lunes, 26 de diciembre de 2022

EL EVANGELIO DE HOY LUNES 26 DE DICIEMBRE - SAN ESTEBAN



 26 de Diciembre: San Esteban, protomártir

Lunes 26 de diciembre



 Ver 1ª Lectura y Salmo

1ª Lectura (Hch 6,8-10; 7,54-60): En aquellos días, Esteban, lleno de gracia y poder, realizaba grandes prodigios y signos en medio del pueblo. Unos cuantos de la sinagoga llamada de los libertos, oriundos de Cirene, Alejandría, Cilicia y Asia, se pusieron a discutir con Esteban; pero no lograban hacer frente a la sabiduría y al espíritu con que hablaba. Oyendo estas palabras, se recomían por dentro y rechinaban los dientes de rabia. Esteban, lleno de Espíritu Santo, fijó la mirada en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús de pie a la derecha de Dios, y dijo: «Veo el cielo abierto y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios».


Dando un grito estentóreo, se taparon los oídos; y, como un solo hombre, se abalanzaron sobre él, lo empujaron fuera de la ciudad y se pusieron a apedrearlo. Los testigos, dejando sus capas a los pies de un joven llamado Saulo, se pusieron también a apedrear a Esteban, que repetía esta invocación: «Señor Jesús, recibe mi espíritu». Luego, cayendo de rodillas, lanzó un grito: «Señor, no les tengas en cuenta este pecado». Y, con estas palabras, expiró.



Salmo responsorial: 30

R/. A tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu.

Sé la roca de mi refugio, un baluarte donde me salve, tú que eres mi roca y mi baluarte; por tu nombre dirígeme y guíame.


A tus manos encomiendo mi espíritu: tú, el Dios leal, me librarás. Tu misericordia sea mi gozo y mi alegría. Te has fijado en mi aflicción.


Líbrame de los enemigos que me persiguen; haz brillar tu rostro sobre tu siervo, sálvame por tu misericordia.

Versículo antes del Evangelio (Sal 117): Aleluya. ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! Que el Señor, nuestro Dios, nos ilumine. Aleluya.

Texto del Evangelio (Mt 10,17-22): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus Apóstoles: «Guardaos de los hombres, porque os entregarán a los tribunales y os azotarán en sus sinagogas; y por mi causa seréis llevados ante gobernadores y reyes, para que deis testimonio ante ellos y ante los gentiles. Mas cuando os entreguen, no os preocupéis de cómo o qué vais a hablar. Lo que tengáis que hablar se os comunicará en aquel momento. Porque no seréis vosotros los que hablaréis, sino el Espíritu de vuestro Padre el que hablará en vosotros. Entregará a la muerte hermano a hermano y padre a hijo; se levantarán hijos contra padres y los matarán. Y seréis odiados de todos por causa de mi nombre; pero el que persevere hasta el fin, ése se salvará».





«Os entregarán a los tribunales y os azotarán»

+ Fray Josep Mª MASSANA i Mola OFM

(Barcelona, España)

Hoy, recién saboreada la profunda experiencia del Nacimiento del Niño Jesús, cambia el panorama litúrgico. Podríamos pensar que celebrar un mártir no encaja con el encanto navideño… El martirio de san Esteban, a quien veneramos como protomártir del cristianismo, entra de lleno en la teología de la Encarnación del Hijo de Dios. Jesús vino al mundo para derramar su Sangre por nosotros. Esteban fue el primero que derramó su sangre por Jesús. Leemos en este Evangelio como Jesús mismo lo anuncia: «Os entregarán a los tribunales y (…) seréis llevados ante gobernadores y reyes, para que deis testimonio» (Mt 10,17.18). Precisamente “mártir” significa exactamente esto: testigo.

Este testimonio de palabra y de obra se da gracias a la fuerza del Espíritu Santo: «El Espíritu de vuestro Padre (…) hablará en vosotros » (Mt 10,19). Tal como leemos en los “Hechos de los Apóstoles”, capítulo 7, Esteban, llevado a los tribunales, dio una lección magistral, haciendo un recorrido por el Antiguo Testamento, demostrando que todo él converge en el Nuevo, en la Persona de Jesús. En Él se cumple todo lo que ha sido anunciado por los profetas y enseñado por los patriarcas.

