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martes, 21 de abril de 2015

¿QUÉ ES LA EXCOMUNIÓN?


¿Qué es la excomunión?
Ciertos pecados particularmente graves están sancionados con la excomunión, la pena eclesiástica más severa


Por: SCTJM | Fuente: corazones.org




La excomunión es la pena impuesta por ley canónica por la que un católico es parcialmente excluido de la vida de la Iglesia.

Por el bautismo, el cristiano es unido a Cristo y a su Iglesia, en la que El vive y se nos comunica. No puede haber cosa peor que perder esa unidad.

Los pecados veniales no rompen la comunión con Dios (aunque si la debilitan). Los pecados graves si nos quitan la gracia (la vida de Dios en nuestras almas). La persona en pecado mortal es como una rama seca, que aunque unida físicamente al árbol (Iglesia), no tiene vida. Por medio del arrepentimiento y el sacramento de penitencia, el pecador puede volver a la plenitud de la vida en la Iglesia.

Catecismo 1463:

Ciertos pecados particularmente graves están sancionados con la excomunión, la pena eclesiástica más severa, que impide la recepción de los sacramentos y el ejercicio de ciertos actos eclesiásticos, y cuya absolución, por consiguiente, sólo puede ser concedida, según el derecho de la Iglesia, por el Papa, por el Obispo del lugar, o por sacerdotes autorizados por ellos. En caso de peligro de muerte, todo sacerdote, incluso privado de la facultad de oír confesiones, puede absolver de cualquier pecado y de toda excomunión. 

Mas allá de la pérdida de la gracia, la excomunión implica una ruptura con de los vínculos que nos unen a Cristo por medio de su Iglesia. La excomunión no pone a la persona fuera de la Iglesia pero si la separa de la participación de su comunión. Es posible también la auto-excomunión, cuando la persona rompe los vínculos de comunión con la Iglesia.

La excomunión automática (latae sententiae) "de modo que incurre ipso facto en ella quien comete el delito". Se trata de delitos sumamente graves: apostasía, herejía o cisma. (Canon 1364); la violación directa del sacramento de la confesión por un sacerdote (Canon 1388); el procurar o participar en un aborto o la cooperación necesaria para que un aborto se lleve a cabo (CIC 2272; Ley Canónica 1398).

En otros casos la excomunión ocurre por un proceso formal (ferendae sententiae) (Cánones 1314, 1341).

La ley canónica advierte algunos factores que quitan imputabilidad - ignorancia de la ley, falta de libertad, etc. (Canon 1323). Otros factores pueden disminuir la culpa, como el uso imperfecto de la razón e ignorancia de la pena envuelta por la violación. (1324.3).

Efectos de la excomunión

El efecto mas notable de la excomunión es la exclusión de la recepción o administración de los sacramentos, incluso de la confesión, ya que no puede haber reconciliación de algunos pecados mientras no hay arrepentimiento de uno que sea mortal. (cf. Canon 1331.1.2) Lamentablemente, con frecuencia personas que han incurrido excomunión automática continúan recibiendo los sacramentos sin arrepentirse. Estos cometen un sacrilegio y quien les aconseja a continuar en el error los está encerrando en el pecado.

Se les prohibe además ejercer oficios o funciones eclesiásticas. Si la excomunión ha sido impuesta públicamente, todo atento de ejercer un oficio eclesiástico es inválido

El fin de la excomunión es medicinal

Es el pecador, y no la Iglesia, quien rompe la comunión. La Iglesia, como madre y maestra, debe advertir sobre la seriedad de los males mortales para el alma y las consecuencias, con el propósito de atraer al pecador al arrepentimiento y el retorno a la comunión. Pero si este se obstina en el pecado, la excomunión le sirve para entender claramente su situación. En casos de pecado grave y público, la Iglesia tiene además la obligación de proteger a sus fieles del escándalo que ocurre cuando se aparenta que el pecado grave es compatible con la práctica de la fe. El arrepentimiento hace posible la absolución de la excomunión (cf. CCC 1463).

San Pablo:

Y ¡vosotros andáis tan hinchados! Y no habéis hecho más bien duelo para que fuera expulsado de entre vosotros el autor de semejante acción. Pues bien, yo por mi parte corporalmente ausente, pero presente en espíritu, he juzgado ya, como si me hallara presente, al que así obró: que en nombre del Señor Jesús, reunidos vosotros y mi espíritu, con el poder de Jesús Señor nuestro, sea entregado ese individuo a Satanás para destrucción de la carne, a fin de que el espíritu se salve en el Día del Señor. ¡No es como para gloriaros! ¿No sabéis que un poco de levadura fermenta toda la masa? - I Corintios 5:2-6

El lenguaje de San Pablo parece duro para la mente moderna que no entiende la gravedad del pecado. En realidad San Pablo conoce mucho mejor la realidad del hombre y desea salvar del infierno tanto al que cometió el grave pecado como a la comunidad. Estima que sacar al hombre de la comunidad le servirá para comprender su mal y volver arrepentido. Quiere la "destrucción" de su carne (las tendencias de pecado) para que se salve para la eternidad.

Catecismo 2272: Iglesia no pretende restringir el ámbito de la misericordia; lo que hace es manifestar la gravedad del crimen cometido, el daño irreparable causado al inocente a quien se da muerte, a sus padres y a toda la sociedad.

La pena de excomunión siempre ha existido en la Iglesia. Hay referencias a ella ya en los primeros concilios (ej. Nicea, 325d.C.). La pena de excomunión pública es poco frecuente. El caso mas notable después del Concilio Vaticano es el del Arzobispo Lefebre (m.1991), quien comenzó un cisma al consagrar obispos sin el permiso del Papa.

miércoles, 15 de abril de 2015

¿QUÉ ES EL LIMBO?


¿Qué es el limbo?
Faltan fundamentos en la Sagradas Escrituras de su existencia 


Por: P. Miguel Ángel Fuentes, V.E. | Fuente: El Teólogo Responde



El limbo es lo que en el Credo se designa como “infiernos” cuando se afirma que "Jesucristo descendió a los infiernos".

Explica este artículo el Catecismo al enseñar: “La Escritura llama infiernos, sheol o hades a la morada de los muertos donde bajó Cristo después de muerto, porque los que se encontraban allí estaban privados de la visión de Dios. Tal era, en efecto, a la espera del Redentor, el estado de todos los muertos, malos o justos, lo que no quiere decir que su suerte sea idéntica como lo enseña Jesús en la parábola del pobre Lázaro recibido en el ‘seno de Abraham’.

