe, nuestra esperanza de resucitar para nosotros y para los demás, depende estrechamente de nuestra capacidad de resurrección, están a la medida de nuestra fuerza de amar.

5. Para que podamos experimentar una vida de amor y de fe, tenemos que morir a nuestras faltas, a nuestras tristezas y a nuestros resentimientos. No existe Pascua para nosotros, si no aceptamos morir en esa zona de nuestra propia alma en la que estamos demasiado vivos: en nuestras agitaciones, nuestros temores, nuestros interesases, nuestro egoísmo. Y si no aceptamos resucitar en esa zona en la que estamos demasiado muertos: resucitar a la paz, a la fe, a la esperanza, al amor y la alegría.

No existe Pascua sin una buena confesión: un morir a nosotros mismos, a nuestros caprichos que son nuestros pecados, para resucitar a la voluntad de Cristo, que es amor, esperanza, renovación, cariño.

No existe Pascua sin una comunión pascual: un salir de nuestras costumbres, de nuestro pan y nuestra vida, para saborear otro pan, otra vida, un pan de la sinceridad, de entrega a los demás, una vida de amor, de fe y de alegría.

Eso es la fiesta de Pascua: un cambio de vida, un pasar de esta vida nuestra a otra admirable, maravillosa, que será nuestra vida para siempre, en la casa del Padre celestial.

Preguntas para la reflexión

1. ¿En qué medida son un cristiano alegre?
2. Soy capaz de renunciar a mis caprichos por amor a Cristo?
3. ¿Cómo me imagino la resurrección?

viernes, 28 de abril de 2017

PERDER A CRISTO


Perder a Cristo
Quien se sienta triste porque le parece encontrarse lejos de Cristo, tenga esperanza, Él no se va.


Por: P. José Luis Richard | Fuente: Catholic.net 




Le han matado a su Señor y ella no pudo socorrerle. Sus gritos en medio de la multitud no sirvieron de nada y en seguida los sofocaron con golpes y empujones. ¡No había podido hacer nada por Jesús! Seguirle en silencio y acompañarle de pie junto a la cruz. Y nada más.

Lloraba recordando, en cambio, lo bueno que había sido Jesús con ella aquel día en la casa de Simón, la paz que le había inundado siempre al lado del Maestro, su mirada bondadosa y limpia, aquella seguridad... Pero ya todo había acabado. Sus enemigos habían vencido y se habían desecho de Él y ahora ni siquiera le permitían a ella ungir como era debido el cuerpo del Señor.

Ella había creído que ya nunca podría llorar más. Que, después de la muerte de Jesús, quedaría insensible a cualquier otro dolor. Pero sí, aquello era demasiado. ¡Ya no tenía a Cristo! ¡Ni siquiera su cuerpo! Se lo habían quitado. Sintió rabia, amargura, odio, nostalgia. Todo a la vez.

Se le aparecen de pronto unos ángeles, pero ella ni se inmuta. ¿Qué le importa todo si ha perdido a Cristo? Jesús en persona se le acerca. No le oye llegar. Él se insinúa. Nada: está tan inmersa en su desesperación que no distingue la voz de Cristo hasta que Él mismo se le revela.

Ella se arroja sin dudarlo un instante a los pies de Cristo, los abraza llorando de alegría y en un instante cree entender todo lo que había pasado. Nosotros, mientras tanto, observémosla.

Ahí está María, de la que Jesús había expulsado siete demonios. Cristo le había perdonado sus muchos pecados porque ella había amado mucho. Y porque Jesús le había perdonado demasiado pensó que, en adelante, jamás podría decir que ella le amaba ya bastante.

Es una mujer y le ama como ella es: con sencillez, con naturalidad, con esos pequeños detalles que dejan la impronta de una alma delicada. No se le habían presentado oportunidades especiales, pero tampoco había perdido ninguna ocasión para demostrar a Jesús su cariño y su eterno agradecimiento por haberla salvado.

