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miércoles, 28 de enero de 2015

SOBRE LA SOBERBIA Y LA MENTIRA


Sobre la soberbia y la mentira
No os dejéis engañar por las mentiras y la soberbia con que Satanás, del Príncipe de este mundo y Padre de la Mentira, nos pretende seducir.
Por: Pedro Luis Llera Vázquez | Fuente: Catholic.net



«No, no moriréis. Dios sabe muy bien que cuando vosotros comáis de ese árbol, se os abrirán los ojos y seréis como dioses, conocedores del bien y del mal».

Queridos hijos:

Quisiera con estas líneas advertiros sobre los peligros de la soberbia y la mentira. Porque si hoy vivimos en esta situación calamitosa, acosados por tantos casos de corrupción, amenazados por populismos y por ideologías mentirosas, atemorizados por el terrorismo criminal, es por nuestra desobediencia a Dios y por un mundo que acepta y justifica la mentira, que es obra de Satanás.

Ciertamente que los males que derivan de la soberbia y de la mentira no suponen novedad alguna: la soberbia y la mentira son pecados tan antiguos como la humanidad misma y origen de la mayoría de las calamidades que padecemos. El pecado de nuestros Primeros Padres no consistió en comer ninguna manzana, sino en desobedecer a Dios, en pretender ser dioses para determinar el bien y el mal. Así, el bien y el mal ya no estarían definidos por la Ley de Dios, sino por el criterio propio y particular de cada uno. Eso es lo que hoy en día llamamos “relativismo moral”. No hay nada que sea bueno o malo. No existe la verdad. La única verdad es lo que yo opino en cada momento, lo que a mí me viene bien. Y será bueno o malo aquello que a mí me conviene que sea bueno o malo según las circunstancias de cada momento de mi vida. De modo que algo puede ser bueno y verdadero hoy (porque me conviene) y ser malo y falso mañana (cuando me viene bien que así sea). Y el relativismo moral provoca indigencia moral, hasta el punto de invertir la realidad de las cosas, considerando bueno lo que es perverso y persiguiendo lo bueno y santo como si fuera pernicioso.

Por eso, el mayor enemigo de este mundo es la Iglesia, porque hoy es la única institución que defiende una moral basada en la Verdad. Y eso en este mundo no se puede consentir. Por eso, desde la derecha liberal pagana hasta la extrema izquierda estalinista, el enemigo a batir somos los católicos. Nos esperan tiempos de persecución y de martirio. No tengo la más mínima duda. Ocurrió no hace tantos años cuando nazis y comunistas mataron a nuestros hermanos con saña. Ahora vemos cómo los yihadistas obligan a los cristianos a huir de sus casas o cómo los secuestran o los decapitan. Pero no debemos tener miedo, porque el poder del infierno no prevalecerá. Y si permanecemos fieles a la Verdad, que es Cristo, y nos mantenemos firmes en la fe, nada ni nadie podrá con nosotros. Podrán tal vez quitarnos la vida, pero el martirio no es nuestra derrota, sino nuestra victoria. Nada ni nadie nos podrá separar del amor de Dios: ni los problemas, ni la angustia, ni la persecución, ni la pobreza, ni el peligro, ni la violencia.

 “Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, en Cristo Jesús Señor nuestro”. (Romanos 8, 38-39).



Las ideologías materialistas ateas nos quieren convencer de que no hay Dios. Nos venden que será la ciencia la que acabará venciendo a la muerte: “no, no moriréis”, nos sigue diciendo el Demonio. La genética, los avances de la ciencia, acabarán por derrotar a la muerte. “Viviréis más de ciento cincuenta años”, prometen. La ciencia y la técnica nos ofrecen una redención de pacotilla y al final, esos científicos y esos políticos que prometen el paraíso en la tierra acaban creyéndose Dios y pretendiendo determinar qué vidas merecen la pena y cuáles no. Al final, quienes prometen derrotar a la muerte, lo que realmente están haciendo es ejercer de verdugos: aborto, eutanasia, eugenesia. Los hombres, llenos de soberbia, se atreven a sentenciar que una persona anciana o con una enfermedad o con alguna tara genética no merece vivir: que es mejor matarla para que no sufra. Y hombres miserables se arrogan la capacidad de decidir quién vive y quién muere; qué vida es digna y cuál no. Y hombres soberbios y mentirosos que se creen que están por encima del bien y del mal manipulan la vida y acabarán por generar monstruos. Esos hombres soberbios y mentirosos acaban convirtiéndose ellos mismos en verdaderos monstruos capaces de cometer crímenes tan abominables como el aborto.

Cada vez que el hombre inventa una ideología que promete la salvación y el paraíso, no falla: acaba generando dictaduras, campos de concentración, matanzas, verdaderos infiernos… Lo hicieron los nazis, los comunistas, los liberales que durante la revolución francesa prometieron la fraternidad y la confundieron con la guillotina. Nos prometen bienestar, prosperidad. Y lo que realmente provocan es paro, exclusión, pobreza, totalitarismo, represión, violencia. Los que niegan a Dios acaban pisoteando siempre la dignidad del hombre.

Nosotros solos no podemos acabar con el mal del mundo. Ni siquiera podemos acabar con el mal que habita en nosotros mismos. Sólo Dios, sólo Cristo, es quien puede acabar con el pecado del mundo. Y nosotros podremos construir un mundo mejor en la medida en que cada uno de nosotros seamos santos y nos dejemos transformar por la gracia de Dios. Lo que necesita el mundo son santos, no revolucionarios ni demagogos.

Pero la soberbia y la mentira no se circunscriben ni mucho menos a la política. También es mentira que exista un dios que ordene matar a nadie. Los terroristas islamistas son pura y simplemente criminales que tendrán que rendir cuentas ante el Altísimo por la sangre que derraman y por el sufrimiento que provocan.

La verdad no es aquello que opina la mayoría de la gente. La verdad no se determina por votación. La verdad es cosa de sabios y santos; y los sabios y los santos siempre han estado en minoría (y casi siempre han sido rechazados por las mayorías). Nosotros tenemos que ofrecer al mundo la Verdad, que es Cristo. Tenemos que anunciar a tiempo y a destiempo la única Verdad que nos puede hacer verdaderamente libres y que puede dar sentido y plenitud a nuestra vida. Pero esa Verdad que anunciamos es la verdad del Amor y el amor no se impone con la fuerza ni con coacciones. “El amor es paciente, es bondadoso. El amor no es envidioso ni jactancioso ni orgulloso.  No se comporta con rudeza, no es egoísta, no se enoja fácilmente, no guarda rencor. El amor no se deleita en la maldad sino que se regocija con la verdad.  Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (1 Corintios, 13). El único Dios verdadero es Jesucristo, que siendo Hijo de Dios, se abajó hasta la condición de hombre y obedeció hasta la muerte la Voluntad de Dios para nuestra salvación. No caben fundamentalismos ni violencias. Jesús no llamó a las legiones de los ángeles para que fulminaran a quienes lo torturaban, a quienes lo humillaban o a quienes lo crucificaron. Cristo nos enseñó a perdonar incluso a nuestros enemigos. Y a obedecer a Dios hasta el final.

Pero también en la propia Iglesia se cuela el humo de Satanás cuando algunos teólogos y algunas comunidades se apartan de la sana doctrina de la Iglesia y se arrogan la condición de profetas para apartarse del magisterio y alejarse de la autoridad del Papa y de los obispos para reclamar cuestiones como la ordenación sacerdotal de las mujeres, el celibato opcional de los sacerdotes o el reconocimiento eclesial del matrimonio entre homosexuales. ¿No es soberbia creerse más sabios que los propios santos y con más autoridad que toda la tradición apostólica de una Iglesia con más de dos mil años de historia? ¿Desde cuando la Iglesia se debe adaptar a los gustos de este mundo? La Iglesia está llamada a predicar la conversión para ordenar todas las cosas a Cristo. Esa es su misión: no la de resultar moderna o progresista para halagar los oídos de quienes defienden públicamente el divorcio, el aborto, el homosexualismo político o la eutanasia.