Son precisamente estas almas santas, que esperaban a su Libertador en el seno de Abraham, a las que Jesucristo liberó cuando descendió a los infiernos. Jesús no bajó a los infiernos para liberar allí a los condenados ni para destruir el infierno de la condenación, sino para liberar a los justos que le habían precedido”
. (nº 633)

Y más adelante (nº 635): “Cristo, por tanto, bajó a la profundidad de la muerte para que los muertos oigan la voz del Hijo de Dios y los que la oigan vivan. Jesús, el Príncipe de la vida (Hch 3,15), aniquiló mediante la muerte al señor de la muerte, es decir, al diablo y libertó a cuantos, por temor a la muerte, estaban de por vida sometidos a esclavitud (Hb 2,14-15). En adelante, Cristo resucitado tiene las llaves de la muerte y del Hades (Ap 1,18) y al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra y en los abismos". (Flp 2,10)

El catecismo de Trento, promulgado después del Concilio de Trento, al explicar los lugares donde están detenidas después de la muerte las almas privadas de gloria, enseña que “hay una tercera clase de cavidad, en donde residían las almas de los Santos antes de la venida de Cristo Señor Nuestro, en donde, sin sentir dolor alguno, sostenidos con la esperanza dichosa de la redención, disfrutaban de pacífica morada. A estas almas piadosas que estaban esperando al Salvador en el seno de Abraham, libertó Cristo Nuestro Señor al bajar a los infiernos” (Catecismo de Trento, parte 1, cap. 6, n. 3).

En la literatura más reciente se emplea esta palabra para indicar el lugar y la situación en que se encuentran los niños y quienes se les equiparan, que mueren sin haber recibido el sacramento del bautismo: “el limbo de los niños”. Este problema de quienes mueren sin haber llegado al uso de razón y sin haber sido bautizados ha dado lugar a diversas teorías:

–Sauras afirma que obtienen la gloria por el voto real del bautismo;

–Boudes también lo afirma, pero en razón de la solidaridad con Cristo;

–Héris y antiguamente Cayetano, creen que se salvan por la fe de los padres.

–Laurenge opina lo mismo pero en razón de una opción personal después de la muerte.

–García-Plaza supone una iluminación extraordinaria que les hace hacer un acto de caridad perfecta.

–Schell cree que se les computa la propia muerte como martirio, etc.

A falta de datos escriturísticos es necesario recurrir al pensamiento de los Santos Padres. Éstos han afirmado claramente la existencia del limbo (cf. por ejemplo, San Gregorio Nacianceno, PG 36,385-390; San Agustín, PL 40,275). En general los Padres y teólogos han afirmado la existencia del limbo como lugar y estado de aquellos que habiendo muerto antes de llegar al uso de razón y sin bautismo, y por tanto con pecado original pero sólo con él, son privados de la visión de Dios, que es don gratuito y personal, aunque no sean castigados con penas aflictivas, sino que pueden gozar de una felicidad natural.

El Magisterio no se ha expedido nunca sobre esta cuestión, aunque tenemos un par de datos debidos al magisterio de Juan Pablo II:

–el primero se refiere a los que mueren en razón del aborto; de ellos dice el Papa escribiendo a las madres que han realizado el aborto: “Si aún no lo habéis hecho, abríos con humildad y confianza al arrepentimiento: el Padre de toda misericordia os espera para ofreceros su perdón y su paz en el sacramento de la Reconciliación. Os daréis cuenta de que nada está perdido y podréis pedir perdón también a vuestro hijo que ahora vive en el Señor.” (Evangelium Vitae, n° 99);

–el segundo está en el Catecismo: “En cuanto a los niños muertos sin Bautismo, la Iglesia sólo puede confiarlos a la misericordia divina, como hace en el rito de las exequias por ellos. En efecto, la gran misericordia de Dios, que quiere que todos los hombres se salven y la ternura de Jesús con los niños, que le hizo decir: Dejad que los niños se acerquen a mí, no se lo impidáis (Mc 10,14), nos permiten confiar en que haya un camino de salvación para los niños que mueren sin el Bautismo. Por esto es más apremiante aún la llamada de la Iglesia a no impedir que los niños pequeños vengan a Cristo por el don del santo Bautismo”(Catecismo de la Iglesia Católica, nº 1261).

La Iglesia no conoce otro medio que el Bautismo para asegurar la entrada en el cielo. Pero también reconoce que la manera en que Dios interviene para la salvación de las almas no queda reducida a los sacramentos. Así por ejemplo, se aplican el Bautismo de sangre o el de deseo.

Cristo murió por todos y la vocación de todo hombre es llegar a Dios. Así que la Iglesia confía en que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, de un modo conocido sólo por Dios, se salven. Y confía también en la misericordia divina, que quiere que todos se salven (1 Tm 2, 4) pensando que debe haber un camino de salvación para los niños que mueren sin Bautismo.

Respecto a la teoría de un estado intermedio entre el cielo y el infierno, donde las almas de estos niños no sufren, pero no gozan de la visión de Dios, el Concilio de Cártago en el año 418, la declaró como falsa.

Así que del limbo, no podemos decir que existe, primero por falta de fundamentos en las Sagradas Escrituras y segundo porque la felicidad a la que todos estamos llamados por naturaleza se debe extender a todos los hombres.

LAS OBLIGACIONES DEL PÁRROCO

Obligaciones del párroco
La importancia pastoral de la misión del párroco en el Código de derecho canónico


Por: Pedro María Reyes Vizcaíno | Fuente: El párroco en el derecho canónico



Es difícil sintetizar en unas líneas los derechos y obligaciones que competen al párroco, porque son tan amplias como lo es la vida de la Iglesia. El párroco, como afirma el canon 519, “ ejerce la cura pastoral de la comunidad que le está encomendada bajo la autoridad del Obispo diocesano”. Por lo tanto, sus competencias son las que se refieren a la vida cristiana en la comunidad que tiene encomendada. Ya se ve que cualquier relación de derechos y obligaciones del párroco siempre será una reducción, pues la tarea más importante es nada menos que el cuidado de la vida cristiana en la comunidad que el Obispo diocesano le ha encomendado.


En atención a la importancia pastoral de su misión, el Código de derecho canónico dedica dos extensos cánones, los cánones 528 y 529, a dar indicaciones al párroco sobre el cumplimiento de sus funciones. De acuerdo con ellos:

a) El párroco está obligado a procurar que la palabra de Dios se anuncie en su integridad a quienes viven en la parroquia (canon 528 § 1)

b) Procurará que la Santísima Eucaristía sea el centro de la vida parroquial (canon 528 § 2)

c) El párroco debe procurar conocer a los fieles que se le encomiendan (canon 529 § 1)

d) El párroco procurará promover la función propia de los laicos, y cooperará con el Obispo diocesano (canon 529 § 2)


Las funciones anteriores constituyen obligaciones verdaderas para el párroco, aunque son de difícil concreción. Por eso, además, el Código de derecho canónico da una relación de las obligaciones más concretas del párroco:

a) La administración de ciertos sacramentos (canon 530, y canon 1108 para el matrimonio)

b) Obligación de residir en la parroquia, salvo que haya justa causa (canon 533)

c) Debe aplicar la Misa por el pueblo a él confiado los días de precepto (canon 534)

d) Ha de llevar con orden los libros parroquiales y el archivo de la parroquia (canon 535)

e) Debe presentar la renuncia una vez cumplidos los setenta y cinco años. El Código de derecho canónico en este caso hace aquí un ruego a los párrocos, sin imponerles la obligación de presentar la renuncia. Por otro lado, la renuncia, una vez presentada no es automática, puesto que el Obispo decidirá sobre ella, ponderando todas las circunstancias (canon 538 § 3).