Con fina intuición esta mujer había experimentado que nada era comparable con la posesión de Cristo, con su amistad, con la paz que Él irradia. Y que, por ello, no existe peor tragedia que perderle o disgustarle.

Sólo se había equivocado en un detalle: creía que había perdido a Cristo, que se lo habían quitado. Y nadie pierde a Cristo "sin querer", como extraviamos un llavero o un reloj. María, en realidad lo llevaba muy, pero que muy vivo en su alma. Por eso se había levantado de madrugada. Por eso lloraba.

Quien se sienta triste porque le parece encontrarse lejos de Cristo, tenga esperanza. Si estuviese tan lejos como el demonio le sugiere, ninguna pena le daría. Una de dos: o ya tiene a Cristo o lo está tocando ya. Bastará, como hizo María, darse la vuelta, actuar como si ya lo hubiese hallado y descubrir la presencia de Cristo que le dice: "No me buscarías, si no me hubieses encontrado ya".


Señor, permíteme encontrarte en mi búsqueda de cada día

miércoles, 26 de abril de 2017

VE A GALILEA, ALLÍ ME VERÁS


Ve a Galilea, allí me verás
Volver a Galilea significa volver a ese punto en que la gracia de Dios me tocó y me miró con misericordia.


Por: SS Papa Francisco | Fuente: Catholic.net 




El Evangelio de la resurrección de Jesucristo comienza con el ir de las mujeres hacia el sepulcro, temprano en la mañana del día después del sábado.

Se dirigen a la tumba, para honrar el cuerpo del Señor, pero la encuentran abierta y vacía. Un ángel poderoso les dice: «Vosotras no temáis» (Mt 28,5), y les manda llevar la noticia a los discípulos: «Ha resucitado de entre los muertos y va por delante de vosotros a Galilea» (v. 7). Las mujeres se marcharon a toda prisa y, durante el camino, Jesús les salió al encuentro y les dijo: «No temáis: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán» (v. 10).

Después de la muerte del Maestro, los discípulos se habían dispersado; su fe se deshizo, todo parecía que había terminado, derrumbadas las certezas, muertas las esperanzas. Pero entonces, aquel anuncio de las mujeres, aunque increíble, se presentó como un rayo de luz en la oscuridad. La noticia se difundió: Jesús ha resucitado, como había dicho… Y también el mandato de ir a Galilea; las mujeres lo habían oído por dos veces, primero del ángel, después de Jesús mismo: «Que vayan a Galilea; allí me verán».

Galilea es el lugar de la primera llamada, donde todo empezó. Volver allí, volver al lugar de la primera llamada. Jesús pasó por la orilla del lago, mientras los pescadores estaban arreglando las redes. Los llamó, y ellos lo dejaron todo y lo siguieron (cf. Mt 4,18-22).

Volver a Galilea quiere decir releer todo a partir de la cruz y de la victoria. Releer todo: la predicación, los milagros, la nueva comunidad, los entusiasmos y las defecciones, hasta la traición; releer todo a partir del final, que es un nuevo comienzo, de este acto supremo de amor.



También para cada uno de nosotros hay una «Galilea» en el comienzo del camino con Jesús. «Ir a Galilea» tiene un significado bonito, significa para nosotros redescubrir nuestro bautismo como fuente viva, sacar energías nuevas de la raíz de nuestra fe y de nuestra experiencia cristiana. Volver a Galilea significa sobre todo volver allí, a ese punto incandescente en que la gracia de Dios me tocó al comienzo del camino.

Con esta chispa puedo encender el fuego para el hoy, para cada día, y llevar calor y luz a mis hermanos y hermanas. Con esta chispa se enciende una alegría humilde, una alegría que no ofende el dolor y la desesperación, una alegría buena y serena.

En la vida del cristiano, después del bautismo, hay también una «Galilea» más existencial: la experiencia del encuentro personal con Jesucristo, que me ha llamado a seguirlo y participar en su misión. En este sentido, volver a Galilea significa custodiar en el corazón la memoria viva de esta llamada, cuando Jesús pasó por mi camino, me miró con misericordia, me pidió de seguirlo; recuperar la memoria de aquel momento en el que sus ojos se cruzaron con los míos, el momento en que me hizo sentir que me amaba.