¿Y los que ahora se atreven a cuestionar al mismísimo Santo Padre Francisco? También hay católicos, aparentemente “conservadores”, ortodoxos y tradicionalistas, que se atreven a cuestionar al Papa y que llegan a calificarlo poco menos que de hereje y a tildarlo de “antipapa” o de Anticristo. ¿Quién soy yo para juzgar o para cuestionar al Papa? Quien dirige la Iglesia es, en realidad, Cristo y el Señor nos prometió que el poder del Infierno no podría jamás prevalecer sobre la Iglesia. ¿Estoy yo más iluminado por el Espíritu Santo que los cardenales o los obispos de todo el mundo para atreverme a cuestionar la legitimidad del Santo Padre? ¿Cómo se puede caer en tamaña irresponsabilidad? ¿No es esto soberbia?

¡Qué difícil es no caer en la soberbia! Como profesor, ¡cuántas veces caigo en la soberbia de querer solucionar yo todos los problemas: los de los alumnos, los de sus familias, los de los compañeros de trabajo…! ¡Cuántas veces nos quemamos y nos sentimos impotentes! Quisiéramos ser como Dios. Y sólo Dios es Dios. Sólo Él es Omnipotente. Pero nos falta fe y no acabamos de creer en el poder de la oración ni en el de la gracia de Dios. Y muchas veces – la mayoría de las veces – lo único que nosotros podemos hacer es rezar y poner todos esos problemas a los pies de la Cruz del Señor.

Hijos: no caigáis en la soberbia ni en la mentira nunca. No os dejéis engañar por las mentiras y la soberbia con que Satanás, del Príncipe de este mundo y Padre de la Mentira, nos pretende seducir. No sigáis a quien os prometa la felicidad fácil. Una vida plena no se compra con dinero. No son el lujo, la comodidad, los grandes sueldos, los viajes de placer, el sexo “sin compromisos” o las mansiones, las que os van a proporcionar una vida plena. No sigáis a quienes ofrecen recetas simples y prometen paraísos sin Dios en este mundo. El pecado nos seduce, nos atrae, nos promete una vida fácil y cómoda. Pero el pecado nos esclaviza, nos destruye y nos condena a muerte.

En nuestra familia sabemos muy bien que Dios existe y que se ha hecho presente en el camino que hemos venido recorriendo juntos todos estos años. Podemos decir que nosotros somos testigos del Señor y que hablamos de lo que hemos visto y oído. Porque el Señor siempre ha estado presente en nuestra casa. Nos ha traído y llevado de un lado a otro. Nos hemos visto más de una vez al borde del abismo. Pero el Señor siempre ha sido grande con nosotros. Nunca nos abandona y siempre permanece fiel a sus promesas. Es verdad que sus caminos no son los nuestros y que nosotros no siempre comprendemos bien por qué el Señor actúa en nuestra vida como lo hace. Pero bendito sea nuestro Dios. Abandonémonos confiados en las manos del Señor. Él es un Maestro bueno que nos va enseñando con su Palabra y con su Divina Providencia que nos va sorprendiendo a cada paso para que confiemos cada día más en Él y para que así seamos cada vez más santos por su gracia, que no por nuestros méritos. Permaneced siempre fieles al Señor. Él no falla nunca. Es verdad que ser discípulo del Señor supone cargar con la cruz. Pero la cruz es el único camino que conduce a la vida eterna, a una vida plena y feliz. No son las seducciones de este mundo las que nos puedan dar la felicidad. El mundo nos ofrece una libertad – un “haz lo que te dé la gana, haz siempre lo que te apetezca” – que esclaviza y conduce a la perdición, al pecado y a la muerte. En cambio, obedecer a Dios, libera; haciéndonos esclavos de Dios, nos liberamos; buscar su Voluntad y no la nuestra es lo que proporciona la verdadera libertad y la auténtica felicidad: aquella que te permite vivir con la dignidad de los hijos de Dios.

Queridos hijos: sed siempre humildes y buscad siempre la Verdad. No os creáis nunca mejores que nadie ni superiores a nadie. El que ejerce un cargo importante no es mejor ni superior a sus subordinados. El que tiene estudios no tiene más dignidad que el iletrado o el ignorante. No miréis a nadie por encima del hombro. No despreciéis nunca a nadie. Tratad de obedecer siempre la voluntad de Dios y sus mandamientos. Permanecer fiel a Dios es mantenerse siempre fiel a la Iglesia, al Papa y a nuestros obispos; ser fiel a Jesucristo es seguir el magisterio de la Santa Madre Iglesia, como lo hicieron siempre los santos. No os dejéis engañar por los falsos profetas que ofrecen doctrinas engañosas.

Sigamos el ejemplo de nuestra Madre, la Santísima Virgen María, la Santina de Covadonga, y aprendamos a decir con ella: “Hágase en mí según tu palabra”. Ella tampoco entendía bien lo que Dios le pedía. Pero se fió y se dejó complicar la vida por Dios. Y así mereció que todas las generaciones la consideremos bienaventurada. Se dejó hacer por la gracia de Dios y así mereció ser Madre de Dios y Madre nuestra y ser coronada Reina del Cielo. A su protección amorosa os encomiendo. Doy gracias por el regalo que el Señor nos hizo a mamá y a mí con cada uno de vosotros y le pido que os bendiga todos los días de vuestras vidas.

Vuestro padre que os quiere mucho más que a su propia vida,

Pedro L. Llera

martes, 13 de enero de 2015

UN NUEVO SACERDOTE, UN NUEVO SUSURRO DE DIOS

Un nuevo sacerdote, un nuevo susurro de Dios
Cada joven que se ordena se deja invitar, como Pedro, a caminar sobre las aguas
Por: P. Fernando Pascual | Fuente: Catholic.net



Dios sigue entre nosotros. Sigue en cada obispo, en cada sacerdote, en cada cristiano que vive a fondo el Evangelio. Sigue en su cariño, en la lluvia y el sol, en el pan y en el hogar, en cada niño que nace y en la fidelidad de unos esposos que se aman con locura.

Dios no se cansa de amarnos, de buscarnos, de caminar a nuestro lado. Es verdad que a veces el mal parece tan grande que nos olvidamos de su amor, que pensamos en su silencio como si fuese debilidad o impotencia.

Pero Dios no calla. Responde a nuestra oración de súplica. Susurra que nos ama, para siempre, cuando un joven dice sí a Cristo, cuando un obispo consagra un nuevo sacerdote.

Cada sacerdote es un mensaje de Dios, un grito que nos recuerda lo mucho que nos ama. Y esos gritos son miles, aunque no aparezcan en la prensa.

Esos jóvenes o adultos que se ofrecen, que se entregan, que se dejan tocar por el Espíritu Santo, nos recuerdan un Amor eterno, inmutable, respetuoso, de un Padre que suplica que volvamos.

Con sus manos, estos nuevos sacerdotes llevarán la Eucaristía a tantos rincones del planeta. Prestarán sus labios a Cristo para repetir, con una emoción profunda, “yo te perdono tus pecados”. Ungirán con sus dedos a los enfermos, o juntarán las manos de quienes prometen amor hasta la muerte en el matrimonio.

Dios habla, grita, exhorta, anima o reprende a través de las palabras de cada sacerdote. Frente a los males del mundo, frente al misterio de la guerra, frente al drama de la injusticia o del abandono, frente al hambre, el aborto y el odio, Dios vuelve a enviar sus mensajeros.