f) Ha de procurar que se predique la homilía los días en que está indicado (canon 767 § 4)

g) Debe cuidar de la formación catequética de los fieles (cánones 776 y 777)

h) Ha de guardar en lugar decoroso los Santos óleos (canon 847 § 2)

i) Ha de cuidar la debida preparación de los padres y padrinos de los niños que se vana bautizar (canon 851, 2)

j) Ha de cuidar la debida preparación de quienes acceden por vez primera a la Eucaristía (canon 914)

k) Ha de llevar un libro con las cargas, obligaciones y cumplimientos de las obras pías (canon 1307)


Por su parte, el derecho canónico le da el derecho a ausentarse de la parroquia por tiempo de un mes en concepto de vacaciones, salvo que obste una causa grave (canon 533 § 2). Igualmente, en caso de renuncia por edad tiene el derecho a la conveniente sustentación y vivienda (canon 538 § 3). Puede parecer descompensada esta relación de derechos, en comparación con las obligaciones del párroco, pero se debe tener en cuenta que el párroco tiene los derechos y deberes de los clérigos (cfr. cánones 273 a 289).

viernes, 27 de marzo de 2015

DIEZ COSAS QUE DEBERÍAS DECIR A TUS MONAGUILLOS




Diez cosas que deberías decir a tus monaguillos (con copia también para sus padres)

Los monaguillos son realmente mportantes, pero demasiado a menudo no saben porque


Por: Dwight Longenecker



Los monaguillos son REALMENTE importantes [mayúsculas del autor, ndt],  pero demasiado a menudo no saben porqué lo son. Esta es la razón por la que a veces llegan tarde o ni siquiera se presentan. A veces no parecen estar orgullosos de su función porque tal vez nadie les ha dicho la razón de su importancia.
Por lo tanto, si ayudas con los monaguillos, si tienes hijos que son monaguillos o si piensas que los monaguillos de tu parroquia deberían tener un aspecto impecable, aprende estas diez cosas para decírselas a tus monaguillos.
Esta es la idea: imprime esta entrada de blog y dásela a la persona que forma a los monaguillos o haz copias para los niños y sus padres…
Te sorprenderá lo que cambia la celebración cuando los monaguillos son de primera.
Estas son las diez cosas que hay que decirles:
1. No eres necesario
¡Hala! Este no parece el mejor modo de empezar, pero es verdad. El sacerdote puede hacer todo lo que tú haces en la misa. Esto significa que tú estás haciendo en la liturgia algo que es MÁS que útil. Lee los restantes nueve puntos para saber el qué.
2. Eres un testigo silencioso
En cuanto llegues a la iglesia, - veinte minutos antes de que empiece la Misa -, ponte tu sotana y empieza a preparar las cosas para la Misa. Con ello estarás diciendo a todo el que está en la iglesia: «Mirad, es importante llegar temprano. Es importante preparar la misa con respeto. Es importante hacerlo con tiempo y cuidadosamente». Recuerda, la gente está mirando todo lo que haces. Les encanta ver cómo lo haces, por lo que hazlo con reverencia y con cuidado.
3. Las acciones hablan más alto que las palabras
Tienes que estar bien vestido para la misa. No hace falta que te pongas ropa elegante porque la sotana la cubrirá, pero lo que la gente vea debe estar bien. Ponte calzado negro. ¿Deportivas? ¿Deportivas fosforescentes? ¿Botas marrones? ¿Chancletas? ¡Anda ya! ¡Eres mejor que esto! Nada sobre tu apariencia tiene que llamar la atención. Nada de pendientes largos, por favor… ¡esto va también por vosotros, chicos! ¿Y qué decir de las lacas de uña de colores rabiosos y los peinados extravagantes? ¿Y de los tatuajes salvajes o los piercings? ¡Ajá! Esto atrae la atención sobre uno mismo. Todo lo que hagáis tiene que llevar la atención al altar, no a los monaguillos. Niñas, recogeros el pelo. Niños, peinaros. Y por favor, limpiaros la cara para eliminar esos restos de desayuno…
4. El lenguaje corporal habla en voz alta
Cuando te dispongas para la misa muévete más lentamente. En la procesión, muévete con majestuosidad. Vivimos de manera muy rápida y para oír a Dios tenemos que estar en silencio y para ir al mismo paso que Dios tenemos que movernos más lentamente. Dios pasea tranquilamente, se toma las cosas con calma. Está aquí para siempre, por lo que mantén una buena postura y muévete bien y con lentitud. No corras nunca. Lo creas o no, esto ayuda a la gente a entrar en la celebración con la mentalidad adecuada, de manera respetuosa.
5. La procesión es más que el hecho de entrar caminando en la iglesia
La procesión, en sí, es una antigua ceremonia religiosa. Al entrar en la iglesia estás guiando a todos a la presencia de Dios. Esto se remonta al Antiguo Testamento, cuando solían subir en procesión por la colina hasta Jerusalén y el Templo de Dios. La procesión eres tú guiando al pueblo de Dios a través de la tierra salvaje hasta la Tierra Prometida. La procesión es el triunfo real del rey entrando en la ciudad. Por lo tanto, la procesión tiene que hacerse majestuosamente, con solemnidad y dignidad. No corras con torpeza hasta tu sitio.
¡Siente el orgullo de ser un monaguillo en el altar del rey! Cuando lleves la cruz en la cabeza de la procesión, llévala con solemnidad porque le estás diciendo a los fieles: «Mirad, todos estamos llamados a coger nuestra cruz y seguir a Cristo. Este es nuestro estandarte para la batalla. ¡Este es nuestro signo de llamada!». Por lo tanto, lleva la cruz silenciosa y solemnemente como un soldado en un desfile.
6. Ser el que sujeta un cirio o un libro es más de lo que piensas
¿Eres el que llevas el cirio? Estás diciendo: «Todos llevamos en nuestros corazones la luz de Cristo que hemos recibido en el Bautismo. Somos las luces en la oscuridad, las estrellas brillantes del universo». Los cirios acompañan a la cruz y al Evangelio porque el Evangelio y la cruz traen la luz al mundo. ¿Sujetas o llevas el libro? Representas a los evangelistas y a los apóstoles que llevaron la palabra de Dios al mundo. También nos recuerdas que estamos llamados a llevar la Buena Nueva del amor de Dios a todo el mundo.
7. Sois los ángeles ante el Trono
En el momento del Santo, Santo, Santo debéis ir a los escalones que conducen al altar y arrodillaros para la oración de la consagración. En este momento representáis a los ángeles de Dios que se inclinan ante el trono de Dios en adoración.
Dije esto una vez a mis monaguillos cuando los estaba formando y una de las madres dijo: «¡Usted bromea!». Ella bromeaba, pero esto dice claramente que vosotros, chicos y chicas normales y comunes, representáis a los ángeles ante el trono de Dios. Arrodillaos en la consagración. Tocad la campanilla con cuidado y belleza. El modo como vosotros adoréis en este momento elevará los corazones y las mentes de toda la gente. Si sois respetuosos, si estáis en silencio, todo ello con sinceridad, ayudaréis a todos a entrar más profundamente en la belleza de lo sagrado.
8. Servid el altar con actos rituales
Haced una reverencia ante el altar. Haced una pequeña reverencia al sacerdote y al diácono después de que hayan cogido los elementos y se hayan lavado las manos. Estos pequeños actos rituales ayudan a la gente a entrar en una actitud ritual. Lo ritual trasciende nuestras propias personalidades y nos hace más grandes que nuestras pequeñas vidas ordinarias.
Cuando servís en el altar de una manera ritual estáis ayudando a elevar los corazones y las mentes de todos. Realizad las acciones con solemnidad y dignidad. Este lenguaje visual ayuda a elevar la mente de las personas a Dios. Ni siquiera se dan cuenta. ¿Es genial, verdad?
9. Siente orgullo por lo que haces
Sé fiel a tus tareas porque Dios te es fiel a ti. Presta atención a los detalles porque Dios está en los detalles. Convierte tus acciones en oraciones porque todo lleva a Dios si nosotros lo permitimos. Lo que estás haciendo es un servicio a Dios y abrirá tu corazón y te acercará a Él incluso cuando no te des cuenta de ello. Si te sientes orgulloso por servir bien en el altar, te sorprenderás al ver cómo esto empieza a afectar a toda tu vida. Pronto te sentirás orgulloso de tu aspecto, de tu trabajo en el colegio, tu deporte y tus amigos.
10. Eres muy necesario
¿Dije que no eras necesario? Lo que quería decir es que eres MÁS que necesario: eres vital porque estás realizando no sólo un papel funcional, sino un papel simbólico, y el simbolismo es el lenguaje de la adoración.
Tus acciones en la misa son mucho más simbólicas de lo que tú piensas y el modo como sirvas en la misa acercará a la gente a Dios.
Eres más que necesario porque la belleza es más que necesaria y lo que estás haciendo es bello.
Hay demasiada poca belleza en nuestro mundo brutal, y al dedicar tu tiempo a hacer algo bello por Dios está haciendo del mundo un lugar mejor. ¡No te avergüences de esto y no subestimes tu importancia!
(Traducción de Helena Faccia Serrano, Alcalá de Henares)

