miércoles, 15 de marzo de 2023

CRÓNICA DEL DÍA EN QUE JORGE BERGOGLIO SE CONVIRTIÓ EN EL PAPA FRANCISCO



 Crónica del día en que Jorge M. Bergoglio se convirtió en el Papa Francisco

Así fue el día en el que el mundo recibió al Papa Francisco como el 266 sucesor de San Pedro.

Foto: Vatican Media



Nadie quería perderse el momento en que se encendiera la luz del balcón central de la Basílica de San Pedro. Todas las miradas estaban atentas, expectantes de cualquier movimiento detrás de las cortinas. El mundo entero se preguntaba en su corazón: “¿Quién será el nuevo Papa?”

Como una muestra de la unidad de la Iglesia Universal, en ese momento único, había en la plaza representantes de prácticamente todos los países del mundo, sin importar la pertinaz lluvia ni la temperatura por debajo de cero grados.

La unidad de la Iglesia se había percibido desde las Congregaciones Generales, previas al cónclave. La participación de los fieles el 12 de marzo, en la Misa Pro Eligendo Romano Pontífice –acompañando a los cardenales de la Santa Iglesia– fue nutrida y se vivió con gran devoción, con una enorme piedad.

Una vez dentro de la Capilla Sixtina y tras el juramento obligatorio de cada uno de los Cardenales, el cardenal ceremoniero pronunció las palabras Extra omnes (todos fuera), y en el interior, bajo la pintura del Juicio Final de Miguel Ángel, quedaron sólo los 115 electores, de donde habría de salir el nuevo Pontífice.

Ese día, al caer la noche, la chimenea del techo arrojó el primer resultado: “humo negro”, que marcó el final de aquella histórica jornada.

Llegó el siguiente día de votaciones: una segunda por la mañana, la tercera votación casi al mediodía; igualmente, humo negro. Se iban descartando uno a uno los nombres de los posibles candidatos, hasta quedar el definitivo. Luego, la cuarta votación del Cónclave, y la expectación crecía.

Mientras miles de fieles comenzaban a concentrarse en la Plaza de San Pedro para conocer el resultado de la quinta votación –que sería la última del 13 de marzo– una gaviota sobre la chimenea de la Capilla Sixtina acaparó la atención. Algunos interpretaban la presencia de aquella hermosa ave como una señal divina, que anticipaba la decisión de los Cardenales, la cual estaba por anunciarse.

La gente aún portaba sus paraguas e impermeables ante la lluvia. Crecía una sensación de nervios entre los presentes por conocer el color del humo. Minutos más tarde, la abarrotada plaza fue testigo del esperado anuncio: fumata bianca, acompañada por el repique de las campanas de Roma.

Todos estallaron con gritos de júbilo. Agitaban las banderas de sus países de procedencia, y crecieron las esperanzas de tener, por primera vez, un Papa de origen latinoamericano. Había cesado la lluvia… otro signo esperanzador.

Tras la alegre noticia de que los cardenales habían llegado a un consenso, la Guardia Suiza se colocó justo debajo del balcón central de San Pedro, iba acompañada por la Gendarmería Vaticana y miembros del Ejército de la República Italiana. Todas las miradas estaban puestas en aquel balcón a oscuras.

Era el momento esperado por todo mundo tras haber transcurrido 31 días desde el anuncio de la dimisión del Papa Benedicto XVI. Ante los corazones agitados por la emoción contenida de saber quién sería el nuevo Papa, se encendieron las luces, se corrieron las cortinas. Muy pronto el mundo se regocijaría con el anuncio del nuevo Pontífice.

Desde el momento en que apareció por primera vez en aquel balcón, millones de fieles entregaron sus corazones al nuevo Papa, convencidos de su espiritualidad y humildad.

Apenas cesó el humo en la chimenea de la Capilla Sixtina, cuando comenzaron a afinarse los detalles para la presentación del nuevo Pontífice.

El primero en salir por el balcón central de la Basílica de San Pedro fue el Cardenal Protodiácono Jean-Louis Tauran, quien dirigió al mundo las palabras: ¡Habemus Papam!, acompañadas del nombre latino Franciscum.

Finalmente apareció el Papa Francisco, para alegría de millones de fieles. Bastó un sencillo saludo y una sonrisa para ganarse el corazón de todas las personas que acudieron a la Plaza de San Pedro, así como de los millones que pudieron observarlo en transmisiones televisivas y por vía internet.