Cada joven que se ordena se deja invitar, como Pedro, a caminar sobre las aguas. Tendrá miedo, temblará ante lo que empieza. Alguno, tal vez, no será digno, quedará herido en el camino. No importa. Dios está a su lado. Desde su corazón y desde su vida, también Dios besará las heridas de los hombres, aliviará sus dolores, y curará, como buen samaritano, corazones que han apagado la esperanza y han perdido el norte de sus vidas.

También este año Dios nos ha dado el regalo de nuevos sacerdotes, ha mantenido su fidelidad y su misericordia hacia los hombres. Rezaremos por ellos, caminaremos a su lado, nos dejaremos ayudar por sus palabras. Podremos ver, en sus ojos, la mirada de Cristo. Nos darán fuerza para seguir adelante, como Iglesia, como Pueblo de Dios, hacia el encuentro definitivo, eterno, venturoso, con su Amor.

Dios no nos ha dejado solos. El bien, una vez más, en silencio, brilla entre las sombras. En cada nuevo sacerdote se enciende la esperanza de quien nos dijo, tras la Pascua: “No tengáis miedo... Yo estoy con vosotros...”

viernes, 9 de enero de 2015

¿QUÉ ES UNA DIÓCESIS?


¿Qué es una diócesis?
Las diócesis pueden estar repartidas, por motivos organizativos, en zonas pastorales y en vicariatos foráneos


Por: Vatican Insider | Fuente: vaticaninsider.lastampa.it/es/



Es una iglesia particular definida por el Código de Derecho Canónico como la porción del pueblo de Dios, circunscrita territorialmente y cuyo cuidado pastoral es encomendado a un obispo. A las diócesis se asimilan la prelatura territorial, la abadía territorial, el vicariato apostólico, la prefectura apostólica, la administración apostólica erigida de manera estable y el ordinariato militar. Órganos fundamentales de la diócesis son: el obispo diocesano, que es quien está a cargo de la diócesis, eventualmente ayudado por obispos auxiliares o coadjutores; la Curia diocesana, formada por las personas y los organismos que ayudan al obispo en el gobierno; y el cabildo de canónigos. Las diócesis pueden estar repartidas, por motivos organizativos, en zonas pastorales y en vicariatos foráneos (conocidos también como decanatos o presbiterios).

¿Qué poderes tiene un obispo?

Al obispo, indicado como ordinario diocesano, se le encomienda el cuidado de una diócesis. El obispo, que es el representante legal de los intereses de la diócesis, gobierna la iglesia particular que le ha sido encomendada con la triple potestad: legislativa, que ejerce personalmente; ejecutiva, que ejerce por sí mismo o por medio de vicarios generales o episcopales; y judicial, que ejerce tanto personalmente como por medio del vicario judicial y de los jueces. Al llegar a los 75 años de edad, el obispo debe presentar su renuncia al Papa, quien proveerá teniendo en cuenta todas las circunstancias. El obispo cuya renuncia sea aceptaba conserva el título de obispo emérito de su diócesis, en cuyo ámbito puede mantener su residencia.

¿Qué diferencia hay entre un obispo y un arzobispo?
El arzobispo es un obispo al que se le atribuye una preeminencia, simplemente honorífica, sobre los demás obispos. La dignidad de un arzobispo se fundaba, en sus orígenes, en el hecho de que a los obispos de las metrópoli se les atribuía una preeminencia incluso jurisdiccional sobre los obispos de los municipios, que eran llamados obispos sufragáneos. Hoy en día, la dignidad del arzobispo no está necesariamente vinculada a una sede importante; en algunos casos, es un título puramente honorífico conferido por el Pontífice a la persona. Sólo en cuanto metropolitano, el arzobispo tiene obligaciones y jurisdicción claramente definidas por el Derecho Canónico.

¿Quiénes son los cardenales?

Son los más altos colaboradores del Pontífice. Sus oficios son de institución humana y no divina y, en conjunto, forman un colegio de naturaleza particular, denominado generalmente Sacro Colegio. Los cardenales colaboran con el Pontífice romano, tanto como colegio en el Consistorio, como de forma individual en los diferentes oficios, ofreciéndole sus obras en el cuidado, sobre todo, cotidiano de la Iglesia universal. Por norma, los cardenales son prepósitos en los dicasterios y en los demás organismos permanentes de la Curia romana y de la Ciudad del Vaticano, o bien son jefes de las más importantes diócesis de todo el mundo católico. El nombramiento (llamado también creación) de los cardenales le corresponde exclusivamente al Pontífice.

¿Cómo se elige a los cardenales?

La elección del Papa, explica el Dizionario di Diritto Canonico ed Ecclesiastico (Ed. Simone) (Diccionario de Derecho Canónico y Eclesiástico) debe recaer sobre hombres que al menos ya sean sacerdotes y que se destaquen por doctrina, moralidad, piedad y prudencia de comportamiento: aquellos que no sean ya obispos, después del nombramiento, deben recibir la consagración episcopal. Puede suceder que el Pontífice anuncie haber creado un cardenal, pero que no de a conocer el nombre (nomen in pectore sibi reservans). En ese caso, el designado deberá cumplir con los deberes y gozará de los derechos de los cardenales sólo en el momento de la sucesiva publicación (que a veces tiene lugar después de años) mientras que, a los efectos de las prioridades, valdrá la fecha de la reserva in pectore. El artículo 21 del Tratado entre Italia y la Santa Sede, así como varias normas internas, prevén para los cardenales numerosas series de prerrogativas, privilegios, inmunidades y exenciones.

¿Para qué sirve el Sacro Colegio?

El Colegio de Cardenales funciona, incluso oficiosamente, como senado del Pontífice y tiene personalidad jurídica canónica. La tarea principal del Sacro Colegio es la elección del Sumo Pontífice. Este colegio está presidido por el cardenal decano, de quien hace las veces el cardenal subdecano: ninguno de los dos tiene potestad alguna de gobierno sobre los demás cardenales, pero son considerados primus inter pares. El Sacro Colegio se distingue en tres órdenes: el orden de los cardenales obispos, al que pertenecen los purpurados a quienes el Sumo Pontífice asigna el título de una iglesia suburbicaria, y los patriarcas orientales que son nombrados cardenales; el orden de los cardenales sacerdotes, a quienes se les asigna el título de una iglesia de Roma; el orden de los cardenales diáconos, a quienes, en cambio, se les asigna el título de una diaconía romana.

miércoles, 7 de enero de 2015

¿QUÉ ES LA GUARDIA SUIZA?

¿Qué es la Guardia Suiza?
A lo largo del tiempo la Guardia Suiza ejerció un papel muy importante en la protección de la persona del Sumo Pontífice 


Por: Germán Sánchez Griese | Fuente: Catholic.net



Al hablar de Roma vienen a nuestra mente tantos recuerdos. El Coliseo, las Termas de Carcala, los palacios renacentistas, las fuentes de Bernini en Piazza Navona, la inolvidable fuente de Tívoli. Son recuerdos vivos a los cuales asociamos esta bella y eterna ciudad mediterránea.

Junto a estos símbolos de la ciudad se encuentra uno que por folclórico, no deja de ser importante y representativo de la ciudad de Roma, y específicamente de la Ciudad del Vaticano. Me refiero a la Guardia Suiza. Quien ha tenido la oportunidad de visitar la Plaza de San Pedro, la Basílica Vaticana, o de adentrarse a las oficinas de la Santa Sede a través del Borgo Santa Anna habrá aprovechado la oportunidad para tomarse o tomar una fotografía a los Guardias Suizos. Muchas de estas fotografías, seamos sinceros, han sido tomadas por miembros del sexo femenino que han quedado impresionadas por la gallardía y el buen aspecto físico de estos jóvenes. Su variopinto uniforme –azul, amarillo y rojo- cuenta una leyenda, fue diseñado por el propio pintor de la Capilla Sixtina, Miguel Ángel Buonarrotti y cuentan con dos de ellos: uno para el invierno y otro para el verano. Estos jóvenes suizos, cuya edad oscila entre los 19 y 30 años, estatura mínima de 1.74 m. y provenientes de los Cantones suizos, dedican dos años de su vida a la Guardia personal del Papa, con posibilidad de continuarse por otro período igual de tiempo. Pero dejemos a un lado elementos folclóricos y adentrémonos para conocer a este interesante organismo de la Santa Sede.

