martes, 21 de marzo de 2017

DAME DE BEBER


Dame de beber



Nos encontramos viviendo la Cuaresma. Preparando nuestro corazón para que pueda irradiar la luz de Cristo Resucitado en la Pascua. Esa luz que recibimos el día del Bautismo y que en la Confirmación  prometimos no ocultarla jamás.

Uno de los signos de la Cuaresma es el desierto. Ese lugar inhóspito, deshabitado, silencioso, sin plantas, caracterizado por la falta de agua. Es el lugar de la soledad, del sufrimiento, del cansancio, de la oración…Dios habla en el silencio. Dios habita en la profundidad del corazón. Dios le habla a cada uno de manera tal que lo pueda comprender. Como un padre o una madre les hablan a sus hijos pequeños.

“Lo que embellece el desierto es que esconde un pozo en cualquier parte”. “Dame de beber”. “Tengo sed de esta agua”. Estas son palabras del Principito al aviador, cuando luego de una larga caminata a través del desierto, encuentran un pozo de agua. Y es a causa de este pedido que el aviador comprende qué era lo que el Principito deseaba. “Esa agua era más que un simple alimento. Había nacido de la caminata bajo las estrellas, del canto de la polea, del esfuerzo de sus brazos. Era buena para el corazón”. Al libro de Saint Exupéry siempre se le puede encontrar algo nuevo, por más que se haya leído y releído muchas veces.

Es duro soportar la sed. Sentir la necesidad de beber y no poder hacerlo por falta de agua. Jesús sintió sed más de una vez. Tenía las necesidades humanas porque es hombre. Es hombre y es Dios. San Juan nos habla en el Evangelio de la sed de Jesús, cuando un mediodía, cansado luego de una larga caminata rumbo a Galilea,  se sentó junto al pozo de Jacob, en Samaría, (Juan 4,5-26) a esperar a una mujer samaritana. Porque, sin duda,  no es casualidad el encuentro del Señor con esa mujer sino obra de la Providencia Divina. Ella va a buscar agua a ese pozo profundo y Jesús le dice: “Dame de beber”. La samaritana reacciona extrañada. No entiende cómo un judío habla con una mujer, samaritana para colmo, ya que la enemistad entre ambos pueblos existía desde mucho tiempo atrás. ¿Quién este hombre que le pide agua con humildad y que, paradójicamente, le asegura que él posee un agua viva capaz de apagar la sed para siempre? Y compara esa agua viva con un manantial interior que mana hasta la vida eterna. ¡Jesús es esa agua viva!

La mujer confunde las palabras del Señor y ve en ellas la posibilidad de no tener que volver al pozo a buscar agua. ¡Qué alivio! Ante el giro que va tomando la conversación, el Divino Maestro, toca ese lugar del corazón, ese desierto, esa profundidad, donde la mujer guarda su secreto, su historia personal, y le habla de su pasado y de su presente. Hay en ella asombro, silencio, sacudón de la conciencia.

¿Por qué esta mujer había tenido cinco maridos? ¿Había quedado cinco veces viuda? ¡Era alguien de mala fama? ¿La habían abandonado esos hombres? No lo sabemos. La samaritana desvía el tema  hacia lo formal religioso, pregunta dónde se debe adorar a Dios, si donde lo hacen los samaritanos o en Jerusalén, como los judíos. Jesús le responde que el Padre quiere adoradores verdaderos. Dios es espíritu y por eso quienes lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad. Lo importante no es el lugar.

¡Qué transformación profunda produce en el alma de esta mujer el encuentro con Jesús, que deja todo, se olvida el cántaro y corre a contarles a sus vecinos lo sucedido!  ¡Se convierte en apóstol! ¡Una mujer! ¡Una samaritana! Y ellos le creen. No es la misma mujer que iba todos los días al pozo. ¡Es una nueva mujer! Una mujer valiente. Que tiene el coraje, la fuerza para volver a empezar, a pesar de todo. Tiene esperanza.

Jesús tenía sed, pero fue más importante para él sacar a la mujer del pozo, de la oscuridad en que se encontraba, que saciar su sed. Volvieron los apóstoles con alimentos, que tampoco probó porque Él vino para hacer la voluntad del Padre. Ese es su manjar más delicioso. Y la voluntad del Padre es que todos los seres humanos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (1 Timoteo 2,4). Para eso vino Jesús. Eso es lo urgente. Él, ayer a la samaritana, y hoy a cada uno de nosotros, le habla al corazón. Porque como le explicó el zorro al Principito: “Lo esencial es invisible a los ojos. Sólo se ve bien con el corazón”.


© Ana María Casal

NUNCA EN LA OTRA ORILLA


Nunca en la otra orilla



Vivir feliz es un arte. Y nada contribuye tanto a la paz del corazón como valorar todo lo bueno, agradable y valioso de la propia situación. Serás optimista y lleno de esperanza cuando te acostumbres a detectar cada día todo lo que te da satisfacción y contento, todo lo que te gratifica. Y sencillamente lo agradeces a Dios, sin compararte con los demás.

¿Por qué miras siempre hacia el otro lado? ¿Por qué piensas siempre que los otros, amigos, conocidos y vecinos, son más dichosos, y dices con ligereza: “A los otros les va mucho mejor, y yo que doy lo mejor de mí, no llego a nada?” La otra orilla siempre es más bella. Yace muy lejos. Como petrificado, miras fijamente hacia la bella claridad. Jamás tuviste en cuenta que también los de la otra orilla te observan y piensan que posees mucha más felicidad, pues ellos solo ven tu parte agradable. Tus pequeñas y grandes preocupaciones no las conocen. Vivir feliz es un arte. Para ello conviene sentirse satisfecho. La felicidad no está en la otra orilla. ¡Está en tu forma de ver tu orilla!  Aprecia la orilla donde Dios te puso, y no creas que la otra es la mejor, pues Dios te puso donde debes estar.

