jueves, 21 de junio de 2018

EL EVANGELIO DE HOY JUEVES 21 JUNIO 2018


Lecturas de hoy Jueves de la 11ª semana del Tiempo Ordinario
Hoy, jueves, 21 de junio de 2018




Primera lectura
Lectura del libro del Eclesiástico (48,1-15):

Surgió Elías, un profeta como un fuego, cuyas palabras eran horno encendido. Les quitó el sustento del pan, con su celo los diezmó; con el oráculo divino sujetó el cielo e hizo bajar tres veces el fuego. ¡Qué terrible eras, Elías!; ¿quién se te compara en gloria? Tú resucitaste un muerto, sacándolo del abismo por voluntad del Señor; hiciste bajar reyes a la tumba y nobles desde sus lechos; ungiste reyes vengadores y nombraste un profeta como sucesor. Escuchaste en Sinal amenazas y sentencias vengadoras en Horeb. Un torbellino te arrebató a la altura; tropeles de fuego, hacia el cielo. Está escrito que te reservan para el momento de aplacar la ira antes de que estalle, para reconciliar a padres con hijos, para restablecer las tribus de Israel. Dichoso quien te vea antes de morir, y más dichoso tú que vives. Elías fue arrebatado en el torbellino, y Eliseo recibió dos tercios de su espíritu. En vida hizo múltiples milagros y prodigios, con sólo decirlo; en vida no temió a ninguno, nadie pudo sujetar su espíritu; no hubo milagro que lo excediera: bajo él revivió la carne; en vida hizo maravillas y en muerte obras asombrosas.

Palabra de Dios


Salmo
Sal 96,1-2.3-4.5-6.7

R/. Alegraos, justos, con el Señor

El Señor reina, la tierra goza,
se alegran las islas innumerables.
Tiniebla y nube lo rodean, 
justicia y derecho sostienen su trono. R/.

Delante de él avanza fuego,
abrasando en torno a los enemigos;
sus relámpagos deslumbran el orbe,
y, viéndolos, la tierra se estremece. R/.

Los montes se derriten como cera
ante el dueño de toda la tierra;
los cielos pregonan su justicia,
y todos los pueblos contemplan su gloria. R/.

Los que adoran estatuas se sonrojan, 
los que ponen su orgullo en los ídolos;
ante él se postran todos los dioses. R/.


Evangelio de hoy
Lectura del santo evangelio según san Mateo (6,7-15):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuando recéis, no uséis muchas palabras, como los gentiles, que se imaginan que por hablar mucho les harán caso. No seáis como ellos, pues vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes que lo pidáis. Vosotros rezad así: "Padre nuestro del cielo, santificado sea tu nombre, venga tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo, danos hoy el pan nuestro de cada día, perdónanos nuestras ofensas, pues nosotros hemos perdonado a los que nos han ofendido, no nos dejes caer en la tentación, sino líbranos del Maligno." Porque si perdonáis a los demás sus culpas, también vuestro Padre del cielo os perdonará a vosotros. Pero si no perdonáis a los demás, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras culpas.»

Palabra del Señor





Comentario al Evangelio de hoy jueves, 21 de junio de 2018
 Aristóbulo Llorente cmf


      ¿Alguno pensaba que Jesús no iba a hablar de la oración? Como no podía ser de otra manera, Jesús enseñó a sus discípulos a orar. 

      Nosotros entendemos por oración ese momento de recogimiento, de volverse a uno mismo, de centrarse en lo más profundo de nosotros mismos para, desde ahí, volvernos a Dios, levantar nuestra mirada a lo alto. Por el camino parece que hay que despojarse de las preocupaciones y cosas de este mundo. La oración nos lleva a lo alto en contraposición a este mundo bajo en el que nos solemos mover. En la oración se contraponen lo alto, el lugar donde está Dios, y lo bajo, que es el lugar donde estamos nosotros, junto con el barro, las limitaciones, el mal y tantas otras cosas. Todas esas cosas parece que son un peso que nos impide subir a lo alto, donde está Dios y el bien y la paz. 

      Tengo la impresión de que Jesús entendía la oración de otra manera. La oración de Jesús parece más bien una correa de transmisión entre el cielo, lo alto, y la tierra, lo bajo. Lo de arriba se hace presente aquí abajo. El “santificado sea tu nombre” se une al “venga tu reino”. No se trata de que nosotros nos vayamos arriba sino que el reino de Dios Padre venga a nosotros, a este mundo, aquí abajo. 

      La voluntad de Dios se tiene que hacer tanto en el cielo como en la tierra. Y ya sabemos cuál es la voluntad de Dios: el reino, la fraternidad, la buena vecindad y cariño y amor entre todos los que formamos su familia. Vamos a suponer que esa voluntad se realiza ya en el cielo. Queda pendiente lo de que se realice en la tierra. Pero eso, al tiempo que lo pedimos, está claro que es en gran parte responsabilidad nuestra. Es aquello de “a Dios rogando y con el mazo dando” que dice el refranero popular. 

      Y seguimos pidiendo algo tan humano, tan material, tan de abajo, como el pan nuestro de cada día: ese mínimo que nos mantiene en vida, que nos da la vida. Hasta el perdón que esperamos recibir de Dios, de lo alto, está mezclado –casi como una condición– con nuestra propia capacidad de perdonar a los demás. 

      Ya vemos que en la oración de Jesús no hay muchas distancias entre lo alto y lo bajo. Este mundo se mezcla totalmente con el de arriba. La voluntad de Dios no es que estemos en el silencio de un eremitorio, mirando hacia arriba, dejando de lado las preocupaciones de este mundo. Hasta en la oración nos invita a abajarnos, a mancharnos con el barro de este mundo hasta hacer de él el lugar del Reino, donde hay pan y perdón para todos, donde la mesa de la fraternidad, la mesa del Reino, no excluye a nadie porque está abierta a todos. Y una mesa como esa no es lugar de silencio sino de algarabía, de alegría y gozo, el que producen los hermanos y las hermanas cuando se encuentran y celebran su fraternidad. 

      La oración que Jesús enseñó a los discípulos nos abaja, nos centra en los hermanos, nos invita a preparar la mesa para todos y a compartir la fraternidad. ¡Eso es el Reino!

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