Su nombre oficial es Corpo della Guardia Svizzera Pontificia (Cohors Helvetica), Cuerpo de la Guardia Suiza Pontificia. Está formado por un capitán comandante, que actualmente es Pius Segmüller, un capellán en la persona de Mons. Alois Jehle, un teniente, Theodor Mäder, dos sub-tenientes, Peter Hasler y Jean Daniel Pitteloud y un ayudante Andreas Clemenz. El cuerpo lo forman 110 personas, entre efectivos y auxiliares.

Su historia se remonta a los finales del siglo XIV en donde numerosos soldados suizos junto con algunos soldados extranjeros estaban al servicio de la Santa Sede. Pero la idea de un cuerpo estable y disciplinado de soldados suizos que se dedicaran a la custodia de la persona del Papa y de los Palacios Pontificios se debe al Papa Julio II quien el 21 de enero de 1505 comunicó a los “Estados Confederados de la Alta Alemania” el encargo que había dado a Pietro von Hertenstein de conducir hasta Roma 200 soldados suizos para custodiar los palacios pontificios. El 21 de enero de 1506 llegaron a Roma 150 soldados que atravesaron Porta del Popolo y se dirigieron a la Plaza de San Pedro en donde Julio II los bendijo solemnemente. Esta fecha es considerada como el inicio de la Guardia Suiza Pontificia.

A lo largo del tiempo la Guardia Suiza ejerció un papel muy importante en la protección de la persona del Sumo Pontífice, pues debe situarnos en la Edad Media donde los intereses políticos se mezclaban muchas veces con los religiosos. Varias veces el Papa tuvo que huir o defenderse de las invasiones extranjeras y los Guardias Suizos estaban ahí para cumplir con su papel de custodios. El momento histórico más importante fue el 6 de mayo de 1527 en donde murieron 147 guardias suizos defendiendo al Papa, durante el saqueo de Roma. Solamente 42, de los 200 soldados suizos se salvaron defendiendo al Papa Clemente VII en el Castel San Angelo.

La Guardia Suiza se ha reorganizado varias veces, siendo la última vez el 5 de abril de 1979. Una de las ceremonias más características de esta Guardia tiene lugar el 6 de mayo de cada año, las cinco de la tarde en el Patio de San Dámaso, dentro de los Palacios del Vaticano. Se trata del juramento que hacen los nuevos reclutas. Con sus vistosos uniformes toman con la mano izquierda la bandera de la Guardia Suiza, mientras que la mano derecha se alza al cielo con los dedos pulgar, índice y medio extendidos, simbolizando las tres personas de la Santísima Trinidad, pues el juramento se hace en nombre de la Santísima Trinidad.

Durante su estancia de dos años en Roma, además del servicio invaluable que prestan a la Santa Sede y al Sumo Pontífice, los guardias suizos estudian idiomas, informática y cursos universitarios.

jueves, 13 de noviembre de 2014

¿FANÁTICO?.... NO, TAN SÓLO CATÓLICO


¿Fanático?... no, tan sólo católico
Autor: Andrés Tapia Arbulú



Durante una reunión social, me dijeron que soy un fanático.

Francamente, mi primera reacción ¿casi tentación? hubiera sido de protesta y enojo. En mi léxico personal, como en el de muchas personas, la palabra fanático abarca una serie de conceptos que van de la gama de lo irracional a la de la violencia. 

¿Me había exasperado ante una opinión contraria? No, había estado de lo más tranquilo. ¿Había gritado o ridiculizado a alguien? Menos, además de no ser caritativo. ¿Había decidido defender a ultranza a algún político, equipo de fútbol o propuesto alguna violencia? Nada de eso. 

Uds. juzguen: sencillamente lo que expresé, en diversos momentos de la reunión, fue una serie de puntos de vista, no muy originales por cierto:

Que el matrimonio es para toda la vida.
Que las relaciones fuera del matrimonio están mal.
Que la vida es sagrada y el aborto es un asesinato aún en caso de violación.
Que la homosexualidad es un desorden moral grave y dista mucho de ser normal.

Como les decía, ideas no muy originales pues todas ellas se encuentran en el Catecismo de la Iglesia Católica. Consideraciones que la Iglesia y los católicos han mantenido durante siglos.

Lo curioso es que no me encontraba en una reunión de librepensadores u otro tipo de aquelarre bohemio. Se encontraban muchos católicos y algunos de más de una misa de domingo. ¿Qué es lo que había pasado entonces? 

Algo muy sencillo y preocupante: los católicos se van mimetizando con una sociedad secularizada, la cual va minando sutil pero inexorablemente su fe hasta amoldarla a una especie de buenas costumbres sociales. Y como la sociedad se encuentra en un desvarío donde cada uno tiene su opinión, ellos, irresponsablemente, van perdiendo su identidad católica hasta terminar creyendo que ser católico es más un compromiso con las buenas costumbres de la sociedad que con el Dios de Jesucristo.

Por eso ya no reconocen lo que significa ser católico.

Por eso cuando expresé mi manera de ver la realidad las reacciones fueron varias. Algunos apuraron lo que estaban bebiendo. Otro hizo un gesto de disgusto y una pareja me dijo (ellos sí levantando la voz): ¡eres un fanático!, con el mismo tono que hubieran empleado para referirse a que era un grosero o un enfermo sexual.

Los miré un poco sorprendidos y les dije tranquilamente: ¿Fanático?... no, tan sólo católico.

viernes, 31 de octubre de 2014

¿QUÉ ES UN OBISPO Y PARA QUÉ SIRVE?


¿Qué es un obispo y para qué sirve?
El ministerio de obispo tiene la suerte de conocer de cerca el secreto trabajo del Espíritu en el seno de la comunidad eclesial


Por: Mons. Joan Enric Vives Sicilia 


Esta inocente pregunta que me dirigió hace ya tiempo una chica joven en una visita a una escuela, me motivó una improvisada respuesta sobre todo lo que es el ministerio del Obispo, en contacto estrecho con los presbíteros, sus colaboradores, al servicio de todo el pueblo de Dios. Intenté dar una visión de testigo de la fe apostólica más que de gestor eclesial, o todavía peor, de jerarca alejado de las necesidades y anhelos de una chica cristiana joven, que a veces son tópicos bastante extendidos. Reconozco que fue el inicio de un diálogo provechoso con aquella veintena de jóvenes que veían por primera vez a un obispo de cerca, a quien podían comunicar lo que les preocupaba y que intentaba interesarse sinceramente por lo que ellos vivían y por las dificultades que encontraban a la hora de testimoniar su fe.

De todas maneras hay que reconocer que no es demasiado fácil compartir una respuesta breve de lo que supone hoy la vida de un Obispo. Muchas cosas de lo que somos y de lo que hacemos los obispos ya las sabéis los fieles diocesanos, claro está, y por eso me atrevo a deciros sólo algunas de las cosas que más me han impresionado hasta ahora. Tomadlas con buen ánimo... ¡ahora que estamos en verano!