sábado, 21 de febrero de 2015

¿QUÉ SIGNIFICA LA PALABRA PAPA?


¿Qué significa la palabra Papa?
En el principio a los sucesores de San Pedro se los llamaba simplemente Obispo de Roma. El título de Papa comezó a ser usado muchos siglos después 


Por: P. Clemente González | Fuente: Catholic.net



Un error muy difundido en internet acerca de por qué al Sumo Pontífice se le dice "Papa" es el que se basa en las iniciales de 4 palabras latinas: P etrí - A postoli - P otestatem - A ccipiens, y se traducen así: "El que recibe la Potestad del Apóstol Pedro". El segundo error en la interpretación del significado es el que se atribuye a la unión de las dos primeras sílabas de estas palabras latinas: PA ter y PA stor, que se traducen como "padre y pastor".

El origen de la palabra PAPA es muy distinto. El término “Papa” procede del griego “Pappas” o “Papas” y significa “papá” o “padre”. Se encuentra testimoniado en Aristófanes (Pax 120), Menandro (Mis 213). P. Levillain observa que en Homero significa “sacerdote”. Como quiera que sea, el término se hizo común en oriente como signo de afecto y respeto para con obispos y sacerdotes.

En Occidente hace su aparición a inicios del S. III, progresivamente se fue aplicando a los obispos [Cipriano, Ep 8,8.23,30; 31,36]. Aplicado al obispo de Roma como signo de afecto y respeto se encuentra por vez primera en una inscripción del diácono Severo a san Calixto: "Jussu Papae sui Marcellini" (por orden del Papa Marcelino). Se hizo específico para finales del S. IV y en el V al título se precisa la expresión “Papa Urbis Romae" (Papa de la ciudad de Roma).

En el S. VI la cancillería de Constantinopla se dirigió al obispo de Roma con el título “Papa”. Para finales del S. VIII el título se emplea solamente para los romanos pontífices. Con Gregorio V (996-999) el Concilio de Pavía estipuló que el arzobispo Arnulfo de Milán no se designara así. Gregorio XI (1073-1085) prescribió de modo formal que el título se aplicara definitivamente a los sucesores de Pedro.

La expresión “Santísimo Padre” se remonta al S. XII y corresponde al significado histórico de “papa”, es decir, “reverendo padre” y con él se relaciona su definición de “pater patrum”, de uso común por parte de los obispos de la Iliria y del África que así se dirigían a los sucesores de Pedro en los primeros siglos VI-VII.

Nominalmente el Papa es el Obispo de la Diócesis de Roma. Según la tradición católica, desde que San Pedro se estableció para predicar el Evangelio en la ciudad y nombró su sucesor a uno de los Presbíteros de Roma, se ha establecido la ciudad como la sede de la Iglesia Universal.

En el principio a los sucesores de San Pedro se los llamaba simplemente Obispo de Roma. El título de "Papa", como hemos visto, comezó a ser usado muchos siglos después.

El título papa, que alguna vez fue utilizado con gran amplitud, actualmente se emplea exclusivamente para denotar al Obispo de Roma quien, en virtud en su posición como sucesor de san Pedro, es el supremo pastor de toda la Iglesia, el vicario de Cristo sobre la tierra. Además del obispado de la diócesis romana, el Papa detenta varias otras dignidades junto con la de pastor universal y supremo. Él es el arzobispo de la provincia romana, primado de Italia e islas adyacentes, y único patriarca de la Iglesia Occidental. La doctrina de la Iglesia acerca del Papa fue declarada por el Concilio Vaticano I en la Constitución Dogmática “Pastor Aeternus”, el 18 de julio de 1870. Los cuatro capítulos de esa constitución tratan respectivamente del oficio de cabeza suprema conferido a san Pedro, la perpetuidad de ese oficio en la persona del romano pontífice, la jurisdicción papal sobre todos los fieles y su autoridad suprema para definir cuestiones de fe y moral. (Enciclopedia Católica)

miércoles, 28 de enero de 2015

SOBRE LA SOBERBIA Y LA MENTIRA


Sobre la soberbia y la mentira
No os dejéis engañar por las mentiras y la soberbia con que Satanás, del Príncipe de este mundo y Padre de la Mentira, nos pretende seducir.
Por: Pedro Luis Llera Vázquez | Fuente: Catholic.net



«No, no moriréis. Dios sabe muy bien que cuando vosotros comáis de ese árbol, se os abrirán los ojos y seréis como dioses, conocedores del bien y del mal».

Queridos hijos:

Quisiera con estas líneas advertiros sobre los peligros de la soberbia y la mentira. Porque si hoy vivimos en esta situación calamitosa, acosados por tantos casos de corrupción, amenazados por populismos y por ideologías mentirosas, atemorizados por el terrorismo criminal, es por nuestra desobediencia a Dios y por un mundo que acepta y justifica la mentira, que es obra de Satanás.

