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viernes, 16 de marzo de 2018

JESÚS, COMPAÑERO DE CAMINO


Jesús, Compañero de Camino




Jesucristo se nos da en la Eucaristía como Compañero de camino. Recordemos aquel pasaje de los dos discípulos de Emaús que se iban de Jerusalén a su pueblito, tal vez con la convicción de que no había ya nada que hacer. Regresaban a lo de antes, regresaban a su vida antigua. Y, de pronto, un caminante se les acerca, un caminante que no quería, no permitía que lo reconocieran; era Jesús. Comienza una conversación más o menos larga, un poco difícil al principio, porque hasta le dicen: “¿Eres tú el único forastero que no sabe lo que ha pasado en Jerusalén?” Y Él pregunta: “¿qué?, ¿qué ha pasado?” Después... les explica con la Biblia en la mano todos los pasajes que se referían a Él; dando obviamente a esta explicación un calor, una vitalidad que tuvo efecto

Cuando ya llegaron a Emaús, Jesús hizo el ademán de seguir adelante, como queriendo decir: ¡si me necesitan, díganmelo! Entonces le dijeron: ¡Quédate con nosotros! Lo invitan a cenar, Y a lo que voy es a esto, que cuando están cenando, Él permite que lo reconozcan: se les abren los ojos, y en ese momento se desaparece. La frase en la que me quiero fijar ahora es ésta, la que dijeron ellos: ¿No ardía nuestro corazón mientas nos hablaba en el camino y nos explicaba las escrituras? Eso es lo que pasa con los cristianos, con las personas que tienen fe en la Eucaristía, en los que saben reconocer que en el camino de su vida nunca van solos; Jesús va con ellos. “Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”

La vida puede ser dura, puede tener muchas lágrimas, muchas amarguras, mucho sufrimiento, pero es muy distinto sufrir solos que sufrir con Jesús; es muy diferente caminar solos por la vida que caminar codo con codo con Jesús de Nazareth; su presencia transforma el mismo sufrimiento en una cosa distinta. Pero muchas veces nosotros nos empeñamos en caminar solos por la vida; nos hacemos una vida amarga, dura, demasiado difícil, y Jesús nos podría decir: “¿No estoy yo aquí? ¿por qué no me llamas? ¿por qué no crees en Mí?
“Venid a mí todos: los leprosos, los tullidos, los endemoniados”. Todos cabemos ahí
¿Pero, dónde estás, dónde das cita?
Y Él nos dice:
“En todos los Sagrarios del mundo”- En tu parroquia, de día y de noche, sin horas de citas, con ganas enormes de darnos lo que nos ha regalado a precio de su sangre.

No cabe duda que se le queman las manos y el corazón por ayudarnos. Ojalá que vayamos muchas veces, aunque sea con el alma destrozada, tristes, cansados, y sepamos hallar allí la paz y el consuelo prometidos.

El que queda más contento es Él, porque Cristo encuentra su felicidad en curarnos, en salvarnos, en darnos la paz. ¡Hagamos feliz a Cristo! Podemos entristecerlo o alegrarlo, si vamos a Él con fe, o si huomos de Él como el joven rico. Zaqueo hizo feliz a Jesús en día de su conversión; María Magdalena hizo feliz a Jesús el día de su cambio de vida. El Hijo pródigo hizo feliz al Padre Celestial, al regresar; pero el joven rico lo puso muy triste. Cuando tú te vas, ten la certeza de que Jesús llora, y, cuando regresas, ten la certeza de que Jesús está muy contento.

Pensemos, por otra parte, en aquellos que no vienen a la Eucaristía. ¡Cuantos hombres hay hoy infelices, desgraciados, desesperados, ¡cuantos jóvenes, sobre todo, que están en la primavera de la vida, y están viviendo la crueldad y la dureza de un invierno! Estando el remedio tan cerca. La fuente a unos pasos, y morirse de sed. Además siendo tan fácil, porque ¿qué hace falta para acercarnos a Cristo en la Eucaristía? Tener un alma dispuesta, ser humildes, un precio bastante pequeño.

Es necesario llegar a ese Cristo, a ese compañero de camino y decirle desde el corazón :”Tengo un hambre y una sed incontenibles. Vengo cansado de buscar por mil caminos... No he encontrado, no he encontrado paz, ni amor verdadero; no he encontrado sentido a la vida... lejos de ti. Y tú has dicho que eres el camino, la verdad y la vida ¡Por eso vengo a pedirte ese maravillosos Pan de tu Eucaristía, quiero comer de ese pan para encontrar la paz, la vida verdadera, el amor y la felicidad auténticos! “Señor, danos siempre de ese pan y acompáñanos siempre en nuestro caminar”


Padre Mariano de Blas, L.C.

domingo, 11 de marzo de 2018

QUÉ TIENE QUE VER LA EUCARISTÍA CON EL RESTO DE MI SEMANA?


¿Qué tiene que ver la Eucaristía con el resto de mi semana?
¡Hay tantas cosas para ser agradecidos con Dios durante nuestra semana!


Por: Kenneth Pierce | Fuente: catholic-link 




Hace un tiempo me contaba un amigo sacerdote que a veces la gente le decía: “Padre, pero si yo soy super católico. Voy a Misa todos los Domingos”. A lo que el Padre, con cierto humor y severidad, les respondía: “¡Pero si eso es lo mínimo! Es como si tu hijo te dijera: soy un excelente alumno, ¡pasé la materia con las justas!”

Ir a Misa los Domingos es un precepto que debemos cumplir y está muy bien pero si nos quedamos solo en el cumplir, entonces en el fondo quizás no hemos comprendido algunas cosas sobre la presencia de la Eucaristía en nuestras vidas y la bendición que significa. No se trata tampoco de creer que quien va a Misa todos los días es mejor cristiano. De hecho, a veces no es lo mejor, pues se puede caer también en el riesgo de la rutina frente a un misterio tan grande.

No creo que Dios quisiese que nuestra única relación con la Eucaristía, el tesoro más grande que custodia la Iglesia, fuese solamente en la Eucaristía dominical. Acá les proponemos algunas reflexiones para ayudarnos a que esté presente de otros modos en nuestro día a día, como un río subterráneo que recorre toda nuestra vida y alimenta todas y cada una de nuestras acciones durante la semana.