Enumera los dones y talentos recibidos del Señor, y agradécelos; incluso valora lo que encierra dolor y fracaso, porque hay también la escondida sabiduría de convertir un menos en más, un fracaso en victoria y una cruz en resurrección y vida. Que el Espíritu Santo te dé serenidad y prudencia.


* Enviado por el P. Natalio

EL EVANGELIO DE HOY MARTES 21 DE MARZO DEL 2017


Un corazón perdonado que perdona
San Mateo 18, 21-35. III Martes de Cuaresma



Por: H. Rubén Tornero, LC | Fuente: www.missionkits.org 





En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Jesús, vengo a Ti en este día. Quiero ser consciente de tu grandeza, de tu poder y de tu amor. Creo en Ti, Señor. Sólo Tú conoces las luchas, las victorias y las derrotas que tengo cada día. Te necesito Jesús. Soy débil y pequeño. Te necesito para no desfallecer, para encontrar lo que mi corazón a cada segundo anhela: un amor que nunca termine, un amor que nunca falle, un amor eterno… un amor que sea el tuyo, Jesús.
Regálame la gracia de que en este momento de oración pueda experimentar un poco más tu amor por mí.


Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 18, 21-35
En aquel tiempo, Pedro se acercó a Jesús y le preguntó: "Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces?". Jesús le contestó: "No sólo hasta siete, sino hasta setenta veces siete".
Entonces Jesús les dijo: "El Reino de los cielos es semejante a un rey que quiso ajustar cuentas con sus servidores. El primero que le presentaron le debía muchos millones. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él, a su mujer, a sus hijos y todas sus posesiones, para saldar la deuda. El servidor, arrojándose a sus pies, le suplicaba, diciendo: "Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo". El rey tuvo lástima de aquel servidor, lo soltó y hasta le perdonó la deuda.
Pero, apenas había salido aquel servidor, se encontró con uno de sus compañeros, que le debía poco dinero. Entonces lo agarró por el cuello y casi lo estrangulaba, mientras le decía: "Págame lo que me debes". El compañero se le arrodilló y le rogaba: "Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo". Pero el otro no quiso escucharlo, sino que fue y lo metió en la cárcel hasta que le pagara la deuda.
Al ver lo ocurrido, sus compañeros se llenaron de indignación y fueron a contar al rey lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo: "Siervo malvado. Te perdoné toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías tú también haber tenido compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?" Y el señor, encolerizado, lo entregó a los verdugos para que no lo soltaran hasta que pagara lo que debía.
Pues lo mismo hará mi Padre celestial con ustedes, si cada cual no perdona de corazón a su hermano".
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.
Jesús, al mirar la actitud del siervo duro, me siento indignado. ¿Cómo puede ser posible que justo después de haber sido perdonado este siervo haya sido capaz de una acción tan vil?, ¿qué clase de bellaco era? Y sin embargo, Jesús, aquí, donde podemos hablar de Corazón a corazón, sin necesidad de frases hechas, sin tapujos, tengo que reconocer que yo he sido peor que ese siervo inmisericorde.
Él estaba reclamando lo que legítimamente era suyo. Lo había ganado con el sudor de su frente. Es cierto que estrangular a su compañero no era el mejor método para reclamar lo que le correspondía, pero de ningún modo cometía una fechoría al pedir lo que había prestado… ¿y yo? ¡Ay Jesús! yo muchas veces he reclamado lo que no era mío: mis cualidades, mi tiempo, mis triunfos... no me he dado cuenta que todo esto lo he recibido de Ti y que nada de esto me pertenece. Además, he reclamado, no a un simple compañero, sino a mi hermano, pues todos somos tus hijos, Jesús, aunque yo no siempre trate a los otros como mis hermanos.
El siervo ahorcaba a su compañero. Yo, con mis malos pensamientos y comentarios contra los demás, he matado su buena fama...
Al siervo le perdonaste la deuda... a mí, no sólo me perdonas mis faltas, sino que, además, me regalas tu gracia, tu presencia constante en mi corazón y en la Eucaristía, ¿qué más puedo pedir?
Jesús, perdóname por todas las veces que he sido un infame. Te suplico que me des la gracia de enmendarme. Soy débil y te necesito. Regálame la gracia de que en esta cuaresma pueda hacer la experiencia profunda y personal de tu perdón y tu misericordia, de modo que yo mismo pueda ser para mis hermanos un mensajero de tu amor y de tu misericordia.
Hemos escuchado la parábola con la que Jesús nos enseña a perdonar (cf. Mt 18,21-35). ¿Por qué debemos perdonar a una persona que nos ha hecho mal? Porque nosotros somos los primeros que hemos sido perdonados, e infinitamente más. No hay ninguno entre nosotros, que no ha sido perdonado. Piense cada uno… pensemos en silencio las cosas malas que hemos hecho y como el Señor nos ha perdonado. La parábola nos dice justamente esto: como Dios nos perdona, así también nosotros debemos perdonar a quien nos hace mal. Es la caricia del perdón. El corazón que perdona. El corazón que perdona acaricia. Tal lejos de aquel gesto: «me lo pagaras. El perdón es otra cosa.