Lo primero que os quiero decir es que percibo el gran regalo de una amistad honda con Jesucristo. Por una presencia viva del Espíritu Santo, que da calor en mi interior, y sin saber explicar demasiado bien el cómo, pero el Señor ha encontrado la manera de hacérseme todavía más próximo, más amigo, más compañero de ruta, en quien puedo confiar del todo. ¡Cómo me impresiona y cómo me consuela leer que Jesús nombra a los apóstoles "mis hermanos" (Jn 20,17)!. Soy hermano suyo, con un encargo de amor para pastorear su rebaño. Su Espíritu me guarda y me precede allí donde voy. Me defiende y da vida a mi pobre servicio episcopal. Desea que le prepare sus caminos en el corazón de las personas, que fortalezca la esperanza de las comunidades, que anime todo lo que es bueno, justo, amable, de buena reputación... Que sea un elemento de comunión y de paz.

Siento que debería dedicar más tiempo a la oración y a la lectura, y obtener aquel descanso que hace fructificar las horas... El ideal de ser "contemplativos en la acción" cuesta de alcanzar. Las dedicaciones a la Diócesis y a reuniones de Obispos, Delegaciones, el Principado de Andorra... me hacen caer en la cuenta de que seguramente la pobreza evangélica ahora, para mi, se concreta en vivir dando todo mi tiempo a los demás, sin guardármelo para mí. Ya no soy mío sino de la Iglesia. Ahora vivo, y entiendo más, que el sacerdote tiene que ser, a imagen de Cristo, el hombre que no se pertenece en sí mismo.

Me emociona poder ser "centinela" del pueblo, como dice el profeta Ezequiel (33,7), y poder "ver" mucho más de cerca la riqueza de dones, de ministerios, de servicios, de sufrimientos y de esperanzas, de amor, que hay en nuestra Iglesia. Cuántas confidencias he escuchado ya durante estos años; cuántas visitas realizadas que me han ofrecido una visión más real de muchos lugares que antes eran desconocidos para mi y que ahora me son próximos, porque allí viven y trabajan, por el Reino de Dios, mis amigos, los presbíteros, los religiosos y religiosas, y muchas comunidades fervorosas y comprometidas de laicos y de familias cristianas. ¡La vida eclesial es tan rica en dones!

El ministerio de obispo tiene la suerte de conocer de cerca el secreto trabajo del Espíritu en el seno de la comunidad eclesial, y por esto doy continuamente gracias al Padre del cielo. Jesús continúa enseñándome que son los pequeños los que conocen al Padre y acogen su Reino (cf. Mt 11,25).

Además está el gran tema de Andorra: compaginar el ser Obispo y Copríncipe -Jefe de Estado- de una pequeña nación que siempre ha encontrado en su Copríncipe episcopal al valedor de sus derechos. Yo esto intento vivirlo como una extensión de mi ministerio pastoral. Es para ayudar a los andorranos por lo que acepto ser Copríncipe y ejercer las tareas de Jefe de Estado tan bien como puedo. Y me preparo, y me reviso...

También están las dificultades y la cruz. Todo aquello que hace sufrir en el ejercicio de mi ministerio. Veo, por ejemplo, que no puedo llegar a todos los que yo quisiera, y que el Señor no es suficientemente conocido ni amado. Me doy cuenta de los efectos de la crisis cultural que golpea especialmente a la gente joven. También descubro que nos faltan vocaciones sacerdotales y vocaciones de especial consagración a dar la vida por Cristo, del todo y para siempre. Y también hacen sufrir las debilidades propias y las de los otros, así como ciertas críticas y descalificaciones, sobre todo por lo que revelan de poca esperanza cristiana y porque vuelven a aparecer los profetas de desventuras, de los que hablaba Juan XXIII.

¡Cuesta tanto hacer entender lo que llevas dentro, y hacer las cosas a gusto de todo el mundo! Pero es Cristo quien me tiene que juzgar y encontrar aceptable. Yo no sé si acierto siempre en las maneras, pero deseo ser fiel a Cristo y servir a la Iglesia, a las personas y a las comunidades. A todos los hombres, y preferentemente a los más solos y necesitados. Y espero que el que me ha llamado a servirlo en el ministerio sacerdotal, me perdonará las carencias y me dará las fuerzas necesarias para "guardar el tesoro de la fe" (1Tim 6,20), "llegar a la madurez y estar siempre a punto para toda buena obra " (2Tim 3,17).


Mons. Joan Enric Vives Sicilia,
Obispo de Urgell



Foto: Monseñor Ángel Francisco Simón Piorno
Obispo de la Diócesis de Chimbote - Perú

lunes, 27 de octubre de 2014

LA RENOVACIÓN DE LA IGLESIA - PAPA FRANCISCO


La renovación de la Iglesia
Ecclesia Semper renovanda
Los que creen que sólo hay que renovar la Curia, no entienden nada de lo que es renovar la Iglesia


Por: Papa Francisco | Fuente: es.radiovaticana.va



Renovación de la Iglesia. Uno piensa en la gran revolución, ¿no? Alguno por ahí dice “el Papa revolucionario”, todas esas historias, ¿no? Pero es la frase quizá de las más antiguas de la Eclesiología. Los latinos, los Padres latinos, decían Ecclesia Semper renovanda. La Iglesia tiene que renovarse continuamente. Esto es desde los primeros siglos de la Iglesia. Y luchaban por eso, para…, los santos hicieron lo mismo, o sea los que llevan adelante la Iglesia son los santos. Que son aquellos que fueron capaces de renovar su santidad, y renovar a través de su santidad, renovar a la Iglesia, ¿no? Ellos son los que llevan adelante la Iglesia.

No tener miedo a la vida de santidad

O sea que como primero, como el primer favor que les pido, como ayuda, es la santidad. Santidad. No tener miedo a la vida de santidad. Eso es renovar la Iglesia. Renovar la Iglesia no es principalmente hacer un cambio aquí, un cambio allá. Hay que hacerlo porque la vida siempre cambia, y hay que adaptarse. Pero esa no es la renovación, ¿no?

Renovar el corazón

Acá mismo, es público, por eso me atrevo a decirlo, hay que renovar la Curia, se está renovando la Curia, el Banco del Vaticano, hay que renovarlo. Todas son renovaciones de afuera. Esas que dicen los diarios. Es curioso. Ninguno habla de la renovación del corazón. No entienden nada de lo que es renovar la Iglesia. Esa es la santidad. Renovar el corazón de cada uno.

La oración

Otra cosa que me ayuda es la libertad de espíritu. En la medida en que uno reza más y deja que el Espíritu Santo actúe va adquiriendo esa santa libertad de espíritu, que lo lleva a hacer cosas que dan un fruto enorme, ¿no? Libertad de espíritu. Que no es lo mismo que relajo, no, no. No es vaga, pero da lo mismo. No, no. Libertad de espíritu supone fidelidad, , ¿no? y supone oración, ¿no?

Cuando uno no ora no tiene esa libertad. O sea el que reza tiene libertad de espíritu. Es capaz de hacer “barbaridades” en el buen sentido de la palabra. ¿Y cómo se te ocurrió hacer eso? ¡Qué bien que te salió! Y yo que sé, recé y se me ocurrió. Libertad de espíritu, ¿no?

No encapsularse

No encapsularse en, solamente - digo encapsularse, hay que entenderlo bien - en directivas, o cosas que nos aprisionan, ¿no? Volvemos otra vez a la caricatura de los Doctores de la Ley, ¿no?, que por ser tan exactos, tan exactos, en el cumplimiento de los diez mandamientos habían inventado otros 600. No eso no ayuda. No eso te lleva a encerrarte a encapsularte, ¿no cierto?

Cuando el apóstol planifica, y acá todo algo que quizá a algunos de ustedes no les guste, pero yo lo digo, ¿no cierto? Cuando el apóstol cree que haciendo una buena planificación las cosas van adelante, se equivoca. Es un funcionalista. Eso lo tiene que hacer un empresario, y todo.

Nosotros tenemos que usar esas cosas, sí. Pero no son la prioridad, sino al servicio de otro, de la libertad de espíritu, de la oración, de la vocación, del celo apostólico, del salir, ¿no? O sea, el funcionalismo, “ojo”, ¿no?