«Pueden ir en paz»

Estas palabras al final de la Misa no significan que podemos irnos en paz porque estamos tranquilos con nuestra conciencia. No es solo un llamado a sentirnos buenos porque hemos ido a Misa. Significan que vayamos en paz para comunicar la paz de Cristo. Estas palabras conectan la Misa con toda nuestra semana: que a lo largo de ella sepamos ser mensajeros de la paz de Cristo a todos los que nos rodean. La palabra Misa, precisamente, viene del latín que significa “envío”… así que no se trata solo de quedarnos con el tesoro para nosotros mismos…


Banquete… pero también sacrificio

Usualmente nos gusta más hablar de la Misa como comunión. Es, después de todo, un banquete en el que podemos recibir el alimento espiritual que es el mismo cuerpo de Cristo. La Misa, sin embargo, es también sacrificio. La mesa donde el sacerdote celebra es también un altar, y Cristo se ofrece como víctima. ¿Cómo vivo la dimensión de sacrificio en mi vida cotidiana? De hecho, la palabra hostia viene precisamente del latín que significa victima…


Una clave muy valiosa

Existe un principio muy importante cuando uno lee e interpreta la Sagrada Escritura. Dice así: la Biblia debe ser leída con el mismo Espíritu con el que fue escrita. Creo que podemos decir algo parecido para comprender un poco mejor la Eucaristía. ¿Cuál fue el espíritu con el que fue instituida? Fue un espíritu de obediencia al plan del Padre, de servicio y de entrega. Ciertamente es un misterio que nos supera, pero si hay una clave para crecer en el amor a Jesús presente en la Eucaristía es vivir el servicio y la entrega en mi vida cotidiana. ¿Cuál es la llave al corazón de Jesús? Esa llave es la donación personal por amor a Él. Eso lo puedo hacer de muchos modos durante la semana. Quizás es cuestión de ponerse a pensar un poquito…


Adoración y silencio


La presencia de la Eucaristía en nuestra semana no se limita solo a la Misa. Jesús se quiso quedar con nosotros para siempre, y tenemos ese don increíble presente en cada capilla de santísimo. Es verdad que siempre podemos rezar en la intimidad de nuestro corazón, así no estemos en una capilla… pero creo que al mismo tiempo todos percibimos que no es exactamente lo mismo. ¡Por alguna razón El se quiso quedar en cada hostia consagrada que se custodia en los tabernáculos de las iglesias! Visitarlo durante la semana, como quien visita a un amigo muy querido, lleva luz y calor a nuestra vida. Seguro Jesús, al vernos entrar en la capilla, se llena también de alegría y nos dice: ¡Qué bueno que hayas venido, te estaba esperando!


De corazón a corazón

Da mucho que pensar que uno de los milagros Eucarísticos más impresionantes, el que se custodia en Lanciano, Italia, sea una hostia convertida en carne, y esa carne es parte de un corazón. Se identifica la hostia con el corazón de Jesús. Con el corazón uno ama y uno sufre. El corazón bombea vida a todo el cuerpo, y también se llena de cicatrices. Con un corazón humano Jesús amó también al modo humano para que nosotros, amando al modo humano, podamos elevarnos al amor divino. Crecer durante nuestra semana un poquito en eso, aunque sea un poquito, nos llevará una relación más profunda con Jesús presente en la Eucaristía.
Ser agradecidos

La palabra Eucaristía viene de “acción de gracias”. Si cultivamos esta virtud a lo largo de nuestra semana estaremos viviendo, de modo muy particular, una dimensión central de la Eucaristía. ¡Hay tantas cosas para ser agradecidos con Dios durante nuestra semana! Así llegaremos al Domingo y podremos hacer con mucha más conciencia y profundidad una acción de gracias sincera a Dios.

martes, 7 de noviembre de 2017

VIVÍA DE LA COMUNIÓN


Vivía de la comunión



Vivir sin comer absolutamente nada es un fenómeno místico, inexplicable para la ciencia, pero verificado objetivamente en varios santos, como en santa Liduvina, santa Catalina de Siena, beata Alejandrina Da Costa, etc. En las visiones que tuvo Alejandrina, Jesús le dijo: “Quiero que en adelante seas tú un signo de que la Comunión alimenta la vida interior, porque en ti no sólo te sostendrá espiritualmente, sino también físicamente”. Y vivió sin comer ni beber por trece años.

En 1421, o sea 12 años antes de la muerte de Liduvina, las autoridades civiles de Schiedam (Holanda), su pueblo, publicaron un documento que decía: "Certificamos por las declaraciones de muchos testigos presenciales, que durante los últimos siete años, Liduvina no ha comido ni bebido nada, y que así lo hace actualmente. Vive únicamente de la Sagrada Comunión que recibe". Durante los primeros años de su enfermedad, la santa podía tomar algunos alimentos, pero después, durante los últimos 19 años de su vida, ya no volvió a comer ni a beber. Su único alimento era la Sagrada Hostia. Nadie ha logrado explicar este prodigio.

Jesús en la Eucaristía se une a mí para que dé abundantes frutos, es fuente de vida, de gracia y santidad, me da fuerza para llevar la cruz de cada día, viene a reforzar mi voluntad de servicio humilde a los hermanos, ilumina las tinieblas de mi corazón, me comunica su paz y alegría, se pone a mi lado en el camino de la vida. Que crezcas en amor a este Sacramento.



* Enviado por el P. Natalio

LA EUCARISTÍA ES UN BANQUETE


La Eucaristía es un banquete
¡Vengan y coman! ¡No se queden con hambre! Dios Padre nos sirve el Cuerpo y la Sangre, el alma y la divinidad de su propio Hijo, hecho Pan celestial.


Por: P Antonio Rivero LC | Fuente: Catholic.net 




Yo soy el pan, el vivo, el que bajó del cielo. Si uno come de este pan vivirá para siempre, y por lo tanto el pan que Yo daré es la carne mía para la vida del mundo". Empezaron entonces los judíos a discutir entre ellos y a decir: "¿Cómo puede éste darnos la carne a comer?". Díjoles, pues, Jesús: "En verdad, en verdad, os digo, si no coméis la carne del Hijo del Hombre y bebéis la sangre del mismo, no tenéis vida en vosotros. El que de Mí come la carne y de Mí bebe la sangre, tiene vida eterna y Yo le resucitaré en el último día. Porque la carne mía verdaderamente es comida y la sangre mía verdaderamente es bebida. El que de Mí come la carne y de Mí bebe la sangre, en Mí permanece y Yo en él. De la misma manera que Yo, enviado por el Padre viviente, vivo por el Padre, así el que me come, vivirá también por Mí. Este es el pan bajado del cielo, no como aquel que comieron los padres, los cuales murieron. El que come este pan vivirá eternamente". Esto dijo en Cafarnaúm, hablando en la sinagoga. Jn 6, 51-59


La eucaristía es un banquete. ¡Vengan y coman! ¡No se queden con hambre! Es un banquete en el que Dios Padre nos sirve el Cuerpo y la Sangre, el alma y la divinidad de su propio Hijo, hecho Pan celestial. Pan sencillo, pan tierno, pan sin levadura...Pero ya no es pan, sino el Cuerpo de Cristo. ¡Vengan y coman! Sólo se necesita el traje de gala de la gracia y amistad con Dios, si no, no podemos acercarnos a la comunión, pues “quien come el Cuerpo de Cristo indignamente, come su propia condenación”, nos dice San Pablo (1 Cor 11, 27).

La eucaristía es sacrificio, donde se renueva y se actualiza la Muerte de Cristo en la Cruz para restablecer la amistad del hombre con Dios, reparar la ofensa que el hombre hizo a Dios, y volver a unir cielo y tierra, y darnos así la salvación y el rescate. ¡Muramos también nosotros con Él para después resucitar con Él!

La Eucaristía es prenda de la gloria futura. Lo dice bien claro Jesús hoy en el Evangelio: “El que come de este pan vivirá eternamente”.