(Homilía de S.S. Francisco, 4 de agosto de 2016).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy voy a perdonar y ser paciente con quien tengo a mi lado.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.

Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!

¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.

Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

Amén.

DIOS PIDE EL SACRIFICIO DE NUESTRO CORAZÓN


Dios pide el sacrificio de nuestro corazón
¿De qué nos sirve sacrificar nuestras cosas si no nos sacrificamos nosotros?


Por: P. Cipriano Sánchez LC | Fuente: Catholic.net 




“El que en Ti confía no queda defraudado”.

Esta oración del Antiguo Testamento podría resumir la actitud de quien comprende dónde está la esencia fundamental del hombre, dónde está lo que verdaderamente el hombre tiene que llevar a su Creador: un corazón contrito y humillado, como auténtico y único sacrificio, como verdadero sacrificio. ¿De qué nos sirve sacrificar nuestras cosas si no nos sacrificamos nosotros? ¿De qué nos sirve ofrecer nuestras cosas si no nos ofrecemos nosotros? El mensaje de la Escritura es, en este sentido, sumamente claro: es fundamental, básico e ineludible que nosotros nos atrevamos a poner nuestro corazón en Dios nuestro Señor.

“Ahora te seguiremos de todo corazón”. Quizá estas palabras podrían ser también una expresión de lo que hay en nuestro corazón en estos momentos: Padre, quiero seguirte de todo corazón. Son tantas las veces en las que no te he seguido, son tantas las veces en las que no te he escuchado, son tantos los momentos en los que he preferido ser menos generoso; pero ahora, te quiero seguir de todo corazón, ahora quiero respetarte y quiero encontrarte.

Ésta es la gran inquietud que debe brotar en el alma de todos y cada uno de nosotros: Te respetamos y queremos encontrarte. Si éste fuese nuestro corazón hoy, podríamos tener la certeza de que estamos volviéndonos al Señor, de que estamos regresando al Señor y de que lo estamos haciendo con autenticidad, sin posibilidad de ser defraudados.

¿Es así nuestro corazón el día de hoy? ¿Hay verdaderamente en nuestro corazón el anhelo, el deseo de volvernos a Dios? Si lo hubiese, ¡cuántas gracias tendríamos que dar al Señor!, porque Él permite que nuestra vida se encuentre con Él, porque Él permite que nuestra vida regrese a Él. Y si no lo hubiese, si encontrásemos nuestro corazón frío, temeroso, débil, ¿qué es lo que podríamos hacer? La oración continúa y dice: “Trátanos según tu clemencia y tu abundante misericordia”.

También el Señor es consciente de que a veces en el corazón del hombre puede haber un quebranto, una duda, un interrogante. Y es consciente de que, en el corazón humano, tiene que haber un espacio para la misericordia y la clemencia de Dios. Dejemos entrar esta clemencia y esta misericordia en nuestra alma; hagamos de esta Cuaresma el cambio, la transformación, los días de nuestra decisión por Cristo. No permitamos que nuestra vida siga corriendo engañada en sí misma.

Sin embargo, Dios está pidiendo el sacrificio de nuestro corazón: “Un sacrificio de carneros y toros, un millar de corderos cebados”. El reto de responder a ese Dios que nos llama por nuestro nombre, el reto de respoder a ese Dios que nos invita a seguirlo en nuestro corazón, en nuestra vida, en nuestra vocación cristiana puede ser, a veces, un reto muy pesado; sin embargo, ahí está Dios nuestro Señor dispuesto a prestarnos el suplemento de fuerza, el suplemento de generosidad, el suplemento de entrega y el suplemento de fidelidad que quizá a nosotros nos pudiese faltar en nuestro corazón.

Si nos sentimos flaquear, si no somos capaces, Señor, de encontrarnos contigo, de estar a tu lado, de resistir tu paso, de ir al ritmo que Tú nos estás pidiendo, hagamos la oración tan hermosa de la primera lectura: “Trátanos según tu clemencia y tu abundante misericordia”. Si tengo miedo de soltar mi corazón, si tengo miedo de pagar alguna deuda que hay en mi alma... “Trátame según tu clemencia y tu abundante misericordia”. Si todavía en mi interior no hay esa firme decisión de seguirte , tal y cómo Tú me lo pides, con el rostro concreto por el cual Tú me quieres llamar... “Trátame según tu clemencia y tu abundante misericordia”.

Que ésta sea la actitud de nuestra alma, que éste sea el auténtico sacrificio que ofrecemos a Dios nuestro Señor. A Él no le interesan nuestras cosas, le interesamos nosotros; no busca nuestras cosas, nos busca a nosotros. Somos, cada uno de nosotros, el objeto particular de la predilección de Dios nuestro Señor.

Que en esta Cuaresma seamos capaces de abrir nuestro corazón, como auténtico sacrificio, en la presencia de Dios. O, que por lo menos, se fortalezca en nuestro interior la firme decisión de dar al Señor lo que quizá hasta ahora hemos reservado para nosotros. Quitar ese miedo, esa inquietud, esa falta total de disponibilidad que, a lo mejor, hasta estos momentos teníamos exclusivamente en nuestras manos.

Que la Eucaristía se convierta para nosotros en una poderosa intercesión ante Dios Padre por medio de su Hijo Jesucristo, para que en este tiempo de Cuaresma logremos renovarnos y transformarnos verdaderamente. Que nos permita abrir nuestra mente a nuestro Señor, con un corazón dispuesto a lanzarse en esa obra hermosísima de la santificación que Dios nos pide a cada uno de nosotros.

