jueves, 19 de agosto de 2021

FÁBULA DEL ROSARIO



 Fábula del rosario

Paseaba un día el apóstol Santo Tomás por los jardines del cielo, cuando vio pasar un alma que no resplandecía tanto como las demás... y luego vio otra... y una más... De inmediato fue a reclamarle a San Pedro...

“Oye, Pedro, ¿por qué andan por ahí algunas almas que luego luego se ve que no tienen tantas cualidades y virtudes como las demás?”

Pedro le contestó un tanto nervioso, ya que Tomás era capaz de armarle un escándalo que hasta el puesto le podía costar.

“¿Dónde, tú?” “Por todos lados” indicó el quejoso.

“Vamos a ver” dijo Pedro, y saliendo de la portería se dirigieron a los jardines...

en efecto por doquier se veían almas que no resplandecían tanto, sin embargo se veían felices de estar ahí.

“Pues mira, esos no han pasado por la puerta.

Yo no los hubiera dejado entrar...” puntualizó Pedro.

“Pues entonces aquí está pasando algo raro, y más nos vale que investiguemos.”

Dijo con determinación Tomás, el cual necesitaba ver el origen de la situación.

Decidieron recorrer las bardas del Paraíso, y para su sorpresa encontraron un gran agujero en un de las bardas, la que quedaba más cerca de la Tierra.

“¡Ándale, por aquí se están colando¡” dijo con aire triunfal Tomás.

“El que hizo esto lo va a pagar caro con nuestro Dios, que aunque bueno, es muy justo...” sentenció Pedro.

Se acercaron ambos al agujero, y con sorpresa descubrieron que había atado de ahí un inmenso rosario que llegaba hasta la Tierra, y muchas almas por ahí venían subiendo.

apóstoles se voltearon a ver con cara de sorpresa y consternación... tras un silencio, Pedro dijo: “Ay, María no ha cambiado nadita... desde que la conocí en Caná supe que era de esa gente que no deja de estar ayudando...” (Jn 2, 1-11)

Tomás resignado dijo: “Si ni su Hijo se le escapa, ¿te acuerdas que no quería hacer aquel milagro, y con una sola mirada de Ella se dobló?”

Pedro concluyó diciendo: “Mira, Tomás, tú y yo no hemos visto nada...” .

“¿Ustedes también?” resonó una voz que los sobresaltó...

Con cara de asustados voltearon hacia el Trono de la Majestad de Dios...

pero lo que percibieron fue una gran sonrisa...

EL EVANGELIO DE HOY DOMINGO 19 DE AGOSTO DE 2021

 



 Jueves 20 del tiempo ordinario

Jueves 19 de agosto de 2021


1ª Lectura (Jue 11,29-39a): En aquellos días, el espíritu del Señor vino sobre Jefté, que recorrió la región de Galaad y de Manasés, pasó por Mispá de Galaad y de allí marchó contra los amonitas. Jefté le hizo una promesa al Señor, diciendo: «Si me entregas a los amonitas, al primero que salga a la puerta de mi casa para recibirme, cuando vuelva victorioso de la guerra contra los amonitas, te lo ofreceré en holocausto». Jefté marchó contra los amonitas y el Señor se los entregó. Los derrotó desde Aroer hasta la entrada de Minit, donde hay veinte ciudades, hasta Abel-Keramín, y les tomó sus veinte ciudades. La derrota de los amonitas fue grandísima y fueron humillados por los israelitas.

Cuando Jefté volvió a su casa en Mispá, lo salió a recibir su hija, bailando al son de las panderetas. Jefté no tenía más hijos que ella. Al verla, Jefté se rasgó las vestiduras y gritó: «¡Ay, hija mía! ¡Qué desdichado soy! ¿Por qué tenías que ser tú la causa de mi desgracia? Le hice una promesa al Señor y no puedo retractarme». Ella le dijo: «Padre mío, si le has hecho una promesa al Señor, haz conmigo lo que le prometiste, ya que el Señor te ha concedido la victoria sobre tus enemigos». Después le dijo a su padre: «Concédeme tan sólo este favor: Déjame andar por los montes durante dos meses para llorar con mis amigas la desgracia de morir sin tener hijos». El le respondió: «¡Vete!». Y le concedió lo que le había pedido. Ella se fue con sus amigas y estuvo llorando su desgracia por los montes. Al cabo de los dos meses, volvió a la casa de su padre y él cumplió con ella la promesa que había hecho.



Salmo responsorial: 39

R/. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.

Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor, y no acude a los idólatras, que se extravían con engaños.