Ciertamente que los males que derivan de la soberbia y de la mentira no suponen novedad alguna: la soberbia y la mentira son pecados tan antiguos como la humanidad misma y origen de la mayoría de las calamidades que padecemos. El pecado de nuestros Primeros Padres no consistió en comer ninguna manzana, sino en desobedecer a Dios, en pretender ser dioses para determinar el bien y el mal. Así, el bien y el mal ya no estarían definidos por la Ley de Dios, sino por el criterio propio y particular de cada uno. Eso es lo que hoy en día llamamos “relativismo moral”. No hay nada que sea bueno o malo. No existe la verdad. La única verdad es lo que yo opino en cada momento, lo que a mí me viene bien. Y será bueno o malo aquello que a mí me conviene que sea bueno o malo según las circunstancias de cada momento de mi vida. De modo que algo puede ser bueno y verdadero hoy (porque me conviene) y ser malo y falso mañana (cuando me viene bien que así sea). Y el relativismo moral provoca indigencia moral, hasta el punto de invertir la realidad de las cosas, considerando bueno lo que es perverso y persiguiendo lo bueno y santo como si fuera pernicioso.

Por eso, el mayor enemigo de este mundo es la Iglesia, porque hoy es la única institución que defiende una moral basada en la Verdad. Y eso en este mundo no se puede consentir. Por eso, desde la derecha liberal pagana hasta la extrema izquierda estalinista, el enemigo a batir somos los católicos. Nos esperan tiempos de persecución y de martirio. No tengo la más mínima duda. Ocurrió no hace tantos años cuando nazis y comunistas mataron a nuestros hermanos con saña. Ahora vemos cómo los yihadistas obligan a los cristianos a huir de sus casas o cómo los secuestran o los decapitan. Pero no debemos tener miedo, porque el poder del infierno no prevalecerá. Y si permanecemos fieles a la Verdad, que es Cristo, y nos mantenemos firmes en la fe, nada ni nadie podrá con nosotros. Podrán tal vez quitarnos la vida, pero el martirio no es nuestra derrota, sino nuestra victoria. Nada ni nadie nos podrá separar del amor de Dios: ni los problemas, ni la angustia, ni la persecución, ni la pobreza, ni el peligro, ni la violencia.

 “Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, en Cristo Jesús Señor nuestro”. (Romanos 8, 38-39).



Las ideologías materialistas ateas nos quieren convencer de que no hay Dios. Nos venden que será la ciencia la que acabará venciendo a la muerte: “no, no moriréis”, nos sigue diciendo el Demonio. La genética, los avances de la ciencia, acabarán por derrotar a la muerte. “Viviréis más de ciento cincuenta años”, prometen. La ciencia y la técnica nos ofrecen una redención de pacotilla y al final, esos científicos y esos políticos que prometen el paraíso en la tierra acaban creyéndose Dios y pretendiendo determinar qué vidas merecen la pena y cuáles no. Al final, quienes prometen derrotar a la muerte, lo que realmente están haciendo es ejercer de verdugos: aborto, eutanasia, eugenesia. Los hombres, llenos de soberbia, se atreven a sentenciar que una persona anciana o con una enfermedad o con alguna tara genética no merece vivir: que es mejor matarla para que no sufra. Y hombres miserables se arrogan la capacidad de decidir quién vive y quién muere; qué vida es digna y cuál no. Y hombres soberbios y mentirosos que se creen que están por encima del bien y del mal manipulan la vida y acabarán por generar monstruos. Esos hombres soberbios y mentirosos acaban convirtiéndose ellos mismos en verdaderos monstruos capaces de cometer crímenes tan abominables como el aborto.

Cada vez que el hombre inventa una ideología que promete la salvación y el paraíso, no falla: acaba generando dictaduras, campos de concentración, matanzas, verdaderos infiernos… Lo hicieron los nazis, los comunistas, los liberales que durante la revolución francesa prometieron la fraternidad y la confundieron con la guillotina. Nos prometen bienestar, prosperidad. Y lo que realmente provocan es paro, exclusión, pobreza, totalitarismo, represión, violencia. Los que niegan a Dios acaban pisoteando siempre la dignidad del hombre.

Nosotros solos no podemos acabar con el mal del mundo. Ni siquiera podemos acabar con el mal que habita en nosotros mismos. Sólo Dios, sólo Cristo, es quien puede acabar con el pecado del mundo. Y nosotros podremos construir un mundo mejor en la medida en que cada uno de nosotros seamos santos y nos dejemos transformar por la gracia de Dios. Lo que necesita el mundo son santos, no revolucionarios ni demagogos.

Pero la soberbia y la mentira no se circunscriben ni mucho menos a la política. También es mentira que exista un dios que ordene matar a nadie. Los terroristas islamistas son pura y simplemente criminales que tendrán que rendir cuentas ante el Altísimo por la sangre que derraman y por el sufrimiento que provocan.

La verdad no es aquello que opina la mayoría de la gente. La verdad no se determina por votación. La verdad es cosa de sabios y santos; y los sabios y los santos siempre han estado en minoría (y casi siempre han sido rechazados por las mayorías). Nosotros tenemos que ofrecer al mundo la Verdad, que es Cristo. Tenemos que anunciar a tiempo y a destiempo la única Verdad que nos puede hacer verdaderamente libres y que puede dar sentido y plenitud a nuestra vida. Pero esa Verdad que anunciamos es la verdad del Amor y el amor no se impone con la fuerza ni con coacciones. “El amor es paciente, es bondadoso. El amor no es envidioso ni jactancioso ni orgulloso.  No se comporta con rudeza, no es egoísta, no se enoja fácilmente, no guarda rencor. El amor no se deleita en la maldad sino que se regocija con la verdad.  Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (1 Corintios, 13). El único Dios verdadero es Jesucristo, que siendo Hijo de Dios, se abajó hasta la condición de hombre y obedeció hasta la muerte la Voluntad de Dios para nuestra salvación. No caben fundamentalismos ni violencias. Jesús no llamó a las legiones de los ángeles para que fulminaran a quienes lo torturaban, a quienes lo humillaban o a quienes lo crucificaron. Cristo nos enseñó a perdonar incluso a nuestros enemigos. Y a obedecer a Dios hasta el final.

Pero también en la propia Iglesia se cuela el humo de Satanás cuando algunos teólogos y algunas comunidades se apartan de la sana doctrina de la Iglesia y se arrogan la condición de profetas para apartarse del magisterio y alejarse de la autoridad del Papa y de los obispos para reclamar cuestiones como la ordenación sacerdotal de las mujeres, el celibato opcional de los sacerdotes o el reconocimiento eclesial del matrimonio entre homosexuales. ¿No es soberbia creerse más sabios que los propios santos y con más autoridad que toda la tradición apostólica de una Iglesia con más de dos mil años de historia? ¿Desde cuando la Iglesia se debe adaptar a los gustos de este mundo? La Iglesia está llamada a predicar la conversión para ordenar todas las cosas a Cristo. Esa es su misión: no la de resultar moderna o progresista para halagar los oídos de quienes defienden públicamente el divorcio, el aborto, el homosexualismo político o la eutanasia.