En la narración de su martirio encontramos una bellísima alusión trinitaria: «Esteban, lleno del Espíritu Santo, miró fijamente al cielo y vio la gloria de Dios y a Jesús de pie a la diestra de Dios» (Hch 7,55). Su experiencia fue como una degustación de la Gloria del Cielo. Y Esteban murió como Jesús, perdonando a los que lo inmolaban: «Señor, no les tengas en cuenta este pecado» (Hch 7,60); rezó las palabras del Maestro: «Padre, perdónales porque no saben lo que hacen» (Lc, 23, 34).

Pidamos a este mártir que sepamos vivir como él, llenos del Espíritu Santo, a fin de que, fijando la mirada en el cielo, veamos a Jesús a la diestra de Dios. Esta experiencia nos hará gozar ya del cielo, mientras estamos en la tierra.

SER REFLEJO DE JESÚS - MEDITACIÓN DE NAVIDAD



SER REFLEJO DE JESÚS

“Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz.”

Natividad. Que nace. Que es nuevo. Eso es lo que hoy celebramos. Que hace más de 2000 años nació Jesús y con él nacía todo de nuevo.

No solo nacía un Dios hecho hombre, sino que, en ese momento, nacía la esperanza de una nueva humanidad. Y año tras año festejamos ese nacimiento. Celebramos que Dios se hizo hombre y esperanza de los hombres.

Hablar de esperanza en los tiempos que corren es complicado y, quizá, difícil de entender para los que en estos momentos sufren las consecuencias de una guerra. Para las familias que no pueden poner la calefacción porque el salario no da más de sí. Para las miles de personas que viven en la calle o para los que la crisis económica les ha dejado sin trabajo. Y si hablar de esperanza es complicado, celebrar la esperanza lo es mucho más.

Quizá este año lo que nos toca es infundir esperanza. Ser como Juan y dar testimonio de esa luz que, desde un pequeño establo de Belén, junto a unos padres que también estaban pasando malos momentos, iluminó al mundo entero.

Tenemos que ser reflejo de Jesús. Tenemos que iluminar a los que, no solo en estos días, sino durante todo el año, han perdido las esperanzas y las ganas de celebrar.

Tenemos que ser esa nueva humanidad que no deja a nadie atrás. En las guerras, en las crisis o en las pandemias. Que se esfuerza, con palabras y con obras, en que nadie pierda la esperanza de una vida digna de celebrar.

Ojalá, que llegue a muchos tu reflejo.

Un fuerte abrazo. 


Evangelio Comentado por:

Fernando Mosteiro

Odresnuevos.es

Jn (1,1-18)

¿QUIÉNES SON LOS MÁRTIRES? EL PAPA FRANCISCO LO EXPLICA



¿Quiénes son los mártires?, el Papa Francisco lo explica

POR MERCEDES DE LA TORRE | ACI Prensa

 Foto: Vatican Media



El Papa Francisco explicó que los mártires son testigos de Cristo con su vida por lo que invitó a rezar por los cristianos perseguidos en el mundo.

Al dirigir el rezo del Ángelus este 26 de diciembre, el Papa indicó que en la Octava de Navidad también la Iglesia conmemora “algunas figuras dramáticas de santos mártires” como hoy San Esteban, “el primer mártir cristiano” y el 28 de diciembre a los Santos Inocentes.

Sobre la conmemoración de los Santos Inocentes, el Papa recordó que fueron “los niños mandados a matar por el rey Herodes por miedo a que Jesús le arrebatara el trono”.

“En resumen, la liturgia parece querer alejarnos del mundo de las luces, los almuerzos y los regalos en el que podemos estar algo entregados estos días”, advirtió el Papa.

En esta línea, el Papa Francisco indicó que “los mártires son los más parecidos a Cristo” porque “la palabra mártir significa testigo”.

“Los mártires son testigos, es decir, hermanos y hermanas que, con su vida, nos muestran a Jesús, que venció el mal con la misericordia”, afirmó.


Octava de Navidad

Además, el Papa Francisco explicó que, tras la celebración de la Natividad del Señor el 25 de diciembre, la liturgia “prolonga la duración de la fiesta hasta el 1 de enero” por ocho días para “ayudarnos” a meditar mejor el misterio del Nacimiento de Jesús.

“La Navidad no es la fábula del nacimiento de un rey, sino la venida del Salvador, que nos libra del mal tomando sobre sí nuestro mal: el egoísmo, el pecado, la muerte”, indicó el Papa.

Finalmente, el Santo Padre recordó que “incluso, en nuestros días los mártires son numerosos” y añadió que “son más que en los primeros tiempos”.

