miércoles, 14 de marzo de 2018

PAPA FRANCISCO: EL PADRE NUESTRO NO ES UNA ORACIÓN MÁS, ES LA ORACIÓN DEL HIJO DE DIOS


Papa Francisco: El Padre Nuestro no es una oración más, es la oración del Hijo de Dios
Redacción ACI Prensa
 Foto: Daniel Ibáñez / ACI Prensa





El Papa Francisco afirmó, durante la catequesis pronunciada en la Audiencia General de este miércoles 14 de marzo, que el Padre Nuestro no es una simple oración más, y recordó su centralidad en la vida cristiana por ser la oración del Hijo de Dios.

El Santo Padre continuó con las catequesis sobre la Santa Misa y se centró, en esta ocasión, en el rezo del Padre Nuestro y en la fracción del Pan.

Sobre el Padre Nuestro, explicó que “esta no es una de tantas oraciones cristianas, sino que es la oración del Hijo de Dios. De hecho, entregado a nosotros en el día de nuestro Bautismo, el Padrenuestro hace resonar en nosotros los mismos sentimientos que pertenecieron a Jesucristo”.

“Cumpliendo su divina enseñanza, nos atrevemos a dirigirnos a Dios llamándole Padre, porque hemos renacido como sus hijos por medio del agua y del Espíritu Santo. Nadie, en verdad, podría llamarlo familiarmente ‘Abba’ sin haber sido engendrado por Dios, sin la inspiración del Espíritu Santo”.


Francisco explicó que la mejor forma de prepararse para recibir la Comunión es rezando el Padre Nuestro: “¿Qué oración mejor que la enseñada por Jesús para prepararse para la Comunión sacramental con Él?”.

“Además de en la Santa Misa, el Padre Nuestro se reza por la mañana y por la noche en las Laudes y en las Vísperas, de forma que la actitud filial hacia Dios y de fraternidad con el prójimo contribuyen a dar forma cristiana a nuestra jornada”.

A continuación, explicó el significado de esta oración. Así, señaló que “el pan de cada día” se refiere al Pan eucarístico, “del cual tenemos necesidad para vivir como hijos de Dios”.

Por otro lado, “también imploramos el perdón de nuestros pecados, y para ser dignos de recibir el perdón de Dios, nos comprometemos a perdonar a los que nos han ofendido. Así, al mismo tiempo que nos abre el corazón a Dios, el Padre Nuestro nos dispone también al amor fraterno”.

Por último, “pedimos al Señor que nos libre del mal que nos separa de Él y nos divide de nuestros hermanos”.

El Pontífice afirmó que “cuanto pedimos en el Padre Nuestro se extiende en la oración que el sacerdote, en nombre de todos, suplica: ‘Líbranos, Señor, de todos los males, y concédenos la paz en nuestros días’”.

Después, esta petición “recibe un sello en el rito de la paz: en primer lugar, se pide a Cristo que el don de su paz haga crecer la Iglesia en la unidad y en la paz, según su voluntad”.


“En el Rito romano, el intercambio del signo de la paz, colocado desde la antigüedad antes de la Comunión, está en orden a la Comunión eucarística. Según la advertencia de San Pablo, no es posible comunicar al único Pan que nos hace un solo Cuerpo en Cristo, sin reconocerse pacificados por el amor fraterno. La paz de Cristo no puede enraizarse en un corazón incapaz de vivir la fraternidad y de recomponerla después de haber herido”.

Tras el rito de la paz, viene la fracción del Pan. “La fracción del Pan eucarístico viene acompañada de la invocación del Cordero de Dios, figura con la cual Juan Bautista señaló a Jesús como ‘aquel que quita el pecado del mundo’. La imagen bíblica del cordero habla de la redención”.

El Papa Francisco finalizó: “En el Pan eucarístico, partido para la vida del mundo, la asamblea orante reconoce el verdadero Cordero de Dios, es decir, Cristo Redentor, y le suplica: ‘Ten piedad de nosotros…, danos la paz’”.

QUIÉN ES CRISTO PARA MI?


¿Quién es Cristo para mi?
Miércoles cuarta semana de Cuaresma. La conversión cristiana pasa primero por la experiencia de Cristo.


Por: P. Cipriano Sánchez LC | Fuente: Catholic.net 




La dimensión interior del hombre debe ser buscada insistentemente en nuestra vida. En esta reflexión veremos algunos de los efectos que debe tener esta dimensión interior en nosotros. No olvidemos que todo viene de un esfuerzo de conversión; todo nace de nuestro esfuerzo personal por convertir el alma a Dios, por dirigir la mente y el corazón a nuestro Señor.

¿Qué consecuencias tiene esta conversión en nosotros? En una catequesis el Papa hablaba de tres dimensiones que tiene que tener la conversión: la conversión a la verdad, la conversión a la santidad y la conversión a la reconciliación.

¿Qué significa convertirme a la verdad? Evidentemente que a la primera verdad a la que tengo que convertirme es a la verdad de mí mismo; es decir, ¿quién soy yo?, ¿para qué estoy en este mundo? Pero, al mismo tiempo, la conversión a la verdad es también una apertura a esa verdad que es Dios nuestro Señor, a la verdad de Cristo.

Convertirme a Cristo no es solamente convertirme a una ideología o a una doctrina; la conversión cristiana tiene que pasar primero por la experiencia de Cristo. A veces podemos hacer del cristianismo una teoría más o menos convincente de forma de vida, y entonces se escuchan expresiones como: “el concepto cristiano”, “la doctrina cristiana”, “el programa cristiano”, “la ideología cristiana”, como si eso fuese realmente lo más importante, y como si todo eso no estuviese al servicio de algo mucho más profundo, que es la experiencia que cada hombre y cada mujer tienen que hacer de Cristo.