Por tanto, la eucaristía no es sólo fuerza y alimento para el camino, como experimentó Elías, que comió ese pan que le ofreció Dios, prefiguración de lo que sería más tarde la eucaristía, y Elías recobró fuerza, vigor, ánimo y aliento y siguió caminando cuarenta días y cuarenta noches

La eucaristía no es sólo para el presente. Es también prenda de la gloria futura. ¿Qué significa esto: “El que come de este pan vivirá eternamente”?

Esto no quiere decir que el recibir la eucaristía nos ahorre la muerte corporal. Nosotros comulgamos con frecuencia, y a pesar de todo un día moriremos.

Acá se trata de la muerte espiritual, de la muerte eterna, lejos de Dios, en el infierno.

Este pan de la eucaristía nos libra de esta muerte y nos da la vida inmortal. Todo alimento nutre según sus propiedades. El alimento de la tierra alimenta para el tiempo. El alimento celestial, Cristo eucaristía, alimenta para la vida eterna.

Valga esta comparación: la eucaristía es como esa vacuna preventiva que nos vamos poniendo en esta vida terrena para no morir en nuestra alma y alcanzar la vida eterna. Nos va fortaleciendo el organismo espiritual como anticipo para que no se enferme con muerte eterna.

El pan de la eucaristía nos acompaña en nuestro camino por este desierto que es el mundo. Nos alimenta. Nos da fuerza, como le pasó a Elías. Pero cesará una vez alcanzada la meta del cielo. Una vez que hayamos llegado al cielo ya no necesitamos de este Pan, pues tendremos la presencia saciativa de Dios, cara a cara, sin velos y sin misterios.

Aquí vemos a Dios a través del velo de la fe: vemos pan, pero creemos que es Dios, saboreamos pan, pero creemos que es Dios.

Pero hay más; la eucaristía no sólo nos acompaña en nuestra peregrinación al cielo llenándonos de fuerza, ánimo y aliento... sino que, en cierto modo, ya desde ahora siembra algo de “Cielo” en nuestro interior, porque en la eucaristía recibimos a Cristo sufriente y glorioso.

En cuanto paciente y sufriente, Jesús nos aplica el fruto de su Pasión: el perdón de los pecados, la reconciliación con el Padre. En cuanto glorioso, nos comunica el germen de su Resurrección: una vida nueva, inmortal, feliz y eterna con Dios... Cristo con su Resurrección destruyó la muerte. Y nosotros al comulgar comemos el Cuerpo glorioso de Cristo que penetra en nuestro ser, comunicándonos la vida nueva, la vida eterna, la vida inmortal.

Por esta razón, algunos Santos Padres de la Iglesia llamaron a la eucaristía remedio de inmortalidad. San Ireneo, por ejemplo, dice: “Así como el grano de trigo cae en la tierra, se descompone, para levantarse luego, multiplicarse en espigas y alimentarnos... así nuestros cuerpos, alimentados por la eucaristía y depositados en la tierra, donde sufrirán la descomposición, se levantarán un día y se revestirán de inmortalidad”.

El hecho de que la eucaristía sea la primicia y el comienzo de nuestra glorificación y resurrección, explica su intrínseca relación con la segunda venida del Señor.

Porque el día en que el Señor vuelva, al fin de la historia, ese día la eucaristía se habrá vuelto innecesaria, así como todos los sacramentos, que son como velos a través de los cuales con la fe vemos a Dios, su presencia, su huella, su caricia... Ya no se necesitarán, cuando venga Jesús al final de la historia, porque veremos a Dios cara a cara, sin velos y sin misterios.

Ya en el cielo no necesitamos comulgar a Dios en el pan, ni en el vino. La comunión con Dios en el cielo será de otra manera: directamente, no a través de velos.

¡Cómo nos gustará saber cómo estaremos y viviremos en el cielo con Dios! Imagínate lo más hermoso y consolador de aquí en la tierra, rodeado de buenas amistades, en charla franca, amena, limpia, consoladora... y elévalo no a la enésima potencia, sino eternamente. No pasan las horas, porque en el cielo no hay tiempo. No hay cansancio ni sueños, porque en el cielo no se sufren esos condicionamientos. No hay enojos ni discusiones, no hay envidias ni borracheras ni desenfrenos... Todo allá es puro y eternamente feliz.

¿Creemos esto?

Pues bien, la eucaristía es un cachito de cielo. Se nos abre un resquicio de cielo para que ya lo deseemos ardientemente, desde acá en la tierra.

¿Qué les parece si hoy vivimos la misa, la eucaristía de otra manera? Más profunda, más íntimamente... mirando hacia esa eternidad de Dios que nos aguarda, y que la eucaristía nos promete ya como prenda futura. “Quien coma de este pan vivirá eternamente”. Amén.

jueves, 20 de julio de 2017

ESTOY AQUÍ, SEÑOR, ENTRE EL TRÁFICO Y LAS PRISAS


Estoy aquí, Señor, entre el tráfico y las prisas
Me siento cansado, agobiado y hoy vengo a ti, en recuerdo, aunque lejano de un tiempo pasado,


Por: Ma Esther De Ariño | Fuente: Catholic.net 




Estoy aquí , Señor, vengo envuelto entre el tráfico, arrastrada en el vendaval del agitado mundo, de sus prisas, de sus noticias, que muchas veces dan escalofrío,... de música que no tiene armonía y melodía sino que ruidos estridentes y discordantes... de caras crispadas por gran impaciencia...

Las personas en medio de este mundo caótico se sienten solas y esa soledad abraza su espíritu con un abrazo de ahogo y tristeza infinita.

Así me sentía yo... y hoy vengo ante ti, mi amado Jesús, y el recuerdo, aunque lejano de un tiempo pasado, de una tarde como esta ante tu Presencia en el Sacramento de la Eucaristía, buscando lo que solo Tu podías entender, mis dolores, mis agobios... voy recordando:

La puerta de la pequeña Iglesia, de un pueblecito más pequeño aún, perdido en la serranía, dio un lastimero crujido cuando la empujé... la nave, humilde y sencilla, silenciosa y vacía...Tenía una luz que se filtraba atravesando unos ventanales en forma de arcos que le daban claridad a la semipenumbra del recinto, pero... ahí estabas Tu, al frente, ahí donde brillaba una lucecita roja que parpadeaba como si fuese la señal del latir de tu Corazón.

Despacio llegué hasta Ti...me puse de rodillas y suavemente fue brotando este pequeño verso ante aquel Sagrario, que ya nunca olvidaré...

Jesús : Ya no me importa la soledad,
ni el sufrimiento ya me acobarda...
Tu me enseñaste que es estar solo....
¡que es entregarse con toda el alma!

¿Cómo podré correr ansiosamente tras el lujo, la vida loca y vana,
si aprendí la mejor lección del mundo, en esta Iglesia, tan pequeña y olvidada?

¡Tu Rey de reyes, Tu que todo lo hiciste de la nada!
¡Encerrado en un Sagrario de madera
sin pulir, sin pintar....!
y sobre el altar, cuatro flores empolvadas!