“Hoy rezamos por estos hermanos y hermanas perseguidos que dan testimonio de Cristo. Pero intentemos preguntarnos: ¿damos nosotros testimonio de Cristo? ¿Y cómo podemos mejorar en esto?”, cuestionó el Papa 

OCTAVA DE NAVIDAD: OCHO DÍAS PARA CELEBRAR EL NACIMIENTO DE JESÚS



 Octava de Navidad: ocho días para celebrar el nacimiento de Jesús

Redacción ACI Prensa


Como es tradición en la Iglesia, la noche del 24 de diciembre se empieza a celebrar de manera solemne la Natividad del Señor. Al día siguiente, el 25 de diciembre, día central de las celebraciones, empieza la llamada “Octava de Navidad”; es decir, el ciclo de ocho días continuos en los que se prolonga el gozo por el nacimiento del Niño Dios, tal y como si se tratase de “un gran domingo”.


Este año 2022, la Octava de Navidad empieza el domingo 25 de diciembre y concluye el siguiente domingo, 1 de enero, con la Solemnidad de Santa María, Madre de Dios.


El ciclo de ocho días

La celebración de la “Octava” tiene sus raíces en el Antiguo Testamento. El pueblo de Israel tenía la costumbre de celebrar las grandes fiestas durante ocho días. Un ejemplo de esto puede apreciarse en el relato del Génesis (Gen 17, 9-14) en el que se narra cómo los judíos recordaban la Alianza de Dios con Abraham por espacio de ocho días. En el último día se circuncidaba a los niños recién nacidos.

Esta tradición prosigue en el Nuevo Testamento. Jesús mismo, como todo judío, fue circuncidado en el día octavo, aunque es con su resurrección como se sella aquello que la Iglesia entiende por el “octavo día”.

Ciertamente, el Señor se levantó de entre los muertos el “primer día de la semana” (Cfr: Mt 28, 1; Mc 16, 2; Lc 24, 1; Jn 20, 1), pero ese “primer día” es al mismo tiempo el “octavo” (es decir, el día después del séptimo de la semana, el sábado, que había sido dedicado al reposo).


El “octavo día”: el día sin final

El octavo día es, como dice el Catecismo de la Iglesia Católica, el nuevo día, un día de resurrección. Así lo señala el Catecismo de la Iglesia Católica:

«El “octavo día”, que sigue al sábado (cfr. Mc 16, 1; Mt 28, 1), significa la nueva creación inaugurada con la resurrección de Cristo. Para los cristianos vino a ser el primero de todos los días, la primera de todas las fiestas, el día del Señor (Hè kyriakè hèmera, dies dominica), el “domingo”» (CIC 2174).

Si la primera creación terminó en el séptimo día, en el octavo comenzó la “nueva creación”, la creación redimida por Jesús (CIC 349). La Iglesia nos enseña que nosotros estamos viviendo ese "octavo día"; en otras palabras, estamos viviendo la época de la redención traída por Jesucristo.

“Ya no habrá más noche, y no tendrán necesidad de luz de lámpara ni de luz del sol, porque el Señor Dios los iluminará” (Apoc 22, 5). Por eso, los cristianos celebramos el misterio de la Pascua cada ocho días, domingo a domingo. El domingo es el Dies domini, el día del Señor (cfr. CIC 1166).


Por todas estas razones, la “Octava” sigue siendo una tradición importantísima para la Iglesia Católica, que ha establecido como los días festivos más solemnes del calendario litúrgico a la “Octava de Navidad” y a la “Octava de Pascua”.


La Octava de Navidad

Durante la Octava de Navidad se celebran las siguientes fiestas:

26 de diciembre: San Esteban es el primer mártir del cristianismo y representa a todos los que murieron por Cristo voluntariamente.

27 de diciembre: San Juan Evangelista es el joven y valiente apóstol que permaneció al pie de la cruz con la Virgen María. Es considerado el “discípulo amado” y representa a los que estuvieron dispuestos a morir por Cristo, pero no los mataron.

28 de diciembre: Los Santos inocentes representan a los que murieron por Cristo sin saberlo y a los millones de bebés que mueren hoy día con el aborto.

Domingo después de Navidad: La Sagrada Familia es modelo para todas las familias y símbolo de la unión de la Santísima Trinidad. Este año cae domingo 27 de diciembre.

1 de enero: María Madre de Dios. Todos los títulos atribuidos a la Virgen María tienen su raíz en este dogma de fe.

Celebremos esta Octava de Navidad llenos de alegría y gratitud. Son ocho días para decir: ¡Feliz Navidad!