Lo fundamental del cristianismo es la experiencia que el hombre y la mujer hacen de Jesucristo, el Hijo de Dios. ¿Qué experiencia tengo yo de Jesucristo? A lo mejor podría decir que ninguna, y qué tremendo sería que me supiese todo el catecismo pero que no tuviese experiencia de Jesucristo. Estrictamente hablando no existe una ideología cristiana, es como si dijésemos que existe una ideología de cada uno de nosotros. Existe la persona con sus ideas, pero no existe una ideología de una persona. Lo más que se puede hacer de cada uno de nosotros es una experiencia que, evidentemente como personas humanas, conlleva unas exigencias de tipo moral y humano que nacen de la experiencia. Si yo no parto de la reflexión sobre mi experiencia de una persona, es muy difícil que yo sea capaz de aplicar teorías sobre esa persona.

¿Es Cristo para mí una doctrina o es alguien vivo? ¿Es alguien vivo que me exige, o es simplemente una serie de preguntas de catecismo? La importancia que tiene para el hombre y la mujer la persona de Cristo no tiene límites. Cuando uno tuvo una experiencia con una persona, se da cuenta, de que constantemente se abren nuevos campos, nuevos terrenos que antes nadie había pisado, y cuando llega la muerte y dejamos de tener la experiencia cotidiana con esa persona, nos damos cuenta de que su presencia era lo que más llenaba mi vida.

Convertirme a Cristo significa hacer a Cristo alguien presente en mi existencia. Esa experiencia es algo muy importante, y tenemos que preguntarnos: ¿Está Cristo realmente presente en toda mi vida? ¿O Cristo está simplemente en algunas partes de mi vida? Cuando esto sucede, qué importante es que nos demos cuenta de que quizá yo no estoy siendo todo lo cristiano que debería ser. Convertirme a la verdad, convertirme a Cristo significa llevarle y hacerle presente en cada minuto.

Hay una segunda dimensión de esta conversión: la conversión a la santidad. Dice el Papa, “Toda la vida debe estar dedicada al perfeccionamiento espiritual. En Cuaresma, sin embargo, es más notable la exigencia de pasar de una situación de indiferencia y lejanía a una práctica religiosa más convencida; de una situación de mediocridad y tibieza a un fervor más sentido y profundo; de una manifestación tímida de la fe al testimonio abierto y valiente del propio credo.” ¡Qué interesante descripción del Santo Padre! En la primera frase habla a todos los cristianos, no a monjes ni a sacerdotes. ¿Soy realmente una persona que tiende hacia la perfección espiritual? ¿Cuál es mi intención hacia la visión cristiana de la virtud de la humildad, de la caridad, de la sencillez de corazón, o en la lucha contra la pereza y vanidad?

El Papa pinta unos trazos de lo que es un santo, dice: “El santo no es ni el indiferente, ni el lejano, ni el mediocre, ni el tibio, ni el tímido”. Si no eres lejano, mediocre, tímido, tibio, entonces tienes que ser santo. Elige: o eres esos adjetivos, o eres santo. Y no olvidemos que el santo es el hombre completo, la mujer completa; el hombre o la mujer que es convencido, profundo, abierto y valiente.

Evidentemente la dimensión fundamental es poner mi vida delante de Dios para ser convencido delante de Dios, para ser profundo delante de Dios, para ser abierto y valiente delante de Dios.

Podría ser que en mi vida este esfuerzo por la santidad no fuese un esfuerzo real, y esto sucede cuando queremos ser veleidosamente santos. Una persona veleidosa es aquella que tiene un grandísimo defecto de voluntad. El veleidoso es aquella persona que, queriendo el bien y viéndolo, no pone los medios. Veo el bien y me digo: ¡qué hermoso es ser santo!, pero como para ser santo hay que ser convencido, profundo, abierto y valiente, pues nos quedamos con los sueños, y como los sueños..., sueños son.

¿Realmente quiero ser santo, y por eso mi vida cristiana es una vida convencida, y por lo mismo procuro formarme para convencerme en mi formación cristiana a nivel moral, a nivel doctrinal? ¡Cuántas veces nuestra formación cristiana es una formación ciega, no formada, no convencida! ¿Nos damos cuenta de que muchos de los problemas que tenemos son por ignorancia? ¿Es mi cristianismo profundo, abierto y valiente en el testimonio?

Hay una tercera dimensión de esta conversión: la dimensión de la reconciliación. De aquí brota y se empapa la tercera conversión a la que nos invita la Cuaresma. El Papa dice que todos somos conscientes de la urgencia de esta invitación a considerar los acontecimientos dolorosos que está sufriendo la humanidad: “Reconciliarse con Dios es un compromiso que se impone a todos, porque constituye la condición necesaria para recuperar la serenidad personal, el gozo interior, el entendimiento fraterno con los demás y por consiguiente, la paz en la familia, en la sociedad y en el mundo. Queremos la paz, reconciliémonos con Dios”.

La primera injusticia que se comete no es la injusticia del hombre para con el hombre, sino la injusticia del hombre para con Dios. ¿Cuál es la primera injusticia que aparece en la Biblia? El pecado original. ¿Y del pecado de Adán y Eva qué pecado nace? El segundo pecado, el pecado de Caín contra Abel. Del pecado del hombre contra Dios nace el pecado del hombre contra el hombre. No existe ningún pecado del hombre contra el hombre que no provenga del pecado primero del hombre contra Dios. No hay ningún pecado de un hombre contra otro que no nazca de un corazón del cual Dios ya se ha ido hace tiempo. Si queremos transformar la sociedad, lo primero que tenemos que hacer es reconciliar nuestro corazón con Dios. Si queremos recristianizar al mundo, cambiar a la humanidad, lo primero que tenemos que hacer es transformar y recristianizar nuestro corazón. ¿Mis criterios son del Evangelio? ¿Mis comportamientos son del Evangelio? ¿Mi vida familiar, conyugal, social y apostólica se apega al Evangelio?
Ésta es la verdadera santidad, que sólo la consiguen las personas que realmente han hecho en su existencia la experiencia de Cristo. Personas que buscan y anhelan la experiencia de Cristo, y que no ponen excusas para no hacerla. No es excusa para no hacer la experiencia de Cristo el propio carácter, ni las propias obligaciones, ni la propia salud, porque si en estos aspectos de mi vida no sé hacer la experiencia de Cristo, no estoy siendo cristiano.