¡Tu que Todo lo eres, te perdiste en la Nada...!.
¡Qué infinita humildad!.
Prisionero tras la puerta de madera, me parece que oigo latir tu corazón
y adivino el mirar de tus ojos en la espera ...

Han de ser tan dulces, tan sinceros....
han de ser tus ojos, Jesús mío,
la apoteosis de la luz y la belleza.

De tal modo se hirió mi corazón,
ante tanta grandeza y humildad,
que ahora vivo prisionera del recuerdo,
y ese recuerdo Divino es como un faro bendito, que alumbra mi oscuridad....


Este mi pequeño verso es mi mejor reflexión para adorarte y bendecirte, mi amado Jesús Sacramentado.

miércoles, 12 de julio de 2017

EL GLUTEN Y LA EUCARISTÍA: QUÉ DEBE HACER QUIEN PADECE ENFERMEDAD CELÍACA?


El gluten y la Eucaristía: ¿Qué debe hacer quien padece enfermedad celíaca?
 Crédito: Daniel Ibañez (ACI Prensa)




 (ACI).- La Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos de la Santa Sede emitió, el 15 de junio de este año, una carta circular a los obispos reiterando las normas existentes sobre el pan y el vino para la Eucaristía, incluida la norma de que las hostias deben contener una cierta cantidad de gluten como materia válida para la consagración.

La noticia se hizo viral y algunos medios titularon lo siguiente: “La Iglesia Católica prohíbe a los celíacos la comunión”. Inclusive Twitter declaró el tema como “tendencia”.

Sin embargo, las normas sobre el pan y el vino ya existían y no fue anunciada ninguna nueva, ni se prohibió a los celíacos la Eucaristía. Las hostias sin gluten fueron siempre materia inválida para la consagración.

Ante este panorama, la carta deja algunas inquietudes para aquellas personas con enfermedad celíaca (o aquellas con otras alergias graves al trigo) y la Eucaristía.


¿Qué se debe hacer si se padece esta enfermedad?

La Iglesia reconoce que no debe excluir de la comunión a los católicos con enfermedad celíaca, y se ha acomodado para aquellos que son incapaces de consumir el trigo.

Un laico incapaz de recibir una hostia baja en gluten, puede recibir la comunión bajo la especie de vino solamente.

Un sacerdote en una situación similar al participar en la Misa puede, con permiso del ordinario, recibir la comunión bajo la especie de vino solamente. Pero tal sacerdote no puede celebrar la Eucaristía de forma individual, ni puede presidir una concelebración.

El P. Joseph Faulkner, sacerdote de la diócesis de Lincoln en Estados Unidos, fue diagnosticado con enfermedad celíaca en 2008. Luego de ser ordenado, tuvo que recibir un permiso especial de su diócesis para usar hostias de bajo gluten para celebrar la Misa.

En entrevista con CNA –agencia en inglés del Grupo ACI– el presbítero indicó: “Vomito si como pan, pero consumo de 8 a 9 hostias bajas en gluten por semana, y lo he hecho durante 9 años, y no me enferman”.

El P. Faulkner recomendó que cualquier celíaco obtenga algunas hostias bajas en gluten sin consagrar, e ingiera pequeñas partículas para ver si es capaz de consumirlas con seguridad.

Para los celíacos que son incapaces de recibir las hostias bajas en gluten, el P. Faulkner dijo que “lo más seguro que una persona podría hacer sería pedir y recibir la Preciosísima Sangre de un cáliz, pero que no sea el cáliz que el sacerdote utiliza”.

Esto se debe a que el cáliz que contiene el vino utilizado por el sacerdote, también contiene el frumentum, partículas de hostia que cayeron durante la oración del Agnus Dei (rezada poco antes de la comunión). Para evitar cualquier contaminación, es necesario un cáliz separado.

“Esa es la manera más segura, y cuando recibes la Preciosísima Sangre, recibes el cuerpo, la sangre, el alma y la divinidad de Jesús, para que no tengas que preocuparte de recibir solo parte del sacrificio”, indicó el sacerdote.

Finalmente, el P. Faulkner señaló que aquellos que son capaces de recibir las hostias bajas en gluten, pueden viajar con un estuche de hostias no consagradas, de tal forma que puedan asegurarse de recibir la comunión en diferentes parroquias.

“Solo ve donde el párroco y explícale: 'Hola, soy celíaco, ¿puedo llevar una de estas hostias consagradas en una patena separada? Si no tienen un celíaco en su parroquia es probable que no cuenten con este tipo de hostias en su refrigerador”, concluyó.

Traducido y adaptado por Diego López Marina. Publicado originalmente en CNA.

jueves, 6 de julio de 2017

NIÑOS ADORADORES DEL SANTÍSIMO??

¿Niños adoradores del Santísimo?
La experiencia en Francia habla de los beneficios de la adoración al Santísimo por parte de los niños

Se extiende con frutos abundantes y sorpresa entre los padres


Por: J. Lozano | Fuente: Religion en Libertad 




La Adoración Eucarística está volviendo a ser parte central de la vida cristiana. Tras décadas en las que en muchos lugares se desechó y quedó prácticamente relegada ahora son muchísimas las parroquias que han recuperado la exposición pública del Santísimo.

Por otro lado, aunque están muy lejos de ser mayoría se están multiplicando rápidamente las capillas de adoración perpetua. En España, por ejemplo, ya son casi 50, pero 30 de ellas se han abierto en los últimos siete años.

Esta expansión de la Adoración al Santísimo, que tantos frutos tiene según muchos testimonios, también va llegando a los niños. Cada vez se va introduciendo más en las celebraciones con los pequeños aunque sea de manera adaptada a su edad. Pioneros en esto son en España la Diócesis de Alcalá de Henares donde en la celebración de los Reyes Magos o en Holywins (celebración de todos los santos) ya hay una pequeña parte de adoración en la que participan niños y adolescentes.

¿Niños adoradores?
Pero la pregunta que se pueden hacer muchos es si sirve para algo que niños de seis o siete años sean “adoradores” rezando o estando delante de Cristo Eucaristía cuando aún no tienen una conciencia formada sobre lo que es. La respuesta la da Famille Chretienne en un reportaje precisamente centrado sobre la adoración y los niños.

En Francia, esta experiencia con los niños lleva instalada en algunos lugares más de 15 años y los frutos son fabulosos, según los organizadores. Tanto que se está extendiendo a otros lugares. Si Dios es un “misterio” también lo es el encuentro que un pequeño de 7 años pueda tener con Él en la capilla.

Para los que lo han puesto en práctica y están viendo ahora los frutos, a los niños de una edad muy temprana el culto les lleva de manera natural a una intimidad con Cristo y los va familiarizando con el corazón de Dios directamente.

Conexión directa entre los niños y el Señor, "tienen wifi"
Uno de estos grupos de niños adoradores es el que hay en la ciudad de Rouen. Allí, una de las madres habla a estos niños de seis a ocho años sobre Jesús antes de entrar a la capilla para estar con Él. Allí en silencio todos se arrodillan y de manera natural ponen sus ojos en “Jesús escondido”. “¿Es demasiado tiempo veinte minutos?”, le preguntaron a Jules, de ocho años. Él respondió con una gran sonrisa: “¡Oh no!”.