PAPA FRANCISCO: EL CONFESIONARIO NO ES UNA LAVANDERÍA, HAY QUE SENTIR VERGUENZA


Papa Francisco: El confesionario no es una lavandería, hay que sentir vergüenza
Por Miguel Pérez Pichel
 Foto: L'Osservatore Romano





VATICANO, 21 Mar. 17 / 05:55 am (ACI).- “El confesionario no es una lavandería para limpiar las manchas de la conciencia. Al confesarse hay que sentir vergüenza de los pecados”, dijo el Papa Francisco en la Misa del martes en la Casa Santa Marta, en el Vaticano.

El perdón “es un misterio difícil de entender”, señaló, y destacó que la vergüenza del pecado y el arrepentimiento del pecador pueden ayudar a ser más receptivo al perdón de Dios.

En este sentido, Francisco defendió que el primer paso para una correcta confesión es la vergüenza del propio pecador:


“Si yo pregunto: ‘Pero, ¿todos vosotros sois pecadores?’. ‘Sí, padre. Todos’. ‘¿Y qué hacéis para obtener el perdón de los pecados?’. ‘Nos confesamos’. ‘¿Y cómo vais a confesaros?’. ‘Voy, digo mis pecados, el sacerdote me perdona, me dice que rece tres Avemarías y después me voy en paz’. ¡Pues entonces no has entendido!”.

Esa actitud, advirtió el Obispo de Roma, entraña una profunda hipocresía, “la hipocresía de robar un perdón, un perdón que es falso”.

El Pontífice insistió en que sin sentir vergüenza, ir al confesionario es como ir a “hacer una operación bancaria, a hacer un trabajo de oficina”. “No te has sentido avergonzado de aquello que has hecho. Has visto alguna mancha en tu conciencia y has creído que el confesionario es una tintorería para limpiar las manchas. Has sido incapaz de sentir vergüenza de tus pecados”.

Además, exhortó a creerse que en la confesión, Dios realmente perdona los pecados, porque “si tú no tienes conciencia de haber sido perdonado, nunca podrás perdonar. Nunca. Siempre existe esa actitud de querer pedir cuentas a los demás”.

“El perdón es total. Pero sólo puede hacerse real si siento mi pecado, si me avergüenzo, si tengo vergüenza y pido perdón a Dios, y me siento perdonado por el Padre. De ese modo puedo perdonar. Si no, no se puede perdonar, somos incapaces de ello. Por eso, el perdón es un misterio”.

El Papa finalizó la homilía pidiendo “la gracia de la vergüenza delante de Dios. ¡Es una gran gracia! Avergonzarnos de nuestros propios pecados y, de esa forma, recibir el perdón y la gracia de la generosidad para dar ese perdón a los demás. Si el Señor me ha perdonado tanto, ¿quién soy yo para no perdonar?”.

LOS CINCO MINUTOS DE MARÍA, 21 DE MARZO


Los cinco minutos de María
Marzo 21



Gracias quiero darte, buena Madre de Jesús; gracias quiero darte por la vida de la gracia; gracias, Madre mía por habernos dado a Cristo, por los hondos beneficios que nos da la redención.
Porque Dios habita en mí y enriquece mi existencia, por el cielo que yo espero, por la vida de esta tierra, por poder llamarte Madre y contar con tu socorro, por confiar en tus bondades, recibir tu protección.

“Madre, tú quisiste a cada hijo en el Corazón de Jesús, aceptaste a cada uno de los miembros de la Iglesia” (san Juan Pablo II). Haz que nuestras comunidades cristianas sean abiertas, hospitalarias, fraternas.


* P. Alfonso Milagro

FELIZ MARTES


lunes, 20 de marzo de 2017

EL EVANGELIO DE HOY LUNES 20 DE MARZO 2017


Pues nada va más allá de Él
San Mateo 1, 16. 18-21. 24. Solemnidad de San José, esposo de la Virgen María


Por: H. Adrián Olvera de la Cruz LC | Fuente: www.missionkits.org 



La Solemnidad de San José se celebra el 19 de marzo, en vista de que esa fecha este año cayó en día domingo, la celebración se traslada al lunes 20.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Cristo, Rey Nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Jesús… aquí estoy… aquí quiero estar hoy. Tú y yo… eso me basta.


Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 1, 16. 18-21. 24
Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo.
Cristo vino al mundo de la siguiente manera: Estando María, su madre, desposada con José y antes de que vivieran juntos, sucedió que ella, por obra del Espíritu Santo, estaba esperando un hijo. José, su esposo, que era hombre justo, no queriendo ponerla en evidencia, pensó dejarla en secreto.
Mientras pensaba en estas cosas, un ángel del Señor le dijo en sueños: "José, hijo de David, no dudes en recibir en tu casa a María, tu esposa, porque ella ha concebido por obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás el nombre de Jesús, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados".
Cuando José despertó de aquel sueño, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Tantas circunstancias en la vida donde la desesperación, la agonía y la angustia nos abrazan. Donde todo parece estar en contra y el desenlace es inevitable. Nos sentimos solos y casi automáticamente buscamos apoyo; alguien que nos dé la solución o una esperanza como mínimo; hasta quisiéramos que nos dieran mentiras como analgésico para disminuir el dolor del impacto con la realidad… quisiéramos consuelo, buscamos descanso…queremos paz.
José, un hombre justo; un hombre de Dios… un hombre. Confiaba, pero la realidad lo traicionaba…, lo que tenía ante sus ojos no lo podía entender. Quería entenderlo, se esforzaba por hacerlo… pero no podía.
La duda, la confusión y la angustia lo acompañaban; buscaba ver a Dios con una mirada de fe y desde el corazón… y nada.
Dios que ve lo más profundo del corazón pone atención a sus deseos de consuelo, de apoyo… de una explicación y por medio del ángel comienza diciendo: "José, Hijo de David, No dudes…" No temas…
Esas primeras palabras son muchas veces el consuelo, el apoyo y la explicación de Dios ante la realidad que parece muchas veces golpearnos; que parece ir en contra de lo que planeamos.
Dios espera que recibamos la paz de sus palabras como un niño que sabe que, ante la realidad más desfavorable, sólo basta ponerse detrás de su padre para estar seguro… Sólo basta escuchar estas palabras de la persona que sabes más te ama para encontrar la paz…«no temas».
Estas palabras implican una escucha atenta y una acción pronta de la voluntad. Implican decirle al Señor: ¡Está bien! Pero dime qué hago… a dónde voy…. Implica vivir en la libertad de la voluntad de Dios.
Fue difícil san José, pero gracias por enseñarme que, ante la realidad más confusa, ahí está Dios pues nada va más allá de Él… Gracias por enseñarme a confiar y, sobre todo, a escuchar.
… ¿Señor qué quieres de mí hoy?
Yo quisiera también decirles una cosa muy personal. Yo quiero mucho a san José. Porque es un hombre fuerte y de silencio. Y tengo en mi escritorio tengo una imagen de san José durmiendo. Y durmiendo cuida a la Iglesia. Sí, puede hacerlo. Nosotros no. Y cuando tengo un problema, una dificultad, yo escribo un papelito y lo pongo debajo de san José para que lo sueñe. Esto significa para que rece por ese problema.
(Homilía de S.S. Francisco, 16 de enero de 2015).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración. Disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Preguntarle a Dios desde el corazón, como hijo que se sabe ante su Padre: Señor, ¿qué quieres de mí hoy?....
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

EL AMOR ES PACIENTE


El amor es paciente



Revisa con frecuencia la autenticidad de tu amor. No te limites a preguntarte: ¿amo? Analiza: ¿renuncio a mí mismo, me olvido de mí mismo, me entrego? Si amas, te entregas. Si te entregas a los demás, te enriqueces con ellos. Así el amor engrandece infinitamente a quien ama, pues quien acepta desprenderse de sí mismo, descubre a todos los demás y se une a la humanidad entera. Michel Quoist. 

El amor es paciente, es servicial; el amor no es envidioso, no hace alarde, no se envanece, no procede con bajeza, no busca su propio interés, no se irrita, no tiene en cuenta el mal recibido, no se alegra de la injusticia, sino que se regocija con la verdad. El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.
 (1 Cor 13, 4-7).

Vivir la caridad cristiana no es fácil. En verdad está por encima de nuestra capacidad humana. Por eso es indispensable suplicar con humildad y constancia al Señor el don del Amor y la Paz para poder elevarnos sobre nuestros egoísmos, retraimientos, susceptibilidades… Pero cuando el Espíritu del Amor nos invade podemos “perdonar, soportar y esperar sin límites”.


* Enviado por el P. Natalio

SAN JOSÉ, MODELO DE PADRE Y ESPOSO, 19 DE MARZO


¡Feliz Fiesta de San José, modelo de padre y esposo!


 (ACI).- San José es quien tuvo el privilegio de ser esposo de María, de criar al Hijo de Dios y de ser la cabeza de la Sagrada Familia. Es patrón de la Iglesia Universal, de una infinidad de comunidades religiosas y de la buena muerte.

La fiesta del santo más cercano a Jesús y María se celebra habitualmente el 19 de marzo. En este año, por caer la fecha en el tercer Domingo de Cuaresma, la celebración litúrgica de la Solemnidad es trasladada al día siguiente, el 20 de marzo.

"José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, pues lo que en ella ha sido concebido es obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados" (Mt. 1, 20-21), le dijo el ángel  en sueños al “justo” San José.

San José es conocido como el “Santo del silencio” porque no se conoce palabra pronunciada por él, pero sí sus obras, su fe y amor que influenciaron en Jesús y en su santo matrimonio.


Cuenta la tradición que doce jóvenes pretendían casarse con María y que cada uno llevaba un bastón de madera muy seca en la mano. De pronto, cuando la Virgen debía escoger entre todos ellos, el bastón de José milagrosamente floreció. Por eso se le pinta con un bastón florecido.

Junto a María, San José también tuvo que sufrir que no los quisieran recibir en Belén, que el amor de su vida diera a la luz en un establo y el tener que huir a Egipto, como si fueran delincuentes, para que Herodes no mate al niño. Pero supo afrontar todo esto confiando en la Providencia de Dios.

Con su oficio de carpintero no pudo comprar los mejores regalos para su hijo Jesús o que recibiera la mejor educación, pero el tiempo que le dedicó para atenderlo y enseñarle su profesión fueron más que suficiente para que el Señor conociera el cariño de un papá, que también es capaz de dejarlo todo por ir en busca del hijo extraviado.

Se conoce a San José como Patrono de la buena muerte porque tuvo la dicha de morir acompañado y consolado de Jesús y María. Fue declarado Patrono de la Iglesia Universal por el Papa Pío IX en 1847.