A veces yo veo en algunas Conferencias Episcopales o en algunos obispados que tienen encargados para cualquier cosa, ¿no? Para todo, ¿no? No se escapa nada, ¿no? Y todo funcional, todo bien arreglado. Pero faltan a veces cosas o hacen la mitad de lo que podrían hacer con menos funcionalismo y más celo apostólico, más libertad interior, más oración, o sea esa libertad interior, ¿no?, ese coraje de salir adelante, ¿no? Eso.

Esto del funcionalismo, para que no haya dudas, lo expliqué bien en Evangelii Gaudium. Pueden fijarse ahí lo que quise decir.

En el centro está el Señor

¿Cuándo un camino, una ayuda, no es verdadero? Cuando se descentra. El centro es uno solo: Jesucristo. Cuando yo pongo en el centro mis métodos pastorales, mi camino pastoral, mi modo de actuar y todo, descentro a Jesucristo. Toda espiritualidad, todo carisma, en la Iglesia desde el más variado a los más ricos, tiene que ser descentrado. En el centro está el Señor.

Por eso fíjense, cuando Pablo en la Primera Carta a los Corintios habla de los carismas, esas cosas tan lindas, del cuerpo de la Iglesia, cada cual con su carisma, ¿cómo termina? Pero les voy a explicar algo mejor. Y termina hablando del amor. Es decir, de aquello que viene bien de Dios, ¿no? Lo más propio de Dios y que nos enseña a imitarlo a él. Por eso no se olviden esto. Y háganse mucho la pregunta. ¿Yo soy un descentrado, en este sentido, o estoy en el centro, como persona o como movimiento, como carisma? O sea lo que en castellano, perdón que hablo mi lengua porteña, en mi castellano porteño llamamos “figuretti”, ¿no?, es decir, el centro, el centro, es sólo Jesús. Siempre el apóstol es un descentrado. Porque el servidor está al servicio del centro, ¿no? El carisma descentrado no dice nosotros. Nosotros, o yo. Dice Jesús. Y Yo. Jesús y yo. Jesús me pide. Tengo que hacer esto por Jesús. O sea siempre en el centro. Está orbitando en la persona de Jesús, ¿no? No se olviden. Un movimiento, un carisma, necesariamente tiene que ser descentrado.

Una cultura del encuentro

Después una cosa que hoy día se nos pide y se hizo referencia cuando hablamos de las guerras. Hoy día estamos sufriendo desencuentros cada vez más grandes, ¿no?

Desencuentros familiares, desencuentros testimoniales, desencuentros en el anuncio de la Palabra, y del mensaje, desencuentros de guerras, desencuentros de familias, o sea el desencuentro, la división, es el arma que el demonio tiene. Y entre paréntesis les digo que el demonio existe. Por si alguno tiene dudas, ¿no? Existe y se las trae. Existe y se las trae.

Y el camino es el desencuentro que lleva a la pelea, la enemistad. Babel, ¿no? Así como la Iglesia es ese templo de piedras vivas, que edifica el Espíritu Santo, el demonio edifica ese otro templo de la soberbia, del orgullo, que desencuentra, porque cada cual no se entiende, porque habla cosas distintas, que es Babel, ¿no?

De ahí que tenemos que trabajar por una cultura del encuentro. Una cultura que nos ayude a encontrarnos como familia, como movimiento, como Iglesia, como parroquia. Siempre buscar cómo encontrarse.

Yo les recomiendo, sería una cosa linda si la pudieran hacer, en estos días, eh, sino se les va de la cabeza, se olvidan: Que agarren en el libro del Génesis la historia de José, ¿no? de José y sus hermanos. Como toda esa historia dolorosa, de traición, de envidia, de desencuentro termina en una historia de encuentro que da lugar a que el pueblo por 400 años crezca y se fortalezca. Ese pueblo elegido por Dios, ¿no? Cultura del encuentro.

Léanse la historia de José, que son varios capítulos del Génesis. Les va a hacer bien para ver qué es lo que se quiere decir con esto, ¿no? Cultura del encuentro es cultura de la alianza. O sea Dios nos eligió, nos prometió, y en el medio hizo una alianza con su pueblo.

A Abraham le dice “camina que yo te voy a decir lo que te voy a dar”. Y poco a poco le va diciendo que la descendencia que va a tener va a ser como las estrellas del cielo. La promesa. Lo elige con una promesa. Llegado un momento le dice: “bueno ahora alianza”. Y las diversas alianzas que va haciendo con su pueblo son las que consolidan ese camino de promesa y con el encuentro.

Solidaridad

Cultura del encuentro es cultura de la alianza. Y eso crea solidaridad. Solidaridad eclesial. Ustedes saben que es una de las palabras que está en riesgo. Así como todos los años o cada tres años la Real Academia española se reúne para ver las nuevas palabras que se van creando porque somos una lengua viva, sucede con todas las lenguas vivas, así también algunas van desapareciendo, porque son lenguas muertas, es decir, mueren. Y ya no se usan. Y siendo una lengua viva tiene palabras muertas, ¿no? La que está a punto de morir, o porque la quieren matar, la quieren borrar del diccionario, es la palabra “solidaridad”, ¿no? Y alianza significa solidaridad. Significa creación de destrucción de vínculos. No destrucción de vínculos. Y hoy día estamos viviendo en esta cultura, en esta cultura del provisorio, que es una cultura de destrucción de vínculos.

Lo que hablamos de los problemas de la familia, por ejemplo. Se destruyen los vínculos, en vez de crear vínculos. ¿Por qué? Porque estamos viviendo la cultura del provisorio, del desencuentro, de la incapacidad de hacer alianza, ¿no?

Entonces cultura del encuentro, que eso hace una unidad que no es mentirosa y es la unidad de la santidad,, ¿no?, que lleva a la cultura del encuentro.

Y quizás quiero terminar con esto… En el pueblo elegido, en la Biblia, renovar la alianza, hacer la renovación de la alianza, se renovaba la alianza en tales fiestas, en tales años, o después de haber ganado una batalla, después de haber sido liberados y, venido Jesús, nos pide renovar la alianza, ¿no cierto? Y Él mismo participa de esa renovación en la Eucaristía.

La renovación de la alianza en los sacramentos

O sea, cuando celebramos la Eucaristía celebramos la renovación de la alianza. No sólo miméticamente, ¿no? Sino de una manera muy honda, muy real, muy profunda. Es la misma presencia de Dios que renueva la alianza con nosotros. Pero también no lo solemos decir porque se nos va de la cabeza o porque no está tan de moda, la renovación de la alianza en el sacramento de la Reconciliación.

Eso no lo olviden nunca. No lo olviden nunca. Cuando no me confieso porque no se me ocurre qué decirle al cura, algo anda mal. Porque no tenemos luz interior para descubrir la acción del mal espíritu que nos daña, ¿no? O sea esa renovación de la alianza en la Eucaristía y en el sacramento de la Penitencia, de la Reconciliación nos va llevando a la santidad siempre con esta cultura del encuentro, con esta solidaridad, con esta creación de vínculos.

Y esto es lo que les deseo a ustedes, ¿no cierto? Que en este mundo de desencuentros, de difamaciones, calumnias, destrucciones con la lengua, todo eso, lleven ustedes adelante esta cultura del encuentro renovando la alianza. Y claro nadie puede ser educado solo. Necesita que la Madre lo eduque. Así que los encomiendo a todos ustedes a la Madre para que los siga haciendo caminar adelante en esta renovación de la alianza. Gracias.


(Transcripción de María Fernanda Bernasconi)(CdM - RV)

Fuente: Respuestas del Papa en la audiencia al Movimiento Católico Internacional de Schoenstatt. 25 octubre 2014

viernes, 29 de agosto de 2014

¿QUÉ ES EL CUERPO MÍSTICO?