Una de las preguntas que más hacen a los sacerdotes y laicos que acompañan a estos niños es cómo éstos son capaces de estar en oración cuando muchos adultos no consiguen estar en silencio delante del Santísimo más de dos minutos. “Hay una conexión directa entre el corazón de los niños y el Señor. Tienen wifi”, asegura Cecile, madre de un niño adorador en París.

Según su experiencia, los niños de esta edad tienen un corazón mucho más abierto y lo acogen en su corazón. Y es una experiencia compartida.

Un tiempo adaptado a la edad de los niños
Evidentemente, para llegar a este punto se requiere paciencia pues no dejan de ser niños y consideran poco realista imaginar a treinta niños durante una hora en silencio rezando. El tiempo se adapta a su edad y los más pequeños pueden estar quince o veinte minutos, incluso si a veces no hay un silencio total. Sin embargo, esta actitud de adoración va calando en ellos.

Florence Schlienger, responsable de uno de estos grupos en Versalles, reconoce que tanto él como todo adulto que se embarca en esta peculiar aventura siembran sin saber lo que va a florecer. Así, recuerda el caso de un niño que daba la espalda al altar durante todo el tiempo. Sin embargo, al mes siguiente hablaba a su madre todo el tiempo del amor de Dios. “Es una educación en la vida interior en la que no vemos los frutos de inmediato sino que se ve más adelante”, aseguran también las madres.

"Cuanto antes se aprende a rezar, más rápido se convierte en algo natural"
El padre Thibaud Labesse, capellán de uno de estos grupos de niños, también insiste en que “cuanto antes se aprende a rezar, más se convierte en algo natural”. Y este cambio lo perciben las madres de estos pequeños sobre todo en el comportamiento que luego tienen en misa pues captan el “misterio” de que Cristo está de verdad en el Sagrario.

La hermana Beata ayuda a las Misioneras de la Eucaristía también este apostolado y relata en qué consisten estas sesiones. Leen con ellos el Evangelio, se lo explican y luego realizan dibujos que colorean sobre estas enseñanzas. Y entonces llega el momento en el que en grupos por edades hacen turnos de adoración donde también cantan alguna canción, hacen ofrendas e intenciones de oración. Los pequeños de 4 años adoran al Santísimo diez minutos y los de ocho años ya están veinticinco habiendo además intervalos más amplios de silencio.

Caldo de cultivo para vocaciones
Además, destacan que la presencia del sacerdote es importante es esencial y él reza con ellos. “En la adoración, el niño entra en la intimidad con Cristo, en un reflejo del amor con el Señor que es un caldo de cultivo para las vocaciones", dice Florence Schlienger, que lleva quince años con esta misión y ha visto ya a muchos niños que ahora son adultos adoradores. “La introducción de la presencia de Dios en la vida personal es lo que les llevará a la Iglesia, más que todo un curso de Teología”, asegura.

jueves, 4 de mayo de 2017

EUCARISTÍA Y MUERTE


Eucaristía y muerte
La Eucaristía es prenda de inmortalidad. Quien comulga aquí en la tierra está ya alimentándose con el germen de la vida eterna.


Por: P Antonio Rivero LC | Fuente: Catholic.net 




En dos sentidos quiero enfocar mi reflexión: primero, la Eucaristía es prenda de inmortalidad; y segundo, en cada Eucaristía yo debo también morir con Cristo a mis tendencias malas para resucitar con Él a una vida nueva.

Primero, la Eucaristía es prenda de inmortalidad.

Nadie quiere morir. Todos queremos vivir. Por eso el hombre huye de la muerte. Es un instinto que tenemos.

La historia del hombre está definida y determinada por un comienzo y un fin. Lo mismo que el mundo, el hombre se comprende si examinamos su origen y su fin. Esta peregrinación debe tener un sentido que sólo se alcanza a la luz de la fe. “Mientras toda imaginación fracasa ante la muerte, la Iglesia, aleccionada por la Revelación divina, afirma que el hombre ha sido creado por Dios para un destino feliz situado más allá de las fronteras de la miseria terrestre” (Gaudium et spes, 49).

La muerte no admite excepciones: todos hemos de morir, pues todos nacimos manchados con el pecado original, autor de la muerte, como nos dice la carta a los Romanos 5, 12. Y un día nos tocará a nosotros, pues “lo mismo muere el justo y el impío, el bueno y el mal, el limpio y el sucio, el que ofrece sacrificios y el que no. La misma muerte corre para el bueno que para el que peca. El que jura, lo mismo que el que teme el juramento. De igual modo se reducen a pavesas y a cenizas hombres y animales” (San Jerónimo, Epístola 39). Todo acabará: cada cosa a su hora.

Pero el hombre se resiste a morir. No quiere morir.

A este deseo profundo de vivir siempre y eternamente ha venido a dar respuesta la Eucaristía. Cristo nos dijo: “El que coma mi carne vivirá para siempre y no morirá”.

La Eucaristía es prenda de inmortalidad. Quien comulga aquí en la tierra está ya alimentándose con el germen de la vida eterna. Su alma, que ya desde su creación Dios hizo inmortal, con la comunión se hace más transparente, más limpia, más fuerte, más brillante, para gozar de la eternidad de Dios cuando se tenga que separar del cuerpo con la muerte temporal.

Segundo, en cada Eucaristía yo tengo que morir a mí mismo.

Cristo instituyó la Eucaristía la víspera de su muerte, en la noche en que se entregó. Por eso, a la santa Misa se le llama con toda propiedad Santo Sacrificio, porque ahí Cristo renueva su sacrificio en la cruz, aunque de manera incruenta. Cristo vuelve a morir por la humanidad.

Cada vez que comemos de este pan y bebemos de este cáliz, anunciamos la muerte del Señor hasta que él vuelva, nos dice san Pablo en 1 Corintios 11, 26.

Muerte mística de Cristo. En cuántas iglesias podemos percibir esta realidad. Ese altar es una tumba que encierra huesos de mártires. Encima preside una cruz, alumbrada con una lámpara, como en las tumbas. Envuelve la Santa Hostia el Corporal, nuevo sudario. Cuántas casullas que el sacerdote se pone al celebrar la santa Misa tienen por adelante y por atrás el signo de la cruz, símbolo de la muerte. Todo nos recuerda a ese Cordero inmolado por nuestros pecados y para nuestra salvación.

Y en la comunión consumimos ese sacrificio de Cristo, y con su muerte Él nos da su vida divina.

¿Por qué quiso Cristo establecer una relación tan íntima entre el sacramento de la Eucaristía y su muerte? 

Primero, para recordarnos el precio que le costó su sacramento. La Eucaristía es el fruto de la muerte de Jesús. La Eucaristía es un testamento, un legado, que sólo tiene efecto por la muerte del testador. Jesús necesitó morir para convalidar su testamento.