¿Y los que ahora se atreven a cuestionar al mismísimo Santo Padre Francisco? También hay católicos, aparentemente “conservadores”, ortodoxos y tradicionalistas, que se atreven a cuestionar al Papa y que llegan a calificarlo poco menos que de hereje y a tildarlo de “antipapa” o de Anticristo. ¿Quién soy yo para juzgar o para cuestionar al Papa? Quien dirige la Iglesia es, en realidad, Cristo y el Señor nos prometió que el poder del Infierno no podría jamás prevalecer sobre la Iglesia. ¿Estoy yo más iluminado por el Espíritu Santo que los cardenales o los obispos de todo el mundo para atreverme a cuestionar la legitimidad del Santo Padre? ¿Cómo se puede caer en tamaña irresponsabilidad? ¿No es esto soberbia?

¡Qué difícil es no caer en la soberbia! Como profesor, ¡cuántas veces caigo en la soberbia de querer solucionar yo todos los problemas: los de los alumnos, los de sus familias, los de los compañeros de trabajo…! ¡Cuántas veces nos quemamos y nos sentimos impotentes! Quisiéramos ser como Dios. Y sólo Dios es Dios. Sólo Él es Omnipotente. Pero nos falta fe y no acabamos de creer en el poder de la oración ni en el de la gracia de Dios. Y muchas veces – la mayoría de las veces – lo único que nosotros podemos hacer es rezar y poner todos esos problemas a los pies de la Cruz del Señor.

Hijos: no caigáis en la soberbia ni en la mentira nunca. No os dejéis engañar por las mentiras y la soberbia con que Satanás, del Príncipe de este mundo y Padre de la Mentira, nos pretende seducir. No sigáis a quien os prometa la felicidad fácil. Una vida plena no se compra con dinero. No son el lujo, la comodidad, los grandes sueldos, los viajes de placer, el sexo “sin compromisos” o las mansiones, las que os van a proporcionar una vida plena. No sigáis a quienes ofrecen recetas simples y prometen paraísos sin Dios en este mundo. El pecado nos seduce, nos atrae, nos promete una vida fácil y cómoda. Pero el pecado nos esclaviza, nos destruye y nos condena a muerte.

En nuestra familia sabemos muy bien que Dios existe y que se ha hecho presente en el camino que hemos venido recorriendo juntos todos estos años. Podemos decir que nosotros somos testigos del Señor y que hablamos de lo que hemos visto y oído. Porque el Señor siempre ha estado presente en nuestra casa. Nos ha traído y llevado de un lado a otro. Nos hemos visto más de una vez al borde del abismo. Pero el Señor siempre ha sido grande con nosotros. Nunca nos abandona y siempre permanece fiel a sus promesas. Es verdad que sus caminos no son los nuestros y que nosotros no siempre comprendemos bien por qué el Señor actúa en nuestra vida como lo hace. Pero bendito sea nuestro Dios. Abandonémonos confiados en las manos del Señor. Él es un Maestro bueno que nos va enseñando con su Palabra y con su Divina Providencia que nos va sorprendiendo a cada paso para que confiemos cada día más en Él y para que así seamos cada vez más santos por su gracia, que no por nuestros méritos. Permaneced siempre fieles al Señor. Él no falla nunca. Es verdad que ser discípulo del Señor supone cargar con la cruz. Pero la cruz es el único camino que conduce a la vida eterna, a una vida plena y feliz. No son las seducciones de este mundo las que nos puedan dar la felicidad. El mundo nos ofrece una libertad – un “haz lo que te dé la gana, haz siempre lo que te apetezca” – que esclaviza y conduce a la perdición, al pecado y a la muerte. En cambio, obedecer a Dios, libera; haciéndonos esclavos de Dios, nos liberamos; buscar su Voluntad y no la nuestra es lo que proporciona la verdadera libertad y la auténtica felicidad: aquella que te permite vivir con la dignidad de los hijos de Dios.

Queridos hijos: sed siempre humildes y buscad siempre la Verdad. No os creáis nunca mejores que nadie ni superiores a nadie. El que ejerce un cargo importante no es mejor ni superior a sus subordinados. El que tiene estudios no tiene más dignidad que el iletrado o el ignorante. No miréis a nadie por encima del hombro. No despreciéis nunca a nadie. Tratad de obedecer siempre la voluntad de Dios y sus mandamientos. Permanecer fiel a Dios es mantenerse siempre fiel a la Iglesia, al Papa y a nuestros obispos; ser fiel a Jesucristo es seguir el magisterio de la Santa Madre Iglesia, como lo hicieron siempre los santos. No os dejéis engañar por los falsos profetas que ofrecen doctrinas engañosas.

Sigamos el ejemplo de nuestra Madre, la Santísima Virgen María, la Santina de Covadonga, y aprendamos a decir con ella: “Hágase en mí según tu palabra”. Ella tampoco entendía bien lo que Dios le pedía. Pero se fió y se dejó complicar la vida por Dios. Y así mereció que todas las generaciones la consideremos bienaventurada. Se dejó hacer por la gracia de Dios y así mereció ser Madre de Dios y Madre nuestra y ser coronada Reina del Cielo. A su protección amorosa os encomiendo. Doy gracias por el regalo que el Señor nos hizo a mamá y a mí con cada uno de vosotros y le pido que os bendiga todos los días de vuestras vidas.

Vuestro padre que os quiere mucho más que a su propia vida,

Pedro L. Llera

martes, 13 de enero de 2015

UN NUEVO SACERDOTE, UN NUEVO SUSURRO DE DIOS

Un nuevo sacerdote, un nuevo susurro de Dios
Cada joven que se ordena se deja invitar, como Pedro, a caminar sobre las aguas
Por: P. Fernando Pascual | Fuente: Catholic.net



Dios sigue entre nosotros. Sigue en cada obispo, en cada sacerdote, en cada cristiano que vive a fondo el Evangelio. Sigue en su cariño, en la lluvia y el sol, en el pan y en el hogar, en cada niño que nace y en la fidelidad de unos esposos que se aman con locura.

Dios no se cansa de amarnos, de buscarnos, de caminar a nuestro lado. Es verdad que a veces el mal parece tan grande que nos olvidamos de su amor, que pensamos en su silencio como si fuese debilidad o impotencia.

Pero Dios no calla. Responde a nuestra oración de súplica. Susurra que nos ama, para siempre, cuando un joven dice sí a Cristo, cuando un obispo consagra un nuevo sacerdote.

Cada sacerdote es un mensaje de Dios, un grito que nos recuerda lo mucho que nos ama. Y esos gritos son miles, aunque no aparezcan en la prensa.

Esos jóvenes o adultos que se ofrecen, que se entregan, que se dejan tocar por el Espíritu Santo, nos recuerdan un Amor eterno, inmutable, respetuoso, de un Padre que suplica que volvamos.

Con sus manos, estos nuevos sacerdotes llevarán la Eucaristía a tantos rincones del planeta. Prestarán sus labios a Cristo para repetir, con una emoción profunda, “yo te perdono tus pecados”. Ungirán con sus dedos a los enfermos, o juntarán las manos de quienes prometen amor hasta la muerte en el matrimonio.