Hoy, en esta noche, cada uno de nosotros puede preguntarse: ¿Cuál es mi Galilea? ¿Dónde está mi Galilea? ¿La recuerdo? ¿La he olvidado?

He andado por caminos y senderos que me la han hecho olvidar. Señor, ayúdame: dime cuál es mi Galilea; sabes, yo quiero volver allí para encontrarte y dejarme abrazar por tu misericordia.

El evangelio de Pascua es claro: es necesario volver allí, para ver a Jesús resucitado, y convertirse en testigos de su resurrección. No es un volver atrás, no es una nostalgia. Es volver al primer amor, para recibir el fuego que Jesús ha encendido en el mundo, y llevarlo a todos, a todos los extremos de la tierra.

«Galilea de los gentiles» (Mt 4,15; Is 8,23): horizonte del Resucitado, horizonte de la Iglesia; deseo intenso de encuentro… ¡Pongámonos en camino!

martes, 25 de abril de 2017

TENEMOS MIEDO DE LAS SORPRESAS DE DIOS... ÉL NOS SORPRENDE SIEMPRE


Tenemos miedo de las sorpresas de Dios ... Él nos sorprende siempre


¿Estamos cansados, decepcionados, pensamos no lo podemos conseguir? No nos cerremos a la novedad que Dios quiere traer a nuestras vidas.


Por: SS Francisco | Fuente: Catholic.net 



Queridos hermanos y hermanas

(...) Las mujeres habían seguido a Jesús. Lo habían escuchado, se habían sentido comprendidas en su dignidad, y lo habían acompañado hasta el final, en el Calvario y en el momento en que fue bajado de la cruz.

Podemos imaginar sus sentimientos cuando van a la tumba: una cierta tristeza, la pena porque Jesús les había dejado, había muerto, su historia había terminado. Ahora se volvía a la vida de antes. Pero en las mujeres permanecía el amor, y es el amor a Jesús lo que les impulsa a ir al sepulcro.

Pero, a este punto, sucede algo totalmente inesperado, una vez más, que perturba sus corazones, trastorna sus programas y alterará su vida: ven corrida la piedra del sepulcro, se acercan, y no encuentran el cuerpo del Señor. Esto las deja perplejas, dudosas, llenas de preguntas: «¿Qué es lo que ocurre?», «¿qué sentido tiene todo esto?» (cf. Lc 24,4).

¿Acaso no nos pasa así también a nosotros cuando ocurre algo verdaderamente nuevo respecto a lo de todos los días? Nos quedamos parados, no lo entendemos, no sabemos cómo afrontarlo. A menudo, la novedad nos da miedo, también la novedad que Dios nos trae, la novedad que Dios nos pide.

(...)

Tenemos miedo de las sorpresas de Dios. Queridos hermanos y hermanas, en nuestra vida, tenemos miedo de las sorpresas de Dios. Él nos sorprende siempre. Dios es así.

Hermanos y hermanas, no nos cerremos a la novedad que Dios quiere traer a nuestras vidas. ¿Estamos acaso con frecuencia cansados, decepcionados, tristes; sentimos el peso de nuestros pecados, pensamos no lo podemos conseguir? No nos encerremos en nosotros mismos, no perdamos la confianza, nunca nos resignemos: no hay situaciones que Dios no pueda cambiar, no hay pecado que no pueda perdonar si nos abrimos a él.