Segundo, para volvernos a decir incesantemente cuáles deben ser los efectos de la Eucaristía en nosotros. En primer lugar, nos debe hacernos morir al pecado y a las inclinaciones viciosas; en segundo lugar, morir al mundo, crucificándonos con Jesús y exclamando con san Pablo: “Para mí el mundo está crucificado y yo para el mundo”. Finalmente, morir a nosotros mismos, a nuestros gustos, deseos y sentidos, para revestirnos de Jesús de tal forma que Él viva en nosotros y que nosotros seamos apenas sus miembros, dóciles a su Voluntad.

En tercer lugar, Cristo quiso establecer una relación íntima entre la Eucaristía y su muerte para hacernos partícipes de su resurrección gloriosa. Cristo mismo como que “se siembra él mismo” en nosotros con la comunión. Al Espíritu Santo cabe reanimar ese germen y darnos nuevamente la vida, Vida gloriosa que nunca tendrá fin.

Aquí están algunas de las razones que llevaron a Cristo a envolver en insignias de muerte este sacramento de la Eucaristía, sacramento de Vida verdadera, sacramento donde reina glorioso y triunfa su amor.

Cristo quiso ponernos incesantemente sobre los ojos cuánto le costamos y cuánto debemos hacer para corresponder a su amor.

Terminemos diciendo con toda la Iglesia:

“Oh Dios, que en este sacramento admirable nos dejaste el Memorial de tu Pasión, concédenos venerar de tal modo los sagrados misterios de tu Cuerpo y Sangre, que experimentemos constantemente en nosotros los frutos de tu Redención. Amén”. 

martes, 2 de mayo de 2017

LA EUCARISTÍA, SACRIFICIO DE CRISTO EN LA CRUZ


La Eucaristía, Sacrificio de Cristo en la Cruz
La eucaristía es banquete: ¡Vengan y coman! Es Pan que baja del cielo y da vida al mundo.


Por: P Antonio Rivero LC | Fuente: Catholic.net 




Respondióles Jesús: "Soy Yo el pan de vida; quien viene a Mí, no tendrá más hambre, y quien cree en Mí, nunca más tendrá sed. Pero, os lo he dicho: a pesar de que me habéis visto, no creéis. Todo lo que me da el Padre vendrá a Mí, y al que venga a Mí, no lo echaré fuera, ciertamente, porque bajé del cielo para hacer no mi voluntad, sino la voluntad del que me envió. Ahora bien, la voluntad del que me envió, es que no pierda Yo nada de cuanto El me ha dado, sino que lo resucite en el último día. Porque ésta es la voluntad del Padre: que todo aquel que contemple al Hijo y crea en Él, tenga vida eterna; y Yo lo resucitaré en el último día". Jn 6, 35-40

¡Quitémonos las sandalias porque el lugar que pisamos es lugar santo!

La eucaristía es lo más santo que tenemos en el cristianismo.

Vimos que la eucaristía es banquete: ¡Vengan y coman! Es Pan que baja del cielo y da vida al mundo. ¡Vengan y coman!

¿Cómo es posible que haya cristianos que no se acerquen a la santa misa que es banquete celestial, donde Dios nos alimenta con su Palabra y con el Cuerpo Sacratísimo de su Hijo, para darnos la vida divina, fortalecernos en el camino de la vida? Prefieren ir por el camino de la vida débiles, famélicos, deprimidos, cansinos, desilusionados.

¿Cómo es posible que haya cristianos que, pudiendo comulgar, no se acercan a este banquete que sacia?... Precisamente porque tal vez no quieren confesarse. Prefieren vivir y ser sólo espectadores en el banquete celestial.

Eso sí: es un banquete y hay que venir con el traje de gala de la gracia y amistad de Dios en nuestra alma.

¡Vengan y coman! ¡El que coma de este pan no tendrá más hambre de las cosas del mundo! La Iglesia está para eso: para darnos el doble pan: el de la Palabra y el de la eucaristía.

Ahora veremos el segundo aspecto de la eucaristía y de la santa misa: la eucaristía es el sacrificio de Cristo en la Cruz que se actualiza y se hace presente sacramentalmente, sobre el altar.

¿Qué significa que la Misa es sacrificio?

El sacrificio que hizo Jesús en la Cruz, el Viernes Santo, muriendo por nosotros para darnos la vida eterna, abrirnos el cielo, liberarnos del pecado... se vuelve a renovar en cada misa, se vuelve a conmemorar y a revivir desde la fe. Cada misa es Viernes Santo. Es el mismo sacrificio e inmolación, pero de modo incruento, sin sangre. El mismo sacrificio y con los mismos efectos salvíficos.

En cada misa asistimos espiritualmente al Calvario, al Gólgota... y en cada misa con la fe podemos recordar, por una parte, los insultos, blasfemias que le lanzaron a Jesús en la Cruz... y por otra parte, las palabras de perdón de Cristo a los hombres y de ofrecimiento voluntario y amoroso a su Padre celestial: “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen...Todo está cumplido”.

Con los ojos de la fe, en cada misa veremos a Cristo retorcerse por todos los martillazos y golpes que le propinaron y le propinamos con nuestros pecados. ¡Esto es sacrificio! En cada misa Cristo muere lenta y cruelmente por nosotros.

Con los ojos de la fe, en cada misa veremos ese rostro de Cristo sangrante, humillado, escarnecido, golpeado... y esa espalda magullada, destrozada por los azotes que los pecados de los hombres le han infligido, le hemos infligido.

Si tuviéramos más fe, en cada misa deberíamos experimentar, junto con Jesús, esa agonía, tristeza, tedio que Él experimentó al no sentir la presencia sensible de su Padre... y deberíamos acercarnos a Él y consolarle en su dolor y en su sacrificio, compartiendo así con Él su Pasión.

Que la misa es sacrificio significa que aquí y ahora, Cristo es vapuleado, maltratado, golpeado, vendido, traicionado, burlado, negado por todos los pecados del mundo... y Él se entrega libremente, amorosamente, conscientemente, porque con su muerte nos da vida.

En cada misa, ese Cordero divino se entrega con amor para, con su Carne y Sangre, dar vida a este mundo y a cada hombre.

Si tuviéramos fe, nos dejaríamos empapar de esa sangre que cae de su costado abierto... y esa sangre nos purificaría, nos lavaría, nos santificaría.

Si tuviéramos fe recogeríamos también su testamento, su herencia, su Sangre, cada gota de su Sangre, sus palabras, sus gestos de dolor.
La santa misa es sacrificio también en cada uno de nosotros, que formamos el Cuerpo Místico de Cristo. Venimos a la misa para sufrir espiritualmente junto con Cristo, a morir junto a Cristo para salvar a la humanidad y reconciliarla con el Padre celestial.

En cada misa deberíamos poner nuestra cabeza para ser coronada de espinas y así morir a nuestros malos pensamientos.

En cada misa deberíamos ofrecer nuestras manos para ser clavadas a la Cruz de Cristo y así reparar nuestros pecados cometidos con esas manos.

En cada misa deberíamos ofrecer nuestro costado para ser traspasado, y así reparar nuestros pecados de odios, rencores, malos deseos.

En cada misa deberíamos poner nuestras rodillas para ser taladradas, para reparar los pecados que cometimos adorando los becerros de oro.