Cuaresma es convertirse a la verdad, a la santidad y a la reconciliación. En definitiva, Cuaresma es comprometerse. Convertirse es comprometerse con Cristo con mi santidad, con mi dimensión social de evangelización. ¿Tengo esto? ¿Lo quiero tener? ¿Pongo los medios para tenerlo? Si es así, estoy bien; si no es así, estoy mal. Porque una persona que se llame a sí misma cristiana y que no esté auténticamente comprometida con Cristo en su santidad para evangelizar, no es cristiana.

Reflexionen sobre esto, saquen compromisos y busquen ardientemente esa experiencia, esa santidad y ese compromiso apostólico; nunca digan no a Cristo en su vida, nunca se pongan a sí mismos por encima de lo que Cristo les pide, porque el día en que lo hagan, estarán siendo personas lejanas, indiferentes, tibias, mediocres, tímidas. En definitiva no estarán siendo seres humanos auténticos, porque no estarán siendo cristianos.

EL EVANGELIO DE HOY MIÉRCOLES 14 MARZO 2018


Lecturas de hoy Miércoles de la 4ª semana de Cuaresma
Hoy, miércoles, 14 de marzo de 2018



Primera lectura
Lectura del libro de Isaías (49,8-15):

ESTO dice el Señor:
«En tiempo de gracia te he respondido,
en día propicio te he auxiliado;
te he defendido y constituido alianza del pueblo,
para restaurar el país,
para repartir heredades desoladas,
para decir a los cautivos: “Salid”,
a los que están en tinieblas: “Venid a la luz”.
Aun por los caminos pastarán,
tendrán praderas en todas las dunas;
no pasarán hambre ni sed,
no les hará daño el bochorno ni el sol;
porque los conduce el compasivo
y los guía a manantiales de agua.
Convertiré mis montes en caminos,
y mis senderos se nivelarán.
Miradlos venir de lejos;
miradlos, del Norte y del Poniente,
y los otros de la tierra de Sin.
Exulta, cielo; alégrate, tierra;
romped a cantar, montañas,
porque el Señor consuela a su pueblo
y se compadece de los desamparados».
Sion decía: «Me ha abandonado el Señor,
mi dueño me ha olvidado».
¿Puede una madre olvidar al niño que amamanta,
no tener compasión del hijo de sus entrañas?
Pues, aunque ella se olvidara, yo no te olvidaré.

Palabra de Dios


Salmo
Sal 144,8-9.13cd-14.17-18

R/. El Señor es clemente y misericordioso

V/. El Señor es clemente y misericordioso,
lento a la cólera y rico en piedad;
el Señor es bueno con todos,
es cariñoso con todas sus criaturas. R/.

V/. El Señor es fiel a sus palabras,
bondadoso en todas sus acciones.
El Señor sostiene a los que van a caer,
endereza a los que ya se doblan. R/.

V/. El Señor es justo en todos sus caminos,
es bondadoso en todas sus acciones.
Cerca está el Señor de los que lo invocan,
de los que lo invocan sinceramente. R/.



Lectura del santo evangelio según san Juan (5,17-30):

EN aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos:
«Mi Padre sigue actuando, y yo también actúo».
Por eso los judíos tenían más ganas de matarlo: porque no solo quebrantaba el sábado, sino también llamaba a Dios Padre suyo, haciéndose igual a Dios.
Jesús tomó la palabra y les dijo:
«En verdad, en verdad os digo: el Hijo no puede hacer nada por su cuenta sino lo que viere hacer al Padre. Lo que hace este, eso mismo hace también el Hijo, pues el Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que él hace, y le mostrará obras mayores que esta, para vuestro asombro.
Lo mismo que el Padre resucita a los muertos y les da vida, así también el Hijo da vida a los que quiere.
Porque el Padre no juzga a nadie, sino que ha confiado al Hijo todo el juicio, para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo, no honra al Padre que lo envió.
En verdad, en verdad os digo: quien escucha mi palabra y cree al que me envió posee la vida eterna y no incurre en juicio, sino que ha pasado ya de la muerte a la vida.
En verdad, en verdad os digo: llega la hora, y ya está aquí, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que hayan oído vivirán.
Porque, igual que el Padre tiene vida en sí mismo, así ha dado también al Hijo tener vida en sí mismo. Y le ha dado potestad de juzgar, porque es el Hijo del hombre.
No os sorprenda esto, porque viene la hora en que los que están en el sepulcro oirán su voz: los que hayan hecho el bien saldrán a una resurrección de vida; los que hayan hecho el mal, a una resurrección de juicio.
Yo no puedo hacer nada por mí mismo; según le oigo, juzgo, y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió».

Palabra del Señor




Comentario al Evangelio de hoy miércoles, 14 de marzo de 2018
Eguione Nogueira, cmf



¡Hermanas y hermanos! ¡Paz y bien!

Jesús ha venido a despertar en nosotros un recuerdo en los sótanos de nuestra consciencia adormecida: Dios es Padre y desea que en su Hijo todos seamos partícipes de su comunión de amor. Ese es el gran misterio que la entrega de Jesús en la cruz pone de manifiesto al mundo: el misterio del amor divino hacia nosotros.