Autor: P. Jorge Loring, S.I. | Fuente: Catholic.net 
¿Qué es el Cuerpo Místico?
Con nuestra virtud colaboramos a su vitalidad. Si esto se conociera más, ¿quién viviría en pecado mortal?




En la Iglesia hay una vida sobrenatural, que se llama gracia. La Iglesia fundada por Jesucristo no es solamente una familia visible. En ella hay una vida interior, invisible, sobrenatural, divina, que comunica el mismo Jesucristo.

Dios nuestro Señor hizo al hombre a su imagen y semejanza, dándole un alma espiritual e inmortal, capaz de conocerlo y amarlo y alcanzar una felicidad proporcionada a su naturaleza. Pero, en su amor infinito, Dios ha querido llamarnos a más altos destinos. Quiso darnos la altísima dignidad de hijos suyos, y hacernos participantes de su misma felicidad en la gloria. Para esto nos une a Él en la persona divina de su Hijo hecho hombre, Jesucristo, de cuyo Cuerpo Místico somos miembros vivos. Esta vida divina en nosotros es la gracia santificante. Por ella Cristo vive en nosotros y nosotros vivimos en Cristo.

Por eso llamamos a la Iglesia el Cuerpo Místico de Cristo. Cristo es la Cabeza. Todos nosotros somos sus miembros. O como Él mismo dijo con otra comparación: «Yo soy la vid y vosotros los sarmientos».

Como los sarmientos reciben la savia de la vid -y gracias a ella producen las uvas- así nosotros recibimos de Jesucristo la gracia. Es la savia que nos hace vivir una vida sobrenatural, de la misma manera que nuestra alma vivifica nuestro cuerpo y le da vida natural. 

La doctrina del Cuerpo Místico tiene enorme importancia en orden a la valoración de nuestros actos. El barrido de una calle realizado por un empleado de la limpieza pública que está en gracia de Dios, tienen incomparablemente más valor que la conferencia de más altura científica que sólo puede ser entendida por media docena de hombres en el mundo, pero pronunciada por un sabio que no está en gracia de Dios.

La razón es que las acciones de los hombres que no están en gracia de Dios, aunque tengan su valor, como enseña el Vaticano II, no rebasan los límites de lo humano. En cambio, cuando un hombre está en gracia de Dios es miembro del Cuerpo Místico de Cristo, y entonces sus obras, por sencillas que sean, pertenecen a un plano sobrenatural, infinitamente superior a todo lo humano.

Si esto se conociera más, ¿quién viviría en pecado mortal?. Cada uno de nosotros es una célula del Cuerpo Místico de Cristo. Con nuestra virtud colaboramos a su vitalidad. Con nuestros pecados, además de convertirnos en células muertas, entorpecemos la vida de las otras células, nuestros hermanos. Somos células cancerosas.

La gracia santificante es un don personal sobrenatural y gratuito, que nos hace verdaderos hijos de Dios y herederos del cielo. Es una cualidad que hace subir de categoría al hombre dándole como una segunda naturaleza superior. Es como una semilla de Dios. La comparación es de San Juan. Desarrollándose en el alma produce una vida en cierto modo divina, como si nos pusieran en las venas una inyección de sangre divina. La gracia santificante es la vida sobrenatural del alma. Se llama también gracia de Dios.

La gracia santificante nos transforma de modo parecido al hierro candente que sin dejar de ser hierro tiene las características del fuego. La gracia de Dios es lo que más vale en este mundo. Nos hace participantes de la naturaleza divina. Esto es una maravilla incomprensible, pero verdadera. Es como un diamante oculto por el barro que lo cubre. El siglo pasado Van Wick construyó con guijarros una casita en su granja de Dutoitspan (Sudáfrica). Un día, después de una fuerte tormenta, descubrió que aquellos guijarros eran diamantes: el agua caída los había limpiado del barro. Así se descubrió lo que hoy es una gran mina de diamantes. La gracia es un diamante que no se ve a simple vista.

La gracia nos hace participantes de la naturaleza divina, pero no nos hace hombres-dioses como Cristo que era Dios, porque su naturaleza humana participaba de la personalidad divina, lo cual no ocurre en nosotros. Dios al hacernos hijos suyos y participantes de su divinidad nos pone por encima de todas las demás criaturas que también son obra de Dios, pero no participan de su divinidad. La misma diferencia que hay entre la escultura que hace un escultor y su propio hijo, a quien comunica su naturaleza.

Cuando vivimos en gracia santificante somos templos vivos del Espíritu Santo. La gracia santificante es absolutamente necesaria a todos los hombres para conseguir la vida eterna. La gracia se pierde por el pecado grave. En pecado mortal no se puede merecer. Es como una losa caída en el campo. Debajo de ella no crece la hierba. Para que crezca, primero hay que retirar la losa. Estando en pecado mortal no se puede merecer nada.

Quien ha perdido la gracia santificante no puede vivir tranquilo, pues está en un peligro inminente de condenarse. La gracia santificante se recobra con la confesión bien hecha, o con un acto de contrición perfecta, con propósito de confesarse. El perder la gracia santificante es la mayor de las desgracias, aunque no se vea a simple vista.

Sin la gracia de Dios toda nuestra vida es inútil para el cielo. Por fuera sigue igual, pero por dentro no funciona: como una bombilla sin corriente eléctrica. Dice San Agustín que como el ojo no puede ver sin el auxilio de la luz, el hombre no puede obrar sobrenaturalmente sin el auxilio de la gracia divina .

En el orden sobrenatural hay esencialmente más diferencia entre un hombre en pecado mortal y un hombre en gracia de Dios, que entre éste y uno que está en el cielo. La única diferencia en el cielo está en que la vida de la gracia -allí en toda su plenitud- produce una felicidad sobrehumana que en esta vida no podemos alcanzar. Esta vida es el camino para la eternidad. Y la eternidad, para nosotros, será el cielo o el infierno.

Sigue el camino del cielo el que vive en gracia de Dios. Sigue el camino del infierno el que vive en pecado mortal. Si queremos ir al cielo, debemos seguir el camino del cielo. Querer ir al cielo y seguir el camino del infierno, es una necedad. Sin embargo, en esta necedad incurren, desgraciadamente, muchas personas. Algún día caerán en la cuenta de su necedad, pero quizá sea ya demasiado tarde. 

Además de la gracia santificante Dios concede otras gracias que llamamos gracias actuales, que son auxilios sobrenaturales transitorios, es decir, dados en cada caso, que nos son necesarios para conseguir algo en orden a la salvación. Pues por nosotros mismos nada podemos. No podemos tener una fe suficiente, ni un arrepentimiento que produzca nuestra conversión.

Las gracias actuales iluminan nuestro entendimiento y mueven nuestra voluntad para obrar el bien y evitar el mal. Sin esta gracia no podemos comenzar, ni continuar, ni concluir nada en orden a la vida eterna. El hombre no puede cumplir todas sus obligaciones ni hacer obras buenas para alcanzar la gloria eterna sin la ayuda de la gracia de Dios. Merecer el cielo es una cosa superior a las fuerzas de la naturaleza humana. Pero como Dios quiere la salvación de todos los hombres, a todos les da la gracia suficiente que necesitan para alcanzar la vida eterna.

Con la gracia suficiente el hombre podría obrar el bien, si quisiera. La gracia suficiente se convierte en eficaz cuando el hombre colabora. Los adultos tienen que cooperar a esta gracia de Dios. Dijo San Agustín: «Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti». Dios ha querido darnos el cielo como recompensa a nuestras buenas obras. Sin ellas es imposible, para el adulto, conseguir la salvación eterna. Nuestra salvación eterna es un asunto absolutamente personal e intransferible. Al que hace lo que puede, Dios no le niega su gracia.