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domingo, 25 de diciembre de 2022

MENSAJE DE NAVIDAD 2022 Y BENDICIÓN URBI ET ORBI DEL PAPA FRANCISCO



 Mensaje de Navidad 2022 y bendición Urbi et Orbi del Papa Francisco

POR ALMUDENA MARTÍNEZ-BORDIÚ | ACI Prensa

 Crédito: Almudena Martínez-Bordiú



Con motivo de la celebración de Navidad este 25 de diciembre, el Papa Francisco impartió la tradicional Bendición “Urbi et Orbi” (a la ciudad e Roma y al mundo).

Además, pronunció su mensaje de Navidad desde el balcón central de la Basílica de San Pedro, donde pidió por el cese de las guerras en todo el mundo ante la llegada “del Príncipe de la paz”.


A continuación, el mensaje del Papa Francisco:

Queridos hermanos y hermanas de Roma y del mundo entero, ¡feliz Navidad!  Que el Señor Jesús, nacido de la Virgen María, traiga a todos ustedes el amor de Dios, fuente  de fe y de esperanza; junto con el don de la paz, que los ángeles anunciaron a los pastores de Belén:  «¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra, paz a los hombres amados por él!» (Lc 2,14).  

En este día de fiesta volvamos la mirada a Belén. El Señor vino al mundo en una gruta y fue  recostado en un pesebre para los animales, porque sus padres no pudieron encontrar un albergue, a  pesar de que a María le había llegado ya la hora del parto. Vino a estar entre nosotros en el silencio y  en la oscuridad de la noche, porque el Verbo de Dios no necesita reflectores ni el clamor de voces  humanas. Él mismo es la Palabra que da sentido a la existencia, la luz que alumbra el camino. «La  luz verdadera, al venir a este mundo —dice el Evangelio—, ilumina a todo hombre» (Jn 1,9).  Jesús nace entre nosotros, es Dios-con-nosotros. Viene para acompañar nuestra vida  cotidiana, para compartir todo con nosotros, alegrías y dolores, esperanzas e inquietudes. Viene como  un niño indefenso. Nace en el frío, pobre entre los pobres. Necesitado de todo, llama a la puerta de  nuestro corazón para encontrar calor y amparo. 

Como los pastores de Belén, dejemos que nos envuelva la luz y vayamos a ver el signo que  Dios nos ha dado. Venzamos el letargo del sueño espiritual y las falsas imágenes de la fiesta que  hacen olvidar quién es el homenajeado. Salgamos del bullicio que anestesia el corazón y nos conduce  a preparar adornos y regalos más que a contemplar el Acontecimiento: el Hijo de Dios que nació por  nosotros.  

Hermanos, hermanas, volvamos a Belén, donde resuena el primer vagido del Príncipe de la  paz. Sí, porque Él mismo, Jesús, es nuestra paz; esa paz que el mundo no puede dar y que Dios Padre  dio a la humanidad enviando a su Hijo. San León Magno tiene una expresión que, en la concisión de  la lengua latina, resume el mensaje de este día: «Natalis Domini, Natalis est pacis», «el Nacimiento  del Señor es el Nacimiento de la paz» (Sermón 6,5).  

Jesucristo es también el camino de la paz. Él, con su encarnación, pasión, muerte y  resurrección, abrió el paso de un mundo cerrado, oprimido por las tinieblas de la enemistad y de la  guerra, a un mundo abierto, libre para vivir en la fraternidad y en la paz. ¡Sigamos esta senda!

 Pero para poder hacerlo, para ser capaces de caminar en pos de Jesús, debemos despojarnos de las cargas  que nos lo impiden y que nos mantienen bloqueados.  

¿Y cuáles son estas cargas? ¿Cuál es este “lastre”? Son las mismas pasiones negativas que  impidieron que el rey Herodes y su corte reconocieran y acogieran el nacimiento de Jesús: el apego  al poder y al dinero, la soberbia, la hipocresía, la mentira. Estas cargas imposibilitan ir a Belén,  excluyen de la gracia de la Navidad y cierran el acceso al camino de la paz. Y, en efecto, debemos  constatar con dolor que, al mismo tiempo que se nos da el Príncipe de la paz, crudos vientos de guerra  continúan soplando sobre la humanidad.  

Si queremos que sea Navidad, la Navidad de Jesús y de la paz, contemplemos a Belén y  fijemos la mirada en el rostro del Niño que nos ha nacido. Y en ese pequeño semblante inocente  reconozcamos el de los niños que en cada rincón del mundo anhelan la paz. 