(...) las mujeres, encuentran la tumba vacía, el cuerpo de Jesús no está allí, algo nuevo ha sucedido, pero todo esto todavía no queda nada claro: suscita interrogantes, causa perplejidad, pero sin ofrecer una respuesta. Y he aquí dos hombres con vestidos resplandecientes, que dicen: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí, ha resucitado» (Lc 24,5-6). Lo que era un simple gesto, algo hecho ciertamente por amor – el ir al sepulcro –, ahora se transforma en acontecimiento, en un evento que cambia verdaderamente la vida. Ya nada es como antes, no sólo en la vida de aquellas mujeres, sino también en nuestra vida y en nuestra historia de la humanidad. Jesús no está muerto, ha resucitado, es el Viviente. No es simplemente que haya vuelto a vivir, sino que es la vida misma, porque es el Hijo de Dios, que es el que vive (cf. Nm 14,21-28; Dt 5,26, Jos 3,10). Jesús ya no es del pasado, sino que vive en el presente y está proyectado hacia el futuro, Jesús es el «hoy» eterno de Dios.

Así, la novedad de Dios se presenta ante los ojos de las mujeres, de los discípulos, de todos nosotros: la victoria sobre el pecado, sobre el mal, sobre la muerte, sobre todo lo que oprime la vida, y le da un rostro menos humano.

Y este es un mensaje para mí, para ti, querida hermana y querido hermano. Cuántas veces tenemos necesidad de que el Amor nos diga: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? Los problemas, las preocupaciones de la vida cotidiana tienden a que nos encerremos en nosotros mismos, en la tristeza, en la amargura..., y es ahí donde está la muerte. No busquemos ahí a Aquel que vive.

Acepta entonces que Jesús Resucitado entre en tu vida, acógelo como amigo, con confianza: ¡Él es la vida!

1. Si hasta ahora has estado lejos de él, da un pequeño paso: te acogerá con los brazos abiertos.

2. Si eres indiferente, acepta arriesgar: no quedarás decepcionado.

3. Si te parece difícil seguirlo, no tengas miedo, confía en él, ten la seguridad de que él está cerca de ti, está contigo, y te dará la paz que buscas y la fuerza para vivir como él quiere.

(...) Las mujeres se encuentran con la novedad de Dios: Jesús ha resucitado, es el Viviente. Pero ante la tumba vacía y los dos hombres con vestidos resplandecientes, su primera reacción es de temor: estaban «con las caras mirando al suelo» – observa san Lucas –, no tenían ni siquiera valor para mirar. Pero al escuchar el anuncio de la Resurrección, la reciben con fe. Y los dos hombres con vestidos resplandecientes introducen un verbo fundamental: Recordad. «Recordad cómo os habló estando todavía en Galilea... Y recordaron sus palabras» (Lc 24,6.8).

Esto es la invitación a hacer memoria del encuentro con Jesús, de sus palabras, sus gestos, su vida; este recordar con amor la experiencia con el Maestro, es lo que hace que las mujeres superen todo temor y que lleven la proclamación de la Resurrección a los Apóstoles y a todos los otros (cf. Lc 24,9). Hacer memoria de lo que Dios ha hecho por mí, por nosotros, hacer memoria del camino recorrido; y esto abre el corazón de par en par a la esperanza para el futuro. Aprendamos a hacer memoria de lo que Dios ha hecho en nuestras vidas.

(...) Pidamos al Señor: 

1. Que nos haga partícipes de su resurrección: nos abra a su novedad que trasforma, a las sorpresas de Dios, tan bellas;

2. Que nos haga hombres y mujeres capaces de hacer memoria de lo que él hace en nuestra historia personal y la del mundo;

3. Que nos haga capaces de sentirlo como el Viviente, vivo y actuando en medio de nosotros;

4. Que nos enseñe cada día, queridos hermanos y hermanas, a no buscar entre los muertos a Aquel que vive.

Fragmento de la Homilía del Papa en la Misa de la Vigilia Pascual Basílica Vaticana. Sábado Santo 30 de marzo de 2013. 

domingo, 23 de abril de 2017

DICHOSOS LOS QUE CREEN SIN HABER VISTO


Dichosos los que creen sin haber visto.
¡Qué dicha encontrarse nuevamente con el Señor, había vencido verdaderamente a la muerte!