Por eso, en cada paso que damos hacia la Pascua vamos descubriendo las razones por las que Jesús fue condenado y crucificado y, al mismo tiempo, el rostro misericordioso del Padre que “ama al Hijo” y, en él, desborda de amor hacia nosotros. Por eso, es comprensible que el proyecto de Jesús sea una grandiosidad que excede las capacidades humanas. Eso se nota en la reacción de los judíos que le enfrentan.

El secreto de Jesús, de sus actitudes, de sus palabras y gestos, como la curación de un hombre en sábado (cf. Jn 5,1-16), está en su estrecha unidad o intimidad con el Padre. A Jesús no le importan las acusaciones de aquellos que absolutizan la ley, pues sabe que su fuente es el Padre, no razonamientos humanos o estructuras religiosas incapaces de conducir el hombre a la libertad. Donde Jesús manifestaba en sus acciones la continuación de la obra de Dios, sus contemporáneos veían solamente blasfemia.

Y Jesús va más lejos al cambiar el nombre de Dios, a quien llama “Padre”, un nombre pronunciable, un nombre que encierra una relación, no como mera invocación religiosa, sino como verdadera experiencia vital. Como un hijo aprende el oficio de su padre, él aprendió el oficio de amar sin cálculos, sin barreras, sin miedo. Pero también podemos contemplar al Señor que se revela con la ternura de una madre; y aún más, pues, aunque una madre pudiera olvidar al niño de pecho, Él jamás se olvidaría de nosotros (cf. Is 49,15).

Con eso, Jesús nos enseña lo que significa la verdadera fidelidad, su fidelidad al Padre y hacia nosotros. Nuestra respuesta, cuando verdaderamente hacemos la experiencia de ser envueltos por sus entrañas de misericordia, no puede ser otra que responder fielmente a su Palabra y, en esta comunión de vida, saber que él nos conduce, por su muerte y resurrección, a la vida eterna.

Vuestro hermano en la fe,
Eguione Nogueira, cmf
eguionecmf@gmail.com

LOS CINCO MINUTOS DE JESÚS, 14 DE MARZO


LOS CINCO MINUTOS DE JESÚS
14 de marzo



La gran preocupación del hombre es cómo hacer para sacarse la cruz de los hombros.

Son inmensos los esfuerzos que está haciendo el hombre para evitar la carga de la cruz, del sufrimiento; se quiere tener una vida sin ninguna sombra de sufrimientos, sin dolores, sin problemas; pero en ese afán desmedido el hombre encuentra su penitencia.

El que pretende encontrar un Cristo sin cruz, encontrará una cruz sin Cristo; y una cruz sin Cristo resulta abrumadora, amarga, insoportable de llevar sobre los hombros, imposible de llevar en el corazón.


P. Alfonso Milagro

FELIZ MIÉRCOLES






martes, 13 de marzo de 2018

LOS CINCO MINUTOS DE JESÚS, 13 MARZO


LOS CINCO MINUTOS DE JESÚS
13 de marzo



La proclamación kerigmática, el anuncio del mensaje de Cristo como Salvador o Liberador, es reconocerlo como el que nos libera de todo aquello que obstaculiza la vida plena del hombre; pero Cristo no se limita a liberarnos de las consecuencias, él apunta a la causa; y con la causa de todos los males es el pecado, Cristo nos salva y nos libera, antes que nada, del pecado y con él de todas su consecuencias.

El cristiano, como tal, deberá hacer hincapié -a fin de que su proclamación sea verdaderamente kerigmática- en que Cristo nos salva del pecado, nos purifica del pecado y que a él tenemos que acudir, para desarraigar el mundo el mal: la injusticia, la opresión, la guerra, los odios, el hambre, la falta de libertad o el subdesarrollo.


P. Alfonso Milagro

ALEGRÍA EN TU CORAZÓN


Alegría en tu corazón
Autor: Eileen Caddy, Libro: Dios me hablo


Comienza el día con alegría en tu corazón y pala­bras de agradecimiento en tus labios. Hay tanto por lo cual estar agradecido. Eleva tu con­ciencia de inmediato.

Comenzar el día embotado y confuso no es prove­choso para ti, ni para tu familia, ni para nadie.

Si te sientes con espíritu crítico hacia alguien, encuentra algo en esa persona que sea positivo y bueno.

Concéntrate en esto hasta que sientas que el amor fluye a través de ti hacia esa persona.

Sé paciente y afectuoso y nunca, en ningún mo­mento, te desesperes por el alma de nadie.

En algún lugar, de algún modo, podrás estar en contacto con eso que traerá nueva vida, alegría y esperanza.

La clave está allí, oculta quizás. Deja que esto sea como la búsqueda del tesoro, una pista que conduce a la próxima, hasta que llega al alma.

La perseverancia es fundamental.

Llegar a algunas almas es más difícil que llegar a otras, pero aquellas son frecuentemente las que nece­sitan ser alcanzadas.
Elige las más difíciles; haz esto con Mi ayuda y Mi guía constante y no podrás fallar.

Bendice todo, da gracias continuamente, llena tu co­razón con amor e irradia esto a todos los que están en contacto contigo.

BUSCO UNA MOCHILA


BUSCO UNA MOCHILA.




Busco una mochila ni grande ni pequeña,
 donde quepa lo justo que necesito para el viaje.

Busco una mochila sencilla, con capacidad para albergar todo lo que llevo en mi alma, lo que da sentido a mi vida, aquello que me mueve, que me invita a avanzar sin cansancio, a caminar con rumbo fijo.

Busco una mochila resistente, que no se rompa en la adversidad, que pueda acoger mi vida y la de los demás.

Busco una mochila con departamentos para poder organizar adecuadamente aquello que llevo para el viaje, para que no se envuelvan pensamientos, sentimientos, experiencias… donde pueda almacenar de forma rápida lo más urgente en los espacios más cercanos y pueda dejar en un lugar más oculto aquello que necesitaré solo en determinadas ocasiones.

Busco una mochila amplia donde pueda meter a todos los que viajan conmigo, que no se quede ninguno fuera pues sin ellos mi camino no tiene el mismo sentido.

