domingo, 21 de julio de 2019

LO NECESARIO Y LO URGENTE


Lo necesario y lo urgente



Mientras el grupo de discípulos sigue su camino, Jesús entra solo en una aldea y se dirige a una casa donde encuentra a dos hermanas a las que quiere mucho. La presencia de su amigo Jesús va a provocar en las mujeres dos reacciones muy diferentes.

María, seguramente la hermana más joven, lo deja todo y se queda «sentada a los pies del Señor». Su única preocupación es escucharle. El evangelista la describe con los rasgos que caracterizan al verdadero discípulo: a los pies del Maestro, atenta a su voz, acogiendo su Palabra y alimentándose de su enseñanza.

La reacción de Marta es diferente. Desde que ha llegado Jesús, no hace sino desvivirse por acogerlo y atenderlo debidamente. Lucas la describe agobiada por múltiples ocupaciones. Desbordada por la situación y dolida con su hermana, expone su queja a Jesús: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio? Dile que me eche una mano».

Jesús no pierde la paz. Responde a Marta con un cariño grande, repitiendo despacio su nombre; luego, le hace ver que también a él le preocupa su agobio, pero ha de saber que escucharle a él es tan esencial y necesario que a ningún discípulo se le ha de dejar sin su Palabra «Marta, Marta, andas inquieta y nerviosa con tantas cosas; sólo una es necesaria. María ha escogido la parte mejor y no se la quitarán».

Jesús no critica el servicio de Marta. ¿Cómo lo va a hacer si él mismo está enseñando a todos con su ejemplo a vivir acogiendo, sirviendo y ayudando a los demás? Lo que critica es su modo de trabajar de manera nerviosa, bajo la presión de demasiadas ocupaciones.

Jesús no contrapone la vida activa y la contemplativa, ni la escucha fiel de su Palabra y el compromiso de vivir prácticamente su estilo de entrega a los demás. Alerta más bien del peligro de vivir absorbidos por un exceso de actividad, en agitación interior permanente, apagando en nosotros el Espíritu, contagiando nerviosismo y agobio más que paz y amor.

Apremiados por la disminución de fuerzas, nos estamos habituando a pedir a los cristianos más generosos toda clase de compromisos dentro y fuera de la Iglesia. Si, al mismo tiempo, no les ofrecemos espacios y momentos para conocer a Jesús, escuchar su Palabra y alimentarse de su Evangelio, corremos el riesgo de hacer crecer en la Iglesia la agitación y el nerviosismo, pero no su Espíritu y su paz. Nos podemos encontrar con unas comunidades animadas por funcionarios agobiados, pero no por testigos que irradian el aliento y vida de su Maestro.



(Padre José Antonio Pagola)

CONSERVA LA CALMA


Conserva la calma



Defiende y cultiva la paz en tu corazón, porque es el clima indispensable para crecer en plenitud en todas las dimensiones de tu vida. Vigila cuanto entra en tu corazón para que no se infiltre en él el polvo de la ansiedad, el ácido de la irritación, o el veneno del odio. Gozar de la paz profunda del alma merece estar en permanente alerta.

En los momentos críticos aprende a conservar la calma, de modo que tus decisiones sean justas y sabias. En lugar de exasperarte y dejarte dominar por la ira, cállate porque el silencio aquieta. Respira profundamente y ora. Ganas serenidad si cierras tus ojos y te ves en un lugar paradisíaco, mientras repites pensamientos positivos. Recuerda que Dios está en tu corazón y estarás tranquilo sin desesperarte. La ira es fuente de males casi siempre más graves que aquellos que la causan. Corta las raíces de la irritación: ¿Cómo podrás apagar el incendio de la ira si lo alimentas con la leña del fanatismo, el rencor o la soberbia? El hombre espiritual es dueño de sí mismo ante la adversidad.