Una de las que más propagó la devoción a San José fue Santa Teresa de Ávila, que fue curada por intercesión del papá de Jesús en la tierra de una terrible enfermedad que la tenía casi paralizada y que era considerada incurable. La Santa le rezó con fe a San José y obtuvo la curación. Luego solía repetir:

"Otros santos parece que tienen especial poder para solucionar ciertos problemas. Pero a San José le ha concedido Dios un gran poder para ayudar en todo".

Hacia el final de su vida, la Santa carmelita resaltó: “durante 40 años, cada año en la fiesta de San José le he pedido alguna gracia o favor especial, y no me ha fallado ni una sola vez. Yo les digo a los que me escuchan que hagan el ensayo de rezar con fe a este gran santo, y verán que grandes frutos van a conseguir".

SAN JOSÉ, CUSTODIO DE JESÚS Y DE SU CUERPO, LA IGLESIA


San José, custodio de Jesús y de su Cuerpo, la Iglesia
San José custodia y protege el cuerpo místico de Jesucristo, la Iglesia, de la que la Virgen Santa es figura y modelo.


Por: José María Iraburu | Fuente: Infocatolica.com 




San José, custodio amante,
de Jesús y de María,
enséñame a vivir siempre
en tan dulce compañía.

Sé mi maestro y mi guía
en la vida de oración;
dame paciencia, alegría
y humildad de corazón.

No me falte en este día
tu amorosa protección,
ni en mi última agonía
tu piadosa intercesión.

Esta preciosa oración a San José me la dio hace bastantes años en una estampa una religiosa carmelita, que como todas las del Carmelo había heredado de Santa Teresa de Jesús una devoción muy grande al glorioso patriarca San José. Dios le pague el precioso regalo que me hizo. Llevo siempre esa oración en el Breviario, para rezarla todos los días.

* * *

La exhortación apostólicaRedemptoris Custos, de San Juan Pablo II (15-VIII-1989) es uno de los más grandes documentos que el Magisterio apostólica nos ha dado sobre San José. En el día de su solemnidad litúrgica quiero recordarla, tomando de ella aquellos textos en los que, continuando una larga tradición, enseña cómo San José, habiendo sido elegido por Dios para custodiar la vida de Jesús, recibió al mismo tiempo la misión de custodiar la vida del Cuerpo de Jesús, que es la Iglesia.

El texto que sigue recoge, pues, algunos fragmentos de la Redemptoris Custos.

* * *

1. «Llamado a ser el Custodio del Redentor, “José… hizo como el ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer” (Mt 1,24). Desde los primeros siglos, los Padres de la Iglesia, inspirándose en el Evangelio, han subrayado que San José, al igual que cuidó amorosamente a María y se dedicó con gozoso empeño a la educación de Jesucristo [San Ireneo], también custodia y protege su cuerpo místico, la Iglesia, de la que la Virgen Santa es figura y modelo.

8. «San José ha sido llamado por Dios para servir directamente a la persona y a la misión de Jesús mediante el ejercicio de su paternidad; de este modo él coopera en la plenitud de los tiempos en el gran misterio de la redención y es verdaderamente “ministro de la salvación” [San Juan Crisóstomo]. Su paternidad se ha expresado concretamente “al haber hecho de su vida un servicio, un sacrificio, al misterio de la encarnación y a la misión redentora que está unida a él; al haber hecho uso de la autoridad legal, que le correspondía sobre la Sagrada Familia, para hacerle don total de sí, de su vida y de su trabajo; al haber convertido su vocación humana al amor doméstico con la oblación sobrehumana de sí, de su corazón y de toda capacidad, en el amor puesto al servicio del Mesías, que crece en su casa“ [Pablo VI, 19-III-1966].

«La liturgia, al recordar que han sido confiados “a la fiel custodia de San José los primeros misterios de la salvación de los hombres” [Or. colecta de la Misa], precisa también que “Dios le ha puesto al cuidado de su familia, como siervo fiel y prudente, para que custodiara como padre a su Hijo unigénito” [Prefacio de la Misa]. León XIII subraya la sublimidad de esta misión: “El se impone entre todos por su augusta dignidad, dado que por disposición divina fue custodio y, en la creencia de los hombres, padre del Hijo de Dios. De donde se seguía que el Verbo de Dios se sometiera a José, le obedeciera y le diera aquel honor y aquella reverencia que los hijos deben a su propio padre” [1889,Quamquam pluries].

28. «En tiempos difíciles para la Iglesia, [el Beatto] Pío IX, queriendo ponerla bajo la especial protección del santo patriarca José, lo declaró “Patrono de la Iglesia Católica” [1870, decr. Quemadmodum Deus]. El Pontífice sabía que no se trataba de un gesto peregrino, pues, a causa de la excelsa dignidad concedida por Dios a este su siervo fiel, “la Iglesia, después de la Virgen Santa, su esposa, tuvo siempre en gran honor y colmó de alabanzas al bienaventurado José, y a él recurrió sin cesar en las angustias”.

«¿Cuáles son los motivos para tal confianza? […] José, en su momento, fue el custodio legítimo y natural, cabeza y defensor de la Sagrada Familia (…). Es, por tanto,conveniente y sumamente digno del bienaventurado José que, lo mismo que entonces tuteló santamente en todo momento a la familia de Nazaret, así proteja ahora y defienda con su celeste patrocinio a la Iglesia de Cristo” [León XIII,Quamquam pluries].