Una mochila sin candados que aten, que me permitan ser libre,  llevar, traer, sacar,… que no aprisione mi corazón  y que me permitan ser tal cual soy, mostrarme a los demás con lo que soy y desde lo que soy.


Una mochila con buenas y resistentes agarraderas
para poder llevarla donde la necesite, donde me necesiten.
 Con ruedas que, en determinados momentos, faciliten su transporte para así centrarme en el camino sin pararme a pensar en el peso que llevo en el contenido de su carga.


Una mochila bonita, alegre…
que produzca una sonrisa en aquellos que la miren,
 en aquellos que me miren desde dentro porque valoran mi camino, porque da sentido también al suyo.

Busco una mochila con un único contenido: DIOS.
La razón de mi existencia. DIOS manifestado en cada una de las cosas que contiene, el motivo profundo de mi viaje.

Quiero compartir mi mochila contigo… y también contigo…  con todos aquellos que hacen de ella un canto de alabanza a la amistad, a la solidaridad, al Amor verdadero.

Una mochila sin viaje de poco sirve, un viaje sin mochila sería absurdo porque carecería de sentido… porque esa mochila soy yo y conmigo viaja todo lo que soy.


Esté donde esté, haga lo que haga,
 la mochila viene conmigo porque deseo que así sea,
 porque da sentido a mi existencia  de la misma manera que le das  tú al caminar a mi lado.

FELICES LOS PADRES


Felices los padres…




Un hijo escribió a su padre: “No me des todo lo que te pida; pues, a veces  yo sólo pido para ver cuánto puedo obtener. No me des siempre órdenes; si a veces me pidieras las cosas, lo haría con más gusto. Cumple tus promesas; si me prometes un premio o un castigo, dámelo. No me compares con nadie; si me haces sentir peor que los demás, seré yo quien sufra”.

*Felices los padres comprensivos, porque obtendrán la amistad de sus hijos.

Felices los cariñosos, porque serán amados por sus hijos. Los que dan buen ejemplo, porque los imitarán con alegría. Felices los que son comprensivos, porque sus hijos los comprenderán. Los que acompañan a sus hijos, porque no se sentirán solos. Los que apoyan a sus hijos, porque éstos serán su apoyo.

Los que escuchan a sus hijos, porque siempre serán atendidos. Felices los que velan por sus hijos, porque podrán cada noche dormir tranquilos.*

“No me corrijas delante de los demás, enséñame a ser mejor cuando estemos a solas. No me grites, te respeto menos cuando lo haces y me enseñas a gritar. Déjame valerme por mí mismo o nunca aprenderé. Cuando estés equivocado admítelo, y crecerá la opinión que tengo de ti. Quiéreme y dímelo, me gusta oírtelo decir”. 

Una buena lección en pocas palabras.


 P. Natalio.

CÓMO EDUCO EL PUDOR DE MIS HIJOS?

¿Cómo educo el pudor de mis hijos?
La educación debe preparar aquella atmósfera espiritual que hará más fáciles las revelaciones graduales necesarias en su tiempo oportuno