¿No has comprobado que una palabra dura dicha en un acceso de ira te trajo semanas de amargura? Un refrán tibetano afirma: “la paciencia en un momento de enojo te evitará cien días de dolor”. Cada día pídele al Señor toda la paciencia que necesites. Dile “Concédeme hoy fortaleza, paciencia y serenidad. Que nada ni nadie me perturbe”.



* Enviado por el P. Natalio

MARÍA MAGDALENA: LA PECADORA ARREPENTIDA


María Magdalena: La pecadora arrepentida
De no ser por los Evangelios y por lo que Jesús hizo con ella, nadie la recordaría hoy


Por: n/a | Fuente: Alfa y Omega // ArchiMadrid.org 




Era «una mujer pecadora que había en la ciudad» y se le perdonaron los pecados «porque había amado mucho».

El relato de san Lucas (7, 36-50) introduce a esta mujer en la historia de los hombres y ya estará en ella hasta el fin; de no ser por los Evangelios y por lo que Jesús hizo con ella, nadie la recordaría hoy; su vida habría pasado como un anónimo de baja calidad olvidado por todos. Leyendo la escena de lo que pasó en casa de Simón no se descubre su nombre; fue una delicadeza de autor tan humano y fino que no quiso ponerla en evidencia. Hizo bien, porque como la malicia de los hombres y mujeres con sus evidentes debilidades no tienen nada de atractivo ni de originalidad, prefirió resaltar la misericordia sin límite de Jesús. Luego, cuando ya no tuviera dentro «los siete demonios» que tuvo, sí sería oportuno escribir el nombre de María Magdalena, como hace Lucas en el capítulo siguiente.

Sin que pueda afirmarse de modo absoluto la identidad entre María Magdalena, la pecadora sin nombre, con la hermana de Lázaro y de Marta que se llamaba María a la que habría de suponer una época de extravíos juveniles, parece que la coincidencia de rasgos comunes en los relatos evangélicos –preferencia por los pies de Jesús y ser amiga de ungüentos perfumados–, justifican la fusión que de ambas figuras hace la tradición cristiana como queda expresada en la liturgia y en el martirologio.

Quizá fue un reproche de Jesús lo que la llevó al cambio, pero no lo sabemos; o a lo mejor fue una mirada de Jesús encontrada en alguno de aquellos momentos en los que la había situado su curiosidad por desear ver al joven Rabí de Nazaret; o la afirmación agresiva que hizo Jesús –para aclarar la mente de los que pensaban que eran buenos– de que «los publicanos y las prostitutas os precederán en el reino de los Cielos». El caso es que comenzó a sentirse incómoda consigo misma desde que le escuchó aquello de «bienaventurados los limpios» que verían a Dios. Hablaba mucho Jesús de la misericordia divina y, sin poderlo explicar, María no podía distraerse del deseo vehemente de estar cercana; le parecía que nadie hasta entonces entendía tanto de las profundidades de ese corazón bueno de Dios y ella comenzó a notar en su interior un deseo acuciante de bondad y de bien. El Nazareno disfrutaba hablando de la misericordia divina con los pecadores, rompió las reglas de juego admitiendo entre sus amigos a indeseables, y hasta dijo aquella verdad de que el médico está para los enfermos, que lo sanos no lo necesitan. María se siente colocada frente a sí misma; comenzó a darle asco su vida. La enseñanza variopinta del Maestro hablaba del padre bueno que espera la vuelta del hijo que se fue, y del pastor que busca cuidadoso a la oveja que se extravió. La de Magdala ya no se soporta; no puede sufrir el pensamiento de su propio espectáculo a pesar de su ansia vehemente de triunfos y halagos; se rebela contra su situación actual al tiempo que escucha a Jesús que hablaba de Dios –el mismo de siempre, pero sin palo–, como un padre lleno de comprensión. La mujer siente su orgullo encabritado, pero la gracia va abriéndose camino; solo hacía falta querer dar un paso, porque los pecados pesan ahora como una atadura insoportable.