Sacrificios y ofrendas no quisiste, abriste, en cambio, mis oídos a tu voz. No exigiste holocaustos por la culpa, así que dije: «Aquí estoy».


En tus libros se me ordena hacer tu voluntad; esto es, Señor, lo que deseo: tu ley en medio de mi corazón.


He anunciado tu justicia en la gran asamblea; no he cerrado los labios: tú lo sabes, Señor.


Versículo antes del Evangelio (Sal 94,8): Aleluya. Hagámosle caso al Señor que nos dice: No endurezcáis vuestros corazones. Aleluya.


Texto del Evangelio (Mt 22,1-14): En aquel tiempo, Jesús propuso esta otra parábola a los grandes sacerdotes y a los notables del pueblo: «El Reino de los Cielos es semejante a un rey que celebró el banquete de bodas de su hijo. Envió a sus siervos a llamar a los invitados a la boda, pero no quisieron venir. Envió todavía a otros siervos, con este encargo: ‘Decid a los invitados: Mirad, mi banquete está preparado, se han matado ya mis novillos y animales cebados, y todo está a punto; venid a la boda’. Pero ellos, sin hacer caso, se fueron el uno a su campo, el otro a su negocio; y los demás agarraron a los siervos, los escarnecieron y los mataron. Se airó el rey y, enviando sus tropas, dio muerte a aquellos homicidas y prendió fuego a su ciudad.

»Entonces dice a sus siervos: ‘La boda está preparada, pero los invitados no eran dignos. Id, pues, a los cruces de los caminos y, a cuantos encontréis, invitadlos a la boda’. Los siervos salieron a los caminos, reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos, y la sala de bodas se llenó de comensales. Entró el rey a ver a los comensales, y al notar que había allí uno que no tenía traje de boda, le dice: ‘Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin traje de boda?’. Él se quedó callado. Entonces el rey dijo a los sirvientes: ‘Atadle de pies y manos, y echadle a las tinieblas de fuera; allí será el llanto y el rechinar de dientes’. Porque muchos son llamados, mas pocos escogidos».



«Mi banquete está preparado, se han matado ya mis novillos y animales cebados, y todo está a punto; venid a la boda»

Rev. D. David AMADO i Fernández

(Barcelona, España)

Hoy, la parábola evangélica nos habla del banquete del Reino. Es una figura recurrente en la predicación de Jesús. Se trata de esa fiesta de bodas que sucederá al final de los tiempos y que será la unión de Jesús con su Iglesia. Ella es la esposa de Cristo que camina en el mundo, pero que se unirá finalmente a su Amado para siempre. Dios Padre ha preparado esa fiesta y quiere que todos los hombres asistan a ella. Por eso dice a todos los hombres: «Venid a la boda» (Mt 22,4).


La parábola, sin embargo, tiene un desarrollo trágico, pues muchos, «sin hacer caso, se fueron el uno a su campo, el otro a su negocio...» (Mt 22,5). Por eso, la misericordia de Dios va dirigiéndose a personas cada vez más lejanas. Es como un novio que va a casarse e invita a sus familiares y amigos, pero éstos no quieren ir; llama después a conocidos y compañeros de trabajo y a vecinos, pero ponen excusas; finalmente se dirige a cualquier persona que encuentra, porque tiene preparado un banquete y quiere que haya invitados a la mesa. Algo semejante ocurre con Dios.


Pero, también, los distintos personajes que aparecen en la parábola pueden ser imagen de los estados de nuestra alma. Por la gracia bautismal somos amigos de Dios y coherederos con Cristo: tenemos un lugar reservado en el banquete. Si olvidamos nuestra condición de hijos, Dios pasa a tratarnos como conocidos y sigue invitándonos. Si dejamos morir en nosotros la gracia, nos convertimos en gente del camino, transeúntes sin oficio ni beneficio en las cosas del Reino. Pero Dios sigue llamando.


La llamada llega en cualquier momento. Es por invitación. Nadie tiene derecho. Es Dios quien se fija en nosotros y nos dice: «¡Venid a la boda!». Y la invitación hay que acogerla con palabras y hechos. Por eso aquel invitado mal vestido es expulsado: «Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin traje de boda?» (Mt 22,12).

ESTOS FUERON LOS HALLAZGOS DE SANTA ELENA EN TIERRA SANTA


 Estos fueron los hallazgos de Santa Elena en Tierra Santa

POR MARÍA XIMENA RONDÓN | ACI Prensa


En el siglo IV, la madre del emperador Constantino, Santa Elena, decidió viajar a Tierra Santa para buscar la Santa Cruz sobre la cual murio Cristo, y encontró mucho más que eso.