En cada misa deberíamos ofrecer nuestros pies para que fueran clavados en la Cruz de Cristo y así reparar los pecados que cometimos yendo a lugares peligrosos.

Esto es vivir la eucaristía en su dimensión de sacrificio. ¡Morir a nosotros mismos!; para que, con nuestra muerte al pecado, demos vida al mundo, a nuestros hermanos.

¿Verdad que es terriblemente comprometedora la santa misa? ¿A quien le gusta cargar con la Cruz de Cristo en su vida, y caminar con ella a cuestas, sacrificándose y crucificándose día a día en ella? En cada misa deberíamos experimentar en el alma la crucifixión de Cristo y su muerte, y también su resurrección a una vida nueva y santa.

Sí, la eucaristía es Banquete. ¡Comamos de él! Sí, la eucaristía es Sacrificio. ¡Ofrezcámonos en él al Padre por Cristo para la salvación del mundo! Bebamos su sangre derramada, que nos limpia.

Quedémonos de pie, como María, en silencio, junto al Calvario, y ofrezcamos este sacrificio de Cristo y nuestro, muriendo a nosotros mismos. Amén.

lunes, 30 de enero de 2017

IN PERSONA CHRISTI; LA EUCARISTÍA


In Persona Christi: La Eucaristía
La expresión de que el sacerdote actúa In Persona Christi significa que actúa como Cristo mismo.


Por: Mons. Carlos Briseño Arch | Fuente: vicariadepastoral.org 




Hoy día, en el mundo que nos toca vivir, se ha perdido mucho el sentido de lo sagrado. Entramos a un templo y nos cuesta mucho leer los signos religiosos en los que nos quiere envolver un templo.

Vemos una imagen o un cuadro y nos interesa más su antigüedad o quién lo pintó. Y, sobretodo, si es valiosa económicamente. Más que descubrir en la obra, el mensaje de fe de quien la hizo.

El incienso, las velas encendidas, el ornamento de los que celebran, poco nos dicen. Todo ello es muestra de que hemos perdido mucho el sentido de lo sagrado.

Antes se le besaba la mano al sacerdote, porque eran manos consagradas, hoy ese signo no se entiende.

En este contexto nos cuesta mucho entender, la expresión de que el sacerdote actúa In Persona Christi significa actúa como Cristo mismo, nuestro Señor y Sumo Sacerdote ante Dios Padre.


Muchos sinónimos se usan para expresar esta realidad que configura al sacerdote, por el carácter recibido en la ordenación, así: vicem Dei, vicem Christi, in persona Dei, gerit personam Christi, in nomini Christi, representando a Cristo, personificando a Cristo, representación sacramental de Cristo Cabeza, etc.

La actuación del sacerdote in persona Christi es muy singular. Específicamente la podemos ver en la consagración de la Misa.

Como las formas de los sacramentos deben ajustarse a la realidad, la forma de la Eucaristía difiere de los demás sacramentos en dos cosas:

1 Porque las formas de los demás sacramentos significan el uso de la materia, como en el bautismo, la confirmación, etc.; por el contrario, la forma de la Eucaristía significa la consagración de la materia que consiste en la transubstanciación, por eso se dice: "Esto es mi cuerpo" - "Este es el cáliz de mi sangre".

2 Las formas de los otros sacramentos se dicen en la persona del ministro ("ex persona ministri"), como quien realiza una acción: "Yo te bautizo…" - "Yo te absuelvo…"; o, en la Confirmación y en la Unción de los enfermos, en forma deprecativa: "N.N., recibe por esta señal el don del Espíritu Santo" - "Por esta Santa Unción y por su bondadosa misericordia…", etc.
                                           
Por el contrario, la forma del sacramento de la Eucaristía se profiere en la persona de Cristo que habla, in persona Christi loquendi, dando a entender que el sacerdote ministerial no hace otra cosa más que decir las palabras de Cristo en la confección de la Eucaristía (Cf. S. Th., III, 78, 1.).

Por eso decía el gran San Ambrosio: "La consagración se hace con palabras y frases del Señor Jesús. Las restantes palabras que se profieren alaban a Dios, ruegan por el pueblo, por los reyes, por todos. Cuando el sacerdote se pone a consagrar el venerable sacramento, ya no usa sus palabras, sino las de Cristo. La palabra de Cristo, en consecuencia hace el sacramento" ( De Sacramentis, L.4, c.4.).

Hay que aclarar que como todos los sacramentos son acciones de Cristo, algunos dicen, que el sacerdote en todos ellos obra in persona Christi, pero, eso sólo se puede decir en sentido amplio. De hecho, el ministro del bautismo válido y lícito, puede ser un laico, una mujer, un no bautizado; y los ministros del sacramento del matrimonio, válido y lícito, son los mismos cónyuges; y ninguno de los ministros mencionados de estos sacramentos tiene el carácter que les da el poder de obrar in persona Christi. Por otra parte, la concelebración eucarística se justifica desde el actuar de los concelebrantes in persona Christi, dice al respecto Santo Tomás, respondiendo a la objeción de que sería superfluo que lo que puede hacer uno lo hicieran muchos: "Si cada sacerdote actuara con virtud propia, sobrarían los demás celebrantes; cada uno tendría virtud suficiente. Pero, como el sacerdote consagra en persona de Cristo y muchos son "uno en Cristo" (Gal 3, 28), de ahí que no importe si el sacramento es consagrado por uno o por muchos…" (S. Th., III, 82, 2, ad 2) Y no hay, propiamente, concelebración en los otros sacramentos. Es de hacer notar que en la concelebración "se manifiesta apropiadamente la unidad del sacerdocio" (Concilio Vaticano II, Sacrosanctum Concilium, n. 57) y, en otro documento se enseña: "se expresa adecuadamente la unidad del sacerdocio y del sacrificio, como también la de todo el pueblo de Dios" (Normas generales del Misal Romano, n. 153), por razón de que los sacerdotes, debido al carácter sacerdotal, obran in persona Christi.

Además, más adelante, agrega Santo Tomás refiriéndose al sacramento-sacrificio: " …éste sacramento es de tanta dignidad, que se hace en la persona de Cristo. Todo el que obra en persona de otro debe hacerlo por la potestad que le han conferido… Cristo, cuando se ordena al sacerdote, le da poder para consagrar este sacramento en persona de Cristo. Así pone a éste sacerdote en el grado de aquellos a quienes dijo: "Haced esto en conmemoración mía"". (En III, 82, 2 agrega: "El sacerdote entra a formar parte del grupo de aquellos que en la Cena recibieron del Señor el poder de consagrar"). "Es propio del sacerdote confeccionar este sacramento" (Cf. S. Th., III, 82, 1). Y obrar en persona de Cristo es absolutamente necesario para que el sacrificio de la Misa sea el mismo sacrificio de la cruz: no sólo es necesaria la misma Víctima, también es necesario el mismo Acto interior oblativo y el mismo Sacerdote. Sólo así se tiene, sustancialmente, el mismo y único sacrificio, sólo accidentalmente distinto.