Que nuestra mirada se llene de los rostros de los hermanos y hermanas ucranianos, que viven  esta Navidad en la oscuridad, a la intemperie o lejos de sus hogares, a causa de la destrucción  ocasionada por diez meses de guerra. Que el Señor nos disponga a realizar gestos concretos de  solidaridad para ayudar a quienes están sufriendo, e ilumine las mentes de quienes tienen el poder de  acallar las armas y poner fin inmediatamente a esta guerra insensata. Lamentablemente, se prefiere  escuchar otras razones, dictadas por las lógicas del mundo. Pero la voz del Niño, ¿Quién la escucha? 

Nuestro tiempo está viviendo una grave carestía de paz también en otras regiones, en otros  escenarios de esta tercera guerra mundial. Pensemos en Siria, todavía martirizada por un conflicto  que pasó a segundo plano pero que no ha acabado; pensemos también en Tierra Santa, donde durante  los meses pasados aumentaron la violencia y los conflictos, con muertos y heridos. Imploremos al  Señor para que allí, en la tierra que lo vio nacer, se retome el diálogo y la búsqueda de confianza  recíproca entre israelíes y palestinos. Que el Niño Jesús sostenga a las comunidades cristianas que  viven en todo el Oriente Medio, para que en cada uno de esos países se pueda vivir la belleza de la  convivencia fraterna entre personas pertenecientes a diversos credos. 

Que ayude en particular al  Líbano, para que finalmente pueda recuperarse, con el apoyo de la comunidad internacional y con la  fuerza de la fraternidad y de la solidaridad. Que la luz de Cristo ilumine la región del Sahel, donde la  convivencia pacífica entre pueblos y tradiciones se ve perturbada por enfrentamientos y violencia.  

Que oriente hacia una tregua duradera en Yemen y hacia la reconciliación en Myanmar y en Irán,  para que cese todo derramamiento de sangre. Que inspire a las autoridades políticas y a todas las  personas de buena voluntad en el continente americano, a esforzarse por pacificar las tensiones  políticas y sociales que afectan a varios países; pienso particularmente en el pueblo haitiano, que está  sufriendo desde hace mucho tiempo.  

En este día, en que es hermoso volver areunirse alrededor de una mesa bien preparada, no  quitemos la mirada de Belén, que significa “casa del pan”, y pensemos en las personas que sufren  hambre, sobre todo los niños, mientras cada día se desperdician grandes cantidades de alimentos y se  derrochan bienes a cambio de armas. La guerra en Ucrania ha agravado aún más la situación, dejando  poblaciones enteras con riesgo de carestía, especialmente en Afganistán y en los países del Cuerno  de África.

Toda guerra —lo sabemos— provoca hambre y usa la comida misma como arma,  impidiendo su distribución a los pueblos que ya están sufriendo. En este día, aprendiendo del Príncipe  de la paz, comprometámonos todos —en primer lugar, los que tienen responsabilidades políticas—,  para que la comida no sea más que un instrumento de paz. Mientras disfrutamos la alegría de  encontrarnos con nuestros seres queridos, pensemos en las familias que están más heridas por la vida,  y en aquellas que, en este tiempo de crisis económica, tienen dificultades a causa de la falta de trabajo  y de lo necesario para vivir.  

Queridos hermanos y hermanas, hoy como en ese entonces, Jesús, la luz verdadera, viene a  un mundo enfermo de indiferencia, que no lo acoge (cf. Jn 1,11); es más, lo rechaza, como les pasa a  muchos extranjeros; o lo ignora, como muy a menudo hacemos nosotros con los pobres. No nos  olvidemos hoy de tantos migrantes y refugiados que llaman a nuestra puerta en busca de consuelo,  calor y alimento. No nos olvidemos de los marginados, de las personas solas, de los huérfanos y de los ancianos, sabiduría del pueblo, que corren el riesgo de ser descartados; de los presos que miramos sólo por sus errores  y no como seres humanos.  

Hermanos y hermanas, Belén nos muestra la sencillez de Dios, que no se revela a los sabios y a los doctos, sino a los pequeños, a quienes tienen el corazón puro y abierto (cf. Mt 11,25). Como los pastores, vayamos  también nosotros sin demora y dejémonos maravillar por el acontecimiento impensable de Dios que  se hace hombre para nuestra salvación. Aquel que es fuente de todo bien se hace pobre y pide como limosna nuestra pobre humanidad. Dejémonos conmover por el amor de Dios y sigamos a Jesús, que  se despojó de su gloria para hacernos partícipes de su plenitud.

¡Feliz Navidad a todos! 

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