Ni se lo pensó. Entró como a escondidas con un vaso de alabastro lleno de perfume, sin deseo de llamar la atención, y sin conseguir pasar desapercibida. Quiso pedir perdón y no pudo; se arrastró; no le salían palabras; solo es capaz de llorar, besar los pies y secar lo mojado con sus cabellos manejados con arte. Aturdida por tan extraña situación, le pareció oír que el joven Rabí la defendía de Simón con palabras pausadas y voz serena. Después vino el gozo al escuchar «tu fe te ha salvado, vete en paz».

Libre y renovada, flotando en bondad, se une al grupo de mujeres que le asisten en el ministerio mesiánico, y ya no dejará jamás a Jesús, ni siquiera cuando le escuche que deberá comer su carne y beber su sangre, ni se unirá a la cobarde deserción de sus amigos en el momento del Calvario. Vive una felicidad indecible.

Galilea, Judea, Decápolis y Fenicia. En Judea, el ambiente se iba enrareciendo; ella no sintió miedo, ni entendió cómo podían tenerlo los discípulos. Pero aquello pasó, aunque María no lo tuviera previsto y hasta le pareciera la pesadilla de un sueño embustero, ¡habían apresado al Maestro! Si solo ha hecho el bien, si es tan bueno, si no hizo mal, si ayuda a los pobres, si se desvive por los enfermos, si dice verdades, si habla del Cielo… Su actuación fue la misma por todas partes. ¿No curó al paralítico? ¿Qué hizo con el ciego? ¿No sanó leprosos? ¡Dio vida a la niña, al chico de Naín, a Lázaro! Alimentó a miles con pocos panes y peces, libró a endemoniados… tantas y tantos vivían contentos gracias e él.

Ya han levantado la cruz. El Gólgota está oscuro y con truenos. Se le escucha perdonando, que es lo suyo. Y hace promesa del Reino al ladrón y asesino que se arrepiente; sí, ese es su estilo. María mira y no entiende, mira y se avergüenza. La antigua profecía: «Mi siervo ha tomado sobre sí los pecados de todos» fue como un relámpago en su mente que le hizo entrever algo del misterio. Era descubrir el precio de sus pecados, la malicia de sus hechos. Y muchas lágrimas, algún grito, todo es desconsuelo mientras hipa a moco tendido. La mano de la madre del crucificado puesta en su hombro venía a darle paz; el rostro de aquella mujer con lloro sosegado le hizo entender que no tenía derecho a expresar más dolor del que sufría la propia madre del muerto.

Cuando lo desclavaron y lo bajaron, casi no tuvieron tiempo para prepararlo y así lo tuvieron que enterrar. María Magdalena tiene la cabeza confusa y lleva un propósito en el pecho: cuando pasase el descanso sabático, moriría al lado de Jesús, quedándose junto al sepulcro.

Allá iba el domingo entre dos luces, con más ungüentos aromáticos, acompañada de un grupo pequeño de mujeres. La puerta está abierta, ¡han violado la tumba y no está su cuerpo! Corre al cenáculo y corren también Juan y Pedro. Todos se alborotan y regresan con el corazón en un puño, plasmada la incertidumbre en los rostros y con más miedo dentro. María se queda sola con su desventura; ya no le queda ni siquiera el cuerpo de Jesús muerto.

Le dice al hortelano que lo buscará y lo traerá. Solo una palabra en tono especial la revuelve para poder ella responder de modo increíble a lo humano: Rabboni, Maestro mío. Hay un nuevo intento de agarrarse a sus pies y la alegría indescriptible de testificar como un huracán que ha visto vivo al que estuvo muerto.

A partir de este momento, ya no se vuelve a hablar en el Evangelio más de María Magdalena.

Después quedó la leyenda –clara en sus justos términos– parloteando de sus posibles, imaginados o deseados pasos por el mundo, apartada en el desierto o llegando en diáspora judía hasta las playas de Marsella. Yo prefiero quedarme con la estampa que cierra su vida el Evangelio hasta que la salude personalmente en el cielo. ¿Podrá hacerse eso?