Luego de estos amables gestos, explicó de manera divertida el haber llegado de aquellas lejanas latitudes bonaerenses, para resultar elegido Obispo de Roma y Pontífice de la Iglesia: “Sabéis que el Papa es Obispo de Roma. Me parece que mis hermanos Cardenales han ido a encontrarlo casi al fin del mundo”, dijo, y para entonces ya había conquistados a todos, con su sencillez y espontaneidad.

Con gran naturalidad, pidió a los fieles que oraran por el Papa Emérito Benedicto XVI. La conexión entre él y su grey se había concretado. El pueblo fiel de inmediato reconoció en él a su pastor y guía.

Después de darse esta conexión con los fieles, los llamó a iniciar “un camino de fraternidad, de amor, de confianza entre nosotros. Recemos siempre el uno por el otro”, palabras con las que reafirmó la confianza del pueblo en que será un gran Pontífice.

Con la misma sencillez, en un hecho no visto antes, el Santo Padre Francisco pidió a los fieles que le bendijeran, aun antes de que él mismo diera su bendición Urbi et Orbi (a la ciudad –Roma– y al mundo).

La gente de inmediato percibió la humildad del Papa Francisco en su vestimenta, al portar una austera Cruz pectoral sobre la sotana blanca, y usar la estola pontificia sólo para impartir la bendición.

De inmediato también las redes sociales reportaron incontables mensajes de fieles porteños, quienes dieron cuenta de la cercanía que mantuvo con ellos. Como arzobispo de Buenos Aires, Argentina, el nuevo Papa vivía en un sencillo apartamento, mientras utilizaba el metro o el autobús.

Esa misma cercanía la expresó al otorgar indulgencias, tanto a los presentes como a los que siguieron su presentación a través de las señales de internet o, incluso, por redes sociales, desde donde lo aclamaron como nuevo Papa.

Las banderas argentinas ondeaban en la Plaza de San Pedro, junto a las de otros países latinoamericanos que saludaban con alegría al nuevo Pontífice. Sin duda, el Espíritu Santo había escuchado las súplicas de la Iglesia para que el Señor concediera un Pastor ideal para guiar su barca en estos momentos de la historia.

El Papa Francisco no dejó de sorprender en ningún instante con su espontaneidad y humildad, ni siquiera al despedirse, aun siendo un notable intelectual. Con la misma sencillez, les deseó buenas noches y un buen descanso. Así definió el Papa Francisco su camino al frente de la Iglesia Católica. 

IMÁGENES Y GIFS DE SAN JOSÉ - 19 DE MARZO

 








































domingo, 12 de marzo de 2023

CAMBIOS QUE IMPLEMENTÓ EL PAPA FRNCISCO PARA SU PONTIFICADO






 

LA RELIGIÓN DE JESÚS - MEDITACIÓN DEL EVANGELIO DE HOY DOMINGO 12 DE MARZO DE 2023 - III DOMINGO DE CUARESMA



LA RELIGIÓN DE JESÚS


Cansado del camino, Jesús se sienta junto al manantial de Jacob, en las cercanías de la aldea de Sicar. Pronto llega una mujer samaritana a apagar su sed. Espontáneamente, Jesús comienza a hablar con ella de lo que lleva en su corazón.

En un momento de la conversación, la mujer le plantea los conflictos que enfrentan a judíos y samaritanos. Los judíos peregrinan a Jerusalén para adorar a Dios. Los samaritanos suben al monte Garizín, cuya cumbre se divisa desde el pozo de Jacob. ¿Dónde hay que adorar a Dios? ¿Cuál es la verdadera religión? ¿Qué piensa el profeta de Galilea?

Jesús comienza por aclarar que el verdadero culto no depende de un lugar determinado, por muy venerable que pueda ser. El Padre del cielo no está atado a ningún lugar, no es propiedad de ninguna religión. No pertenece a ningún pueblo concreto.

No lo hemos de olvidar. Para encontrarnos con Dios no es necesario ir a Roma o peregrinar a Jerusalén. No hace falta entrar en una capilla o visitar una catedral. Desde la cárcel más secreta, desde la sala de cuidados intensivos de un hospital, desde cualquier cocina o lugar de trabajo podemos elevar nuestro corazón hacia Dios.

Jesús no habla a la samaritana de «adorar a Dios». Su lenguaje es nuevo. Hasta por tres veces le habla de «adorar al Padre». Por eso no es necesario subir a una montaña para acercarnos un poco a un Dios lejano, desentendido de nuestros problemas, indiferente a nuestros sufrimientos. El verdadero culto empieza por reconocer a Dios como Padre querido que nos acompaña de cerca a lo largo de nuestra vida.