Por: P. Miguel A. Fuentes, IVE | Fuente: TeologoResponde.org 



Pregunta:
Estimados amigos: les pido que me orienten sobre el modo en que puedo educar el pudor en mis hijos. Tengo hijos pequeños y también algunos que ya han entrado en la adolescencia. Espero que me puedan ayudar.
Respuesta:
Estimado:
El pudor es la tendencia a esconder algo para defender la intimidad de las intromisiones ajenas. Es una “cualidad, en parte instintiva y en parte fruto de la educación deliberada, que protege la castidad. Se realiza lo mismo en la esfera sensitivo-instintiva que en la consciente-intelectual, como freno psíquico frente a la rebeldía de la sexualidad”[1]. Santo Tomás dice de él que es un sano sentimiento por el que las pasiones relacionadas con la sexualidad, después del pecado original, producen un sentimiento de disgusto, de vergüenza, de malestar en el hombre, hasta tal punto que instintivamente se quiere ocultar todo lo relativo al cuerpo, a la intimidad y a la sexualidad, de las miradas indiscretas[2].
En el plano puramente instintivo el pudor consiste en una resistencia inconsciente a todo lo que revelaría en nosotros el desorden de la concupiscencia de la carne. El pudor, al ingresar en la esfera consciente entra en la categoría de virtud y se denomina pudicicia[3]. La pudicicia o pudor-virtud “se relaciona íntimamente con la castidad, ya que es expresión y defensa de la misma. Es, por consiguiente, el hábito que pone sobre aviso ante los peligros para la pureza, los incentivos de los sentidos que pueden resolverse en afecto o en emoción sexual, y las amenazas contra el recto gobierno del instinto sexual, tanto cuando estos peligros proceden del exterior, como cuando vienen de la vida personal íntima, que también pide reserva o sustracción a los ojos de los demás y cautela ante los propios sentidos. De esta suerte el pudor actúa como moderador del apetito sexual y sirve a la persona para desenvolverse en su totalidad, sin reducirse al ámbito sexual. No se confunde con la castidad, ya que tiene como objeto no la regulación de los actos sexuales conforme a la razón, sino la preservación de lo que normalmente se relaciona estrechamente con aquellos actos. Viene a ser una defensa providencial de la castidad, en razón de la constitución psicofísica del género humano, perturbada por el pecado original”[4].
La falsificación del pudor se denomina “pudibundez”: es el pudor desequilibrado o excesivo, causado en general por una falsa educación. La pudibundez no hace a las personas castas sino caricaturas de castidad. “La pudibundez es enemiga nata del pudor, como la beatería es enemiga de la religiosidad verdadera y consciente. El espíritu del adolescente se rebela y le molestan las ideas mezquinas y ruines”[5].
La auténtica educación del pudor. La educación del pudor debe ser indirecta, porque una educación directa implicaría necesariamente la orientación de la atención sobre los objetos que justamente el pudor debe atenuar en su atrac­tivo. No obstante, aunque indirecta, debe ser positiva, es decir, debe preparar aquella atmósfera espiritual que además de impedir la degradación en el campo de la sexualidad animal, hará más fáciles las revelaciones graduales necesarias en su tiempo oportuno. La educación del pudor implica:
  • La educación del sentimiento: no puede darse una educación moral eficaz sin un prudente apoyo sobre el sentimiento, es decir, hacer surgir una actitud personal de “sensibilidad” por el bien, por el orden, por la honestidad moral, por la perfección, por la vida vivida como valor humano y moral. La educación de la pureza es, en gran parte, educación del corazón, es decir, de la afectividad. Para educar el corazón, todo se resume en conseguir que el educando se enamore de la virtud y corregir toda desviación anormal del amor sensible que pueda aparecer en él.
  • La educación de la voluntad: el problema educativo consiste en enseñar a querer lo que después se enseñará que es preciso hacer. Es necesario formar la voluntad con la conciencia de los valores trascendentes y absolutos. Ayuda mucho para la gimnasia de la voluntad hacer conocer, sobre todo al adolescente, los motivos y valores de la pureza, y sugerir ideas fuerza que puedan ayudar en toda circunstancia.
  • La educación de la religiosidad: la formación religiosa es fundamental para la pedagogía sexual; para la vida casta, la educación religiosa “es el coeficiente primero y más poderoso, porque los demás coeficientes humanos tienen valor solamente temporal, es decir, mientras perduran los intereses correspondientes en el espíritu del niño. Sólo la religión posee una eficacia que sobrepasa los límites de tiempo, de lugar, de espacio, de ambiente, de circunstancias, con tal que sea sentida, consciente y activa La religión ha constituido siempre para la pedagogía sexual una potencia única. La religión valoriza la pureza y la presenta al joven como una de las virtudes más altas y más hermosas, a la vez que indica los medios para conservarla y defenderla con esmero, con reserva, con la disciplina interior de las imaginaciones y de los deseos, y con la disciplina exterior de los sentidos”[6]. De esto puede concluirse el grave y pernicioso sofisma de quienes piensan que no deben dar ninguna formación cristiana a sus hijos, con el pretexto de no coaccionar su libertad, sino dejar que ellos libremente elijan sus opciones religiosas cuando sean mayores.
En realidad quienes así actúan, optan en lugar de sus hijos: eligen para ellos el paganismo o el ateísmo. Religiosidad, pero no una religiosidad cualquiera; el educador debe convencerse de que no es la piedad formalista la que salva al niño y al adolescente de la seducción de las tentaciones y le ayuda a mantenerse puro, sino la gracia divina recibida, apreciada, vivida con adhesión íntima. Es importante, por eso, tener en cuenta algunos elementos de la religiosidad que más favorecen la vida de pureza en el niño y en el adolescente:
  1. Hay que educar a los niños, adolescentes y jóvenes para que sientan y vivan la amistad con Jesús. Hay que hacerle comprender al niño que Jesús lo ama individualmente y que ese amor debe ser correspondido; que Jesús quiere servirse de él para el apostolado, y, por tanto, debe hacerse digno de esa colaboración apostólica mediante una intensa vida de gracia; que la pureza es un compromiso de amistad y de fidelidad a Cristo, una condición para vivir en sí mismo la vida de Cristo; que la lucha es para él una gloria; que saldrá victorioso si está con Cristo, etc.
  2. Hay que hacerlo apreciar la vida sobrenatural que se nos comunica con la gracia santificante y que se pierde por el pecado mortal; así encontrará la fuerza para renunciar a los placeres ilícitos y para evitar todo lo que, aún remotamente, podría hacerle perder la dignidad y la alegría de ser hijo de Dios.
  3. Hay que ayudarlo a usar provechosamente de los sacramentos. Si se recogen pocos frutos de las confesiones y de las comuniones frecuentes es porque no se ayuda de modo suficiente a sacar provecho de este contacto habitual con la gracia.
  4. Hay que fomentar en él la devoción a María Santísima. Esta devoción no se agota en un montón de invocaciones y prácticas, sino en la confianza plena, en el recuerdo filial y en la imitación constante.
  5. Hay que enseñar al niño a respetar el propio cuerpo como cosa sagrada, como propiedad divina, como miembro del cuerpo místico. Se convence fácilmente de que, si hay que tratar con veneración las cosas sagradas, se deberá tener un respeto aún mayor por el propio cuerpo, que está consagrado por la presencia de Dios y por la comunión eucarística. De la idea de la inhabitación divina será fácil pasar a la de la presencia de Dios: si Dios está dentro, siempre te ve
  6. Finalmente, hay que convencer al adolescente de que la pureza es alegría. Esto no es muy difícil, pues corresponde a una realidad actual, incluso para los niños, los cuales saben por experiencia que el pecado impuro no trae alegría, sino insatisfacción y tristeza.
Bibliografía:
Consejo Pontificio para la Familia, Sexualidad humana: Verdad y Significado, Orientaciones educativas en familia, 1995.
P. Miguel A. Fuentes, IVE
[1]  M. Zalba Erro, Pudor, en Gran Enciclopedia Rialp, tomo 19, Rialp, Madrid 1989, 455-456; cf. Rocco Barbariga, Castidad y vocación, Ed. Herder, Barcelona 1963, pp. 178-209.
[2]   Cf. Suma Teológica, II-II, 151, 4
[3]   C. Scarpellini, Pudore e pudicicia, en Enciclopedia Cattolica, Roma 1953, vol. X, col.296.
[4]   Zalba Erro, loc. cit.
[5]  Paganuzzi, Purezza e puberta, Brescia 1953, p.222. Cf. A. Stocker, La cura morale dei nervosi, Milán 1951, p. 155 ss.
[6]  Paganuzzi, op. cit., p. 249.