31. […] «También hoy tenemos muchos motivos para orar [a San José] con las mismas palabras de León XIII: “Aleja de nosotros, oh padre amantísimo, este flagelo de errores y vicios… Asístenos propicio desde el cielo en esta lucha contra el poder de las tinieblas …; y como en otro tiempo libraste de la muerte la vida amenazada del niño Jesús, así ahora defiende a la santa Iglesia de Dios de las hostiles insidias y de toda adversidad” [Quamquam pluries, in fine]. También hoy existen suficientes motivos para encomendar a todos los hombres a San José.

32. «Que San José obtenga para la Iglesia y para el mundo, así como para cada uno de nosotros, la bendición del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo».

Amén, amén, amén.

ORACIÓN A SAN JOSÉ PIDIENDO UNA BUENA MUERTE


Oración a San José
pidiendo una buena muerte




Poderoso patrón del linaje humano, amparo de pecadores, seguro refugio de las almas, eficaz auxilio de los afligidos, agradable consuelo de los desamparados, glorioso San José, el último instante de mi vida ha de llegar sin remedio; mi alma quizás agonizará terriblemente acongojada con la representación de mi mala vida y de mis muchas culpas; el paso a la eternidad será sumamente duro; el demonio, mi enemigo, intentará combatirme terriblemente con todo el poder del infierno, a fin de que pierda a Dios eternamente; mis fuerzas en lo natural han de ser nulas: yo no tendré en lo humano quien me ayude; desde ahora, para entonces, te invoco, padre mío; a tu patrocinio me acojo; asísteme en aquel trance para que no falte en la fe, la esperanza y en la caridad; cuando tú moriste, tu Hijo y mi Dios, tu esposa y mi Señora, ahuyentaron a los demonios para que no se atreviesen a combatir tu espíritu. Por estos favores y por los que en vida te hicieron, te pido ahuyentes a estos enemigos, para que yo acabe la vida en paz, amando a Jesús, a María y a ti, San José. Así sea.


Jesús, José y María, os doy el corazón y el alma mía.
Jesús, José y María, asistidme en la última agonía.
Jesús, José y María, recibid cuando muera, el alma mía.

LOS CAMINOS DE DIOS NO SON LOS NUESTROS


Los caminos de Dios no son los nuestros
 Vivir junto a Dios es vivir en zozobra, es vivir en interrogantes: ¿Qué quieres de mi, Señor?.


Por: P. Cipriano Sánchez LC | Fuente: Catholic.net 




“Ahora sé que no hay más Dios que el de Israel”. Esta frase con la que el general asirio confiesa su fe después de haber sido curado, es la frase con la que todos nosotros podríamos también resumir nuestra existencia. Ésta tendría que ser la experiencia a la que todos llegásemos en el camino de nuestra vida. Un Dios que a veces llega a nuestra vida de formas y por caminos desconcertantes, un Dios que a veces llega a nuestra vida a través de situaciones que, según nuestros criterios humanos, no serían los normales, no serían los lógicos, no serían los racionales; un Dios que aparece en nuestra vida para santificarnos y para llenarnos de su luz y de su verdad, aunque nosotros no entendamos cómo. Porque esto es lo que hace Dios nuestro Señor con todas las vidas humanas: las lleva por sus caminos, aunque ellas no sepan cómo.

Los caminos de Dios no son nuestros caminos. A veces no son ni siquiera los caminos de las personas que han sido elegidas. A veces para las mismas personas elegidas, los caminos de Dios son sumamente obscuros, son sumamente extraños, no son siempre comprensibles. Esto es muy importante para nosotros, porque a veces podríamos pensar que las personas que han sido elegidas por Dios para hacer una grandísima obra en su vida, tienen realizados y escritos todos los puntos y comas de los planes de Dios; y no es así. También las personas elegidas por Dios para realizar una gran obra en su Iglesia tienen que ir, constantemente, aprendiendo a leer lo que Dios nuestro Señor les va diciendo.

En la primera lectura se nos habla de este general asirio que quiere ser curado, y para él, el ser curado tiene que ser una especie de gran majestad, de gran poderío, y por eso se va con el rey. Cuando se da cuenta de que el camino de Dios es distinto, no lo hace por su propio juicio, sino que es uno de sus esclavos quien le va a decir: “Padre mío, si el profeta te hubiera mandado una cosa muy difícil, ciertamente la habrías hecho. ¡Cuánto más, si sólo te dijo que te bañaras y quedarías sano!”.

La pregunta fundamental es si nosotros estamos aprendiendo a leer los caminos de Dios sobre nuestra vida. Si nosotros estamos aprendiendo a entender esas páginas que a veces son borrosas, a veces son extrañas. Si nosotros estamos aprendiendo a conocer a Dios nuestro Señor o siempre queremos que todos los planes estén escritos, que todos los planes estén hechos.

Vivir junto a Dios es vivir en zozobra, es vivir en interrogantes. Vivir junto a Dios es vivir en continua pregunta. La pregunta es: ¿Qué quieres Señor? Si así es nuestro Señor, ¿por qué entonces, tiene que extrañarnos que la vida de aquellos sobre los que Dios tiene unos planes tan concretos, tan claros, sea difícil? Si para ellos es costoso leer, ¿no lo va a ser para nosotros? ¿Podemos nosotros pensar que no nos va a costar leer los planes de Dios, que no nos va a costar ir entendiendo exactamente qué es lo que Dios me quiere decir? Constantemente, para todos nosotros, la vida se abre como una especie de obscuridad en la que tenemos que ir realizando y caminando.