Jesús le dice algo más. El Padre está buscando «verdaderos adoradores». No está esperando de sus hijos grandes ceremonias, celebraciones solemnes, inciensos y procesiones. Lo que desea es corazones sencillos que le adoren «en espíritu y en verdad».

«Adorar al Padre en espíritu» es seguir los pasos de Jesús y dejarnos conducir como él por el Espíritu del Padre, que lo envía siempre hacia los últimos. Aprender a ser compasivos como es el Padre. Lo dice Jesús de manera clara: «Dios es Espíritu, y quienes le adoran deben hacerlo en espíritu». Dios es amor, perdón, ternura, aliento vivificador… y quienes lo adoran deben parecerse a él.

«Adorar al Padre en verdad» es vivir en la verdad. Volver una y otra vez a la verdad del evangelio. Ser fieles a la verdad de Jesús sin encerrarnos en nuestras propias mentiras. Después de veinte siglos de cristianismo, ¿hemos aprendido a dar culto verdadero a Dios? ¿Somos los verdaderos adoradores que busca el Padre? 


Evangelio Comentado por:

José Antonio Pagola

Gruposdejesus.com

Jn (4,5-42)


EL EVANGELIO DE HOY DOMINGO 12 DE MARZO DE 2023 - III DOMINGO DE CUARESMA



Domingo 3 (A) de Cuaresma

Domingo 12 de marzo de 2023



1ª Lectura (Éx 17,3-7): En aquellos días, el pueblo, torturado por la sed, murmuró contra Moisés: «¿Nos has hecho salir de Egipto para hacernos morir de sed a nosotros, a nuestros hijos y a nuestros ganados?». Clamó Moisés al Señor y dijo: «¿Qué puedo hacer con este pueblo? Poco falta para que me apedreen». Respondió el Señor a Moisés. «Preséntate al pueblo llevando contigo algunos de los ancianos de Israel; lleva también en tu mano el cayado con que golpeaste el río, y vete, que allí estaré yo ante ti, sobre la peña, en Horeb; golpearás la peña, y saldrá de ella agua para que beba el pueblo». Moisés lo hizo así a la vista de los ancianos de Israel. Y puso por nombre a aquel lugar Masá y Meribá, por la reyerta de los hijos Israel y porque habían tentado al Señor, diciendo: «¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?».



Salmo responsorial: 94

R/. Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: «No endurezcáis vuestro corazón».

Venid, aclamemos al Señor, demos vítores a la Roca que nos salva; entremos a su presencia dándole gracias, aclamándolo con cantos.

Entrad, postrémonos por tierra, bendiciendo al Señor, creador nuestro. Porque él es nuestro Dios, y nosotros su pueblo, el rebaño que él guía.

Ojalá escuchéis hoy su voz: «No endurezcáis el corazón como en Meribá, como el día de Masá en el desierto; cuando vuestros padres me pusieron a prueba y me tentaron, aunque habían visto mis obras».

2ª Lectura (Rom 5,1-2.5-8): Ya que hemos recibido la justificación por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo. Por él hemos obtenido con la fe el acceso a esta gracia en que estamos: y nos gloriamos, apoyados en la esperanza de alcanzar la gloria de Dios. Y la esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado.

En efecto, cuando nosotros todavía estábamos sin fuerza, en el tiempo señalado, Cristo murió por los impíos; en verdad, apenas habrá quien muera por un justo; por un hombre de bien tal vez se atrevería uno a morir; mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros.

Versículo antes del Evangelio (Jn 4,42.15): Señor, Tú eres verdaderamente el Salvador del mundo; dame agua viva para que no tenga sed.

Texto del Evangelio (Jn 4,5-42): En aquel tiempo, Jesús llega, pues, a una ciudad de Samaria llamada Sicar, cerca de la heredad que Jacob dio a su hijo José. Allí estaba el pozo de Jacob. Jesús, como se había fatigado del camino, estaba sentado junto al pozo. Era alrededor de la hora sexta.

Llega una mujer de Samaría a sacar agua. Jesús le dice: «Dame de beber». Pues sus discípulos se habían ido a la ciudad a comprar comida. Le dice la mujer samaritana: «¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy una mujer samaritana?» (Porque los judíos no se tratan con los samaritanos). Jesús le respondió: «Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: ‘Dame de beber’, tú le habrías pedido a él, y él te habría dado agua viva». Le dice la mujer: «Señor, no tienes con qué sacarla, y el pozo es hondo; ¿de dónde, pues, tienes esa agua viva? ¿Es que tú eres más que nuestro padre Jacob, que nos dio el pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?». Jesús le respondió: «Todo el que beba de esta agua, volverá a tener sed; pero el que beba del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota para vida eterna».