Por: Pa´ que te salves. | Fuente: Catholic.net 




Contemplaremos, paso a paso, un hermosísimo pasaje evangélico. Veremos a los apóstoles que, atemorizados, se escondían bajo llave. Veremos a Jesús que amorosamente se acerca a ellos y les anima. Veremos al apóstol Tomás que no se anima a creer en la Resurrección del Señor.

Cuando se está lejos de Jesús, o cuando se le desconoce, la vida de una persona se convierte en una angustia permanente. ¿Qué sucede cuando una persona que no cree en Dios se entera que ha de morir pronto por una enfermedad incurable? ¿Que sucede con una persona que no cree en Dios y pierde a un ser querido, o sufre un terrible accidente? ¿Acaso no se llena de angustia, de miedo, de duda? Pero, cuando verdaderamente se cree en Dios, la persona atribulada confía y no se angustia. Nuestro mundo de hoy vive angustiado todo el tiempo pues no conoce o no quiere aceptar a Jesucristo.

Contemplemos este pasaje evangélico que el apóstol San Juan nos transmite por medio de la Liturgia de la Palabra. Observemos, paso a paso, lo acontecido en aquella ocasión. Observemos a los protagonistas del pasaje y presenciemos personalmente lo ocurrido.

Era el día de la Resurrección. Era ya de noche. Los discípulos de Jesús, diez únicamente (pues Judas, quien había traicionado y vendido al Señor, se había quitado la vida; Tomás estaba ausente), se encontraban encerrados bajo llave en una casa. Estaban llenos de miedo por los judíos. Asustados, temerosos, no comprendían qué pasaba. Por la mañana, María Magdalena les había dicho que Jesús había resucitado, que ya no estaba en la tumba. Pedro y Juan fueron corriendo presurosos a ver el sepulcro, la tumba, donde habían depositado el cuerpo del maestro. Ellos no creían lo dicho por María Magdalena. Creían que el cuerpo había sido robado y temían que los judíos los maltratasen. Además, estaban tristes pues ¿de qué les había servido haber dejado familias, trabajo, fama y tranquilidad para seguir a Jesús durante tres años y haber terminado con la sentencia de muerte, ejecución y sepultura del maestro? Estaban desconcertados, atemorizados y tristes. ¡Pobres discípulos! Se sentían huérfanos.

Mas de pronto, en medio de esa comunidad atemorizada y encerrada bajo llave, el Señor se presenta amorosamente. ¡Cuál habrá sido el susto que ellos se habrán llevado al ver que un resucitado se les aparezca! Tres días antes lo habían enterrado muerto después de un suplicio horrible! Ahora Él se presenta en medio de ellos. Conociendo el Señor que estaban tan atemorizadas y que su aparición les iba a aumentar los temores, les dice amorosa y tiernamente: “La paz esté con Ustedes”. Ellos se tranquilizan. El Señor nuevamente les ayuda, pues les muestra las heridas causadas por los clavos en las manos, y la herida causada por la lanza en el costado. Entonces, esos discípulos que estaban llenos de miedo, de tristeza, se alegran de ver al Señor.

¡Qué dicha encontrarse nuevamente con el Señor! En esos momentos, reconocían que era verdad todo lo que les había dicho. Lo veían a Él resucitado, vivo. ¡Había vencido verdaderamente a la Muerte!.

Seguramente San Pedro se abalanzó sobre el Señor. Le habrá abrazado y besado. Habrá llorado de alegría al ver a su maestro nuevamente. Las lágrimas habrán corrido nuevamente por sus mejillas, pero ya no de tristeza por la traición, sino de alegría por el reencuentro con el maestro amado.

Y el Señor, amorosamente, les vuelve a decir que la paz esté con ellos. ¡Qué encuentro tan maravilloso! ¡Único! Jesucristo resucitado y sus amados discípulos. El reencuentro después del dolor. La alegría después de la tristeza.

Él les habla, le conforta, les da muestras de cariño, junto con nuevas indicaciones. Les da de regalo al Espíritu Santo, y el poder de perdonar los pecados. Además de abrirnos las puertas del Cielo, de la vida eterna, además de haber muerto por todos los hombres, además de habernos amado tanto, Jesús sigue regalando cosas a sus amigos, a sus amados, a sus hijos.