El no valorar correctamente la realidad del carácter sacerdotal que habilita para actuar in persona Christi debilita el sentido de identidad sacerdotal, ni se ve cómo los ordenados que se vuelven herejes, cismáticos o excomulgados consagran válidamente -aunque ilícitamente- (Cf. I Concilio de Nicea, Dz. 55; San Atanasio II, Dz. 169; San Gregorio Magno, Dz. 249; ver Dz. 358. 1087), al igual que el porqué el sacerdote pecador consagra válidamente. El debilitar la importancia del obrar in persona Christi.

Todos los cristianos, los bautizados en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, debemos ser otro Cristo, vivir y actuar como Cristo, pero el sacerdote actúa de manera especialísima In Persona Christi, Cristo mismo, cuando preside la Liturgia de la Sagrada Eucaristía. Esto tiene una consecuencia en nuestra relación con la Eucaristía y el sacerdote que la celebra. Vamos a la Eucaristía a encontrarnos con Cristo en la persona del sacerdote. Por lo tanto, Cristo debe ser el motivo principal. Cuando perdemos este aspecto, centramos la Eucaristía en la persona del sacerdote, desvinculándola de su carácter mistérico. Centrándonos en las cualidades físicas, de dicción o de elocuencia del que preside. De ahí la importancia de recobrar y ayudar a los fieles a recobrar esa visión sobrenatural de la Eucaristía. Es importante hacer un esfuerzo por descubrir, en el sacerdote anciano, enfermo, con limitaciones de todo tipo, a Cristo que se hace frecuente en él. Así como Cristo en el Evangelio nos invita a descubrirlo en el que tiene hambre, sed, está desnudo , enfermo o en la cárcel…

Es cierto que es necesario que el sacerdote al actuar In Persona Christi haga un esfuerzo en su vida personal para  ser un instrumento y mediación de amor y misericordia, convirtiéndose en misericordia y amor con su conducta, como dijo san Agustín de Hipona.

Por ello les invito a que oremos para que todo sacerdote vaya adelantando y perfeccionando su ser y, transparente a Cristo en su vida.

Oración por los Sacerdotes
Oración del Apóstol (s.XIV)

Cristo, no tiene manos,
tiene solamente nuestras manos
para hacer el trabajo de hoy.

Cristo no tiene pies,
tiene solamente nuestros pies
para guiar a los hombres en sus sendas.

Cristo, no tiene labios,
tiene solamente nuestros labios
para hablar a los hombres de sí.

Cristo no tiene medios,
tiene solamente nuestra ayuda
para llevar a los hombres a sí.

Nosotros somos la única Biblia,
que los pueblos leen aún;
somos el último mensaje de Dios
escrito en obras y palabras.

viernes, 20 de enero de 2017

CONVERTIDA POR LA EUCARISTÍA


Convertida por la Eucaristía



Isabel Ana Seton nacida en la religión anglicana (1774) en nueva York, se casó con un rico comerciante y tuvo cinco hijos. Enviudó a los 30 años. Movida de amor a Jesús presente en la Eucaristía, se hizo católica a los 31 años (1805). Fundó una congregación para educar a las niñas. Es la primera santa estadounidense elevada al honor de los altares (1975).

En un último intento para restaurar la salud de su esposo, Isabel había partido para Livorno, Italia, llevando también a la hija mayor (8 años). Pero su esposó empeoró y murió. Regresó a Nueva York y buscó la paz en su propia Iglesia anglicana. Un día se sentó en una silla de su templo, desde donde podía ver la torre de la vecina iglesia católica, y mirando el altar vacío de su templo, comenzó a hablar con Jesús, presente en la Eucaristía de la iglesia católica cercana. Así empezó a sentir un profundo amor a Jesús Sacramentado, que la atraía como un imán, y éste fue el comienzo de su conversión.

En Italia Isabel se había hospedado en casa de una familia católica muy amiga. Un día encontró Isabel un libro de oraciones. Lo abrió al azar y comenzó a leer: “Acordaos, oh piadosísima Virgen María, que jamás se oyó decir...” Cada palabra le llegaba al alma con inmenso consuelo. Desde ese día pidió a Nuestra Señora le mostrase el camino que debía seguir.


* Enviado por el P. Natalio

jueves, 19 de enero de 2017

POR CRISTO, CON ÉL Y EN ÉL


¡Por Cristo, con Él y en Él! 
¿quién debe decir esas palabras en Misa?
La manera de celebrar la misa no sale de lo que a cada quien se le ocurra. Hay unos criterios básicos que son necesarios cumplirlos a cabalidad.


Por: Qriswell J. Quero | Fuente: PildorasDeFe.net // fraynelson.com 




Tal vez has participado de alguna Santa Misa en la que has presenciado que la comunidad, espontáneamente, y cuando se termina la Plegaria eucarística, se une en oración al Sacerdote celebrante y pronuncian las palabras "Por Cristo, con Él y en Él, a Ti, Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos. Amén"

En otros casos, ha sido el Sacerdote mismo quien anima a la comunidad a DECIR JUNTOS esa Doxología; pero realmente, ¿quién debe decir estas palabras? ¿Únicamente el Sacerdote? ¿La comunidad y el sacerdote?

Para responder a esta pregunta, nos dirigimos a una respuesta dada por Fray Nelson Medina, Sacerdote predicador de la Orden de los Dominicos, en la que explica el uso correcto de esta Doxología durante la celebración de la Santa Misa

Forma correcta de celebrar Misa
La manera de celebrar la misa no sale de lo que a cada sacerdote se le ocurra. Hay unos criterios básicos que son necesarios porque ni el sacerdote ni ninguna comunidad particular pueden considerarse "dueños" de la Misa.

La "manera de celebrar" la indican los misales que se usan en las parroquias e iglesias a través de un documento que se llama la "Instrucción general del Misal Romano," usualmente abreviado IGMR, que todos puede consultar haciendo Clic aquí



El numero 151 de la IGMR dice textualmente:

"Después de la consagración, habiendo dicho el sacerdote: Este es el Sacramento de nuestra fe, el pueblo dice la aclamación, empleando una de las fórmulas determinadas. Al final de la Plegaria Eucarística, el sacerdote, toma la patena con la Hostia y el cáliz, los eleva simultáneamente y pronuncia la doxología él solo: Por Cristo, con Él y en Él. Al fin el pueblo aclama: Amén. En seguida, el sacerdote coloca la patena y el cáliz sobre el corporal"

No hay entonces margen de duda: esas palabras ha de decirlas solamente el Sacerdote.

Alguien puede estar en desacuerdo y aducir algunas razones sobre por qué las cosas deberían ser de otro modo. Pero podemos imaginar lo que sucede si cada uno pretende imponer lo que considera que debería hacerse.

Y no hay que imaginar mucho: ya esos caprichos los vimos en los años inmediatamente posteriores al Concilio Vaticano II, incluyendo el caso de sacerdotes que creían que la misa "debería" celebrarse con tortillas de maíz.

Como no hay necesidad de volver a esos tiempos y a esas discusiones, lo mejor es que todos comprendamos que la liturgia es un bien público de nuestra fe y que merece amor, cuidado y respeto.

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