Le dice la mujer: «Señor, dame de esa agua, para que no tenga más sed y no tenga que venir aquí a sacarla». El le dice: «Vete, llama a tu marido y vuelve acá». Respondió la mujer: «No tengo marido». Jesús le dice: «Bien has dicho que no tienes marido, porque has tenido cinco maridos y el que ahora tienes no es marido tuyo; en eso has dicho la verdad».

Le dice la mujer: «Señor, veo que eres un profeta. Nuestros padres adoraron en este monte y vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar». Jesús le dice: «Créeme, mujer, que llega la hora en que, ni en este monte, ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Vosotros adoráis lo que no conocéis; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero llega la hora (ya estamos en ella) en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren. Dios es espíritu, y los que adoran, deben adorar en espíritu y verdad».

Le dice la mujer: «Sé que va a venir el Mesías, el llamado Cristo. Cuando venga, nos lo explicará todo». Jesús le dice: «Yo soy, el que te está hablando».

En esto llegaron sus discípulos y se sorprendían de que hablara con una mujer. Pero nadie le dijo: «¿Qué quieres?», o «¿Qué hablas con ella?». La mujer, dejando su cántaro, corrió a la ciudad y dijo a la gente: «Venid a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será el Cristo?». Salieron de la ciudad e iban donde Él.

Entretanto, los discípulos le insistían diciendo: «Rabbí, come». Pero Él les dijo: «Yo tengo para comer un alimento que vosotros no sabéis». Los discípulos se decían unos a otros: «¿Le habrá traído alguien de comer?». Les dice Jesús: «Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra. ¿No decís vosotros: Cuatro meses más y llega la siega? Pues bien, yo os digo: Alzad vuestros ojos y ved los campos, que blanquean ya para la siega. Ya el segador recibe el salario, y recoge fruto para la vida eterna, de modo que el sembrador se alegra igual que el segador. Porque en esto resulta verdadero el refrán de que uno es el sembrador y otro el segador: yo os he enviado a segar donde vosotros no os habéis fatigado. Otros se fatigaron y vosotros os aprovecháis de su fatiga».

Muchos samaritanos de aquella ciudad creyeron en Él por las palabras de la mujer que atestiguaba: «Me ha dicho todo lo que he hecho». Cuando llegaron donde Él los samaritanos, le rogaron que se quedara con ellos. Y se quedó allí dos días. Y fueron muchos más los que creyeron por sus palabras, y decían a la mujer: «Ya no creemos por tus palabras; que nosotros mismos hemos oído y sabemos que éste es verdaderamente el Salvador del mundo».




«Dame de beber»

P. Julio César RAMOS González SDB

(Mendoza, Argentina)


Hoy, como en aquel mediodía en Samaría, Jesús se acerca a nuestra vida, a mitad de nuestro camino cuaresmal, pidiéndonos como a la Samaritana: «Dame de beber» (Jn 4,7). «Su sed material —nos dice san Juan Pablo II— es signo de una realidad mucho más profunda: manifiesta el ardiente deseo de que, tanto la mujer con la que habla como los demás samaritanos, se abran a la fe».

El Prefacio de la celebración eucarística de hoy nos hablará de que este diálogo termina con un trueque salvífico en donde el Señor, «(...) al pedir agua a la Samaritana, ya había infundido en ella la gracia de la fe, y si quiso estar sediento de la fe de aquella mujer, fue para encender en ella el fuego del amor divino».

Ese deseo salvador de Jesús vuelto “sed” es, hoy día también, “sed” de nuestra fe, de nuestra respuesta de fe ante tantas invitaciones cuaresmales a la conversión, al cambio, a reconciliarnos con Dios y los hermanos, a prepararnos lo mejor posible para recibir una nueva vida de resucitados en la Pascua que se nos acerca.

«Yo soy, el que te está hablando» (Jn 4,26): esta directa y manifiesta confesión de Jesús acerca de su misión, cosa que no había hecho con nadie antes, muestra igualmente el amor de Dios que se hace más búsqueda del pecador y promesa de salvación que saciará abundantemente el deseo humano de la Vida verdadera. Es así que, más adelante en este mismo Evangelio, Jesús proclamará: «Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba el que crea en mí», como dice la Escritura: ‘De su seno correrán ríos de agua viva’» (Jn 7,37b-38). Por eso, tu compromiso es hoy salir de ti y decir a los hombres: «Venid a ver a un hombre que me ha dicho…» (Jn 4,29). 

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...