¡Qué alegría! ¡Qué gozo! ¡Qué tranquilidad habrá sido el volver encontrase con el maestro!. Los discípulos habrán recobrado vida después de tan duras penas sufridas.

Y el Señor se marcha… Los vuelve a dejar…

Cuando Tomás, el discípulo ausente, regresa, los compañeros le cuentan lo ocurrido. Pero él no les cree. Se imagina que el miedo y la tristeza les hace ver fantasmas o algo así. Les dice: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos y si no meto mi dedo en los agujeros de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré”. ¡Pobre Tomás! No creía. Aún pedía pruebas de lo que sus compañeros le decían. Él no comprendía cómo Jesús pudo morir de forma tan vil si era Dios.

Pasan ocho días más. Era el siguiente domingo, el primero después de la Resurrección. Ese día, sí estaba Tomás con los demás discípulos. El Señor se les vuelve a aparecer. Y amorosamente le invita a que meta sus dedos en las heridas, para que crea. Al instante el buen Tomás se arrodilla y le dice “¡Señor mío y Dios mío!” A lo que le responde el Señor: “Tú crees porque me has visto; dichosos los que crean sin haber visto”. En ese momento, el Señor pensó en todos nosotros, que creeríamos sin que lo hubiéramos visto.

El Señor nos invita a creer a pesar de no haber visto. A creer en el amor infinito de Dios por nosotros. Y junto con toda la Iglesia en este Jubileo del Año dos mil. Nos invita a la conversión, a volver a Dios, a alejarnos de la vida de pecado. Recordemos que para esto ha venido Jesucristo, para rescatarnos del pecado y abrirnos nuevamente las puertas el cielo. Y, para ello, recordemos que espera que cada uno de nosotros libremente lo busque a Él.

No dejemos pasar el tiempo. Volvamos a la casa del Padre. Sigamos los caminos de nuestros Señor Jesucristo: Amemos a Dios sobre todas las cosas y a nuestro prójimo. Si amamos realmente estaremos en el camino de la conversión, pues quien verdaderamente ama es quien imita a Dios, pues Dios es amor, nos dice el apóstol san Juan, y el mandato de Jesucristo es: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado”. Por ello, la auténtica conversión del corazón es la imitación de Cristo amoroso, quien nos amó y se entregó por nosotros.

La Iglesia, por medio del catecismo, nos recuerda que cada persona, tú o yo, hemos de responder libremente a la invitación que Dios nos hace para creer. Esa respuesta muy personal de cada uno, es la fe.

Nos recuerda, también, que la fe no es algo nada más personal, pues no la habríamos recibido si no hubiese otras personas que nos la transmitieran. Por ello, es necesario que todos transmitamos a otras personas esa fe.

Recordemos que no es suficiente creer en Jesucristo para que alcancemos la vida eterna y nos salvemos. Es necesario que nuestra vida se transforme en una vida llena de obras de acuerdo a los mandatos de Jesucristo: obras llenas de amor a Dios y a nuestros hermanos los hombres.

La fe no llega así porque sí a los demás. Es necesario que haya otras personas que la lleven a los que no la conoces. Todos los cristianos, todos los miembros de la Iglesia estamos llamados a transmitir la fe a los demás, empezando por nuestros hijos.

Nadie puede dar lo que no conoce. Por ello es necesario que conozcamos cada día mejor nuestra fe, para que la podamos transmitir a los demás, empezando por los de casa.

miércoles, 19 de abril de 2017

JESÚS RESUCITÓ, ESTÁ PARTIENDO EL PAN PARA TI


Jesús resucitó, está partiendo el pan para ti
Junto a nosotros, es El, que camina en nuestro mismo camino y siempre junto a nosotros. 