Según indica la tradición, los obreros que acompañaron a la santa realizaron excavaciones en el monte Calvario, donde encontraron la Santa Cruz y también otras reliquias relacionadas con Jesucristo.


La Santa Cruz

Escritores antiguos como San Crisóstomo y San Ambrosio narraron que, después de realizar muchas excavaciones, se encontraron tres cruces. 

Sin saber cuál era la de Jesús, trajeron hasta el Monte Calvario a una mujer agonizante y al tocarla con dos de las cruces ella empeoró. Pero con la tercera cruz, la enferma se recuperó instantáneamente.

El entonces Obispo de Jerusalén, Santa Elena, Santa Elena y miles de fieles llevaron la cruz en procesión por las calles de la ciudad.

Un trozo del madero donde fue crucificado Jesús se conserva en la ciudad de Caravaca de la Cruz, en Murcia (España) y otro fragmento de la Vera Cruz se encuentra en la Catedral del Niño Jesús, en la ciudad de Alepo (Siria). 

Esta reliquia fue obsequiada por el fallecido Vicario Apostólico Emérito de Alepo, Mons. Giuseppe Nazzaro. Durante todos los viernes de Cuaresma, los fieles tienen la oportunidad de rezar el Vía Crucis con ella.


La Escalera Santa

Santa Elena también mandó a llevar a Roma la Escalera Santa del palacio de Poncio Pilato, que estaba en Jerusalén. Dice la tradición que Jesús subió por estos peldaños de mármol en Viernes Santo para ser juzgado y que derramó allí gotas de sangre.

En la actualidad, la Escalera Santa se conserva frente de la Basílica de San Juan de Letrán en Roma. En 1723 fue protegida con madera de nogal para preservarla de los desgastes, ya que todos los días miles de peregrinos suben por ella de rodillas. 

En algunos peldaños se pueden apreciar a través de un cristal las gotas de sangre que derramó Cristo.


La Escalera Santa / Foto: Cortesía Ximena Rondón (ACI Prensa)


En 1908 el Papa San Pío X concedió la indulgencia plenaria a todos los que asciendan con devoción la escalera, luego de cumplir con las condiciones de la Confesión, la Comunión y la oración por las intenciones del Santo Padre.


Los clavos de Jesús y el “Titulus Crucis”

Santa Elena también encontró los clavos que perforaron las manos y los pies de Cristo. Se dice que la santa los utilizó para proteger a su hijo Constantino en las batallas, al colocar un clavo en su caballo y otro en su casco.

La santa también encontró el “Titulus Crucis”, la tablilla colgada en la Cruz que dice: “Jesús Nazareno Rey de los Judíos". Este último objeto fue llevado en el siglo VII a Roma por el Papa San Gregorio Magno.


Uno de los clavos y el "Titulus Crucis" / Foto: Ximena Rondón (ACI Prensa)


El “Titulus Crucis” y uno de los clavos se pueden venerar en la Basílica de la Santa Cruz en Jerusalén. Se cree que los otros clavos están en el altar mayor de la Catedral de Milán, en la llamada Corona de Hierro que está en la Catedral de Monza (Italia) y otro en la Catedral de Colle di Val d´Elsa en la región italiana de Toscana.


La Santa Túnica

En la Catedral de Tréveris se conserva una parte de la túnica que utilizó Jesús antes de ser crucificado. El trozo de tela habría sido conseguida por Santa Elena en Jerusalén y entregada al entonces Arzobispo de Tréveris (Alemania), San Agricio.


La cuna de Jesús

De su viaje a Tierra Santa, la madre del emperador Constantino trajo consigo un fragmento de la cuna donde, según la tradición, reposó el Niño Jesús. Esta reliquia se encuentra en la Basílica Santa María la Mayor en Roma.


Reliquias de los Reyes Magos

De acuerdo al sitio web de la Catedral de Colonia (Alemania), Santa Elena encontró las reliquias de los Reyes Magos en la ciudad de Saba, ubicada en la Península Arábiga, y las llevó hasta Constantinopla (hoy Estambul), que en ese entonces era la capital del Imperio Romano.

Años más tarde las reliquias fueron obsequiadas a San Eustorgio, Obispo de Milán (Italia), pero en el siglo XII el emperador Federico Barbarroja se las llevó a la Catedral de Colonia, donde permanecen hasta la fecha.


El Santo Sepulcro

La iglesia del Santo Sepulcro construida por el emperador Constantino, fue levantada sobre la tumba donde, según la tradición, fue enterrado Jesucristo. Este hallazgo también fue descubierto por Santa Elena en el siglo IV. 

BUENOS DÍAS

 




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