Dios habla, grita, exhorta, anima o reprende a través de las palabras de cada sacerdote. Frente a los males del mundo, frente al misterio de la guerra, frente al drama de la injusticia o del abandono, frente al hambre, el aborto y el odio, Dios vuelve a enviar sus mensajeros.

Cada joven que se ordena se deja invitar, como Pedro, a caminar sobre las aguas. Tendrá miedo, temblará ante lo que empieza. Alguno, tal vez, no será digno, quedará herido en el camino. No importa. Dios está a su lado. Desde su corazón y desde su vida, también Dios besará las heridas de los hombres, aliviará sus dolores, y curará, como buen samaritano, corazones que han apagado la esperanza y han perdido el norte de sus vidas.

También este año Dios nos ha dado el regalo de nuevos sacerdotes, ha mantenido su fidelidad y su misericordia hacia los hombres. Rezaremos por ellos, caminaremos a su lado, nos dejaremos ayudar por sus palabras. Podremos ver, en sus ojos, la mirada de Cristo. Nos darán fuerza para seguir adelante, como Iglesia, como Pueblo de Dios, hacia el encuentro definitivo, eterno, venturoso, con su Amor.

Dios no nos ha dejado solos. El bien, una vez más, en silencio, brilla entre las sombras. En cada nuevo sacerdote se enciende la esperanza de quien nos dijo, tras la Pascua: “No tengáis miedo... Yo estoy con vosotros...”

viernes, 9 de enero de 2015

¿QUÉ ES UNA DIÓCESIS?


¿Qué es una diócesis?
Las diócesis pueden estar repartidas, por motivos organizativos, en zonas pastorales y en vicariatos foráneos


Por: Vatican Insider | Fuente: vaticaninsider.lastampa.it/es/



Es una iglesia particular definida por el Código de Derecho Canónico como la porción del pueblo de Dios, circunscrita territorialmente y cuyo cuidado pastoral es encomendado a un obispo. A las diócesis se asimilan la prelatura territorial, la abadía territorial, el vicariato apostólico, la prefectura apostólica, la administración apostólica erigida de manera estable y el ordinariato militar. Órganos fundamentales de la diócesis son: el obispo diocesano, que es quien está a cargo de la diócesis, eventualmente ayudado por obispos auxiliares o coadjutores; la Curia diocesana, formada por las personas y los organismos que ayudan al obispo en el gobierno; y el cabildo de canónigos. Las diócesis pueden estar repartidas, por motivos organizativos, en zonas pastorales y en vicariatos foráneos (conocidos también como decanatos o presbiterios).

¿Qué poderes tiene un obispo?

Al obispo, indicado como ordinario diocesano, se le encomienda el cuidado de una diócesis. El obispo, que es el representante legal de los intereses de la diócesis, gobierna la iglesia particular que le ha sido encomendada con la triple potestad: legislativa, que ejerce personalmente; ejecutiva, que ejerce por sí mismo o por medio de vicarios generales o episcopales; y judicial, que ejerce tanto personalmente como por medio del vicario judicial y de los jueces. Al llegar a los 75 años de edad, el obispo debe presentar su renuncia al Papa, quien proveerá teniendo en cuenta todas las circunstancias. El obispo cuya renuncia sea aceptaba conserva el título de obispo emérito de su diócesis, en cuyo ámbito puede mantener su residencia.

¿Qué diferencia hay entre un obispo y un arzobispo?
El arzobispo es un obispo al que se le atribuye una preeminencia, simplemente honorífica, sobre los demás obispos. La dignidad de un arzobispo se fundaba, en sus orígenes, en el hecho de que a los obispos de las metrópoli se les atribuía una preeminencia incluso jurisdiccional sobre los obispos de los municipios, que eran llamados obispos sufragáneos. Hoy en día, la dignidad del arzobispo no está necesariamente vinculada a una sede importante; en algunos casos, es un título puramente honorífico conferido por el Pontífice a la persona. Sólo en cuanto metropolitano, el arzobispo tiene obligaciones y jurisdicción claramente definidas por el Derecho Canónico.

¿Quiénes son los cardenales?

Son los más altos colaboradores del Pontífice. Sus oficios son de institución humana y no divina y, en conjunto, forman un colegio de naturaleza particular, denominado generalmente Sacro Colegio. Los cardenales colaboran con el Pontífice romano, tanto como colegio en el Consistorio, como de forma individual en los diferentes oficios, ofreciéndole sus obras en el cuidado, sobre todo, cotidiano de la Iglesia universal. Por norma, los cardenales son prepósitos en los dicasterios y en los demás organismos permanentes de la Curia romana y de la Ciudad del Vaticano, o bien son jefes de las más importantes diócesis de todo el mundo católico. El nombramiento (llamado también creación) de los cardenales le corresponde exclusivamente al Pontífice.

¿Cómo se elige a los cardenales?

La elección del Papa, explica el Dizionario di Diritto Canonico ed Ecclesiastico (Ed. Simone) (Diccionario de Derecho Canónico y Eclesiástico) debe recaer sobre hombres que al menos ya sean sacerdotes y que se destaquen por doctrina, moralidad, piedad y prudencia de comportamiento: aquellos que no sean ya obispos, después del nombramiento, deben recibir la consagración episcopal. Puede suceder que el Pontífice anuncie haber creado un cardenal, pero que no de a conocer el nombre (nomen in pectore sibi reservans). En ese caso, el designado deberá cumplir con los deberes y gozará de los derechos de los cardenales sólo en el momento de la sucesiva publicación (que a veces tiene lugar después de años) mientras que, a los efectos de las prioridades, valdrá la fecha de la reserva in pectore. El artículo 21 del Tratado entre Italia y la Santa Sede, así como varias normas internas, prevén para los cardenales numerosas series de prerrogativas, privilegios, inmunidades y exenciones.

¿Para qué sirve el Sacro Colegio?

El Colegio de Cardenales funciona, incluso oficiosamente, como senado del Pontífice y tiene personalidad jurídica canónica. La tarea principal del Sacro Colegio es la elección del Sumo Pontífice. Este colegio está presidido por el cardenal decano, de quien hace las veces el cardenal subdecano: ninguno de los dos tiene potestad alguna de gobierno sobre los demás cardenales, pero son considerados primus inter pares. El Sacro Colegio se distingue en tres órdenes: el orden de los cardenales obispos, al que pertenecen los purpurados a quienes el Sumo Pontífice asigna el título de una iglesia suburbicaria, y los patriarcas orientales que son nombrados cardenales; el orden de los cardenales sacerdotes, a quienes se les asigna el título de una iglesia de Roma; el orden de los cardenales diáconos, a quienes, en cambio, se les asigna el título de una diaconía romana.

miércoles, 7 de enero de 2015

¿QUÉ ES LA GUARDIA SUIZA?