Y sin la libre cooperación a la gracia es imposible la salvación del hombre adulto. Con sus inspiraciones, Dios predispone al hombre para que haga buenas obras, y según el hombre va cooperando, va Dios aumentando las gracias que le ayudan a practicar estas buenas obras con las cuales ha de alcanzar la gloria eterna.

«Tan grande es la bondad de Dios con nosotros que ha querido que sean méritos nuestros lo que es don suyo». Esta gracia, que nos eleva por encima de la naturaleza caída, la mereció el sacrificio de Nuestro Señor Jesucristo en la cruz. La obtenemos mediante la oración y los Sacramentos.

lunes, 25 de agosto de 2014

¿POR QUÉ LA IGLESIA ES CATÓLICA?


Autor: corazones.org | Fuente: corazones.org /El trabajo de Dios 
¿Por qué la Iglesia es católica?
Sabemos que la Iglesia Católica es la misma que el Señor fundó sobre Pedro -La roca-


La palabra católico/a viene del griego "kath´holon" que significa "de acuerdo con el todo". Esta palabra hace su primera aparición en la literatura cristiana con San Ignacio de Antioquía, por el año 110 dc. En su carta Ad Smyr dice: "Allí donde está Cristo está la Iglesia católica". Los estudiosos discuten si "católico" en este contexto significa "universal" o "verdadera/auténtica." La mayoría de los estudiosos favorecen el primer significado, razonando que así como el Obispo preside la Iglesia local, así mismo Cristo preside la Iglesia universal. 

El Martirio de Policarpo, escrito cincuenta años después, utiliza la palabra en ambos sentidos: tres veces significando iglesia universal y una vez con el sentido de auténtica. Describe a San Policarpo como "Obispo de la Iglesia Católica de Esmirna." 

-San Pacián de Barcelona, 375 A.D. dijo: "Cristiano es mi nombre, y católico mi apellido. El primero me denomina, mientras que el otro me instituye específicamente. De esta manera he sido identificado y registrado... Cuando somos llamados católicos, es por esta forma, que nuestro pueblo se mantiene alejado de cualquier nombre herético." -Carta a Sympronian.

El concepto es desarrollado por San Cirilo de Jerusalén, quien dice: 

La Iglesia es católica porque está esparcida por todo el mundo; enseña en plenitud toda la doctrina que los hombres deben conocer; trae a todos los hombres a la obediencia religiosa; es la cura universal para el pecado y posee todas las virtudes -(Catechesis 18:23). 

Los dos significados que prevalecen en el período de los Padres de la Iglesia son los de universalidad y ortodoxia. San Agustín utiliza en sus escritos el nombre de "católica" 240 veces entre los años 388 y 420 dc. 

Los dos significados de la palabra católico, coexistieron por mil años, pero con el cisma del Este-Occidente, la Iglesia Latina se continuó llamando "Católica" mientras que la iglesia del Este adoptó el nombre de "Ortodoxa". 

En el período medieval encontramos que emergen las bases para una más profunda teología sobre la catolicidad, ayudado este hecho por la expresión dominante de Iglesia como la "reunión de los fieles" (congregatio fidelium), la cual está abierta a la noción de universal. 

Santo Tomás de Aquino desarrolla los diversos elementos de la teología de la catolicidad. La Iglesia es universal en tres sentidos: 

1. Se encuentra en todos los lugares (cf. Rom 1:8), teniendo tres partes: en la tierra, en el cielo y en el purgatorio.
2. Incluye personas de todos los estados de vida. (Gal 3:28)
3. No tiene límite de tiempo desde Abel hasta la consumación de los siglos. 


Fundación de la Iglesia 
Nuestro Señor le dijo a Pedro: [Mateo 16, 17-19] 

Bendito eres tu, Simón Bar-Jona: porque no ha sido carne y sangre que te han revelado, (Que yo soy el Cristo, el Hijo del Dios vivo,) sino mi Padre que esta en el Cielo. 

Y yo te digo que tu eres Pedro y sobre esta piedra construiré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. 

Y te daré las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que amarres en la tierra será amarrado en el cielo y todo lo que desamarres en la tierra también será desamarrado en el Cielo. 

Así, que sabemos que estamos en buenas manos cuando conocemos que la Iglesia es Una, Santa, Católica y Apostólica. El Papa es el Vicario de Cristo, el sucesor de Pedro el Apóstol. 


Escritura y Tradición 

La Iglesia tiene bajo su custodia las Sagradas Escrituras, toda revelación que ha sido dada por Dios a su gente, y su explicación se basa en las Sagrada Escrituras. La Sagrada Tradición también es parte de sus bases y nosotros nos adherimos a la Tradición para poder respetar la autoridad de la Iglesia. Nuestro Señor le dijo a los apóstoles "El que les escucha a ustedes me escucha a mi, el que les rechaza a ustedes me rechaza a mi. Aquel que me rechaza, rechaza a aquel que me envió". 

Muchos han cuestionado las enseñanzas de la Iglesia a través de la historia, ellos han desecrado la verdad por eso han recibido el nombre de herejes. 

La Iglesia en su Sabiduría ha tenido varios concilios para proclamar ciertas enseñanzas como Dogmas, los cuales quieren decir verdades definitivas o principios que no pueden ser cambiados. 

El Protestantismo ha desafiado las enseñanzas de la Iglesia y se ha alejado de la doctrina sólida trasmitida por los Apóstoles. 

Los Protestantes niegan el Sacerdocio, el poder del Sacerdote para perdonar los pecados. Ellos no creen en la verdadera Presencia de Cristo en la Sagrada Eucaristía, no creen en la autoridad del Papa, no aceptan los dogmas de la Iglesia Católica, no creen en la Santidad de La Virgen María y en el poder de su intercesión, no creen en la intercesión de los santos, no creen en el Purgatorio; en síntesis ellos no creen lo que nosotros los Católicos creemos en nuestro Credo. Existen miles de diferentes denominaciones cristianas reclamando ser la verdadera Iglesia, pero nosotros sabemos que el Señor dijo: "Sobre ti Pedro, la roca, Yo fundo mi Iglesia", no mis iglesias. 

No podemos basar nuestra fe solamente en las Escrituras, porque aun San Pablo, refiriéndose a la Sagrada Eucaristía, dice: "Lo que yo he recibido del Señor también les trasmito a ustedes..."; en la segunda carta a los Tesalonicenses 2:15 El dice, "Así hermanos y hermanas , párense firmes y aférrense a las tradiciones que nosotros les enseñamos, ya sea de palabra o por carta." 

Muchos Cristianos reclaman que la Biblia es su única autoridad, pero eso no es lo que nos enseña la Biblia, realmente en la Segunda carta de Pedro 1:20-21 leémos: "Entendiendo ésto primero, que no profecía de Escritura se puede hacer a través de la interpretación privada" (En otras palabras ninguna profecía o escritura es asunto para nuestra interpretación única o personal).

Extracto del artículo publicado por "El trabajo de Dios" (www.theworkofgod.org)


Cristo llamó a la Iglesia, "MI IGLESIA", ésto es lo que aparece en el Nuevo Testamento, pero por la tradición de los Apóstoles y de los Padres que fueron discípulos de los Apóstoles y directamente instruidos por ellos, ha llegado hasta nosotros el nombre de católica.

Sabemos que la Iglesia Católica es la misma que el Señor fundó sobre Pedro, "La roca". Jesús comisionó los Apóstoles para proclamar el Evangelio, para hacer discípulos de todas las naciones y para bautizar en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. 

La Iglesia de hoy es la misma de hace 2000 años, todavía tenemos las mismas enseñanzas que el Señor le entregó a los apóstoles y poseemos la misma fuente de Gracia para nuestra Salvación: los Sacramentos. 
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