Por: Ma Esther de Ariño | Fuente: Catholic.net 




Por el camino de Emaús dos de los seguidores de Cristo regresan a su pueblo. Emaús es una pequeña aldea de Judea, dista unos once o doce kilómetros de Jerusalén. Está atardeciendo. Van llenos de amargura y decepción. Saben que Cristo, el Maestro ha muerto. Han oído algo que han dicho unas mujeres de su Comunidad pero no quieren prestar oídos; piensan: si hubiera resucitado lo hubiéramos visto.

María Magdalena con su amor vivo y esperanzado lo ha visto ya, ellos tendrán que "calentar el corazón" como nos dice San Lucas.

Mientras ellos van conversando de todo lo sucedido, un caminante se les ha unido y les va hablando con voz cálida y persuasiva: -" Oh, insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los profetas ¿no era preciso que Cristo padeciera eso y entrara así en la gloria?. Y empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó todo lo que había sobre él en todas las escrituras" ( Lucas 24, 25-27).

Lo oían y estaban embelesados pero no lo reconocían. Como nos dice Evely: -" Jesús no se impone, aunque se proponga siempre así mismo. El nos deja libres. ¡Nada resulta tan fácil como obrar cual si no lo hubiésemos encontrado, como si no lo hubiésemos oído, como si no lo hubiésemos reconocido!". No queremos saber que camina en nuestro mismo camino y siempre junto a nosotros. No vaya a se que sus palabras y su mirada nos haga sus prisioneros.

Pero hay veces que es una enfermedad, un accidente, una pena, un momento especial en nuestras vidas que hacen que lo veamos, que la venda caiga de nuestros ojos, y ahí está, frente a nosotros, junto a nosotros, es El, "sus manos están partiendo el pan" y la gracia se hace viva en nuestros corazones.

Y los apóstoles que están cenando con el caminante, al reconocerlo se levantan, corren y regresan a Jerusalén. No guardan para sí su alegría, tienen que comunicarla y repartirla. Así nosotros, si el compañero de nuestro diario vivir es Jesús, no podemos esconder ni guardar para nosotros solos esa gran verdad, hemos de proclamarla para que todos los hombres estemos conscientes de esa maravillosa compañía.

El sabe lo testarudos que somos lo difícil que le es al hombre creer en lo que no ve. Más aún, en lo que no palpa. Y cuando se vuelve a aparecer al resto de los apóstoles adivina sus pensamientos y les dice:- " ¿ Por qué os turbáis y por qué sube a vuestro corazón esos pensamientos?. Ved mis manos y mis pies. Si soy yo. Palpadme y ved, los espíritus no tienen carne y huesos como veis que tengo yo" ( Lc, 24, 38-43).Y les va mostrando sus manos donde están sus heridas aún abiertas. Abre su túnica y ven su carne rota por larga y profunda herida, allí donde late el corazón. No hay misterios ni fantasías. Es El, y con una sonrisa tierna les dice:-" ¿Tenéis algo de comer?.

Tomás no estaba con ellos en ese grandioso momento. Sobre esto Evely nos comenta:-" Tomás es un auténtico hombre moderno, un existencialista que no cree mas que en lo que toca, un hombre que vive sin ilusiones, un pesimista audaz que quiere enfrentarse con el mal, pero que no se atreve a creer en el bien. Para él lo peor es siempre lo más seguro". Y cuando Jesús le dice:-" Tomás trae tu dedo y mételo en las llagas de mis manos, trae tu mano y métela en mi costado"(Jn 2O,27). Tomás toca, palpa y deslumbrado y aplastado, cae de rodillas y dice :-" Señor mío y Dios mío". Y Jesús responde ante esta bellísima oración:-" Tomás porque has visto has creído, dichosos los que han creído sin ver".

No nos empeñemos en "tocar y ver". Amémosle, que es mucho más sólido nuestro amor que nuestras manos. La humildad y profundidad de nuestra fe hará que haya una llama ardiente en nuestro corazón porque sabemos, porque creemos que Cristo es el compañero fiel en todo los instante de nuestra vida.
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