ORACIÓN POR LA MISERICORDIA


Oración por la misericordia
Que tu misericordia, oh Señor, repose dentro de mí


Por: Padre Evaristo Sada LC | Fuente: https://la-oracion.com/ 




“Ayúdame, oh Señor, a que mis ojos sean misericordiosos, para que yo jamás recele o juzgue según las apariencias, sino que busque lo bello en el alma de mi prójimo y acuda a ayudarle.

Ayúdame, oh Señor, a que mis oídos sean misericordiosos, para que tome en cuenta las necesidades de mi prójimo y no sea indiferente a sus penas y gemidos.

Ayúdame, oh Señor, a que mi lengua sea misericordiosa, para que jamás hable negativamente de mi prójimo, sino que tenga una palabra de consuelo y de perdón para todos.

Ayúdame, oh Señor, a que mis manos sean misericordiosas y llenas de buenas obras, para que sepa hacer sólo el bien a mi prójimo y cargar sobre mí las tareas más difíciles y penosas.

Ayúdame, oh Señor, a que mis pies sean misericordiosos, para que siempre me apresure a socorrer a mi prójimo, dominando mi propia fatiga y mi cansancio. Mi reposo verdadero está en el servicio a mi prójimo.

Ayúdame, oh Señor, a que mi corazón sea misericordioso, para que yo sienta todos los sufrimientos de mi prójimo. A nadie le rehusaré mi corazón. Seré sincera incluso con aquellos de los cuales sé que abusarán de mi bondad. Y yo misma me encerraré en el misericordiosísimo Corazón de Jesús. Soportaré mis propios sufrimientos en silencio.

Que tu misericordia, oh Señor, repose dentro de mí”.

DESCUBRE DENTRO DE TU CORAZÓN LA MIRADA DE DIOS


Descubre dentro de tu corazón la mirada de Dios
Martes cuarta semana de Cuaresma. No podemos regresar auténticamente a Dios si no es desde el corazón.


Por: P. Cipriano Sánchez LC | Fuente: Catholic.net 




Es demasiado fácil dejar pasar el tiempo sin profundizar, sin volver al corazón. Pero cuando el tiempo pasa sobre nosotros sin profundizar en la propia vocación, sin descubrir y aceptar todas sus dimensiones, estamos quedándonos sin lo que realmente importa en la existencia: el corazón (entendido como nuestra facultad espiritual en la que se manejan todas las decisiones más importantes del hombre). El corazón es el encuentro del hombre consigo mismo.

“Volved a mí de todo corazón”. Son palabras de Dios en la Escritura. No podemos regresar auténticamente a Dios si no es desde el corazón, y tampoco podemos vivir si no es desde el corazón. Dios llama en el corazón, pero, en un mundo como el nuestro, en el cual tan fácilmente nos hemos olvidado de Dios, en un mundo sin corazón, a nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI, nos cuesta llegar al corazón. Dios llama al corazón del hombre, a su parte más interior, a ese yo, único e irrepetible; ahí me llama Dios.

Yo puedo estar viviendo con un corazón alejado, con un corazón distraído en el más pleno sentido de la palabra. Y cuánto nos cuesta volver. Cuánto nos cuesta ver en cada uno de los eventos que suceden la mano de Dios. Cuánto nos cuesta ver en cada uno de los momentos de nuestra existencia la presencia reclamadora de Dios para que yo vuelva al corazón. El camino de vuelta es una ley de vida, es la lógica por la que todos pasamos. Y mientras no aprendamos a volver a la dimensión interior de nosotros mismos, no estaremos siendo las personas auténticas que debemos de ser.

Podría ser que estuviésemos a gusto en el torbellino que es la sociedad y que nuestro corazón se derramase en la vida de apariencia que es la vida social. Pero es bueno examinarse de vez en cuando para ver si realmente ya he aprendido a medir y a pesar las cosas según su dimensión interior, o si todavía el peso de la existencia está en las conveniencias o en las sonrisas plásticas.

¿Pertenezco yo a ese mundo sin corazón? ¿Pertenezco yo a ese mundo que no sabe encontrarse consigo mismo? Dios llama al corazón para que yo vuelva, para que yo aprenda a descubrir la importancia, la trascendencia que tiene en mi existencia esa dimensión interior. Estamos terminando la Cuaresma, se nos ha ido un año más de las manos, recordemos que es una ocasión especial para que el hombre se encuentre consigo mismo.

Curiosamente la Cuaresma no es muy reciente en la historia de la Iglesia, los apóstoles no la hacían. La Cuaresma viene del inicio de la vida monacal en la Iglesia, cuando los monjes empiezan a darse cuenta de que hay que prepararse para la llegada de Cristo. Todavía hoy día hay congregaciones que tienen dos Cuaresmas. Los carmelitas tienen una en Adviento, cuarenta días antes de Navidad, y tienen cuarenta días antes de Pascua, de alguna manera significando que a través de la Cuaresma el espíritu humano busca encontrarse con su Señor. Las dos Cuaresmas terminan en un particular encuentro con el Señor: la primera en el Nacimiento, en la Natividad, en la Epifanía, como dicen estrictamente hablando los griegos; y la segunda, en la Resurrección. Si en la primera manifestación vemos a Cristo según la carne; en la segunda manifestación vemos a Cristo resucitado, glorioso, en su divinidad.

De alguna manera, lo que nos está indicando este camino cuaresmal es que el hombre que quiera encontrarse con Dios tiene que encontrarse primero consigo mismo. No tiene que tener miedo a romper las caretas con las que hábilmente ha ido maquillando su existencia. El hombre tiene que aprender a descubrir dentro de su corazón la mirada de Dios.