PAPA FRANCISCO LLAMA A LOS CRISTIANOS A CONJUGAR CONTEMPLACIÓN Y ACCIÓN EN SU VIDA DE FE


El Papa llama a los cristianos a conjugar contemplación y acción en su vida de fe
Redacción ACI Prensa
 Foto: Daniel Ibáñez / ACI Prensa




El Papa Francisco invitó a los cristianos a conjugar “contemplación y acción” y asumir así la enseñanza de Jesús sobre la actitud del creyente.

En su reflexión previa al rezo del Ángelus este domingo 21 de julio en la Plaza de San Pedro del Vaticano, el Santo Padre comentó cómo en el Evangelio del domingo el evangelista San Lucas narra la visita de Jesús a la casa de Marte y de María, las hermanas de su amigo Lázaro.

“Ellas lo acogen y María se sienta a sus pies para escucharlo; deja aquello que estaba haciendo para estar cerca de Jesús: no quiere perderse ninguna de sus palabras”, contó.

Francisco llamó a imitar a María, la hermana de Lázaro porque “también para cada uno de nosotros, como para María, no debería haber ninguna ocupación o preocupación que pueda tenernos alejados del Maestro divino”.

“Todo se deja de lado para que cuando venga Él a visitarnos en nuestra vida, su presencia y su palabra llegan antes que cualquier cosa”, señaló.

Subrayó que “el Señor nos sorprende siempre: cuando nos ponemos a escucharlo verdaderamente, las nubes se disipan, las dudas dejan su lugar a la verdad, los miedos a la serenidad, y las diferentes situaciones de la vida encuentran su lugar justo”.

La figura de María de Betania a los pies de Jesús, explicó el Papa Francisco, “muestra la actitud orante del creyente que sabe estar en presencia del Maestro para escucharlos y ponerse en sintonía con Él”.

“Se trata de hacer una parada durante la jornada, recogerse en silencio para dejar espacio al Señor que ‘pasa’ y encontrar la valentía de permanecer un poco apartado junto a Él, para, después, regresar con mayor serenidad y eficacia a las cosas de cada día”.

Al alabar el comportamiento de María que, en palabras de Jesús, “eligió la mejor parte”, el Señor “parece repetir a cada uno de nosotros: ‘No te dejes abrumar de las cosas por hacer, sino, escucha antes que nada la voz del Señor para desempeñar bien las obligaciones que la vida te asigna”.

Además de en María, el fragmento evangélico de San Lucas pone el foco en la otra hermana de Lázaro, Marta. “San Lucas dice que fue ella la que alojó a Jesús. Quizás Marta era la mayor de las dos hermanas, no lo sabemos, pero ciertamente esta mujer tenía el carisma de la hospitalidad”.

De hecho, “mientras María escucha a Jesús, ella está ocupada en muchos servicios. Por ello, Jesús le dice: ‘Marta, Marta, tú te afanas y te agitas por muchas cosas’. Con estas palabras Él no trata de condenar la actitud del servicio, sino más bien el afán con que en ocasiones se vive”.

“También nosotros compartimos la preocupación de Santa Marta y, sobre su ejemplo, nos proponemos que, en nuestras familias y en nuestra comunidad, se viva el sentido de la acogida, de la fraternidad para que cada uno pueda sentirse como en casa, especialmente los pequeños y los pobres”.

Por lo tanto, “el Evangelio de hoy nos recuerda que la sabiduría del corazón está, precisamente, en el saber conjugar estos dos elementos: la contemplación y la acción. Marta y María nos indican el camino”.

“Si queremos saborear la vida con alegría, debemos asociar estas dos actitudes: por una parte, el estar a los pies de Jesús, para escucharlo mientras nos desvela el secreto de cada cosa; por otra parte, permanecer dispuestos y preparados en la hospitalidad para cuando Él pase y llame a nuestra puerta, con el rostro del amigo que tiene necesidad de un momento de refrigerio y fraternidad”, concluyó el Papa Francisco.
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