¿Qué es la Guardia Suiza?
A lo largo del tiempo la Guardia Suiza ejerció un papel muy importante en la protección de la persona del Sumo Pontífice 


Por: Germán Sánchez Griese | Fuente: Catholic.net



Al hablar de Roma vienen a nuestra mente tantos recuerdos. El Coliseo, las Termas de Carcala, los palacios renacentistas, las fuentes de Bernini en Piazza Navona, la inolvidable fuente de Tívoli. Son recuerdos vivos a los cuales asociamos esta bella y eterna ciudad mediterránea.

Junto a estos símbolos de la ciudad se encuentra uno que por folclórico, no deja de ser importante y representativo de la ciudad de Roma, y específicamente de la Ciudad del Vaticano. Me refiero a la Guardia Suiza. Quien ha tenido la oportunidad de visitar la Plaza de San Pedro, la Basílica Vaticana, o de adentrarse a las oficinas de la Santa Sede a través del Borgo Santa Anna habrá aprovechado la oportunidad para tomarse o tomar una fotografía a los Guardias Suizos. Muchas de estas fotografías, seamos sinceros, han sido tomadas por miembros del sexo femenino que han quedado impresionadas por la gallardía y el buen aspecto físico de estos jóvenes. Su variopinto uniforme –azul, amarillo y rojo- cuenta una leyenda, fue diseñado por el propio pintor de la Capilla Sixtina, Miguel Ángel Buonarrotti y cuentan con dos de ellos: uno para el invierno y otro para el verano. Estos jóvenes suizos, cuya edad oscila entre los 19 y 30 años, estatura mínima de 1.74 m. y provenientes de los Cantones suizos, dedican dos años de su vida a la Guardia personal del Papa, con posibilidad de continuarse por otro período igual de tiempo. Pero dejemos a un lado elementos folclóricos y adentrémonos para conocer a este interesante organismo de la Santa Sede.

Su nombre oficial es Corpo della Guardia Svizzera Pontificia (Cohors Helvetica), Cuerpo de la Guardia Suiza Pontificia. Está formado por un capitán comandante, que actualmente es Pius Segmüller, un capellán en la persona de Mons. Alois Jehle, un teniente, Theodor Mäder, dos sub-tenientes, Peter Hasler y Jean Daniel Pitteloud y un ayudante Andreas Clemenz. El cuerpo lo forman 110 personas, entre efectivos y auxiliares.

Su historia se remonta a los finales del siglo XIV en donde numerosos soldados suizos junto con algunos soldados extranjeros estaban al servicio de la Santa Sede. Pero la idea de un cuerpo estable y disciplinado de soldados suizos que se dedicaran a la custodia de la persona del Papa y de los Palacios Pontificios se debe al Papa Julio II quien el 21 de enero de 1505 comunicó a los “Estados Confederados de la Alta Alemania” el encargo que había dado a Pietro von Hertenstein de conducir hasta Roma 200 soldados suizos para custodiar los palacios pontificios. El 21 de enero de 1506 llegaron a Roma 150 soldados que atravesaron Porta del Popolo y se dirigieron a la Plaza de San Pedro en donde Julio II los bendijo solemnemente. Esta fecha es considerada como el inicio de la Guardia Suiza Pontificia.

A lo largo del tiempo la Guardia Suiza ejerció un papel muy importante en la protección de la persona del Sumo Pontífice, pues debe situarnos en la Edad Media donde los intereses políticos se mezclaban muchas veces con los religiosos. Varias veces el Papa tuvo que huir o defenderse de las invasiones extranjeras y los Guardias Suizos estaban ahí para cumplir con su papel de custodios. El momento histórico más importante fue el 6 de mayo de 1527 en donde murieron 147 guardias suizos defendiendo al Papa, durante el saqueo de Roma. Solamente 42, de los 200 soldados suizos se salvaron defendiendo al Papa Clemente VII en el Castel San Angelo.

La Guardia Suiza se ha reorganizado varias veces, siendo la última vez el 5 de abril de 1979. Una de las ceremonias más características de esta Guardia tiene lugar el 6 de mayo de cada año, las cinco de la tarde en el Patio de San Dámaso, dentro de los Palacios del Vaticano. Se trata del juramento que hacen los nuevos reclutas. Con sus vistosos uniformes toman con la mano izquierda la bandera de la Guardia Suiza, mientras que la mano derecha se alza al cielo con los dedos pulgar, índice y medio extendidos, simbolizando las tres personas de la Santísima Trinidad, pues el juramento se hace en nombre de la Santísima Trinidad.

Durante su estancia de dos años en Roma, además del servicio invaluable que prestan a la Santa Sede y al Sumo Pontífice, los guardias suizos estudian idiomas, informática y cursos universitarios.

jueves, 13 de noviembre de 2014

¿FANÁTICO?.... NO, TAN SÓLO CATÓLICO


¿Fanático?... no, tan sólo católico
Autor: Andrés Tapia Arbulú



Durante una reunión social, me dijeron que soy un fanático.

Francamente, mi primera reacción ¿casi tentación? hubiera sido de protesta y enojo. En mi léxico personal, como en el de muchas personas, la palabra fanático abarca una serie de conceptos que van de la gama de lo irracional a la de la violencia. 

¿Me había exasperado ante una opinión contraria? No, había estado de lo más tranquilo. ¿Había gritado o ridiculizado a alguien? Menos, además de no ser caritativo. ¿Había decidido defender a ultranza a algún político, equipo de fútbol o propuesto alguna violencia? Nada de eso. 

Uds. juzguen: sencillamente lo que expresé, en diversos momentos de la reunión, fue una serie de puntos de vista, no muy originales por cierto:

Que el matrimonio es para toda la vida.
Que las relaciones fuera del matrimonio están mal.
Que la vida es sagrada y el aborto es un asesinato aún en caso de violación.
Que la homosexualidad es un desorden moral grave y dista mucho de ser normal.

Como les decía, ideas no muy originales pues todas ellas se encuentran en el Catecismo de la Iglesia Católica. Consideraciones que la Iglesia y los católicos han mantenido durante siglos.

Lo curioso es que no me encontraba en una reunión de librepensadores u otro tipo de aquelarre bohemio. Se encontraban muchos católicos y algunos de más de una misa de domingo. ¿Qué es lo que había pasado entonces? 

Algo muy sencillo y preocupante: los católicos se van mimetizando con una sociedad secularizada, la cual va minando sutil pero inexorablemente su fe hasta amoldarla a una especie de buenas costumbres sociales. Y como la sociedad se encuentra en un desvarío donde cada uno tiene su opinión, ellos, irresponsablemente, van perdiendo su identidad católica hasta terminar creyendo que ser católico es más un compromiso con las buenas costumbres de la sociedad que con el Dios de Jesucristo.

Por eso ya no reconocen lo que significa ser católico.

Por eso cuando expresé mi manera de ver la realidad las reacciones fueron varias. Algunos apuraron lo que estaban bebiendo. Otro hizo un gesto de disgusto y una pareja me dijo (ellos sí levantando la voz): ¡eres un fanático!, con el mismo tono que hubieran empleado para referirse a que era un grosero o un enfermo sexual.

Los miré un poco sorprendidos y les dije tranquilamente: ¿Fanático?... no, tan sólo católico.

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