Para este retorno es necesario crear una serie de condiciones. La primera de todas es ese aprender a ensanchar el espacio de nuestro espíritu para que pueda obrar en nuestro corazón el Espíritu Santo. Ensanchar nuestro espíritu a veces nos puede dar miedo. Ensanchar el corazón para que Dios entre en él con toda tranquilidad, no significa otra cosa sino aprender a romper todos los muros que en nosotros no dejan entrar a Dios.

¿Realmente nuestro espíritu está ensanchado? ¿Mi vida de oración realmente es vida y es oración? ¿Realmente en la oración soy una persona que se esfuerza? ¿Consigo yo que mi oración sea un momento en el que Dios llena mi alma con su presencia o a veces con su ausencia? Dios puede llenar el corazón con su presencia y hacernos sentir que estamos en el noveno cielo; pero también puede llenarlo con su ausencia, aplicando purificación y exigencia a nuestro corazón.

Cuando Dios llega con su ausencia a mi corazón, cuando me deja totalmente desbaratado, ¿qué pasa?, ¿Ensancho el corazón o lo cierro? Cuando la ausencia de Dios en mi corazón es una constante —no me refiero a la ausencia que viene del sueño, de la distracción, de la pereza, de la inconstancia, sino a la auténtica ausencia de Dios: cuando el hombre no encuentra, no sabe por dónde está Dios en su alma, no sabe por dónde está llegando Dios, no lo ve, no lo siente, no lo palpa—, ¿abrimos el espíritu?, ¿Seguimos ensanchando el corazón sabiendo que ahí está Dios ausente, purificando mi alma? O cuando por el contrario, en la oración me encuentro lleno de gozo espiritual, ¿me quedo en el medio, en el instrumento, o aprendo a llegar a Dios?
Cuando nuestra vida es tribulación o es alegría, cuando nuestra vida es gozo o es pena, cuando nuestra vida está llena de problemas o es de lo más sencilla, ¿sé encontrar a Dios, sé seguirle la pista a ese Dios que va abriendo espacio en el corazón y por eso me preocupo de interiorizar en mi vida? Uno podría pensar: ¿Cuál es mi problema hoy? ¿Hasta qué punto en este problema —un hijo enfermo, una dificultad con mi pareja, algún problema de mi hijo—, he visto el plan de Dios sobre mi vida?

Tenemos que experimentar la gracia de esta convicción, hay que ensanchar el corazón abriéndolo totalmente a la acción transformadora del Señor. Sin embargo, nunca tenemos que olvidar, que contra esta acción transformadora de Dios nuestro Señor hay un enemigo: el pecado. El pecado que es lo contrario a la Santidad de Dios. Y para que nos demos cuenta de esta gravedad, San Pablo nos dice: “Dios mismo, a quien no conoció el pecado, lo hizo pecado por nosotros”. Pero, mientras no entremos en nuestro corazón, no nos daremos cuenta de lo grave que es el pecado.

Cuando yo miro un crucifijo, ¿me inquieta el hecho de que Cristo en la cruz ha sido hecho pecado por mí, de que la mayor consecuencia del pecado es Cristo en la cruz? ¿Me ha dicho Dios: quieres ver qué es el pecado? Mira a mi Hijo clavado en la Cruz.

Cuando uno piensa en el hambre en el mundo; o cuando uno piensa que en cada equis tiempo muere un niño en el mundo por falta de alimento y por otro lado estamos viendo la cantidad de alimento que se tira, preguntémonos: ¿No es un pecado contra la humanidad nuestro despilfarro? No el vivir bien, no el tener comodidades, sino la inconsciencia con la que manejamos los bienes materiales. ¿Nos damos cuenta de lo grave que es y lo culpable que podemos llegar a ser por la muerte de estos hermanos?

¿Me doy cuenta de que cada persona que no vive en gracia de Dios es un muerto moral? ¿No nos apuran la cantidad de muertos que caminan por las calles de nuestras ciudades? Tengo que preguntarme: ¿Me preocupa la condición moral de la gente que está a mi cargo? No es cuestión de meterse en la vida de los demás, pero sí preguntarme: ¿Soy justo a nivel justicia social? ¿Me permito todavía el crimen tan grave que es la crítica? ¿Me doy cuenta de que una crítica mía puede ser motivo de un gravísimo pecado de caridad por parte de otra persona?

Siempre que pensemos en el pecado, no olvidemos que la auténtica imagen, el auténtico rostro donde se condensa toda la justicia, todo desamor, todo odio, todo rencor, toda despreocupación por el hombre, es la cruz de nuestro Señor.

El abandono que Cristo quiere sufrir, el grito del Gólgota: “¿Por qué me has abandonado?” pone ante nuestros ojos la verdadera medida del pecado. En Cristo esta medida es evidente por la desmesurada inmensidad de su amor. El grito: “¿Por qué me has abandonado?” es la expresión definitiva de esta medida. El amor con el que me ha amado, el amor que ama hasta el fin. ¿He descubierto esto y lo he hecho motivo de vida; o sólo motivo de lágrimas el Viernes Santo? ¿Lo he hecho motivo de compromiso, o sólo motivo de reflexión de un encuentro con Cristo? ¿Mi vida en el amor de Dios se encierra en ese grito: ¿“Por qué me has abandonado”?, que es el amor que ama hasta el último despojamiento que puede tener un alma?

En esta Cuaresma es necesario volver al interior, descubrir la llamada de Dios a la entrega y al compromiso, volver a la propia vocación cristiana en todas sus dimensiones. Y para lograrlo es necesario abrir primero nuestro espíritu a Dios y comprender la gravedad del pecado: del pecado de omisión, de indiferencia, de superficialidad, de ligereza. Es ineludible volver a la dimensión interior de nuestro espíritu, en definitiva, no ir caminando por la vida sin darnos cuenta que en nosotros hay un corazón que está esperando ensancharse con el amor de Dios.
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