“No hay más Dios que el de Israel”. ¿Sabemos nosotros que Él es el único Dios y que por lo tanto, Él es el único que nos va llevando a lo largo de nuestra existencia por sus caminos, que no son los nuestros? Estos caminos a veces coinciden, a veces pueden llegarse a entender, pero no siempre es así. Cada uno de nosotros, en su vocación cristiana, tiene un camino distinto. Si pensamos cómo hemos llegado cada uno de nosotros al conocimiento de Cristo, nos daremos cuenta que cada uno tuvo una historia totalmente diferente; cada uno tuvo una historia muy particular. Y aun después de nuestro encuentro con Cristo, incluso después de que hemos llegado a conocerlo, la historia sigue una aventura. Y si nuestra historia no es una aventura, quiere decir que hemos hecho lo que estaba a punto de hacer el general asirio: marcharse. Marcharnos porque no entendimos los planes de Dios y preferimos manejarnos a nuestro antojo, manejarnos según nuestra comodidad. Nos marchamos pensando que a este Señor no hay quien lo entienda y perdemos la oportunidad de experimentar y saber que el único Dios, es el Dios de Israel.

Jesús, en el Evangelio, viene a recalcarnos precisamente que es Dios quien elige, quien se fija, quien llama y que es Él quien sabe porqué permite los caminos por los cuales nuestra vida se va desarrollando. Es Dios quien lo hace, no nosotros.

El ejemplo de las muchas viudas que había en Israel y Dios se fijó en una y el ejemplo de los muchos leprosos que había en Israel y Dios escogió precisamente a uno que ni era de Israel, nos deja muy claro que es Cristo el que manda. Nosotros tenemos que atrevernos a ponernos ante Dios con una sola condición: la condición de estar totalmente abiertos a su voluntad. De nada nos serviría conocer grandes hombres, de nada nos serviría conocer grandes personajes si no aprendemos la lección fundamental que estos grandes hombres vienen a dejarnos: la lección de estar siempre dispuestos a leer la letra de Dios, de estar siempre dispuestos a entender el camino por el cual Dios nos va llevando. Recordemos que Él sabe cuál es.

Los que vivían en el mismo pueblo de Jesús rechazan el modo de ser de Cristo y lo que hacen es alejarse de su vida. Solamente se puede tener a Cristo cerca cuando se tiene el alma abierta. Cada vez que nuestra alma se cierra a la generosidad, a la entrega, a la fidelidad, a la disponibilidad, en ese mismo momento, nuestra alma está alejando a Cristo de nosotros.

¡Qué serio es que pudiéramos ser nosotros los responsables de que Cristo no estuviese verdaderamente en nuestra vida! ¡Qué serio es que pudiéramos ser nosotros los causantes de que nuestra vida estuviese vacía de Cristo! Hay que ser muy exigentes con uno mismo. Hay que tener una gran disciplina interior, que a veces nos puede faltar. La disciplina que nos hace, en todo momento, seguir el camino concreto con el cual Dios nuestro Señor va marcando nuestra vida.

¿Estamos dispuestos a entenderlo? Solamente vamos a estar dispuestos a entenderlo si hay en nuestra vida la característica que hay en todos los hombres que quieren verdaderamente encontrarse con Dios: estar sediento de Dios, que da la vida. Estar sedientos de Él es el único modo que va a haber para que nuestra alma encuentre siempre, y en todo momento -a través de las circunstancias, de las personas, de los ambientes, de las dudas, de las caídas, de nuestras debilidades— a Dios; si realmente somos, tal y como lo dice el salmo: “Como un venado que busca el agua de los ríos, así cansada, mi alma te busca a ti, Dios mío”.

El alma que tiene sed de Dios pasará por lo que sea: estará en obscuridades, tendrá dificultades, caídas, miserias, pero encontrará a Dios y Dios no se apartará de él. Podrá encontrarse con el Señor, no importa por qué caminos, pues esos son los caminos del Señor y Él sabe por dónde nos lleva. Lo único que importa es tener sed de Dios. Una sed que es lo que nos autentifica como personas de cara a nuestros hermanos los hombres, de cara a nuestra familia, de cara a nuestro ambiente, de cara a nosotros mismos.

No es cuestión de entender las cosas. No es cuestión de saber que mi vida tiene que estar realizada, manejada y ordenada de determinada manera, sino que es cuestión de tener sed de Dios. El alma que tiene sed de Dios va a permitir que sea Dios quien le realice la vida. Y el alma que va a realizarse apartada de Dios, significa que no tiene, verdaderamente, sed de Dios. Podrá ser muchas cosas —podrá ser un magnífico organizador en la Iglesia, podrá ser un excelente conferencista, podrá ser un hombre de un gran consejo espiritual—, pero si no tiene sed de Dios, no estará realizando la obra de Dios.

Ahora veámonos a nosotros mismos en nuestra organización, en nuestro trabajo, en nuestro esfuerzo, en nuestra vocación cristiana y rasquemos un poco, a ver si en nuestro corazón hay verdaderamente sed de Dios. Si la hay, podemos estar tranquilos de que estamos en el camino en el que hay que estar. Podemos estar tranquilos de que estamos en la ruta en la cual hay que ir. Podemos estar tranquilos porque tenemos en el corazón lo que hay que tener. No tendremos que tener miedo porque esa sed de Dios irá haciendo que la luz y la verdad de Dios se conviertan en nuestra guía hasta el Monte del Señor. Es un camino que requiere estar dispuestos, en todo momento, a querer entender lo que Dios nos pide. Estar dispuestos, en todo momento, a no apartar jamás de nuestro corazón a Jesucristo y mantener siempre viva en nuestro corazón la fe del Dios que da la vida.

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